
Sus restos están en el Monastère Notre-Dame de l’Atlas – Kasbah Myriem-Taakit – 54350 MIDELT (Maroc) desde 2010. Se ha construido un Memorial para él, con su capilla de El Kbab.




Sus restos están en el Monastère Notre-Dame de l’Atlas – Kasbah Myriem-Taakit – 54350 MIDELT (Maroc) desde 2010. Se ha construido un Memorial para él, con su capilla de El Kbab.




Para que el padre Peyriguère pueda dar un salto tan escalofriante como el de pasar de una vida de sacerdote profesor de seminario en Francia, a llevar una vida de monje-misionero en El Kbab, hay que tener en cuenta dos movimientos. Uno interior, hecho de un realismo y una fortaleza singular para llevar a término su ideal de sacerdote entregado a Cristo; y otro exterior, hecho de las vicisitudes y circunstancias que Dios le pone día a día en su vida para que se abandone cada vez más en sus manos y olvidándose de sí mismo, se deje conducir por el Espíritu1.
1. Siguiendo al hermano Carlos
En el verano de 1919 el padre Albert Peyriguère, una vez finalizada la Iª Guerra Mundial y restablecido de las heridas de guerra se reincorpora al trabajo de profesor en el seminario, sin estar todavía del todo recuperado. Físicamente debilitado y espiritualmente inquieto, se expresa de este modo en una carta del 23 de agosto de 1919 a un amigo del campo de concentración: «He vuelto a mi trabajo del Seminario, pero las fuerzas me han traicionado, aún no recuperadas de las sacudidas de la guerra… Ruega encarecidamente a Dios por mí. Me parece, en algunos momentos, que el Señor me llama a pertenecerle más plenamente»2.
2. Peyriguère ya no es el mismo, la guerra le ha cambiado
Se siente atraído hacia una vida más profunda y por otro lado le asalta una fuerte ambición de conquista. Su salud le impone un largo período de descanso y como algunos de sus compañeros habían partido hacia África para ingresar en la congregación de los Padres Blancos, dirige su mirada hacia allí, en un intento de ser coherente con sus aspiraciones de apóstol y su salud: «La guerra ha despertado en mí, mejor dicho, ha precisado ciertas aspiraciones hacia una vida más dura, más conquistadora; la verdadera vida del evangelizador que despojado de todo, va siempre avanzando a través de los grandes espacios, hablando del Buen Maestro a las pobres almas que no le conocen. Mi corazón ya no está en Europa, y todos mis sueños me llevan hacia esa inmensa África donde millones de pobres almas esperan al misionero. Sí, si mi salud me lo permite, espero ingresar en los Padres Blancos; todos los demás ministerios ya no me dicen nada y me parecen demasiado “caseros”»3.
3. Se pone a la búsqueda de un lugar para descansar y desempeñar algún pequeño ministerio, mientras se restablece su salud
Después de diversas consultas Mons. Lemaitre, arzobispo de Cartago, le acogerá en Túnez. De esta forma el padre. Peyriguère realiza la primera toma de contacto con el mundo del islam. Tenía treinta y siete años cuando llegó a África, el mes de diciembre de 1920, justo cuatro años después de la muerte del hermano Carlos. Es nombrado capellán del internado de Sillonville, al sur de la península de Capbon, donde permanecerá dos años en condiciones que le permiten descansar y reflexionar. Consciente de que está de paso y que debe partir ya definitivamente a realizar su apostolado entre los infieles, ingresa en los Padres Blancos. Y es aquí, en un ambiente de tranquilidad y de profunda reflexión, donde se va a realizar un encuentro que va a ser definitivo en la orientación de la vocación del padre Peyriguère. Aparece en Francia, en aquel año 1921, el libro de René Bazin Charles de Foucauld, explorateur du Maroc, eremite du Sahara. No tardó en leerlo el padre Peyriguère, porque ya en su correspondencia sostenida con su amigo de guerra se deja entrever cómo ha captado y le ha impresionado el mensaje del padre Foucauld. Aquello era lo que tanto tiempo le había tenido intranquilo, era la expresión de su vivencia interior: «Me parece que el apostolado directo no le será posible por ahora. Pero tranquilícese, hay una manera de ser apóstol que está inmediatamente a su alcance y que puede ser fecunda. Lo quiera o no, sus ejemplos y sus palabras, tendrán una influencia directa a su alrededor, a corto o a largo plazo, no importa… Nada se pierde en el mundo moral y cuando los hombres tienen ante los ojos el espectáculo de un hogar verdaderamente cristiano, en donde, lejos de las pequeñeces, de las vulgaridades que a ellos les esclavizan, sientan arder de verdad la llama del ideal, no es posible que de una forma u otra no se sientan arrastrados hacia él… Serán el punto luminoso y ardiente, desde donde irradiará el ideal sobre las pobres almas del vecindario, tan hundidas en la materia, y estos no podrán dejar de sentirse impresionados de la misma manera que sería imposible encontrarse a pleno sol sin sentirse inundados de luz y de calor»4.
4. De nuevo otro hecho, insalvable, desviará su camino; una grave disentería compromete definitivamente y sin remedio su deseo de ingresar en los Padres Blancos
Pero su espíritu se deja llevar, porque ante todo su deseo es cumplir la voluntad de Dios, y se expresa de esta forma en una carta del 3 noviembre1921: «De momento la cosa apenas marcha. He sido agraciado con una bonita disentería que me tiene agarrado desde hace cuatro meses; me agota y adelgazo continuamente. Tal vez el severo régimen a que estoy sometido logrará dominarla del todo. Pida que sepa aceptar esta prueba, no tanto en sí misma, sino porque me obliga a detenerme en relación al cumplimiento de mis sueños y me hace temer que habré de renunciar a ellos. Que sepa aceptar siempre la voluntad de Dios… En cuanto al apostolado repítase a sí mismo estas palabras de un sacerdote que me ha influido mucho en estos últimos tiempos: “Se puede hacer más apostolado por lo que se es, que por lo que se dice o por lo que se hace”», máxima del padre Huvelin, citada por R. Bazin en su libro sobre Carlos de Foucauld5. Y de qué manera tan delicada y tan parecida al padre Foucauld le hablará a su amigo, en una carta del 2 enero de1922, de la espiritualidad de Nazaret, que consiste fundamentalmente en ser “amigo de todos”: «Ojala su hogar, en medio del árido desierto que es el mundo para el corazón del Maestro, sea aquél acogedor oasis en el que Jesús pueda poner el pie y encontrar un poco de reposo y un poco de amor; está tan olvidado en todas partes, Él, que es tan necesario a las almas. Ojala que su hogar sea también como el centro desde donde irradie mucha bondad para hacer que Jesús sea amado… Luego sea en su pueblo “mensajero de paz”, manténgase totalmente apartado de las querellas. Con una firmeza incansable sepa tomar partido por el bien y contra el mal… Ignore las divisiones y los partidismos para ser amigo de todos en la medida de lo posible, sin capitulación y sin debilidad»6.
Una vez recuperado de la disentería y profundizando en este mensaje escribe a Mons. Lemaitre, expresándole el deseo y las ganas de buscar algo diferente: «Permítame, monseñor, repetirle mi deseo muy claro de renunciar al apostolado tan especial que me ha sido confiado hasta el presente, y encontrar un campo de actividad menos restringido y que ofrezca un terreno más grande y más libre a la iniciativa… Mis aspiraciones siguen estando muy vivas hacia el apostolado con los paganos»7.
Poco después fue nombrado párroco de Hammamet, donde se instala el 9 abril de 1923, donde comprende que todo sacerdote ha de sentirse responsable no sólo de los pocos cristianos que hay, sino también de los millares de infieles en medio de los que vive. Siguiendo este movimiento interior, empezará una labor de apostolado consistente en organizar un taller de bordados para chicas y un dispensario para lactantes.
5. Proyectos de fundación
El arzobispo había pensado en ampliar en mucho sus responsabilidades, confiándole también la parroquia de Nabeul. Este proyecto disgustó al padre Peyriguère, que precisó sus aspiraciones ante monseñor Lemaitre, manifestándole concretamente los rasgos y la forma que él consideraba para vivir una vocación en la línea del padre Foucauld: «La perspectiva de encargarme de Nabeul y Hammamet me impresionó mucho, porque me alejaba demasiado de mis aspiraciones y me llevaba hacia un ministerio parroquial ordinario. Una vida de trapense que mantiene contacto con las almas es lo que sueño por ahora y lo que mi cardenal y mi director espiritual me han autorizado a seguir».
Y aquí piensa en otros sacerdotes que podrían unirse a esta vida, debido al gran impacto que ha causado en Francia el libro de René Bazin, haciendo proyectos para estos ermitaños que se cuidarían del apostolado entre los cristianos y los indígenas… y al final de la carta pide que «para poder sentirse más comprometido con la obra, pueda vestir el hábito del padre Foucauld 8.
El hábito ya lo había tomado antes que él el almirante Malcor y Charles Henrion 9, el 21 de noviembre de 1924. Fueron ordenados sacerdotes posteriormente por Mons. Lemaitre, fundando la Fraternidad de Sidi-Saad. El padre Peyriguère se consideraba el tercero de esta sociedad de vida en común. «Esta vez sí que he de hablarle de mí, ya que se trata de una decisión transcendental para mí. Heme aquí definitivamente africano ¿no ha leído la estupenda vida del Padre de Foucauld, de Bazin? ¿Sabe que había pedido insistentemente discípulos que no acababan de llegar? Pues bien, se acaba de fundar una pequeña fraternidad que pretende seguir su apostolado, ejerciéndolo en medio de los pueblos musulmanes de África del Norte, con su mismo espíritu y utilizando sus métodos. Los dos primeros… El número tres soy yo: me cuesta dar crédito a lo que ven mis ojos, a lo que mis oídos escuchan. ¡Qué ideal tan extraordinario! Para alimentarlos, para hacer que lleguen a querer a Jesús, vivir en medio de los infieles una vida de oración, de renuncia, de trabajo manual, de caridad, de pobreza»10.
En 1925, el padre Peyriguère se encuentra con el padre Chatouville, hecho providencial que va a dar el último impulso para que Peyriguère entre de lleno a vivir de cerca el mensaje de Foucauld. Chatouville, sacerdote también de Burdeos, que había ingresado en los Padre Blancos en 1899, y que luego ocupó cargos importantes en dicha congregación misionera, había conocido bien al padre Foucauld y habían mantenido correspondencia. Diversas veces, siempre inútilmente, había manifestado a sus superiores el deseo de ir a vivir con el hermano Carlos. Hacía diez años que Foucauld había muerto en Tamanrasset, y Chatouville se encuentra en Harnmamet un sacerdote que comparte sus aspiraciones plenamente. Obtenida de sus superiores la autorización para el padre Chatouville, Peyriguère escribe a Mons. Lemaitre en mayo de 1926: «Creo que ha llegado el momento de obedecer la llamada imperiosa de mi vocación. Mi venerado cardenal y mi director espiritual, me dejan libre. Es una prueba suficiente de que estoy en la voluntad de Dios. Dejo pues mi parroquia e incluso Túnez, pero no África, pues me retienen las aspiraciones al apostolado oscuro y silencioso que ya sabéis»11. El lugar ya estaba preparado: Una casa con jardín, de los Padres Blancos, en Ghardaia, donde había vivido un eremita. Esta fue la casa que acogió a los dos hermanos durante la primera quincena de junio de 1926, época de fuerte y peligrosa calor en el Sahara.
6. Vida de Fraternidad
La Fraternidad empieza a organizar su vida cotidiana queriendo imitar la vida de Nazaret, aquella vida que el padre Foucauld amó tan apasionadamente y que propuso como ideal a sus futuros Hermanos en el reglamento de 1899: Oración, ayuno, trabajo manual, etc. El padre Chatouville es el superior y es el que mantiene contacto con los vecinos, mientras que Peyriguère se dedica más plenamente a la clausura que ambos se habían impuesto. En la calma de la ermita y en el esfuerzo por vivir según el Reglamento de los Hermanos del Sagrado Corazón, Peyriguère reflexiona, vive y experimenta la riqueza del mensaje y va perfilando su propio estilo de vida, una nueva configuración de la fraternidad. Se plantea si la única forma de vivir el mensaje de Foucauld era a través del Reglamento de 1899. En este ambiente de búsqueda, Chatouville muestra a Peyriguère la carta de Foucauld dirigida al padre Antonino el 13 mayo de 1911, donde expresa que junto a hermanos que vivan una vida más enclaustrada, podría haber otros que se dedicaran más al apostolado. Estos hermanos serán sacerdotes y de edad madura, es decir, debidamente formados. Se trata de un apostolado de presencia y no de actividades. Veamos cómo se expresa el hermano Carlos en dicha carta: «Según las aptitudes, las aficiones, las necesidades, según lo que crea ser voluntad de Dios, el superior de 24 cada pequeño grupo de tres o cuatro dedicará a cada hermano, ora totalmente al trabajo manual, ora parte al trabajo manual y parte al apostólico, ora casi exclusivamente al trabajo apostólico»12.
Se trata de regirse por las circunstancias, para poder dedicarse, con la mayor eficacia posible, a la evangelización. Este descubrimiento, que encaja tan exactamente con sus propias aspiraciones, le llena de alegría, tomando conciencia de que el principal documento para conocer el ideal de vida de Foucauld es el testimonio de su propia vida. Los tres principios que en la carta se ponen de manifiesto y que son una constante de todos los proyectos del hermano Carlos son: «Imitación de la vida oculta de Jesús en Nazaret, Adoración del Santísimo Sacramento expuesto, y establecerse en medio de los pueblos infieles más abandonados y hacer allí todo lo que sea posible para su conversión»13. Que sean grupos de tres o cuatro monjes-misioneros, auténticos contemplativos, pero manteniendo relaciones con el exterior es todo lo que hay de nuevo en relación con las Regla primitiva.
Unos años más tarde, el padre Peyriguère le diría al padre Gorrée, en una carta del 1º febrero de 1929: «La Regla de 1899, con el padre Chatouville, la hemos estudiado profundamente en nuestra ermita de Ghardaia; y además de no estar al día bajo el punto de vista canónico, no la hemos encontrado viable. Si quisiéramos seguirla se nos ahogaría tan deprisa el cuerpo como el alma. Un hecho curioso y que miro como una indicación que me da la Providencia, es que antes de conocer el texto de la carta de 1911, mis aspiraciones y mis propias experiencias personales me habían encaminado por sí mismas a las mismas concepciones que al padre Foucauld»14.
7. Nuevos caminos
En otoño de 1926, Peyriguère deja la ermita de Ghardaia y pasa algunos meses en la región de Burdeos; el fuerte verano del Sahara lo había agotado mucho y necesitaba reposo antes de emprender de nuevo y definitivamente el camino. La salud del padre Chatouville tampoco era muy buena, pero continuó solo aún 25 unos meses; hasta que sus superiores le reclamaron y lo enviaron a descansar, primero a Tínes y luego a Francia, donde moriría en julio de 1927.
En febrero de 1927 el padre Peyriguère estaba ya de vuelta en Marruecos, en Marrakech. El padre Foucauld había deseado siempre ardientemente ir a Marruecos, y llevar a cabo este sueño del maestro fue el elemento decisorio para Peyriguère. Primero se instala en Marrakech para estudiar la lengua y las costumbres bereberes. Encuentra en la persona del Vicario Apostólico de Rabat, Mons. Vielle, una gran comprensión y ayuda en la realización del ideal que había entrevisto. Por entonces el país sufría varios años de sequía y una gran miseria, además de una epidemia de tifus y una plaga de langosta, que habían diezmado el Sur del país. A petición de Mons. Vielle y como un servicio temporal, el padre Peyriguère decide trasladarse allí, concretamente a Taroudant, donde otros hermanos en la fe estaban ya trabajando. Al llegar se encuentra con que el Dr. Chatiniees, que había contraído el tifus, murió al poco tiempo; después sería el hermano Pierre quien también moriría a causa de la epidemia. Tampoco Peyriguère escaparía a la enfermedad, pues casi al mismo tiempo tuvo que ser evacuado en estado de extrema gravedad. Una vez repuesto pasará una larga convalecencia al lado de Mons. Vielle, acompañándole en un viaje apostólico por todo Marruecos, que le permitirá conocer de cerca a aquel pueblo. Después, en una carta del 31 de mayo.1928, escribe: «Pienso ir a instalarme en una de esas tribu, y una vez allí intentar vivir esta vida que suscita en mí unas aspiraciones tan ardientes»15. Poco tiempo después, con una sencilla maleta, una pequeña caja de libros y un poco de dinero en el bolsillo, el 14 de julio de 1928, llega a El Kbab, donde se instalará. El 18 de julio de este año, temblando de emoción, celebra allí la primera Eucaristía: «Esta mañana, en la Santa Misa… era la primera Misa que decía en el nuevo lugar que acabo de fundar: jamás nuestro Cristo bienamado había venido por aquí; Él ha descendido hoy por primera vez, traído por nuestras manos para todos»16. A partir de aquí empieza una larga y profunda historia de encarnación en el mundo bereber. Primero sería la lengua, luego el corazón y los sentimientos y por fin también la inteligencia acabaría por berberizarse.
8. Interpretación y vivencia del mensaje de Foucauld
El padre Peyriguère era un hombre de silencio y contemplación, pero no escogía él, dejaba que Cristo le viniera a buscar de la manera que Él quisiera: «dejar a Dios… para encontrar a Dios… tal como Él quiere». Su teología es la encarnación y la del Cuerpo Místico. Ese amor directamente dirigido a Dios, dejando que Cristo tomara su corazón para continuar amando al Padre y a los hombres tal como hizo en Nazaret: «Saber la riqueza incomparable de cada instante que nos es dado, sobre todo cuando ese instante nos pone delante del pobre y del desventurado, delante del que sufre; no se ha de saber nada de nuestro cristianismo para ignorar que, bajo las apariencias del desventurado, está Cristo que viene a nosotros, que se nos da, que quiere ser consolado y reconfortado por nosotros. ¡Ah¡ Este realismo cristiano que quiere que, a cada momento, nuestra pobre vida camine al mismo paso que la vida de Cristo, este realismo cristiano que es como lo vivió Foucauld, tal como lo descubro profundamente en medio de nuestros pobres»17.
Pero esto no está exento de sacrificio y esfuerzo, como dice en una carta del 11 de noviembre de 1938: «Si supierais las ganas que tengo de soledad y de silencio. No estoy nunca solo, no “siento” nunca este silencio a mi alrededor… Como el Buen Dios quiera; hace falta darle nuestra vida tal como Él quiera tomarla. Es ya tan bonito que quiera tornarla de alguna manera y hacer algo con esta nada que es ella»18. En esta nueva etapa que comienza de su vida en El Kbab, uno de los pilares para su vida de “misionero aislado o desbrozador” es la contemplación-adoración nocturna que él considera como la parte más escogida de su vocación misionera. Es de esta adoración a la presencia silenciosa de la Eucaristía de la que uno se deja cautivar por toda la dulzura y toda la bondad de Cristo, para luego hacerle revivir, dejar que se muestre Él mismo a través de una sonrisa, un gesto, un servicio.
En su vivir de cada día, no hay una fidelidad esclava a un reglamento, sino como en el padre Foucauld, una facilidad de adaptación y una disponibilidad que le permiten vivir profundamente lo que él llama «toda la riqueza del momento presente». Así no hay ruptura ni discontinuidad entre la capilla y el dispensario. A menudo decía: «La contemplación es tener la experiencia de la Presencia. Aquí, curando estos niños, yo lo veo, lo toco, tengo la impresión física de tocar el cuerpo de Cristo, es una gracia extraordinaria, hace falta haberlo experimentado»19.
9. Un encuentro de amistad
Para el padre Peyriguère su trabajo en el dispensario no consiste sólo en realizar curas, o un servicio, sino que se trata de crear relaciones humanas. Su dispensario es mucho más que un dispensario, es un verdadero lazo de amistad, un verdadero encuentro de amistad; todo ello como la mejor manera de mostrar a Cristo, mostrar su bondad; es el testimonio del “misionero aislado o desbrozador” en medio de aquel pueblo: «En medio de los que no le conocen, ser una presencia de Cristo… sentirse solo llevando a Cristo en sí… saber que uno es, en medio de ellos, el único a través de quien Él se muestra, y a través de quien ellos le juzgan… tener toda la responsabilidad de lo que ellos pensarán de este Cristo, y querer dar la idea más alta y la idea más tierna. Y que el Cristo anónimo sea a la larga como una llamada que hará venir el Cristo declarado y conocido»20.
De alguna manera sus amigos, los bereberes, llegaron a captar toda esta dimensión humana y espiritual del padre Peyriguère. Por esta razón le consideraban un “marabú”21 cristiano.
10. Monje-misionero
El padre Peyriguère consiguió ir más allá del binomio acción-contemplación y más allá del binomio monje-misionero. Siguiendo a Foucauld llegará, como éste, a la fusión y síntesis de estas realidades como “misionero aislado o desbrozador”: «Cuando me di cuenta de que este mensaje de su vida misionera contenía una riqueza escalofriante, quise expresármelo por fragmentos. Sobre todo, hacerlo oración, hacerlo vida, ponerlo a prueba»22.
«Hace años que el padre Foucauld como fundador de una orden no cabe en mis horizontes. Para mí, toda su envergadura le viene de haber sido el iniciador de un movimiento misionero, de un movimiento espiritual»23.
«Los que querrán hacérsela suya y dedicarle la vida, se buscarán, encontrarán. Cuando se hayan encontrado, si desean trabajar juntos, habrán de concretar la fórmula para la organización de su grupo que incluyan sus deseos de cooperación»24. Leyendo y releyendo la propia vida de Foucauld, el padre Peyriguère va comunicando en sus diferentes escritos, artículos, correspondencia, todo aquello que aprende del mensaje centrado en estos tres principios citados anteriormente. Veámoslo en concreto.
11. Establecerse en medio de los pueblos infieles
Todo esto lo expresa el P. Periguère en su correspondencia: «He venido aquí para vivir personalmente el ideal del padre Foucauld… monje-misionero. Esto es lo que yo quiero ser. Tenemos que estar en medio del islam antes que nada como orantes e inmolados. Dios no salvó a la humanidad si no porque Jesús, el gran Sacerdote, tomó esta humanidad en sí, y el Padre no ha visto a los hombres sino a través de su Hijo muy 29 amado. De igual manera, creemos que Dios quiere la salvación del islam, pero sólo se salvará por Cristo. Cristo glorioso no puede volver a la tierra, nosotros nos ofrecemos a Él, nos dejamos en Él, le prestamos a Él, le damos nuestra pobre humanidad para que viviendo en Él (es el efecto del bautismo y del sacerdocio), Él pueda, puesto que nos hemos hecho bereberes con los bereberes, en nosotros y por nosotros, ser Él mismo berebere. Y que el Padre, único que puede llevar al Hijo, mire, ame y salve a los bereberes en Él»25.
Hacerse a todos para ganar a todos. Encarnación en los bereberes: «Cristo en medio de los bereberes… cada noche por medio de la voz de su sacerdote, la oración de Cristo pide al Padre que le dé estas almas, el Cristo convertido en bereber en su sacerdote que se ha hecho bereber… Cristo, a través de la voz de su sacerdote, desea ardientemente y aún espera ardientemente la redención berebere»26.
El padre Peyriguère, una y otra vez, reza y medita los puntos neurálgicos de la misión en Foucauld: «Me parece que delante del Buen Dios y delante de los hombres, quedaré como aquél que ha extraído, materializándola en mi pobre vida, esta vocación espléndida de “misionero aislado o desbrozador” (monjemisionero), tan querida por el padre Foucauld, como aquél que ha extraído de su mensaje, donde estaba mezclada con algo más. Ahora el movimiento está en marcha. Seguro que en el futuro habrá vocaciones que buscarán este camino»27 . Foucauld vivió e intuyó el mensaje de la pre-misión en una situación de conflicto entre dos realidades opuestas: por un lado su voluntad de ser salvador con Jesús y por otro el hecho de encontrarse con la realidad del islam, que rehúsa a Cristo porque cree poseer una cosa mejor. Frente a este rechazo el pre-misionero intenta encontrar puntos de penetración para comunicar y transmitir su mensaje salvador. Esta presencia del pre-misionero en un medio no-cristiano y su forma de vida silenciosa, imitando al Jesús de la vida oculta de Nazaret, hace presente en el islam a la Iglesia y le convierten en un auténtico misionero. A través del pre-misionero, Cristo se hace presente a estas personas, manifestándose de nuevo con toda su ternura, a través de la caridad y de la bondad. Y, además, el misionero intercediendo por los no-cristianos, va preparando el terreno de la cristianización haciendo presente ya en el aquí y ahora el Reino de Dios.
12. Vivir el misterio de la encarnación
El padre Peyriguère sabe ahora en El Kbab lo que quiere ser, para lo que ha sido llamado. Estas son sus palabras: «El padre Foucauld alcanza toda su talla en la Iglesia de las misiones y ante el apostolado cristiano, por haber dicho y vivido el significado y la densidad mística, el significado y la densidad apostólica de las presencias silenciosas del apóstol, de todo cristiano, en realidad, allá donde se halla o dondequiera que esté: he aquí el alma y la esencia del mensaje foucauldiano»28.
Ser apóstol en Nazaret es sumergirse plenamente en el misterio de la encarnación, tal como lo vivió Foucauld. Peyriguère se hace bereber para llevar el mensaje de salvación a sus hermanos bereberes. Es, al mismo tiempo, bucear en el misterio de la propia persona, para ir desposeyéndose de todo lo superfluo y encontrar, en lo más íntimo del ser, el misterio de la encarnación. Peyriguère siente la llamada misionera que nace de su misma esencia cristiana: «Todo cristiano ha de ser misionero, todo cristiano ha de ser salvador con Jesús». Ser cristiano en su pensamiento es, para cada persona, saberse y aceptarse como responsable en su propia alma y en su propia vida de los destinos del misterio de la Encarnación, pero también «saberse y aceptarse responsable del misterio de los demás y del mundo entero»29.
El misterio de la Salvación, a través del misterio de la Encarnación como fruto y consecuencia del misterio del Amor de Dios, es lo que querrá vivir el padre Peyriguère en su ermita de El Kbab. Para ello se hará bereber, será uno más, intentará identificarse hasta el último detalle, ropa, comida, lenguaje, para que, tal como él mismo dirá con un deje de íntima satisfacción y de sencillez evangélica, que a través de él, este nuevo bereber, Cristo pueda también ser bereber y también a través de él sus hermanos bereberes puedan descubrir a su hermano Jesús. Esta vocación de exploración y adelanto, esta vocación de encarnación profunda y total que llevará con verdadero tesón y fidelidad hasta las últimas consecuencias, y que definirá como pre-misión, y en la que quedan recogidas todas sus ansias de justicia y amor a los más pobres, de ternura y heroísmo, de tenacidad y humildad, de búsqueda en los grandes espacios del espíritu, parece hecha a su medida y no la abandonará jamás.
13. Amistad con Jesús y entrega a los hermanos
Uno de los aspectos esenciales del padre Peyriguère es su intimidad con Jesús. En él, la delicadeza y la ternura irán tomando cuerpo en sus relaciones con los demás: «Qué bueno es vivir cogido así a la falda del buen Dios! Esta pobreza, si sigue envuelta con la sonrisa de la confianza, es la marca de las obras del buen Dios»30. Al hablar de la pobreza trasciende el hecho en sí, y también de la simple comunión con el hermano, e incluso de la misma imitación de Cristo. Llega más allá. Es el sentimiento del hijo pequeño plenamente confiado en los brazos de su padre, que se siente pequeño y se siente amado. «Qué cerca estamos de Cristo en los detalles de esta vida de cada día que nos parece tan monótona y tan insignificante. Días enteros acogiendo a los bereberes, trabajando de forma agotadora: cuidados, alimentos, ternura». Para darse de esta manera hay que estar muy unido al Señor. Aunque utilizando un lenguaje impersonal, en el fondo nos está hablando de su experiencia en este fragmento de su testamento espiritual: « … después de haber tocado como físicamente, pero con respeto y amor, el sufrimiento de Cristo en todas esas carnes doloridas… nada más entrar en su pobre capillita de los confines, hallarse allí cara a cara con la Eucaristía, ¡qué calor de intimidad subía por él, le afluía al corazón¡»31
En esto podemos ver el cumplimiento de las palabras de Jesús: «Manteneos en ese amor que os tengo, y para manteneros en mi amor, cumplid mis mandamientos»32. Para conocer la vida contemplativa de Peyriguère hay que profundizar también en lo que ha comprendido acerca de las cosas de Dios, en lo que le ha sido revelado por el Padre por ser “pequeño y humilde” como decía Jesús en su acción de gracias al Padre33. Otra de las constataciones de Peyriguère es comprender que «durante mi vida he aprendido más sobre el buen Dios entre los niños pequeños que entre los grandes teólogos»34. Realización en él de las palabras de Jesús: «De los que son como ellos es el Reino de Dios35. Ligado a esto está su sentido claro de la actuación de Dios en nuestras vidas: «Adoremos esta santa voluntad de Dios, a medida que los detalles y las circunstancias de nuestra vida nos la signifiquen y nos la hagan conocer. Y después adoremos también por todo lo que aún no vemos, adoremos lo que hay de desconocido en los designios del buen Dios sobre nosotros»36.
«Nunca tengo prisa; el tiempo es un colaborador tan bueno de las obras del buen Dios, que aclara muy bien las cosas y las somete a prueba de fuego»37 .
«Día tras día, el buen Dios nos lo va arrebatando todo. Pero Él se queda siempre, todo lo que no ha arrebatado nos queda con Él y en Él»38.
Una de las cosas interesantes a tener en cuenta a la hora de considerar su conocimiento de Dios, es su expresión “el buen Dios” que utilizaba frecuentemente en sus escritos. La mayor parte de las veces que nombra a Dios, antepone el adjetivo “el buen”, como afirmando que «Nadie es bueno más que uno, Dios»39. Así, esta expresión es una herencia que nos deja el mismo Peyriguère, movido por el Espíritu Santo.
14. Buscar a Dios en donde nos encontramos y no donde nos gustaría
El padre Peyriguère siente vivamente la necesidad de dedicarse al estudio del padre Foucauld y sobre todo a expresar cual ha sido su legado espiritual al mundo. El 3 de febrero de 1939, escribe: «No me acabo de convencer de que esté a la altura de ponerme delante de un movimiento al cual he dado impulso al ser el primero y hasta ahora el único en vivir la carta de 1911. Al menos lo que yo veo claramente es que dar la doctrina de este movimiento es quizás mi vocación»40.
Pero resulta que se ve llevado a otra actividad: «No, el ideal misionero del padre Foucauld no va deprisa en avanzar: ¡estoy tan ocupado! El número de enfermos que se presentan, a menudo en proporciones agobiantes, ha aumentado»41. Peyriguère planeaba una vida de ermitaño, de “silencio y soledad”, de estudio, de cara a hacer una labor de monje misionero y de “hombre del mensaje”. Pero el buen Dios le presenta otro servicio a realizar por los hermanos bereberes. Un servicio acaparador, y Peyriguère acepta esta vida que le presenta el Padre, desarrollándola con una gran generosidad: «Paso prácticamente todo el tiempo libre cuidando enfermos… Ha sido preciso que dejase momentáneamente los trabajos intelectuales. En principio, me ha costado. De repente, un buen día, una iluminación del Señor. He “palpado” con la mano que haber hecho el más pequeño bien al más débil de nuestros bereberes era mejor y más importante que escribir páginas geniales sobre los temas más elevados e interesantes»42.
«Buscar al buen Dios allí donde se ha puesto para cada uno de nosotros, y no allí donde nos agradaría encontrarlo o donde escogeríamos encontrarlo. ¡Que elija Él! Nunca hago tanta contemplación como en plena agitación de mi dispensario. “Estaba enfermo y me cuidasteis”, entonces la carne sufriente de estos enfermos, es la carne de Cristo que tengo el trastornador gozo de tocar. A eso le llamo hacer presencia real»43.
Acción-contemplación en lo concreto de su vida en El Kbab. Hay muchos pasajes suyos hablando de este tocar la carne de Jesús a cada momento en su dispensario. Pensamos que es uno de los descubrimientos básicos de su vida y de su espiritualidad, y esto para él es su contemplación. «A Mí me lo hicisteis»44. Así, el padre Peyriguère era contemplativo cuidando a sus bereberes, porque sentía que tocaba a Jesús y en la Eucaristía donde oraba por sus hermanos de adopción, con los que se sentía uno de entre ellos: “Sacerdote de Cristo y enfermero de los bereberes”, diríamos nosotros, pero para él era “sacerdote de los bereberes y enfermero de Cristo”.
15. Apóstoles por el ejemplo, por la bondad
La intuición del “hermano universal” es de una riqueza muy grande. Su mensaje se dirige tanto a sacerdotes como a religiosos y a laicos. Su correspondencia está plagada por esa preocupación de hacer vibrar a todos con su ideal. En una carta de Foucauld a Massignon, del año 1912, hay un texto que creemos importante: «Yo sé muy bien a qué llama Dios a todos los cristianos, hombres o mujeres, sacerdotes y laicos, célibes y casados A ser apóstoles, apóstoles por el ejemplo, por la bondad, por un contacto beneficioso, por un afecto que reclama reciprocidad y que lleva a Dios; a ser apóstol ya sea como Pablo, ya como Priscila y Aquila, pero apóstol siempre, “haciéndose todo a todos para dar a Jesús a todos”»45.
Esto también lo recoge fielmente el padre Peyriguère, quién en su Testamento espiritual, escrito el 10 de febrero de 1959, pocos días antes de su muerte, lo expresa de esta forma: «El mensaje del padre Foucauld es de una riqueza muy densa y compleja. Más que una espiritualidad particular, es simplemente, nos atrevemos a decirlo, una visión del Misterio Cristiano… tal como se ha mostrado a los Padres de la Iglesia, ante todo un mundo al que había que convertir tal como debe ser propuesto a los hombres de Dios si queremos que nos escuchen. Muchos son los que vienen a beber de su fuente. Todos, por diferentes que sean unos de otros, deben tener el derecho de inspirarse en el padre Foucauld. Perdidos en la muchedumbre, aislados y viviendo este ideal cada uno en su estado de vida, tal vez alguno o alguna viviéndolo en común, a ellos nos dirigimos. Se adhieran o no abiertamente, en el anonimato o nominalmente, al padre Foucauld, el hecho es que están en su línea. Esta doctrina misionera del padre Foucauld no está simplemente destinada a los sacerdotes y religiosos. También los seglares pueden ser llamados a hacerla suya y a informar con ella su vida. ¡De qué manera, a cada instante, Foucauld recuerda que todo cristiano es responsable del destino del Misterio de la Encarnación, en sí mismo, sin duda alguna, pero también en el mundo entero! Para él nuestra vocación cristiana se nos ha dado como una vocación de salvadores. Él mismo ha llevado en sí la magnífica obsesión de integrar la preocupación misionera en el cristianismo tal como la ha vivido y propuesto que se viva. A pesar de que ciertas expresiones que parecen más bien dirigidas a los sacerdotes y religiosos, nuestro lenguaje se dirige a todos los seglares, estén donde estén y sea cual sea su estado de vida»46.
No hace falta insistir sobre la universalidad del mensaje del padre Foucauld, tan profundamente vivido por el padre Peyriguère, que llega a una serie de formulaciones muy claras. Pero también vivió esta preocupación por llevar a todos los cristianos el mensaje que había sido el centro de su vida. En una carta del año 1945, el padre Peyriguère escribe a un amigo poniendo de manifiesto el mensaje misionero de Foucauld al final de sus días, como si fuese el propio del padre Peyriguère: «Poniendo a punto nuestra doctrina misionera, Y habiendo de proponerla por primera vez al gran público, me doy cuenta de que mis ideas han evolucionado singularmente respecto a la forma que podrían tomar esos grupos, formados espontáneamente por los que se habrían adherido y quisieran consagrar su vida a la práctica de esta doctrina. Mis horizontes ahora van más allá de los horizontes de la carta y toman toda la dimensión de los horizontes de la Asociación. Es un hecho que el padre Foucauld al final de su vida olvidó casi todos sus proyectos de reglas. Sus preocupaciones parecían casi totalmente centradas en el Directorio y en la voluntad de proponerlo al mayor número posible de almas y de hacerlo vivir. De otra parte, pensaba ir a instalarse a Francia y permanecer todo el tiempo que fuera necesario para poner en marcha esta Asociación. Almas penetradas de su espiritualidad misionera, que estuviesen completamente disponibles para lo que la obra misionera reclamase de ellos y bajo la forma que ella reclamase: he aquí lo que él quería dar a la Iglesia misionera, el instrumento que quería forjar para ella… Algo totalmente libre en relación a una regla, sin atarlo a cuestiones de reglamento, de hábito, de espíritu particular, etc. al servicio total y único de la Iglesia misionera, fuera lo que fuera lo que se les pidiese. Elementos comprometidos, definitivamente o por el tiempo que hiciera falta, en todos los ambientes, sacerdotes, religiosos, laicos e incluso familias. En algún caso la primera penetración misionera tan sólo podría ser posible dando paso en primer lugar a unos Priscila y Aquila. ¿Bajo qué forma, en qué estructura, muy amplia, evidentemente, pero asimismo real, se agruparían todos estos elementos? Estoy tal vez a punto de concebirlo. Tanto los grupos de la regla, como los grupos de la carta, podrían existir en el interior de un organismo muy amplio… Una “fraternidad”, una familia de almas donde fueran aseguradas la estabilidad y la cohesión, una cohesión y estabilidad bien reales y bien sólidas, pero con el mínimo, tan sólo el mínimo necesario, de encuadramiento exterior y una forma canónica nueva a encontrar»47.
J L. VÁZQUEZ BORAU
1 Cf. R. GIRÓ, “Albert Peyriguère”, Jesus Caritas 22 (1980)
2 A. PERYGUÈRE, Los caminos de Dios (Barcelona 1968) 50
3 Ibid. 66
4 Ibid.
5. Ibid. 78.
6 Ibid. 81
7 GORRÉE-CHAUVEL, Foucauld y Peyriguère. Misioneros que no colonizaron, (Madrid 1968) 69. 22
8. Ibid, 70.
9 Justamente será el padre Henrion que una vez en Túnez rechazará que se una a ellos para formar parte de la Fraternidad a René Voillaume. ¡Cosas de la Providencia!
10. a. PEYRIGUÈRE, Los caminos de Dios, o. c., 122.
11. M. LAFONT, El Pare Peyriguère, Barcelona 1974, 35.
12. (BACF) Bulletin de l’Association Charles de Foucauld, París, nº 68, 37.
13. Ibíd.
14. M. LAFONT, El Padre Peyriguère, o. c., 46.
15. Ibíd. 54.
16. A. PEYRIGUERE, “Une vie que crie l’Evangile”, Le Maroc Catholique (1928).
17. M. LAFONT, El Pare Peyriguère, o. c., 101.
18. Ibíd. 107.
19. Ibíd. 113.
20. Ibíd. 116.
21. El marabú (al-marabit, morabito, «almorávide») es un campeón de la fe, una especie de santo, a veces ermitaño, buen conocedor del Corán, famoso por su profunda piedad, cuyo prestigio le lleva a ser consultado por los doctores de la ley y a ser tomado por árbitro y juez de la tribu o incluso de la región, levantándose a su muerte una tumba (también llamada marabú), adonde acuden en peregrinación. Pese al monoteísmo islámico, el pueblo siempre buscó intermediarios entre lo divino y lo humano.
22. Ibíd. 148.
23. Ibíd. 143.
24. Ibíd. 147.
25. GORRÉE-CHAUVEL, Foucauld y Peyriguère. Misioneros que no colonizaron, o. c. 172.
26. M. LAFONT, El Pare Peyriguère, o.c., 121.
27. Ibíd., 144.
28. A. PEYRIGUÈRE, El tiempo de Nazaret, o.c., 87.
29. Ibid. 84-85. 31.
30. M. LAFONT, El pare Peyriguère, o. c., 188.
31. A. PEYRIGUÈRE, El tiempo de Nazaret, o. c., 209.
32. Jn. 15, 10.
33. “Por aquel entonces exclamó Jesús: «Bendito seas Padre, Señor del cielo y tierra, porque, si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla; si, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien» (Mt 11, 25-26).
34. M. LAFONT, El pare Peyriguère, o. c. 193.
35. Mt 19, 14.
36. M. LAFONT, El pare Peyriguère, o. c. 192.
37. Ibid., 194.
38. Ibid., 186.
39. Lc 18, 19.
40. M. LAFONT, El pare Peyriguère, o. c. 147.
41. Ibid., 154.
42. Ibid.,107. 34
43. Ibid., 192.
44. Mt 25, 31-46.
45. D. BARRAT, Oeuvres spirituelles de Charles de Jesús, pere de Foucauld. (París 1958) 773.
46. A. PEYRIGUÈRE, El tiempo de Nazaret, o. c., 185-186. 36
47 Carta inédita del padre Peyriguère, que se encuentra en la Biblioteca Foucauld de la Comunidad de Jesús.

Talence, 16 de octubre de 1926
«He recibido su carta de Lourdes: me la han enviado de Ghardaya hacia aquí donde estoy obligado a tomar algo de reposo.
Era casi fatal: salí muy cansado hacia el Sahara y en pleno verano: la sacudida fue muy dura y la prudencia me recomendaba replegarme momentáneamente.
Digo «momentáneamente», pues pienso poder volver a finales de diciembre o a principios de enero.
He pasado allá abajo los días más maravillosos de mi vida: fueron los más verdaderos y los más profundos. El buen Dios me ha hecho morder el fruto: guardo el áspero paladar.
Es tan bueno para el alma el desierto: uno se siente tan cerca de Dios, tan cerca de Dios solo, y, por tanto, tan libre, verdadero, liberado de las esclavitudes y de los fingimientos.
Ya os he dicho que en el umbral del desierto, uno deja todos los lazos que no hacen sino estorbar y dispersar la pobre alma. Sólo se lleva aquellas afecciones profundas a las que el corazón, deshecho de todos los demás fardos, se entrega más enteramente. Necesito decirles que su recuerdo fue de aquellos que permanecieron más sólidamente cogidos en mi alma: he rogado mucho por usted y por los suyos.
Ruega un poco por mí: que el buen Dios no me juzgue indigno de la gran vocación que me ha concedido.»
Albert Peyriguère: Siguiendo los caminos de Dios, Barcelona: Ed. Nueva tierra, 1967, p. 126-127.


Fue durante un viaje por Marruecos en 1883 cuando San Carlos de Foucauld descubrió el Islam y los musulmanes. Marcado por la piedad de los fieles de la religión del Libro, tuvo una experiencia espiritual decisiva durante la Noche del Destino (Laylat-ul al-qadr) que fue sin duda el primer paso de su conversión a la fe católica pocos años después. El amor sincero de Charles de Foucauld por los musulmanes y el mensaje universal del Islam nunca vaciló a lo largo de una vida dedicada a Dios ya sus hermanos en humanidad. Nuestro encuentro con los hermanos monjes de Notre-Dame de l’Atlas, un monasterio muy ligado a la figura del ermitaño de Béni Abbès, tiene por tanto una resonancia muy particular. Recitar el dhikr y cantar los poemas del Cheikh al-Alawi durante una sesión de sama’a (canto espiritual sufí) en el recinto de la capilla Charles de Foucauld fue para todos nosotros una experiencia de intensa emoción. . Al recitar la shahada (profesión de fe musulmana) y versos del Corán frente al retrato del santo varón, su rostro de infinita dulzura, su sonrisa benévola y su mirada rebosante de amor, tuve la impresión de perpetuar la obra y la voluntad de quien quiso mezclar pasajes del Corán en sus oraciones, según sus palabras al Abbé Huvelin que lo condujo al camino de Cristo en 1886. Como recuerda uno de los hermanos monjes, el Espíritu Santo estaba con nosotros durante este acontecimiento inolvidable y, sin duda, también estuvo presente la barakah (bendición) de nuestros shaykhs sufíes. El Padrenuestro recitado en lengua árabe ha culminado este encuentro espiritual, que no ha sido un simple encuentro de cortesía entre cristianos y musulmanes sino una verdadera comunión entre hermanos en Dios, entre hijos de Adam honrados por el Todopoderoso, alabado sea Él. Doy gracias a Dios por haber podido vivir momentos tan preciosos con mis hermanos cristianos y doy gracias a quienes hicieron posible este encuentro.
La fraternidad universal fue el objetivo y la principal motivación de este viaje en el marco de las Jornadas de la Convivencia en Paz, que coincidieron con el aniversario de la canonización de San Carlos de Foucauld por el Papa Francisco el 15 de mayo de 2022, pero también con el martirio de los monjes de Tibhirine, 21 de mayo de 1996. La emoción también fue intensa durante la misa en su memoria, al final de la cual cada hermano en humanidad ofreció la paz de Cristo a su prójimo, así mismo al final de la oración colectiva, los musulmanes ofrecen el Salam a su prójimo. La paz es un compartir, un sentimiento de pertenencia mutua a la misma familia, la de la humanidad. El otro punto culminante fue la visita al memorial de los mártires de Tibhirine que recorre la historia de estos hombres de Dios sacrificados en el altar de la intolerancia y del odio, cuando eran sólo Amor, y cuyo corazón estaba enteramente vuelto hacia el Otro. Nos reunimos ante la tumba del padre Albert Peyriguère, que dedicó su vida a trabajar por el bien de los demás, vida de un auténtico santo, considerado como tal por los habitantes de los pueblos de los alrededores. El fascinante carisma que emanaba de su retrato me recordaba al de Shaykh al-Alawi, cuya presencia evocaba la de Cristo con sus discípulos, según el célebre testimonio del doctor Carret. Atrapados por la bendita presencia del Padre, recitamos la Fatiha, primera sura del Corán, por el eterno descanso de su alma. Las hermanas nómadas Cécile, Marie… (Misioneras Franciscanas de María), perpetuaron magníficamente la obra del Padre Peyriguère y Charles de Foucauld cuidando a los hombres, mujeres y niños de la cordillera del Atlas, ofreciéndoles una vida y una educación viviendo entre ellos en tiendas de campaña seis meses al año, a pesar de las difíciles condiciones, el frío y los peligros, la edad avanzada y el agotamiento, se sacrificaron hasta el final por su prójimo, su única prioridad en este mundo. Estos hombres y mujeres encarnaron plenamente el mensaje universal de Cristo dedicando sus vidas al servicio de la humanidad, independientemente de su religión, origen o condición social, haciendo del sacrificio por los demás un medio de realización espiritual y un camino difícil pero tan regio hacia la divina presencia. Sus historias me recordaron los de muchos personajes sufíes que han dedicado y aún dedican su vida al servicio de la humanidad. He visto a hermanos sufíes acoger a desempleados vengan de donde vengan y sean quienes sean, y así aspirar al amor universal de todas las criaturas de Dios, otros recorren las panaderías de su pueblo después de la oración del alba, para recoger el pan que no se ha vendido y repartirlo al pobre. Estos personajes excepcionales están animados por el mismo amor espiritual por Dios y sus criaturas, y sus zaouias (centros sufíes), al igual que los monasterios, son verdaderos oasis de paz y convivencia abiertos a todos, sin distinción. Los Sufís y los monjes lograron crear lugares de refugio y consuelo espiritual para el Hombre, en un mundo cada vez más sin sentido y cuyos valores son cada vez más ilusorios y antihumanos, benditas cavernas en las que todos podemos encontrar una fraternidad y un auténtico amor hecho de compartir, alegría y benevolencia. Los nómadas del Atlas encuentran refugio en cuevas para protegerse de los lobos, la nieve y el frío, y yo encontré esta bendita cueva en la zaouia, como San Carlos de Foucauld que quiso crear «zaouia de oración y hospitalidad». Puedo afirmar que el monasterio de Notre Dame de l’Atlas es uno, y también contiene el simbolismo extraordinario de una cueva que visitamos y en la que los siete mártires de Tibhirine encuentran la felicidad eterna bajo la cruz de un Cristo vivo y el corazón misericordioso de la Virgen María. Este simbolismo está directamente relacionado con el de los ahl al-Kahf, la gente de la cueva a la que está dedicada una sura homónima del Corán (al-Kahf). El simbolismo de la cueva no es otro que el corazón, el que Charles de Foucauld lució en su túnica de ermitaño, y que representa la presencia divina de la paz y la misericordia. Dentro de este refugio universal, que cada uno puede crear primero dentro de sí mismo, luego en un lugar dedicado a convivencia en paz, cristianos y musulmanes se aman en Dios y su fe puede fortalecerse por la presencia recíproca de sus hermanos en la humanidad. Porque la verdadera fraternidad es esta «agua de Dios» que buscan cristianos y musulmanes, y que reposa en el pozo contiguo al memorial de Tibhirine. Esta “primavera pura” de la que hablaba Emir Abdelkader, uno de los más grandes sufíes del siglo XIX, conocido como el protector de los cristianos, quien también pronunció estas magníficas palabras: “Si los musulmanes y los cristianos hubieran querido prestarme atención, hubiera puesto fin a sus peleas; habrían llegado a ser, exterior e interiormente, hermanos.”
En Notre Dame de l’Atlas, encontré infinitamente más que monjes cristianos: encontré verdaderos hermanos, hermanos en Dios, hermanos en humanidad. En el corazón de las montañas del Atlas, donde el agua, la tierra y el viento cantan sus infinitas melodías, encontré esta fraternidad universal que tanto falta en nuestro mundo desorientado, tomé de la fuente pura del Amor que Cheikh Khaled Bentounès, maestro espiritual de la cofradía Alawiyya e iniciadora de estos días de convivencia en paz, evocada en estas bellísimas palabras: “reconectar con la calidez de la melodía del canto, fuente de vida, que la Tierra dirige a los cielos, le toca hasta ahora- mujeres y hombres videntes y sabios para llenar el vacío medio y tejer el manto del entendimiento para sanar los males de este siglo.” Como esta mujer nómada de sonrisa radiante y generosidad contagiosa que conocimos en los altos valles del Atlas y que trabajaba pacientemente en su telar, debemos reencontrarnos con los valores universales, educar los corazones con amor y paciencia, para germinar esta cultura de la convivencia auténtica juntos, y construir un mundo donde la gran familia humana logre trascender las diferencias y los malentendidos para cumplir su única misión aquí abajo: sembrar las semillas de la paz y recoger los frutos de la fraternidad universal.
Ali Benziane, poeta, escritor, embajador de JIVEP 2023 en Marruecos, 24 de mayo de 2023




EL P. PERYGUÈRE: MÍSTICO Y HOMBRE DE ACCIÓN
Jean Marie Peyriguère nació el 28 de septiembre de 1883 en Trébons, al pie de los Pirineos, en un modesto hogar de obreros, hijo de padre carpintero y madre empleada de hogar. Pasa su juventud en la comarca de Burdeos. Fue ordenado sacerdote el 8 de diciembre de 1906, con dispensa de edad, porque solo tenía veintitrés años. Nombrado profesor en la escuela Gratry de Bordeaux, en julio de 1909 obtiene la licenciatura en Letras. Enviado al Instituto católico de Paris prepara la tesis doctoral en teología sobre san Bernardo y el movimiento místico del siglo XII. Allí se relaciona con personajes reconocidos en el ámbito católico como lo eran François Mauriac, André Lafond, y André Lamandé.
Camillero durante la Iª guerra mundial (1914-1919). Crea entre los soldados una asociación católica con el nombre de “los amigos de Cristo”. El ejército le concedió la cruz de guerra y cuatro condecoraciones más por sus heridas y valentía.
La lectura de la biografía de Carlos de Foucauld del escritor René Bazin le impacta grandemente. Como consecuencia de este descubrimiento espiritual pide al arzobispo de Cartago permiso para vestir el mismo hábito que Carlos de Foucauld y vivir como ermitaño atendiendo al tiempo sus parroquias en su oficio de párroco. Los acontecimientos se precipitan cuando el P. de Chatouville, padre blanco originario de Bordeaux, le propone vivir juntos el ideal de Carlos de Foucauld en una ermita del Sahara. En junio de 1926, se instala en La Daya, un pequeño oasis cerca de Ghardaia (Argelia).
El desierto del Sahara pone a prueba su salud. En septiembre abandona La Daya, dejando solo a su compañero en la recién estrenada experiencia para regresar a Francia en julio de 1927. La falta de salud y el mal entendimiento con el P. de Chatouville, estricto y exigente en el cumplimiento del reglamento de 1899, le hicieron tomar un nuevo camino espiritual a la luz de la carta de Carlos de Foucauld, de 13 de mayo de 1911, donde el eremita presentaba una concepción más abierta del ideal misionero.

Viaja a Marruecos e inmediatamente se declara una gran epidemia de tifus. El 6 de marzo de 1928 el padre Peyriguère enferma y es transportado al hospital de Mogador (actualmente Essaouira) donde luchará diez días entre la vida y la muerte. El hermano Pierre muere el 9 del mismo mes. Superada la enfermedad, en los días de recuperación, acompaña al vicario apostólico para impartir el sacramento de la confirmación por toda la diócesis. En julio de 1928 se queda a vivir en Khénifra donde una familia francesa le llevará a El-Kbab, pueblo de montaña situado a unos treinta kilómetros al sur de Khénifra. El pueblo le cautiva. Se instala en el lugar el 16 de julio de 1928.
Enamorado del pueblo bereber ocupa su tiempo en conocer su lengua y su cultura, a orar y estudiar, además de atender a los enfermos en un dispensario lleno de pobres y gentes humildes. El 26 de abril de 1959 muere en total soledad, en el hospital de Casablanca. Las exequias son presididas por el arzobispo de Rabat, Mons. M. Lefebvre, el martes 28 de abril en la iglesia de Notrê – Dame de Lourdes en Casablanca.
Un joven bereber pronunció en sus exequias esta oración fúnebre que muestra la percepción del otro diferente:
«El Marabut no tenía mujer ni hijo, / todos los pobres eran su familia, /todos los hombres sus hermanos…
Dio de comer a quienes tenían hambre. / Vistió a los que estaban sin vestido. / Cuidó a los enfermos, / defendió a los tratados injustamente, /acogió a los que carecían de casa.
Todos los pobres eran su familia. / Todos los hombres sus hermanos. / ¡Séale Dios Misericordioso!»
El joven musulmán, sin saberlo, hizo un cántico a la vida del P. Peryguère a la luz del conocido texto de san Mateo 25.
De mucho provecho será acudir a uno de nuestros boletines dedicados en su día al místico, seguidor de Carlos de Foucauld: FAMILIAS CARLOS DE FOUCAULD, “Albert Peryguère. Conducido por el Espíritu” Boletín Iesus Caritas Época V, 22 (1980).


¡Pobre ermitaño del Kbab! No lo dejan solo ni un instante en todo el santo día, mañana y noche. ¿Y su silencio? Lo podéis ver aquí: sin interrupción llaman a la puerta y gritan «Marabut». Suerte, sin embargo, que está la noche. ¡Ah! que es agradable de parecerse a nuestro Cristo: durante el día, los pobres y los enfermos; por la noche, encontrarse y conversar con el Padre. La misa la digo a solas, pero solo, no lo estoy nunca… Soy, estando a solas, todo el Cuerpo Místico que ruega y se inmola …
No hay más que una cosa que sea verdadera y buena: la voluntad del Maestro. La cual consiste en servirlo de la manera que él escoge para hacerse servir por nosotros.
Al cabo de veinticinco años, aquí me tenéis, en esta pequeña ermita, siendo el más feliz de los hombres, sin desear nada, sin esperar nada … sino sólo el cielo, con el corazón aplastado por el peso de tanta alegría y de tanto honor que el Maestro me ha procurado con esta magnífica vocación. Contemplación y caridad: rezar, inmolarse, hacer gestos de bondad; recomenzar en medio de estas almas el magnífico gesto de Cristo, cuya obra redentora giró en torno de estas tres palabras: rezar, inmolarse, hacer bien.
Desde el comienzo de mi vocación, me impuse quince años del nisi granum frumenti del Evangelio y diez años de acción silenciosa y solitaria en El Kbab mismo, antes de aceptar emprender ninguna actividad. Las obras del buen Dios tienen que madurar en el silencio y quizás en el aplastamiento de quien las emprende. Están a punto de acabarse los quince años. También los diez años de El Kbab tocan a su término. Que pueda yo querer solo aquello que el buen Dios quiere, y hacer solo eso, ya que su fuerza habrá decidido cooperar con mi debilidad.
En el fondo, no hay sino una verdadera espiritualidad, que es la más rica, la que preserva ilusiones: saber la riqueza incomparable de cada instante que nos es dado, sobre todo cuando este instante nos pone delante del pobre y del desventurado, delante del que sufre; no se tiene que saber de nuestro cristianismo para no saber que, bajo las apariencias del desventurado, está el Cristo que viene a nosotros, que se nos da, que quiere que nosotros le demos de comer y le vistamos, que quiere ser consolado y reconfortado por nosotros. Abandonarse a Cristo… para que él recomience en nosotros su vida, vuelva a decir sus palabras, sienta nuevamente sus sentimientos, realice sus acciones otra vez… en el fondo no ser nosotros… ser el Cristo que vive en nosotros.
¡Ah! ¡cómo salvaba el Cristo de la vida oculta, ah! como es el Cristo de la vida oculta, el Cristo de la eucaristía… Abrid de par en par vuestra alma a toda la nostalgia que siente este Cristo de hacer suyas otras almas. Sabeos el trampolín desde donde él se lanza y queráis serlo… Que vuestra espiritualidad, centrada completamente en la eucaristía, sea una unión con el Cristo salvador.
Mi vocación se me muestra bien clara: perfilar la espiritualidad y la doctrina misionera del padre de Foucauld. Los que querrán hacérsela suya y dedicarle su vida, se buscarán, se encontrarán. Cuando se hayan encontrado, si desean trabajar juntos, tendrán que concretar la fórmula para la organización de su grupo y los cuadros que contengan sus deseos de cooperación.
Fragmentos de textos extraídos del libro «Padre Peyriguère» de Michel Lafon. Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 1974

“He buscado estar cerca de la gente, hablar su lengua, compartir sus alegrías y sus penas.”
P. Michel Lafon. 1922 – 2023
https://docs.google.com/document/d/1xoLke8OX5mY1hpLUDety_Jn7uHoz_vRx/edit?usp=sharing&ouid=105220052974298741714&rtpof=true&sd=true
«Querer rezar con un santo nos lleva a penetrar en su universo espiritual y a descubrir las fuentes de su vida, pues la vida empapa la oración del mismo modo que ésta inspira nuestro comportamiento. Desde aquí formulo el deseo de que esta selección de textos de Carlos de Foucauld, y los comentarios que los acompañan, puedan ayudarte a rezar y también a vivir, ¡y más de quince días!». (De la Introducción de 15 días con Carlos de Foucauld de Michel Lafont)
“Actualidad del mensaje del P. Albert Peyriguère”
P. Michel Lafon
No se puede separar Albert Peyriguère de Charles de Foucauld.
Peyriguère se ha presentado siempre como “el hombre del mensaje”, es decir del mensaje de Charles de Foucauld. Mgr. Dagens decía, en Viveros el 2001: “Reconocemos en Carlos de Foucauld un don de Dios por la renovación de la misión cristiana”.
Es este don de Dios el que Albert Peyriguère ha querido poner de relieve a partir de los escritos y sobre todo de la vida del hermano Carlos. Pero, evidentemente, tal como ha sido vivido por él, en un contexto político y social diferente, más próximo a nosotros, y tal y como lo explicó a su modo.
Yo mismo, hijo espiritual de estos maestros, creo ser fiel a lo que ellos me han enseñado. Intenté vivirlo, en mi caso, durante 41 años, en tierra musulmana, y de expresarlo a mi manera. Sobre todo, me gustaría decir que este mensaje es actual para nosotros. Aquello que nos ha dicho el Padre Peyriguère a través de su vida y de sus escritos responde a algunas de nuestras preguntas.
1. Responder al llamamiento del tercero mundo.
En los últimos años de su vida, Carlos de Foucauld intentó poner en marcha una Asociación, la finalidad de la cual era hacer tomar conciencia a los cristianos de Francia de sus responsabilidades frente a los pueblos de las colonias. Hoy, ampliamos y hablamos de los cristianos de Europa y de los pueblos del tercer mundo. ¿No es más actual que nunca?
Hace 100 años, Carlos de Foucauld deseaba hacer una llamada a los laicos, hombres y mujeres, con la intención de que fueran al tercer mundo, no como “misioneros” sino como testigos silenciosos de Jesucristo a través de sus oficios (enfermeras, agricultores, comerciantes, sabios). Profetizó lo que sería la cooperación y la ayuda humanitaria. Subrayaba la importancia de los laicos para hacer caer las barreras entre el mundo no-cristiano y la Iglesia, representada sobre todo por los sacerdotes y las religiosas. Hacer caer las barreras entre la iglesia y el mundo no cristiano, en el tercer mundo y Europa, es uno de los ejes esenciales del pensamiento foucoldiano, lo volveremos a encontrar cuando hablemos de Nazaret.

El P. Peyriguère, también deseaba que los cristianos de Europa fueran a ponerse al servicio del tercer mundo, y, en el momento de la independencia de Marruecos, que estos cristianos “comprendan que tienen que pasar del estadio de señores al de amigos” renunciando a todo sentimiento de superioridad. (Y si exigía de ellos una competencia técnica, los quería “creadores de una ciencia de relaciones a base de respeto y de amor”). En Europa, no podemos vivir sin tener en cuenta a nuestros hermanos del tercer mundo. Aplicamos la parábola evangélica del rico y del pobre Lázaro al plan de las colectividades: Lázaro es el mundo de los pobres llamando a la puerta de la rica Europa. ¡Cuando pienso que en África los niños se mueren de hambre y que aquí se preocupan del aumento de niños obesos!
Los cristianos deban estar en primera línea para despertar la conciencia de sus conciudadanos. En todos los ámbitos de la vida, en la política y la economía, en la predicación y la catequesis, tenemos que pensar y actuar no solamente en función del crecimiento de nuestro país, de nuestro bienestar, de nuestros intereses, sino teniendo en cuenta a Lázaro que está en nuestra puerta. Empezamos aquí porque el tercer mundo está entre nosotros con los inmigrantes.
El Padre Peyriguère tomó posturas muy enérgicas contra las injusticias de las cuales fue testigo. Se indignaba aún más porque era verdaderamente uno entre ellos, en medio de los Beréberes de su pueblo. Uno de ellos, por su vestido, por la lengua, por la sensibilidad, que se “marroquinizó”, incluso físicamente. Tras su muerte, su médico y amigo, el Dr. Delanoë, escribió: “a sus Beréberes, los había amado tanto, había vivido de tal manera su vida, que hasta biológicamente se había identificado con ellos”. ¿No es una maravilla del amor? Se convirtió en uno de ellos. Cada vez que tenemos relaciones con un magrebí –en el trabajo, en el colegio, en el hospital, en nuestro edificio o en su tienda- tenemos que repetirnos: es un hermano del Padre Peyriguère. Si admiramos, si amamos Albert Peyriguère, ¿no cambiará esto nuestra mirada? Escuchémosle diciéndonos: es mi hermano, es un hermano de Cristo. Entonces, si pensamos en esto, ya no seremos los mismos y ellos ya no podrán ser los mismos para nosotros.
2. Desarrollar una mirada nueva sobre el mundo no-cristiano.
Antes, para encontrar el Islam, Carlos de Foucauld y Albert Peyriguère tenían que atravesar el Mediterráneo. Ahora el Islam se encuentra en medio de nosotros. Se ha convertido en un Islam europeo, como pasó durante siglos con la civilización árabe-musulmana que marcó profundamente Europa, tema olvidado o ignorado, aunque no en España. La mayor parte de los inmigrados es musulmana. ¿Cuál es la intención de Dios que permite que se reencuentren de nuevo el Islam y el cristianismo sobre esta vieja tierra de Europa? No conozco la respuesta, pero estoy seguro de que sólo puede ser para el bien de uno y otro, cada cual tiene que recibir algo del otro en esta confrontación pacífica.
Me gustaría de todo corazón, y a esto me dedico tanto cómo puedo, que el reencuentro entre el Islam y el Cristianismo en Europa sea exitoso. ¿Como tener éxito en este reencuentro? He aquí la respuesta de Peyriguère: “entre cristianos y musulmanes hay primero una actitud de respeto recíproca que deberíamos impulsar hasta la simpatía y hasta un verdadero amor fraterno en Dios… No humillar el Islam pero tampoco, ni en nosotros, ni ante sus ojos humillar nuestro cristianismo y que no lo humillen ellos. Dejar a los musulmanes lograr toda su altura, que no es pequeña… Respetar su orgullo musulmán y la sinceridad de sus creencias, pero también conservar toda nuestra altura, dirigirnos a ellos con todo nuestro orgullo cristiano, he aquí el mínimo que los musulmanes tienen el derecho de esperar de nosotros, son estas las condiciones para que el reencuentro se produzca”.
Algunos comentarios.
Primero un respeto profundo al otro. No caricaturizar, no denigrar aquello que viven los musulmanes por ignorancia, por prejuicio. No burlarse de ellos. Esto no quita nada a mis propias convicciones, reconocer aquello que hay bonito, aquello que hay de grande en el otro.
La regla de oro del evangelio es: “Todo lo que queréis que los hombres hagan por vosotros, hacedlo igualmente por ellos” (Mt, 7, 12) Aplicar esta regla es hablar de los musulmanes con el mismo respeto, la misma simpatía, con la cual me gustaría que los no-cristianos hablen de mi fe cristiana.
Cuando el Padre Peyriguère habla de “orgullo cristiano” no se trata de sentimiento de superioridad, del orgullo del fariseo: Señor no soy como estos musulmanes… ( dejamos de lado el pasado en el cual hemos cometido ambos faltas, crímenes, en la historia, a veces sangrante del reencuentro… tal y como pide el Concilio). No solamente el respeto sino también el amor fraterno. Nazaret, ya lo veremos, es el tiempo del amigo (J. Loew).
Si queremos vivir este respeto y esta amistad, ¿cómo tiene que ser nuestra mirada sobre los musulmanes? Más generalmente, ¿cómo tiene que ser nuestra mirada sobre los no-cristianos que nos rodean, sobre los que están alejados de la Iglesia?
El P. Peyriguère tenía una conciencia viva de que su propia experiencia en el ambiente musulmán podía dar luz a los cristianos de Europa. Lo dijo y escribió a menudo al final de su vida: “una gran tarea urgente se impone, decía, ir a decir en Francia el mensaje del Padre Foucauld. He pasado mi vida viviendo este mensaje, y después de haber intentado vivirlo, me he puesto ‘a pensarlo’, a explicármelo… para poder explicarlo a los demás”.
Todos estos musulmanes, todos estos no-cristianos con los cuales vivimos, aun cuando no pongan nunca los pies en la iglesia, no son extraños a Cristo. Si una pequeña parte de la humanidad es cristiana, decía el P. Peyriguère, toda la humanidad es crística y en particular estos musulmanes”.
Entonces, si nosotros situamos este amigo no-cristiano en relación a la iglesia, tendremos una visión negativa: no está bautizado, no se ha casado por la iglesia…, sólo negaciones. Situémoslo en relación con Cristo Jesús: Sin querer anexionarlo, situarlo en el reino de Dios, que se extiende en el tiempo y en el espacio, más allá de las fronteras visibles de la Iglesia. El P. Peyriguère evocaba sobre este tema “la inmensa multitud” de la misa de Todos los Santos. Ésta multitud que nadie puede numerar y que no entra dentro de ninguna estadística de sociología, pero que el autor del Apocalipsis veía en la gloria del cielo.
3. Nazaret es una forma misionera nueva,
de la cual el P. Foucauld es el iniciador, para la Iglesia frente al mundo no-cristiano. Estamos profundamente convencidos de que Jesús es “el camino, la verdad, y la vida” y querríamos que los otros compartieran nuestra convicción. ¿Cómo hacerlo?
Todo musulmán, todo no-cristiano rehúsa cualquier proselitismo, cualquier acción, cualquier discurso con vistas a atraerlo para que se una a nosotros. Se trata más bien, dice el P. Peyriguère, de poner en práctica las máximas del hermano Charles “rezar el Evangelio en silencio”, “Gritar el Evangelio con la vida”… escribía también: “Las personas alejadas de Jesús tienen que conocer el Evangelio viendo mi vida, sin libros y sin palabras…, al verme, tienen que ver aquello que es Jesús”. Y este programa es mucho más exigente que hacer un discurso… manifestar la presencia de Cristo por nuestra bondad, por nuestra amistad. ¿Sabéis lo que los musulmanes esperan de los cristianos, cuando leen en el Corán estas palabras puestas en boca de Dios “hemos enviado a Jesús, hijo de María, le hemos dado el Evangelio? Hemos establecido en los corazones de los que los siguen bondad y compasión” (57, 27)? Esta forma de misión en un mundo no-cristiano, en el que no es tiempo del apostolado directo, del anuncio explícito de la Buena Nueva, el P. Peyriguère lo ha comparado al tiempo de la vida de Jesús en Nazaret que precede al tiempo de la enseñanza por la palabra durante su vida pública.
El P. Peyriguère pensaba que era una gran invención de Carlos de Foucauld presentar Nazaret como una forma de vida apostólica adaptada a algunos medios y épocas. Esta imitación de Jesús en Nazaret implica compartir la vida, el trabajo. No es la separación, es “vivir con” aquellos a los cuales se ha sido enviado. Es el tiempo de las relaciones de amistad. ¿Veremos el resultado de esta misión? Primero diré que la amistad es gratuita, no es una nueva táctica. Amo al otro por sí mismo. Pero después respondo con otra pregunta: ¿Conocemos el destino de Dios sobre nuestros amigos? Deseo que mi amigo conozca a Jesucristo como yo lo conozco. Pero ¿es este el deseo de Dios? El P. De Foucauld escribía de Tamanrasset que podan pasar siglos entre el primer de golpe de hoz y la cosecha. ¿Por qué estos miles de años anteriores a la Encarnación? ¿Por qué estos treinta años de silencio de Nazaret? Entonces, andamos al paso de la paciencia de Dios.
4. En el mundo no-cristiano,
el “cristiano” renunciando a rezar con el discurso, reza silenciosamente por su vida. A través de sus gestos y de sus palabras, es silenciosamente presencia de Cristo. “Por la presencia del cristiano, Cristo se hace presente. Por él, haciéndose presente, se muestra” escribía Peyriguère.
Cristo se muestra a través del cristiano, por su bondad, por su comportamiento, por su vida. Se muestra y actúa. Actúa a través de mi amistad hacia el otro. Él es el actor de la misión. Esto supone que nosotros sabemos que Cristo vive en nosotros, que lo dejamos vivir en nosotros. De esta realidad tan importante, se habla demasiado poco, se la enseña tan poco. Mientras que saber que Cristo vive en nosotros, podría transformar nuestra vida, exaltarla, darle un alcance extraordinario a nuestra vida cotidiana, hasta a nuestras más simples actividades. Peyriguère escribió: “Cristo no está fuera de ti. Está en ti. Es más tu mismo que tú mismo. Es Él quien vive en ti, es él quien trabaja en ti, quien ruega por ti…” Somos testigos de Jesucristo: tenemos que ser transparentes a fin de que sea él quien se muestre. Él es en nosotros, tal y como somos, con nuestro temperamento, nuestro corazón, en nuestra situación concreta. Cristo viviente actúa por nosotros: planteémonos la cuestión: ¿qué diría él, qué haría en mi lugar? El P. Peyriguère decía sobre esto: “Toda esta mística del apostolado que toma las cosas de dentro”.
Todo esto, el P. Peyriguère se lo ha escrito, a lo largo de 25 años, a una religiosa docente, en las cartas recogidas en el volumen “Dejaos tomar por Cristo”, que ha obtenido un gran éxito en numerosos países, Cataluña incluida.
Entonces, a partir de mañana, traemos el Grito viviente en nosotros, en nuestro medio de trabajo, en el autobús, en nuestros intercambios, allá dónde vivimos, esto será como una multiplicación de la Encarnación a través del tiempo y del espacio.
Conclusión
1 . Charles de Foucauld, el hermano universal, quiso llamar a los laicos cristianos a ser testigos de Cristo en medio de los pueblos, que aún no eran llamados tercer mundo. ¡Como serían hoy felices él y el P. Peyriguère, de oír hablar de mundialización! Si los cristianos están en todas partes en primera fila de los combates por la paz, la justicia y la fraternidad, ¡qué oportunidad representa la mundialización para el cristianismo!
2 . Los musulmanes en Europa reencuentran a los cristianos. A la escucha de Peyriguère, la sola respuesta es la amistad. Más allá de las fronteras de la Iglesia, cuando no se puede anunciar a Cristo por la palabra, la amistad es el lenguaje del Reino de Dios.
3 . Se oye hablar a nuestro alrededor de una Iglesia autoritaria, que prohíbe, que manda… En lugar de responder situándonos en el terreno de la Ley, descubrimos lo que es vital: Cristo vive en nosotros y da una dimensión infinita a nuestra vida humana. Dejemos a Cristo vivir en nosotros.
Michel Lafon.
RECUERDO DE ALBERT PEYRIGUÈRE EN LOS 50 AÑOS DE SU MUERTE EN EL KBAB, EL 26 DE ABRIL DE 1959
Albert Peyriguère nació cerca de Lurdes el año 1883 y murió en el pueblo marroquí de El Kbab en el Atlas central medio el año 1956, donde vivió desde el año 1928. Curó enfermos, luchó contra el hambre y defendió a los habitantes del lugar contra las injusticias de los franceses ocupantes. Fue un «morabit» cristiano, un hombre religioso en medio de una población musulmana, testimonio de la caridad y de una vida de plegaria, que se dio a todos sin esperar ni aceptar nada a cambio, ni tal solo una acción misionera. El P. Michel Lafon continuó viviendo la fraternidad de El Kbab después de la muerte del P. Peyriguère hasta el año 2000, con unas relaciones de amistad, de ayuda mutua y de servicio en la promoción educativa de muchos jóvenes de la zona. Actualmente vive su vejez en Burdeos. Tanto Peyriguère como Lafon siguen el carisma de Carlos de Foucauld. En el prólogo del libro «Vivir evangélicamente» escrito por el P. Michel Lafon y editado el año 1973, Pere Vilaplana explica la relación de la Comunidad de Jesús con ellos:
«Nuestro conocimiento del P. Michel Lafon es del año 1967 y fue provocada por nuestro deseo de profundización en el espíritu del P. Albert Peyriguère, que, igual que el del P. Carlos de Foucauld, inspira una parte fundamental de nuestra vida de Comunidad. A nuestra primera carta siguió un intercambio de correspondencia que ha ido configurando una viva amistad y una profunda comunión en la vida, el trabajo y la plegaria mutuos. Los contactos personales han acabado de reafirmar este fuerte vínculo espiritual que nos une.»

Fragmentos de textos de Albert Peyriguère
¡Pobre ermitaño del Kbab! No lo dejan solo ni un instante en todo el santo día, mañana y noche. ¿Y su silencio? Lo podéis ver aquí: sin interrupción llaman a la puerta y gritan «Marabut». Suerte, sin embargo, que está la noche. ¡Ah! que es agradable de parecerse a nuestro Cristo: durante el día, los pobres y los enfermos; por la noche, encontrarse y conversar con el Padre. La misa la digo a solas, pero solo, no lo estoy nunca… Soy, estando a solas, todo el Cuerpo Místico que ruega y se inmola …
No hay más que una cosa que sea verdadera y buena: la voluntad del Maestro. La cual consiste en servirlo de la manera que él escoge para hacerse servir por nosotros.
Al cabo de veinticinco años, aquí me tenéis, en esta pequeña ermita, siendo el más feliz de los hombres, sin desear nada, sin esperar nada … sino sólo el cielo, con el corazón aplastado por el peso de tanta alegría y de tanto honor que el Maestro me ha procurado con esta magnífica vocación. Contemplación y caridad: rezar, inmolarse, hacer gestos de bondad; recomenzar en medio de estas almas el magnífico gesto de Cristo, cuya obra redentora giró en torno de estas tres palabras: rezar, inmolarse, hacer bien.
Desde el comienzo de mi vocación, me impuse quince años del nisi granum frumenti del Evangelio y diez años de acción silenciosa y solitaria en El Kbab mismo, antes de aceptar emprender ninguna actividad. Las obras del buen Dios tienen que madurar en el silencio y quizás en el aplastamiento de quien las emprende. Están a punto de acabarse los quince años. También los diez años de El Kbab tocan a su término. Que pueda yo querer solo aquello que el buen Dios quiere, y hacer solo eso, ya que su fuerza habrá decidido cooperar con mi debilidad.
En el fondo, no hay sino una verdadera espiritualidad, que es la más rica, la que preserva ilusiones: saber la riqueza incomparable de cada instante que nos es dado, sobre todo cuando este instante nos pone delante del pobre y del desventurado, delante del que sufre; no se tiene que saber de nuestro cristianismo para no saber que, bajo las apariencias del desventurado, está el Cristo que viene a nosotros, que se nos da, que quiere que nosotros le demos de comer y le vistamos, que quiere ser consolado y reconfortado por nosotros. Abandonarse a Cristo… para que él recomience en nosotros su vida, vuelva a decir sus palabras, sienta nuevamente sus sentimientos, realice sus acciones otra vez… en el fondo no ser nosotros… ser el Cristo que vive en nosotros.
¡Ah! ¡cómo salvaba el Cristo de la vida oculta, ah! como es el Cristo de la vida oculta, el Cristo de la eucaristía… Abrid de par en par vuestra alma a toda la nostalgia que siente este Cristo de hacer suyas otras almas. Sabeos el trampolín desde donde él se lanza y queráis serlo… Que vuestra espiritualidad, centrada completamente en la eucaristía, sea una unión con el Cristo salvador.
Mi vocación se me muestra bien clara: perfilar la espiritualidad y la doctrina misionera del padre de Foucauld. Los que querrán hacérsela suya y dedicarle su vida, se buscarán, se encontrarán. Cuando se hayan encontrado, si desean trabajar juntos, tendrán que concretar la fórmula para la organización de su grupo y los cuadros que contengan sus deseos de cooperación.
https://www.carlosdefoucauld.org/Biografias/Peyriguere/Peyriguere.htmFragmentos de textos extraídos del libro «Padre Peyriguère» de Michel Lafon. Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 1974

Extracto de la conferencia que hizo sobre el P. Peyriguere, de quien fue su discípulo y continuó su obra durante muchos años (En francés)