RESPIRAR A JESÚS

Fragmentos extraídos de «Carlos de Foucauld, un hombre de Adviento»
«… Si nos tomamos la osadía de definir su vida, podríamos afirmar que se trata de una búsqueda constante del Amado de su alma, aún antes de conocerle ya le amaba en lo más íntimo de su ser, aún antes de poderlo nombrar ya se sentía atraído por la indecible belleza de su Presencia, aún antes de saberlo conscientemente,  ya lo buscaba una y otra vez; buscaba a Aquel que en su más profundo centro lo habitaba calladamente. Él mismo nos cuenta que su vocación religiosa nació al mismo tiempo de su conversión.
El gran regalo espiritual del Hermano Carlos de Jesús, como a él le gustaba ser llamado, fue la simplicidad de su vida. La gracia que tenía de volver lo ordinario en algo extraordinario por amor, de anhelar con paz la más oscura de las abyecciones, de abrazar con serenidad el polvo de los días grises donde no hay brillo, ni color, ni aplausos ni reflectores: la vida oculta de Nazaret, al mero estilo de Jesús. Una vida inútil para los pragmáticos criterios mundanales, una vida muda para los ruidos estridentes de una sociedad de consumo, una vida pequeña e insignificante… Dejemos que él mismo nos cuente su deseo más hondo en sus propias palabras:
“Toda nuestra vida, por muda que sea, la vida de Nazaret, la vida del desierto, como la vida pública, debe ser una predicación del Evangelio por el ejemplo; toda nuestra existencia, todo nuestro ser, debe gritar el Evangelio sobre los tejados; toda nuestra persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida deben gritar que nosotros somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica; todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, algo que grita a Jesús, que haga ver a Jesús, que brille como una imagen de Jesús…”
Carlos de Foucauld nos enseña a atravesar el desierto de la vida haciendo el bien, amando el sol de las más calurosas jornadas y la arenosa sequedad de los días áridos. Nos enseña que el desierto no sólo es el lugar de la tentación sino también el lugar del encuentro enamorado, de las noches estrelladas y la brillante luna que no deja nunca de acompañarnos. Nos enseña a despojarnos de las banalidades que tanto nos pesan y a sabernos detener reverentemente ante lo simple, lo pequeño y lo pobre, y desde ahí, dejarnos iluminar en nuestros días más oscuros».

Carlos de Foucauld (1858-1916) – Un hombre que quería imitar a Cristo


PAR PIERRE FRANCŒUR C.S.V. Catéchèse Ressources

Carlos de Foucauld nació en Alsacia en 1858. Perdió a sus padres muy joven y fue criado por su abuelo, el coronel de Morlet. Tendrá una hermana, Marie, que será una gran amiga para él. La guerra de 1870 entre Francia y Prusia obligó a la familia a trasladarse a la ciudad de Nancy.

Carlos de Foucauld recibe el bautismo y hace su primera comunión; durante su adolescencia, tendrá grandes dudas sobre la existencia de Dios.

En 1876 fue admitido en la prestigiosa escuela militar de Saint-Cyr. Allí se le conocerá como un fiestero e intelectual. En 1880, como soldado, fue enviado a Argelia. Su contacto con el mundo musulmán lo marcó profundamente. Su búsqueda de la fe estuvo muy marcada por el fervor religioso de los musulmanes. En 1881, tuvo que luchar debido a las insurgencias en los territorios franceses en el norte de África y fue considerado un hombre valiente y un líder.

En 1882, se retiró del ejército e hizo un viaje a Marruecos. Viaja allí disfrazado de judío. Esto le hará comprender las culturas judía y árabe desde adentro.

En 1885, la Sociedad Geográfica de París le otorgó la Medalla de Oro por su información sobre la geografía y la política de Marruecos, entonces poco conocida en Francia.

¡Una vida de gloria y celebridad se abre ante él!

En el camino hacia la conversión
Cada conversión es un viaje. En su amor infinito, el Señor toma la iniciativa. Dios a veces usa testigos para mostrarle a la persona su plan de amor para él.

En la vida de Charles, primero debemos destacar la presencia de su prima Marie de Bondy. Era una mujer de fe y de gran influencia en él cuando regresó a París en 1886. Él dirá de ella: Me atraes a la virtud por la belleza de un alma cuya virtud había encantado irrevocablemente mi corazón (Meditaciones del 8 de noviembre de 1897).

Otra gran figura que lo marcará con su vida y que siempre será su referente espiritual es el Padre Huvelin en 1886. En un sermón que este sacerdote pronunció una frase que abruma a Carlos y le da la clave de su conversión y su vocación:

Nuestro Señor ha tomado tanto el último lugar que nadie puede quitárselo.

En cuanto creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir solo para él: mi vocación religiosa data de la misma época que mi fe (Carta del 14 de agosto de 1901).

Toda su espiritualidad busca imitar a Cristo. Carlos, siguiendo el consejo del padre Huvelin, visita Tierra Santa y está profundamente conmovido por Nazaret. Le fascina la vida humilde y oculta de Jesús. Carlos de Foucauld desea imitar al Cristo de Nazaret.

Una vida de ascetismo y silencio
Carlos vivirá entonces un viaje que lo convertirá en monje, primero en Francia y luego en Argelia. Llevará allí una vida muy austera y aspirará a cada vez más sacrificios, silencio y sencillez.

Escribirá una Regla para una vida monástica. Es tan severo que asustará al padre Huvelin.

¡Tu regla es absolutamente impráctica! él le dirá.

Eventualmente abandonará la orden monástica de los trapenses para continuar su camino de fe, su búsqueda de la imitación de Jesús de Nazaret.

En 1901 fue ordenado sacerdote y en 1902 se fue a vivir a Argelia en el desierto.

En 1916, fue asesinado por rebeldes en el desierto de Hoggar, donde vivía en silencio y oración.

Una vida que aun brilla
El viaje único y original de este hombre es una inspiración para muchas personas en la actualidad.

Su fe profunda, su tolerancia y su amor por Jesús y la Eucaristía son algunos de los puntos fuertes de su espiritualidad.

Pregúntate en todo lo que hubiera hecho Nuestro Señor y hazlo. Ésta es la única regla, pero es la regla absoluta (Notas de 1897).

El evangelio nos muestra que el primer mandamiento es amar a Dios con todo el corazón, y que hay que envolverlo todo con amor (Carta de 1901).

Carlos de Foucauld Orar es pensar en Dios y amarlo.

¡Qué hermosa fórmula!

La mejor oración es aquella en la que hay más amor; la oración es mejor cuanto más amorosa es (Carta a Madame de Bondy, 1890).

La vida de este hombre es ciertamente muy exigente y pocos de nosotros podríamos vivirla. ¡No importa! De todos modos, sigue siendo un amante excepcional de Cristo y de su vida oculta.

Sin embargo, de la sombra de Carlos de Foucauld brilla una gran luz; el de la presencia de Cristo en el corazón de su Iglesia, de la Eucaristía y del mundo.