A. Chatelard en esta ocasión, nos sorprende con un artículo verdaderamente delicioso e
interesante sobre un aspecto importante y no muy conocido del hermano Carlos. En verdad vale la pena
leerlo con atención.
No podemos contentarnos con una mirada rápida a la
vida de Carlos de Foucauld para resolver el dilema y la
contradicción aparente de una vida solitaria y de sus
proyectos de vida comunitaria.
Las dominantes de su temperamento pueden servirnos
de modelo para comprender mejor su comportamiento ya
sea en la primera parte de su vida antes de su conversión
(28 años) o en la otra mitad (30 años). Parece ser que
podemos reunirlas en tres:
- una necesidad de independencia con marcado gusto
por la soledad y una especie de alergia a la vida en
grupo y por las multitudes. - una necesidad de acción, de creación, de hacer algo
nuevo. - una necesidad de amistad, necesidad de amar y ser
amado, de expresarse y compartir con los otros.
Este modelo puede permitirnos recorrer su vida para
tratar de comprender lo que ha sido su proyecto de vida
comunitaria para los otros y la realidad de su vida solitaria.
1 La amistad, una realidad esencial en Carlos de
Foucauld.
Incapaz de soportar una vida de grupo reacciona con la
pereza o las excentricidades ya célebres. Esto es verdad
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respecto al Liceo y el ejército. Los castigos y los despidos no
cambian nada. Pero cuando, no pudiendo soportar la
inactividad, se vuelve a reintegrar al ejército para entregarse
por medio de largas caminatas a la vida en el campamento.
Igualmente, desde el momento que se encuentra en el
cuartel, sueña con los viajes y entrega su dimisión.
Para hacer lo que nadie osa comenzar, hará sólo la
exploración de Marruecos. Y, en 1885, casi en solitario hará
un viaje de estudios en el Sur Argelino y Tunecino, (p.20)
durante más de tres meses, antes de volver a una vida
siempre solitaria, en su nuevo apartamento parisino para
corregir las pruebas de su libro “Reconocimiento de
Marruecos”. Durante este tiempo él no teme singularizarse
por posiciones políticas, en las que solamente él se pone en
causa en nombre de su antiguo regimiento, lo cual le valdrá
una sanción tomada por el gobierno.
La ausencia de amor y las decepciones políticas
pueden explicar ciertos comportamientos de este periodo,
pero hay que señalar que este solitario independiente creó,
desde su infancia, relaciones que marcarán toda su vida. El
nombre de Marie Moitessier, convertida en vizcondesa de
Bondy, podría hacer olvidar todo lo otro, puesto que ella
sería el ángel guardián, la madre, la mujer idealizada y será
el gran amor de toda su vida. Sin embargo, no hay que
olvidar a su hermana Mimi, quien jugó un gran papel, sobre
todo en el momento de la exploración marroquí, esta otra
Mimi, Marie C., a causa de quién logró que le echaran del
Ejército, y Marie Titre, con quién él proyectó seriamente el
matrimonio en el 1885. Entre los hombres, los dos que cita
en su testamento: Gabriel Tourdes, amigo de la infancia, y
Henry Laperrine, quien será el amigo incomparable. Estas
amistades datan de esta época, como las de Antoine de
Vallombrosa, de Motylinski, de Balthazar y de Henry
Duveyrier, quién se suicidará cuando Charles de Foucauld
le dejara solo para entrar en la Trapa. Habría que extenderse
en cada una de estas relaciones para mostrar su
profundidad y originalidad. Solamente podemos
mencionarlas al igual que aquellas que se crearán durante
su exploración a Marruecos con judíos y árabes. Entre estos
últimos se trata sobre todo de Ben Simoun y Hadj Bou Rhim
en Tissint. Por los otros hay que nombrar a Maunoir, Mac
Carthy y su familia, su primo Luis de Foucauld. Necesidad
de independencia, de acción y de amistad: eso es ya toda
su vida.
- Encuentro con Dios y mediación humana.
La fe no cambia nada a la naturaleza y es ciertamente
el mismo hombre al que encontramos en el nuevo
convertido. Su conversión solitaria pasa casi desapercibida
para los que le rodean, que solo se dan cuenta
progresivamente. Por tanto, su encuentro con Dios se hace
a través de un encuentro humano, que está al origen de una
amistad única con un sacerdote excepcional. Es igualmente
el fruto del amor creciente de Marie de Bondy. Esto se
traduce inmediatamente para el hombre de acción por un
“¿Qué tengo que hacer?” La espera a la que le sometió el
abbé Huvelin la aguanta mal, así que acepta ser algo yendo
en peregrinación a Tierra Santa. Por supuesto, lo hará en
solitario. Y durante los meses que le siguen hará cuatro
retiros, en solitario también, para conseguir la respuesta a
su “¿Qué tengo que hacer?”. (p.21)
Podría haberse creído que este temperamento
independiente se orientaría hacia una vida solitaria. El 30 de
junio de 1887 ya había encargado dos libros: “Vida de los
Padres del Desierto”, traducido por Arnauld de Andilly, y los
“Monjes de Occidente”, de Montalembert, y se lo hubiese
visto con gusto en la Cartuja si la vida de Jesús de Nazaret
no hubiese ya marcado su vocación. Pero no hay que
sorprenderse que después de algunos meses de vida muy
comunitaria en la Trapa, antes incluso de dejar Notre –
Dame des Neiges por Akbés, ya no se sienta a gusto. El
peso de la obediencia será la prueba mayor. La soporta por
amor y se esfuerza por “someter su juicio”, pero las
obligaciones de la vida comunitaria y la cantidad de usos y
costumbres serán su camino de cruz y no una ayuda
cotidiana.
La intuición de Nazaret: soledad y deseo de vida en
común.
En este contexto es donde surge en él el deseo de vivir
otra cosa, según la intuición de Nazaret, con algunos
compañeros. A pesar de las órdenes del abbé Huvelin, no
puede callarse ese deseo que es más fuerte que él mismo.
Guarda silencio durante tres años, pero, en junio de 1896, la
necesidad de crear le puede y, en cuatro páginas, inventa la
“Congregación de los Hermanos de Jesús”. No podía entrar
en un cuadro ya hecho que no era a su medida (los
trapenses reconocerán que amó la Trapa y algunos
trapenses, pero que nunca entró en el espíritu de la Trapa).
Ahora bien, su instinto creador le hizo fabricar cuadros aún
más estrictos en los cuales nadie podría entrar. Esto fue lo
que le escribió el abbé Huvelin, sin por ello convencerle.
En esta regla, escrita como un manifiesto, se expresa
en plural y en presente: “Nosotros queremos… tratamos de…
rezamos”, como si numerosos hermanos siguiesen esta
regla desde mucho tiempo antes cuando él está solo y nada
existe, sino en sus sueños. Este género literario que
volvemos a encontrar merece ser señalado en el contexto de
nuestra búsqueda, pues es significativo. Él está solo y crea
para otros una organización de grupo.
Durante estos siete años de vida monástica se creó
amistades sólidas, en primer lugar con los ancianos, sus
mayores y sus maestros, Luis de Gonzaga, luego, en
Staoueli, sobre todo con el padre Henri, quién, bajo el
nombre de padre Jerónimo, permanecerá algunos años en
la Trapa antes de entrar en el clero diocesano de Argel.
Estos lazos de amistad no reemplazaron aquellos de antes
de su conversión. Él había pensado poner el muro de un
claustro entre sus amigos y él, cortando toda
correspondencia, pero ese muro no era el de la indiferencia,
como él mismo decía, y, de vez en cuando, algunas cartas
partían desde el claustro hacia aquellos que estaban en el
mundo. Su corazón permaneció en vela, el seguía teniendo
necesidad de esas amistades y sabía que algunos tenían
necesidad de la suya. (p.22) Además de aquellos que ya
hemos hablado, cómo Maríe de Bondy o Henri Duveyrier,
hay que hacer notar la correspondencia íntima con su primo
Louis de Foucauld, abundante durante este periodo en el
que el coronel se interroga. Este se abrirá a la fe en el
momento de su casamiento. - Soledad de vida comunitaria: tensiones y respuestas.
Cuando se encuentra como ermitaño en su cabaña,
cerca del Convento de las Clarisas de Nazaret, se podría
creer que había encontrado su sitio. Esto es lo que él cree,
pero se equivoca, ya que su necesidad de acción y de crear
le lleva a hacer otros proyectos de futuro y a soñar con un
mejor en otro sitio. La primera tentación sería volver a la
Trapa, donde el vio algo después que podía haber hecho
algo, ser superior, y por tanto poder actuar sobre los demás,
“hacerles bien”. Únicamente la firmeza del abbé Huvelin le
mantendrá en Nazaret con un rechazo categórico. La lucha
durará más de tres años, al comienzo de 1898. Pero
seguidamente, tras otras tentaciones y proyectos, cada uno
más urgente que el otro, son sometidos al abbé Huvelin,
quien no tendrá tiempo de responderle a cada uno. Las
prioras de Nazaret y de Jerusalén no harán nada para
impedir sus proyectos. Al contrario, ellas serán a menudo la
causa directa o indirecta de la insatisfacción permanente de
su ermitaño doméstico. Estos son los únicos nuevos lazos
que se crean con personas durante esos tres años de
ermitaño, a veces empujados al extremo en Jerusalén,
donde él sólo habla una vez por semana con su confesor.
Madre Elizabeth, de Jerusalén, tiene una influencia
cierta (buena o mala) sobre su orientación futura; ella le
ayudará a precisar su deseo. Pero será con la madre Saint
Michel, de Nazaret, con quien el lazo afectivo será más
fuerte hasta el punto de hacerse una molestia. Sus
relaciones con las clarisas durarán hasta su muerte. Tres
días antes de morir escribió una carta personal a seis de
estas hermanas, entonces refugiadas en Malta. Son cartas
muy paternales.
Una de las tentaciones de este periodo será el querer
nuevamente fundar una congregación que no existía aún.
Pero, ¿por qué el deseo de agrupar hermanos fue tan
fuerte? Existe, ya lo hemos visto, esa necesidad visceral de
crear, de inventar, de hacer y crear algo nuevo. ¿Es ese un
carisma de fundador? No se trata de dar un estatuto a un
grupo ya existente sino de dar consistencia por escrito a una
idea que maduró en él. Es su propio ideal, y solamente el
suyo, el que intentó formular según las circunstancias. En la
Trapa, en 1896, era para un pequeño grupo de hermanos.
En Nazaret para numerosos ermitaños. En general, se
conoce su primer proyecto de 1896 y se conocen aún menos
los proyectos intermediarios de 1899, y es la larga regla,
concebida en la soledad más grande y escrita para
ermitaños, la que será transmitida a la posteridad. Podrá
suprimir la palabra “ermitaño” (p.23) en todos sus
manuscritos y reemplazarlo por el de “hermanito”, que el
espíritu de regla no cambiará, incluso después de la
corrección de 1902.
Y en vano se buscará una espiritualidad de la vida
fraterna, incluso explotando el capítulo XXIV enteramente
centrado en la vida de la Sagrada Familia de Nazaret delante
del Santísimo. “Aunque viviendo en comunidad, estos
monjes se consideran como ermitaño a causa del silencio
perpetuo”. “Los ermitaños del Sagrado Corazón no hablarán
sino al prior… Solamente en algunas ocasiones se les
permite a los ermitaños hablar entre ellos y con personas de
fuera” (Constituciones, articulo XIX) y el artículo XIX del
reglamento precisa que los ermitaños no conocen nada del
pasado de sus hermanos. Solamente tienen relaciones
puramente espirituales y los raros conflictos eventuales se
regulan por el silencio y la oración solitaria delante del
Santísimo. La vida comunitaria de estos ermitaños está al
servicio de la santidad de cada uno (Regla artículo XXIV).
Los ermitaños se ayudan a hacerse cada día más santos,
pero no se explica cómo. La vida comunitaria necesita
grupos numerosos en los cuales cada uno pueda vivir en
solitario sin tener que salir del monasterio para ir a buscar
una ermita fuera.
Pero, ¿es realmente el Espíritu quién le empujó a
escribir esta regla que nunca le servirá a nadie? ¿No es
solamente porque él cedió a la tentación de hacer algo
creyendo cumplir con su deber? Visiblemente el Espíritu le
empujaba no a escribir, sino a vivir y contentarse a convivir.
Para convencerse basta con releer las cartas escritas por el
abbé Huvelin, quien no cesa al decirle que aquello que creía
era la voluntad de Dios sobre él:
“Usted no está hecho para mandar a los demás”, Don
Martín le diría lo mismo. Pero Dios nos lleva también dando
rodeos. Desde que la regla está terminada y copiada tres
veces, otros proyectos le ocuparán y le llevarán finalmente
abandonar Tierra Santa. - Compañeros para la evangelización.
Mientras que su preocupación era huir lejos de los
hombres para vivir solo con Dios, su gusto por la soledad se
encontraba satisfecho. Si sufría de la falta de relaciones
humanas ofrecía este sufrimiento como lo más valioso que
tendría para ofrecer. Él se creía dentro de su vocación al vivir
apartado, retirado, aislado, solo y lejos de todo aquello que
amaba, incluso si lo hacía dolorosamente. Pero cuando en
la lógica del amor de Dios, se hace oír la llamada de hombres
a los que amar con todo su corazón seguirá siendo siempre
el mismo temperamento el que responderá a esta llamada
con la fuerza creadora de su amor, su necesidad de hacer
su capacidad de afección y su espíritu de independencia.
Emplea las mismas palabras, pero estos ya no tienen el
mismo sentido. Hacer algo nuevo, esto sería como (p.24) ir
a vivir a Marruecos, allí donde sabe que es el único que
pueda ir. Se irá solo. Sigue siendo la misma ficción literaria
la que le hace escribir en este momento: “Somos unos
monjes que…” (LHC Julio 1901). Mientras espera poder
entrar en Marruecos, prohibido e inaccesible, se instala en
las proximidades, en el sur de Argelia.
En Argel dejó su regla al padre Guérin, quien le
autorizará un poco más adelante a recibir compañeros bajo
esta regla, pero permanecerá siempre solo en Beni-Abbés,
en su casa, a la que se le llama ahora, de forma
contradictoria, “la ermita”, cuando él le daba el nombre de
“fraternidad” no porque ella acogiera hermanos (solo en
esperanza), sino porque cada cual es recibido como un
hermano. Mientras que él multiplica las gestiones para
lanzar llamadas a quiénes quieren venir a reunírsele, él sabe
que toma un camino de soledad. A partir del momento en
que la finalidad es la de ir a reunirse con ellos que están más
alejados, aquellos hacia quiénes nadie va, aquellos que los
demás no pueden ir, se compromete en un camino de
soledad, incluso si protesta por ello y que quiera hacerlo con
compañeros, incluso si hace todo lo que puede para atraer
a alguno. El acepta vivir como si nadie quisiera venir a vivir
con él.
Una carta al abbé Huvelin, incluso antes de su llegada
a Tamanrasset, es muy significativa, la vida comunitaria es
prioritaria: “Me aceptan… pero yo no veo que acepten a
otro… Mientras no acepten a otro sacerdote con los tuaregs,
¿hay que tratar de quedarse…? Mientras más lo pienso, más
me parece que sí…, Más me (p.25) parece, puesto que
Jesús, por vuestra boca, me ha enviado aquí, tengo que
seguir intentando hacer su obra hasta que otros me
reemplacen” (LAH 13 julio 1905. pg. 237). - Vive como si siempre debieras estar solo.
Con la instalación en el Hoggar, el año 1905 señala una
nueva orientación. La regla es ya solo una referencia de la
cual hay que adaptarse con resolución si ella es contraria a
la vida de Nazaret. Acepta vivir solo: “No trates de organizar,
preparar el establecimiento de los hermanitos del Sagrado
Corazón de Jesús: solo, vive como si siempre debieras estar
solo” (22 julio 1905). La voluntad de fundar una
congregación da paso al deseo de tener un: “Ya sabéis cómo
deseo tener un compañero”. Esto es lo que expresará
siempre bajo todas las formas y hasta su muerte.
Si los otros no osan unirse a él y si los responsables se
niegan a dejarle marchar, él está muy obligado a aceptar
vivir solo. Pero uno puede realmente preguntarse si él tiene
deseos de tener un compañero. En estos últimos meses de
1905 se encuentra en una situación de soledad totalmente
nueva para él. Exceptuando algunas semanas de Akabli, el
año anterior, nunca se encontró en esta situación desde su
expedición a Marruecos. ¿Cómo reaccionará él? Resiente
de una manera muy fuerte el aislamiento. Hay que leer todo
lo que escribe en este momento y no dejarse engañar por
las cartas a Marie de Bondy, en las que él se esfuerza por
tranquilizarla ocultándole su sufrimiento y repitiéndole que
con Jesús uno no está nunca solo.
Es la primera vez que está tan lejos, sin correo, sin
alguien con quien hablar. Nada comparable con el dulce nido
de Nazaret, en el cual hubiese querido enterrarse y dónde,
en comparación, él estaba tratado “a cuerpo de rey”. Es una
experiencia nueva, él la acepta por amor, por amor hacia
aquellos con los que él fue a vivir en ese lugar. Ahora bien,
esos hombres y esas mujeres, por quiénes vino,
permanecen distantes y no van a verle en su claustro ficticio.
No es ese el género de aislamiento que él se esperaba y no
esconde su decepción. Proyecto a salir, ir a verles, ir a
instalarse en otro lugar, en sitios más frecuentados.
¿Es para romper esa soledad por la que desea tener un
compañero? No, él tiene miedo de la situación nueva que
crearía la presencia de un compañero: “Soy tan ruin que miro
con miedo la presencia de un hermano en mi soledad…
¡Para mí prefiero mucho más estar solo!”. Si el temor a llevar
una vida comunitaria se deja sentir es porque acaba de
escribir una carta a un sacerdote que podría responder a su
llamada, un santo sacerdote de Nimes, el abbé Veyras. Es
la carta con una concepción más amplia y realista que nunca
haya escrito para tener un compañero: “Lo que yo busco en
este momento no es un enjambre de almas entrando en
(p.26) un cuadro fijo para llevar estrictamente un género de
existencia bien dibujado… No, en el momento presente lo
que yo busco es un alma de buena voluntad que consienta
compartir mi vida, en la pobreza, la oscuridad, sin regla
alguna fija, siguiendo sus deseos como yo sigo el mío…” El
abbé Huvelin, encargado de transmitir esta carta a su
destinatario, no lo hará.
¿Por qué esta búsqueda de un compañero? no es “por
él”, explicará al abbé Huvelin,” sino por los otros, es
mucho mejor estar dos o varios”. ¿Por qué? No es por
romper el aislamiento ni para ir más fácilmente hacia los
tuaregs. En este momento piensa que un compañero no
haría más fácil ese acercamiento. Solo se cree más
pequeño, más abordable. Si él desea tanto un compañero
no es por el bien de la vida comunitaria, sino por el bien de
las almas, las almas de los demás. Esa será en adelante la
motivación que se encontrará en todas sus cartas en las
cuales se hable de compañeros. Tomar el relevo, proseguir
la obra emprendida, llevar a buen fin un trabajo científico,
compartirse el trabajo, a eso son llamados aquellos que
luego contactará. Pero, por el momento, en este fin de año
1905, y en los años siguientes, ese bien que él ve en la
presencia de un compañero, esa “ventaja” para las almas,
es sencillamente que se podría exponer el Santísimo
Sacramento, también si el compañero es sacerdote, se
podría multiplicar el número de misas.
Desde el comienzo se ve bien que los trapenses, al
igual que los Padres Blancos, dudan y luego renuncian a
dejar marchar a algunos miembros de sus comunidades
para vivir con este hombre cuya original santidad da miedo.
¿Otro que no hubiese sido él, en las mismas circunstancias,
habría recibido compañeros? Es probable. Su voluntad
creadora no desaparecerá por ello, se trasladará a la
creación de una asociación de creyentes, laicos, religiosos y
sacerdotes, y esta obra lo ocupará desde 1907 hasta su
muerte. - Un intento frustrado.
En 1907, la corta experiencia de vida comunitaria con
el hermano Michel se mostró negativa. Se podrían buscar
las razones. Carlos de Foucauld solamente vio las
debilidades, muy reales además, de su discípulo. No pensó
en los defectos de su reglamento, no en las experiencias de
su comportamiento que desconcertaban al joven de 24 años
quién, a los ojos de todos, civiles, militares, indígenas o
franceses, no era sino un antiguo zuavo que el (padre)
conocía y llevaba como sacristán y sirviente de la misa.
¿Quién podría haber aguantado este régimen? El hermano
Michel describió esa vida comunitaria en una carta el 24 de
diciembre de 1906 a un padre blanco: “La renuncia más
completa en todo y en todo lugar en las cosas más pequeñas
y más mínimas. Aquí, antes de venir, hay que dejar su
voluntad en el camino… Respecto a los ejercicios de piedad,
tenemos tres horas por la mañana (p.27) y tres por la tarde
y una hora de adoración al Santísimo, además de una hora
de oración durante el día”.
Una carta del Padre Guérin, ese mismo año, y la
respuesta de Carlos de Foucauld muestran bien que el
prefecto apostólico tiene una idea muy equivocada de la vida
en Tamanrasset. Curiosa coincidencia: este hombre, con
posibilidades humanas muy limitadas, el único que los
Padres Blancos quisieron confiar a Carlos de Foucauld, lo
cual denota una ilusión total sobre la vida que llevaba el
solitario de Tamanrasset, este hombre vivió el resto de su
vida en una Cartuja.
La presencia de un compañero era para Carlos de
Foucauld una carga y para nada una ayuda, le impedía vivir
según su ideal de pobreza, era una molestia en sus
relaciones con la gente del país y aún más con los oficiales.
Así, pues, está contento de haberlo despedido y sólo sentía
que, sin él, no podía ya decir la misa. Pero lo toma lo mejor
que puede y elige renunciar a la misa antes que renunciar a
los tuaregs.
En 1909, en el momento de su primer viaje a Francia,
habla aún al abbé Huvelin y a Mons. Bonnet de su deseo de
tener compañeros. Ya no se trata de corregir una regla para
añadir que los religiosos podían vivir sin hábito y sin
apariencia religiosa; él imaginó el reunir sacerdotes quiénes,
como los ermitaños de 1899, vivirían juntos, pero “serían
vocaciones individuales” o “casos aislados”. Se
aconseja no agrupar a estos sacerdotes en congregación,
pero aprobarán su proyecto. “Intentar el tener compañeros,
al menos un compañero mientras que yo aún viva. Hacer
todo lo posible por conseguirlo. Sacerdotes misioneros de
incógnito, de los que nadie conocería su calidad de
sacerdotes, harían mucho bien, y si yo los encontrase como
compañeros habría que acogerlos rápidamente” (O.S .p.
383). Las proposiciones hechas a Louis Massignon el 8 de
septiembre de este año se inscriben en esa misma
perspectiva. - ¿Hay un deseo de fundar en Carlos de Foucauld?
En mayo de 1911, dirigiéndose por medio del
intermediario del padre Antonin Audigier a unos monjes que
sentían una vocación más apostólica que la Trapa, describía
su vida de una forma que no se asemejaba en nada a la
realidad que vivía en Tamanrasset. Pero vemos en esta
carta que la presencia a un pueblo (eso que ahora llamamos
solidaridad) y el bien de las almas tiene más importancia que
la vida comunitaria, pues, después de haber hablado de
comunidades reducidas a tres o cuatro personas, se
apresura a añadir: “Si fuéramos dos, mi hermano estaría en
el puesto fijo con los tuaregs… Yo estaría de 7 a 8 meses del
año con él y durante los otros 4 o 5 estaría en mis otras
ermitas. Si estuviésemos tres, mis dos hermanos estarían
siempre aquí y yo durante 7 u 8 meses. Si fuéramos más
(p.28) de tres o cuatro empezaríamos a repartirnos entre dos
residencia, y así seguidamente” (LFT p. 275).
Lo que parece importante subrayar como conclusión es
en primer lugar que ni una sola vez proyectó la vida
comunitaria como una vida de compartir y de intercambio, de
confrontación y de ayuda mutua. En esta carta de 1911 no
se encuentra ni siquiera la alusión que antes hacía a la
Sagrada Familia. Habla solamente de una vida sencilla,
como comparación a la vida monástica menos simple.
En la vida real, estas relaciones de intercambio y ayuda
mutua, que para él son vitales e indispensables, se sitúan de
otra forma. En primer lugar y ante todo con aquel que él
llama su director espiritual. A ese respecto hay que hacer
notar que su relación con el abbé Huvelin no es comparable
con la que tendrá con el padre Voillard después de la muerte
del primero. Eso relativiza un poco lo que escribió sobre el
papel del director espiritual en general. Para él,
personalmente, el director no fue el único confidente ni
consejero y el número de aquellos con quienes se unió por
amistad durante su vida sahariana es demasiado grande
para poder nombrarlos aquí.
Para encontrar una enseñanza o más bien una práctica
sobre eso que se llama la “vida fraterna” y la comunicación
entre los hombres y las mujeres que viven en comunidad, no
hay que referirse a los reglamentos ni siquiera a los Escritos
Espirituales. Habría que leer y releer sus cartas para
descubrir la calidad de las relaciones que él tuvo con
aquellos de los que estaba cercano por lazos familiares o por
la fe y aquellos a quienes se había acercado por amistad.
Es la parte más desconocida de sus escritos. ¿No es,
por tanto, la más importante? Ellos son obispos, oficiales,
sub-oficiales, sacerdotes, tuaregs, laicos, religiosos, todos
aquellos a quienes él pide consejo y aquellos a quienes él
no se priva de darlo. Esto se hace a través de
conversaciones, al igual que a distancia, por cartas. Se han
encontrado 500 corresponsales y si algunos solo tuvieron
una carta por año, otros tienen dos al mes. Ciertos
corresponsales son sobre todo espirituales, otros sólo
hablan de la vida de la gente del país sin otra referencia
religiosa que la fórmula de conclusión. Todas son calurosas,
amigables y afectuosas. Si hubiese tenido compañeros, su
presencia real, ¿habría cambiado algo la cantidad de estas
cartas y su calidad? Es probable, pero nada deja prever que
estos compañeros hubiesen sido confidentes y aún menos
consejeros. En su soledad conoció una relación privilegiada
con algunos tuaregs. “Uno o dos de ellos son verdaderos
amigos, cosa muy rara y preciosa en todo lugar”, le
confesaba a Henry de Castries, el 18 de enero de 1913.
Habría que añadir una última constatación. Si él
hubiese tenido como finalidad primera el suscitar en la
Iglesia una nueva forma de vida religiosa en el marco de una
vida comunitaria reducida y simplificada, pero más
importante que el hecho de ir a vivir con los hombres, no
habría actuado de esta forma. Hizo todo lo posible (p.29)
para llevar tras él a algunos compañeros en su camino por
el cual caminaba solo. Pero las circunstancias, y sobre todo
la misión a la que se sentía llamado, le obligaban a ir lejos y,
si hubiese tenido compañeros, a dispersarlos y aceptar la
eventualidad de vivir solo.
Se ha podido pensar que este espíritu independiente y
amoroso de la soledad había sido llevado a la vida de
ermitaño por su búsqueda de recogimiento. Hay una parte
de verdad y que nosotros hemos desarrollado ampliamente.
Pero, a ese respecto, había recibido en 1904 una respuesta
clara y definitiva: “Por lo que respecta al recogimiento, el
amor es el que debe recogerte en mí interiormente, no
alejándote de los hombres. Vive con ellos…” (O.S. 26 abril
1904, pg.360).
Se dice también que fue su excesivo temperamento el
que le impidió tener compañeros. En ese sentido es verdad
que los trapenses y los padres blancos no osaron confiarle
un discípulo, al cual hubiese encerrado en el cuadro estricto
del reglamento. Pero eso no era el caso de todos aquellos a
quien le propuso una vida libre según la atracción de cada
cual.
Conclusión.
Hay que buscar la verdadera razón de su soledad del
lado de la misión a la que fue llamado. A partir del día en que
Carlos de Foucauld renuncia a vivir en los privilegiados
lugares de Tierra Santa, donde abundan los religiosos, para
ir a los lugares más desheredados, allí donde nadie puede
ir, a partir del día en el cual él renuncia a vivir en la clausura
una relación amorosa con Jesús contemplado en el
Evangelio y en la Eucaristía para ir a vivir cerca de los
hombres, como hizo Jesús, amándoles como él les amaba,
a partir de ese día se compromete en un camino nuevo, en
la pendiente hacia el lugar del servidor en la lógica de
Nazaret y no podía preocuparse por preservar en primer
lugar su soledad monástica ni asegurarse una comunidad de
sostén, tal como él la había imaginado.
¿Pero podría él haber cumplido esta misión y
mantenerse hasta el final sin un temperamento tan
independiente capaz de soportar la soledad y el aislamiento,
sin una pasión por el trabajo que le llevó a realizar una obra
extraordinaria y sin la calidad de relación y de comunicación
que supo crear y conservar por todos los sitios donde vivió?
¿Habría podido aguantar tanto tiempo en la Trapa, en
Nazaret o en el Sahara sin la amistad de su prima, sin la
relación firme y amistosa del abbé Huvelin, sin todas las
otras relaciones que ya hemos señalado en cada momento
de su vida? Si él no soñó en codificarlo en reglamentos
obligatorios, eso no fue menos vital para él.
Antoine Chatelard – Boletin Iesus Caritas 2/94