Texto íntegro de la exhortación apostólica ‘C’est la confiance’ del Papa Francisco sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios

«Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él»

«Teresita es una de las santas más conocidas y queridas en todo el mundo. Como sucede con san Francisco de Asís, es amada incluso por no cristianos y no creyentes»

«La extraordinaria carga de luz y de amor que irradiaba su persona se manifestó inmediatamente después de su muerte con la publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas por los fieles que la invocaban»

«En el corazón de Teresita, la gracia del bautismo se convierte en un torrente impetuoso que desemboca en el océano del amor de Cristo, arrastrando consigo una multitud de hermanas y hermanos»

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA C’EST LA CONFIANCE DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE LA CONFIANZA EN EL AMOR MISERICORDIOSO DE DIOS CON MOTIVO DEL 150.º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ 

1. «C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l’Amour»: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor».[1]

2. Estas palabras tan contundentes de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo dicen todo, resumen la genialidad de su espiritualidad y bastarían para justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia. Sólo la confianza, “nada más”, no hay otro camino por donde podamos ser conducidos al Amor que todo lo da. Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos. 

3. Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo».[2] 

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Papa y reliquias de Santa Teresita

4. Teresita es una de las santas más conocidas y queridas en todo el mundo. Como sucede con san Francisco de Asís, es amada incluso por no cristianos y no creyentes. También ha sido reconocida por la UNESCO entre las figuras más significativas para la humanidad contemporánea.[3] Nos hará bien profundizar su mensaje al conmemorar el 150.º aniversario de su nacimiento, que tuvo lugar en Alençon el 2 de enero de 1873, y el centenario de su beatificación.[4] Pero no he querido hacer pública esta Exhortación en alguna de esas fechas, o el día de su memoria, para que este mensaje vaya más allá de esa celebración y sea asumido como parte del tesoro espiritual de la Iglesia. La fecha de esta publicación, memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española. 

5. Su vida terrena fue breve, apenas veinticuatro años, y sencilla como una más, transcurrida primero en su familia y luego en el Carmelo de Lisieux. La extraordinaria carga de luz y de amor que irradiaba su persona se manifestó inmediatamente después de su muerte con la publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas por los fieles que la invocaban. 

Papa y Santa Teresita

6. La Iglesia reconoció rápidamente el valor extraordinario de su figura y la originalidad de su espiritualidad evangélica. Teresita conoció al Papa León XIII con motivo de la peregrinación a Roma en 1887 y le pidió permiso para entrar en el Carmelo a la edad de quince años. Poco después de su muerte, san Pío X percibió su enorme estatura espiritual, tanto que afirmó que se convertiría en la santa más grande de los tiempos modernos. Declarada venerable en 1921 por Benedicto XV, que elogió sus virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia espiritual,[5] fue beatificada hace cien años y luego canonizada el 17 de mayo de 1925 por Pío XI, quien agradeció al Señor por permitirle que Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz fuera “la primera beata que elevó a los honores de los altares y la primera santa canonizada por él”.[6]

El mismo Papa la declaró patrona de las Misiones en 1927.[7] Fue proclamada una de las patronas de Francia en 1944 por el venerable Pío XII,[8] que en varias ocasiones profundizó el tema de la infancia espiritual.[9] A san Pablo VI le gustaba recordar su bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de la muerte de santa Teresita, y en el centenario de su nacimiento dirigió al obispo de Bayeux y Lisieux un escrito sobre su doctrina.[10] Durante su primer viaje apostólico a Francia, en junio de 1980, san Juan Pablo II fue a la basílica dedicada a ella y en 1997 la declaró doctora de la Iglesia,[11] considerándola además «como experta en la scientia amoris».[12] Benedicto XVI retomó el tema de su “ciencia del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos».[13] Finalmente, tuve la alegría de canonizar a sus padres Luis y Celia en el año 2015, durante el Sínodo sobre la familia, y recientemente le dediqué una catequesis en el ciclo sobre el celo apostólico.[14]

Jesús para los demás 

7. En el nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús: el “Niño” que manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”, es decir, el rostro de Cristo que se entrega hasta el fin en la Cruz. Ella es “santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”. 

8. El Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor, hasta el último aliento. También había grabado estas palabras en su celda: “Jesús es mi único amor”. Fue su interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). 

Alma misionera 

9. Como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar».[15] Escribió que había entrado al Carmelo «para salvar almas».[16] Es decir, no entendía su consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es patrona de las misiones, maestra de evangelización. 

10. Las últimas páginas de Historia de un alma[17] son un testamento misionero, expresan su modo de entender la evangelización por atracción,[18] no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: «“Atráeme, y correremos tras el olor de tus perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues, necesario decir: Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta simple palabra, “Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti. Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee… Señor, tú sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la mía».[19] 

Santa Teresita

11. Aquí ella cita las palabras que la novia dirige al novio en el Cantar de los Cantares (1,3-4), según la interpretación profundizada por los dos doctores del Carmelo, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. El Esposo es Jesús, el Hijo de Dios que se unió a nuestra humanidad en la Encarnación y la redimió en la Cruz. Allí, desde su costado abierto, dio a luz a la Iglesia, su amada Esposa, por la que entregó su vida (cf. Ef 5,25). Lo que llama la atención es cómo Teresita, consciente de que está cerca de la muerte, no vive este misterio encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con un ferviente espíritu apostólico. 

La gracia que nos libera de la autorreferencialidad 

12. Algo semejante ocurre cuando se refiere a la acción del Espíritu Santo, que adquiere de inmediato un sentido misionero: «Esa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré: “Atráeme”; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva».[20] 

13. En el corazón de Teresita, la gracia del bautismo se convierte en un torrente impetuoso que desemboca en el océano del amor de Cristo, arrastrando consigo una multitud de hermanas y hermanos, lo que ocurrió especialmente después de su muerte. Fue su prometida «lluvia de rosas».[21]

2. El caminito de la confianza y del amor 

14. Uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, para el bien de todo el Pueblo de Dios, es su “caminito”, el camino de la confianza y del amor, también conocido como el camino de la infancia espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños (cf. Mt 11,25). 

15. Teresita relató el descubrimiento del caminito en la Historia de un alma:[22] «A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo».[23] 

16. Para describirlo, usa la imagen del ascensor: «¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más».[24] Pequeña, incapaz de confiar en sí misma, aunque firmemente segura en la potencia amorosa de los brazos del Señor. 

17. Es el “dulce camino del amor”,[25] abierto por Jesús a los pequeños y a los pobres, a todos. Es el camino de la verdadera alegría. Frente a una idea pelagiana de santidad,[26] individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia. Así llega a decir: «Sigo teniendo la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa, pues no me apoyo en mis méritos —que no tengo ninguno—, sino en Aquel que es la Virtud y la Santidad mismas. Sólo Él, conformándose con mis débiles esfuerzos, me elevará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará santa».[27] 

Más allá de todo mérito 

18. Este modo de pensar no contrasta con la tradicional enseñanza católica sobre el crecimiento de la gracia; es decir que, justificados gratuitamente por la gracia santificante, somos transformados y capacitados para cooperar con nuestras buenas acciones en un camino de crecimiento en la santidad. De este modo somos elevados de tal manera que podemos tener reales méritos para el desarrollo de la gracia recibida. 

19. Teresita, sin embargo, prefiere destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin. En el fondo, su enseñanza es que, dado que no podemos tener certeza alguna mirándonos a nosotros mismos,[28] tampoco podemos tener certeza de poseer méritos propios. Entonces no es posible confiar en estos esfuerzos o cumplimientos. El Catecismo ha querido citar las palabras de santa Teresita cuando dice al Señor: «Compareceré delante de ti con las manos vacías»,[29] para expresar que «los santos han tenido siempre una conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia».[30] Esta convicción despierta una gozosa y tierna gratitud. 

20. Por consiguiente, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo.[31] Por esta razón Teresita nunca usa la expresión, frecuente en su tiempo, “me haré santa”. 

21. Sin embargo, su confianza sin límites alienta a quienes se sienten frágiles, limitados, pecadores, a dejarse llevar y transformar para llegar alto: «Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud».[32] 

22. Esta misma insistencia de Teresita en la iniciativa divina hace que, cuando habla de la Eucaristía, no ponga en primer lugar su deseo de recibir a Jesús en la sagrada comunión, sino el deseo de Jesús que quiere unirse a nosotros y habitar en nuestros corazones.[33] En la Ofrenda al amor misericordioso, sufriendo por no poder recibir la comunión todos los días, dice a Jesús: «Quédate en mí como en el sagrario».[34] El centro y el objeto de su mirada no es ella misma con sus necesidades, sino Cristo que ama, que busca, que desea, que habita en el alma. 

El abandono cotidiano

23. La confianza que Teresita promueve no debe entenderse sólo en referencia a la propia santificación y salvación. Tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los temores, el deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo nuestro control. Aquí es donde aparece la invitación al santo “abandono”. 

24. La confianza plena, que se vuelve abandono en el Amor, nos libera de los cálculos obsesivos, de la constante preocupación por el futuro, de los temores que quitan la paz. En sus últimos días Teresita insistía en esto: «Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza».[35] Si estamos en las manos de un Padre que nos ama sin límites, eso será verdad pase lo que pase, saldremos adelante más allá de lo que ocurra y, de un modo u otro, se cumplirá en nuestras vidas su proyecto de amor y plenitud. 

Un fuego en medio de la noche 

25. Teresita vivía la fe más fuerte y segura en la oscuridad de la noche e incluso en la oscuridad del Calvario. Su testimonio alcanzó el punto culminante en el último período de su vida, en la gran «prueba contra la fe»,[36] que comenzó en la Pascua de 1896. En su relato,[37] ella pone esta prueba en relación directa con la dolorosa realidad del ateísmo de su tiempo. Vivió de hecho a finales del siglo XIX, que fue la “edad de oro” del ateísmo moderno, como sistema filosófico e ideológico. Cuando escribió que Jesús había permitido que su alma «se viese invadida por las más densas tinieblas»,[38] estaba indicando la oscuridad del ateísmo y el rechazo de la fe cristiana. En unión con Jesús, que recibió en sí toda la oscuridad del pecado del mundo cuando aceptó beber el cáliz de la Pasión, Teresita percibe en esa noche tenebrosa la desesperación, el vacío de la nada.[39] 

26. Pero la oscuridad no puede extinguir la luz: ella ha sido conquistada por Aquel que ha venido al mundo como luz (cf. Jn 12,46).[40] El relato de Teresita manifiesta el carácter heroico de su fe, su victoria en el combate espiritual, frente a las tentaciones más fuertes. Se siente hermana de los ateos y sentada, como Jesús, a la mesa con los pecadores (cf. Mt 9,10-13). Intercede por ellos, mientras renueva continuamente su acto de fe, siempre en comunión amorosa con el Señor: «Corro hacia mi Jesús y le digo que estoy dispuesta a derramar hasta la última gota de mi sangre por confesar que existe un cielo; le digo que me alegro de no gozar de ese hermoso cielo aquí en la tierra para que Él lo abra a los pobres incrédulos por toda la eternidad».[41] 

27. Junto con la fe, Teresa vive intensamente una confianza ilimitada en la infinita misericordia de Dios: «la confianza puede conducirnos al Amor».[42] Vive, aun en la oscuridad, la confianza total del niño que se abandona sin miedo en los brazos de su padre y de su madre. Para Teresita, de hecho, Dios brilla ante todo a través de su misericordia, clave de comprensión de cualquier otra cosa que se diga de Él: «A mí me ha dado su misericordia infinita, ¡y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas…! Entonces todas se me presentan radiantes de amor; incluso la justicia (y quizás ésta más aún que todas las demás) me parece revestida de amor».[43] Este es uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, una de las mayores contribuciones que ha ofrecido a todo el Pueblo de Dios. De modo extraordinario penetró en las profundidades de la misericordia divina y de allí sacó la luz de su esperanza ilimitada. 

Una firmísima esperanza 

28. Antes de su entrada en el Carmelo, Teresita había experimentado una singular cercanía espiritual con una de las personas más desventuradas, el criminal Henri Pranzini, condenado a muerte por triple asesinato y no arrepentido.[44] Al ofrecer la Misa por él y rezar con total confianza por su salvación, sin dudar lo pone en contacto con la Sangre de Jesús y dice a Dios que está segurísima de que en el último momento Él lo perdonaría y que ella lo creería «aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento». Da la razón de su certeza: «Tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús».[45] Cuánta emoción, luego, al descubrir que Pranzini, subido al cadalso, «de repente, tocado por una súbita inspiración, se volvió, cogió el crucifijo que le presentaba el sacerdote ¡y besó por tres veces sus llagas sagradas…!».[46] Esta experiencia tan intensa de esperar contra toda esperanza fue fundamental para ella: «A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo de día en día».[47] 

29. Teresita es consciente del drama del pecado, aunque siempre la vemos inmersa en el misterio de Cristo, con la certeza de que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). El pecado del mundo es inmenso, pero no es infinito. En cambio, el amor misericordioso del Redentor, este sí es infinito. Teresita es testigo de la victoria definitiva de Jesús sobre todas las fuerzas del mal a través de su pasión, muerte y resurrección. Movida por la confianza, se atreve a plantear: «Jesús, haz que yo salve muchas almas, que hoy no se condene ni una sola […]. Jesús, perdóname si digo cosas que no debiera decir, sólo quiero alegrarte y consolarte».[48] Esto nos permite pasar a otro aspecto de ese aire fresco que es el mensaje de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. 

Santa Teresita

3. Seré el amor 

30. “Más grande” que la fe y la esperanza, la caridad nunca pasará (cf. 1 Co 13,8-13). Es el mayor regalo del Espíritu Santo y es «madre y raíz de todas las virtudes».[49] 

La caridad como trato personal de amor 

31. La Historia de un alma es un testimonio de caridad, donde Teresita nos ofrece un comentario sobre el mandamiento nuevo de Jesús: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15,12).[50] Jesús tiene sed de esta respuesta a su amor. De hecho, «no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed… Pero al decir: “Dame de beber”, lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor».[51] Teresita quiere corresponder al amor de Jesús, devolverle amor por amor.[52] 

32. El simbolismo del amor esponsal expresa la reciprocidad del don de sí entre el novio y la novia. Así, inspirada por el Cantar de los Cantares (2,16), escribe: «Yo pienso que el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo para él, y por eso le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de llegar a contemplarlo un día cara a cara».[53] Aunque el Señor nos ama juntos como Pueblo, al mismo tiempo la caridad obra de un modo personalísimo, “de corazón a corazón”. 

33. Teresita tiene la viva certeza de que Jesús la amó y conoció personalmente en su Pasión: «Me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Contemplando a Jesús en su agonía, ella le dice: «Me has visto».[54] Del mismo modo le dice al Niño Jesús en los brazos de su Madre: «Con tu pequeña mano, que halagaba a María, sustentabas el mundo y la vida le dabas. Y pensabas en mí».[55] Así, también al comienzo de la Historia de un alma, ella contempla el amor de Jesús por todos y cada uno como si fuera único en el mundo.[56] 

34. El acto de amor “Jesús, te amo”, continuamente vivido por Teresita como la respiración, es su clave de lectura del Evangelio. Con ese amor se sumerge en todos los misterios de la vida de Cristo, de los cuales se hace contemporánea, habitando el Evangelio con María y José, María Magdalena y los Apóstoles. Junto a ellos penetra en las profundidades del amor del Corazón de Jesús. Veamos un ejemplo: «Cuando veo a Magdalena adelantarse, en presencia de los numerosos invitados, y regar con sus lágrimas los pies de su Maestro adorado, a quien toca por primera vez, siento que su corazón ha comprendido los abismos de amor y de misericordia del corazón de Jesús y que, por más pecadora que sea, ese corazón de amor está dispuesto, no sólo a perdonarla,sino incluso a prodigarle los favores de su intimidad divina y a elevarla hasta las cumbres más altas de la contemplación».[57] 

El amor más grande en la mayor sencillez 

35. Al final de la Historia de un alma, Teresita nos regaló su Ofrenda como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios.[58] Cuando ella se entregó en plenitud a la acción del Espíritu recibió, sin estridencias ni signos vistosos, la sobreabundancia del agua viva: «los ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma».[59] Es la vida mística que, aun privada de fenómenos extraordinarios, se propone a todos los fieles como experiencia diaria de amor. 

36. Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de la Virgen María, aprendiendo de ella que «amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo».[60] De hecho, mientras que los predicadores de su tiempo hablaban a menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como alejada de nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que María es la más grande del Reino de los Cielos porque es la más pequeña (cf. Mt 18,4), la más cercana a Jesús en su humillación. Ella ve que, si los relatos apócrifos están llenos de episodios llamativos y maravillosos, los Evangelios nos muestran una vida humilde y pobre, que transcurre en la simplicidad de la fe. Jesús mismo quiere que María sea el ejemplo del alma que lo busca con una fe despojada.[61] María fue la primera en vivir el “caminito” en pura fe y humildad; así que Teresita no duda en escribir: 

«Yo sé que en Nazaret, Madre llena de gracia, 

viviste pobremente sin ambición de más. 

¡Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros 

tu vida embelleció, Reina del Santoral…! 

Muchos son en la tierra los pequeños y humildes: 

sus ojos hacia ti pueden sin miedo alzar. 

Madre, te place andar por la vía común, 

para guiar las almas al feliz Más Allá».[62] 

37. Teresita también nos ha ofrecido relatos que dan cuenta de algunos momentos de gracia vividos en medio de la sencillez diaria, como su repentina inspiración cuando acompañaba a una hermana enferma con carácter difícil. Pero siempre se trata de experiencias de una caridad más intensa vivida en las situaciones más ordinarias: «Una tarde de invierno estaba yo, como de costumbre, cumpliendo con mi tarea. Hacía frío y era de noche… De pronto, oí a lo lejos el sonido armonioso de un instrumento musical. Entonces me imaginé un salón muy iluminado, todo resplandeciente de ricos dorados; unas jóvenes elegantemente vestidas se hacían unas a otras toda suerte de cumplidos y de cortesías mundanas. Luego mi mirada se posó sobre la pobre enferma a la que estaba sosteniendo: en vez de una melodía, escuchaba de tanto en tanto sus gemidos lastimeros; en vez de ricos dorados, veía los ladrillos de nuestro austero claustro apenas alumbrado por una lucecita. No puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sí sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, que excedían de tal forma el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad… No, no cambiaría los diez minutos que me llevó realizar mi humilde servicio de caridad por gozar mil años de fiestas mundanas».[63] 

Santa Teresita

En el corazón de la Iglesia 

38. Teresita heredó de santa Teresa de Ávila un gran amor a la Iglesia y pudo llegar a lo hondo de este misterio. Lo vemos en su descubrimiento del “corazón de la Iglesia”. En una larga oración a Jesús,[64] escrita el 8 de septiembre de 1896, sexto aniversario de su profesión religiosa, la santa confió al Señor que se sentía animada por un inmenso deseo, por una pasión por el Evangelio que ninguna vocación por sí sola podía satisfacer. Y así, en busca de su “lugar” en la Iglesia, había releído los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta de san Pablo a los corintios. 

39. En el capítulo 12, el Apóstol utiliza la metáfora del cuerpo y sus miembros para explicar que la Iglesia incluye una gran variedad de carismas ordenados según un orden jerárquico. Pero esta descripción no es suficiente para Teresita. Ella continuó su investigación, leyó el “himno a la caridad” del capítulo 13, allí encontró la gran respuesta y escribió esta página memorable: «Al mirar el cuerpo místico de la Iglesia, yo no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por san Pablo; o, mejor dicho, quería reconocerme en todos ellos… La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!».[65] 

40. No es el corazón de una Iglesia triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante, humilde y misericordiosa. Teresita nunca se pone por encima de los demás, sino en el último lugar con el Hijo de Dios, que por nosotros se convirtió en siervo y se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte en una cruz (cf. Flp 2,7-8). 

41. Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo. Es ese corazón cuyo fuego se aviva más aún con cada uno de nuestros actos de caridad. “Yo seré el amor”, esta es la opción radical de Teresita, su síntesis definitiva, su identidad espiritual más personal. 

Lluvia de rosas 

42. Después de muchos siglos en que tantos santos expresaron con mucho fervor y belleza sus deseos de “ir al cielo”, santa Teresita reconoció, con gran sinceridad: «Yo sufría por aquel entonces grandes pruebas interiores de todo tipo (hasta llegar a preguntarme a veces si existía un cielo)».[66] En otro momento dijo: «Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer».[67] ¿Qué ha sucedido? Que ella estaba escuchando la llamada de Dios a poner fuego en el corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad.

43. La transformación que se produjo en ella le permitió pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar. En este sentido, en una de sus últimas cartas escribió: «Tengo la confianza de que no voy a estar inactiva en el cielo. Mi deseo es seguir trabajando por la Iglesia y por las almas».[68] Y en esos mismos días dijo, de modo más directo: «Pasaré mi cielo en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra».[69] 

44. Así Teresita expresaba su respuesta más convencida al don único que el Señor le estaba regalando, a esa luz sorprendente que Dios estaba derramando en ella. De este modo llegaba a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total por los demás. Ella no dudaba de la fecundidad de esa entrega: «Pienso en todo el bien que podré hacer después de la muerte».[70] «Dios no me daría este deseo de hacer el bien en la tierra después de mi muerte, si no quisiera hacerlo realidad».[71] «Será como una lluvia de rosas».[72] 

45. Se cierra el círculo. «C’est la confiance». Es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos. Y así, en medio del sufrimiento de sus últimos días, Teresita podía decir: «Sólo cuento ya con el amor».[73] Al final sólo cuenta el amor. La confianza hace brotar las rosas y las derrama como un desbordamiento de la sobreabundancia del amor divino. Pidámosla como don gratuito, como regalo precioso de la gracia, para que se abran en nuestra vida los caminos del Evangelio. 

4. En el corazón del Evangelio 

46. En Evangelii gaudium insistí en la invitación a regresar a la frescura del manantial, para poner el acento en aquello que es esencial e indispensable. Creo que es oportuno retomar y proponer nuevamente aquella invitación. 

La doctora de la síntesis 

47. Esta Exhortación sobre santa Teresita me permite recordar que, en una Iglesia misionera «el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante».[74] El núcleo luminoso es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado».[75] 

48. No todo es igualmente central, porque hay un orden o jerarquía entre las verdades de la Iglesia, y «esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral».[76] El centro de la moral cristiana es la caridad, que es la respuesta al amor incondicional de la Trinidad, por lo cual «las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu».[77] Al final, sólo cuenta el amor. 

49. Precisamente, el aporte específico que nos regala Teresita como santa y como doctora de la Iglesia no es analítico, como podría ser, por ejemplo, el de santo Tomás de Aquino. Su aporte es más bien sintético, porque su genialidad consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable. Ella, con sus palabras y con su propio proceso personal, muestra que, si bien todas las enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su luz, algunas son más urgentes y más estructurantes para la vida cristiana. Allí es donde Teresita puso la mirada y el corazón. 

50. Como teólogos, moralistas, pensadores de la espiritualidad, como pastores y como creyentes, cada uno en su propio ámbito, todavía necesitamos recoger esta intuición genial de Teresita y sacarmlas consecuencias teóricas y prácticas, doctrinales y pastorales, personales y comunitarias. Se precisan audacia y libertad interior para poder hacerlo. 

51. Algunas veces, de esta santa se citan sólo expresiones que son secundarias, o se mencionan cuestiones que ella puede tener en común con cualquier otro santo: la oración, el sacrificio, la piedad eucarística, y tantos otros hermosos testimonios, pero de ese modo podríamos privarnos de lo más específico del regalo que ella hizo a la Iglesia, olvidando que «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio».[78] Por lo tanto, «para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles […]. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona».[79] Esto vale más aún para santa Teresita, por tratarse de una “doctora de la síntesis”. 

52. Del cielo a la tierra, la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz perdura en toda su “pequeña grandeza”. 

En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses, Teresita nos muestra la belleza de hacer de la vida un regalo. 

En un momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testimonio de la radicalidad evangélica. 

En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se vuelve intercesión. 

En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder, ella señala el camino de la pequeñez. 

En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro. 

En un momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono, superando una lógica legalista o eticista que llena la vida cristiana de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio. 

En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio. 

53. Un siglo y medio después de su nacimiento, Teresita está más viva que nunca en medio de la Iglesia peregrina, en el corazón del Pueblo de Dios. Está peregrinando con nosotros, haciendo el bien en la tierra, como tanto deseó. El signo más hermoso de su vitalidad espiritual son las innumerables “rosas” que va esparciendo, es decir, las gracias que Dios nos da por su intercesión colmada de amor, para sostenernos en el camino de la vida. 

Querida santa Teresita, 

la Iglesia necesita hacer resplandecer 

el color, el perfume, la alegría del Evangelio. 

¡Mándanos tus rosas! 

Ayúdanos a confiar siempre, 

como tú lo hiciste, 

en el gran amor que Dios nos tiene, 

para que podamos imitar cada día 

tu caminito de santidad. 

Amén.

Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el 15 de octubre, memoria de santa Teresa de Ávila, del año 2023, décimo primero de mi Pontificado. 

FRANCISCO 

_________________________ 

Francisco y Santa Teresita

[1] Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, Obras completas, Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), ed. Monte Carmelo, Burgos 2006, p. 555. 

Para la versión española de los escritos de la santa se utiliza siempre dicha edición, con las siguientes siglas: Ms A: Manuscrito «A»; Ms B: Manuscrito «B»; Ms C: Manuscrito «C»; Cta: Cartas; PN: Poesías; Or: Oraciones; CA: Cuaderno amarillo de la madre Inés de Jesús; UC: Últimas conversaciones. 

[2] Or 6, Ofrenda de mí misma como víctima de holocausto al amor misericordioso de Dios (9 junio 1895), p. 758. [3] La UNESCO ha inscrito a santa Teresa del Niño Jesús entre las personalidades a homenajear durante el bienio 2022- 2023, con motivo del 150.º aniversario de su nacimiento. 

[4] 29 de abril de 1923. 

[5] Cf. Decreto de Virtudes (14 agosto 1921): AAS 13 (1921), 449-452. 

[6] Cf. Homilía para la canonización (17 mayo 1925): AAS 17 (1925), 211. Texto italiano en D. Bertetto, Discorsi di Pio XI, vol. I, Torino 1959, 383-384. 

[7] Cf. AAS 20 (1928), 147-148. 

[8] Cf. AAS 36 (1944), 329-330. 

[9] Cf. Carta a Mons. François-Marie Picaud, obispo de Bayeux y Lisieux (7 agosto 1947). Texto francés en Analecta OCD 19 (1947), pp. 168-171. Texto español en Revista de Espiritualidad 24 (1947), pp. 241-245. Radiomensaje para la consagración de la Basílica de Lisieux (11 julio 1954): AAS 46 (1954), 404-407. 

[10] Cf. Carta a Mons. Jean-Marie-Clément Badré, obispo de Bayeux y Lisieux, con ocasión del centenario del nacimiento de santa Teresa del Niño Jesús (2 enero 1973): AAS 65 (1973), 12-15. 

[11] Cf. AAS 90 (1998), 409-413, 930-944. 

[12] Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 42: AAS 93 (2001), 296. 

[13] Catequesis (6 abril 2011): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (10 abril 2011), p. 12. [14] Catequesis (7 junio 2023): L’Osservatore Romano (7 junio 2023), pp. 2-3. 

[15] Cta 220, Al abate Bellière (24 febrero 1897), p. 575. 

[16] Ms A, 69vº, p. 217. 

[17] Cf. Ms C, 33vº-37rº, pp. 321-326. 

[18] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 14; 264: AAS 105 (2013), 1025-1026. [19] Ms C, 34rº, p. 322. 

[20] Ibíd., 36rº, p. 325. 

[21] CA (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979. 

[22] Cf. Ms C, 2vº-3rº, pp. 273-275. 

[23] Ibíd., 2vº, p. 274. 

[24] Ibíd., 3rº, p. 274. 

[25] Cf. Ms A, 84vº, p. 247. 

[26] Cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 47-62: AAS 110 (2018), 1124-1129. [27] Ms A, 32rº, p. 139. 

[28] Lo explicó el Concilio de Trento: «Cualquiera, al mirarse a sí mismo y a su propia flaqueza e indisposición, puede temblar y temer por su gracia» (Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). Lo retoma el Catecismo de la Iglesia Católica cuando enseña que es imposible tener certeza mirándose a sí mismo o a las propias acciones (cf. n. 2005). La certeza de la confianza no se encuentra en uno mismo, el propio yo no otorga fundamentos para esa seguridad, que no se basa en una introspección. De algún modo lo expresaba san Pablo: «Ni siquiera yo mismo me juzgo. Es verdad que mi conciencia nada me reprocha, pero no por eso estoy justificado: mi juez es el Señor» (1 Co 4,3-4). Santo Tomás de Aquino lo explicaba de la siguiente manera: puesto que la gracia «no sana perfectamente al hombre» (Summa Theologiae, I-II, q. 109, art. 9, ad 1), «queda además cierta oscuridad de ignorancia en el entendimiento» (ibíd., co). 

[29] Or 6, p. 758. 

[30] Catecismo de la Iglesia Católica, 2011. 

[31] Lo afirma también con claridad el Concilio de Trento: «Ningún hombre piadoso puede dudar de la misericordia de Dios» (Decreto sobre la justificación, IX: DS 1534). «Todos deben colocar y poner en el auxilio de Dios la más firme esperanza» (ibíd., XIII: DS 1541). 

[32] Ms B, 1vº, pp. 254-255. 

[33] Cf. Ms A, 48vº, pp. 171-173; Cta 92, A María Guérin (30 mayo 1889), pp. 416-418. 

[34] Or 6, p. 758. 

[35] CA (23 julio 1897, 3), p. 850. 

[36] Ms C, 31rº, p. 317.

BOLLETTINO N. 0719 – 15.10.2023 12 

[37] Cf. ibíd., 5rº-7vº, pp. 277-281. 

[38] Ibíd., 5vº, p. 278. 

[39] Cf. ibíd., 6vº, pp. 279-280. 

[40] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013), 17: AAS 105 (2013), 564-565. 

[41] Ms C, 7rº, p. 280. 

[42] Cta 197, A sor María del Sagrado Corazón (17 septiembre 1896), pp. 554-555. 

[43] Ms A, 83vº, p. 245. 

[44] Cf. ibíd., 45vº-46vº, pp. 165-168. 

[45] Ibíd., 46rº, p. 167. 

[46] Ibíd. 

[47] Ibíd., 46vº, p. 167. 

[48] Or 2 (8 septiembre 1890), pp. 753-754. 

[49] Summa Theologiae, I-II, q. 62, art. 4. 

[50] Cf. Ms C, 11vº-31rº, pp. 286-317. 

[51] Ms B, 1vº, p. 255. 

[52] Cf. ibíd., 4rº, p. 262. 

[53] Cta 122, A Celina (14 octubre 1890), p. 449. 

[54] PN 24, 21, p. 686. 

[55] Ibíd., 6, p. 682. 

[56] Cf. Ms A, 3rº, p. 85. 

[57] Cta 247, Al abate Belliére (21 junio 1897), p. 601. 

[58] Cf. Or 6, pp. 757-759. 

[59] Ms A, 84rº, p. 246. 

[60] PN 54, 22, p. 741. 

[61] Cf. ibíd., 15, p. 740. 

[62] Ibíd., 17, p. 740. 

[63] Ms C, 29vº-30rº, p. 315. 

[64] Cf. Ms B, 2rº-5vº, pp. 256-268. 

[65] Ibíd., 3vº, p. 261. 

[66] Ms A, 80vº, p. 239. No era una falta de fe. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en la fe obran la voluntad y la inteligencia. La adhesión de la voluntad puede ser muy sólida y arraigada, mientras la inteligencia puede estar oscurecida. Cf. De Veritate 14, 1. 

[67] Ms C, 7vº, p. 281. 

[68] Cta 254, Al P. Roulland (14 julio 1897), p. 606. 

[69] CA (17 julio 1897), p. 846. 

[70] Ibíd. (13 julio 1897, 17), p. 839. 

[71] Ibíd. (18 julio 1897, 1), p. 846. 

[72] Ibíd. (9 junio 1897, 3), p. 809; UC (9 junio 1897), p. 979. 

[73] Cta 242, A sor María de la Trinidad (6 junio 1897), p. 596. 

[74] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 35: AAS 105 (2013), 1034. 

[75] Ibíd., 36: AAS 105 (2013), 1035. 

[76] Ibíd. 

[77] Ibíd., 37: AAS 105 (2013), 1035. 

[78] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 19: AAS 110 (2018), 1117. 

[79] Ibíd., 22: AAS 110 (2018), 1117. 

Dichosas las personas que asumen la cruz (1 de octubre)

Del libro, JL. VÁZQUEZ BORAU, Teresa de Lisieux, un camino evangélico para el siglo XXI, BAC, Madrid 2003, 105-108

Dios no se complace en el sufrimiento humano ni tampoco lo utiliza como castigo para la humanidad pecadora. El sufrimiento no tiene valor en sí mismo. El sufrimiento destruye y deshumaniza. Hunde más que eleva. El Dios cristiano, el Dios trinitario, es un Dios de vida y no de muerte; de liberación y no de frustración. El sentido y significado del sufrimiento es un añadido a la simple experiencia. El sufrimiento es la cara seria y festiva de la existencia, pues nos acerca a los demás, nos vuelve más comprensivos, más tolerantes, y nos va curando de nuestra intransigencia. El discípulo de Jesús no vive para sí y debe estar dispuesto a afrontar la deshonra y la muerte. La persecución es inevitable por la maldad del mundo. Nace un valor sublime cuando una vida se entrega en solidaridad por los demás. Hay una divinización humana del sufrimiento en la experiencia mística1.

La solidaridad cristiana hace que cada persona sienta como personal la suerte de las demás. La solidaridad se traduce en compartir, en ejercer la caridad en la compasión y en la búsqueda de un orden satisfactorio para todos. En medio de una civilización que enaltece el éxito y el bienestar y que es ciega para el sufrimiento de los demás, el recordar que en el centro de la fe cristiana se encuentra un Cristo aparentemente fracasado, que sufre y que muere vergonzosamente, puede abrir los ojos de las personas. Tal recuerdo puede destruir la tiranía del orgullo y despertar sentimientos de solidaridad con aquellos que son oprimidos y dañados por nuestra civilización2.

La experiencia de Teresa de Lisieux responde al relato más antiguo de la pasión de Jesús, donde éste aparece como abandonado de los hombres y abandonado de Dios; el grito de la cruz tiene que interpretarse como una llamada lanzada por una persona que, en su abandono, grita de angustia a un Dios del que no comprende cómo ha podido abandonarla, pero que sigue siendo para ella el único recurso. En cuanto al sentido de la muerte, llega a la conclusión de que ésta, vista a la luz de la resurrección, revela que, en toda situación, incluso la más desesperada, Dios está ahí; que es posible encontrarse con él no solamente en la luz y en el gozo, sino también en la noche y en el sufrimiento. Así, el amor de Dios no nos preserva de todos los sufrimientos, pero nos preserva en todos los sufrimientos. Jesús no nos da una explicación del sufrimiento humano, sino que lo sufre como el inocente ante Dios. Es en la fe que Dios sigue siendo la luz en medio de una abismal oscuridad.

Asumir la propia cruz, asumir el sufrimiento que la propia vida nos ofrece, o por la causa de Jesús, no quiere decir sublimar la cruz, sino solidarizarse con los que sufren, para transformarla en señal de bendición y de amor sufrido. Sólo desde la solidaridad de los crucificados se puede luchar contra la cruz para liberarlos de sus tribulaciones. El sufrimiento nunca tendrá la última palabra. La negatividad del sufrimiento está envuelta en la positividad del universo, que en definitiva puede defenderse contra el absurdo. Y ello, porque Dios es experiencia presente en el mismo dolor, presencia misteriosa del amor en el aparente abandono de la finitud.

El gozo no es el único camino de la felicidad, pues esta también puede venir a través del dolor, cuando este es vivido como sacrificio. El dolor asumido es un instante eminente, un presente eterno. Hay que conducirse siempre como si las pequeñas cosas fuesen muy importantes, pues el conjunto de estas hace los grandes conjuntos. Todos y cada uno de nosotros formamos parte de un conjunto misterioso al que llamamos Dios. Por lo tanto, el sufrimiento y la muerte no son nunca la última palabra. Son tan sólo el final de una etapa.

El misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús, es una revelación de Dios. Jesús se entrega totalmente al Padre. El grito final de la cruz no es de desesperación, sino de la entrega total hasta la desposesión de sí mismo3. Los relatos evangélicos subrayan la identidad entre el crucificado y el resucitado. Jesucristo conserva su singularidad. Su humanidad no se diluye ni es absorbida en la vida trinitaria. Su historia no es borrada ni sus relaciones anteriores suprimidas. De la misma manera, nosotros entraremos en la vida de Dios, en un reposo de perpetuo intercambio amoroso, con nuestra personalidad entera, marcada por una historia singular y unos lazos afectivos determinados. Este yo mío, expresión de mi libertad, en el que está inscrita mi historia, que es principio de todas mis relaciones y que está abocado a la muerte, la resurrección de Jesucristo le promete la vida como un don gratuito. La ‘resurrección de los cuerpos’ niega la reducción del yo al alma, que para los cristianos es el misterio interior del deseo de Dios, que Él mismo suscita en nosotros. La resurrección de los cuerpos no es una simple continuación de nuestro cuerpo terrenal, que se ha descompuesto y vuelto al polvo, y del alma, que con su capacidad de relación y de abertura hacia el Absoluto es alcanzada también profundamente por la muerte. Se trata de una novedosa e insospechada forma que no podemos figurar.

Por todo esto, cuando el 24 de febrero de 1897 Teresa de Lisieux escribe al padre Bellière, estando ya muy próxima su muerte, le dice que lo va a ayudar en su tarea misionera desde el cielo, pero que esta ayuda fraterna es una gracia que hay que obtener de Dios en la oración. Pero como los Santos del cielo no rezan más, hace falta que el padre Belliere, que está todavía en la tierra, pida al Padre de llenar a Teresa en el cielo del fuego de su Espíritu de Amor, para que ella pueda incitar los corazones a dejarse amar por este Dios de Amor y amarle. Le pide que rece esta oración cada día después de su muerte, que realiza todos sus deseos:

                 “Padre misericordioso,

                 en nombre de nuestro misericordioso Jesús, de la Virgen María y de los Santos,

                 te pido que llenes a mi hermana de tu Espíritu de Amor

                 y le concedas la gracia de hacerte amar mucho”


1 cf. M. VÁZQUEZ CARBALLO, La solidaridad de Dios ante el sufrimiento humano, Madrid 1999.

2 cf. J. B. MOLTMANN, El lenguaje de la liberación, Salamanca 1972.

3  cf. J. THOMAS, “Résurrection ou réincarnation?”, Etudes 375 (1991),235-243

FIGURAS DE VIDA ESPIRITUAL: Teresa de Lisieux y Carlos de Foucauld (Pilares de la CEHCF)

 Figuras de vida espiritual  
 Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz : 2/1/1873 – 30/9/1897 – can. 17/5/1925 –
Doctor de la Iglesia 19/10/1997 
 1. «Entro en la vida»
El 30/9/1897 Teresa muere murmurando: «¡Ay! La amo. Dios mío, te amo». Unos meses antes había escrito: «No me muero, entro en la vida» (LT 244 a Don Maurice Bellière, 6/9/1897; OC 584).
Entre las frases recogidas junto a su cama, algunas hablan de una futura «misión»:
«Siento que voy a entrar en el reposo… Pero sobre todo siento que está por comenzar mi misión, mi misión de hacer amar a Dios como Me encanta, dar mi caminito a las almas. Si el buen Dios concede mis deseos, mi Cielo gastará en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero pasar mi Cielo haciendo el bien en la tierra [… ] No puedo descansar mientras haya almas que salvar»: HQ 17.7; OC 1028.
Su misión pasaría también por el testimonio de los escritos, fuente insustituible de su conocimiento. Teresa deja tres escritos autobiográficos de desigual extensión, compuestos a petición de tres personas diferentes: M. Agnese di Gesù (su hermana Paolina que se convirtió en priora); su hermana mayor sor Maria del S. Cuore, a quien relata las gracias decisivas de septiembre de 1896; M. Maria di Gonzaga, priora de los primeros y últimos años de su vida religiosa, quien le pidió en junio de 1897 que continuara la historia autobiográfica iniciada por M. Agnese.
Después de la muerte de Teresa, M. Agnese reformuló y reordenó los manuscritos, que aparecieron en 1898 en un libro titulado Storia di un’anima, que experimentó una extraordinaria difusión.
El trabajo de edición crítica de los escritos conduce en 1956 a la publicación de los manuscritos autobiográficos, tal como salieron de la pluma de Teresa. Estos Manuscritos nos guían para descubrir a Teresa. A estos hay que añadir los otros textos de Teresa (cartas; poemas; oraciones; Recreaciones piadosas: las «piezas» teatrales escritas para las Hermanas); las palabras recogidas durante los últimos meses de su vida, editadas críticamente en las Últimas conversaciones (el documento más importante es el llamado cuaderno amarillo de M. Agnese); los Consejos y Memorias escritos por sor Genoveffa (Celina). 
 2. Infancia y adolescencia
Novena y última hija de Luigi Martin y Zelia Guérin (cuya causa de beatificación está en curso), Teresa nació el 2/1/1873 en Alençon. En esta ciudad vivió los primeros cuatro años de su existencia.
Emocional, obstinada, apasionada por la verdad, aparece sobre todo como especialmente dotada para el amor. Su corta vida está llena de alegrías y gracias, pero también de sufrimientos y pruebas. Teresa diría al final de su vida:
«¡Nunca hubiera creído que fuera posible sufrir tanto! ¡Nunca! ¡Nunca! Sólo puedo explicarlo con los deseos ardientes que he tenido de salvar almas»: HQ 30/9; OC 1121.
El sufrimiento comienza ya a los 4 años con la muerte de la madre y el «desarraigo» que supone dejar Alençon para ir a Lisieux,
Sedienta de ternura, Teresa sigue rodeada del cariño de su padre y de sus hermanas mayores, que la educan a la manera de la época. Sus primeros contactos con el medio exterior no tienen mucho éxito y sus tímidos intentos de encontrar afecto resultan infructuosos.
Experimentó un fuerte choque emocional en 1882 cuando su hermana Pauline, su «segunda madre», entró en el Carmelo de Lisieux. Teresa cae enferma, y ​​será la sonrisa de la estatua de la Virgen la que la sanará.
Sin embargo, el día de su primera comunión (5/8/1884), fue el mismo Jesús quien le hizo sentir su amor:
«Fue un beso de amor, me sentí amada, y por eso dije: ‘Te amo, me entrego a ti para siempre’ […] Durante mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresa se habían mirado y se entendían… Ese día ya no fue una mirada, sino una fusión, ya no eran dos: Teresa había desaparecido, como una gota de agua perdida en el océano»: Sra. A 35r; OC 129.
La victoria sobre su emotividad que logró en la Nochebuena de 1886 la elevó a una nueva capacidad de amar y dar. Dios ha «cambiado su corazón» (Ms A 45r; OC 145); la necesidad de amar supera a la de ser amado:
«En aquella noche de luz comenzó la tercera etapa de mi vida, la más hermosa de todas, la más llena de gracias del Cielo»: Sra. A 45v; OC 145.
“Desde aquella bendita noche, no he sido vencida en ningún combate, al contrario, caminé de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, ‘¡una carrera de gigantes!’”: Sra. A 44v; OC 144.
Teresa comienza a sentir la llamada de las almas:
“Un domingo, mirando una fotografía de Nuestro Señor en la Cruz, me llamó la atención la sangre que manaba de una de sus Divinas manos: sentí un gran dolor al pensar que esa sangre caía al suelo sin que nadie se molestara en recogerla, y decidí quedarme en espíritu al pie de la Cruz para recibir el Divino rocío que de ella brotaba, entendiendo que más tarde tendría que rociarlo sobre las almas… Hasta el grito de Jesús en la Cruz resonaba continuamente en mi corazón: ‘¡Tengo sed!’. Encendieron en mí un ardor desconocido y muy vivo»: Sra. A 45v; OC 145-146.
Luego adopta espiritualmente a su «primer hijo»: (Ms A 46v; OC 147), el criminal Pranzini. El motivo que lo impulsa es claro:
“Quería amar, amar apasionadamente a Jesús, darle mil muestras de amor mientras pudiera”: Sra. A 47v; OC 149.
Mientras tanto, los deseos de la vida religiosa se hacen cada vez más imperativos. A la edad de 14 años, en la tarde de Pentecostés, en el jardín de Buissonnets, confió en su padre. Él sabrá vencer toda resistencia y convencer a los eclesiásticos prudentes para que entren en el Carmelo. Entra en él el 9/4/1888. El propósito es claro:
«He venido a salvar almas y sobre todo a orar por los sacerdotes»: Ms A 69v; OC 187. 
 3. Al Carmelo.
Los nombres El propósito de los sacerdotes se aclara en el viaje a Italia, realizado para apelar al Papa y obtener el permiso para entrar en el Carmelo:
«Rezar por los pecadores me cautivaba, pero rezar por las almas de los sacerdotes, que creía más puras que el cristal, ¡me parecía extraño!… Ah, entendí mi vocación en Italia […] Durante un mes viví con muchos santos sacerdotes y comprendí que, si su sublime dignidad los eleva por encima de los ángeles, no deja de ser hombres débiles y frágiles […] ¡Qué hermosa vocación que tiene por finalidad guardar la sal destinada a las almas Esta es la vocación del Carmelo, ya que la única finalidad de nuestras oraciones y sacrificios es ser apóstol de los apóstoles, orar por ellos mientras evangelizan las almas”: Ms A 56r; OC 164-165!
Entra en el Carmelo «sin ilusiones» (cf. Ms A 69v; OC 186); y sabe cómo llevar pruebas pesadas, en un ambiente austero. Tomó el hábito carmelitano el 1/10/1889 e hizo la profesión perpetua el 9/8/1890. Solo tres años después fue nombrada asistente de la maestra de novicias. Ocupará este cargo hasta su muerte.
En cuanto a Teresa de Ávila, también para ella el s. La humanidad de Cristo está en el corazón de toda vida cristiana:
Jesús es “mi única paz, mi única alegría, mi único Amor”: P 36.1: ¡Sólo Jesús!; OC 695.
Pide poder llamarse «Sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz». Ella vivirá particularmente estos dos misterios.
a) infancia: Teresa está fascinada por la Palabra de Dios hecha niño (cf. Ms A 64r-v; PR 5: Le Divin Petit Mendiant de Noël, para la Navidad de 1895: OC 851-864) y cultiva el «espíritu de la ‘infancia «. M. Agnese escribe:
«Le pregunté qué quería decir con ‘permanecer una niña ante el buen Dios’. Ella respondió: Es reconocer la propia nada, esperar todo del buen Dios, como un niño pequeño espera todo de su padre; es no preocuparse por nada, no enriquecerse […] significa también no atribuir nada a las virtudes que uno practica […] Finalmente, significa no desanimarse en absoluto por las propias faltas, porque los niños a menudo caen, pero son demasiado jóvenes para enfadarse mucho»: HQ 6.8.8; OC 1060-1061.
Por eso conserva su confianza incluso cuando se duerme durante la oración:
“Debería sentirme desolado porque he estado durmiendo (desde hace 7 años) durante mis oraciones y mis acciones de gracias, bueno, no estoy desolado… Yo creo que a los niños pequeños les gustan sus padres cuando están dormidos como cuando están despiertos; Pienso que, para hacer algunas operaciones, los médicos ponen a dormir a los enfermos. Finalmente pienso que: ‘el Señor ve nuestra fragilidad, y recuerda que somos polvo’ [Sal 102 (103),14]»: Sra. A 75v- 76r; OC 196.
El niño en brazos del padre es imagen del abandono en Dios:
«Mi camino es un camino enteramente de confianza y de amor; no entiendo a las almas que tienen miedo de un Amigo tan tierno. A veces, cuando leo ciertos tratados espirituales, en los que la perfección se presenta a través de mil obstáculos, rodeada de una multitud de ilusiones, mi pobre espíritu se cansa muy pronto, cierro el libro erudito, que me parte la cabeza y me seca el corazón, y tomo las Sagradas Escrituras, entonces todo me parece luminoso: una sola palabra abre horizontes infinitos a mi alma la perfección me parece fácil, veo que basta reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos del buen Dios»: LT 226, 1v-2r, a P. Roulland, 5/9/1897 ; OC 573.
Sentirse pequeño, necesitado de ayuda, de perdón, de gracia: es con este mensaje que Teresa sana a la Iglesia de su tiempo de los últimos síntomas del jansenismo. El compromiso de los hombres no se obtiene sólo enseñándoles a temer la justicia severa de Dios, sino provocándoles el asombro de sentirse amados más allá de todo mérito.
b) Teresa cultiva también la memoria de la pasión, recordada de manera especial por la Santa Faz (cf. Pr 12,16; OC 947-950 e Il mio Cielo quiggiù, cántico a la Santa Faz: P 20; OC 662-663) .
«¡Mira su rostro adorable! ¡Mira esos ojos apagados y bajos! ¡Mira esas heridas! Mira a Jesús en su rostro y allí verás cómo nos ama»: LT 87 en Celina, 4/4/1889; OC 379.
Es un amor que lleva al amor y al sufrimiento:
“La santidad no consiste en decir cosas bellas, ¡ni siquiera consiste en pensarlas o sentirlas! ‘ [citado por P. Pichon]»: LT 89, 2v, a Celina, 26/4/1889; OC 381.
«El mérito no consiste en hacer o dar mucho, sino en recibir, ¡en amar mucho! […] Tomemos y demos [Jesús] lo que quiere: la perfección consiste en hacer su voluntad»: LT 142 a Celina, 7/6/1893; OC 451.
El amor lleva a la muerte como él:
«Nuestro Señor murió en la Cruz, en la angustia, y he aquí, sin embargo, la muerte más hermosa de amor […] Morir de amor no es morir en el transporte. Te lo confieso francamente, creo que así me siento» : Sede 4.7.2; OC 1001.
Y con él “todo es gracia”:
“Si una mañana me encontráis muerto, no os apenéis: es que papito el buen Dios ha venido muy sencillo a llevarme. Sin duda es una gran gracia recibir los sacramentos; pero cuando el buen Dios no lo permite, está bien, todo es gracia”: HQ 5.6.4; OC 987.
  4. Luz y oscuridad
No hay nada aparentemente extraordinario en la vida de Teresa, excepto una manera de cumplir a la perfección lo ordinario. Y sin embargo en sus escritos hay experiencias muy elevadas.
Dos años antes de su muerte, el 9/6/1895, se ofrece al Amor misericordioso:
«Este año, el 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, he recibido la gracia de comprender más que nunca cuánto desea Jesús ser amado. Pensé en las almas que se ofrecen como víctimas a la Justicia de Dios para conjurar y atraer sobre sí los castigos reservados a los culpables […] ‘¡Oh Dios mío!’, exclamé en el fondo de mi corazón, allí ¿Será sólo tu Justicia recibir a las almas que se inmolan como víctimas? ¿No la necesita también tu Amor Misericordioso?’”: Sra. A 84r; OC 209-210.
Después de la ofrenda, «ríos o más bien… océanos de gracias» inundan su alma:
«Desde aquel feliz día, me parece que el Amor me penetra y me envuelve, me parece que a cada instante este Amor Misericordioso me renueva, purifica mi alma y no dejes rastro de pecado»: Ms A 84r; OC 210.
Aquí está dispuesta a acercarse a los pecadores ya compartir, en cierto modo, su condición. De hecho, en la Pascua de 1896 su fe, hasta ese momento tan luminosa, parece entrar en la duda y en la noche, trayendo consigo la gran incredulidad de su tiempo. Al mismo tiempo, se manifiesta la tuberculosis.
«Jesús me hizo sentir que realmente hay almas que no tienen fe […] Él permitió que mi alma fuera invadida por la oscuridad más espesa […] Uno debe haber viajado dentro de este túnel tenebroso para comprender su oscuridad [. ..] ¡
¡Ya no es un velo para mí, es un muro que sube hasta el cielo y cubre el firmamento estrellado!… Cuando canto la alegría del Cielo, posesión eterna de Dios, no siento alegría, porque simplemente cantar lo que quiero creer»: Sra. C 5v; 7v; OC 238-239. 241. En esta «noche de la fe», Teresa está sin embargo convencida de que Dios le envió la prueba sólo cuando ella fue capaz de aceptarla:
[El Señor] «me envió esta prueba sólo cuando tuve fuerzas para soportarla; si la hubiera tenido antes, de verdad creo que me habría hundido en el desánimo… Ahora me quita todo lo que podría haber sido de natural». satisfacción en el deseo que tenía del Cielo… Madre amada, ahora me parece que nada me impide emprender el vuelo, porque no tengo mayores deseos que amar hasta morir de amor… (9 de junio)» : Sra. C 7v; OC 241.
Por la «noche espiritual», la destrucción de su ser físico, alcanza su estatura definitiva.
En algún momento, sin embargo, el velo se rasga. 
 5. En el corazón de la Iglesia
Durante un retiro en septiembre de 1896, Teresa recibió respuesta a los deseos apostólicos que la atormentaban. Desde niña «lo elige todo» (cf. Ms A 10r; OC 91); en el monasterio reconfirma:
«Dios mío, elijo todo. No quiero ser medio santa; no tengo miedo de sufrir por ti, solo temo una cosa: cumplir mi voluntad. Tómalo, porque ‘Yo elijo todo’ lo que tu quieras!»: Ms A 10v; OC 91. En la Sra. B presenta sus anhelos, sus «esperanzas que se dilatan hasta el infinito» (Ms B 2v; OC 221), las diversas vocaciones que siente: guerrero, sacerdote, apóstol, mártir, misionero: «Quisiera
ser misionero no sólo por algunos años,
La respuesta a estos deseos, que la hicieron sufrir un «verdadero martirio» (ib.), viene de la Escritura: 1Cor 12-13 la ilumina tanto sobre las diversas vocaciones como sobre la caridad como «camino excelente que conduce ciertamente a Dios» ( Sra. B 3v; OC 223).
«Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de varios miembros, no faltaba el más necesario, el más noble de todos: comprendí que la Iglesia tenía un Corazón y que este Corazón estaba encendido de Amor. Comprendí que sólo el Amor hizo actuar a los miembros de la Iglesia: que si el Amor se extinguiera, los Apóstoles ya no proclamarían el Evangelio, los Mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el Amor encierra todas las Vocaciones, que el Amor era todo, ¡que abarcó todos los tiempos y todos los lugares!… En fin, ¡Él es Eterno!
Entonces, en el exceso de mi delirante alegría exclamé: ¡Oh Jesús, mi Amor… por fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el Amor!»: Ms B, 3v; OC 223 (cit. parcial en C 826).
Reconocerá: «Nunca le he dado [al buen Dios] otra cosa que amor, entonces él me devuelve el amor, y no está acabado, pronto me hará aún más» (QG 22.7.1; OC 1031-1032).
  6. Misión universal
La «adopción» como hermanos espirituales de dos misioneros (1895: el seminarista Maurice Bellière, que entrará en los Padres Blancos; 1896: el P. Adolphe Roulland, de las Misiones Extranjeras, que partirá para China) la llena de alegría, porque piensa que «el celo de una monja carmelita debe incendiar el mundo» (Ms C 33v; OC 274: cita de un libro muy difundido en la época en las carmelitas).
Entre sus «vocaciones», Teresa, como hemos visto, siente la de Apóstol, de misionera:
«¡Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar tu cruz gloriosa en suelo infiel! Pero, amada mía, una sola misión no me bastaría: al mismo tiempo quisiera anunciar el Evangelio en las cinco partes del mundo y hasta en las más lejanas… Quisiera ser misionero no sólo por unos años, sino que quisiera serlo desde la creación del mundo y serlo hasta el fin de los tiempos”: Sra. B 3r; OC 222.
Quiere ser enviada a las carmelitas en misión, aunque consciente de lo que realmente importa:
«Quisiera ir a Hanoi [la carmelita fundada en 1895], sufrir mucho por el buen Dios. Quisiera ve allí para estar realmente solo, para no tener ningún consuelo en la tierra»: HQ 15.5.6; OC 976.
En la enfermedad, como hemos señalado, siente su inminente «
«Siento que voy a entrar en el reposo… Pero sobre todo siento que va a comenzar mi misión, mi misión de hacer amar al buen Dios como yo lo amo, de dar mi caminito a las almas. Si el bien Señor concede mis deseos, mi Cielo gastará en la tierra hasta el fin del mundo. Sí, quiero gastar mi Cielo haciendo el bien en la tierra […] No puedo descansar mientras haya almas que salvar»: HQ 17,7; OC 1028. 
 7. El «camino»
Teresa quiere mostrar un camino «sencillo» hacia Dios.El cuaderno que Celina había traído consigo al entrar en el Carmelo en 1894 y que contiene una pequeña antología de páginas del AT, la ayuda en su investigación. El deseo de ser santa había chocado hasta entonces con la diferencia que notaba entre los santos y ella misma. Sin embargo
, «en lugar de desanimarme, me dije: el Buen Dios no podría inspirar deseos inalcanzables; por eso, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Hacerme diferente de lo que soy, más grande, me es imposible: tengo soportarme por lo que soy con todas mis imperfecciones, pero quiero buscar el camino para ir al Cielo por un pequeño, hermoso camino recto, muy corto, un camino completamente nuevo”: Ms C 2v;
Su «caminito» será el camino de la infancia, de la confianza y entrega total en Dios que, como un ascensor, lo eleva:
«Estamos en un siglo de inventos: hoy ya no vale subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos lo sustituye ventajosamente un ascensor. Yo también quisiera encontrar un ascensor que me lleve hasta Jesús, porque soy demasiado pequeño para subir la dura escalera de la perfección»: Ms C 2v-3r; OC 235.
Teresa encuentra en la Escritura la respuesta liberadora:
“He buscado en los libros sagrados alguna indicación del ascensor, objeto de mi deseo; y he leído estas palabras que salen de la boca de la Sabiduría Eterna: Si alguno es muy pequeño, venid a mí [Pr 9,4 ; cf. Ms B 1r ; OC 218. Vers. CEI: ‘Aquí corre el inexperto’] […] Continué mi investigación y esto es lo que encontré: ‘Como la madre acaricia a su hijo, así lo haré te consuelo: ¡te llevaré en mis brazos y te acunaré en mis rodillas! [Is 66,13.12]»: Ms C 3r; OC 235-236.
Entonces ella puede concluir:
«¡El ascensor que debe levantarme hasta el Cielo son tus brazos, oh Jesús! Para eso no necesito crecer, al contrario, necesito permanecer pequeña, que me vuelva cada vez más»: Sra. C3r; OC 236. 
 8. Oración
«Cuando le pregunté si a veces perdía la presencia de Dios, ella respondió muy simplemente: ‘¡Por supuesto que no! Creo que nunca he pasado tres minutos sin pensar en el buen Dios’. Expresé mi sorpresa de que tal aplicación era posible. Y ella respondió: ‘Uno piensa naturalmente en la persona que ama'»: CeR 90; tr. mi.
Este recuerdo de sor Genoveffa (Celina) muestra un aspecto característico de la oración de Teresa: era continua. De nuevo Celina da fe:
«Un día entré en la celda de nuestra querida hermanita, y me llamó la atención su expresión de gran recogimiento. Cosía con presteza y al mismo tiempo parecía sumergida en una profunda contemplación; le pregunté: ‘¿En qué estás pensando? – Yo medito en el Pater, me respondió ¡Qué dulce es llamar Padre nuestro al buen Dios!’ Y las lágrimas brillaron en sus ojos»: CeR 94-95; tr. mi.
“Un día que la Comunidad estaba ocupada limpiando cuando sonó la hora de la oración y era necesario continuar con el trabajo, Sor Teresa, que me miraba trabajar con ardor, me preguntó: ‘¿Qué haces? – Me lavo, le respondí. .- Está bien, prosiguió, pero hay que orar interiormente: es el tiempo de Dios, y no debemos quitárselo”: CeR 89; tr. mi.
Teresa se sirve de los textos: siendo aún niña leyó asiduamente la Imitación de Cristo, las conferencias del abate Arminjon, pero sobre todo se sintió atraída por las Escrituras, hasta afirmar: «Si hubiera sido sacerdote… habría estudiado
hebreo y griego para poder leer la palabra de Dios como Él se dignó expresarla en lenguaje humano»: CeR 93-94; tr. mi.
Es el Evangelio que la sostiene, dadas sus grandes dificultades en cuanto a la meditación:
«Después todos los libros me dejaron seco y todavía estoy en este estado. Si abro un libro compuesto por un autor espiritual (incluso el más hermoso, el más conmovedor), inmediatamente siento que mi corazón se encoge y lo leo, entonces hablar, sin entender, o si comprendo, mi espíritu se detiene sin poder meditar. En esta impotencia, las Sagradas Escrituras y la Imitación vienen en mi ayuda: en ellas encuentro alimento sólido y enteramente puro. Pero es sobre todo el Evangelio que me entretiene durante la oración, en él encuentro todo lo necesario para mi pobre pequeña alma, siempre descubro luces nuevas, significados ocultos y misteriosos»: Sra. A 83r-v; OC 208-209 (parte citada en C 127).
Entre las últimas líneas de la Sra. C escribe: «En cuanto miro el Santo Evangelio, inmediatamente respiro los perfumes de la vida de Jesús y sé hacia dónde correr…» (Ms C 36v; OC 278) .
Teresa mantuvo a lo largo de su vida una concepción sencilla y profunda de la oración, sin método en sentido estricto: «Las almas sencillas no necesitan medios complicados» (Ms C 33v; OC 275).
«Para ser respondida, no es en absoluto necesario leer en un libro una hermosa fórmula compuesta para la ocasión […] Aparte del Oficio Divino, […] no tengo valor para ponerme a buscar en libros para oraciones bonitas: me duele la cabeza, hay tantas… y luego todas son mas bonitas que las otras!… no sabría recitarlas todas y, sin saber cual elegir , me gustan los niños que no saben leer: le digo mucho al Buen Dios lo que quiero decirle con sencillez, sin hacer frases bonitas, ¡y él siempre me comprende!… Para mí, la oración es un impulso
del corazón, es una simple mirada al Cielo, es un grito de gratitud y de amor en la prueba como en la alegría; en fin, es algo grande, sobrenatural, que dilata mi alma y me une a Jesús» (Ms C 25r-v ; OC 263; parcial cit.en C 2558).
La suya es una conversación espontánea y personal:
«Reza mucho al Sagrado Corazón. Tú lo sabes: yo no miro al Sagrado Corazón como los demás; pienso que el corazón de mi cónyuge es sólo mío, como el mío es sólo de él, y luego en soledad le hablo de esta delicia de corazón a corazón, ¡esperando contemplarla un día cara a cara!”: LT 122, a Celina, 14/10/1890; OC 421.
Sin desmerecer la oración común:
«Amo tanto la oración común, porque Jesús ha prometido estar presente en medio de los que se reúnen en su nombre: entonces siento que el fervor de las hermanas compensa el mío»: Sra. C 25v; OC 264.
Poderosa es la oración:
«Un científico dijo: ‘Dame una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo’. Lo que Arquímedes no pudo lograr porque su pedido no estaba dirigido a Dios y se expresaba solo desde un punto de vista material, lo han obtenido los Santos. en toda su plenitud. El Todopoderoso les ha dado como punto de apoyo: Él mismo, y sólo Él. Como palanca: la oración, que inflama con fuego de amor, y así levantaron el mundo»: Sra. C, 36r-v; OC 278.
Pero no siempre es fácil:
“No me sorprende en modo alguno que la práctica de la familiaridad con Jesús os parezca un poco difícil de realizar. No se puede realizar en un día, pero estoy seguro que os ayudaré mucho más a recorrer este delicioso camino cuando estoy libre de mi caparazón mortal, y pronto, como san Agustín, dirá: ‘El amor es el peso que me arrastra’ [Conf. 13,9]»: LT 258 2r, rev. Maurice Bellière, 18/7/1897; OC 598.
La oración consiste en el amor. Celina testifica que, durante su última enfermedad
“Una vez encontré a mi querida hermanita, con las manos cruzadas y los ojos vueltos al cielo: ‘
Entonces, ¿qué haces así? -le dije- ¡Deberíamos tratar de dormir!
– Yo no puedo, sufro demasiado, entonces por favor…
– ¿Y tú qué le dices a Jesús?
– ¡No le diré nada, lo amo!”: CeR 214, tr. mía.  
9. Con María
Teresa ve a María como una persona real, más Madre que Reina:
«¡Cómo me hubiera gustado ser sacerdote para predicar sobre la Santísima Virgen! […] Necesito ver su vida real, no suposiciones de su vida, y estoy seguro que su vida real tenía que ser muy sencilla […] Debemos mostrarla imitable, resaltar sus virtudes, decir que vivió de la fe como nosotros [… Ella] es más Madre que Reina»: QG 21.8.3; OC 1080.
En el poema Por qué te amo, María, fechado en mayo de 1897 (P 54; OC 721-727), Teresa en 25 estrofas traza la «vida real» de María, según la cronología de los Evangelios: «Madre, tu
dulce Hijo quiere que seas ejemplo
del alma que le busca en la noche de la fe»: P 54, 15; OC 725; tr. mi.
En el último verso, Teresa evoca su propia historia:
«Tú que me sonreíste en el alba de mi vida
Ven y vuelve a sonreírme… Madre… ¡aquí está la tarde! […]
Contigo tengo sufrí y ahora de rodillas
quiero cantar, María, porque te amo
y repetir para siempre que soy tu hija!»: P 54, 25; OC 727; tr. mi.
Está segura de que María comprende las dificultades de sus hijos, incluso en la oración que le dirige:
«Solo (me da vergüenza confesarlo) me cuesta más el rezo del rosario que ponerme un instrumento de penitencia!… ¡Me doy cuenta que lo digo tan mal! Por mucho que trato de meditar los misterios del rosario, no puedo arreglar la ‘atención… Hace mucho tiempo que me aqueja esta falta de devoción que me asombraba, porque amo tanto a la Santísima Virgen que me sería fácil hacer oraciones en su honor que le agradan. Ahora estoy menos afligido: pienso que, siendo la Reina del Cielo mi Madre, ella debe ver mi buena voluntad y se contenta con ella»: Ms C 25v; OC 264 ad.  
10. Con las manos vacías
Teresa atestigua que con la guía de Jesús se recibe la ayuda necesaria:
«Comprendo y sé por experiencia ‘que el reino de Dios está entre nosotros’ [cf. Lc 17,21]. Jesús no tiene necesidad nada de libros ni de doctores para instruir las almas, El, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras… Nunca lo he oído hablar, pero siento que está en mí, en cada momento, me guía, Me inspira lo que tengo que decir o hacer, descubro, justo cuando lo necesito, algunas luces que aún no había visto: la mayoría de las veces no es durante mis oraciones que son más abundantes, sino entre las ocupaciones de mi día”: Sra. A 83v; OC 209 ad.
El camino entonces se vuelve fácil:
«¡Qué fácil es agradar a Jesús, conquistar su corazón! Sólo hay que amarlo sin mirarse a uno mismo, sin examinar demasiado los propios defectos […] Jesús le enseña [a Teresa…] a jugar al banco de amor, o más bien no, es Él quien juega para ella, sin decirle cómo lo hace […]; lo que le preocupa es abandonarse, entregarse sin reservarse nada, ni siquiera la satisfacción de saber cuánto el el banco la hace [ …]
Los directores hacen caminar a las personas por el camino de la perfección al hacer un gran número de actos de virtud y tienen razón; pero mi director, que es Jesús, no me enseña a contar mis actos: me enseña a hacer todo por amor, a no negarle nada, a ser feliz cuando me da la oportunidad de demostrarle que amo a él; pero esto sucede en la paz, en el abandono. Es Jesús quien hace todo y yo nada»: LT 142, 1v-2v, a Celina, 7/6/1893; OC 451-452 ad.
Sin preocupaciones de méritos:
«Después del destierro en la tierra, espero volver para gozar en la Patria; pero no quiero amasar méritos para el Cielo, quiero trabajar para vuestro único Amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro Sagrado Corazón y de salvar almas que os amarán eternamente.
Al atardecer de esta vida, me presentaré ante ti con las manos vacías, porque no te pido, Señor, que cuentes mis obras. Todos nuestros jueces tienen manchas en tus ojos. Quiero, pues, revestirme de tu misma Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo» (Acto de ofrenda al Amor misericordioso…: Pr 6; OC 942-943 ad.; part. cit. en C 2011) .  
11. Una rosa pelada
Al final de la Sra. C Teresa escribe: «Desde que Jesús ha subido de nuevo al Cielo, sólo puedo seguirlo siguiendo las huellas que ha dejado, pero ¡qué luminosas son estas huellas, ¡qué fragantes son! Tan pronto al mirar el Santo Evangelio, inmediatamente respiro los aromas de la vida de Jesús y sé hacia dónde correr…
No es en primer lugar, sino en último lugar que salto hacia adelante, en lugar de avanzar con el fariseo, repito, lleno de confianza, la humilde oración del publicano, pero sobre todo imito el comportamiento de la Magdalena, su asombrosa audacia, o más bien amorosa, que fascina al Corazón de Jesús, seduce al mío.
Sí, lo siento, aunque tuviera todos los pecados que se pueden cometer en mi conciencia, iría, desconsolado por el arrepentimiento, y me arrojaría en los brazos de Jesús, porque sé cuánto ama Él al hijo pródigo que regresa. a Él. el buen Dios, en su misericordia previsora, ha preservado mi alma del pecado mortal, que me elevo a Él con confianza y amor” (Ms C, 36v-37r; OC 278-279). Teresa expresó en un poema
su deseo de ser como una rosa pelada, sobre cuyos pétalos Jesús puede caminar:
«Una rosa pelada se da sin pretensiones para no ser más […]
Uno camina sin remordimientos sobre los pétalos de rosa
y estos residuos son un simple adorno que se arreglado sin art.
comprendí…»: P 51,3.4; OC 717; tr.
La monja carmelita de París que lo solicitó encuentra el poema hermoso, pero incompleto: falta un verso final, para presentar a Dios que recoge los pétalos pelados para formar una rosa que brillará por la eternidad. Para Teresa «amar es dar todo y darse» (P 54,22; OC 726), sin esperanza de reciprocidad. Por eso responde “que la misma Madre buena compone este verso según su idea, por mi parte no estoy nada inspirada para hacerlo. Mi deseo es ser hojeado para siempre, para alegrar al buen Dios. ¡Punto!. …» (nota de sor Maria della Trinità a M. Agnese, 17/1/1935; OC 1168).
Esto está en la línea de lo que también Teresa expresa en otro lugar:
«Mi vida no es más que un momento, una hora que pasa.
¡Oh Dios mío, tú sabes que para amarte en la tierra / sólo tengo hoy!»: Mi Canto para Hoy; P 5,1; OC 626 ad. «Miremos la vida en su verdadera luz: es un instante entre dos eternidades»: LT 87 a Celina, 4/4/1889; OC 378.  S. THÉRÈSE de l’Enfant-Jésus et de la Sainte-Face, Oeuvres complètes (Textes et Dernières Paroles), Cerf-DDB, París 1996.
S. TERESA DI GESÙ B. E DEL VOLTO S., Operecomplete. Escritos y últimas palabras, LEV-OCD, Ciudad del Vaticano-Roma 1997 (= OC).
TERESA DI LISIEUX, Consejos y memorias, Città Nuova, Roma 1973 (= CeR).     AA.VV., En el drama de la incredulidad con Teresa de Lisieux, Ancora, Milán 1997.
BALTHASAR HU von, Hermanas en el espíritu. Teresa de Lisieux e Isabel de Dijon, Jaca Book, Milán 1991, 3 ed.
GAUCHER G., Teresa Martin después de la lectura crítica de sus escritos, Paoline, Milán 1987, 2 ed. (= sol).
JUAN PABLO II, Carta Apostólica Divini amoris scientia, 19/10/1997: EV 16/1256-1287.
SICARI A., La Teología de Santa Teresa de Lisieux Doctora de la Iglesia, Libro OCD-Jaca, Morena (RM)-Milán 1997.
SION V., Caminata de oración con Teresa de Lisieux, Morcelliana, Brescia 1985. 
 
Charles de Foucauld : 15/9/1858 – 1/12/1916 – beat. 13/11/2005     
1. Notas biográficas 15/9/1858:
Charles-Eugène de Foucauld nace en Estrasburgo.
A los 16 años perdió la fe y permaneció en este estado de indiferencia durante más de 12 años.
1876 ​​​​- Entra en la academia militar de Saint-Cyr, pero no estudia mucho. Prefiere disfrutar de los placeres y organizar recepciones. Cuando llegó a la mayoría de edad, derrochó su herencia. Participa en una expedición militar a Argelia, donde lucha con un compromiso y un coraje asombrosos.
1882 – Se retira del ejército para dedicarse a la exploración de Marruecos. El contacto con la soledad del desierto y con la religión musulmana le afecta profundamente.
1886 – A finales de octubre regresa a Francia. Su conversión se lleva a cabo, favorecida por el ejemplo y las enseñanzas de su prima María de Bondy, quien le comunica su amor por la Eucaristía y por el Sagrado Corazón; y por el abate Henri Huvelin, que se convirtió en su director espiritual. Comprende que debe entregarse enteramente a Dios y se pone en camino en busca del camino a seguir:
«En cuanto creí que había un Dios, comprendí que sólo podía vivir para Él: mi vocación religiosa se remonta al mismo momento de mi fe «: A Henri de Castries, 14/8/1901; OS 623.
Pero una conversión profunda toma tiempo, especialmente para un temperamento fogoso como el de Charles. Los treinta años, desde el día de su conversión hasta su muerte, se caracterizarán por puntos de inflexión repentinos, proyectos fallidos,
Quiere unirse a una orden religiosa lo más estricta posible.
1888 – En diciembre realiza una peregrinación a Tierra Santa, lo que confirma su intención de vivir imitando a Jesús en su pobreza.
15/01/1890 – Entra en la trampa de Notre-Dame-des-Neiges, en el Ardèche y asume el nombre de hermano Maria Alberico. En junio partió hacia el monasterio más pobre de la Orden: la trampa de Notre-Dame-du-Sacré-Coeur en Akbès en Siria. Vivió allí durante seis años, pero, a pesar de las condiciones de vida muy austeras, quería más desnudos.
«Me enviaron a rezar un poco junto a un pobre trabajador, un indígena católico, que murió en el caserío cercano: ¡qué diferencia entre esta casa y nuestros hogares! Añoro Nazaret»: A M. de Bondy, 10/4 /1894; OS28.
1897 – Liberado de sus votos, va a Tierra Santa y se pone al servicio de las Clarisas de Nazaret. Sueña incluso con comprar el Monte de las Bienaventuranzas y establecerse allí como sacerdote ermitaño. Después de su conversión, es el segundo gran punto de inflexión de su vida: es el punto de ruptura con la vida religiosa clásica, en busca de la más exacta imitación de la vida oculta de Jesús, «el modelo único».
9/6/1901 – Es ordenado sacerdote en Viviers. Durante los meses de preparación al sacerdocio, el proyecto de Carlos maduró aún más: la vida de Nazaret, pero ya no en Tierra Santa, sino en Marruecos, donde no se conoce a Jesús.
Se instala en Beni-Abbès, un oasis en la frontera con Marruecos, con la esperanza de poder entrar pronto en el país que ahora le está cerrado. A los tres meses de su llegada escribe a su prima:
«Quiero acostumbrar a todos los habitantes cristianos, musulmanes, judíos e idólatras a que me consideren como su hermano, el hermano universal. Empiezan a llamar a la casa ‘la Fraternidad’, y esto es dulce para mí «: A M. de Bondy, 7/1/1902; OS 35.
La vida contemplativa se inserta en la experiencia del desierto:
«Más allá de este cuadro fresco y sosegado, están los horizontes inmensos… que se pierden en este hermoso cielo azul del Sahara que nos hace pensar en el infinito y en Dios – quién es mayor – Allah akbar»: A Henri de Castries, 20/11/1901; S 30, núm. 96.
Se dirige al sur, a las zonas de Hoggar, la patria de los tuaregs, que aún no conocen el Evangelio.
1905- En Tamanrasset funda una ermita similar a la de Beni-Abbès, donde pasará esencialmente los últimos 11 años de su vida.
Se dedicó al estudio de la lengua tuareg e incluso elaboró ​​un diccionario tuareg-francés. También está interesado en posibles proyectos para el desarrollo de esas áreas del Sahara.
Busca atraer a cristianos convencidos, dispuestos a llevar una vida sencilla según el Evangelio en el Sahara. Pero solo se queda hasta la muerte. Sus planes de fundar una comunidad religiosa fracasan. Varias veces (1909, 1911, 1913) fue a Francia en busca de compañeros, pero en vano.
Mientras tanto en el Hoggar, en Assekrem, a 2700 m., fundó una nueva ermita. Charles viaja entre Assekrem y Tamanrasset que, para proteger a los pobres, ha transformado en una pequeña fortaleza. De hecho, la situación es incierta y bandas de depredadores deambulan por la zona.
En Nazaret, el 6/6/1897 había escrito:
«Recuerda que debes morir mártir, despojado de todo, tirado en el suelo… asesinado violenta y dolorosamente… ¡y desea que esto suceda hoy!… Para que os pida esta gracia infinita, sed fieles en la vela y en el llevar la cruz»: OS 43.
Viernes 1/12/1916, al anochecer, la ermita es rodeada por un grupo de saqueadores. Un traidor llama a Charles que, capturado, es mantenido a raya por un niño, mientras los demás llevan a cabo el saqueo. Cuando llegan dos Meharists, el niño se asusta y dispara. Carlos muere instantáneamente.
«Si los discípulos de Jesús pudieran desanimarse, ¡qué causa de desánimo habrían tenido los cristianos de Roma la noche del martirio de san Pedro y san Pablo! He pensado muchas veces en aquella noche: ¡qué triste y cómo todo habría ¡Parecía aniquilado si hubiera habido, en los corazones, la fe que hubo! Siempre habrá luchas, y siempre el verdadero triunfo de la Cruz en la aparente derrota»: A Mons. Guérin, 29/6/1909; sistema operativo 45. 
 2. Escritos
Charles escribió extensamente: sus textos ocupan el equivalente a unas 15.000 páginas mecanografiadas. Con excepción de las Constituciones para la Asociación de los Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, no estaban destinadas a la imprenta. la ed. La Nouvelle Cité de París se ocupa de la edición completa de los escritos de Carlos desde 1977.
Los escritos espirituales se pueden dividir en tres grupos:
a. Proyectos de fundación para una sociedad religiosa;
b. Numerosas cartas;
C. Meditaciones, generalmente sobre textos evangélicos, y consideraciones sobre fiestas litúrgicas, apuntes de retiros y pensamientos varios. Aproximadamente 3/4 de sus escritos provienen del período de Nazaret.
Para remediar la aridez de su oración, por consejo del Abbé Huvelin, a partir de marzo de 1897 comienza a escribir sus meditaciones, a menudo utilizando cuadernos escolares.
En una serie de cuadernos, Lecturas del Santo Evangelio, Carlos sigue un patrón tripartito:
1. Escuche lo que dijo Jesús. 2. ¿Cómo vivió él personalmente su palabra? 3. ¿Qué tengo que hacer?
Otros escritos reportan solo textos del Evangelio, agrupados según diferentes temas (virtudes; momentos de la vida de Jesús). Dos «retratos» de Jesús son ofrecidos por El modelo único y Nuestro tierno Salvador.
Después de la ordenación, Charles escribió mucho menos. En Beni-Abbès y Tamanrasset está más ocupado con visitas y contactos con la población. En los últimos diez años de su vida estudió particularmente la lengua tuareg. Escribió El Evangelio presentado a los pobres del Sahara y numerosas Cartas, mientras que las notas del diario se fueron volviendo más sobrias.  3. Mensaje
Aunque Charles nunca se presentó como un maestro espiritual, sin embargo, en su copiosa correspondencia, meditaciones y proyectos fundacionales, ofrece pautas que, estudiadas y sintetizadas, forman una doctrina espiritual. Una doctrina cuya originalidad consiste en volver, más allá y por encima de todas las formas de espiritualidad temporalmente atravesadas, a la fuente primera: la vida según el Evangelio. Su referencia al Evangelio es constante:
«Aceptamos el Evangelio, es por medio del Evangelio, según el Evangelio que seremos juzgados… No según tal o cual libro, de tal o cual maestro espiritual, de tal o cual médico, de tal o cual santo, sino según el Evangelio de Jesús, según las palabras de Jesús, los ejemplos de Jesús, los consejos de Jesús, las enseñanzas de Jesús… Sigamos, pues, las enseñanzas de Jesús, los consejos de Jesús, las palabras, los ejemplos»: MSE 478e; OS 85.
Es su constante referencia al Evangelio lo que explica la aceptación de su mensaje, como el del s. Teresa del Niño Jesús, de una generación preocupada por rechazar todo lo que parezca artificial o sistemático para redescubrir la sencillez del Evangelio.
Estimulado por numerosos maestros espirituales, pero sobre todo por una constante meditación sobre el mismo texto evangélico que fue retomado incansablemente, el P. de Foucauld vivió los valores evangélicos con fuerte novedad e intensidad: “Volvamos al Evangelio: si no vivimos el Evangelio, Jesús no vive
en Volvemos a la pobreza, a la sencillez cristiana […] Volver al Evangelio es el remedio: es lo que todos necesitamos»: A Mons. Caron, 30/6 /1909; OS 698.
Podemos identificar tres características esenciales de su mensaje:1. Imitación de Cristo – «Tu regla. Sígueme. Haz lo que Yo haría. En todo pregúntate, ‘¿Qué hubiera hecho Nuestro Señor?’ y hazlo. Es tu única regla, pero es tu regla absoluta»: OS 300.
Seguir a Cristo «que ocupó el último lugar». Para Charles, las palabras del P. Huvelin escuchadas durante un sermón son decisivas:
«Jesús ha tomado tanto el último lugar que nadie ha podido quitárselo jamás»: B 97.
Imitar es compartir con el Amado:
“Compartiendo toda la vida de Cristo, su pobreza, su abyección, sus persecuciones, sus penalidades, teniendo una vida exterior en todo semejante a la suya; y al mismo tiempo esforzándose continuamente por hacer su alma lo más conforme posible a su alma santísima , para formar un solo corazón y una sola alma con nuestro amado Jesús»: CEE 190, Lc 9,23, SS 7,76-77; B 105.
«Cuanto más abrazamos la CRUZ/ más fuertemente abrazamos/ a JESÚS/ que está unido a ella.
Cuanto más nos falta todo lo que hay en la tierra/ más encontramos/ lo que la tierra puede darnos mejor:/ la CRUZ. Vivir
como si tuviera que morir hoy MÁRTIR: Diario 1901-1905; OS 311.
Además,
«la medida de la imitación es la del amor. ‘Si alguno quiere servirme, sígame’, ‘Ejemplo os he dado para que hagáis como yo he hecho por vosotros’, ‘El discípulo ya no es de los Maestro, pero es perfecto si es semejante a su Maestro”: Directorio de la Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón art. EL; OS 452.
Esto en una obra de despojo que, sin embargo, no conduce a una retirada del mundo, sino por el contrario a una inserción deliberada en las condiciones más difíciles (los trabajadores agrícolas alrededor de la meseta de Akbès; luego los beduinos del Sáhara…) .
Viviendo la propia vocación que no se elige, sino que se acepta:
«No son los hombres los que deben ‘elegir’ la vocación; como la vocación es una ‘llamada’, las palabras ‘elegir la vocación’ no tienen sentido. Uno no elige su vocación, uno la acepta, y uno debe buscar saber ella, prestar oído a la voz de Dios, espiar los signos de su voluntad […] y, una vez conocida la voluntad de Dios, hay que hacerla»: Directorio de la Unión de Fratts. y Sorr. del SC art. XVIII; sistema operativo 457.2. Vida de contemplación continua, pero inserta, como la de Jesús, María y José en Nazaret, en una existencia común y no separada de los demás hombres. Se pueden ver avances en este sentido.
Durante algunos años Carlos fue prisionero del orgulloso deseo del hombre moderno. Pero con su conversión en «Nazaret» se ha convertido para nuestro tiempo en signo de anonadamiento, gracias al abandono total en el Padre.
En una meditación de 1897 sobre las últimas palabras con las que Jesús en la cruz se encomienda al Padre, Carlos expresa esta actitud. El núcleo de esta meditación se ha convertido en la oración de abandono (cf. E 177; SS 119).
«Nazaret» es pues la intuición fundamental de Carlos, que se realiza por etapas.
a. Al principio trata de vivir el parecido al pie de la letra. Por eso busca en el Evangelio todo lo que se refiere a la pobreza y humillación del Hijo de Dios hecho hombre. Para vivir así, ni siquiera la pobreza del priorato de Akbès le basta.
«Conoces mi pensamiento vital: imitar la vida oculta de Nuestro Señor en Nazaret de la manera más perfecta posible, así como nuestro querido San Francisco imitó su vida apostólica»: AMB 26/12/1893 (p. 45).
b. 1901-1916: Después de un primer período lleno de deseos y proyectos, Carlos realiza la vida de Nazaret: es el paso de la letra al espíritu.
A Monseñor Caron 8/4/1905; SS 181-182.
«Tu vida en Nazaret puede ser conducida en cualquier lugar: condúcela al lugar más útil para tu prójimo»: Diario 22/7/1915; OS 340.
En el desierto «lleva consigo sólo el Evangelio y la Eucaristía: Jesús se hizo ocultar en la kénosis de la Palabra y de las especies eucarísticas, para estar al alcance de los pobres» (T. Goffi, La spiritualità dell’Ottocento, Dehoniane, Bologna 1989, 112).
Carlos habla de la «santificación de los pueblos infieles» gracias a la presencia eucarística.
En la Eucaristía y en el Evangelio encuentra el Corazón de Jesús
En El Evangelio presentado a los pobres del Sáhara en la conversación 21: Croce, escribe: «La religión católica […] enseña a todos los hombres […] también lo que se debe hacer para alcanzar la más alta santidad». El «camino» es el «glorioso de la Cruz y el camino de la imitación de nuestro amado Señor Jesús… Lo ilumina [al hombre] en este camino, en la noche oscura de esta vida, le da luz, ardor y valor para ascender por él, haciendo resplandecer en sus ojos la más brillante, la más dulce, la más cálida de las verdades, la ‘verdad’ del Sagrado Corazón de Jesús»: OS 568. Comentando Lc 12,49, escribe: «Tenemos grandes ¡Devoción a este Sagrado Corazón de Jesús con el que Dios ha encendido fuego en la tierra! Jesús Caritas: «¡He venido a encender un fuego en la tierra! ¿Qué quiero sino quemarme?». ¡Oh Dios mío, haz arder este fuego en mi corazón y en el de todos los hombres! Amén. Eso es lo único que se necesita»: MSE 365e; OS 729.
La oración que él vive y propone está centrada en el Evangelio:
«Debemos tratar de impregnarnos del espíritu de Jesús leyendo y releyendo, meditando y reconsiderando sin cesar sus palabras y sus ejemplos: que hagan en nuestras almas como la gota de agua que cae y cae sobre una piedra siempre en el mismo lugar»: A Louis Massignon, 22/7/1914; OS 133.
A lo largo de su vida Carlos no encontró a nadie dispuesto a vivir con él el proyecto de Nazaret. Los últimos años de su vida son, de manera muy especial, una «noche oscura del espíritu», en la que debe experimentar cómo su visión de Nazaret terminó en un fracaso total. Y sin embargo, en esta misma noche Carlos comprende aún más profundamente lo que significa Nazaret, como arraigo, vínculo definitivo con la población tuareg entre la que vive y que pronto será incluida en la banda conocida como el «tercer mundo». Después de todo, ya en Nazaret escribió:
«Sequedad y oscuridad: todo me cansa: la sagrada comunión, la oración, la oración, todo, todo, incluso decirle a Jesús que lo amo… Debo aferrarme a la vida de fe». Si al menos sintiera que Jesús me ama.
3. La caridad activa y fraterna al servicio del prójimo, fundada en una amistad atenta y concreta, que manifiesta la unidad entre los hombres, fruto y signo del amor de Jesús. una impresión más profunda en mí y transformó mi vida más que esto: ‘Todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, es a Mí que lo hacéis.’ Si se piensa que estas palabras son las de la Verdad increada, la boca que decía: ‘Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre…’, con qué fuerza uno es llevado a buscar y amar a Jesús en ‘estos pequeños’, en estos pecadores, en estos pobres»: A Luis Massignon, 1/8/1916; OS 724-5.
Organización benéfica que solicita la cancelación:
“Nuestra aniquilación es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer el bien a las almas; es lo que repite San Juan de la Cruz casi en cada línea. Cuando se puede sufrir y amar, se puede hacer mucho; se puede lo máximo que se puede en este mundo: se siente que se sufre, no siempre se se siente amado, ¡y es un gran sufrimiento adicional!, sin embargo, uno sabe que le gustaría amar, y querer amar es amar»: A M. de Bondy, 1/12/1916; OS 681.
Incluso cuando cuesta:
“Ustedes progresan cada día en el amor, en la virtud; si se detienen, retroceden… Así que trabajen incansablemente y examinen a menudo dónde están: los medios para saber si están creciendo, si están progresando en el amor de Dios y en todas las virtudes consiste en ver si crecéis en el amor al prójimo y en la humildad… Si crecéis en estas dos cosas, es la prueba cierta de que crecéis en toda perfección…»: MSE 267e; OS 170.
Al enfrentar valientemente los problemas, como la esclavitud:
“La esclavitud de los hombres y la patria terrena pasan pronto, como la vida […] Empero dicho esto y habiéndolos consolado en lo posible, me parece que el deber no está cumplido, y que es necesario decís, o decís por los que con derecho: ‘non licet’, ‘vae vobis, hypocritae’, que ponéis en sellos y por todas partes ‘libertad, igualdad, fraternidad, derechos humanos’ y reiteráis los lazos de los esclavos, que condenáis a prisión los que falsifican vuestros billetes y permiten que los niños sean robados a sus padres y vendidos públicamente»: A P. Martín, 2/7/1902; OS 581-582. 
 Conclusión
«Carlos de Foucauld muestra una gran cultura, pero no es un pensador abstracto. No pertenece a los místicos de la esencia, como Suso o Juan de la Cruz, sino a los místicos de la existencia, como Francisco de Asís, Vicente de Paúl o Teresa de Lisieux. No elaboró ​​ningún mensaje espiritual, pero dio el testimonio vivo de una mística del Evangelio» (GM 2, 240-241).
En particular, Carlos se pone del lado de una «mística de la noche», de la kénosis, del silencio de Dios, en el que Él se da a conocer tanto más claramente cuanto mayor es el ocultamiento.
Carlos vivió así una mística adecuada a nuestro tiempo. Incluso nuestros contemporáneos prefieren escuchar voces apagadas a expresiones demasiado altisonantes.
“En el mundo cristiano del siglo XIX, tan abrumado por el frenesí de la acción asistencial apostólica, el hermano Carlos se puso en escucha contemplativa de la Palabra y de la Eucaristía. Jesús eucarístico se ofreció a sí mismo inactivo, silencioso, escondido, pura presencia de amor. hacia nosotros que sufrimos, mientras Jesús-Verbo, revelado interiormente por el Espíritu, lo introduce en un apostolado muy alejado de la acción pastoral del servicio social y de la asistencia caritativa dominante en el siglo XIX» (T. Goffi, op. cit. , 113).
Concibe al sacerdote no como una persona que se ocupa en actividades apostólicas, sino que se deja perfilar por el Espíritu como icono de Cristo, es cierto que la humanidad se salva si Jesucristo se hace presente en medio de ella por la Eucaristía y la Evangelio» (cf. ib., 190). Pero también está dispuesto a dejarse «trabajar» continuamente:
«Me veo con gran asombro pasando de la vida contemplativa a la vida del santo ministerio. Me conduce allí, a pesar mío, la necesidad de las almas»: A su hermana, 17/1/1902; TPF 144 en B 66.
Testimonio de vida de hoy orientado al seguimiento de Cristo, recuerda que:
«Nuestro «único Maestro» y «único perfectamente santo» es Jesús: MSE 478e; OS 85.
“Toda nuestra vida, por muda que sea, la vida de Nazaret, la vida del desierto, así como la vida pública, debe ser predicación del Evangelio con el ejemplo; toda nuestra existencia, todo nuestro ser debe gritar el Evangelio en los tejados, toda nuestra persona debe respirar a Jesús, todas nuestras acciones, toda nuestra vida deben gritar que somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica”: MSE 314e; OS 367.
Debemos dirigirnos siempre a Cristo:
«Miremos a los santos, pero no nos detengamos en su contemplación, contemplemos con ellos a Aquel cuya contemplación ha llenado su vida.
Aprovechemos sus ejemplos, pero sin detenernos mucho ni tomar como modelo completo a tal o cual santo, y tomando de cada uno lo que nos parezca más conforme a las palabras y ejemplos de Nuestro Señor Jesús, nuestro único verdadero modelo, sirviéndose así de sus enseñanzas, no para imitarlos, sino para imitar mejor a Jesús»:

OS 11. CHARLES DE FOUCAULD, Obras espirituales. Antología, Paoline, Roma 1984, 6 ed. (=SO).
Escritos espirituales, ed. SEIS J.-F., Cittadella, Asís 1969, 2 ed. (= SS).
Escritos espirituales. Día a día, cur. SOURISSEAU P., Piemme, Casale M. (AL) 1999.
A solas con Dios en compañía de los hermanos. Itinerario espiritual desde los escritos, cur. BOLIS E., Paoline, Milán 2002.
Cartas a Mme de Bondy. De Trappe a Tamanrasset, intr. GORRÉE G., AVE, Roma 1968 (= AMB). pequeño Sor. ANNIE DI GESÙ, Charles de Foucauld, Qiqajon, Magnano (BI) 1998.
BARRAT D. et R., Charles de Foucauld et la fraternité, Seuil, París 1990.
BORRIELLO L., Sulle orme di Gesù di Nazaret. Evolución interior y doctrina espiritual de Carlo de Foucauld, Dehoniane, Nápoles 1980 (= B).
LAFON M., Una voz del desierto, Paoline, Milán 1998.
SEIS J.-F., Itinerario espiritual de Charles de Foucauld, Morcelliana, Brescia 1961 (= S).
ID., Charles de Foucauld (1858-1916), en RUHBACH G. – SUDBRACK J. (edd.), Grandi mystici, 2, Dehoniane, Bologna 1987, 231-252 (= GM).
ID., L’Aventure de l’amour de Dieu, Seuil 1993 (con 80 cartas de Foucauld-Massignon inéditas).
ID., El legado espiritual de Charles de Foucauld, «Familia Charles de Foucauld» 18 (1996) n. 64, 9-22.
VOILLAUME R., Charles de Foucauld y sus discípulos, S. Paolo, Cinisello B. (MI) 2001.
https://www-teologiaperlaicibs-org.translate.goog/main/dispense/figure_di_vita.php?_x_tr_sch=http&_x_tr_sl=it&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=sc

Teresa de Lisieux + Calendario intereligioso octubre 2022 – BNC Nº 326

2.- Gandhi Jayanti- Día Internacional de la NO-VIOLENCIA. El 2 de Octubre, es el aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi. El 15 de Junio del 2007, Naciones Unidas lo declararon como El Día Internacional por la No-violencia.

1.- Fiesta de Santa Teresa DEL Niño Jesús. VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA Copatrona de las Misiones. Celebra hoy la Iglesia a santa Teresa del Niño Jesús, como ella quiso llamarse. Nacida en Alençon (Normandía-Francia) en el año 1873, entró en el Carmelo de Lisieux a los quince años y donde murió el 30 de septiembre de 1897, a los 24 años. En su autobiografía, Historia de un alma, ha dejado el testimonio espiritual de su vida de fe y abandono en Dios Padre en medio de pruebas y sufrimientos: «He hallado mi propio lugar en la Iglesia –escribió–; en el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor». Se ofreció a sí misma como «víctima al Amor misericordioso de Dios». El papa Pío XI, que la canonizó en 1925, la declaró también Patrona de las Misiones Católicas. El papa Juan Pablo II la declaró Doctora de la Iglesia en 1997.

4.- Fiesta de San Francisco de Asís.

4 y 5.-Fiesta judía del Yom Kippur. El día del perdón. Ayuno estricto. Por la noche, el sonido del “Chofar” (cuerno de cordero) anuncia la remisión de los pecados y de las faltas. Por ser el único día de ayuno decretado en la Biblia, Iom Kipur constituye un tiempo dedicado a considerar los pecados cometidos. Se supone que durante este día los judíos oren por el perdón de los pecados de la humanidad ante Dios y, además, corrijan sus errores cometidos contra otras personas.

Los preceptos principales de Iom Kipur son los largos servicios devocionales y un ayuno de 25 horas, que lo observan, incluso, muchos de aquellos que se considerarían parte de la población poco observante.

7 al 9.- Mawlid al Nabí, (Mulud) [Fecha variable (1 – 2 días) con arreglo a la observación de la luna] El término Mawlid (en pronunciación vulgar Mulud), es el nombre que recibe la celebración del aniversario del nacimiento del profeta Muhammad. Shia Muslims celebrate this 5 days later. La celebración del Mulud, en tanto que expresión de veneración hacia Muhammad, es, en la práctica, universalmente admitida en el Islam. No obstante, los fundamentalistas la detestan (está formalmente prohibida en Arabia Saudita) y algunos sectores puristas la consideran inoportuna y ajena a la tradición. Sin embargo tiene una gran trascendencia para los sufíes. Los que se oponen a la celebración del Mawlid la consideran “vida”, es decir, innovación reprensible, y sus objeciones se elevan precisamente contra los aspectos que revelan una influencia del sufismo (como la recitación de poemas alegóricos, las danzas, los fenómenos de éxtasis…).

10.- Fiesta judía del Sukkot. Se describe en la Biblia (Levítico 23.34) como la «Fiesta de Tabernáculos.» Sukot es uno de los tres festivales celebrados (hasta el año 70 D.C.) con peregrinajes masivos al Templo de Jerusalén para conmemorar el éxodo del pueblo judío de Egipto (en el siglo 13 A.C.) y agradecer a Dios la cosecha.

10.- Día Mundial contra la Pena de Muerte. La pena de muerte es considerada como el triunfo de la venganza sobre la justicia y viola el primer derecho de todo ser humano: el derecho a la vida, la pena capital nunca ha disuadido el crimen y constituye un acto de tortura y el último trato cruel, inhumano y degradante. Una sociedad que acude a la pena de muerte anima simbólicamente a la violencia”. Declaración del Primer Congreso Mundial contra la Pena de Muerte, realizado en Estrasburgo, Francia, en Junio del 2001.

Aunque la mayor parte del mundo avanza hacia la abolición de la pena de muerte, aún se llevan a cabo ejecuciones, China se encuentra a la cabeza en la lista de países que la aplican, según los datos de la “Organización de Derechos Humanos Amnistía Internacional”.

  12.- Nuestra Señora del Pilar.

15.- Fiesta de Santa Teresa de Jesús.

16.- Día mundial de la alimentación. Debido a que uno de los objetivos de la ONU es eliminar el hambre, el 16 de octubre de 1945 se estableció la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación y desde 1981 se considera esa fecha como Día Mundial de la Alimentación.

18.- Fiesta judía Simchat Torah. Se celebra al concluir la festividad de Sucot.
Es el día en que se termina de leer en las sinagogas la última parte del Pentateuco en un rollo de la Torá, y se recomienza a leer la primera parte, conocida también como Génesis. La lectura de la Torá, que es leída cada sábado durante el año, se completa en “Simjat Torá”.
Simjat Torá significa “alegría de la Torá”, es una fiesta que se celebra con mucha alegría, con cantos y bailes.  

20.- Fiesta Festival del libro sagrado sij. Ascensión al estatus de gurú (gurgadi) del Gurú Granth Sahib, el Libro Sagrado de los Sikhs. En 1708, antes de su muerte, Gobind Singh, el décimo gurú, declaró cerrada la sucesión de gurús humanos y legó la autoridad espiritual al Gurú Granth Sahib.

24.- Fiesta hindú de Diwali, Festival de la LUZ. Este festival religioso hindú se celebra cada año entre los meses de octubre y noviembre. Durante esta celebración la gente se compra ropa nueva, comparte luces y tira petardos. Diwali celebra la victoria del bien sobre el mal y es una de las noches más alegres de todo el año. Shri Lkshimi, divinidad consorte del dios Vishnu, preside las fiestas y es la encargada de otorgar prosperidad y riqueza. Sin embargo, hay otras divinidades veneradas durante este día, la diosa Kali y el dios Gandesha son los más importantes.

Durante esta noche mágica se encienden lámparas de aceite y velas al atardecer. Además, la comida también cobra importancia durante la celebración del Diwali y es frecuente preparar recetas sabrosas y comer dulces. Otras costumbres del Diwali son hacerse regalos, hacer limpieza del hogar y decorar la casa para el nuevo año.

26.- Fiesta Baha’i del nacimiento del Bab. Celebración del nacimiento del precursor de Bahá’u’lláh nacido en 1819 en Shiraz (Irán).

«Dichosas las personas que creen sin ver»

 a propósito de Teresa de Lisieux

 Para encontrarse con Dios hay que buscarlo. Esto es importantísimo sin que ello suponga que la búsqueda y el deseo funden y den entidad a la realidad deseada. Se busca y desea porque la realidad, existente independientemente del deseo, provoca el deseo. Por ello, la presencia o la ausencia del deseo de Dios marca una diferencia fundamental. Quien no desee la libertad o la fraternidad, difícilmente las buscará. Y si se encuentra con ellas, difícilmente las va a reconocer en lo que son. Lo normal es que tienda a interpretarlas más allá o más acá de ellas mismas. La dureza de la realidad, se podrá sostener, hace imaginar o fantasear tales ideales inalcanzables o es una herencia de un periodo infantil o mitológico de la humanidad1.

El deseo natural de Dios hace del ser humano un ser paradójico ya que aspira a una vida cada vez más feliz que él mismo no puede proporcionarse y que sólo puede saciar si Alguien distinto de él se la regala. El deseo de Dios está puesto en el ser humano por Dios mismo y sólo Él puede saciar dicho deseo. En nuestros días, la significatividad de tal deseo se ve oscurecida, en primer lugar, por la duda que desde la metodología cientifista se arroja sobre su objeto. Pero la significatividad de tal deseo se encuentra oscurecida, en segundo lugar, por las diferentes satisfacciones que parecen proporcionar algunas ofertas de salvación ingenuamente optimistas sobre el final que aguarda a la condición humana, como el esoterismo, la doctrina de la reencarnación, terapias y meditaciones de diferente signo, etc. Tales alternativas se presentan como alternativas a la fe cristiana. Sin embargo, la necesidad de encontrar, también en nuestros días, un roca firme en la que pueda descansar dicho deseo no acaba de ser satisfecha plenamente.

Es muy probable que en nuestros días tal viaje hasta el borde del deseo pueda ser vestido con experiencias concretas de gratuidad y desinterés o asociando el objeto del deseo a la fiesta y, ciertamente, estando al lado de los pobres ya que son ellos quienes pueden llamar con más convicción y significatividad, desde de su situación de radical debilidad , Abba a Dios2. Quizá, por ello, el deseo y la hipótesis de Dios broten con particular fuerza y significatividad en situaciones históricas que contradicen frontalmente lo que se entiende por tal, de manera análoga a como el sufrimiento injusto evoca y remite al amor y a la justicia. Nadie discute la razonabilidad de imaginar un mundo solidario y fraterno aunque la fuerza del dolor sea tal que haga palidecer la aspiración a la justicia. Es posible hablar de la fraternidad porque en el padecimiento de la insolidaridad también hay sitio, por sorprendente que resulte, para evocar, aflorar y desear el amor gratuito e inmerecido. Y desde tal imaginario se propicia, a la vez, la rebelión contra dicha situación y la anticipación provisional de la situación añorada. Como dice san Juan de la Cruz, “el aprendizaje de la interioridad es de todo punto de vista innegociable, pues hasta para comprometerse hay que saber interiorizarse, y para ambas cosas hay que saber trascender la anécdota ascendiendo a lo que es mas anterior e interior que nuestra propia interioridad”3. Estas afirmaciones del mismo autor lo atestiguan: “ La anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo;-Los valles solitarios dan refrigerio y descanso en su sol y silencio. Soledad y sosiego divino, en par de los levantes de la aurora;- Apártate a una sola cosa que lo trae todo consigo, que es la soledad santa, acompañada con oración;-Las condiciones del pájaro solitario (alma contemplativa) son cinco: subir sobre las cosas transitorias; no sufrir compañía de criatura; poner el pico al aire (del Espíritu Santo), correspondiendo a sus inspiraciones; no tener determinación por ninguna cosa, sino por lo que es voluntad de Dios; cantar suavemente en la contemplación y amor de su Esposo; – Como el amor es unidad de dos solos, a solas se quiere comunicar4, En el fondo, más allá de la penúltima soledad humana, la persona comunicada con lo hondo en su soledad sabe que existe una ultima solitudo que es a la vez la raíz de toda cornpañía5.

El mismo San Agustín afirma: «No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En el hombre interior habita la verdad. Y si encontraras mutable a tu propia naturaleza, trasciéndete también a ti mismo»6. Es en el interior en donde se ilumina quien profundiza en sí mismo. Ahora bien ¿cómo realiza el alma esa iluminación interiorista? Si el ser humano es un animal racional que se sirve de un cuerpo mortal y terrestre, dentro del alma distingue san Agustín la razón inferior, que tiene por objeto el conocimiento de lo mutable sensible y la razón superior, cuyo objeto es la búsqueda de la sabiduría, el conocimiento de lo inteligible, de las ideas, y de Dios: es en esta razón superior cercana a Dios en la que tiene lugar la iluminación. Sin el interiori’zarse que nos pone ante Dios andaríarnos a ciegas: ”Tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío7.

Nuestro mundo, con el importante progreso de las técnicas que todo lo visualizan, busca la comunicación por la vista; la información, la imagen directa del acontecimiento en la que se han eliminado las distancias, nos hacen pensar que la realidad sólo nos llega a través de la absoluta trasparencia del ver. Ahora bien, la fe no son unos ojos que lo atraviesan y lo ven todo; los ojos de la fe ven, ante todo, en la noche. En medio de su prueba, y por su prueba, Teresa de Lisieux renuncia a este ver todavía adolescente, que le duró hasta la Pascua de 1896, para adentrarse en la auténtica fe, que es siempre un acto, una pasión, que siempre es el deseo de un no creyente que cree.

                 Teresa no busca caminar de nuevo en la claridad; se ha desecho de todo deseo, y especialmente del deseo de ver; se encuentra a una distancia infinita del éxtasis que anegaría su prueba en un océano de visibilidad, que engulliría en una luz cuyo momento, a sus ojos, es algo ya pasado: Teresa ha superado el tiempo de una fe que sería evidencia.

                 En otoño de 1896, en una libreta en la que copia otros textos, Teresa transcribe un solo texto bíblico, un pasaje del profeta Isaías: «Si das al hambriento tu pan y sacias el apetito del oprimido, brillará en las tinieblas tu luz, y tus sombras se harán un mediodía»8. Así, el amor a los que tienen hambre, a los que están afligidos, se convierte, para ella, en luz en medio de la noche. En este otoño de 1896 ha comprendido que lo esencial, para Jesús, para la Iglesia, para todo ser, es amar. Poco importa ver o no ver, poco importa la noche. La fe madura se vive en la prueba del no ver, una prueba que conduce a la única salida posible: la confianza. Bienaventurados los que creen sin haber visto. La fe auténtica no es deudora de una sociedad del espectáculo y no necesita ni recurre a llamativos subterfugios publicitarios.

Teresa ha sido acusada de infantilismo. No hay nada más lejano de la verdad que esto. Mas bien en ella emerge la madurez evangélica: la actitud confiada ante Dios, en los momentos de oscuridad. Su fe, puesta a prueba, no se hunde. Sin gracias extraordinarias, centra la expresión de su amor a Jesús en las pequeñeces de cada día. Para Teresa de Lisieux, la esencia de Dios es el amor, que es la definición más honda y específica que el cristianismo ha logrado de lo divino. Queda atada en la frase joánica: “Dios es amor” 9, es decir, Dios consiste en amar. Es una frase nuclear, irradiante. Ella sola será capaz de mantener la esperanza del mundo. Aunque comprenderla del todo sea imposible, sí que podemos desentrañarla para entender un poco mejor los caminos de Dios y los del ser humano: Dios es amor, la realidad es amor; ser hombre o mujer es tratar de vivir en el amor. El que Dios sea amor y misericordia es, seguramente, el nucleo de la espiritualidad de Teresa de Lisieux. El Dios que le habían presentado tenía los rasgos de un juez severo, casi vengativo, que no pasaba por alto las ofensas recibidas y que exigía reparación por todas las faltas cometidas, y que parecía que quisiese inclusive el sufrimiento humano… Teresa en poco tiempo cambia radicalmente esta visión y se convierte en la gran anunciadora del amor de Dios, tema central de la revelación del Nuevo Testamento. Efectivamente, Teresa redescubre a partir de su propia experiencia personal la imagen mas auténtica de Dios, la que viene de la Biblia, expresión del amor de Dios manifestado en la historia de la salvación.

Todas las religiones lo han entrevisto de alguna manera. La religión bíblica se orientó, no hacia los rasgos naturalistas, mágicos o animistanas de lo sagrado, sino hacia su carácter ético y personal. La experiencia del Éxodo parte ya de un Dios que salva y libera, estableciendo una alianza; es decir, de un Dios que se preocupa por el bien de los hombres y mujeres, los cuales, a su vez, se ven solicitados a observar una conducta recta y honesta. Así, la historia del pueblo de Israel está pautada por recaídas magicas que a su vez son corregidas por la conciencia de ese Dios ético y salvador de la Alianza.

Lo tremendum de Dios debe ceder terreno continuamente a lo fascinans: el carácter protector, agraciante y salvador de Dios. Oseas logró expresarlo como un amor tan tierno que no sabe castigar: ”¿Cómo podré dejarte, Efraím; entregarte a ti, Israel?… Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas»10 . Y lo grande no está sólo en esa proclamación, sino en su fundamentación: “Que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti 11. He aquí la auténtica dirección de la diferencia divina: justo porque es ’Dios y no hombre’, porque es ‘el Santo’, no aplasta y condena, sino que se compadece y perdona. Y de ahí la dificultad de nuestra psicología, porque ‘somos hombres y no Dios’, para comprender y creer en ese Dios amante del ser humano. Jesús de Nazaret nos ha posibilitado la superación de un obstáculo que parecía insalvable. Con Jesús culmina, dentro de nuestra tradición bíblica, la captación humana de lo que Dios, desde siempre, quiere ser para nosotros: Abbá o Padre entregado en un amor tan infinito como su mismo ser y que únicarnente espera de nosotros que, comprendiéndolo, nos atrevamos a responderle con la máxima confianza de que sea capaz nuestro corazón.

Cuando Teresa descubre el amor y la misericordia como los rasgos característicos de Dios, a partir de entonces ya no tiene ningún tipo de temor ante Él. Aquí es cuando aparecen en su vocabulario las palabras mas repetidas y más características de su actitud: confianza, amor, abandono. Teresa no se sinte juzgada por Dios, sino querida, por esto se da cuenta que Dios no quiere descargar sobre la humanidad su cólera y su justicia, sinó su amor. La justicia de Dios se ha de mirar como una manifestación de su amor y de su misericordia. Después de siglos de jansenismo, el testimonio de Teresa renueva nuestra mirada sobre Dios. Efectivamente, la influencia de la doctrina jansenista, propugnada por Jansenio (1585-1638) a través de su obra Augustinus, publicada dos años después de su muerte, combate de una manera programática la alta estimación de lo humano, ampliamente difundida en la teología escolástica desde el Humanismo y el Renacimiento. Las consecuencias prácticas de este pesimismo antropológico fueron considerables: exigencia del retorno de la Iglesia a la estricta fe y vida primitiva, rigorismo moral hasta llegar, en parte, al rechazo de las artes y más difíciles requisitos para la confesión y la comunión. Como dice Andrés Torres Queiruga, “Dios no ha creado hombres y mujeres religiosos, sino, simple y llanamente, hombres y mujeres humanos. El criterio definitivo es, por tanto, la realización humana. Así podemos afirmar que todo en la vida es divino cuando es verdaderamente humano. Desde la fe en este Dios, resulta absurda una postura negativa ante el mundo o la mínima reticencia ante cualquier progreso humano y, simultáneamente, resulta inaceptable una religión que, mirando al cielo, se desentendiera de la tierra”12.

Desde Jesús de Nazaret esta afirmación queda radícalizada. La nueva cristología, superando los viejos espiritualismos, afirma cada vez con mayor vigor que Él es el ‘Hijo de Dios’ no a pesar de, sino en su humanidad: tanto más divino cuanto más humano. Jesús, con su libertad a toda prueba, apoyada en el amor; con su entrega sin límites, por realizarse desde los más pobres; sin trampa, por tanto al servicio de los demás; por su acogida incondicional a los débiles, por saberse en las manos del Padre…. Por él hemos ido aprendiendo que la presencia de Dios, su gloria y su gozo se realizan con más plenitud allí donde de modo más verdadero y auténtico se realiza nuestra humanidad.

Esta imagen no encaja con la de un Dios omnipotente, que puede intervenir a capricho e imponerse a la libertad humana. La omnipotencia de Dios no se puede separar de su amor. Dios tiene todo el poder en tanto que es sólo y nada más que amor. Por amor nos llama a la vida y por amor se nos hace presente como salvación. Un ofrecimiento gratuito, que se brinda a la libertad y que pide ser acogido sin contraprestaciones. Así Jesús es Señor en la medida que hace presente a Dios como el que sirve, siempre a favor de sus criaturas y radicalmente a favor de ellas como víctimas. (JLVB)                 


1  Cf. J. M. GORDO, Dios, ¿Realidad o ficción?, Barcelona 1999, 17-18

2  Cf. Rm 8, 15-27

3  SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual B 1, 6 , Madrid 1987.

4  Cf. SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras completas, Madrid 1987.

5  Cf. C. DIAZ, Soy amado, luego existo, Bilbao 1999, 69-70.

6  SAN AGUSTÍN, Acerca de la verdadera religión, 39, 72

7  SAN AGUSTÍN, Confesiones III, 6, 11

8  Is 58, 10.

9  Jn 4, 8-16

10  Os 11, 8.

11  Os 11, 9

12  Cf. A. TORRES QUIRUGA, “Recuperar los caminos de Dios”, Misión Joven nº 264-265, Madrid 1999, 5-16.

«Dichosas las personas humildes» – Espiritualidad Teresa de Lisieux (1 de octubre 2021)

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Cf. JL VÁZQUEZ BORAU, Teresa de Lisieux. Un camino evangélico para el siglo XXI, BAC, Madrid 2003, 85-88.

Los anuncios proféticos protagonizados por Friedrich Nietzsche (1844-1900) a principios del siglo XX, anunciando una nueva aurora, la época del ‘superhombre’, ya han dado sus frutos. Durante estos cien años transcurridos hemos podido constatar el horror del nazismo y del fascismo; el exterminio y la violación de los derechos humanos en algunos países de Latinoamérica y África; la caída del comunismo que encubría tantas miserias; las guerras como consecuencia de los nacionalismos excluyentes; la insolidaridad y la explotación de los países ricos frente a los países pobres; y la constatación que tenemos a diario de vivir en medio de gestos intolerantes, fanáticos y racistas, que surgen incluso de nuestras propias entrañas.

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Para Nietzsche, la moral cristiana con su exaltación de los valores como la humildad, la abnegación, el arrepentimiento, el compartir los bienes etc. ha sido un factor fundamental en la consolidación de una concepción ‘débil’ de la existencia. Según este autor, Jesús fue utilizado por el grupo de sus seguidores judíos para construir una religión de débiles y de resentidos. Como fueron incapaces, dice, de soportar la muerte de Jesús, buscaron una explicación y un sentido. Ya que no podían enfrentarse contra los sacerdotes del pueblo se inventaron la interpretación siguiente: el débil (Jesús) triunfa sobre los fuertes (sacerdotes). Así, los débiles son los preferidos de Dios. De esta manera el cristianismo defiende definitivamente la ‘moral de esclavos’. Contra esto contrapone Nietzsche un si a la vida, sin ninguna referencia a la trascendencia, y sustituye a Dios, que representa el odio a la realidad, por el ‘dominio del mundo’. Esto lo expresó Nietzsche con su tajante proclamación “Dios ha muerto”. Uno de los argumentos fundamentales era que los valores tradicionales habían perdido su poder en las vidas de las personas. Estaba convencido que los valores tradicionales representaban una moralidad creada por personas débiles y resentidas que fomentaban comportamientos como la sumisión y el conformismo porque los valores implícitos en tales conductas servían a sus intereses. Nietzsche afirmó el imperativo ético de crear valores nuevos que debían reemplazar los tradicionales, y su discusión sobre esta posibilidad evolucionó hasta configurar su retrato del hombre por venir, el ‘superhombre’, un creador de valores, que refleja la fuerza e independencia de alguien que está emancipado de las ataduras de lo humano envilecido por la docilidad cristiana, excepto de aquellas que él juzga vitales.

Ante tal posición, hay que decir que no se puede ser cristiano sin ser antes persona, es decir, radicalmente ‘ser humano’. Y ser persona no es ser un ser humano ‘débil’, sino reconocer en lo más profundo de nuestro ser que no somos Dios, que somos criaturas, y, por lo tanto, seres creados, o lo que quiere decir, seres limitados. Esta humildad radical es la base de la fe, que, sin este terreno abonado, no puede crecer. La humildad no es un adorno más que se coloca la persona, sino la actitud fundamental donde se asienta todo su ser, la piedra base de la construcción de su personalidad comunitaria. Sin la virtud de la humildad la persona es paja para aventar. Si las demás virtudes no van precedidas, acompañadas y seguidas por la humildad, la soberbia se abrirá paso entre ellas y, más pronto o más tarde, acabará destruyéndola.

Una persona humilde, como vemos en Teresa de Lisieux, está en actitud de entrega y servicio a las demás personas. La persona humilde es como un camino que hacen los hombres a fuerza de pisarlo. Es como un agujero, cuanto más nada, más grande; pero por esa nada se nos hace presente Dios y se nos derrama Dios. La humildad nos conduce a la simplicidad, a la santidad, simbolizada en la actitud confiada de un niño en los brazos de uno de sus padres. La humildad es pura como el agua. Con la humildad comienza a vida espiritual, pues fe y humildad son inseparables. En la perfecta humildad desaparece todo egoísmo y la persona ya no vive para sí, pues la humildad lleva aparejada la pobreza y la sencillez luminosa.

Si somos incapaces de humildad, somos incapaces de alegría. Una persona que no es humilde no puede aceptar graciosamente las alabanzas. Quien es humilde no se altera por las alabanzas, pues sabe que tesoro escondido ha recibido y de donde todo procede. La persona humilde no tiene miedo al fracaso. En realidad no teme a nada ya que la perfecta humildad implica la perfecta confianza en el poder de Dios.

La virtud de la humildad nos libera del apego a nuestras obras y a nuestra reputación. Ser humilde es no estar pendiente de uno mismo. Cuando no prestamos atención a nosotros mismos es cuando somos libres para servir a Dios perfectamente, porque la humildad consiste precisamente en ser la persona que se es a los ojos de Dios, al reconocer la persona que no puede ser Dios y reconoce y acepta sus límites. La humildad es un camino descendente hacia las fuentes del ser. La persona orgullosa no hace más que elevarse, la persona humilde tiende a desaparecer, pues el ser humano ha sido querido y producido por Dios directamente con un amor personal. A partir de ese momento se convierte en imagen de Dios. Y la imagen de Dios perfecta es su Hijo despojado y crucificado: el Inocente, asumiendo el dolor de todas las personas inocentes crucificadas de una u otra manera, el Obediente, modelo de cómo llevar a término nuestra propia vocación y el Humilde, que sabe, porque confía, que su fracaso será un éxito dentro de los planes de Dios.

Los grados de la humildad corresponden exactamente a los grados del amor, así como los grados del orgullo y de la soberbia corresponden a los de la glacial estrechez y mezquindad del yo replegado en sí mimo. La vida es una larga lección de humildad y la persona encuentra su quietud y descanso cuando no codicia nada y está en el centro de su humildad, como Teresa de Lisieux, que a pesar de su noche de espíritu, no perdió ni la fe ni la esperanza, lanzándose en los brazos de Dios, pues para ella la humildad era la verdad, y sólo la verdad podía nutrirla.. Parece como si estuviese poseída por una especie de manía de desenmascarar y rectificar todas las cosas que se presentan ante ella disfrazadas. Su desconfianza se extiende incluso a las mismas visiones: “Sólo de la verdad puedo nutrirme. Esta es la razón por la que jamás he deseado visiones. En la tierra no puede verse el cielo y los ángeles tal como -son. Prefiero esperar a después de la muerte”1. Teresa se siente desgraciada cuando su deficiente formación le impide penetrar la plena verdad, expresándose así: “Sólo en el cielo veremos la verdad absoluta de todas las cosas. En la tierra, aun en la sagrada Escritura, hay siempre un lado oscuro y envuelto en tinieblas. Me da pena ver la diferencia de las traducciones. Si yo hubiera sido sacerdote, habría estudiado el hebreo y el griego, a fin de poder leer la palabra de Dios, como Él se dignó expresaría en lenguaje humano”2

La verdad es la humildad, pero la verdad puede verse y la humildad no. Así llega a esta sorprendente afirmación: “Me parece que la humildad es la verdad. Yo no sé si soy humilde; lo que si sé es que veo en todo la verdad”3. Mas cuando la verdad de Dios se realiza en el alma de manera que ésta vive de aquélla y no le opone ya verdad alguna propia, se hace también posible hablar de la propia humildad, pues esta humildad es entonces sólo una parte de la divina verdad: “Si, yo creo que soy humilde… Nuestro Señor me muestra la verdad; me doy tan perfectamente cuenta de que todo viene de Él”4Y el día de su muerte afirma: “Si, yo creo que no he buscado nunca más que la verdad… Sí, he comprendido la humildad de corazón”5, La humildad, que está, como sobre el filo de un cuchillo, entre el abismo de la verdad y el de la mentira. La humildad que no es ninguna virtud, sino la evidencia de que no se tiene ninguna virtud, porque todo procede de Dios 6.


1 TERESA DE LISIEUX, Novísima Verba. Darreres paraules de Santa Teresa de Jesús Infant recollides de la seva propia boca per la Rda. M. Arnés de Jesús (Barcelona 1954), 117.

2 Historia de una alma, Barcelona 1952, 289

Historia de una alma o. c., 266

4 Novísima Verba, o. c., 114

5  Novísima Verba, o. c., 193

6. H. U. VON BALTASAR, Teresa de Lisieux, historia de una misión (Herder, Barcelona 1957) 46





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Navidad de 1886: ¡tres conversos famosos!

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¡Dios ama la Navidad! Durante este tiempo bendito, su luz toca los corazones de manera impredecible y cura la desesperación. Aquí hay tres famosos «conversos» del 25 de diciembre de 1886.

La Navidad de 1886 va a cambiar tres destinos:

La primera se convirtió en «la mayor santa de los tiempos modernos» (Pío X) y doctora de la Iglesia: después de la misa de medianoche en la catedral de Lisieux, Thérèse Martin, de 13 años, renuncia a su egocentrismo infantil . Ella se convertirá en santa Teresa de Lisieux.
El segundo fue declarado beato en 2005 por el Papa Benedicto XVI y la sangre de su “martirio” sigue irrigando nuestros desiertos espirituales: es el aventurero Charles de Foucauld. Dos meses después de su conversión en la iglesia Saint-Augustin de París, vio una Natividad en la asombrada adoración de este Dios que se hizo hombre «en la abyección y la oscuridad», y al que no tenía deja de imitar. La Iglesia lo reconocerá bienaventurado.
El tercero es uno de los más grandes poetas cristianos: Paul Claudel. Así, el 25 de diciembre de 1886, este joven escritor agnóstico se convirtió repentinamente en católico al asistir, un diletante aburrido, a las vísperas de Notre-Dame de París.
Maestros espirituales, cada uno a su manera, ellos mismos nos hablan de este momento único en el que su vida cambió para siempre. Y también brinde algunas condiciones para una auténtica conversión: separarse de sí mismo; aceptar arrodillarse; que crezca en nosotros el deseo que Dios pone por Él en nosotros; nutre esta «iluminación» para que permanezca; nunca desesperes de la gracia.

Estos tres testigos tienen en común una convicción asombrosa: Dios actúa en lo más íntimo de nuestro deseo, en lo más secreto de nuestro corazón. Dios entra en nosotros a veces golpeando delicadamente la puerta del alma, a veces forzando la cerradura, a veces rompiendo la puerta, a veces como un ladrón, pero con el mayor respeto por nuestra libertad.

En sus Salmos (ediciones Gallimard), el poeta Claudel traduce así el último verso del Salmo 12, sin duda pensando en la gracia de esta Navidad de 1886: «¡Ante la idea de tu salvación, mi corazón ha tomado alas! Este Señor Dios, que me ha hecho bien, le vino un cántico mío. ¡Una especie de canción y poema hacia el Altísimo salió de mí! Un villancico para el Altísimo que fue hecho Muy Bajo esa noche.