«La santidad» Carlos de Foucauld y el Papa Francisco

«No tengáis, pues, la locura de creer que es orgullo por vuestra parte desear, esperar, querer llegar a una grandísima santidad; eso no es orgullo, sino, al contrario, un deber y obediencia«
San Carlos de Foucauld. 

«Los santos son perlas preciosas; están siempre vivos y son actuales, no pierden nunca valor, porque representan un fascinante comentario del Evangelio. Su vida es como un catecismo con imágenes, la ilustración de la Buena Noticia que Jesús ha traído a la humanidad, que Dios es nuestro Padre y ama a todos con amor inmenso y ternura infinita. San Bernardo decía que, pensando en los santos, se sentía arder «con grandes deseos» (Disc. 2; Opera Omnia Císter. 5, 364ss). Que su ejemplo ilumine las mentes de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo, reavivando la fe, animando la esperanza y encendiendo la caridad, para que cada uno se sienta atraído por la belleza del Evangelio y ninguno se pierda en la niebla del sinsentido y de la desesperación«.

Papa Francisco, 6/X/2022

¿Con quién profesamos estar unidos en la Comunión de los Santos?

«El amor de Dios ha sido redamado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5). Se trata del amor con que Dios se ama a sí mismo. Este amor que es la gracia increada produce un efecto o una gracia creada en nosotros, que es la caridad. San Juan Crisóstomo (347-407) lo expresa con estas bellas palabras: «La caridad te presenta a tu prójimo como otro tú mismo; te enseña a alegrarte de sus bienes como si fueran los tuyos y a conllevar sus penas como tuyas. La caridad reúne un gran número en un solo cuerpo y transforma sus almas en otras tantas moradas del Espíritu Santo. Pero el Espíritu de la paz no descansa en medio de la división, sino de la unión de corazones… La caridad hace poner en común los bienes de cada uno» (De perfecta caritate, PG 56, 281). La caridad realiza una comunicación de los bienes espirituales. Lo que hay en uno se inscribe para beneficio del otro, como la salud de un miembro beneficia a la totalidad del cuerpo.

Porque los principios de unidad son reales y firmes, podemos creer más allá del mundo y amar hasta en el mundo de Dios, hasta en su corazón y con su corazón. Por esta razón, la comunión de los santos se extiende hasta los bienaventurados del cielo y a nuestros difuntos del velo que los oculta a nuestros ojos. El Espíritu Santo, al encontrarse en todos los miembros del cuerpo de Cristo, hace posible entre ellos una intercomunicación de energía espiritual. No solo se nos comunica el mérito de la pasión y de la vida de Cristo, sino que todo lo que los santos han hecho de bueno se comunica a los que viven en la caridad, porque todos son uno. La oración por los difuntos se apoya en que la muerte no puede separarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo nuestro Señor, como dice Rm 8, 38-39: «Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro». La eficacia de la oración se fundamenta en la unidad de la caridad. Esta unidad establece el vínculo entre la Iglesia de la tierra y la que se encuentra más allá del velo. Como dice Yves M. J. Congar, «la liturgia de la Iglesia está llena del sentimiento de que estas dos partes de un mismo pueblo están unidas en la alabanza y celebran el mismo misterio, especialmente en la eucaristía» (Cf. Quodl.II, 14; VIII, 9). Entonces, ¿qué no osaríamos creer y profesar si el Espíritu Santo, personal e idénticamente el mismo, está en Dios, en Cristo, en el cuerpo de éste y en todos sus miembvros vivos?

¿Qué implicaciones tiene profesar la fe en la «comunión de los santos»?

Cuando nos disponemos a celebrar la festividad de «Todos los santos» el próximo 1 de octubre 2021, está bien hacer atención a la fe que profesamos. Esta expresión aparece poco antes del año 400 en el Símbolo de los apóstoles o credo de los apóstoles, declaración dogmática de los contenidos de la fe cristiana. Se trata del antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma: «Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia Católica (en algunos casos  las confesiones protestantes, suelen cambiar la palabra católica por cristiana o universal), la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
».

¿Con quién profesamos estar unidos? Para poder responder a esta pregunta es necesario hacernos otra: ¿Cual es el fundamento de esta unión? Y la respuesta es: La caridad: «Dios ha derramado su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5). Este amor que nos ha sido dado produce en nosotros la caridad, que produce la unidad entre los creyentes, por una comunicación de los bienes espirituales. Lo que hay en uno se inscribe para beneficio del otro, como la salud de un miembro beneficia a la totalidad del cuerpo. San Juan Crisóstomo lo expresa así: «La caridad te presenta a tu prójimo como otro tú mismo; te enseña a alegrarte de sus bienes como si fueran los tuyos y a conllevar sus penas como tuyas. La caridad reúne un gran número en un solo cuerpo y transforma sus almas en otras tantas moradas del Espíritu santo. Pero el espíritu de la paz no descansa en medio de la división, sino de la unión de los corazones… La caridad hace poner en común los bienes de cada uno» (De perfecta caritate, PG 56, 281). Gracias a que esta unidad es real podemos creer más allá del mundo y amar hasta en el mundo de Dios, hasta en su corazón y con su corazón. Por esto, la comunión de los santos se extiende hasta los bienaventurados del cielo y a nuestros difuntos más allá del velo que los oculta a nuestros ojos.

El amor de Dios, con su principio radical, el Espíritu Santo, al encontrarse en todos los miembros del Cuerpo de Cristo, hace posible entre ellos una intercomunicación de energía espiritual. Para Santo Tomás de Aquino: «No solo se nos comunica el mérito de la pasión y la vida de Cristo, sino que todo lo que los santos han hecho de bueno se comunica a los que viven en la caridad, porque todos son uno. De esta manera, todo el que vive en la caridad, participa de todo el bien que se hace en el mundo» Tomás fundamenta la oración por los difuntos en la unidad de la caridad (Cf. Quodlt. II, 14; VIII, 9). La muerte no puede separarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo nuestro Señor (Rm 8,38-39).

Esta unidad establece el vínculo entre la Iglesia de la tierra y la que se encuentra más allá del velo. La liturgia de la Iglesia está llena del sentimiento de que estas dos partes de un mismo pueblo están unidas en la alabanza y celebran el mismo misterio, especialmente en la eucaristía. Pero es el Espíritu Santo quien suscita la irradiación de la santidad. No son los discursos más inteligentes los que hacen surgir en el mundo una cosecha espiritual; son las almas escondidas en Dios, totalmente abandonadas, perdidas para el mundo y entregadas incondicionalmente a Dios, como la hermanita Magdaleine de Jesús o Carlos de Foucauld. Estas son las vidas que cambian a otras e irradian santidad.

J. L. Vázquez Borau