«Mariano Puga, santo popular de Chile» Iesus Caritas


Mariano Puga se refirió a su mundo, al que él comparte. Un mundo de cesantía, de hambre, de ollas comunes, de mujeres golpeadas por sus maridos, de niños castigados, a veces brutalmente, por sus padres, un mundo donde no siempre se practica el sacramento del matrimonio y donde las más de las veces se ignoran los diez mandamientos, pero donde se ejerce la solidaridad de modo tan natural y simple que nunca un doliente está solo.

En palabras suyas “la “opción por los pobres” no es suficiente, pues en ella hay uno que opta y un optado, produciéndose una relación vertical que no es propia del Reino de Dios. El “por los pobres” convierte a los pobres en objetos de nuestra opción. Mientras que en el “con los pobres” se trabaja codo a codo, se sufre en conjunto y se anuncia la dicha de la Resurrección a los compañeros.

Yo creo que no considerarse feminista es considerarse inhumano, porque la raza humana somos mujeres y hombres. Vivimos en un mundo machista, para qué decir dentro de la Iglesia Católica, ahí ya llegamos a la exageración. Las mujeres en la Iglesia son 3/4 de ella. Son las que hacen la tarea de cada día. Pero cuando se trata de compartir con ella el servicio del poder a la comunidad, no tiene ningún espacio.

Y la iglesia apenas musita declaraciones, la iglesia ha sido cómplice del sistema de mercado. ¿Qué les pasa a los pastores de Chile? Han perdido la capacidad de estar con el pueblo, hacer suyo sus gritos y gemidos, han perdido credibilidad porque hemos escandalizado a nuestro pueblo, le hemos dañado y mentido y ahora estamos en exilio en nuestra propia tierra, encerrados y exiliados en nuestra propia iglesia.

Durante estos meses habíamos tratado de comulgar con el cuerpo de Cristo, baleado, dañado, mutilado, asesinado… ¿No era consecuente comulgar con el cuerpo de Cristo? …. “quien come el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación” (1 Cor 11, 27).

Jesús Herrero Estefanía

Mariano Puga Concha nació el 25 de abril de 1931 en una familia aristocrática. En su juventud ingresó a arquitectura, pero abandonó dicha carrera tras una experiencia como estudiante con personas de un Campamento marginal en el Zanjón de la Aguada. Entonces ingresó al Seminario Diocesano. Fue párroco de la Población La Legua. Su testimonio siempre fue más práctico y encarnado, sobre todo por su adscripción al movimiento de los curas obreros, que declarativo. Aunque también escribió numerosos textos y dio entrevistas en especial en la revista Mensaje de los jesuitas.

Pero la forma más clara, concreta y vivencial de conocer la vida y la misión de Mariano, es a través de algunos testimonios recogidos en el diario Interferencia:

Testimonio de la iglesia en dictadura

“A la salida vi al padre Mariano Puga, rodeado de sus míseros vecinos de la población marginal donde él ejerce su ministerio. Un hombre esbelto y hermoso. Pantalones grises, chaqueta cortavientos, gorro forrado en piel.

No hacía mucho que había salido de prisión. Lo detuvieron en curiosas circunstancias. Había ido a una misa en la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, pleno barrio alto. El cura oficiante le invitó a decir el sermón. Mariano Puga se refirió a su mundo, al que él comparte. Un mundo de cesantía, de hambre, de ollas comunes, de mujeres golpeadas por sus maridos, de niños castigados, a veces brutalmente, por sus padres, un mundo donde no siempre se practica el sacramento del matrimonio y donde las más de las veces se ignoran los diez mandamientos, pero donde se ejerce la solidaridad de modo tan natural y simple que nunca un doliente está solo. Gran parte de ese otro mundo que constituía el público asistente a la misa, se conmovió. Pero el presidente de la junta vecinal protestó indignado por el sermón y llamó a, la policía. Se llevaron preso a Mariano Puga, el sacerdote de los marginales, porque lo hallaron subversivo.

A las puertas de la Basílica de Lourdes, el padre Puga testimonió con indignación: Cuando estuve preso, reconocí en uno de los detenidos a un hombre que ahora La Segunda da por muerto en un enfrentamiento en Argentina. Yo estuve a su lado. Estaba tan torturado que no podía ni moverse”.

(Virginia Vidal, “Otras voces, otros temples”, Araucaria de Chile, Número 15, 1981, página 188).

Mariano Puga, santo popular de Chile
Mariano Puga, santo popular de Chile

El cura obrero

“Desde la ventana de su mediagua en Villa Francia, Estación Central, Mariano Puga veía pasar a los obreros que iban caminando muy temprano a sus trabajos. Un día, orando con Jesús, pensó que tenía que cortar toda dependencia económica y ganarse la vida como sus vecinos, como el carpintero de Nazareth. Entonces fue a hablar con la gente de la empresa que estaba construyendo las casas en la villa y al día siguiente comenzó a trabajar de obrero. “Al párroco lo conocían porque andaba repartiendo ripio”, dice Mariano y se ríe. “Me acuerdo que estaban dos cabros chicos mirado esto y uno le dice al otro: «Ese maestro que está ahí me dio la Primera Comunión». ¡Un carpintero de Nazareth es el fundador de la Iglesia de Cristo! ¿tienes esa imagen? No la tiene nadie””.

(Paz Escárate Cortés, “El amor de Cristo urge: Mariano Puga”, Mensaje, vol. 68, página 43).

Cristianos por el socialismo

“A pesar de que diferentes opiniones, hay cierta coincidencia en que la comisión «Los hombres buenos», eran aquellos integrantes que mantenían las mejores relaciones con los obispos y con Silva Henríquez. Es recién con el movimiento “Cristianos por el Socialismo” cuando el cardenal, y en general toda la jerarquía, adopta una postura de rechazo absoluto ante todo planteamiento y toda acción del movimiento. De hecho, Mariano Puga recuerda la reacción del cardenal al enterarse de la preparación del Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo: “De hecho, el Cardenal Silva nos llamó y nos echó de todo cargo: yo estaba impartiendo un seminario – ¡Fuera!; Roberto Bolton con su equipo de seminario – ¡Fuera!; Humberto Guzmán con su trabajo en la Parroquia Universitaria – ¡Fuera! Nos echó a todos, descabezó a todos de los cargos. Fue increíblemente represivo””.

(Francisco Masías Urbina, “El grupo de los ochenta: pensamiento, acción y radicalización de los sacerdotes de la iglesia católica chilena”, Tesis presentada para optar al grado de Licenciado en Historia, 2015).

La opción por lo pobres no basta

“Así, desde su trinchera de lucha, Mariano Puga articuló un movimiento con los pobladores desde adentro, en sintonía con su pensamiento y su cotidianidad. En palabras suyas “la “opción por los pobres” no es suficiente, pues en ella hay uno que opta y un optado, produciéndose una relación vertical que no es propia del Reino de Dios. El “por los pobres” convierte a los pobres en objetos de nuestra opción. Mientras que en el “con los pobres” se trabaja codo a codo, se sufre en conjunto y se anuncia la dicha de la Resurrección a los compañeros. Cuando se actúa buscando la “suerte de los pobres” se puede acceder a una mejor comprensión del Evangelio.” Un estilo de vida crítico y radical dentro del episcopado chileno que lo llevó a situaciones de peligro, inclusive a la cárcel por la búsqueda de consecuencia entre su cotidianidad e ideología y la lucha por los derechos humanos, algo que podemos asociar con los cientos de perseguidos políticos de índole marxista presos, exiliados, asesinados o desaparecidos bajo la dictadura de Pinochet”.

(Miguel Alonso Correa Flores, “El cristiano marxista y la vía chilena al socialismo”, informe final para optar al grado de licenciado en historia, Universidad de Chile, 2017).

descarga (2)

Feminismo

Yo creo que no considerarse feminista es considerarse inhumano, porque la raza humana somos mujeres y hombres. Vivimos en un mundo machista, para qué decir dentro de la Iglesia Católica, ahí ya llegamos a la exageración. Las mujeres en la Iglesia son 3/4 de ella. Son las que hacen la tarea de cada día. Pero cuando se trata de compartir con ella el servicio del poder a la comunidad, no tiene ningún espacio. Eso es machismo, y tendríamos que empezar por la Iglesia a repensar que Dios, nuestro creador, nos hizo iguales en derechos. Yo creo que la Iglesia no puede hablar mucho en una sociedad machista sin revisarse a ella también”.

(Entrevista de Paloma Grunert, El Desconcierto, 28 de marzo de 2016).

La reacción al estallido social de 2019

“Aburrido hasta el tuétano. Despierto en la mañana y lo primero que me encuentro es con la parálisis política que da cuenta de falta de liderazgo. Discursos fomes, repetitivos, sin creatividad y estúpidos. Somos dictadura y prisioneros de Pinochet, prisioneros de nosotros mismos, de nuestras propias prisiones, de nuestros propios odios (…) Ese pueblo tiene el derecho a destruirlo todo porque todo le han destruido, habrá que preguntarse ¿¡Qué cariño le hemos tenido, qué hogar les hemos brindado!? ¿Qué amor les hemos dado? ¿Qué he hecho yo por afectar para mejor sus vidas? Piñera no entiende lo que está detrás del clamor de la gente, él y muchos como él, no pueden entender el despertar del pueblo, no entiende que las leyes que sostienen el sistema social, de salud, de trabajo, de previsión es excluyente, egoísta, inhumano (…) La revolución no se hace con los poderosos, sino con aquellos que hacen suya la causa de los sin poder y ésos nos faltan hoy. No veo cómo este sistema los va a producir, más bien al revés, el sistema toma a los sin poder y los transforma en los adoradores del modelo de consumo.

Y la iglesia apenas musita declaraciones, la iglesia ha sido cómplice del sistema de mercado. ¿Qué les pasa a los pastores de Chile? Han perdido la capacidad de estar con el pueblo, hacer suyo sus gritos y gemidos, han perdido credibilidad porque hemos escandalizado a nuestro pueblo, le hemos dañado y mentido y ahora estamos en exilio en nuestra propia tierra, encerrados y exiliados en nuestra propia iglesia. Como decía Violeta ¿Qué dirá el santo padre? El proyecto no era de los hombres, era de Dios. La iglesia no es capaz de estar en sintonía con las demandas del pueblo porque dejo de ser pueblo, no entendemos a la gente ni a Jesús, más bien lo sacrificamos, lo destruimos, lo deshumanizamos, lo pisoteamos y lo transformamos en un rito de muertos, de misas convencionales, de ritos justificadores.

(Mariano Puga, ¡El despertar no tiene que morir nunca más!, 23 de octubre de 2019, Comité de Defensa y Promoción de DD.HH. de La Legua)

Carta a los hermanos curas

“Hermanos curas, el pasado martes a las 10:30 en las afueras del Centro de Justicia de Santiago, celebramos la Cena del Señor Jesús entre cientos de personas quienes soñamos un Chile distinto. En especial con los familiares de los asesinados, presos políticos, enceguecidos, callados y encarcelados producto de la protesta social desde el 18 de octubre hasta ahora. Hicimos también memoria de los carabineros heridos, de comerciantes y de gente de los vecindarios que han sido atropellados en sus derechos, de los que han sido atentados y violentados. “Todo lo que le hiciste a tu hermano más pequeño, a mí me lo hiciste” (Mt 25).

Al conocer la realidad sociopolítica de los familiares de las víctimas noté que muy pocos de ellos se sentían en comunión de Iglesia, aunque muchos admiran a Jesús y su mensaje. Esa es la primera impresión que me llevo. Nunca me había tocado la experiencia de una “Iglesia en salida” que exigía una improvisada catequesis de la Eucaristía para ese mundo.

El papa Francisco nos dijo: “la Eucaristía no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles” y así lo repetí con todas mis fuerzas. La segunda impresión que me llevé fue ver la cantidad de personas que comulgaron el cuerpo y la sangre del justo, de Jesús de Nazaret. Durante estos meses habíamos tratado de comulgar con el cuerpo de Cristo, baleado, dañado, mutilado, asesinado… ¿No era consecuente comulgar con el cuerpo de Cristo? …. “quien come el Cuerpo de Cristo indignamente, come su propia condenación” (1 Cor 11, 27).

Con dolor me tocó percatarme que éramos solo dos los presbíteros quienes estábamos compartiendo la Cena del Señor con esa masa de gente. ¿Qué es eso? ¿Es esa la Iglesia en salida que nos pide el querido papa Francisco?

Después de tanta solidaridad compartida, con estos hermanos crucificados… ¿Se justifica que solo dos presbíteros hayan acompañado a ese PUEBLO el día que denunciábamos su dolor? “¿De qué vale la fe si no tiene obras?” (St. 2, 14), ¿Con qué Cristo comulgamos?”.

(Carta escrita por Mariano Puga desde el Hospital UC, 3 de marzo de 2020, Comité de Defensa y Promoción de DD.HH. de La Legua)

descarga

Mariano Puga falleció el 14 de marzo de 2020. En su funeral fue acompañado por una multitud de personas sencillas, agradecidas por su vida y su testimonio de lucha y solidaridad.

Carlos de Foucauld: La fragancia del Evangelio

La presentación del libro Carlos de Foucauld: La fragancia del Evangelio publicado por la
editorial PPC en el año del primer centenario (+1 diciembre 1916)
de la muerte/martirio del beato Carlos de Foucauld apareció de
manera modesta en noviembre de 2012 impreso en Murcia a
expensas del pecunio del autor. Aquella primera edición modesta
contaba con 206 páginas. La edición que recensionamos ha sido
revisada y aumentada con la ciencia y experiencia de estos años
pasados contando en la nueva edición con cuarenta páginas más.
El autor, como en muchas de sus publicaciones y escritos,
reflexiona sobre el Evangelio de la mano de Carlos de Foucauld, el
monje/misionero del Sahara que se dejó embriagar por la fragancia
del Evangelio y con el paso del tiempo puede ayudarnos a disfrutar
en nuestra hora presente de ese buen olor de Cristo. Le viene su
vocación de lector desde el aprendizaje de las primeras letras. Su
encuentro con los místicos españoles y con los textos del reformador
francés René Voillaume, especialmente en su libro “En el corazón de
las masas” (Madrid 1958), en sus años de formación seminarística, le
abrieron un horizonte de sentimientos que a lo largo del tiempo ha
ido convirtiendo en libros-testimonio que comparte con sus lectores
para invitar a hacer el mismo viaje de búsqueda del Absoluto. Más
de dieciocho obras jalonan su curriculum junto a innumerables
artículos en revistas tan afamadas como Cuadernos de Oración y
Pastoral Misionera. Luz en el tiempo (Cartagena 1973); Canciones del
hombre nuevo
(Santander 1987); Imágenes y profecías de la amistad
(Santander 1993); Experiencia con la soledad. Páginas de vida y oración
(Madrid 1994); Ráfagas del Espíritu (Santander 1999); Un Dios
locamente enamorado de ti. Fragmentos de oración y vida cristiana

(Santander 2000); Contemplación de la Navidad. Versos y oraciones del
Enmanuel
(Madrid 2000); La vida más allá del sentido (Murcia 2010);
Poemas para la Utopía (Murcía 2011); Un camino imposible (Murcia
2011); Queda el amor (Murcia 2012); Lao Tse y Jesús de Nazaret – Dos
caminos en el amor y la unidad
(Madrid 2013); La oración, aventura
apasionante – Sólo se escucha en el silencio
(Madrid 2013); Ojos nuevos
para un mundo nuevo. De la experiencia mística a otro mundo posible

(Bilbao 2014); Francisco de Asís. Una luz puesta en lo alto (Bilbao
2015).
Imposible conocer una obra, que al fin y a la postre, es texto
sin conocer al autor que nos sitúa en un contexto y nos hace adivinar
su intencionalidad como borrador o pretexto. Nada o poco se
entendería de su obra sin la atmósfera envolvente y al tiempo
apasionante de los prolegómenos, celebración y aplicación del aire
fresco que supuso y supone el II Concilio del Vaticano ni los
pioneros que con esfuerzo y con frecuencia incomprensión fueron
rotulando nuevos caminos misioneros como así lo hicieron Marcel
Légaut, Jacques y Raïsa Maritain, Albert Peyriguère, Tomás
Malagón, Fernando Urbina de la Quintana, Juan Martín Velasco,
Antonio Cañizares Llovera y tantos otros.
Junto a esta corriente reformadora, como se puede colegir
por los títulos de sus libros, otra gran fuente de vida y compromiso
le supuso el encuentro con la espiritualidad foucaldiana. Páginas
para la historia de la espiritualidad cristiana salieron de la pluma de
René Bazin, René Voillaume, J. François Six, Roger Quesnel, Carlo
Carretto, Arturo Paoli, Segundo Galilea, François Chatelard. Mucho
debe el autor y mucho le debe al autor la revista “Iesus Caritas”
publicada bajo el patrocinio de la asociación Familias Carlos de
Foucauld y de la que fue director y asiduo colaborador bajo el
pseudónimo de Lorenzo Alcina. La Fraternidad Sacerdotal que
configuró su espiritualidad comenzó su andadura en España ahora
hace cuarenta años con la celebración del primer Mes de Nazaret
celebrado en Cerro Miguel en las estribaciones de Sierra Nevada.
Comprometidos con el mundo obrero y su acción pastoral estaba
relacionada con la Acción Católica tanto de jóvenes (JOC) como de
adultos (HOAC). El autor era párroco en Cartagena. En los últimos
años había buscado en la filosofía de la no violencia y compartido su
vida con los miembros de la Comunidad del Arca que Lanza del
Vasto, discípulo de Ghandi, había fundado en Elche de la Sierra
(Albacete), en la sierra de Segura.
En trece capítulos el autor nos introduce en los fundamentos
de la vida cristiana de la mano del beato Carlos de Foucauld
precedidos de un prólogo y un apéndice que es síntesis e itinerario
del Evangelio vivido desde la espiritualidad del marabout-profeta del
desierto.
La dedicatoria es la clave para llegar al hondón de la
experiencia del autor. La encuadra con una cita tomada de El
Evangelio del loco de Jean-Edern Hallier donde se invita al lector a
leer la vida desde el corazón: “En Foucauld he despertado lo que había
en mí de dormido a la vida. […] Cuando solo unos pocos seamos capaces de
hablar el lenguaje del corazón –corazón, materia de poesía–, nosotros, los
últimos hombres en libertad, no tendremos más remedio que reanudar la
marcha incierta, como bando de Jesús portando la antorcha de la caridad a
través del país de los muertos
”. Me emocionó en su momento leer los
nombres de tantos amigos con los que durante años compartí la vida
y la fe y ahora, los que aun no han marchado a la casa del Padre,
seguimos buscando juntos. Los nombres de Antonio Sicilia Velasco,
José Marco Santa, Francisco Clemente Rodríguez, Domingo Torá,
José Sánchez Ramos, Jesús Arias y Mateo Clares Sevilla suscitan en
mí sentimientos de gozo y gratitud y juntos hemos soñado “con un
cielo nuevo y una tierra nueva”.
En el prólogo López Baeza presenta los interrogantes que
han suscitado su reflexión que formula del modo siguiente: “¿Qué
tiene este hombre (Hno. Carlos) que, tras su conversión, se retiró durante
casi treinta años al desierto para atraer tan poderosamente a muchos de los
espíritus más perspicaces de nuestra época? ¿Cuál es el núcleo esencial del
mensaje de este creyente, seguidor fiel de Jesús de Nazaret y en Nazaret,
para que muchos contemporáneos intuyan en él un guión, una ayuda, para
avanzar confiadamente en su vida cristiana, y hasta un profeta de los que
marcan senderos nuevos al cristianismo?” para intentar dar una
respuesta a los interrogantes del hombre de hoy cuando escribe:
Carlos de Foucauld, hombre siempre en búsqueda, especialmente
sensible a las llamadas de su hondura interior, puede ser considerado
como un ejemplo en el modo de solucionar los conflictos
cabeza/corazón, fidelidad a su propia conciencia y a la obediencia
debida a sus responsables eclesiales, escucha amorosa/atenta del
Evangelio y a la vez del mundo concreto en que le tocó vivir”
. Carlos
de Foucauld conoció este martirio en su propia fidelidad del que
escribirá nuestro autor que “no me cabe la menor duda de que lo
sorprendente de Carlos de Foucauld, entre los muchos ingredientes
imprescindibles para el seguimiento de Jesús que en él se nos muestran, hay
que situar preferentemente ese sentido de la santidad que consiste en no
separar nunca ni para nada la fe en Dios de la fe en el hombre (cada uno en
sí mismo y en la entera humanidad histórica). Creo que se trata de lo que
queremos encerrar en el subtítulo La fragancia del Evangelio”. Concluye
el prólogo con una afirmación que brota del convencimiento y la
experiencia: “Mantenerse fiel a uno mismo es hoy una forma de ser mártir
de la verdad y del amor a la vida. Una forma de morir cada día, desoyendo
las invitaciones de acomodarse a los esquemas prefabricados del poder
anónimo (…) El precio de la propia fidelidad es alto –por eso son tan pocos
los que a él se arriesgan–
”.
En el primer capítulo de la obra es una evocación llena de
nombres y gratitudes. Recuerda que la lectura de los escritos de
René Voillaume a los Hermanos de Jesús recogidos en En el corazón
de las masas
, junto a la lectura de los escritos de santa Teresa de
Ávila y san Juan de la Cruz, fueron llevando su mente y su corazón a
la contemplación de los misterios de la encarnación y vida oculta en
Nazaret y a la praxis pastoral abrahámica de puesta en camino para
salir al encuentro del hermano bien dispuestos después de adorar al
Eterno como la mejor escuela de servicio desinteresado, adoración
que él llamará “vuelta al Evangelio” en una aplicación franciscana sin
glosa y con mucho amor.
Un segundo capítulo enfrenta al lector con la luz nueva de la
fe. Recordando la Constitución Gaudium et Spes del II Concilio del
Vaticano no poca responsabilidad tienen los creyentes en el actual
fenómeno de la increencia (n. 17) por lo que los bautizados hemos de
afrontar con valentía los obstáculos que se oponen a la fe. Carlos de
Foucauld por diversas circunstancias perdió la fe. Lo cuanta a su
amigo Enrique de Castries, el catorce de Agosto de 1901: “Durante
doce años he vivido sin ninguna fe. Nada me parecía bastante probado; esa
fe tan similar a todas las religiones tan diversas, me parecía la condenación
de todas (…) Permanecí doce años sin negar nada y sin creer nada,
desesperando de la verdad, y no aceptando ni siquiera a Dios, al parecerme
que ninguna prueba era suficientemente evidente
” (p. 94). El ejemplo y la
bondad de su prima María Moitessier le devolvieron a la fe junto al
tino pastoral del P. Huvelin. Converso experimenta la fuerza
liberadora de la fe que le lleva a buscar con ahínco la voluntad de
Dios dejándose llevar por Él y recorriendo caminos inimaginables
en años anteriores como estancia en la Trapa, Nazaret o encuentro
con el mundo creyente islámico. La fe es gracia pero exige
disposición y búsqueda de nuestra parte. El itinerario espiritual del
Hermano Carlos se puede sintetizar como búsqueda de la voluntad
de Dios.
El tercer capítulo presenta a Dios como Absoluto. Es un
tema muy querido en la reflexión del tiempo de Carlos de Foucauld
al hilo del pensamiento filosófico. Él escribirá a su amigo Henry de
Castries el 14 de agosto de 1901: “En cuanto creí que había un Dios,
comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir sólo para Él: mi vocación
religiosa data del mismo momento que mi fe: ¡Dios es tan grande! ¡Hay tal
diferencia entre Dios y todo lo que no es Él!”
López Baeza escribirá “que
el ser humano es un peregrino del Absoluto lo revela el hambre insaciable de
vida, felicidad, libertad y amor que siente dentro de sí como su verdad más
inalienable
”. En el cuarto capítulo el autor añade a la reflexión el
modo con que Jesús es Absoluto indicando que solo es digno de fe un
ser supremo que hace de su superioridad un servicio para ayudar a
los que están más bajos que él para lo que es menester encontrar a
Dios en las encrucijadas de la historia y siendo humanos a la manera
divina para añadir que la “lectio divina”, el silencio enamorado y el
Evangelio son caminos de encuentro personal con Jesús. Termina el
capítulo indicando que las bienaventuranzas son el fondo y la forma
de la predicación cristiana.
La eucaristía ocupa el quinto capítulo. Ocupa el centro de la
espiritualidad del Hermano Carlos. Él escribirá: “La eucaristía es
Jesús”. Ésta exige unas disposiciones puesto que no es un banquete
para puros y satisfechos sino para aquellos que se anonadan con
Jesús. “Heme aquí, entrando en mi clausura, al pie del divino
tabernáculo, para llevar bajo los ojos del Bien amado tan semejante a
la casa divina de Nazaret, como me lo permita la miseria de mi
corazón
” (Beni-Abbés el ocho de abril de 1905). Este texto muestra a
Carlos de Foucauld viviendo día y noche en presencia del Santísimo
Sacramento, como si se encontrara en la santa casa de Nazaret, en la
cercanía de Jesús, bajo sus ojos, con María y José. La Eucaristía es el
Santo Sacrificio de la Misa, en la que Jesús se inmola en sacrificio a
su Padre. Para ofrecer este sacrificio y rendir así la mayor gloria
posible a Dios, Carlos ha deseado, a partir de abril de 1900, recibir el
sacerdocio. Lo había descartado durante largo tiempo, para
permanecer en la humildad y en la abyección de la vida de Nazaret.
Pero un día escribe al abate Huvelin: “Nunca un hombre imita más
perfectamente a nuestro Señor que cuando ofrece el santo sacrificio… Yo
debo poner la humildad donde nuestro Señor la ha colocado; practicarla
como El la ha practicado; y para esto, practicarla en el sacerdocio,
siguiendo su ejemplo
”. El sacramento del último lugar –capítulo sexto-
es consecuencia lógica de la espiritualidad de Nazaret y de la
presencia de Jesús en la eucaristía. Al Dios escondido se llega
bajando.
El capítulo séptimo se pregunta si puede existir salvación
vivida, experimentada, sentida, que no sea causa de felicidad y de
gozo. Así el autor hace un repaso de las amistades de Carlos de
Foucauld desde su abuelo el coronel De Morlet y su alegría
contenida por las travesuras de sus nietos a la alegría de la amistad
con el amigo de la infancia Gabriel Tourdes o su misma prima María
Moitessier. La amistad es fruto de la primavera de la Resurrección y
patrimonio del alma enamorada. Termina el capítulo con una
reflexión de la exhortación apostólica Evangelii gaudium del papa
Francisco para hacer notar que “la alegría del Evangelio llena el
corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se
dejan salvar por él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío
interior, del aislamiento
” (n. 1).
La felicidad no es ajena a la cruz de Cristo. Así se presenta
en el capítulo octavo en cuanto que la cruz solo es llevadera en el
amor al Crucificado y a los crucificados de la historia para sacar
amor de donde no hay amor siendo hermano de todos viviendo la
fraternidad poniendo como modelo la casa de Nazaret –capítulo
noveno-. Llegado a este punto el autor reflexiona sobre la urgencia
de sencillez en todas las manifestaciones eclesiales sugiriendo la
fraternidad con los ricos a través de la fraternidad con los pobres
viviendo como drama interior los enfrentamientos y guerras y
optando por la construcción de la fraternidad universal.
El capítulo décimo se dedica a la espiritualidad del desierto
retomando la tradición de la iglesia primitiva y donde el tiempo está
preñado de eternidad. En la exposición se recoge la sabiduría de la
experiencia del autor que, entre otros trabajos, redactó junto a José
Sánchez Ramos un directorio para el tiempo de desierto aunque
conviene en señalar como desiertos cercanos el sagrario, la soledad,
la huida de vanas discusiones y luchas por el poder. Termina
afirmando que el desierto de la vida es, sin duda, lugar de renovación
espiritual y misionera. Este capítulo se complementa con el
undécimo dedicado a la oración bajo el sugerente epígrafe “Cómo
puedo, si te amo de verdad, no mirarte” y reivindica el autor tiempos
vacíos para estar a solas con Dios calificando a ésta como “argamasa”
de la vida cristiana desde donde se mira con amor a Dios y al mundo
“gritando el Evangelio desde los tejados” sabiendo que será el trato
íntimo con Jesús en la oración el que nos enseñe cuándo debemos
hablar y cuándo callar. El trato con el Señor, así se presenta en el
capítulo duodécimo, lleva al creyente a dar la vida porque ésta no me
pertenece si no es compartida de tal forma que denunciar los
atropellos, vinieren de donde vinieren, es un deber de amor de Dios
y al prójimo para que vivir de tal manera que nuestra muerte sea el
resultado fiel de cómo hemos vivido. ¿No es aquí donde se justifica y
adquiere su mayor grandeza evangélica el martirio?
El capítulo décimo tercero es un homenaje a Georges
Gorree y Germain Chauvel que ya escribieron en 1968 un libro con
el título “Misioneros que no evangelizaron”. Es una aplicación pastoral
de la espiritualidad de encarnación anteriormente expuesta y vivida
por Carlos de Foucauld y su discípulo y seguidor Albert Peyriguère.
Este estilo evangelizador exige unas notas que le hacen singular a la
hora de seguir y anunciar a Jesucristo, a saber, la austeridad de vida
y la solidaridad con los pobres; la evangelización con la simple
presencia; el cuidado y atención al diálogo interreligioso; la
evangelización a través de la amistad y la imitación en su modo de
vida y aspiraciones de los más pobres. El autor cita de nuevo al papa
Francisco para mostrar la similitud de su proyecto evangelizador
con el de Carlos de Foucauld.
El libro ofrece un apéndice donde de modo resumido y
sintético, bajo el epígrafe de “La profecía de Carlos de Foucauld” el
autor adelanta el futuro de la Iglesia en once proposiciones para
terminar con la exclamación ¡O no será la Iglesia de Jesucristo! Hay
que destacar también la selecta bibliografía al alcance del lector que
divide en cuatro apartados: escritos de Carlos de Foucauld; libros en
torno a Carlos de Foucauld; obras de Albert Peyriguère; y obras de
carácter general relacionadas con el tema.
La obra es oportuna como divulgación de la espiritualidad
foucaldiana en este año 2016 en que se celebra el centenario de su
muerte/asesinato al tiempo que es de fácil y atrayente lectura lo que
la hace asequible a todo tipo de lector interesado sin más
pretensiones que dar a conocer una espiritualidad que puede aportar
mucho en el modo y forma de anunciar a Jesucristo en nuestros días.
Obra de madurez que con el paso del tiempo será tenida como
referencia por todos aquellos que quieran vivir el Evangelio de la
mano del beato Carlos de Foucauld.
MANUEL POZO OLLER – DIRECTOR BOLETÍN IESUS CARITAS

LOS HERMANITOS QUE CARLOS DE FOUCAULD NO CONOCIO

Extraido de Vidas místicas El arrebato del Amor
https://misticavita.wordpress.com/version-completa/

LOS HERMANITOS QUE CARLOS DE FOUCAULD NO CONOCIO

¿Y después?Asesinado Carlos de Foucauld y muertos Bou Aicha y Boudjema ben Brahim, los dos meharistas del servicio de correos, los senusi pasaron la mayor parte de la trágica noche del primero de diciembre de 1916 banqueteando con la carne del camello de Bou Aicha. Después se retiraron a dormir en el fortín.Pero con las primeras luces del alba del 2 de diciembre, el centinela que habían apostado en los muros descubrió a lo lejos una sombra que avanzaba balanceándose entre los peñascales desolados de Tamanrasset. ¡Un hombre a camello! Dio la alarma y los senusi se colocaron detrás de las troneras del fortín y, fuera del fortín, en la fosa que rodeaba los muros. Cuando la sombra estuvo a tiro, sonó una voz: «¡Fuego!». El meharista rodó entre las rocas.Era Kouider bam Lakhal, el correo de Fort Motilinsky, que llegaba con la correspondencia para el padre Foucauld.El sol del Sahara iluminaba la meseta de Tamanrasset cuando los senusi abandonaron el campo y, sobre sus camellos, cargados de razzia, ganaron las gargantas de los montes de Hoggar, dirigiéndose hacia Tripolitania.

Poco después, Paul Embarek, que había conseguido escapar aquella noche, afortunadamente, del exterminio, y algunos heratinos de la aldea de Tamanrasset, llegaron ante el fortín. Fue un espectáculo terrible el que se ofreció a sus ojos.

Llorando, recogieron el cuerpo de Carlos de Foucauld y, tal como estaba, rodeado de ligaduras, la espalda doblada hacia atrás, las rodillas plegadas, las muñecas atadas a los tobillos, lo colocaron en el fondo del foso, bajo los muros del fortín. A su lado pusieron los cuerpos de los tres meharistas, Bou Aicha, Boudjema bam Brahim y Kouider bem Lakhal, y los sepultaron bajo un montón de piedras.

Después Paul Embarek, acompañado de un haratino, corrió a Fort Motilinsky, cincuenta kilómetros de desierto, y llegó antes de la noche. Informó de la tragedia al capitán de la Roche.

La corneta tocó «a formar» y, al frente de un grupo de sus hombres, el capitán se lanzó en persecución de la banda de senusi. Durante dos meses batió toda retama, todo hueco de aquel laberinto de gargantas sombrías que hienden los montes de Hoggar. Al fin, el 17 de diciembre, los alcanzó. Entonces gritó la orden que, desde hacia quince días, le quemaba en la garganta:

«¡Fuego a discreción!» Varios senusi cayeron; pero el grueso del grupo consiguió rehuir el combate y escapar.

El 21 de diciembre, el capitán de la Roche regresaba a Tamanrasset. Mandó poner firmes a sus hombres ante el foso y luego dijo: «¡Presenten armas!» Colocó una cruz entre las piedras que cubrían las cuatro víctimas. Seguidamente entró en el fortín.Le pareció devastado por un tornado: el crucifijo de madera pisoteado en la arena del patio, libros desgarrados, manuscritos rotos, sucios y dispersos por doquier, las tablas del viacrucis, que el padre de Foucauld en persona había pintado a pluma, arrojadas entre los escombros y tabiques rotos, jirones de telas, y puertas arrancadas de sus quicios…Salió afuera, con los ojos fijos en el suelo y un nudo que le destrozaba la garganta. En un montón de arena, entre las piedras, grises, vio brillar una cosa, semejante a un espejillo. Se inclinó para recogerla: era el pequeño viril de Carlos de Foucauld y todavía contenía la hostia consagrada.

Las manos del capitán de la Roche temblaron. Limpió el viril de la arena que tenía pegada, lo envolvió en un pañuelo de lino, lo puso en un bolsillo de su chaqueta, sobre el pecho, y lo llevó consigo a Fort Motilinsky.Pero en Fort Motilinsky comenzaron las preocupaciones para el capitán de la Roche. Recordaba una conversación que había tenido con Carlos de Foucauld. Este le había dicho: «Si me sucediera algo, os ruego que llevéis el viril con el Santísimo a Ghardaia y lo entreguéis a los Padres Blancos». Pero la situación cada vez era más amenazadora en el Hoggar, a causa de las infiltraciones senusis, y el capitán no podía dejar el territorio que le había sido confiado para subir tan al norte. Tampoco quería confiar la hostia consagrada a las manos de nadie.

¿Qué hacer entonces? ¿Darse de comulgar a sí mismo? Alguna vez había oído hablar de una solución de esta clase. Pero él no se decidía a hacerlo.

Por fin se acordó del suboficial, un excelente muchacho, el más bravo de los suboficiales a su órdenes. Salieron del fuerte, en la majestad del desierto, bajo la bóveda brillante del cielo, de cara al Altísimo. El capitán de la Roche se puso los guantes blancos, saco de su bolsillo el viril, quitó el pañuelo de lino y lo abrió. De rodillas delante de él, el suboficial sacó la Hostia y comulgó.

Cuando, algunos días más tarde, la noticia de los asesinos de Tamanrasset -viajando con las caravanas de tuareg por los desiertos de piedra del Hoggar- llegó a la tienda del aménokal Moussa, éste estalló en un llanto desesperado y salvaje. Después, se acurrucó sobre una estera y escribió a Maria de Blic una carta en la que, entre los propósitos más crudos de venganza despiadada -los cuales el amigo muerto le hubiera reprochado con dulzura-, expresó, en nombre de todo su pueblo, el verdadero y profundo significado del sacrificio de Carlos de Foucauld.

«¡Alabado sea el Dios único! -escribió-. A la señoría de nuestra amiga María, hermana de Carlos, nuestro marabuto, a quien los traidores y desalmados, las gentes de Ajjer, han asesinado… Desde el momento en que he tenido noticia de la muerte de nuestro amigo, vuestro hermano Carlos, mis ojos se han cerrado, todo es oscuridad para mí. He derramado muchas lágrimas y estoy en un gran dolor. Su muerte me ha destrozado. Me encuentro lejos del lugar donde los traidores y desalmados lo han matado, pues ellos le han matado en el territorio de los Ahaggar y yo estoy ahora en el Adrar; pero plazca a Dios que podamos alcanzar y castigar a quienes han matado al marabuto, hasta hacer que nuestra venganza esté completa. Saludad en mi nombre a vuestras hijas, a vuestro esposo y a todos vuestros amigos, y decidles: Carlos, el marabuto, no ha muerto sólo por vosotros, ha muerto por todos nosotros. Que Dios le dé su misericordia y que nosotros podamos encontrarla en el Paraíso».

«El ha muerto por todos nosotros». El Hoggar pregonaba, con esta afirmación de su aménokal, el valor sublime del martirio de Carlos de Foucauld.

¿Y después?

Pasaron otros diez años.

En 1927 se abría el proceso informativo para la beatificación de Carlos de Foucauld y su cadáver era trasladado a una tumba en el Golea. Pero hasta aquel momento ninguna huella en el Sahara testimoniaba que alguien hubiera pasado por allí para recoger el tesoro del ideal de Nazaret…

¿Y más adelante?

Pasaron otros seis años. Y finalmente, en 1933, René Voillaume daba vida al primer grupo de Hermanitos de Jesús, reconociendo como fundador y padre a Carlos de Foucauld, de quien se declaraba sucesor.

En 1939 nacían también las Hermanitas de Jesús. Ya en 1933 había surgido una congregación femenina de Hermanitas del Sagrado Corazón; pero ésta, aunque haciendo suyo el ideal de Carlos de Foucauld, daba mayor importancia en su regla a la contemplación.

De la sangre vertida sobre el suelo de Tamanrasset, convertida en semilla, habían nacido en el transcurso de poco más de veinte años, tres plantitas. Aquí vamos a hablar de las dos que se han desarrollado con mayor fidelidad al ideal de Nazaret, tal como Carlos lo concebía, lo describió en varios proyectos de regla, y, sobre todo, los vivió.

Al principio eran muy pocos. Pero hoy sus Fraternidades están esparcidas por los cinco continentes. Los Hermanitos de Jesús son más de cuatrocientos, las Hermanitas de Jesús superan las ochocientas. Y sus noviciados no conocen crisis de vocaciones.

Viven en grupos de tres, cuatro, cinco, en sus pequeñas Fraternidades, proletarios entre los proletarios de las grandes metrópolis, nómadas entre los nómadas de los grandes desiertos, en las mismas casas, en las mismas tiendas, haciendo los mismos trabajos manuales.

«Me cayeron en las manos, hace algún tiempo -se lee de un reportaje publicado en el Ruhr-Bild-, dos fotografías, que a primera vista me parecieron completamente contradictorias. En la primera se veía el pequeño eremitorio de piedra, construido por Carlos de Foucauld en 1910, en el más absoluto aislamiento del mundo, sobre la cima desnuda del Asekrem, entre los picos torvos del Hoggar, en el profundo sur del Sahara. En la otra, veía el alojamiento de la Fraternidad de Roubaix, situado en un miserable callejón sin salida, al cual se llega a través del patio interior de un conglomerado de viviendas, habitadas por mineros y sus familiares. Las bicicletas de tres Hermanitos, negras por el carbón, están apoyadas en la pared. Dentro, evidentemente, apenas hay espacio para moverse… ¿Contradicción? De ninguna manera. Trabajando en los pozos de las minas de Roubaix y viviendo, después de la jornada, en aquel hormiguero humano, los Hermanitos de Jesús permanecen -en los años sesenta- completamente fieles a la vida que llevó el hermano Carlos durante los dos primeros decenios del siglo en el desierto del Sahara. Ellos dan el mismo testimonio».

Nada, absolutamente nada poseen los Hermanitos, ni siquiera sus pobrísimos alojamientos, que son todos alquilados y que pueden ser, según el lugar del mundo donde se encuentren, una barraca cualquiera en cualquier bidonvile, o una cabaña de bambú, una cueva, un carromato de gitanos, una tienda de nómadas o un par de habitaciones en cualquier barrio popular, en la periferia de cualquier ciudad. Y tanto barraca, como choza, carromato, cueva, tienda o apartamento, todo alojamiento de una Fraternidad muestra, a quien entre, una pobreza igual: una mesa, algunos bancos, un par de sillas, unos libros, camas sencillísimas… Siempre se nota la misma paz, el mismo orden de vida. En todas ellas se advierte también, inmediatamente, casi en el aire que se respira, que aquella pobreza es amada por sí misma, como prenda y señal de desapego espiritual del mundo.

«El trabajo manual… -escribió Carlos de Foucauld cuando era todavía el hermano María Alberico, en la Trapa de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, de Siria- este trabajo más pesado de cuanto nos imaginamos… ¡te da tal compasión por los pobres, tal caridad hacia los obreros, tal amor por los trabajadores! Se sabe el valor de un pedazo de pan cuando se experimenta cuánta fatiga cuesta producirlo. ¡Se aprende a tener tanta piedad por quien trabaja cuando se comparten las mismas fatigas!…».

Los Hermanitos de Jesús se ganan el pan, día a día, literalmente con el sudor de su frente. Sólo durante el período de noviciado, y en el transcurso de los estudios posteriores, aceptan, obligados por la fuerza de las cosas, alguna subvención, alguna ayuda. Pero una vez terminados los estudios y pronunciados los votos perpetuos, pertenecen por entero a la clase obrera, con todo lo que esto entraña.

Hacen los mismos turnos de trabajo que los demás trabajadores, de día o de noche, reciben los mismos escasos salarios, toman parte en las huelgas justas, corren el peligro de accidentes en los puestos difíciles, contraen las mismas enfermedades laborales, porque, a todo esto, han dicho sí desde el principio.

Algunas fábricas, al saber que son religiosos -y ellos no hacen nada por ocultarlo-, quieren concederles privilegios, hacerles gozar de algunas ventajas. Pero los Hermanitos rehúsan todo privilegio, rechazan todas las ventajas que podrían alejarlos un sólo ápice de su ideal, que es el mismo de Carlos de Foucauld: el último puesto. Han prometido buscar siempre el último puesto, y lo buscan tanto en los lugares donde trabajan como al elegir la casa donde vivir, porque ya en la primera regla, redactada por Carlos en 1896, se establece que vivan «allí donde están los más pobres», «se consagren, sobre todo, a aquellos que son los más desheredados y los más abandonados».

Los Hermanitos se consagran a los más desheredados y a los más desamparados de un modo completamente particular. Fiel al espíritu de Carlos de Foucauld y al ideal de vivir la vida de Jesús en el ocultamiento de los primeros treinta años, una nota del prior René Voillaume confirmaba en 1938 la prohibición absoluta de cualquier acción de apostolado: ellos no pueden aceptar ningún servicio para la parroquia, en ningún caso su capilla se puede convertir en iglesia parroquial; tampoco, durante las horas que están libres de trabajo, y se retiran a la clausura de sus Fraternidades, no deben bajo ningún concepto dedicarse a obras que tengan como objeto la conversión o la educación religiosa, ni al cuidado de huérfanos, enseñanza en las escuelas o cualquier otra actividad que esté en contraposición con su vida oculta de silencio y de plegaria.

Lo mismo con la gente que vive junto a la Fraternidad, como con los compañeros en las fábricas donde trabajan, los Hermanitos tienen las relaciones normales de vecindad y amistad, sin jamás intentar de ninguna manera, ni con ningún medio, obtener conversiones o bautismos.

El Hermanito debe ser simplemente «todo para todos» -escribo «simplemente», pero el adverbio en este caso da vértigos- y, por ello, la puerta de su Fraternidad está siempre abierta para cualquiera que llegue, a cualquier hora del día y de la noche, como estuvo siempre abierta a todos la «Kahoua del Sagrado Corazón» en Beni Abbés, el eremitorio de Tamanrasset y la cabaña de piedra sobre la cima del Asekrem.

En toda fraternidad, tanto en Bélgica como en el Líbano, tanto en España como en el Congo, los Hermanitos de todas las razas y de todas las nacionalidades dan testimonio del carácter supranacional del amor cristiano acogiendo a cualquiera que llame a su puerta, sea para pedir consejo, pan o un poco de amistad. Esta voluntad de identificarse en todo y por todo con los más pobres es la que les hace hablar el lenguaje de la gente que les rodea, alimentarse con la comida propia del lugar, celebrar la misa, aquellos de los Hermanitos que son sacerdotes, según el rito usado en el país, vestir el traje corriente de trabajo excepto durante el servicio divino, para el cual llevan una sencillísima túnica gris. En tierra musulmana, por ejemplo, hablan el árabe, celebran según el rito melquita y usan bournous. Y así en ningún lugar de la tierra se comportan como extranjeros y, actualmente, no son misioneros, ni sacerdotes obreros. Son religiosos vestidos de laicos, que viven la pobreza de la era moderna, como los monjes de la antigüedad vivieron la pobreza de su época.

Lo que principalmente hay de nuevo en los Hermanitos de Jesús, y nunca experimentado por la Iglesia hasta ahora como método de evangelización, es «ese carácter de total desinterés» -como escribe Robert Barrat- que tiene su presencia entre los pobres. Ellos quieren ser simplemente siervos inútiles, instrumentos en las manos de Dios. Si el Señor lo quiere, algún alma será tocada por su testimonio de vida evangélica. Alguien acudirá a ellos y, antes de pedir consejo, pan o amistad, les hará preguntas sobre los motivos de su fe y de su esperanza. Los Hermanitos responderán y será lo que Dios quiera. Pero sin provocar jamás estos encuentros, sin suscitar jamás tales preguntas, sin ejercer jamás ninguna presión en las respuestas, porque los Hermanitos quieren ser nada más que testigos mudos, frecuentemente incomprendidos, del amor de Dios entre los hombres.

Los resultados son paradójicos. Cuanto más quieren permanecer ocultos los Hermanitos, más acude la gente a sus Fraternidades. En las fábricas, donde trabajan, los sencillos obreros comentan: «Por fin hay frailes que viven como nosotros y como Cristo debió vivir».

Pero no siempre y en todas partes sucede lo mismo. A veces, sobre todo en las grandes ciudades, siempre que cierta prensa sensacionalista no haga a costa de ellos un reportaje, y entonces es peor, su mudo testimonio pasa inadvertido, parece desvanecerse en el vacío religioso que los rodea.

Entonces, hasta en el mismo sitio donde viven, se sabe poco o nada de los Hermanitos, nadie se fija en ellos, y en los lugares en que trabajan, todo lo más, surge un diálogo de esta clase: «Qué es eso? ¿Una insignia?, y el obrero indica el pequeño corazón rojo con la cruz encima, que el Hermanito lleva en el revés de la chaqueta.

-«Sí, es la insignia de una orden católica…».

-«No está mal. ¿La has pintado tú?».

Nada más. El resto es una indiferencia absoluta. Ninguna hostilidad, nada de ironías burlonas. Un respeto distancialmente, en suma.

Por la tarde, cansados por el trabajo, los Hermanitos regresan a las Fraternidades, que son sus células vitales. Principalmente porque en toda Fraternidad hay una pequeña estancia dedicada a capilla donde, cada mañana o cada tarde, celebran la misa, todos los días, también cuando la fatiga los atormenta y se arrodillan delante del Santísimo para las horas de oración cotidianas que la regla prescribe.

No es en modo alguno fácil mantener una vida de oración en las duras condiciones impuestas por el trabajo manual y en el ingrato ambiente del miserable alojamiento, colocado siempre en los lugares donde habitan los más pobres. Es una ascética tremenda que, día tras día, comienza con las primeras luces del amanecer, cuando hay que levantarse para decir la misa con tiempo suficiente para luego estar puntuales en el puesto de trabajo; que continúa durante toda la jornada, pues cada Hermanito se ha de entregar con la caridad más pura y disponible a los compañeros de trabajo, a los vecinos de su alojamiento y a los huéspedes que pueden llegar de cualquier parte. Al mismo tiempo, desde el alba hasta la noche, y así a lo largo de toda la vida, deben mantener el alma preparada para la oración.

Es natural que una vida semejante, llevada según el espíritu de Carlos de Foucauld, requiera una larga y profunda formación, sobre todo para hacer a los novicios capaces de identificarse con cualquier aspecto de la pobreza en el mundo.

Las vocaciones son abundantes: labradores, obreros, algunos sacerdotes, pero la mayoría son intelectuales; lo cual tiene su aspecto positivo pero también su parte negativa: «porque tenemos que aprender a trabajar», me decía un Hermanito. Y no resultando ni simple ni fácil aprender a trabajar con los brazos para quien jamás lo haya hecho, les parece perder un tiempo precioso en aquel aprendizaje, al compararse con los trabajadores ya acostumbrados.

De todas formas, sean de la clase que sean -labradores, obreros o intelectuales- todos realizan los mismos estudios y el hecho de que alguno llegue a ser sacerdote y otros no, es algo absolutamente personal dentro del cuadro de la vocación común de trabajar todos por igual. «Un Hermanito -dicen las Constituciones- puede o no tener una vocación sacerdotal y en ambos casos el realizará el ideal mismo de Hermanito de Jesús».

Después de dos años de prueba, que se deben pasar en una Fraternidad de trabajo, para conocer en seguida y por un tiempo prolongado de qué pan y de qué sudor estará formada la vida a que se aspira, se va al noviciado, en Francia, en España, en América Latina o en Italia, en Espello, un pueblo agrícola junto a Asís, de gente pobre, donde los Hermanitos han arrendado un viejo convento franciscano, abandonado hacia muchísimos años, al lado del cementerio. Aquí han abierto la mayor Fraternidad de Italia, una Fraternidad campesina, en aquel ambiente de pequeños campesinos, que sirve como lugar de referencia para cuantos quieren conocer la espiritualidad de Carlos de Foucauld.

Concluido el noviciado y pronunciados los primeros votos temporales, que serán repetidos varias veces durante años sucesivos, antes de llegar a los votos perpetuos, el novicio es enviado de nuevo a una Fraternidad para una segunda prueba. Si la supera, puede comenzar los estudios, que duran de tres a seis años y se cursan en St. Maximin, cerca de Tolosa. Allí recibe una amplia formación teológica, filosófica y cultural, aprende mística hindú, teología musulmana, ideología marxista y la doctrina de los hermanos separados grecoortodoxos. Estas que hemos citado no son sino algunas de las numerosas materias de estudio. Terminados dichos cursos, el joven pasa un período, más bien largo, en el desierto, para concentrarse mejor en el pensamiento de la inmensidad de Dios y la pequeñez de sí mismo. Después de este último detalle de su formación, es enviado a cualquier parte del mundo, para dar comienzo a su silencioso operar por medio únicamente de su presencia, de su vida de trabajo y oración.

Cada año nacen Fraternidades de hermanitos en diferentes países de la tierra. Son mineros en Bélgica, marineros en Bretaña, obreros en los astilleros de Hamburgo, pastores nómadas en el desierto, presos voluntarios en algunas cárceles. En Italia, los Hermanitos de Jesús trabajan en las minas Sardas de Bindua, en el Iglesiente, además de estar presentes en Roma con una Fraternidad que podríamos llamar Casa Central. Aquí en Bindua, entre otros, se ha verificado un hecho interesante, que es signo de una nueva situación madurada en 1965.

Los Hermanitos, sudando entre los mineros de aquella zona alejada de la Iglesia, tanto en el sentido material, por la cantidad de kilómetros, como en el sentido espiritual, por la descristianización, han construido una estrecha amistad con sus compañeros de fatigas, quienes, a su vez, se han interesado cada vez más por sus vidas y han manifestado siempre el deseo creciente de oírles hablar de Dios.

¿Cómo negárselo?

Una cosa es vivir el «ocultamiento» en cualquier ambiente del Islam -por poner un ejemplo-, donde el Hermanito trabaja y ora en el espíritu de su vocación específica y, aunque lo quisiera, no podría hacer nada, o casi nada, más que dar su testimonio para convertir a alguien al Evangelio; y otra, muy distinta, es vivir entre cristianos abandonados a sí mismos, o incluso descristianizados, los cuales, convencidos por el buen ejemplo, solicitan al menos una palabra de salvación espiritual y la imploran en nombre de aquella relación de amistad que se ha creado. De esta forma, en Bmdua, precisamente por amistad, los Hermanitos no han podido negar aquella ayuda espiritual a sus compañeros de trabajo, y han aceptado empezar un cierto apostolado, pero no organizado, en absoluto, ni estructurado…

Hoy en Bindua, enseñan el catecismo, administran los Sacramentos y rigen un orfanato que acoge a sesenta niños.

Esto es lo que ha sucedido en el Iglesiente. Y ha sucedido porque, si los Hermanitos hubieran eludido aquellas peticiones y no hubieran seguido adelante, aceptando el encargo del ministerio sacerdotal, nadie habría podido sustituirles.

Por lo demás, esto está previsto, como excepción, en las mismas Constituciones de la Congregación, allí donde dicen que la imitación de la vida (de trabajo, de oración y de «ocultamiento») de Jesús de Nazaret, «que es para los Hermanitos la mejor manera de realizar la perfección de la caridad apostólica, que les podrá conducir a anunciar el Evangelio con la palabra y, si son sacerdotes, a administrar los Sacramentos, tanto por la obligación de testimoniar su propia fe, como porque algunos de entre los que vivan comiencen a abrirse al Evangelio y a la vida cristiana y no puedan, de hecho, recibir esta gracia si no es a través de la Fraternidad».

En cambio en Éfeso, por contar otro ejemplo, la cosa es distinta.

Allí había una Fraternidad, junto a las ruinas de la Casa de la Virgen, que eran lugares de peregrinación, y los peregrinos encontraban cómo refugiarse en aquella Fraternidad. Pero la Fraternidad de los Hermanitos se desviaba del fin para el que había nacido, que era el mismo fin (de trabajo, oración y testimonio) de todas las demás Fraternidades, que no es el de hospedar, guiar o asistir a los peregrinos, a lo cual se podían dedicar otras personas. Y de hecho, los Hermanitos se fueron de Éfeso, cediendo aquel lugar a los monfortianos. De esta forma se han tenido que ir de otros lugares en los cuales, habiendo creado ya en torno a la Fraternidad un germen de comunidad cristiana, han podido indicar al obispo que allí podría establecerse una parroquia.

Volviendo al episodio, entre otros, de Bindua, en Cerdeña, donde los Hermanitos, para no destruir la relación de amistad ganada entre aquellos mineros, han tenido que aceptar el encargo de aquella comunidad cristiana revitalizada, sin dejar de trabajar ni de rezar según la regla; este resulta ser un hecho revelador de aquel otro más general que se ha manifestado diferenciado en 1965, como ya hemos indicado, en las tareas de la familia de los Hermanitos.

Quede bien claro que esta familia permanece unida, y ellos quieren que así sea; compuesta por los mismos hijos unidos, guiada por los mismos superiores, que son, mientras se alcance la madurez, los intérpretes, tanto de una como de otra «alma», de Carlos de Foucauld: bien la de Carlos de Foucauld «monje y eremita» del primer episodio, bien la de Carlos de Foucauld «también misionero» del segundo periodo.

Se trata, de hecho, de una diferenciación de tarea, que deriva de una disponibilidad de los Hermanitos, diversa en el servicio; disponibilidad que -más allá de haberse manifestado en el examen de las necesidades impuestas por las diversas situaciones locales en el terreno concreto de los hechos- se desprende también, al menos a mí me lo parece, de una diferencia de formación y de temperamento.

Quiero significar que esta duplicidad de tareas -indicada también en la doble denominación de «Hermanitos de Jesús» (mantenida por aquellos que persiguen exclusivamente el testimonio silencioso de oración y trabajo en los lugares más pobres y abandonados, donde otros no acuden) y la de «Hermanitos del Evangelio» (adoptada por aquellos que desarrollan también una acción de apostolado en las comunidades cristianas suscitadas por ellos y donde otros no podían sustituirles)- tiene también que ver, según mi parecer, con el aumento de las vocaciones, que ha llevado a la Congregación a ser, por encima de «francesa», verdaderamente internacional, y en particular a la afluencia de nuevos Hermanitos italianos y de América Latina, cuyo carácter, como es sabido, es más extrovertidos que el de los demás, y conduce a la comunicación.

En un último análisis, sin embargo, me parece que el nacimiento de los Hermanitos del Evangelio junto a los Hermanitos de Jesús, en la misma familia originada por la espiritualidad del padre de Foucauld, indica que todos los Hermanitos están obligados por la Providencia a recoger frutos allí donde el deber les ha forzado a sembrar.

El mensaje de Carlos de Foucauld, así como todos los mensajes de los grandes santos que han interpretado y caracterizado una época -podemos pensar, por ejemplo, en el de Francisco de Asís- es un mensaje universal, que realiza una llamada, de modo particular y extraordinariamente potente, a los hombres y mujeres de hoy, con independencia de que estén consagrados o no.

Por todo esto, en la estela de Carlos de Foucauld -además de en la de los Hermanitos, de los cuales he dicho que pueden ser religiosos sacerdotes y religiosos laicos, sin que esta distinción comporte una doble categoría en el ser religioso, o en la estela de las Hermanitas del Sagrado Corazón, que como ya he apuntado, viven en África una vida de contemplación- han surgido otras agrupaciones espirituales, independientemente de estas tres Congregaciones principales, con votos, promesas, reglas y superiores distintos, lo cual no quiere decir que no estén invadidos de un gran deseo de unidad con los Hermanitos y las Hermanitas.

Quiero referirme, entre otros, sobre todo a aquellos institutos seculares de sacerdotes, de chicos y chicas, se denominan respectivamente Unión Sacerdotal Jesús Charitas (que cuenta con 800 sacerdotes diocesanos, y algunos obispos y cardenales) y a los Institutos Jesús Charitas masculino y femenino, cuyos miembros, consagrados, viven en el mundo según el ideal contemplativo del espíritu de Nazaret, sin ninguna finalidad particular de acción externa.

Y me referiré también a la Fraternidad secular de Carlos de Foucauld, aquella gran asociación abierta tanto a sacerdotes como a laicos, tanto a casados como a solteros -en el deseo común de ayudarse fraternalmente para mejor amar a Dios, adorarlo en la Eucaristía y para mejor amar a los hombres sin excepción alguna- que se remonta a la primera fundación que el padre de Foucauld, como recordareis, realizó en Francia.

Hay entre los bosques de eucaliptos en «le Tre fontane», en Roma, algunas barracas de madera y mampostería. Aquí las Hermanitas tienen uno de sus noviciados internacionales.

-«¿Cuántas sois en todo el mundo?».

-«Cerca de 950, con exactitud 768 profesas y 150 entre novicias y postulantes» me responde una Hermanita de Jesús y me explica que provienen de 50 nacionalidades distintas y que están distribuidas en cerca de 200 Fraternidades esparcidas por todos los continentes.

-«¿Todos, todos…?»

-«Sí. En África estamos en Argelia, en Egipto, en el Hoggar, en Libia, en Marruecos, en Nigeria, en Sabara, en Camerún, en el Congo, en Etiopía, en Kenia, en Mozambique, en Ruanda, en la República de Sudáfrica, en Somalia y en Uganda. En América tenemos Fraternidades desde Alaska hasta el Perú, en Canadá, Estados Unidos, la Martinica, Méjico, Argentina, Brasil, Chile y Colombia. En Asia estamos en Afganistán, en Bután, en Jordania, en India, en Irak, en Irán, en Israel, en Líbano, en Pakistán, en Siria, en Turquía, en China, en Corea, en Japón y en Vietnam. En Oceanía trabajamos en Australia y en el Territorio de Papua; y en Europa estamos presentes, además de en Italia y por supuesto en Francia, en Austria, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Gran Bretaña, Holanda, Suiza, Portugal, España, Finlandia, Noruega y en Grecia».

Le pido que me diga algo, aunque sabía todo lo que le costaba, de la finalidad de las Fraternidades de las Hermanitas de Jesús.

-«¿La finalidad? Consiste esencialmente en la imitación de Jesús, niño en Belén y obrero en Nazaret. Por tanto, tratamos de llevar una vida contemplativa en el mundo, sin actividades de apostolado organizado, compartiendo con los trabajadores no solamente la pobreza obrera, sino también su propia condición social. Por lo cual, preferentemente, establecemos nuestras Fraternidades en los ambientes obreros más míseros, para ser allí una presencia de oración y de amistad. Y elegimos los países más abandonados y más retrasados, las poblaciones descristianizadas o que todavía esperan el anuncio del Evangelio, el bajo proletariado de las ciudades y de los campos, las minorías ignoradas, despreciadas y oprimidas, los nómadas y los gitanos».

-«¿Y tienen bastante con vivir en amistad profunda con estos últimos, “los preferidos de Jesús”?».

-«No, no nos contentamos con esto: nos esforzamos por acercarlos a quienes los ignoran, los desprecian y los oprimen, para que se realice entre todos los hombres la unidad del Amor de Jesús a través del amor fraterno y universal, en reciproco respeto, por encima de toda división de clase, de nación y de raza».

Trato de saber si también entre las Hermanitas de Jesús se ha manifestado alguna diferencia de tareas, aún perteneciendo a la única familia.

La respuesta fue ésta: «las Fraternidades pueden asumir formas diversas de modo que puedan realizar en particular un aspecto de la vocación de las Hermanitas, sin que por ello se excluyan los demás. Y por esto existen Fraternidades de adoración, consagradas en particular a la oración; Fraternidades obreras y rurales, que desarrollan el trabajo manual en las fábricas y en el campo; Fraternidades de ayuda, especialmente en las zonas subdesarrolladas, con una misión caritativa más específica, y Fraternidades artesanas, con trabajos manuales textiles, cerámicas etc…, dentro de la Fraternidad misma. Otras Fraternidades, además de las necesarias para la formación de las Hermanitas, están integradas en ambientes aún más específicos: los enfermos, los presos…»

-«Y los gitanos -añado yo-… Como vimos con ocasión de la peregrinación de gitanos a Roma para el encuentro con el Papa Pablo VI. Verdaderamente me conmovió aquel grupo de Hermanitas que comparten con los gitanos su misma vida ambulante y los mismos carromatos.

-«Aquí, en Tre Fontane, además del noviciado internacional tiene su sede, si no me equivoco, también la Fraternidad General; ¿es cierto?».

-«Exacto. Y en Roma, además de esta Fraternidad General compuesta por Hermanitas cuyo número es variable, existe también una Fraternidad obrera.

-«¿Este de Roma es el único noviciado internacional?».

-«¡Oh, no! Además de éste, en Italia, está el de Jerusalén en Jordania, el de El Abiodh Sidi Cheikh en el Sahara, y el de Aix-en-Provence en Francia. Estos cuatro, diríamos, son los noviciados más específicamente internacionales; pero también los demás: el de Altatting en Alemania, Banneux en Bélgica, Rocas Novas en Brasil, Lourdes en Francia, Tokyo en Japón, Jerusalén en Jordania, Kiriko en Kenia, Washington en Estados Unidos y Dalat en Vietnam, también éstos, decíamos, aparte del hecho de que no siempre funcionan al mismo tiempo, son internacionales, aunque acogen una mayoría de novicias de las naciones en las cuales se encuentra el noviciado; y allí se habla la lengua del lugar. Este carácter de internacionalidad de nuestros noviciados les sirve para realizar también en sí mismos la manifestación del amor fraterno y universal».

Quien deja Roma por la vía Prenestina, allí donde los feos barrios-colmena desembocan en la extrema periferia, ve la prolongación de la gran arteria subir por una colina cubierta de matorrales sucios y casas miserables. Varias calles, de nombres grotescamente pomposos y con el asfalto deprimentemente roto, cruzan este barrio miserable que se llama Borgata Prenestina. Se pasa ante casas de un rojo sucio, descaradamente llamadas «casa populares». Son habitaciones levantadas al estilo de los «bloques» de los campos de concentración. Tienen sólo la planta baja y el tejado con una inclinación tan grande que, por lá parte de atrás, casi toca el suelo. Aquí y allí, una tienda de «pan y pasta», un establecimiento anticuado y, sobre una puerta carcomida, el letrero de oficina para el pago de alquileres. Más allá, las calles pierden las últimas costras de asfalto, olvidan todo trazado que obedezca a un plan establecido y no tienen ni siquiera nombre.

Aquello es un desastre completo. Casuchas, cada una con unos pocos metros cuadrados fangosos de patio, cerrado éste con red metálica de gallinero. Chabolas, casi todas construidas en el transcurso de una sola noche para que los funcionarios del Ayuntamiento no pudieran sorprenderlas sin techo y ordenar su demolición.

Callejas de tierra cretosa, corroídas por la lluvia, llenas de inmundicias, piedras y hierbas; tendederos con ropa puesta a secar al sol, que muestra sus agujeros y remiendos. Esqueletos de motocicletas, sin ruedas ni accesorios, abandonados en el fondo de hondonadas. Niños y gallinas a cada paso, perros vagabundos, mujeres de mirada angustiada, hombres de rostro cansado. En las paredes, pasquines del partido comunista italiano.

Por una de estas callejas, que se abre entre un montón de casuchas, no más ancha de dos metros y medio, se llega a una vivienda roja, también con sus pocos metros cuadrados de patio rodeado de tela metálica de gallinero, también con su colada secándose al sol, también con sus ventanas no más grandes que el ventanillo de una oficina postal, pegada a otra casucha igual, donde vive un obrero con su familia. Sobre el arquitrabe torcido de la puerta, de dos hojas, hay clavada una madera, en la que escrito a tinta se lee: Fraternidad de Jesús.

Aquí viven las Hermanitas, en Roma, caput mundi. Dos estancias pequeñas encaladas, los pocos muebles esenciales y de muy mala calidad; dos fotografías de Carlos de Foucauld; un mapa de los continentes colgado de la pared; un Niño Jesús de terracota sin pintar, para recordar que en todo momento se debe vivir la vida de Nazaret: «No olvides que eres pequeño».

Al otro lado de una puerta, la capilla. Es una pobre estancia como las anteriores, dos metros y medio por tres, o poco más. Pero se respira un aire de paraíso. En la pared, de cara a quien entra, un altar de madera cubierto con un sencillo lienzo blanco y sobre el altar el Santísimo expuesto en la más desnuda custodia que hemos visto jamás, colocada sobre un sagrario de cobre, de aquel buen cobre antiguo, familiar, de las ollas colgadas en las cocinas de nuestras abuelas… Unas luces alimentadas con aceite y dos velas encendidas. Más en alto, una cruz de madera, con la figura del crucificado diseñada en el inconfundible estilo de los bocetos de Carlos de Foucauld.

En las dos esquinas, a ambos lados del altar, sendas mesitas de madera. Sobre la de la izquierda, la sagrada Escritura en una edición barata; en aquella de la derecha, una Virgen con el Niño Jesús de terracota. Colgadas de las paredes, tantas tablitas cuantas son las estaciones del Viacrucis, y cada estación está señalada sólo con un número romano, escrito con tinta probablemente, y sobre todas ellas hay una pequeña cruz.

En el suelo, delante del altar, una pequeña estera de palma. Arrodilladas sobre ésta, dos hermanitas oran: cantan el Veni Creator, recitan el ángelus -afuera, el rojo del crepúsculo se apaga con las primeras sombras de la noche- y entonan el Tantum ergo… Después una puertecita de cobre se desliza ante la custodia: tiene grabado rústicamente un corazón con una cruz encima. Se apagan las dos velas. Las lucecitas quedan encendidas. Brillan como los ojos de las Hermanitas.

Las Hermanitas llevan un vestido de tela ordinaria, de un gris azulado, es una especie de intermedio entre el hábito de una monja y el delantal de una criada. En el pecho, una gran cruz marrón con un pequeño corazón rojo encima. De la cintura les cuelga un rosario con las cuentas de madera. En la cabeza, un pañuelo, como lo llevan nuestras campesinas, de color azul. Es el mismo color de los velos en que se envuelven los tuareg en el Hoggar. Cuando las hermanitas se inclinan ante el altar, tocan el suelo con la frente, realizan la misma solemne postración que los musulmanes dentro de sus amplios bournous, cuando oran.

«Son tres, en este momento, las Hermanitas de la Fraternidad de Roma -nos dijeron los vecinos el día que las buscamos en aquel dédalo increíble de callejas miserables-, porque a las dos que estaban aquí desde hace algún tiempo -una obrera de una fábrica de tejidos y la otra interina en casa de una familia- se ha unido una tercera que ha venido de Kenia, donde ha vivido hasta ahora con los indígenas. Esto significa siempre que una de las otras dos va a marcharse. Y en efecto, se va la Hermanita que antes de trabajar aquí en Roma lo hizo cerca de un poblado de gitanos en Francia. Ahora la mandan a Nápoles».

Para las Hermanitas, como también para los Hermanitos, los traslados están a la orden del día y son completamente inesperados. Un capazo con alguna ropa de repuesto, ¡y adelante! Cada rincón de la tierra vale lo que otro. En todas partes hay pobres y abandonados, en todas partes se pueden descender grados por la escala del anonadamiento y de la abyección para acercarse lo más posible al «último puesto», conquistado por Jesús con su sacrificio en la cruz.

Donde quiera que se encuentren, los Hermanitos de Jesús se adaptan de tal modo a las circunstancias locales que llegan incluso a conformar el estilo de su capilla a las características del lugar en donde viven.

En la Fraternidad de Charleroi, el altar está sostenido con vigas idénticas a las que sujetan el techo de la mina; en Concarneau, de las paredes de la capilla cuelgan redes para la pesca de la sardina; en el Líbano, Irak y Pakistán el altar es cuadrado, con tela dispuesta en pliegues y encima hay una serie de iconos colocados según el uso local; en el puerto de Hamburgo-Altona, el lugar que actualmente ocupa la capilla era un depósito de carbón hace pocos años: una diminuta casa de Dios en un sótano de siete metros cuadrados, bajo el establecimiento de un barbero, que es el dueño de la casa.

Pudieran parecer, a primera vista, proyectados en el mundo, en este o aquel rincón de miseria, y allí abandonados a sí mismos, solos. Pero no es así. Hay una gran unión entre todos los Hermanitos, un vínculo estrecho, un constante intercambio de noticias. En cada Fraternidad existe un responsable ante el prior, y este responsable le envía, cada dos o tres meses, una carta muy sencilla, muy. familiar, en la cual cuenta los hechos últimamente acaecidos, las experiencias realizadas, las dificultades que han surgido, las alegrías experimentadas. Después, estas cartas a modo de diario son impresas y hechas circular entre las Fraternidades, con objeto de que cada una de ellas sepa todo respecto de las demás. Es así como, aparentemente abandonado entre las escarpaduras de la cordillera de los Andes o en las selvas amenazadoras del Congo, el Hermanito sabe que en realidad se encuentra estrechamente unido con todos sus compañeros.

Si el «ocultamiento» que regula cualquier aspecto de la vida de los Hermanitos y la intimidad que caracteriza esta correspondencia no impidieran la publicación, el conjunto de dichas cartas-diarios constituirían, fuera de toda política, el texto científico más formidable de la miseria material y espiritual que es la plaga de nuestra época.

Respetando la intimidad de esas cartas, nos será licito, sin embargo, reproducir algunas líneas que cierran la narración de un Hermanito sobre su vida en el lugar donde desarrolla su silenciosa labor: «… Rogad un poco por todo esto, Hermanitos, porque nuestra oración aquí no es suficiente. La separación entre nosotros y la gente que nos rodea es muy grande. Rogad por W., mi compañero de fábrica, que esta semana trabaja 76 horas, porque para él sólo una cosa tiene importancia: el dinero. Rogad por G., que no se entiende con su mujer, sobre todo porque desde hace cinco años viven con un niño en una sola habitación. Rogad por H., de veinte años, que barre el mercado y es objeto de burlas por parte de sus compañeros porque es tartamudo. Rogad por todos aquellos que el Señor nos ha confiado y la salvación de los cuales se retrasa por nuestra falta de amor…»

Llamadas tan angustiosas llegan de todas partes: desde las Fraternidades del norte de África, que trabajan tanto entre los árabes como entre el proletariado europeo, de aquellas que se dedican a los leprosos en el Camerún y en el Irán; desde las que están esparcidas en el mundo musulmán o en Ceilán en el ambiente budista; de cuantas se hallan situadas en los barrios de la miseria, en la periferia de las grandes ciudades del Perú, Vietnam, Japón, Bélgica, Alemania, Inglaterra; desde las que dan testimonio de la vida de Nazaret entre los indígenas de Venezuela, Angola y otros países del mundo; de los Hermanitos que trabajan la tierra con los campesinos y afrontan el mar con los pescadores.

De todas partes, parecidas noticias y siempre la misma súplica: «Orad…». Porque dondequiera, como recomienda René Voillaume, los Hermanitos trabajan «en medio de aquellos que deben soportar la vida cotidiana desesperadamente solos y viven únicamente con un ideal materialista».

Y como dice también René Voillaume, lo Hermanitos son «aquellos que viven con cualquier cosa», porque tienen una fe profunda y firme, que les hace sentirse hermanos de todos.

«Esta vida de fe y de oración -añade el sucesor del padre Foucauld- obtendrá que nuestro pobre testimonio sea escuchado, hasta por medio de una simple palabra, de una respuesta dada a un amigo, de un consejo sofocado por el ruido de una máquina. La voz de un hombre en medio de la masa puede encontrar un eco en el mundo… Porque Jesús es maestro de lo imposible».

CARLOS de FOUCAULD: Al encuentro de Jesús y de sus hermanos

«Dios mío, si existís, haced que os conozca”…Es la oración de Carlos de Foucauld en el otoño de 1886. Tenía veintiocho años. Está en búsqueda. Desde hace cuatro años, en que dejó el Ejército e hizo una difícil exploración en Marruecos, verdadero trabajo de exploración científica. El contacto con la fe de los musulmanes le ha impresionado: “la visión de esta fe, de estas almas viviendo en continua presencia de Dios, me ha hecho entrever algo más grande y más verdadero que las ocupaciones mundanas”… “Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos, a mirarme como a un hermano. Empiezan a llamar a mi casa •”la fraternidad” y eso me gusta”. “Han sido muy buenos conmigo, aquí, entre los tuaregs”….

A raíz de la Fraternidad, la búsqueda de un hombre…
Una búsqueda o tal vez mejor un encuentro,
El de Jesús y el de los hombres.
Una mirada sobre este encuentro

“Dios mío, si existís, haced que os conozca”.

Es la oración de Carlos de Foucauld en el otoño de 1886. Tenía 28 años. Está en búsqueda. Desde hace 4 años, en que dejó el Ejército e hizo una difícil exploración en Marruecos, verdadero trabajo de exploración científica. El contacto con la fe de los musulmanes le ha impresionado: “la visión de esta fe, de estas almas viviendo en continua presencia de Dios, me ha hecho entrever algo más grande y más verdadero que las ocupaciones mundanas”.

SEDUCIDO POR UN ROSTRO

La experiencia de base…

Busca, lee a los filósofos, libros sobre religiones, pero no encuentra. Su familia lo rodea con discreción: “Me encontré con personas muy inteligentes, muy virtuosas y muy cristianas y me dije que tal vez esta religión no era absurda. Al mismo tiempo una gracia interior, extremadamente fuerte me empujaba”.Decide seguir unas lecciones sobre la religión católica para ver “si se puede creer lo que dice”. Su prima lo envía al Padre Huvelin: “Pedía lecciones de religión: él me hizo poner de rodillas y me hizo confesar, y me envió a comulgar a continuación”. Es el choque y el encuentro. Buscaba ideas, un conocimiento, encuentra a alguien, cerca de él.
Este acontecimiento marcará toda su vida: en la experiencia del perdón dado en nombre de Jesús, encuentra a Dios, Padre misericordioso, que busca al pecador para decirle “te amo”; en la experiencia de la comunión en el cuerpo de Jesús, encuentra a Dios presente, que le hace compartir su vida, el Dios que salva.

… que le pone en camino

Su respuesta es inmediata: “Tan pronto como comprendí que había un Dios, me di cuenta que no podía vivir más que para Él”. Es la alegría llena del reconocimiento por ese Dios que nos busca y por Jesús que nos amó hasta el final. Y para manifestar su amor, Carlos se dará espontáneamente un doble objetivo: búsqueda de vivir en presencia de Jesús (sabrá encontrar los lugares en los que Jesús está presente: la Eucaristía, el Evangelio y los pobres), búsqueda de vivir este amor loco de Dios por los hombres, “trabajar por la salvación de los hombres” con Jesús, tomando los caminos de Jesús.

El itinerario de Carlos de Foucauld podrá parecer tortuoso y lleno de contradicciones. Está guiado poro ese gran deseo de estar con Jesús y de seguirle en su misión de salvación: “no puede concebir el amor sin una necesidad, una necesidad imperiosa de conformidad, de semejanza y sobre todo de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida”. Es sencillo: hay que mirar a Jesús en el evangelio y poner sus pasos en los de Jesús.

JESÚS: DIOS CON NOSOTROS

Carlos abre pues el Evangelio: “Dios ha amado tanto al mundo que le ha dado a su Hijo único”. Para gritarnos su amor, Dios se ha hecho uno de nosotros, accesible.
Porque quiere salvarnos, es decir, darnos su vida Dios se ha hecho “servidor”, ”hermano”, “amigo”, estas son las palabras que Carlos encuentra en boca de Jesús. Humildad increíble de un Dios que ofrece su amistad y espera como un mendigo la respuesta. Carlos de Foucauld está deslumbrado.

Jesús, el crucificado

Otro rostro lo maravilla recorriendo el Evangelio y este rostro lo acompañará también toda su vida, es el rostro del crucificado: el grito de amor de Dios por los hombres ha llegado hasta ahí: “La Pasión, el Calvario, son una suprema declaración de amor –nos dice–. No es para rescatarnos que habéis sufrido tanto, oh Jesús, el menor de vuestros actos ha tomado un valor infinito puesto que es el acto de un Dios y hubiera bastado para rescatar mil mundos… Es para santificarnos, para llevarnos, inclinarnos a amaros libremente, porque el amor es el medio más poderoso para hacerse amar, y porque sufrir por lo que se ama es el medio más invencible de probar que se ama”. A la gratuidad de este amor, Carlos quiere responder con su lógica concreta: “Amémosle como Él nos ha amado, de la misma manera, imitándole, es decir, sufriendo para declararle nuestro amor como Él sufrió para declararnos el suyo”. Y toda su vida, guardará vivo en su corazón el deseo de dar a Jesús la prueba de su gran amor.

Jesús de Nazaret

Después de su conversión, el P. Huvelin, preocupado por verle tomar raíces en el Evangelio antes de comprometerse en una vida religiosa, lo envía a Tierra Santa. Navidad de 1888 en Belén: “¡Él, Dios, Creador, venido a vivir en la tierra!”. Estancia en Jerusalén: ¡hasta dónde fue su amor! Principios de enero en Nazaret. Surge una nueva luz: Dios no vio a cualquier sitio para vivir nuestra vida humana, vino a Nazaret, viviendo como un nazareno ordinario, ligado con los habitantes y con la reputación de su pueblo. Carlos está impresionado: “¡Dios, obrero de Nazaret!” ¡Dios actúa en ese hijo de carpintero! La obra de Dios está iniciada. Carlos encuentra el hilo conductor de su vida: la elección está hecha y parece clara: “Seguir a Jesús, pobre artesano de Nazaret, la vida de Nazaret en todo y para todo, en su simplicidad y grandeza”.

JESÚS Y SUS HERMANOS

La simplicidad de Nazaret y su grandeza. Carlos tomará su tiempo para descubrir este camino, tanto que podríamos tomarlo por un inestable. Intentemos seguirle en los descubrimientos que hace.

La ruta de Nazaret

Animado por este encuentro, Carlos sentirá que para seguir al que ama, le hace falta hacer rupturas con su pasado, con las actividades que amaba, con su familia, “el mayor sacrificio”. Además, vive en un contexto religioso en el que espontáneamente se puede pensar que para encontrar a Dios, hay que cortar con el mundo. Para seguir a Jesús en la pobreza de Nazaret, elige pues la Trapa más pobre que conoce, Akbès (Siria).Pero Jesús, “pobre artesano de Nazaret” lo ha cogido y no lo suelta ya; Él trabaja en su corazón: esta pobreza de la Trapa, ¿es la de la gente, la del Nazareno? “Somos pobres para los ricos, pero no como lo era nuestro Señor, pobres como lo fui en Marruecos, pobres como San Francisco”. A causa de Jesús de Nazaret, deja la Trapa y se instala en el convento de las clarisas de Nazaret.

Momentos de alegría y de paz en la oración y la soledad. Sin embargo, después de algunos meses se interroga de nuevo: para estar con Jesús de Nazaret, ¿hay que “ir allí donde la tierra es más santa” o bien “allí donde las almas tienen mayor necesidad”?. Una vez más, el Nazareno lo ha sacudido y lo empuja fuera; ya no volverá a Palestina.

Carlos acepta el sacerdocio, “ese divino banquete del que me convertía en ministro, había que presentarlo no a los parientes, ni a los vecinos ricos, sino a los cojos, los ciegos, los pobres, es decir a las almas a las que les falta sacerdotes”. Piensa entonces en esos hombres encontrados en Marruecos y es hacia ellos que querrá ir. Esto es lo que le conduce a Argelia, a las fronteras de Marruecos aún cerradas. Se instala en Beni Abbés, con un esbozo de clausura que no terminará nunca: está asaltado por las visitas: “las gentes empiezan a conocer la casa como “la fraternidad” y eso me gusta”.

Marruecos permanece cerrado. Se habla de la posibilidad de ir hacia el sur, en el Hoggar: hay allí gentes todavía más alejadas y abandonadas; no duda mucho tiempo: “me preguntáis si estoy dispuesto a ir fuera de Beni Abbés por la extensión del Evangelio: para ello estoy dispuesto a ir hasta el fin del mundo y a vivir hasta el juicio final”.

Hace varios viajes antes de instalarse en Tamanrasset. En sus giras, busca de encontrar cuanta más gente posible, se pone a estudiar la lengua; más tarde comienza un diccionario y recoge poesías de los tuaregs; pone en sus búsquedas tanta precisión y ciencia, tanta pasión como puso en sus trabajos sobre Marruecos. Restablece las relaciones con los amigos de siempre.

¿Ha vuelto a recuperar todo lo que dio al entrar en la Trapa?

¿Ha renunciado a Nazaret a pesar de que haga siempre referencia?

Hacerse cercano

¿Infidelidad? Al contrario. En su fidelidad a “hacer compañía” a su “bien amado hermano y Señor”, encontró poco a poco, en el silencio y la oración, el camino de una fidelidad a los que Jesús llama: “estos son mis hermanos”. El Nazareno lo hace hundirse con él en un compartir cada vez más profundo con los hombres. Siguiendo su intuición, no podrá ya separar a Jesús de sus hermanos, y poco a poco las barreras que creía necesarias para su vida religiosa caen para una mayor proximidad: “la vida de Nazaret puede llevarse en todas partes, puede vivirse en el lugar más útil para el prójimo”. Sí, estar con Jesús, es estar cerca de los pobres, para hacer desde ahí el trabajo de Jesús: ofrecer el amor, acoger la amistad. Con Jesús de Nazaret, ya no se tratará más de separarse del mundo sino, al contrario, integrarse en el mundo y dejarse adoptar por sus hermanos.

Habría que citar muchos ejemplos de esta evolución. Un día, en el curso de una gira en el Hoggar, ve un lugar para una futura implantación. Anota en su diario: “dos puntos me parecían habitables… El primero tiene el inconveniente de estar cerca de los hombres y expuesto a muchas visitas. El segundo tiene la ventaja de estar lejos de los hombres y del ruido y procurar la soledad con Dios…” Continúa, haciendo hablar a Jesús: “Establécete en el primer lugar en el que tienes a la vez la perfección de mi imitación y la de la caridad; en cuanto al recogimiento, es el amor el que debe recogerte en mí interiormente y lo el alejamiento de mis hijos: mírame en ellos; y como yo en Nazaret, vive cerca de ellos, perdido en Dios…”

La pobreza verdadera

No tener miedo de estar cerca de la gente, en seguimiento del Nazareno, es pues el descubrimiento progresivo de Carlos de Foucauld, un arte de amar al cual Jesús lo inicia y del cual tiene todavía que descubrir dimensiones inesperadas.
El 20 de enero de 1908, Carlos anota en su diario: “Me he visto obligado a interrumpir mi trabajo… Jesús, María y José, os doy mi alma, mi espíritu, mi vida”. ¿Qué le sucede?

Está completamente agotado y enfermo. Ha superado sus límites: 11 horas de trabajo al día, haciendo traducciones para comprender mejor a los tuaregs. El país está diezmado por el hambre, las gentes no tienen ya nada, él tampoco; no puede dar nada, de repente nadie viene ya a verle. Sufre de la soledad. Sólo una carta desde hace seis meses: la amistad de los suyos, el consuelo del P. Huvelin ya no llegan; soledad del corazón. No tiene autorización para celebrar la Eucaristía solo, y desde hace meses ningún cristiano ha pasado por allí. Navidad sin Misa… ¿Para qué sirve su vida? Ninguna conversión desde que llegó… ¿Va a morirse ahora? Sin embargo hay tanto para hacer por la “salvación de las almas”. Es el fracaso completo.

Es entonces cuando la gente se da cuenta de su estado y hacen todo por salvarle. Él no puede ya nada, pero ellos se sienten responsables de ese extranjero que es su huésped. “Me han buscado todas las cabras que tienen aún un poco de leche, en esta terrible sequía, a 4 km. a la redonda”. “La gente ha sido muy buena conmigo”. Gestos sencillos de compartir y de solidaridad, sin embargo, un umbral decisivo acaba de ser franqueado, se han convertido verdaderamente en hermanos, sin que él ni ellos se den cuenta.

Que lo quiera o no, seguía siendo el extranjero ligado con los militares y los colonizadores. Que lo quiera o no, era el bienhechor, el que hace limosna pero que no necesita nada.

A pesar de todos sus esfuerzos por comprender la cultura de los tuaregs, él es portador de una cultura y de una fe que no piensa más que en compartir. El foso permanecía enorme entre ellos y él. Faltaba esa reciprocidad que da la amistad, esa situación de igual a igual. Hoy cuando estaba a punto de morir, ha recibido la vida de la mano de los tuaregs. De golpe, entraron verdaderamente en su vida.

Hermanos

Su mirada sobre Nazaret se profundizó de esta manera: Nazaret, e siempre “descender”, pero al igual que Jesús, para estar verdaderamente ligado a los pobres, hasta el punto de ser pobre con ellos y dependiente de ellos, en igualdad. Su sed de trabajar por la “salvación de los hombres” encuentra en ese Nazaret realizaciones inesperadas, porque está verdaderamente desamparado. Carlos permite a los que le ofrecen un poco de leche que le digan: “venid y recibir en herencia el Reino, porque tuve hambre y me disteis de comer…”

El deseo de estar nido a la cruz de Jesús le ha sido concedido y ha dado fruto por caminos imprevistos. La frase de San Juan de la Cruz tan a menudo meditada por Carlos toma un aire nuevo: “nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer el bien a las almas”.

Este cambio se sentirá en su vida. Primero las visitas de los vecinos se hacen más numerosas. Su amigo Laperrine que viene a verle algunos meses más tarde escribirá: “Es más popular que nunca entre ellos y los aprecia cada vez más”. No se contenta con anotar los consejos que debe dar a Moussa, el jefe de las tribus Agra, sino que recoge también los consejos que Moussa le da, o los de su amigo Ouksem. Y nos meses después, un amigo protestante, el doctor Dhauteville, le oirá decir: “Estoy aquí no para convertir de golpe a los tuaregs sino para intentar comprenderles y mejorarles… y además deseo que los tuaregs tengan sitio en el paraíso. Estoy seguro que el Buen Dios acogerá en el cielo a los que fueron buenos y honestos sin que sea necesario ser católico romano. Usted es protestante, Teyssère es agnóstico, los tuaregs son musulmanes…
Estoy convencido de que el Bueno Dios nos acogerá a todos si lo merecemos, y busco de mejorar a los tuaregs para que merezcan el Paraíso”. No se trata tanto de convertir, sino de caminar juntos hacia Dios, dejarse vincular a los compañeros de camino; Dios no separará los que sean hermanos.

1º de diciembre de 1916. Es la guerra en Europa y los efectos se hacen sentir hasta en el fondo del desierto. Ese día, Carlos es asesinado, víctima silenciosa como todos los pobres aplastados por los conflictos que los superan. Ese día, tiene lugar el encuentro definitivo con Jesús de Nazaret, su bien amado hermano y Señor.

 Solinet 21 febrero, 2005

LA CENTRALIDAD DEL AMOR EN EL HERMANO CARLOS

Honoré SAVADOGO, sacerdote de la fraternidad de Burkina Faso, y
miembro del equipo internacional.


Palabra de Dios: Mc 12, 28-34
El amor en el corazón de su experiencia espiritual

El amor de Dios y de los hombres es el corazón, el centro, la esencia y la totalidad de la experiencia espiritual de Carlos de FOUCAULD. Carlos todavía está representado con el símbolo del Sagrado Corazón de Jesús en su hábito a la altura del pecho. Su espiritualidad es la del Corazón traspasado por el amor a los hombres. Es una espiritualidad de amor sin medida, de corazón rebosante de amor por Dios y por los hombres. Trató de modelar su corazón en el de Jesús. Su gran proyecto religioso, que desgraciadamente o afortunadamente no pudo llevar a cabo, fue la fundación de una congregación religiosa consagrada al Sagrado Corazón. Quería hermanitos y hermanas que pudieran vivir del amor y la caridad del Corazón de Jesús por los más alejados de Dios.

Su emblema: el Sagrado Corazón – Iesus Caritas
El sello o emblema de Carlos es un corazón, el centro de la persona humana, la sede del amor. No se trata de cualquier corazón, es el corazón que más ha amado a Dios y a los hombres. Es el corazón de Jesús con la inscripción Iesus arriba y Caritas abajo (Jesús del Amor). Esto es lo que dice
sobre este emblema, que también es el de la congregación que quería fundar: “El sello de cada fraternidad es: un Corazón coronado por una Cruz, que tiene encima la palabra IESUS y debajo la palabra CARITAS, todo
en color rojo sobre fondo blanco. […] ¡Seamos dignos de nuestro sagrado nombre! … ¡Ardamos de amor como el Corazón de Jesús! … Amemos a todos los hombres «hechos a imagen de Dios», como «este Corazón que tiene tanto hombres amados! «… Amemos a Dios, en vista de quien debemos amar a los hombres, y sólo a quien debemos amar por sí mismo … ¡Amemos a Dios como el Corazón de Jesús lo ama, tanto como sea posible!
Amemoslo como a Él, deseando sólo Su bien. […] Sagrado Corazón de Jesús, te suplicamos, haznos amar a Dios como tú quieres que lo amemos, envuelve nuestros corazones con tus llamas, te las damos y te las consagramos para siempre, hazlo y quema con ese fuego «que viniste a encender en la tierra», enciendelos, haz que se quemen y enciendan a otros, y nunca dejes de ser más ardiente y más radiante cada día hasta nuestro último aliento. , para tu mayor gloria, en ti, por ti y por ti, ¡Oh tan tierno, tan
dulce, tan amoroso y tan adorable Corazón de nuestro Amado Jesús!
»(Charles de Foucauld, Reglamento y directorio, Nouvelle Cité, París 1995, 286-287)
Como hermanos de la Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas, compartimos el emblema de Carlos y debemos compartir las exigencias de nuestro nombre. Como los hermanos del Sagrado Corazón, debemos ser dignos de nuestro sagrado nombre, debemos estar ardiendo de amor por Dios y por todos los hombres. ¿Arde mi corazón? ¿Cuál es su temperatura? ¿Qué termómetro debería usar para tomar su temperatura?
Carlos de FOUCAULD fue un gran devoto del Sagrado Corazón. Es una devoción centrada en el Corazón traspasado de Cristo, fuente inagotable de amor, ternura y misericordia para el mundo (Jn 19, 31-37). La devoción de Carlos al Sagrado Corazón está inspirada en Santa Margarita María de Alacoque. Fue a través de Marie de Bondy, su prima, que llegó a conocer esta devoción. El 20 de septiembre de 1900 le escribió con motivo de su ordenación sacerdotal: “Gracias de todo corazón por hacerme una casulla… Trata de hacerla toda blanca, excepto el corazón rosa, su pequeña cruz marrón, las llamas alrededor de la cruz que salen del Corazón y los rayos amarillos que irradian a lo lejos alrededor: haz un corazón radiante; ¡Que brille en toda esta pobre tierra sobre los que amamos y sobre nosotros
mismos! […] Otros pudieron ayudar, el Padre Huvelin sobre todo, a hacerme bien en varias cosas, pero la devoción al Sagrado Corazón, es sólo a ti, absolutamente, a quien se lo debo, por la gracia de Dios
”.
Recordemos que su prima Marie de Bondy había tenido un papel muy importante en su conversión. Mientras que la familia, especialmente su tía, era dura con él cuando se portaba mal, Marie era amable, llena de afecto, cuidado y estima fraternal. Esto le había tocado mucho y le había ayudado a creer que la religión de un alma tan buena debía ser verdadera. Podemos decir que Carlos de FOUCAULD vio en María, una persona que encarnaba las virtudes del Sagrado Corazón de Jesús, una persona llena de amor, ternura, dulzura, misericordia. Para Carlos de FOUCAULD, la vida cristiana no puede ser otra cosa que el amor. Para nosotros los sacerdotes, no hay nada extraordinario en saber que el amor está en el corazón de la religión. Pero es absolutamente extraordinario poder vivir plenamente el amor a Dios y al prójimo. Es absolutamente extraordinario vivir para que el amor sea el centro de tu acción, de tus palabras, de tus pensamientos, de todas tus actitudes, de todas tus aspiraciones. Con la centralidad del amor en su experiencia espiritual, se puede decir que Carlos de FOUCAULD se colocó en el corazón y centro de la Iglesia, se elevó a la cima más alta de la experiencia cristiana. Creo que esta centralidad del amor es lo que hace que su espiritualidad sea irresistible. Una cosa es muy cierta, todos los que se sienten atraídos por la espiritualidad del hermano Charles se sienten atraídos por el amor que vive, enseña y exhala.

El mandamiento principal
El amor como centro y esencia de la religión ya está presente en la oración y profesión de fe del pueblo de Israel en Dt 6, 4-5: “¡Escucha, Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas «. Jesús completó este imperativo del amor a Dios con el mandamiento del amor al prójimo y lo convirtió en un solo mandamiento, el mayor y la sustancia de todos los mandamientos de Dios (cf. Mc 12, 29-31; Mt 22, 36-40). Lo que hace a Jesús tan original
es que él mismo vivió plenamente el amor a Dios y al prójimo hasta dar la vida: “Un mandamiento nuevo os doy: amaos los unos a los otros; como yo os he amado, que vosotros también os améis unos a otros. En esto todos sabrán que son mis discípulos, si os amáis los unos a los otros ”(Jn 13, 34-35).
En los días de Jesús, los rabinos hicieron una lista de todos los mandamientos contenidos en la Biblia. Hubo 613, incluidas 365 prohibiciones y 248 acciones a tomar. Conocer y poner en práctica todas estas leyes fue una verdadera carga, un yugo extremadamente
difícil de llevar. Jesús denunció este legalismo opresivo (cf. Lc 11,46; Mt 11, 28-30) y ofreció el mandamiento más grande, una enseñanza llena de amor y ternura, una enseñanza que es dulce y ligera porque es un acto de amor.
Hay muchas leyes en nuestra Iglesia, en nuestras ciudades, en nuestras parroquias e incluso cada uno de nosotros tiene sus propias leyes y principios. ¿Es la ley más grande, el principio más grande de mi vida, el amor? ¿Amor a Dios y al prójimo? El corazón, el centro de la persona – el amor, el centro de la vida Físicamente, el corazón se coloca en el centro de la persona. La sangre fluye desde el corazón a otros órganos del cuerpo. Cuando falla el corazón, el resto del cuerpo está condenado a muerte. Aunque el cerebro controla una buena parte del corazón, no puede vivir si el corazón no le envía sangre. Si el corazón se detiene, todo el cuerpo está condenado.
Puedes vivir sin tus brazos, sin tus pies, sin parte de tus pulmones, con sólo un riñón, etc. Pero sin el corazón no es posible vivir. Para significar el amor, es un corazón lo que se dibuja. Como el corazón es fundamental para el
cuerpo, el amor es fundamental para la vida. Si el amor irradia todas las dimensiones y actividades de una vida, esa vida sólo puede florecer. Si alguien deja de derramar el amor de su corazón … la muerte de esa persona no está muy lejos.
Cuanto más amamos, más amor damos, más vivimos y florecemos … tanto como físicamente un hombre no puede vivir sin su corazón, tanto espiritual como moralmente, no puede vivir sin amor. Si sacas el amor del mundo, no hay más razón para vivir en él.
San Pablo escribió con razón su himno al amor (Cf.1 Co 13, 1-8):
Si hablo todos los idiomas y no tengo caridad, ¡no soy nada!
Cuando tengo el don de profecía y conozco todos los misterios y toda la ciencia, si no tengo caridad, ¡no soy nada!
Cuando tengo la plenitud de la fe, una vez transportando montañas, si no tengo caridad, ¡no soy nada!
Cuando reparto todos mis bienes en limosna, si no tengo caridad, ¡no soy nada!
Aunque entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, no soy nada, no me ayuda …

Meditación y oración:
Mc 12, 28-34
Jn 19, 31-37
1 Cor 13, 1-8
1 Jn 4, 7-21