Foucauld: la santidad en el fracaso, lo cotidiano y el desierto

Beato Charles de Foucauld

Sergio Padilla Moreno

El reconocimiento de la Iglesia al proponer a Foucauld como modelo universal de vida cristiana es una buena noticia, en medio de la situación que estamos viviendo como humanidad y como Iglesia, más ahora que estamos inmersos en una situación de emergencia sanitaria que, al parecer, todavía durará muchos meses más y que nos replanteará la forma de vivir. ¿Por qué es una buena noticia? En mi opinión, porque Foucauld nos muestra una serie de valores evangélicos que se nos suelen olvidar a los creyentes de hoy y que, en medio de la llamada “nueva normalidad”, habrá que volver a tener en cuenta.

El primer valor es la importancia que Foucauld le dio al desierto, tanto el físico como el espiritual. Sabemos que buena parte de su vida la desarrolló en el desierto del Sahara argelino, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, donde fue asesinado el 1 de diciembre de 1916. El desierto para Foucauld fue un lugar propicio para vivir la presencia de Dios, ajeno a cualquier tipo de estímulo que tanto nos seducen, nos distraen, nos hacen poner el corazón y que tanto extrañamos en medio del confinamiento al que estamos necesitados de vivir ahora.

Otro valor es la capacidad de vivir espiritualmente el fracaso. Y es que Foucault no pudo fundar ninguna congregación -aunque su inspiración diera origen después a los Hermanitos y Hermanitas de Jesús-, no pudo convertir a ningún musulmán, ni liberar a ningún esclavo. Hoy en día estamos atrapados por el deseo de sentir y vivir nuestros éxitos, ya sea en títulos, logros de todo tipo, likes en las redes sociales, etcétera; por lo que este hombre nos puede mostrar el valor de vivir con libertad y gratitud nuestros propios fracasos y también combatir nuestros no pocos narcisismos espirituales, propios del fariseo que oraba: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres”.

Otro rasgo evangélico de Foucauld, lo dice Pablo d’Ors, es que fue un “místico de lo cotidiano. Lo cotidiano él lo llamaba Nazaret. Por encima de la vida pública de Jesús, que ya eran tantos y tantas que buscaban representar -anunciando el evangelio, curando a los enfermos, redimiendo a los cautivos, creando comunidad-, lo que Foucauld quiso fue representar su vida oculta como obrero en Nazaret. La vida en familia, el trabajo en la carpintería, la existencia sencilla en un pueblo… Todo eso, tan anónimo, tan aparentemente insignificante, fue lo que le subyugó hasta el punto de consagrarse siempre y por sistema a lo más pequeño, lo más ordinario, lo más ignorado.”

Estos y muchos otros rasgos de Charles de Foucauld quedaron sintetizados en la llamada “oración del abandono” que comienza diciendo: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy gracias”.

El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx

Misioneros del Espíritu Santo/ Padre me pongo en tus manos