San Carlos de Foucauld nos habla de la tempestad calmada

Sermón de San Charles de Foucauld sobre la tempestad calmada:

¿Por qué tener miedo? Nos dice San Charles de Foucauld.

Hijos míos, pase lo que pase, recordad que yo estoy siempre con vosotros. Acordaros que, visible o invisible, despierto o dormido, vigilo siempre, estoy por todas partes, soy todopoderoso. No tengáis jamás ningún temor, ninguna inquietud: estoy ahí, vigilo, os amo, lo puedo todo… ¿Qué más hacer por vosotros?… Acordaros de estas tempestades, cuando erais tranquilizados con una palabra, haciendo suceder una gran calma.

Tened confianza, fe, y coraje; acordaros sin inquietud por parte de vuestro cuerpo y vuestra alma, pues yo estoy ahí, todopoderoso y amándoos.

Pero que vuestra confianza no nazca de la dejadez, de la ignorancia de los peligros, ni de vuestra confianza o la de otras criaturas… Los peligros que corréis son inminentes; los demonios, enemigos fuertes y astutos, vuestra naturaleza pecadora y el mundo mismo os harán una guerra encarnizada. Y en esta vida, la tempestad es casi constante, y vuestra barca estás siempre cerca de zozobrar… Más no olvidéis, estoy ahí, contigo, ¡esta barca es insumergible! Desconfiad de todo, sobre todo de vosotros, pero tened una confianza total en mí que he desterrado toda inquietud.

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JESUS, SU ENCARNACION, SU NACIMIENTO


Meditación de Carlos de Foucauld el 6 de noviembre de 1897.
Señor mío y Dios mío, ¡qué jomada más dulce! Sois Vos, mi Señor
Jesús, en el día de hoy el motivo de mis meditaciones…
Sí, Dios mío, Vos sois constante, fiel, continuáis vuestras mercedes,
los santos y los ángeles continúan ayudándome… Solamente yo soy quien
no me ayudo a mí mismo: Vos me empujáis hacia el bien y me colmáis de
gracias; todo me ayuda en el Cielo y en la tierra… Solamente yo soy quien
pone obstáculos por mi cobardía, fragilidad y tibieza…
La Encarnación tiene su raíz en la bondad de Dios… Pero una cosa
aparece primeramente, tan maravillosa, brillante y asombrosa, que brilla
como un signo deslumbrador: es la humildad infinita que encierra tal
misterio… Dios, el Ser, el Infinito, lo Perfecto, el Creador, el Omnipotente
Inmenso, soberano Señor de todo, haciéndose Hombre, uniéndose a un
alma y a un cuerpo humano y apareciendo sobre la tierra como un
Hombre, y el último de los hombres…
En la estima del mundo, ¿qué es esto? ¿Conviene que Dios la
busque? Viendo el mundo desde las alturas de la divinidad, todo es igual a
sus ojos; lo grande, lo pequeño, todo es como una hormiga y un gusano de
la tierra… Desdeñando esas falsas grandezas, que son, en realidad, tan
extremas pequeñeces, Dios no ha querido revestirse de ellas… Y como Él
venía a la tierra para rescatamos, enseñamos, y para hacerse conocer y
amar, ha tenido a bien darnos, desde su entrada en este mundo y durante
toda su vida, esta lección de desprecio de las grandezas humanas, del
desasimiento completo de la estimación de los hombres… Ha nacido,
vivido y muerto en la más profunda abyección y los últimos oprobios,
habiendo escogido una vez para siempre, de tal manera el último puesto,
que nadie ha podido estar más bajo que Él… Y si ha ocupado con tanta
constancia y cuidado este último puesto, ha sido para instruirnos y
enseñamos que los hombres y la estima de los mismos no son nada, no
valen nada; que no conviene despreciar a aquellos que ocupan las más
bajísimas situaciones, que los más pobres y abyectos no deben
entristecerse de su vileza: ellos están cerca de Dios, cerca del Rey de
Reyes de este mundo; esto es, para enseñarnos que nuestra conversación,
no siendo de este mundo, no debemos hacer caso del mismo…, sino vivir
para este reino de los cielos, que el Dios Hombre veía desde aquí abajo por
medio de la visión beatífica, y que nosotros debemos tener presente sin
cesar bajo los ojos de la fe, andando por este mundo como si no fuéramos
de este mundo, sin cuidado de las cosas externas, no ocupándonos más que
de una cosa: contemplar, amar a Nuestro Padre celestial y hacer su
voluntad…
Resoluciones.—En mis pensamientos, palabras y acciones sea por
mí, sea por el prójimo, no hacer ningún caso de la grandeza, de la
ilustración, de la estima humana, sino apreciar aún más a los más pobres
que a los más ricos… Prestar más atención al último obrero que al
príncipe, puesto que Dios ha aparecido como el último de los obreros…
Para mí, buscar siempre el último de los últimos puestos, para ser también
pequeño, como mi Maestro, para estar con Él, marchar tras Él, paso a paso,
como fiel criado, fiel discípulo, y, puesto que en su bondad infinita,
incomprensible, se digna permitirse hablar así, como fiel hermano y fiel
esposo…
En consecuencia, organizar mi vida para ser el último, el más
despreciado de los hombres, para pasarla con mi Maestro, mi Señor, mi
Hermano, mi Esposo, que ha sido la abyección del pueblo y el oprobio de
la tierra, «un gusano y no un hombre…»
Vivir dentro de la pobreza, la abyección, el sufrimiento, la soledad, el
abandono, para vivir en la vida, con mi Maestro y mi Hermano, mi
Esposo, mi Dios, que ha vivido así toda su vida y me da tal ejemplo desde
su nacimiento.

Imitar a Jesús hasta el extremo

«Aún te falta una cosa: vende todo cuanto tienes
y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro
en los cielos; luego, ven y sígueme
» Lucas 18,22.
Dios mío, haz que acoja estas palabras con fe.
Parecen sencillas y son muy difíciles. Obrar así es
verdaderamente ser perfecto, porque sólo los
santos lo han hecho. ¿Quién, excepto los santos,
considera la limosna como una buena inversión
hecha en el cielo? ¿Quién, excepto ellos, da con la
abundancia que inspira una fe tan grande? La vida
humana cambiaría si los hombres tuviesen
esta fe. Dar dinero a un pobre es invertirlo con
seguridad en el cielo, es cambiar un bien pasajero
y perecedero por un bien eterno. Estamos lejos
de ello, aunque nos creemos hombres religiosos.
¿Quién sigue a Jesús por el mismo camino que él
recorrió, imitándolo en todo, viéndolo de verdad
como el camino, «siguiéndolo» como los apóstoles
lo siguieron, configurándose y modelándose
perfectamente según su alma, en la unión de su
vida externa, yendo donde él quiso ir,
compartiendo su pobreza, su abyección,
todo lo que él quiso sufrir, siendo lo que él quiso
ser, «siguiéndolo» al compartir e imitar todo en su
vida interior y exterior? ¿Quiénes, sino los santos,
imitan a Jesús hasta este extremo? Dame, Dios
mío, la fe en tus palabras; dásela también a todos
aquellos que me pides que ame más, y dásela a
todos tus hijos: enséñame a dar limosna
mirándola como un tesoro bien colocado en el
cielo, y a seguirte imitándote en todo e imitando a
tus fieles imágenes que son los santos.
EE-1, Meditaciones sobre el Evangelio,
(1897), 95-96

El amor – Carlos de Foucauld


“El amor consiste no en sentir que se ama, sino en querer amar: cuando se quiere amar, se ama; cuando se quiere amar por encima de todo, se ama por encima de todo. Si ocurre que se cae en una tentación, es que el amor es demasiado débil, no es que no haya amor : hay que llorar como san Pedro, arrepentirse como san Pedro, humillarse como él, como él decir también tres veces: “ Yo os amo, os amo, vos sabéis que a pesar de mis debilidades y pecados, os amo” (Jn 21,15s).

En cuanto al amor que Jesús nos tiene, nos lo ha probado suficientemente como para que creamos en él sin sentirlo: sentir que le amamos y que nos ama, sería el cielo; el cielo no es, salvo raros momentos y raras excepciones, para aquí abajo.

Recordemos con frecuencia la doble historia de las gracias que Dios nos hizo personalmente desde nuestro nacimiento y el de nuestras infidelidades; encontraremos… allí el motivo para perdernos en una confianza ilimitada en su amor. Nos ama porque es bueno, no porque nosotros somos buenos; ¿Acaso las madres no aman a sus hijos descarriados? Así encontraremos cómo profundizar en la humildad y la desconfianza en nosotros mismos. Procuremos redimir un poco nuestros pecados por el amor al prójimo, por el bien hecho al prójimo. La caridad hacia el prójimo, los esfuerzos por hacer el bien a otros son un remedio excelente que hay que utilizar ante las tentaciones: es pasar de la simple defensa al contraataque”.

(Obras espirituales, antología de textos, San Pablo 1998, p.228)

«JESÚS, SU PASIÓN» – Meditación de Carlos de Foucauld

Cristo crucificado de San Juan de la Cruz


¡Vuestra Pasión, Dios mío; he aquí lo que Vos queréis que medite:
hacedme pensar Vos mismo, ya que siempre me encuentro impotente ante
tales visiones!
Ya Pasión… ¡Qué recuerdos! Las bofetadas y los golpes de los
criados de los pontífices: «Profetiza: ¿quién te ha dado?» El silencio
delante de Heredes y de Pilatos… La flagelación, la coronación de espinas.
El via crucis… La crucifixión… La Cruz… «Padre mío, en tus manos entrego mi espíritu.»

¡Qué visiones, Dios mío, qué cuadros! ¡Qué lágrimas,
yo que os amo! ¡Qué remordimientos, si pienso que esto es por expiar
dignamente mis pecados por lo que habéis sufrido así! ¡Qué emoción, si
pienso que si habéis pasado por mí esos tormentos es porque lo habéis
querido, que es para probarme vuestro amor, para declarármelo a través de
los siglos! ¡Qué remordimiento por amaros tan poco! ¡Qué remordimientos
por hacer tan poca penitencia de los pecados, por los cuales Vos habéis
hecho una tan grande! ¡Qué deseo de amaros, en fin, a mi vez y de
probaros mi amor por todos los medios posibles!… ¿Cuáles son estos
medios, Dios mío; cómo amaros, cómo deciros que os amo?… «El que me
ama es aquel que guarda mis mandamientos… No hay mayor amor que
aquel que da su vida por el que ama.» Cumplir vuestros mandamientos,
Mandata, es decir, cumplir no solamente las órdenes, sino los consejos,
adaptarse a los pequeños avisos, a los más pequeños ejemplos. Entre
vuestros consejos, uno de los primeros es el de imitaros. «Sígueme…
Aquel que me siga no anda entre tinieblas… Yo os he dado el ejemplo para
que como Yo lo he hecho, vosotros lo hagáis también… El perfecto
servidor debe ser como su Maestro.» Seguir lo más exactamente posible
todas vuestras enseñanzas y vuestros ejemplos mientras que vivimos y
morir por vuestro Nombre, he aquí el medio de amaros y probaros que os
amamos; sois Vos mismo quien nos lo ha dicho en el Evangelio, Dios
mío… El amor pide aún más, y el Evangelio me lo dice también, no por
palabras, pero sí por el ejemplo de la Santísima Virgen y de Santa
Magdalena al pie de la Cruz: Stabat Mater. La compasión, llorar vuestros
dolores… En verdad, es una gracia: yo no puedo por mí mismo, a la vista
del espectáculo de vuestra Cruz, sacar gemidos de este corazón de piedra,
¡ay!, espantosamente endurecido… Pero debo pediros esta compasión, y
porque ella os es debida, debo pedírosla para dárosla. Debo pediros todo,
yo debo darme…
Dios mío, puesto que en los abismos de vuestra misericordia, en los
tesoros de vuestras misteriosas e infinitas bondades, me habéis hecho esta
gracia, bajo el cielo y sobre esta tierra que habéis pisado y que habéis,
¡ay!, regado con vuestras lágrimas, sudores y vuestra sangre, no me dejéis
recorrer sin lágrimas estos lugares, testigos de vuestros dolores; no me
dejéis besar sin lágrimas las huellas de vuestros pasos en Getsemaní, sobre
la vía dolorosa, en el pretorio, en el Calvario; dadme un corazón de carne,
en lugar de mi corazón de piedra, y, puesto que me hacéis esta gracia
inaudita, me permito besar esta tierra tan santa, hacédmela besar con el
alma y el corazón, con las lágrimas que Vos queréis que tenga, que es mi
deber tener. ¡Oh, Señor mío, mi Rey, mi Maestro, mi Esposo, mi
Hermano, mi Bienamado, mi Salvador, mi Dios!…
Resolución.—Pedir, desear, y si es agradable a Dios, pedir el
martirio, para amar a Jesús con un gran amor… Celo de las almas,
ardiente amor por la salvación de las almas, que todas han sido rescatadas
a un tal precio. No despreciar a nadie, pero sí desear el mayor bien a todos
los hombres, puesto que todos están cubiertos como por un manto por la
sangre de Jesús… Hacer lo posible por la salvación de todas las almas,
según mi estado, pues todas han costado tan caro a Jesús y han sido y son
tan amadas por Él. Ser perfecto, ser santo, yo, por quien Jesús ha tenido tal
estima que ha dado por mí toda su sangre. Tener grandes deseos de
perfección, creer en la posibilidad de todo, por la gloria de Dios, cuando
mi confesor me prescribe hacer una cosa. ¿Cómo Dios me negará una
gracia después de haber dado por mí toda su sangre? Horror infinito del
pecado y de la imperfección que ha conducido al mismo, pues esto ha
costado tan caro a Jesús… Dolor de los pecados de los otros y de haber
ofendido a Dios, pues el pecado le causa un tal horror que ha querido
expiarlos por medio de tales tormentos… Confianza absoluta en el amor
de Dios, fe inquebrantable en este amor, que Él nos ha probado, queriendo
sufrir por nosotros tales dolores… Humildad, viendo todo lo que Él hace
por mí y lo poco que yo he hecho por Él.
Deseo de sufrimientos, para devolverle amor por amor, para imitarle,
y no estar coronado de rosas cuando Él lo está de espinas; para expiar mis
pecados, que Él ha expiado tan dolorosamente, para compartir su obra,
ofrecerme a Él todo, la nada que yo soy, en sacrificio, en víctima, por la
santificación de los hombres…

C. FOUCAULD, Escritos Espirituales,47.

https://www.iesuscaritas.org/wp-content/uploads/2018/10/kupdf.net_escritos-espirituales-carlos-de-foucauld.pdf

LA NATIVIDAD DEL SEÑOR – Carlos de Foucauld

LC 2,1-14 – Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.


Son las 2 o las 3 de la mañana … se ha celebrado la misa de medianoche: he recibido tu
cuerpo santo … Te entregaste a mí; como eres, hoy
hace unos mil novecientos años, cuando entraste en el mundo … Mi Señor Jesús, el mundo nunca te ha
recibido … ¡Oh! ¡Quiero recibirte! Pero desafortunadamente ! con todas mis ganas que tengo para ti
¿Qué ofrecer? ¿Tengo algo mejor para ofrecerte que una cueva fría, oscura y sucia, habitada por bueyes?
y el asno, por naturaleza brutal, pensamientos terrenales, sentimientos bajos y groseros. ¡Pobre de mí!
Dios mío, lo admito, esta es la triste hospitalidad que te ofrezco. Lo siento lo siento,
perdón, perdón por haber trabajado tan poco con la ayuda de las innumerables gracias que me has dado
para hacer de esta cueva de mi alma, donde sabía que tenías que entrar, un
lugar menos indigno de ti; un hogar cálido, brillante y limpio, adornado con tu
Pensamiento … ¡Pero lo que no lo hice, hazlo, Señor Jesús! Ilumina esta cueva de mi alma , ¡oh divino Sol! Caliéntala, purifícala … Estás en ella, transfórmala con tus rayos … ¡Obtén esta gracia para mí, Padre mío y Madre mía! Oh Santísima Virgen y Sant ¡José!

¿Qué estáis haciendo ahora mismo? Adorando, recogido, silencioso,
te pierdes en la contemplación sin fin, cubriendo, besando con la mirada al
Niño, por unos momentos, adorado, escondido … ¡Como lo miras! Qué amor,
¡Qué adoración en tus ojos y en tu corazón! … Oh Madre mía, lo tienes en tus
brazos, mientras lo calientas sobre tu corazón, mientras lo sostienes cerca de tí!

Como lo besas! mientras le das de comer! … mientras le prodigas tanto la
adoración y respeto debido a tu Dios; y la ternura, las caricias, los cuidados que
otorgas al niño! … Y tú, San José, cómo te estás mostrando a Jesús, al mirarlo, al adorarlo. y al mismo tiempo ¡cúralo y acarícialo! Como tus infinitos respetos y tu profunda adoración
¡Evita que no se le acaricie! … Al contrario, sientes que este divino Niño no debe
estar más desprovisto de caricias, ternura que los niños ordinarios … debe
de recibir mil veces más que cualquier otro … Así que ambos lo llenan. O
santos padres … Tu noche y en adelante toda tu vida se dividen en dos ocupaciones,
la adoración quieta y silenciosa, y las caricias, el cuidado ansioso y devoto y tierno… Pero ya sea quieto o activo, tu contemplación no cesa; sus corazones,
sus espíritus, sus almas nunca dejan de ahogarse y perderse en el amor … Haz mi vida
conforme a los suyos, Oh benditos padres, ya sea que suceda como el suyo adorar a Jesús o actuar
por Él, siempre entregado en su amor por Él.
Amén 1

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1 C. DE FOUCAULD, Consideraciones sobre las fiestas del año, Nouvelle Cité, París 1987, 81-82.