Toma tu sonrisa y dásela a quien nunca la tuvo. Toma un rayo de sol y déjalo atravesar la oscuridad que envuelve la tierra. Descubre un manantial y purifica el que está en el barro. Toma una lágrima y colócala en el rostro de aquel que nunca ha llorado. Toma tu coraje y ponlo en el corazón de aquel que ya no puede luchar. Descubre un sentido a la vida y compártelo con quienes ya no saben hacia dónde van. Toma la esperanza en tus manos y vive a la luz de sus rayos. Tomad la bondad y dádsela a quien no sabe dar. Descubre el amor y hazlo conocer a la humanidad.
Mohandas Karamchand Gandhi, Prends ton sourire (site-catholique.fr)
CARLOS DE FOUCAULD, INSPIRADOR DE SUEÑOS Los sueños de Francisco Fratelli Tutti es una encíclica que invita con entusiasmo a participar en los grandes sueños de Francisco: «Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (FT 8). El Papa no se queda en el reducido círculo de los católicos, sino que comparte sus sueños con toda la comunidad humana, convencido de que es necesario aunar los esfuerzos de todas aquellas personas que portan en su corazón un «deseo mundial de hermandad» (Id.). En un mundo cerrado por las sombras, donde tanta gente yace herida al borde de los caminos, «los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de manera que algunas de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro» (FT 282). Entre las personas que han inspirado su pensamiento, Francisco menciona en primer lugar a san Francisco de Asís, y a continuación cita tres personajes no católicos comprometidos con la fraternidad universal: Martin Luther King, Desmond Tutu y Gandhi (cf. FT 286). A modo de conclusión, añade inmediatamente: «Pero quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld. Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos». Quería ser, en definitiva, «hermano universal». Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén» (FT 286-287).
Esta enjundiosa referencia a Carlos de Foucauld subraya la decisión papal de canonizarle, una decisión confirmada en mayo de 2020 pero que hasta el momento no ha podido realizarse como consecuencia de la situación sanitaria mundial. ¿Los sueños de Carlos de Foucauld? Francisco apoya sus propios sueños en lo que él considera que fue «el sueño» de Carlos de Foucauld: una entrega total a Dios vivida en la identificación con los más abandonados; dicho de otro modo, ser «hermano universal» haciéndose «hermano de los últimos». Una lectura atenta de los numerosísimos escritos de Carlos de Foucauld deja ver que él mismo utiliza escasamente el campo semántico de los sueños para expresar lo que le habita, y nunca lo hace –ni en los escritos espirituales ni en la correspondencia– para referirse a su deseo profundo de ser considerado «hermano universal». Sin ⁰, Carlos es una persona movida permanentemente por la búsqueda de un «magis» quel evoluciona a lo largo de su existencia hasta fundirse íntimamente con ese «minus» que le fascinó desde el principio: «el último lugar». Sus referencias explícitas a los sueños están más bien vinculadas a un ideal que progresará con el tiempo: Nazaret. Al Padre Huvelin, su acompañante espiritual, le confiesa desde Jerusalén, en octubre de 1898, cuando acaba de salir de la Trapa: Lo que sueño en secreto, sin confesármelo a mí mismo, sin permitírmelo… lo que sueño involuntariamente es algo muy sencillo y muy poco numeroso, que se parece a las primeras comunidades de los primeros tiempos de la Iglesia… Algunas almas reunidas para llevar la vida de Nazaret, vivir de su trabajo como la Sagrada Familia, practicando las virtudes de Nazaret en la contemplación de Jesús. La historia mostrará que este sueño tan querido para él no llegará jamás a realizarse durante su propia vida. Perfil de un caminante Varón, francés, aristócrata, militar, explorador, amigo, trapense, ermitaño, sacerdote, lingüista, misionero, hermano universal… Cada una de estas dimensiones dejará sus huellas en la personalidad y en la santidad de Carlos de Foucauld, nacido en Estrasburgo (Alsacia, Francia) en 1858 y asesinado en Tamanrasset (Argelia) en 1916. A los seis años, él y su hermana Mimí se encuentran huérfanos de padre y madre, pero son educados con gran cariño por sus abuelos maternos y viven una infancia feliz. Carlos mantendrá a lo largo de toda su vida un vínculo muy estrecho con su familia, manifestado en una amplísima correspondencia.
Después de haber perdido la fe durante la adolescencia y de ser expulsado del liceo de los jesuitas en París, se embarca en una carrera militar de la que muy pronto se aburre. Lleva una vida de cierto desenfreno durante un corto período, aprovechando la herencia de una gran fortuna. Sin embargo, su espíritu curioso y aventurero le incita a realizar un viaje de exploración en Marruecos, cuyos brillantes resultados le valdrán a su regreso el más alto reconocimiento de la comunidad científica. Intensa experiencia de Dios La fe de los musulmanes que conoce durante este viaje le interpela profundamente. De vuelta a París, el testimonio de ciertas personas inteligentes y espirituales, especialmente su prima Marie de Bondy, le mueve a acercarse a la Iglesia y a murmurar en lo profundo de su corazón: Dios mío, si existes, haz que te conozca. La relación con el Padre Huvelin, que se onvertirá en su acompañante espiritual hasta la muerte de éste, tendrá un peso fundamental en su conversión, en su decisión de entregarse completamente a Dios y en su deseo de identificarse con Jesús en el «último lugar». En Francia (1913) con su prima Marie de Bondy y su amigo tuareg Ouksem El itinerario interior de Carlos de Foucauld atraviesa parajes muy diversos, pero se dirige siempre en una doble dirección: El amor a Dios y el amor a los hombres es toda mi vida y será toda mi vida, espero (A Henry Duveyrier, Trapa de Nôtre-Dame des Neiges 24/04/1890). Carlos desea ardientemente imitar a Jesús de Nazaret, y durante siete años busca su camino como trapense, unos meses en Francia, pero enseguida en un monasterio en Siria. Allí vive, quizá por primera vez en su vida, el encuentro real con los pobres de carne y hueso. Ellos le harán notar una diferencia que será cada vez más insoportable para él: Los pobres, a quienes Dios no da aquello que nos da con tanta generosidad a nosotros, religiosos (alojamiento, comida abundante y regular, buen sueño, buenos vestidos, buenas mantas), dan compasión (A Mimí, Siria, 6/02/1891). Esa compasión emerge de una constatación espiritual muy profunda, que Carlos empieza a hacer en este momento y que tendrá consecuencias radicales en su itinerario posterior: Los pobres son nuestros hermanos: «amaos unos a otros, así verán que sois mis discípulos». Son Jesucristo mismo: «Todo lo que haréis a uno de estos pequeños, me lo haréis a mí»» (A Mimí, Siria, 19/10/1891). 4 Camino de transformación Antes de hacer su profesión solemne, Carlos sale de la Trapa una vez que se siente confirmado por sus superiores en la llamada a una vida diferente. Primero busca su camino en Tierra Santa, instalándose como mandadero de las clarisas de Nazaret. Más tarde, siempre seducido por el misterio de la vida oculta de Jesús, Carlos será ordenado sacerdote en 1901 y se dejará conducir al desierto del Sáhara, no para aislarse del mundo, sino para compartir con los últimos el tesoro que ha transformado su existencia: la presencia de Jesús. Mis últimos retiros de diaconado y de sacerdocio me mostraron que esta vida de Nazaret, mi vocación, tenía que vivirla, no en la Tierra Santa, tan querida, sino entre las almas más enfermas, las ovejas más perdidas, más abandonadas. Este divino banquete del que me convertía en ministro, tenía que llevarlo, no a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los más cojos, los más ciegos, los más pobres, las almas más abandonadas y con menos sacerdotes. (…) Una vida tan conforme como pudiera con la vida oculta del Bienamado Jesús de Nazaret» (A Monseñor Caron, Beni Abbés 8/04/1905). En Beni Abbés (1903) con Abd Iesu, un niño rescatado de la esclavitud, y el Capitán de Susbielle Fue orientando su sueño Carlos aspira a vivir a fondo el encuentro con Dios y con todas aquellas personas que habitan en el desierto. Entiende que su principal ministerio es la santificación personal, la oración, el amor a Dios; a partir de ahí podrá dirigirse a los oficiales alejados de la religión, a los soldados que llevan una vida desordenada, y a los musulmanes que no conocen a Cristo, con el fin de hacerse amar por la virtud, la bondad y la caridad. Movido por estos ardientes deseos, irá saliendo de un ideal de clausura todavía bien presente en Beni Abbés (1901-1904) para abrirse a la itinerancia misionera que caracteriza la etapa de Tamanrasset (1905-1916). Una razón fundamental para salir de sus proyectos de vida eremítica será la mayor utilidad a los demás. Me quedaré, o iré acá o allá, según sea más útil a las almas, dirá en
Por ello, si en Beni Abbés acoge en la fraternidad a todo el que llega, en las fases siguientes, y hasta el final de sus días, será él mismo quien se ponga en marcha hacia el encuentro del otro. Este deseo de llegar a los que están más lejos es el motivo de la 5 construcción de la ermita del Asekrem, razón por la cual afirmará en 1910: Mis ermitas se multiplican. Este año he tenido que agrandar la de Tamanrasset y construir una nueva en el Asekrem, en plena montaña; ésta última era indispensable para entrar en contacto con las tribus que no veo jamás en Tamanraset». Identificándose con los ú7ltimos, hermano de todos Hijo de su tiempo, de su patria, de su medio y de su Iglesia, Carlos de Foucauld no cuestiona la legitimidad del régimen colonial ni se libera de una concepción paternalista de la gestión de los territorios ocupados. No obstante, se compromete en el rescate de esclavos y alza claramente la voz contra las prácticas esclavistas que continúan en vigor entre los indígenas: No tenemos derecho de ser centinelas dormidos, perros mudos, pastores indiferentes (A Dom Martin, Beni Abbés, 7/02/1902). Al mismo tiempo que denuncia ciertos desórdenes en la administración francesa de las colonias, propone un modelo que respete la dignidad de los habitantes y promueva su desarrollo: Como francés, sufro por ver que nuestros indígenas no son administrados como deberían serlo, y por no ver que los cristianos de Francia se esfuercen, no por la fuerza ni la seducción, sino por la bondad y el ejemplo de las virtudes, por llevar al evangelio y a la salvación a los infieles de sus colonias de África, hijos ignorantes de los que ellos son los padres (A Henri de Castries, Tamanrasset, 8/01/1913). Con su actitud y con su manera de encarnarse en medio del pueblo tuareg, con su capacidad de encontrar en él verdaderos amigos, Carlos de Foucauld taladra la burbuja colonial y muestra que es posible compartir la vida y llevar el evangelio «no por la fuerza ni la seducción, sino por la bondad y el ejemplo de las virtudes». Este empeño de compartir la existencia con los últimos se traduce en un esfuerzo titánico por aprender su lengua, el tamacheq. Carlos se sienta durante horas en una tienda y, a cambio de algunas monedas, las mujeres tuaregs le recitan poesías tradicionales que él recopila con esmero. Su trabajo no es solo de lingüista, sino también de etnólogo. Conocer la lengua del otro 6 no se limita, para él, a ciertas generalidades; es necesario ir siempre más lejos, hasta el fondo, hasta el alma misma de un pueblo que se expresa en sus poemas y en sus cantos. A esta empresa formidable, no superada ni siquiera en nuestros días, Carlos le consagra más de diez horas diarias durante los últimos doce años de su vida. La muerte le llega de manera accidental el 1 de diciembre de 1916 en Tamanrasset, no en su ermita sino en el fortín que había construido para defenderse junto con la población local en caso de un ataque por parte de los senusistas, radicales que pretendían arrancar la zona al ocupador francés. No muere solo: tres militares musulmanes, al servicio de la armada francesa, son asesinados en el mismo ataque y los cuatro serán enterrados juntos. Su deseo de ser hermano de todos queda definitivamente sellado por una muerte compartida con hombres de otra raza, de otra cultura y de otra religión, hijos del mismo Padre. Tras las huellas de Jesús de Nazaret, Carlos de Foucauld permanece en el desierto, pero va más allá del desierto, por su deseo de ser «hermano universal» y por el «apostolado de la bondad» vivido cotidianamente en el contacto con una cultura y con una religión muy diferentes de las suyas. De esta forma, se convierte sin saberlo en precursor de la nueva evangelización, marcada por la salida hacia las periferias, el compromiso de todos los bautizados, el carácter sinodal, el diálogo interreligioso y el testimonio de vida. Gracias al Papa Francisco, Carlos de Foucauld emerge hoy como inspirador de sueños para la Iglesia universal. Carlos de Foucauld hacia el final de su vida Margarita Saldaña Mostajo Hermanitas del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld1 1 Autora de San José. Los ojos de las entrañas (Sal Terrae 2021), Tierra de Dios (Sal Terrae 2019), Cuidar. Relato de una aventura (PPC 2019) y Rutina habitada (Sal Terrae 2014)