«La asamblea mundial, que viene celebrándose cada seis años, se ocupa de la renovación de los servicios. En esta última asamblea se eligió como responsable general para la coordinación de las fraternidades repartidas en el mundo entero al brasileño Carlos Roberto dos Santos (Brasil)»
«Es de gratitud recordar a Mons. Guy Riobé, primer responsable general, que junto a Pierre Cimitierre, Secretario General, dieron los primeros pasos para soñar con un grupo de sacerdotes agrupados en torno a la vida fraternal»
«El contenido del número que presentamos gira en torno a la carta de los asistentes a los hermanos de la Fraternidad»
Manuel Pozo
El número 227, de octubre a diciembre de 2025, de la revista Iesus Caritas, que parece con el título Testigos y Forjadores de Fraternidad, recoge algunas de las intervenciones de los delegados a la asamblea mundial de la Fraternidad sacerdotal, celebrada en Buenos Aires (mayo 2025) junto a los testimonios de sacerdotes que intentan vivir el evangelio con radicalidad con las singularidades de san Carlos de Foucauld.
La asamblea mundial, que viene celebrándose cada seis años, se ocupa de la renovación de los servicios. En esta última asamblea se eligió como responsable general para la coordinación de las fraternidades repartidas en el mundo entero al brasileño Carlos Roberto dos Santos (Brasil). Como es habitual el nuevo responsable formó su equipo de trabajo contando con las siguientes personas y nacionalidades: Roberto (Tino) Ferrari (Argentina); Mark Mertes (EEUU); Boris Schüssel (Suiza); y Louis Edmond Esseyi a Gnadam (Camerún).
Iesus Caritas
La Fraternidad sacerdotal tiene una historia rica de nombres y sueños evangélicos. Desde su inicio de la mano de René Voillaume en la abadía de Boquen (Francia) con el nombre de La Unión hasta la fecha en la que se acaba de celebrar el XII encuentro internacional, han transcurrido setenta años de preparación del II Concilio del Vaticano y sesenta años posconciliares para vivir el Evangelio con la radicalidad del testigo y buscador de la verdad que fue en su momento el Hermano Carlos de Foucauld.
Es de gratitud recordar a Mons. Guy Riobé, primer responsable general, que junto a Pierre Cimitierre, Secretario General, dieron los primeros pasos para soñar con un grupo de sacerdotes agrupados en torno a la vida fraternal. Papel importante de asesoramiento jugó el inolvidable René Voillaume.
El contenido del número que presentamos gira en torno a la carta de los asistentes a los hermanos de la Fraternidad, donde parten en su análisis de la realidad “de un mundo que está herido” pero donde todavía es posible vivir en fraternidad, empeño de las Fraternidad. La carta termina con unas palabras de acogida al Papa León XIV, y se informa del trabajo de renovación de Estatutos y Directorio y del proyecto de preparar un encuentro para sacerdotes jóvenes.
Las intervenciones en el aula de la asamblea son eco de las encíclicas Fratelli tutti y Laudato si´ del Papa Francisco que se hacen visibles y tangibles en los testimonios y experiencias pastorales que se recogen como fruto de la preocupación de “sentir con la Iglesia” y sus opciones evangélicas fundamentales en el mundo actual.
Iesus Caritas
Como escribe uno de los colaboradores, en verdad, «la fraternidad sacerdotal Iesus Caritas es una pequeña parte del conjunto de la Iglesia de Jesús, una pieza más del todo por el cual vivió Jesús: ovejas responsables de otras ovejas que no miran desde el poder».
SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI, por Manuel Pozo Oller
San Juan Pablo II regaló a la Iglesia la Carta Encíclica, Ecclesia de Eucaristía dirigida a todo el pueblo de Dios. Cuando en ella el Papa habla de la Iglesia nos recuerda que «la Iglesiavive de la Eucaristía», y ésta «encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia» (n.1). El teólogo Henri de Lubac expresaría esta realidad, años antes del II Concilio del Vaticano, con la acertada síntesis eclesiológica: «La Iglesia hace la Eucaristía, y la Eucaristía hace a la Iglesia». La Eucaristía, por tanto, no es un sacramento más, sino la fuente y cumbre de la vida cristiana. Los primeros cristianos, a pesar de las dificultades, cuando los tribunales les preguntaban la razón del incumplimiento de la ley del emperador, contestaban con convencimiento: «Sin el domingo, no podemos vivir».
El pasaje de la multiplicación de los panes y los peces que proclamamos este domingo (Lc 9, 11b-17) es anuncio de la donación total de Jesús en el misterio del pan y vino consagrados. La misión de la Iglesia, el encargo de Jesús de «haced esto en memoria mía», convierte la cotidianidad en un banquete alternativo y, al tiempo, inclusivo de fraternidad y esperanza. El evangelista, por una parte, sitúa el episodio en el núcleo de la actividad de Jesús y, por otra, adelanta la vocación de la Iglesia: «Dadles vosotros de comer».
San Carlos de Foucauld escribió que «Una sola Misa glorifica más a Dios que el martirio de todos los hombres, unido a las alabanzas de todos los ángeles y santos». San Juan Crisóstomo, complementa esta verdad, en la homilía 50 sobre san Mateo cuando invita a que nuestra vida y acción se conviertan en una eucaristía: «¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No lo honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis padecer de frío y desnudez (…) ¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena toda de vasos de oro, si Él se consume de hambre? Saciad primero su hambre y luego, de lo que os sobre, adornad también su mesa (…)» (Cf. Obras de San Juan Crisóstomo (Madrid 1956) II, 80- 82). En verdad, el Jesús que dijo: «Esto es mi Cuerpo, esta es mi sangre» es el mismo que dijo «lo que hagáis a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hacéis». La contemplación, por tanto, tiene dos polos indisolubles que son Cristo en la Eucaristía y Cristo en el hermano de tal suerte que la exposición del Santísimo, y ante el Santísimo, nos ha de llevar a una vida expuesta y comprometida con los demás para, a semejanza del Señor, dejarnos triturar y comer por los demás.
Manuel Pozo Oller
Párroco de la parroquia de Montserrat (Diócesis de Almería)
Franco Ribolla es un Hermano del Evangelio que vive actualmente en Spello, pueblecito de la Umbría, a diez kilómetros de Asís. Nuestro encuentro en el retiro de la fraternidad seglar en el puente de la Inmaculada en la Casa diocesana de Espiritualidad de Guadix (Granada) aviva momentos de amistad cuando allá por los años ochenta y cuatro – ochenta y cinco Franco hacía su noviciado acompañado por André Berger en la barriada de Los Albaldinales del término municipal de Roquetas de Mar en Almería. En aquella etapa fecunda, por iniciativa de los Hermanos y con el apoyo de la parroquia que yo servía, se construyó la ermita de Los Jarales en el término municipal de Lubrín y quedan cientos de recuerdos compartidos con aquellas gentes en barriadas deprimidas en pleno corazón del desierto con decenas de jóvenes que admiraban a los novicios. Si las piedras hablaran gritarían en Rambla Aljibe, Rambla Honda, el Marchal y tantos otros lugares. Recuerdo de manera especial la peregrinación con cientos de feligreses el domingo de resurrección de mil novecientos ochenta y cuatro al santuario mariano de El Saliente en la villa de Albox. Muchos recuerdos que vienen a mi mente y que, al fin y al cabo, demuestran que la amistad no muere jamás.
Manuel Pozo Oller
Hermanos del Evangelio. Comunidad de Spello
P. Es inevitable al hablar de Spello recordar a Carlo Carretto, ¿qué huellas perduran de este amigo de Dios con el paso del tiempo?
R. Spello es conocido por todos los amigos del Hermano Carlos de Foucauld porque está unido a la figura de Carlo Carretto que residió allí veinte años . Él fue quien puso en aquel lugar el carisma foucaldiano al servicio de aquellos que buscan a Jesucristo y quieren comprometerse con el Evangelio. El Hermano Carlo tenía un gran carisma personal y era un hombre de una rica personalidad. No olvidemos que fue presidente nacional de la Acción Católica con lo que este cargo suponía de liderazgo y de amistad con personajes del momento tales como Andreotti o Scalfaro. El Hermano Carlo, por poner un ejemplo, casi todas las semanas despachaba asuntos con los pontífices de turno y era querido tanto por Pío XII como por Pablo VI con los que trabajó como inmediato colaborador. Su gran carisma y sus dotes de líder se manifestaban, no obstante, en el trato con todos sin diferencias, de manera especial si cabe con los sencillos del pueblo y gentes del campo de Spello donde le recuerdan con mucho cariño.
P. Y los Hermanos que ahora vivís en Spello, ¿cuál es vuestra ocupación?
R. Actualmente vivimos en la comunidad de Spello cuatro hermanos. Dedicamos nuestra vida a procurar vivir el Evangelio incidiendo en las notas específicas de nuestro carisma religioso procurando compartir la vida, el trabajo, la oración y la eucaristía con aquellas personas que vienen a nosotros buscando encontrarse consigo mismo y con Dios. Dedicamos tiempo a la escucha de las personas y, si llega el caso, a acompañar humana y espiritualmente a quienes de manera voluntaria nos lo piden.
P. ¿Cuál es la procedencia de las personas que llegan a Spello?
R. Generalmente vienen de toda Italia aunque también vienen de otros países, en su mayoría de Europa.
P. ¿Y la edad?
R Suelen venir de todas edades entre dieciocho y setenta años. Más que la edad sólo se requiere venir a compartir con sencillez lo que le ofrecemos y a buscar lo que Dios quiere de cada uno. Muchos descubren el sentido a su vida, otros orientan algún aspecto de su existencia. El lugar, la acogida comunitaria y el silencio son medios para la búsqueda de lo esencial. También quiero resaltar que la comunidad ofrece una experiencia fuerte de silencio a través de la adoración eucarística prolongada y, a veces, nocturna y la práctica del desierto y la revisión de vida.
P. ¿La comunidad sigue ofreciendo la posibilidad de silencio prolongado en las ermitas?
R. Efectivamente. En estos últimos años, a partir del desgraciado terremoto de mil novecientos noventa y siete que dañó la iglesia y derribó prácticamente las ermitas, hemos repensado llevados por la necesidad esta oferta de silencio y soledad. Después del terremoto fue necesario interrumpir la acogida durante tres años. Antes acogíamos a centenares de personas y actualmente no acogemos en los encuentros más de cuarenta personas. La masificación ciertamente que no ayuda al trato personal ni facilita la escucha. En este sentido las ermitas se han reducido en número muy a nuestro pesar pues al no ser de nuestra propiedad y encontrase en la zona del terremoto los propietarios han recibido muchas ayudas de organismos oficiales y las han reconvertido en casas de campo para el turismo rural. Actualmente disponemos de seis ermitas para la acogida en soledad.
P. ¿Nada es de vuestra propiedad?
R. De las veintiséis ermitas que teníamos antes del terremoto ninguna era de nuestra propiedad de ahí que sólo hemos recuperado aquellas que los propietarios han creído conveniente cedérnoslas para la acogida. Ni siquiera el convento donde vivimos es nuestro. Es propiedad del Ayuntamiento.
P. Para terminar te pregunto sobre tu presencia en España y en este retiro.
R. Volver a España es recordar muchos momentos vividos en plenitud al tiempo que encontrarme con familias y amigos muy queridos. Durante mi noviciado trabajé en los invernaderos y bajo el mar de plástico se tejen muchas y hondas amistades. Es un gozo poder encontrarse con mis Hermanos con los que compartí años de mi vida. El lugar ha cambiado bastante. Es más rico y, al tiempo, existen más pobrezas humanas baste señalar el gran problema de la inmigración. Nuestra casa, la casa de la calle don Quijote en Roquetas de Mar está rodeada de gentes que han venido de África. Es impresionante compartir la fe con tantas culturas en la eucaristía del domingo a medio día y, finalizada ésta, charlar sin prisas en la plaza de la iglesia intercambiando experiencias de vida y sueños para el futuro.
P. ¿Cómo has encontrado las distintas fraternidades españolas?
R. Este retiro es una señal de la vitalidad del carisma por estas tierras del sur y sureste español. Me agrada sobremanera que el tema elegido para este encuentro sea la eucaristía. También ha sido una suerte escuchar los distintos encuentros de oración y eucarísticos celebrados con motivo de la beatificación del Hermano Carlos de Foucauld. Ya conocía algo por la página web de las Familias pero ciertamente he quedado impresionado por los muchos actos y por el número de asistentes de todas las edades incluidos adolescentes y jóvenes.
El Hermano Franco me pide, por último, que facilite la dirección postal y electrónica de su Comunidad: Piccoli Fratelli del Evangelo, Vía San Girolamo, 1, 06038 Spello –PG- Italia; FRATERNITA.SPELLO@TIN.IT
Al teclear sobre mi ordenador las notas tomadas con rapidez he sentido la necesidad de buscar en mi archivo lejanos recuerdos y he encontrado fotografías del Hermano Franco, mucho más joven, y he dado gracias a Dios por la vida religiosa que al fin y a la postre es un reflejo de la presencia del amor de Dios en nuestro mundo y anuncio del reino futuro.
La Iglesia presenta a la comunidad de seguidores de Jesús la propuesta de intensificar en el tiempo litúrgico de Adviento la vida espiritual como preparación al misterio de la Natividad de nuestro Señor.
Para comprender este texto difícil y enigmático que la liturgia nos presenta en el Domingo I de Adviento del recién estrenado Ciclo litúrgico C invito a mis lectores a recordar la contemplación de la Encarnación que propone san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales para el Primer Domingo donde exhorta al ejercitante «a contemplar el ancho mundo nuestro, con sus luces y sombras, sus anhelos y desesperanzas, sus zonas de vida y sombras de muerte con el convencimiento de que este mundo concreto que nos ha tocado vivir necesita “redención/liberación” y, en consecuencia, necesita la llegada del salvador/libertador».
En nuestro mundo, igual que el mundo de ayer y siempre, hay mucha “gente angustiada”, porque para ellos la vida no es disfrute, sino carga pesada, porque la esperanza está herida. Muchos, y las razones son diversas, han perdido el sentido de la vida y en su horizonte solo divisan un muro infranqueable. Bien vale al comienzo de este tiempo litúrgico hacer un chequeo de nuestra esperanza para constatar en quién o en qué se fundamenta nuestra vida y nuestra acción.
El texto evangélico de este I Domingo de Adviento, tomado del evangelio de san Lucas 21,25-28.34-36, recoge dos fragmentos del discurso escatológico donde se muestra, como es propio de estos textos, la preocupación por el destino final de la humanidad y del universo. Hagamos el esfuerzo de situarnos en el espacio y el tiempo para acercarnos a la verdad del relato en un contexto de destrucción de Jerusalén con la toma y saqueo de su templo por las legiones romanas al mando de Tito. Este acontecimiento terrible para el pueblo judío es, para el parecer de san Lucas, un signo de la ruina final y universal, ya profetizada por Jesús. El pueblo de Israel, que vine y sufre estos acontecimientos, no se da por vencido ante las dificultades, sino que en sus muchas desgracias añora y sueña con la llegada del Mesías libertador tal y como la tradición anunciaba “en gloria y majestad”.
San Lucas, que es de la segunda generación de cristianos, y ha visto correr el tiempo sin la llegada del esperado mesías/libertador, intenta trasmitir a sus lectores que entre el tiempo de la ruina de Jerusalén y el juicio final no hay fecha de recapitulación final. En consecuencia, aquí y ahora, es el momento de la esperanza. No es tiempo de lamentos, sino de testimonios.
Para el discípulo de Cristo la esperanza es Jesús. Él nos invita a trabajar con alegría y confianza en la construcción del reinado de Dios, aquí y ahora, mientras esperamos el encuentro definitivo con Dios. Nada de caras tristes ante los acontecimientos de la vida porque son signos y llamadas para abrir los ojos y confiar en quién no nos abandona: “cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación” (v. 28). Mientras llega el libertador el discípulo de Jesús está llamado a recorrer con confianza, gozo y alegría el tiempo de la historia. Allí donde parezca que humanamente acaba todo … podemos afirmar que todo empieza.
Nos queda la pregunta, ¿Qué hacer ante tanto desastre, tanta violencia, tanto desamor? El evangelista, con un sentido muy práctico, nos invitar a ejercitar la virtud de la vigilancia, a abrir los ojos para mirar la realidad (vv. 29-38). Las palabras de Jesús culminan a modo de advertencia: “estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre” (vv. 29-33).
Evocando a san Carlos de Foucauld, en su memoria litúrgica eclipsada por la liturgia dominical, pedimos a Dios los dones de la vigilancia y la confianza : «Tú no nos dejarás en la oscuridad cuando necesitamos de la luz. Podremos estar en la oscuridad, a veces por largo tiempo y en forma dolorosa, pero en esa situación es cuando Tú nos vas conduciendo de la mano, sin que nos demos cuenta y cuando realmente necesitemos de la luz la tendremos. Será como un relámpago en medio de la noche que nos permite entrever como vas conduciendo la historia».
La vida de Carlos de Foucauld, en fin, es un continuo sobresalto. Cuestiona lo humano y lo divino llegando a retar al mismo Dios cuando recita continuamente a manera de mantra la jaculatoria, «Señor, si existís, haced que os conozca»
«Su última etapa de búsqueda, después de los desiertos de la Trapa y Nazaret, culminan con su ordenación de presbítero de la diócesis de Viviers (Francia) antes de tomar asiento en el desierto del sur de Argelia para vivir y compartir la vida con los pueblos nómadas»
«Carlos de Foucauld busca el desierto físico y se encuentra también con los desiertos de la propia existencia en forma de prueba espiritual e incluso debilidad física»
«Las experiencias del desierto dejan de ser poesía y atardeceres para convertirse en prueba y purificación»
14.05.2022 | Manuel Pozo Oller
El desierto como realidad existencial, como soledad y desarraigo, como vacío y desorientación, no se ciñe en Carlos de Foucauld, como por otra parte en todo ser humano, exclusivamente a los años que compartió su vida con los pueblos nómadas del norte de África en el desierto argelino. Los desiertos de la vida, en efecto, le golpearon duramente desde su infancia hasta prácticamente su adultez biológica. Además, la época histórica que le tocó vivir estuvo llena de convulsiones, guerras y exilios, que le provocaron desarraigos afectivos y rupturas enfrentándole con la dureza de la vida y obligándole a recomenzar de nuevo. Hay que hacer notar que, no obstante, el personaje fue un privilegiado por cuna y educación, alumno de jesuitas ingresó más tarde en la academia militar para seguir con la tradición familiar.
Conoce Argelia formando parte del ejército colonizador francés. Una vez que abandona el ejército planea la peligrosa aventura de explorar Marruecos. Lo hace disfrazado acompañado del rabino Mardoqueo. Había perdido la fe en su adolescencia y su vida era un auténtico desastre con las características de un privilegiado de la vida. En esta situación anímica, en el desierto de la noche de una existencia vacía, se encuentra con los pueblos creyentes del desierto. No queda indiferente ante esta realidad impactante.
Su aventura de explorador y su posterior obra científica será recogida en el libro Reconnaissance au Maroc (1889). Carlos de Foucauld recibirá grandes reconocimientos de la sociedad francesa por sus aportaciones geográficas y lingüísticas pero su psicología y su alma son un volcán en erupción que busca con ansiedad el equilibrio personal al tiempo que razones para sobrevivir. En este desierto de la noche oscura de la razón que busca entender, ocupa lugar preferente el testimonio creyente de su madre. Él escribirá: «Yo, que estuve rodeado desde mi infancia de tantas gracias, hijo de una madre santa…» (1897).
El recuerdo de su madre será el oasis dentro del desierto de su azarosa vida. También su prima, María de Moitissier, Sra. de Bondy, es oasis en cuanto que el trato con su familiar admirada le aportará a lo largo de su vida la ternura afectiva y el equilibrio emocional siendo su referencia y acompañante en las tomas de decisiones y opciones fundamentales. El P. Henri Huvelin, con su extraordinaria sabiduría y paciencia, fue el instrumento para acompañar a un personaje singular que por cuna y linaje no lo hacían fácil. Él supo esperar el momento para iniciar una travesía por el desierto despojándose de los postulados de la filosofía ilustrada y el racionalismo del momento.
La vida de Carlos de Foucauld, en fin, es un continuo sobresalto. Cuestiona lo humano y lo divino llegando a retar al mismo Dios cuando recita continuamente a manera de mantra la jaculatoria, «Señor, si existís, haced que os conozca». No eran en lenguaje de nuestra época actual, un pasota. El escritor Antoine de Chatelard, Hermano de Jesús, lo retrata con el perfil que será el eje axial de su vida apasionada y apasionante: «La vida de Carlos de Foucauld fue una sucesión de movimientos dislocados, de épocas de las que cada una es como volver del revés la anterior, que traen consigo un nuevo punto de partida, a veces un absoluto volver a empezar». Toda una peregrinación al interior del alma como un viajero en la noche.
Su última etapa de búsqueda, después de los desiertos de la Trapa y Nazaret, culminan con su ordenación de presbítero de la diócesis de Viviers (Francia) antes de tomar asiento en el desierto del sur de Argelia para vivir y compartir la vida con los pueblos nómadas. En ninguna de las etapas anteriores encontró el oasis donde saciar plenamente su sed de Dios y sus inquietudes. Al fin, la aridez y dureza del desierto sahariano, le sumió en un camino espiritual de honda experiencia contemplativa de Dios que de nuevo cambió su orientación de vida llegando, a la manera de Jesús en su encarnación y vida nazaretana, a hacerse pobre con los pobres ocupando el último lugar y haciendo suya su causa llegando a situaciones tan comprometidas como la defensa de los pueblos nómadas y la crítica a su patria por la descarada política colonizadora y esclavista.
La vida en el desierto conduce a Carlos de Foucauld a reflexionar sobre sus bondades resaltando los aspectos de lugar de encuentro con Dios y con el interior de nosotros mismos. Le escribe al religioso trapense Hermano Jerónimo, amigo del alma, sobre su proceso espiritual en el desierto:
«Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía completamente la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en él antes de recibir su misión; san Pablo al salir de Damasco fue a pasar tres años a Arabia, vuestro patrono san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon también en el desierto. Es indispensable. Es un tiempo de gracia. Es un período por el que tiene que pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto. Es necesario ese silencio, ese recogimiento …Y es en la soledad … donde Dios se da todo entero a quien se da todo entero a Él. Si esta vida interior es nula … es un manantial que querría dar la santidad a los demás, pero no puede, porque carece de ella» (1898).
En Carlos de Foucauld, de consiguiente, el desierto físico y geográfico se convierte en lugar de encuentro y comunión con el Creador en una especie de ecoespiritualidad que guarda referencia con hermosos textos bíblicos tan sabrosos como el que aquí citamos del profeta Oseas: «Por eso, yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón … Allí ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto» (2,16-17).
La experiencia espiritual y saludable del desierto para el alma la describe el Hermano Carlos en una carta fechada el 19 de mayo de 1898:
«Es preciso pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios. Es allí, donde uno se vacía y se aparta de todo lo que no es Dios desalojando completamente esa pequeña casa de nuestra alma, a fin de dejar únicamente a Dios todo el espacio … Es indispensable. Es un tiempo de gracia. Es un tiempo a través del cual debe pasar necesariamente toda persona que desee dar fruto; porque hace falta este silencio, este recogimiento, este olvido de todo lo creado para que Dios instaure en la persona su reino, formando en ella el espíritu interior; la vida íntima con Dios en la fe, la esperanza y clamor».
La experiencia del desierto como lugar geográfico, en efecto, es un medio extraordinario de encuentro de Dios, pero asunto distinto son los desiertos existenciales que no escogemos. Carlos de Foucauld busca el desierto físico y se encuentra también con los desiertos de la propia existencia en forma de prueba espiritual e incluso debilidad física. La prueba espiritual cuando el solitario del desierto, por las normas litúrgicas del momento histórico, se vio privado de la celebración de la eucaristía y, por ende, de la reserva eucarística para la adoración. No se puede describir el estado de soledad y sufrimiento interior del marabut cuyo alimento era la eucaristía y con ella quería irradiar a Jesucristo como el mejor de los apostolados. Escribirá pocos años antes de su muerte: «He reanudado mi vida con alegría. Tengo el Santísimo Sacramento pero no puedo, sino muy raras veces, celebrar la Santa Misa, por falta de asistentes, ya que, ahora, no tengo a nadie conmigo» (Carta, 17 de julio de1907).
La soledad interior se agrava por las necesidades materiales que aumentan en su entorno y por la imposibilidad de poder atender tantas demandas de ayuda. Momento difícil fue la sequía del año 1907 que provocó la carestía y escasez de alimentos y la consecuente hambruna. Las circunstancias tan extremas hacen que Carlos de Foucauld sufra de nuevo un cambio radical en su vida sintiéndose por primera vez como uno más de los pobres del desierto. No puede hacer nada porque nada posee. Todo va a peor, sufre anemia, está muy cansado y cae gravemente enfermo al año siguiente. Ahora el noble acostumbrado a ser servido se ve obligado a sobrevivir con la ayuda de los demás. Un grupo de amigos tuaregs buscan lo que pueden para alimentarle. Encuentran un poco de leche de una cabra famélica. Entre fiebre y malestar su alma sufre una nueva conversión a la radicalidad evangélica y al abandono en las manos de Dios.
Las experiencias del desierto dejan de ser poesía y atardeceres para convertirse en prueba y purificación. El marabut está a merced de los vientos y arena movedizas del desierto que le humillan hasta dejarle exhausto. El buscador queda solo con solo Dios. La psicología se rebela ante el fracaso de toda una vida preguntándose sobre el sentido de nuestras opciones vitales y de nuestra entrega. Una pregunta silba por encima de las arenas preguntando al viento si ha valido la pena tanto esfuerzo. Es la hora de Getsemaní, el momento de la duda. Hay que beber la hiel de la ausencia de frutos en la evangelizador.
En tal estado de ánimo escribe al P. Henri Huvelin:
«Hace ya más de 21 años que hicisteis que me rindiera a Jesús; casi 18 años que entré en un convento; y tengo, ahora, 50 años: ¡que cosecha tendría que haber recogido para mí y para los demás! … Y, sin embargo, lo que he recogido para mi es la mayor de las miserias y, para los demás, ni el menor de los bienes …» (1 de enero de1908). En la misma linea abrirá su corazón al P. Caron unos meses después: «Yo no he hecho ni una sola conversión en serio, desde hace siete años que estoy aquí; dos bautismos; pero Dios sabe lo que son y serán las personas bautizadas: un niño pequeño, que los Padres Blancos educan y una anciana ciega … Como conversión en serio, cero …».
A Carlos de Foucauld, a ejemplo del Maestro, solo le queda ofrecer a su Bienamado y Señor Jesús su propia inutilidad para la redención de los hermanos. Su muerte violenta es una parábola de vida y resurrección. El meditó muchas veces el texto evangélico de san Juan «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (12,24). Murió regando con su sangre la arena del desierto convirtiéndolo en un lugar fecundo y haciéndolo florecer.
El servicio evangelizador En nueve condiciones podemos resumir lo que el Hno. Carlos se pide a sí mismo y pide a los que quieren asumir esta tarea de servicio evangelizador. 7.1. La santidad personal del evangelizador. Su ideario en pos de la santidad se irá modulando a imagen del “Bienamado Hermano y Señor Jesús”, llegando a concreciones simples y domésticas. Viviendo estas actitudes más ordinarias y domésticas, como son la pobreza, la
amistad y la bondad, el cristiano va mostrando en sí la imagen-icono del único evangelizador, Jesucristo. La evangelización se va realizando a través de la vida pobre, amistosa y bondadosa, entregada y compartida paciente y en medio de una vecindad y un pueblo. La pobreza, la amistad y la bondad de estas relaciones diariamente compartidas van transformándolas hasta llegar a hacerse relaciones de familia, relaciones fraternas que serán la señal de la presencia de Jesucristo y de su acción misteriosa en medio de las gentes. La Fraternidad que así se va construyendo es la Palabra que señala al Verbo Encarnado y Salvador, imagen del Padre, misterio infinito que vive en el corazón de todos los hombres, a quien desde la vivencia de la fraternidad se comienza a balbucear su nombre más auténtico: “abbá”. “No es de los Chamba de quienes nosotros debemos aprender cómo hay que vivir, sino de Jesús … Jesús nos dice «Seguidme». San Pablo nos ha dicho «sed mis imitadores, como yo soy imitador de Cristo». Jesús sabía la mejor manera de llevarle las almas. San Pablo fue su incomparable discípulo. ¿Esperamos hacerlo mejor que ellos? Los musulmanes no se equivocan: de un sacerdote buen caballista, buen tirador, dicen: es un excelente caballista, nadie tira como él, incluso añaden: es digno de ser chambi… No dicen: es un santo… Con razón natural, a menudo darán su amistad al primero, pero si entregan su confianza respecto a su alma, se la darán al segundo… No tomemos, para conducir las almas a Dios, tales o cuales sentimientos, que no nos son recomendados por el Espíritu Santo. Tomemos por maestro a San Pablo, que consiguió bastantes conversiones en circunstancias difíciles, y que nos dice a todos, por inspiración del Espíritu Santo: «Sed mis imitadores, como yo soy imitador de Cristo». El Espíritu Santo nos conduce por San Pablo a la pura y simple imitación de Jesús, como mejor medio para salvar a las almas… El que quiera seguirme que me siga. ..El que me sigue no anda en las tinieblas… El discípulo no es mayor que el Maestro, es perfecto si se parece al Maestro” 106. 7.2 Estilo del evangelizador: más hermanos que padres Nota del servicio evangelizador será ser más hermanos que padres. Así se verifica, de alguna manera, aquella sentencia de Jesús:
«Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos. Ni llaméis padre a nadie sobre la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos. No os hagáis llamar doctores, porque uno sólo es vuestro doctor, el Mesías. El más grande de vosotros sea vuestro servidor. El que se ensalzare será humillado, y el que se humillare será ensalzado»107. 7.3. Uso de medios pobres Los medios pobres fueron los que usó Jesús, no utilizó los medios poderosos, sino los pequeños y humildes: “«Yo he venido a salvar al mundo» Nosotros tenemos el mismo fin, nosotros debemos no redimir al género humano, sino trabajar por su salvación; empleemos los medios que Él mismo ha empleado; pues bien, esos medios no son la sabiduría humana rodeada de fasto y de brillo y sentada en el primer lugar, sino la sabiduría divina, escondida bajo la apariencia de un pobre, de un hombre que vive del trabajo de sus manos, de un hombre sabio y lleno de ciencia, pero pobre, despreciado, abyecto, que no estudió jamás en las escuelas de los hombres, sino que a sus ojos fue conocido como viviendo humildemente de un trabajo vil…”108. 7.4. Dando y, al mismo tiempo, recibiendo Cuando el Hno. Carlos reglamenta para sus hermanos la vida en pobreza, lo hace por una parte con una cierta rigidez, pero por otra va comprendiendo también que la pobreza no consiste sólo en dar, sino también en recibir con amor y delicadeza el compartir de los pobres. “Debemos vivir una vida muy pobre, todo en la Fraternidad debe ser conforme a la pobreza del Señor Jesús, los edificios, los muebles, los vestidos, la alimentación, la capilla, en fin, todo. Nos está permitido recibir, en caso de necesidad urgente y excepcional, bien sea nuestra, bien del prójimo (pues en esto no hacemos ninguna diferencia entre los Hermanos y todos los humanos que están fuera de la Fraternidad: Ama a tu prójimo como a ti mismo).
Nos está prohibido recibir préstamos, a no ser de cosas muy pequeñas o de muy poco dinero, como los pobres… No recibimos estipendios de Misas. No aceptamos ninguna remuneración de los huéspedes, de quienes vengan a hacer un retiro, ni de los enfermos que reciben hospitalidad, alivio o remedio: damos estos socorros gratis, como los daba Jesús, como dados por Jesús, como dados a Jesús en sus miembros. Nos está permitido recibir dones de poco valor, cuando se nos ofrecen espontáneamente, y son más bien signos de amistad que otra cosa, como un paquete de imágenes piadosas o un cesto de frutos… Nos conducimos según el ejemplo de Ntro. Señor Jesús en Nazaret, prohibiéndonos tajantemente todo lo que diera como resultado el que no viviéramos del trabajo de nuestras manos como Él, y concediéndonos la amplitud suficiente para aceptar con libertad de espíritu, sencillez, dulzura, agradecimiento, los pequeños regalos amistosos, como Él los recibiera en Nazaret de sus vecinos…”109. 7.5. Coherentes en la predicación y en el testimonio de vida Es de nuevo en su “Diario apostólico” de Bèni-Abbés donde nos deja escritas estas reflexiones: 21 de junio de 1903. “Predicadores de Jesús, que «no tenía una piedra en que reposar su cabeza”, no debemos hacer lo contrario de lo que predicamos, sino ser una predicación muda, sobre todo yo, que no predico sino de ese modo […] Christianus alter Christus. Es en relación a los misioneros como los infieles juzgan el cristianismo. Si queremos que ellos vean a Jesús y la religión tal como son, seamos otros cristos” 110. 7.6. La predicación por el ejemplo En el artículo XXVIII, titulado «Medios generales, en particular para la conversión de las almas alejadas de Jesús y en especial de los infieles pertenecientes a las colonias de la madre patria», coloca en 6º lugar el buen ejemplo y en el 7º la bondad. Al explicar su contenido, unos párrafos más adelante, dice: “Por su ejemplo los hermanos y hermanas deben ser una predicación viva: cada uno de ellos debe ser un modelo de vida
evangélica. Viéndolos se debe ver lo que es la vida cristiana, lo que es la religión cristiana, 1o que es el Evangelio, 1o que es Jesús. La diferencia entre su vida y la vida de los no cristianos debe hacer aparecer con brillo dónde está la verdad. Ellos deben ser un Evangelio vivo: las personas alejadas de Jesús, y especialmente los infieles, deben conocer, sin libros y sin palabras, el Evangelio a la vista de su vida. El ejemplo es la única obra exterior por la que pueden actuar sobre las almas completamente rebeldes a Jesús, que no quieren ni escuchar las palabras de sus servidores, ni leer sus libros, ni recibir sus bienes, ni aceptar su amistad, ni comunicar de ninguna manera con ellos; sobre éstos no hay más acción que el ejemplo; pero esta acción por el ejemplo es tanto más fuerte cuanto que suscita menos desconfianza, dado que toda apariencia de engaño o de seducción quedan apartadas”
7.7. Pobreza es libertad para servir confiando en Dios El “descenso” del Verbo desde el Padre es lo que lleva al Hno. Carlos al despojamiento de las riquezas terrenas: Año 1989. “¡Dios mío, no sé si es posible a algunas almas veros pobre y seguir siendo voluntariamente ricas, de verse mayores que su maestro, que su Bienamado, de no querer parecerse a Vos en todo lo que de ellas depende y sobre todo en vuestros abajamientos; yo creo que ellas os aman, sin embargo creo que falta algo a su amor, y en cualquier caso, yo no puedo concebir el amor sin una necesidad, una imperiosa necesidad de conformidad, de parecido, y sobre todo de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida… ¡Ser rico, a mi gusto, vivir dulcemente de mis bienes, cuando Vos habéis sido pobre, viviendo penosamente de un rudo trabajo! ¡Yo no puedo, Dios mío… Yo no puedo amar así… «No conviene que el servidor sea mayor que el Maestro», ni que la esposa sea rica cuando el Esposo es pobre, sobre todo cuando Él es voluntariamente pobre y es perfecto!”112. 7.8. Amigos para ser apóstoles Carlos de Foucauld es un hombre enormemente afectuoso, que necesita y goza del afecto de sus amigos [Gabriel Tourdes,
Henry Laperrine; Motylinski el capitán Nieger, P. Guerin; el P. Huvelin); el joven Ouksem,…]. Quien ama a sus amigos quiere para ellos lo mejor. Para el Hno. Carlos, lo mejor es la amistad de Jesús, cuyo camino tratará de indicar a sus amigos. 1º Cristianos: Charlar mucho con ellos, “ser el amigo de todos, de los buenos y de los malos, ser el hermano universal; en la medida de lo posible, no recibir nada de nadie, sin que lo parezca, no recibir, ni pedir, ni aceptar ningún servicio, sino lo indispensable. Rendir todos los servicios compatibles con nuestro estado, con la perfección”. El bien mayor que se puede hacer a los cristianos es llegar a ser el amigo del corazón, el confidente de cada uno, para que una vez establecida la amistad se puedan dar con fruto buenos consejos, buenos criterios, hacer bien a sus almas. 2º Con los soldados indígenas: ser de acogida fácil, muy grata con ellos, sin ser familiar… Si buscan mantener relaciones de mayor intimidad, aceptarlas, hablándoles únicamente de Dios, de la santidad, de cosas espirituales, darles consejos conformes a la perfección respecto a sus asuntos familiares, si lo piden, no dárselos sobre los asuntos temporales. 3º Con los otros indígenas: Tratar de ponerlos en confianza y amistad, a fin de que una vez establecida la confianza se les puedan dar con fruto, progresivamente, las mejores enseñanzas… Obtener su amistad por la bondad, la paciencia, los servicios (pequeños servicios de cualquier clase que se pueden hacer a todos: pequeñas limosnas, medicamentos, hospitalidad). “Tratar de tener con ellos el máximo de relaciones posibles para establecer confianza y amistad, pero en estas relaciones ser discreto… Aprovechar de todo para estrechar con ellos la amistad, aumentar en todos la confianza… En la medida de lo posible, vivir como ellos. Tratar de mantener la amistad con todos, ricos y pobres, pero ir sobre todo y en primer lugar a los pobres, según la tradición evangélica” 113. Todo el Directorio de la Unión está atravesado por la idea de la necesidad de la amistad. Propone a los miembros de la Unión:
“Que conozcan a los cristianos de su vecindad; en la medida y de la manera que les aconseje su Director Espiritual, que se «mezclen» con ellos, con caridad, prudencia, reserva, con discreción y delicadeza, con humildad y dulzura; que se hagan sus amigos, ganen su estima, su confianza, su afecto, recordando que el mejor medio para ser amado es amar uno mismo. Cuanto más amigos de todos, mejor conocerán las necesidades de cada uno, y mejor podrán remediar los males y socorrer y consolar en el momento oportuno. Que se interesen afectuosamente por todos los cristianos vecinos, alegrándose con sus alegrías y compadeciendo sus penas (un pequeño adelanto de GS), que les ayuden material y espiritualmente con una entrega fraterna” 114. 7.9. Ser buenos, en el mejor sentido de la palabra. “Ser bueno para todos, rezar y hacer penitencia por todos, dar de tal forma buen ejemplo que viéndome se vea una fiel imagen de Jesús, a fin de santificarme lo más posible” 115. “Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Viéndome deben decirse: «Puesto que este hombre es tan bueno, su religión debe ser buena». Si se me pregunta por qué soy dulce y bueno, debo decir: «Porque yo soy el servidor de Alguien mucho más bueno que yo. Si Vds. supieran qué bueno es mi Maestro Jesús” 116. Todos los cristianos están llamados al apostolado de la bondad. Escribe a su amigo L. Massignon: “Es amando a los hombres como se aprende a amar a Dios. El medio de alcanzar la caridad para con Dios es practicarla con los hombres. Yo no sé a qué le llama Dios especialmente: yo sé muy bien a qué llama a todos los cristianos, hombres y mujeres, sacerdotes y laicos, célibes y casados; a ser apóstoles, apóstoles por el ejemplo, por la bondad, por un contacto bienhechor, por un afecto que llama a la conversión y que conduce a Dios, apóstol bien como Pablo, bien como Aquila y Priscila, pero siempre apóstol, «haciéndose todo a todos» para dar a todos a Jesús” 117.
8 Propuesta de una Fraternidad renovada a la luz del Evangelio y del carisma foucaldiano. Partimos de nuestra realidad de bautizados que intentamos vivir el Evangelio y la Fraternidad “en el corazón de las masas y sufrimos con nuestro pueblo buscando con empeño razones para la esperanza. Ofrecemos ocho caminos para releer el Evangelio y ponerlo en obra con los ojos del carisma y las intuiciones de Carlos de Foucauld: 8.1. Fraternidad belenita (Cf. Mt 1.2; Lc 2) Sufrimos la realidad de encontrarnos en una Fraternidad sin apoyos y sin poder (inscripción para no ser “don nadie”, tener un nombre, pertenecer a una familia). Formamos parte de una Iglesia que pide ayuda y “toca a las puertas” saliendo a las periferias existenciales actualizando el misterio ambiguo de la debilidad y la dependencia como lo fue en aquel niño de Belén. Al tiempo es Iglesia con corazón universal (Adoración de pastores, reyes, aldeanos,…) que no excluye y a todos ofrece. El signo es “el último lugar”: “un niño se nos ha dado”; “La Palabra se ha hecho carne y habita entre nosotros”. Nuestras pequeñas fraternidades están envueltas como sal en la masa de nuestras ciudades, barrios, diócesis, iglesias. Sus notas características son: la ternura que produce la contemplación del misterio (amistad, bondad, disponibilidad, la aceptación de la voluntad de Dios halla donde estemos,…); la peregrinación al encuentro de Dios y los hermanos (símbolos de Belén: universo, estrellas, aire, animales…); guiados por el Amor y necesitados de él (necesitamos sentirnos queridos y acogidos, suspiramos por el detalle para sentirnos acompañados en nuestras soledades,…). 8.2. Fraternidad nazaretana ¿De Nazaret puede salir algo bueno?; ¿No es éste el hijo de José, el carpintero?118 Estamos en un momento histórico de falta de esperanza. Hay muchos profetas de desesperanza. También la desesperanza ha entrado en la Iglesia y en la Fraternidad. Hemos perdido relevancia
social lo que nos ha hecho descubrir que nuestro corazón está lejos de lo que anunciamos como Evangelio. Nuestra autoestima se ha visto afectada por lo que se hace necesario encontrar, clarificar y reforzar nuestra identidad y misión con otros criterios (“Sólo Dios”). Vivimos en una nueva situación histórica donde la globalización y el pluralismo de la “aldea global” ha generado curiosamente la uniformidad del “hombre unidimensional”119. Quizás el momento exige menos dogmas y más coherencia de vida120. Nazaret es tiempo de silencio, trabajo, familia, acogida, hospitalidad,… valores no desechables para hacer creíble el mensaje del Evangelio a los hombres y mujeres de hoy. Nuestra Fraternidad nos ayuda a vivir el misterio de la Iglesia en cuanto nos dedicamos a nuestro trabajo evangelizador; aceptamos nuestra debilidad y limitaciones; vivimos en familia los acontecimientos; aceptamos la monotonía diaria; amamos a nuestro pueblo; nos sorprendemos ante la belleza de la cotidianidad 8.3. Fraternidad cananita. De corazón universal. Cf. Jn 2,1-12. Iglesia que supera el AT por la alegría del vino nuevo121. Constatamos: la realidad de sufrimiento y sus repercusiones en el ánima de las gentes y en su deterioro físico-psicológico y espiritual; muestras propias limitaciones intelectuales, de carácter; los movimientos asociativos y solidarios; la necesidad de sentirnos queridos, perdonados, sanados; la necesidad de hacer un mundo nuevo y fraterno “in solidum” (solidarios). Fraternidad: Siempre preocupación y pone los medios para llegar a los pobres haciéndose pobre y empleando medios pobres para el anuncio del Evangelio; signo entre los excluidos y marginados; empeño en comunicar la alegría de vivir. 8.4. Fraternidad samaritana. Cf. Lc 10,25-38 Iglesia que atiende al otro, sin distinción de razas, cultura o condición, porque somos hermanos y hemos sido engendrados en el mismo seno materno; de seguidores convencidos de Jesucristo; que
están en el mundo y se “acercan” al hermano; que montan al herido en su propia cabalgadura (=signo de reconocimiento de su dignidad de hijo de Dios); que pone lo que es y tiene al servicio del otro; que crea fraternidad cf. décima de La Soterraña en Ávila en la cripta de la Iglesia de san Vicente: “Si a la Soterraña vas / ve que la Virgen te espera: / que, por esta su escalera, / quien más baja sube más. / Pon del silencio el compás / a lo que vayas pensando… / Baja, y subirás volando / al cielo de tu consuelo; /que para subir al Cielo /se sube siempre bajando”. Fraternidad: lugar de “salud” y donde nos “llaman por nuestro nombre”; donde no se juzga a nadie y se acompaña en el sufrimiento y las búsquedas personales; donde se anima a seguir caminando y a sentir insatisfacción por lo que aún queda por alcanzar y lo mucho que queda por hacer; al encuentro de los nuevos tipos de pobreza. 8.5. Fraternidad betainita, hogar. Cf. Jn 12,1-8 Iglesia acogedora, responsable los unos de los otros, hospitalaria, con capacidad de fiesta; con respeto a la historia personal; donde nos reponemos de las heridas de la vida para seguir adelante. La Fraternidad: lugar de amistad; con sentido de pertenencia; grupo humano abierto; donde los carismas están al servicio de todos; lugar privilegiado para compartir la vida y abrir el corazón; con preocupación por los que sufren; espacio de ternura, de reconocimiento de lo que somos. 8.6. Fraternidad santuario. Cf. Act 2,42-47 Espacio para Dios y escuela de oración (=con-templación) personal y comunitaria. La Fraternidad: orar para llevar a Dios a la vida, para mirar la vida con los ojos de Dios. Celebrar la presencia del Señor en medio de nosotros. Dispensar los dones de Dios a través de débiles instrumentos. Crecimiento en comunitario. 8.7. Fraternidad profética. Cf. Lc 13,10-17; Act 3,1-12 Anuncio de la liberación y denuncia de todo lo que impide que ésta sea una realidad; anuncio de esperanza; exigencia de conversión/acción.
108 Oeuvres spirituelles de Charles de Jésus, père de Foucauld (Anthologie) 186.
109 Ibid., 449-450. 110 Carnet de Bèni-Abbés
111 Directoire de l´Union 65-69. 112 La derniére place, 175.
113 Carnet de Bèni-Abbés 115-117.
114 Directoire de l´Union 94-95. 115 Oeuvres spirituelles de Charles de Jésus, père de Foucauld (Anthologie) 538. 116 Ibid., 383. 117 Lettres à Louis Massignon 127.
118 Mt 13,55.
119 Cf. HERBERT MARCUSE, El hombre unidimensional Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada (Barcelona 19729). 120 Cf. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975). 121 FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelium gaudium (2013).
122 ANTOINE DE CHATELARD, Boletín Familias Carlos de Foucauld 1 (Almería 1999) 44 – 45.
Carlos de Foucauld: Una vida centrada en Dios. Todos aquellos que han hecho hincapié en la novedad del testimonio de Carlos de Foucauld, de René Bazin a Jacques Maritain, pasando por Paul Claudel, y tantos otros, han insistido en el carácter radical de su experiencia de Dios. Igualmente piensan los que han seguido su estela y han intentado vivir el Evangelio con la proyección misionera: de Madeleine Delbrel a Jacques Loew y aquellos que hoy estamos comprometidos en las distintas fraternidades ayudados por la reflexión del hermano René Voillaume, la hermanita Magdalena o tantos otros. Aunque Carlos de Foucauld se convirtió en un apasionado por Jesús, por su humanidad, por su humildad, por su Cruz, su vida sigue centrada en el misterio de Dios, buscado incansablemente y con toda pasión. Este hombre fue llamado por Dios y respondió abandonándose a Él. Este abandono a Dios incluye no sólo la obediencia, la lucha interior, el trabajo personal por convertirse, como se podría pensar con demasiado facilidad. Esta entrega a Dios es fuente también de alabanza y de reconocimiento de las maravillas y grandezas del Señor. Once años después de su conversión, en 1897, en su pequeña ermita de Nazaret, Carlos de Foucauld recuerda su vida pasada desde su infancia. Y celebra la misericordia de Dios en cada una de sus etapas: “¡Oh Dios mío, todos tenemos que cantar tu misericordia, nosotros todos creados por la gloria eterna y redimidos por la sangre de Jesús, por tu sangre, mi Señor Jesús, que estás a mi lado en el Tabernáculo, si todos te debemos tanto, cuánto yo más! Yo que fuí en mi infancia rodeado de tantas gracias. ¡Oh Dios mío, cómo tenía tu mano sobre mí, y cuán poco lo notaba! ¡Qué bueno eres! ¡Cómo me habéis protegido! ¡Cómo me habéis guardado debajo de tus alas cuando ni siquiera creía en tu existencia!”80. Y en 1904, cuando se fue de ermitaño al Sahara, seguía todavía buscando su camino, el Hermano Carlos de Jesús confía a su amigo Henry de Castries su absoluta confianza en Dios, que conduce su vida: “Es tan dulce sentirse en la mano de Dios, llevado por este Creador, bondad suprema que es Amor – Deus caritas est – Él es el amor, el amante, el esposo de nuestras almas en el tiempo y la eternidad. Es tan dulce sentirse transportado por esta mano a través de esta vida breve, hacía esta eternidad de luz y de amor por la cual nos creó” 81.Todos los escritos de Carlos de Foucauld están impregnados por el sentido de la grandeza y de la providencia de Dios. La experiencia del desierto aumenta aún más en él estas experiencias.En este contexto de espiritualidad teocéntrica va desarrollando su pasión por Jesús, por su encarnación, por su humanidad, por suCruz.
Una vida de imitación de Jesús y de su vida oculta. El carisma misionero de Carlos de Foucauld incluye en su centro, en su corazón, un anhelo ardiente, feroz y persistente, no sólo de conocer a Jesús en su humanidad sino de imitarlo también en su literalidad evangélica. En la vida y la experiencia del Hermano Carlos de Jesús, el principio de la encarnación se transforma en un principio misionero. Se trata para él de conformar su vida con Jesús de manera radical, es decir, mediante la práctica como él, del abajamiento, de la humildad, de la pobreza, de la abyección, la ocupación del último lugar. Sabemos que el nuevo converso se vio afectado de forma permanente por una frase pronunciada por el padre Huvelin en uno de sus sermones, diciendo a Jesús: “¡Ocupó de tal manera el último lugar que nadie jamás había sido capaz de arrebatárselo!” Esta frase quedó grabada en el alma de Carlos de Foucauld para siempre y buscará con todos los medios a su alcance compartir el último lugar con Jesús. Este itinerario espiritual de búsqueda del último lugar no es solo un descubrimiento espiritual. Es una orientación de vida que no lo dejará nunca tranquilo. No se conforma con anunciar a Jesucristo sino que tiene que vivir con él, compartiendo su condición real, como lo entiende con intensidad durante su retiro en Nazaret, en 1897: “Mi Señor Jesús, […] quien te ama con todo el corazón, no puede soportar ser más rico que su amado […] No me puedo imaginar el amor sin una necesidad, una necesidad imperiosa de conformidad, de semejanza, y más que todo, de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida”82.Sabemos que Carlos de Foucauld ha llevado muy lejos este realismo espiritual en relación con el misterio de Jesús. Eligió vivir en Nazaret, es decir, seguir a Jesús, donde se ha cumplido en el tiempo el misterio de la Encarnación. Se puede pensar que Carlos de Foucauld da así una forma casi sensible a las grandes afirmaciones teológicas inspiradas por Bérulle y por la tradición de la Escuela Francesa, a propósito del Verbo Encarnado. Creo que es necesario ir más allá, sobre todo si no olvidamos que la experiencia espiritual del hermano de Carlos Jesús no se detuvo en Nazaret, sino que lo llevó hasta el desierto, rodeado de nómadas tuareg. Tal vez inconscientemente, el ermitaño de Nazaret, y después del Sahara, fue fascinado por el misterio del Dios oculto que se revela, paradójicamente, a través de los acontecimientos de la encarnación, desde Belén a Jerusalén pasando por Nazaret. Porque en Jesús, que desciende en nuestra humanidad, Dios al mismo tiempo se revela y se oculta. Y es esta especie de ocultación de la gloria de Dios, de la pérdida de uno mismo a través de la Cruz, poco a poco, va a estar en el corazón de la espiritualidad de Carlos de Foucauld y también de su carisma misionero. Se trata de imitar, en su vida, el misterio de Dios humillado y escondido por amor a nosotros. Ya en su primera peregrinación a Tierra Santa, después de su conversión en 1888, el nuevo converso lo había entendido: la pasión de Jesús se refería a los años de vida oculta en Nazaret. Cuanto más va avanzando en su vida y pone en actos su carisma misionero, más comulga en este misterio de Dios oculto en Jesucristo: “Él bajó con ellos y vino a Nazaret, en su vida entera, no ha hecho más que bajar: bajar en la encarnación, bajar para ser un niño pequeño, bajar haciéndose obediente, bajar haciéndose pobre, abandonado, exiliado perseguido, torturado, poniéndose siempre en el último lugar”83.Este descubrimiento apasionado de Dios oculto y humillado en Jesús Cristo funda el carisma misionero de Carlos de Foucauld, es decir, su deseo de encontrarse al lado de los pobres y olvidados del mundo. Es la experiencia de Dios que exige una nueva forma de presencia en los demás.
En el camino de la imitación, para Carlos de Foucauld la oración ocupa lugar privilegiado, es camino de amistad. Santa Teresa de Jesús escribía su experiencia de oración en frase tan conocida: “Porque oración es tratar de amistad, estando muchas veces a solas, con quien sabemos que nos ama”. La oración es trato entre dos personas que se aman. El valor primordial de la oración no está en descubrir ideas, o en conocerse mejor, o en saber más religión, sino en amar a Dios. “Orar no es pensar mucho, sino amar mucho”, escribe santa Teresa, “pues no todos saben razonar o reflexionar, pero todos pueden amar”. La oración, por tanto, no es otra cosa que “estar con Dios amándolo”. ¿Qué es amar en la oración? ¿Qué es, en último término, amar a Dios? El amor, la caridad cristiana, no está en primer lugar en la sensibilidad y en el sentimiento, o en la fuerza del afecto. Todo ello no es malo, pero no es lo esencial; puede hacerse o no presente en la oración; puede ser una ayuda. Lo propio del amor de amistad con Dios es la determinación de la voluntad de hacer lo que Dios quiere en la vida práctica. Es la orientación profunda del ser hacia el seguimiento eficaz de Cristo. Orar es dejarse amar por Dios, creer en su amistad incondicional. El primer efecto de la oración no es tanto lo que nosotros entregamos, o descubrimos, o experimentamos; el primer efecto de la oración es lo que Dios hace en nosotros en el transcurso de ella. En la oración Dios ama; Dios nos “trabaja” y transforma lentamente, pues la amistad de Dios es siempre transformante y liberadora. De ahí que la eficacia profunda de la oración sea siempre mayor que la experiencia sentida que tenemos de ella. El resumen de la religión es mi corazón […] Toda la religión está expresada en la palabra amor, caritas. Amor del Corazón de Jesús constante, fiel, inquebrantable a pesar de nuestras infidelidades 84.En Jesús se manifiesta un rostro de Dios desconocido hasta entonces. “El corazón de Cristo es la revelación del corazón de Dios, y la cruz es la revelación del corazón de Cristo”. De ahí el símbolo de la entrega, el corazón traspasado por una cruz como símbolo de la medida del amor. El amor es locura: “Para estar aquí hay que estar loco o amar locamente” 85 El enamorado vive para el otro: “que todos los latidos de nuestro corazón sean para ti… que todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones estén inspiradas por tu amor y sean de modo que gusten a tu corazón lo más que nos sea posible”. En una constante vigilancia: “Vivir hoy como si fuera a morir mártir esta noche”. “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” La oración de Abandono nació de la meditación del Evangelio. Por eso es natural que toda ella esté penetrada del espíritu del Evangelio, ofreciendo una síntesis del núcleo del mensaje de Jesús: paternidad de Dios y Reino de Dios con todo lo que ello implica.
Una referencia absoluta: la Eucaristía. En la fuente de esta presencia de entrega a los demás se encuentran la Eucaristía y la adoración eucarística. Carlos de Foucauld evoca la Eucaristía en las huellas directas de la Encarnación y de manera especial en la Pasión de Jesús. “Besar los lugares que santificó en su vida mortal, las piedras de Getsemaní y el Calvario, el suelo de la Vía Dolorosa, es dulce y piadoso, Dios, pero preferir eso a su Tabernáculo, es dejar a Jesús que vive a mi lado, dejarlo solo e irme solo a venerar piedras muertas en donde no está”, porque “en todos los lugares donde se
encuentra Santa la Hostia está el Dios vivo, es tu Salvador tan cierto como cuando estaba vivo y predicando en Galilea y Judea y como está ahora en el cielo” 87. Cuanto más el hermano Carlos de Jesús crece en su experiencia espiritual y misionera, más se convierte la Eucaristía en el medio esencial de su apostolado. Lo escribió al padre Huvelin: “Tenemos que seguir poniendo la Misa antes de todo y celebrarla en el camino a pesar de los costes adicionales que provoca. Una misa, es Navidad, y el amor pasa primero antes que la pobreza” 88. Desde que se ordeno de sacerdote, vivió con mayor intensidad lo que había aprendido de su director espiritual, inmediatamente después de su conversión: “En este misterio, nuestro Señor da todo, se entrega por entero: la Eucaristía es el misterio del don, es el don de Dios, es aquí donde tenemos que aprender a dar, a darnos a nosotros mismos, porque no hay don, si uno no se da” 89. Muchas veces, evoca la “Sagrada Eucaristía”, que brilla en medio de las poblaciones musulmanes, en torno a ella sueña agrupar algunos discípulos, que pudieran formarse junto al Señor para el servicio incondicional de la evangelización. Para él, el tiempo que pasa en la celebración y en la adoración de la Eucaristía es una parte esencial de su misión, porque se une así a Jesús en el misterio y el don de su vida oculta. Sin embargo, en sus últimos años, se preguntó si no debería abandonar la celebración de la Misa para poder penetrar en el Hoggar y atender a los más desfavorecidos. Formula así su reflexión: “Una vez, me sentí inclinado a ver, en primer lugar, el Infinito, el Santo Sacrificio; y en segundo lugar, el finito, todo lo que no es, y siempre a sacrificarlo todo por la celebración de la Santa Misa. Pero este razonamiento debe pecar por algo, porque desde los apóstoles, los más grandes santos han sacrificado en determinadas
circunstancias, la oportunidad de celebrar a actividades de caridad espiritual, de viaje o de otro tipo” 90. Su deseo de ir a conocer a la gente y llevarles el Evangelio estuvo siempre directamente y estrechamente integrada con su espiritualidad eucarística. Como si viviera también el misterio de la Eucaristía entregándose a los que quiere salvar imitando a Jesús.
Carlos de Foucauld, el hermano universal. De la eucaristía nace el corazón universal. “Los pobres son sacramento de Cristo” (San Juan Crisóstomo). A través de la Eucaristía, el amor de Dios brilla para toda la humanidad sin excepción. “Deseo acostumbrar a todas las personas, cristianos, musulmanes, judíos, e idólatras, a mirarme como a su hermano, el hermano de todos. Empiezan a llamar mi casa la fraternidad (el Khaoua en árabe) y eso me agrada”91. En múltiples escritos afirma esta intención universal: “Mirar a todo ser humano como un hermano amado”. “Ver en todo ser humano, un hijo de Dios, un alma redimida por la sangre de Jesús, un alma amada por Jesús”. Ciertamente que centra su vocación y misión en el apostolado fraternal por la práctica del amor y de la bondad hacía todos. Su mística del Sagrado Corazón de Jesús, toma así una forma muy concreta, ya ilustrada por el signo que lleva en su vestido: el corazón coronado por la Cruz. Sabemos que los manuscritos autobiográficos de Teresa de Lisieux se acaban en un acto de fe sin reserva en la misericordia del Padre de los cielos. Como sí Carlos de Foucauld, fue también encargado de transmitir a través de su muerte, como a través de su vida, este mensaje esencial que tantas veces transcribió en sus notas, y en particular en el pequeño libro dedicado al Modelo Único: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su unigénito para que todo aquel que cree en él no se pierda, pero tenga la vida eterna” 92.
Me parece que ha llegado la hora de reconciliar a todos los actores de la evangelización: aquellos que tienden tendencia a valorar la paciencia de las largas horas de la oración y de la adoración y los que son más sensibles a las expresiones públicas de fe, los que dan tiempo a los diálogos desinteresados y los no tienen miedo de anunciar explícitamente a Cristo y a su Evangelio. Carlos de Foucauld se manifiesta para todos nosotros como un maestro exigente, dejando claro que su exigencia va al esencial: “¡Nos inclinamos a poner primero las obras cuyos efectos son visibles y tangibles, Dios da el primer lugar al amor y después al sacrificio inspirado por el amor y a la obediencia que deriva del amor. Es preciso amar y obedecer por amor ofreciéndose a sí mismo como una víctima con Jesús, como le plazca! A él corresponde decidir si para nosotros, es más conveniente la vida de san Pablo o la de santa Magdalena” 93. Carlos de Foucauld invita a “ser amigo de todos, buenos y malos, ser el hermano universal” 94 y enumera las razones de obrar de este modo: (1) Nuestra mirada a los demás debe ser una mirada, “como Dios los mira” 95 de ahí que debamos pedir a Dios que convierta nuestra mirada (2) Hemos de poner en práctica lo que creemos 96. A veces buscamos lejos y olvidamos lo próximo (vecinos, familiares,…); con frecuencia colocamos etiquetas que inhiben nuestra caridad fraterna. El Hermano universal intenta no juzgar 97. Negar el amor a los seres humanos, cercanos o lejanos, supone siempre romper y falsear la comunión eucarística (desprecio, indiferencia, crítica mordaz, ironía,…). A veces nos parecemos al fariseo de la parábola 98. Con frecuencia nuestra caridad responde a impulsos sentimentales y no es fruto de la contemplación de la vida trinitaria. El nosotros del Padrenuestro expresa la solidaridad humana. “Amando a los hombres es como aprendemos a amar a Dios” 99 Nos surgen muchos interrogantes: ¿Cómo amar a los demás sin una sana autoestima? ¿Cómo amar a los hermanos que Dios me ha dado y que yo, con frecuencia, no elijo? ¿Cómo me sitúo ante el amor gratuito y difícilmente correspondido (enfermos, transeúntes, disminuidos,..? El amor acorta diferencias y tiene imaginación. ¿Qué hago para hacerme hermano? ¿Me hago hermano y próximo?100.
La hospitalidad La fraterna y discreta hospitalidad es uno de los medios de apostolado del Hno. Carlos. El huésped, como en los monasterios trapenses, será siempre signo de la presencia del Señor y será identificado con el Señor mismo. La hospitalidad como signo distintivo del amor de Jesús, de aquel Jesús cuyos padres no encontraron alojamiento en la posada. A los pocos meses de llegar a Bèni-Abbés, cuando planea el edificio de la posible fraternidad, prevé la construcción de dos habitaciones para huéspedes cristianos y una más amplia para los no cristianos101. Siempre que trata de explicar a otros el género de vida que desarrolla en Bèni-Abbés, la hospitalidad aparece en sus cartas como una de sus actividades más propias. Así, al P. Jerónimo el 23 de diciembre de 1901 le escribe: “La limosna, la hospitalidad, la caridad, la bondad, pueden hacer mucho bien entre los musulmanes y disponerlos a conocer a Jesús” 102. Algunas experiencias decepcionantes le hacen preguntarse a Carlos de Foucauld con realismo a quién hay que dar albergue: “Vista la costumbre que tiene la gente de dormir al aire libre, y los inconvenientes de albergar en casa a desconocidos que roban, se pelean y se comportan muy mal, no parece conveniente ofrecer techo en la fraternidad a cualquiera que venga; sin embargo, hay que tener alojamiento para los indígenas y ofrecer un techo a la gente honrada o a los demasiado desgraciados o aislados, a los viejos sin techo; incluso habría que recoger durante largos meses a enfermos abandonados, tener una especie de asilo para algunos ancianos […]
La hospitalidad de alimentación durante un día a cualquiera que venga, durante más largo tiempo, a algunos; la hospitalidad de techo, solamente a los que se conoce y a los que se comporten bien, y la hospitalidad perpetua a los enfermos, ancianos o niños abandonados que se comporten bien” 103. En un momento se pregunta sobre la conveniencia o no de construir hospitales y escuelas en los lugares de residencia fija, y se contesta: “En general, los hospitales y escuelas a la europea no parecen tener lugar en el Sahara: donde se pueda tener locales para acoger a los enfermos y educar a los niños, hará falta que sean locales conformes a las costumbres, a la pobreza, a la rusticidad de los indígenas. Parece mejor organizar al principio sólo residencias, y establecer los hospitales y escuelas en la medida en que el conocimiento del país vaya mostrando a los misioneros que ha llegado el momento de fundarlos” 104. La hospitalidad es apertura de corazón para acoger y discernir. Es salir a las periferias para compartir la existencia. Surgen preguntas para chequear nuestro corazón: ¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Con quiénes se nos ve? ¿Hablamos con amor de los demás incluso cuando son evidentes las diferencias? ¿Presento la fe y la vida cristiana teniendo en cuenta los destinatarios? ¿Rezo por mis enemigos? ¿La ideología pesa tanto en mí que me lleva a rechazar a quienes no piensan y viven como yo? ¿Qué hago para salir al encuentro del otro? ¿Siento necesidad de los demás o soy don perfecto?105
80 Retiro de Nazaret, 1897 noviembre.
81 Carta a Henry de Castries, 27 de noviembre 1904.
82 Retiro de Nazaret, noviembre de 1897.
83 Meditación sobre Lucas 2, 50-51 del 20 de junio 1916
84 Cf. Hijo pródigo (Lc 15,20). 85 Cf. Perdón al buen ladrón, a Pedro después de las negaciones… 86 Lc 23, 44-46.
87 Retiro de Nazaret, noviembre 1897. 88 Carta al Padre Huvelin, 1 de diciembre 1905. 89 Cf. A. GIBERT-LAFON, Ecos de las charlas del padre Huvelin, (París 1917) 62. 90 Carta a Monseñor Guérin, julio de 1907. 91 Carta a la Sra. Bondy, enero 1902. 92 Juan 3,16.
93 Carta a la Sra. de Bondy, el 20 de mayo 1915. 94 Carnet de Bèni-Abbés 115. 95 Qui peut résister à Dieu 41. 96 Cf. Mt 25,35). 97 Cf. Mt 7,5: “sácate primero la viga…. 98 Cf. Lc 18,11: “te doy gracias por no ser como ese desgraciado”.
99 Lettre Louis Massignon 127, 197. 100 Cf. Buen samaritano Lc 10,25-38. 101 Cf. Carnet de Beni-Abbés 46. 102 Lettres à mes frères de la Trappe 266.