Hospitalidad y Santidad de la puerta de al lado

La Oficina para las Causas de los Santos ha asistido a un interesante Congreso sobre los mártires de Argelia durante los días 30 y 1 de diciembre.

Un nuevo adviento nos prepara para la acogida del gran misterio de amor que penetra la historia humana, la Encarnación del Hijo Dios. Son semanas en las que se nos hace aún más patente la necesidad de la acogida de Dios en lo más íntimo del propio ser y la urgencia de la hospitalidad fraterna.

En este contexto de la esperanza, desde la Oficina para las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española hemos recibido el don de compartir dos jornadas de estudio y convivencia con ocasión del Colloque 5ème anniversaire de la béatification des 19 martyrs d’Algérie, lo que ha sido una buena ocasión para conocer muchos aspectos inéditos de estos mártires y acompañar a las religiosas y religiosos españoles miembros de las comunidades en las que vivieron y ofrecieron su vida.

El evento ha sido organizado por el Instituto de Espiritualidad de la Universidad Pontificia de Comillas y el Comité Científico Les écrits de Tibhirine. Se ha celebrado en la sede de Alberto Aguilera (Madrid), los días 30 de noviembre y 1 de diciembre, en francés y español y con formato mixto: por las mañanas sendos Seminarios en los que profesores, investigadores y expertos en causas de martirio de los siglos XX y XXI han compartido sus estudios en curso; por la tarde Conferencias abiertas al público para dar a conocer el testimonio de la vida de estos testigos de la fe y la herencia que nos han legado.

La ocasión ha sido el quinto aniversario de la beatificación de los mártires de Argelia que tuvo lugar el 8 de diciembre de 2018 en la Catedral de Orán, hecho que conmovió a la opinión pública mundial y especialmente a toda la Iglesia Católica del Norte de África.

Hoy sigue viva la memoria gracias a la Iglesia que peregrina en Argelia y a un grupo de personas tocadas especialmente por la gracia de Dios, que han decidido dejar atrás la tranquilidad de una acomodada vida cristiana, para comprometerse en difundir la devoción y el ejemplo de vida y santidad de estos beatos: Mg Pierre Claverie, obispo de Orán; cuatro Padres Blancos de Tizi Ouzou; un hermano marista; una hermanita de la Asunción; dos hermanas Agustinas Misioneras; una hermanita del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld; dos hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles y los siete monjes de Tibhirine, cuya historia se difundió especialmente en España gracias a la película “De dioses y hombres” (2010).

El Congreso ha contado con la presencia y la palabra del cardenal Cristóbal López, Arzobispo de Rabat; Mons. Jean Paul Vesco, OP, actual arzobispo de Argel, tras nueve años al frente de la diócesis de Orán, donde acogió la beatificación de los 19 mártires de Argelia, entre ellos monseñor Pierre Claverie, antiguo obispo de Orán asesinado en 1996; Mons. Claude Rault, M. Afr., obispo emérito de Laghouat (Argelia); Dom Bernardus Peeters, abad general del Cister; el P. Thomas Georgeon (trapista, postulador de esta causa) y las testigos de excepción Hna. Chantal Galicher, hermanita del Sagrado Corazón de Charles de Foucauld, y  Hna. Lourdes Miguelez, agustina misionera, quienes vivían en sus comunidades en Argelia en el momento en que fueron martirizadas sus hermanas.

Nos alegra constatar la acogida universitaria del tema del “martirio” que fecunda la vida de la Iglesia y recorre su historia desde los orígenes hasta nuestros días; ¡cuán actual es que “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”!

Esta realidad nos es muy cercana. De los más de 10.000 mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España, ya han sido beatificados 2.128 (de entre ellos 11 canonizados) y son cerca de 4.000 las personas cuyas causas están actualmente en estudio. Una riqueza inmensa y sobrecogedora, a la vez que desconocida para muchos  españoles.

Desde la Oficina para las Causas de los Santos deseamos continuar profundizando en la investigación sobre el verdadero significado del perdón y la reconciliación, virtudes tan necesarias para alcanzar la paz y concordia social que todos deseamos.

Mártires de Argelia: el poder del perdón

LOURDES GROSSO

Han pasado ya cinco años desde el 8 de diciembre de 2018, cuando se celebró en la catedral de Orán la beatificación de los mártires de Argelia. Este acontecimiento puso el foco en una diócesis hasta entonces desconocida para la mayoría de los católicos y conmovió no solo a la Iglesia del Norte de África, sino a la opinión pública mundial. 

Pero en nuestro mundo globalizado se agolpan los acontecimientos y las noticias se suceden vertiginosamente, con el riesgo de banalizar los hechos tanto dramáticos como gloriosos. De algunos de estos mártires conocemos trazos de sus historias, gracias a la película De dioses y hombres (2010) que se difundió en España. De los demás quizás no sepamos nada. Por eso hoy quiero recitar sus nombres y traer a la memoria del corazón sus palabras.

En el arco de dos años, entre 1994 y 1996, fueron asesinados por odio a la fe diecinueve religiosos; su martirio fue el culmen de una vida entregada día a día, con otros hermanos y hermanas de comunidad, algunos de los cuales viven todavía, y de la decisión, tras el discernimiento en la oración y el diálogo fraterno, de permanecer en la misión que les había llevado a Argelia, con plena conciencia del peligro que suponía. Eligieron compartir el sufrimiento de un pueblo inmerso en el horror fratricida de una guerra civil. Los diecinueve mártires son: 

Charles Decker, Jean Chevillard, Alain Dieulangard y Christian Chessel, Padres Blancos de Tizi Ouzou; Henri Vergès, hermano marista; sor Paul-Hélène, hermanita de la Asunción; sor Odette, hermanita del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld; sor Angèle-Mary y sor Bibiane, hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles; los siete monjes trapenses del monasterio de Nuestra Señora del Atlas, en Tibhirine, Célestin, Michel, Christophe, Paul, Bruno, Luc y Christian, prior del monasterio.

Dos religiosas españolas: Caridad y Esther, hermanas Agustinas Misioneras. Ante la violencia que se vivía, la hermana Caridad Álvarez Martín dice: «Estoy abierta a lo que Dios y mis superiores quieran de mí. María ha estado abierta a la voluntad de Dios. En el momento presente, quiero permanecer en esta actitud ante Dios». Cuando a la hermana Esther Paniagua Alonso le preguntan si tiene miedo de la situación del país, responde: «Nadie puede quitarnos la vida, porque ya la hemos dado… nada nos pasará porque estamos en las manos de Dios… y si algo nos sucede, estaremos en las manos de Dios». Ambas fueron asesinadas cuando iban a la iglesia el 23 de octubre de 1994, precisamente era el día del Domund. 

Y el obispo de Orán, Pierre Claverie, quien escribe: «El martirio es el mayor testimonio de amor. No se trata de correr a la muerte, ni buscar el sufrimiento por el sufrimiento… pero es derramando la propia sangre que uno se acerca a Dios».

Este elenco de amor se completa con un nombre más: Mohamed Bouchiki, amigo y chófer ocasional del obispo; tenía 21 años cuando ambos murieron por la explosión de una bomba, el 1 de agosto de 1996.

El recuerdo de los mártires de Argelia es un sencillo homenaje a un pequeño grupo de entre los miles que han muerto a causa de su fe en Cristo y siempre amando y perdonando. Ellos nos enseñan que ningún odio a la fe del perseguidor superará nunca el perdón del mártir. El perdón es más fuerte que el odio.

Este es también el mensaje, para nosotros tan cercano, de los más de 10.000 mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España. Una riqueza inmensa y sobrecogedora, a la vez que desconocida o, peor aún, distorsionada para muchos de nuestros contemporáneos. 

Pidamos la intercesión de los mártires y aprendamos de ellos el verdadero significado del diálogo y la convivencia, del perdón y la reconciliación, virtudes tan necesarias para alcanzar la paz y concordia social que todos deseamos.

«Carlos de Foucauld nos invita a no vivir pendientes de las cifras ni de los resultados»

Charles de Foucauld.

Charles de Foucauld, en 1916, año de su muerte. La misión que quiso cumplir fracaso en vida, pero empezó a dar frutos después. Foto: @FondsFoucauld – Diócesis de Viviers.

Francisco ha canonizado a Carlos de Foucauld (1858-1916), un santo espiritualmente tan fecundo tras su muerte como fracasado en vida. Nos explica esta paradoja Margarita Saldaña, licenciada en Periodismo y en Teología Dogmática y autora de diversos libros: San José: los ojos de las entrañas, Tierra de Dios: una espiritualidad para la vida cotidiana o Rutina habitada: vida oculta de Jesús y cotidianidad creyente.

A los que se suma uno muy reciente: El hermano inacabado. Carlos de Foucauld (Sal Terrae).

-¿Desde dónde te acercas a su figura?

-Pertenezco a la familia espiritual de Carlos de Foucauld, como laica consagrada en la primera rama femenina, fundada en 1933, las Hermanitas del Sagrado Corazón. Además, tengo la suerte de formar parte de un equipo de investigación que lleva más de veinte años profundizando en la vida y los escritos de Carlos de Foucauld, particularmente a través de textos inéditos.

Margarita Saldaña (Madrid, 1972) es laica consagrada. Trabaja en una clínica de cuidados paliativos, labor que compagina con el acompañamiento espiritual, los retiros y la formación.

»Esta doble perspectiva, una más carismática y otra más intelectual, me abre un gran horizonte de comprensión de un personaje muy complejo, cuya trayectoria existencial alberga un mensaje de gran actualidad para el creyente de hoy.

-¿No se encuentra lejos del creyente contemporáneo un santo francés que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX?

-Los santos tienen una actualidad permanente, que consiste en su capacidad de haberse dejado trabajar por la gracia. En este sentido, Carlos de Foucauld nos resulta extraordinariamente cercano. A partir de sus caminos siempre abiertos y de sus sombras nunca resueltas, nos indica que es posible ir creciendo cada día en una relación auténtica con Dios y con los demás. Él, que quería ser «hermano universal», descubre y muestra que la vía para llegar a ser hermanos de todos no consiste en la perfección moral, sino en la apertura sostenida de nuestra fragilidad al trabajo de Dios en nuestra pequeñez.

-A Carlos de Foucauld se le conoce como «hermano universal», y así le propone el Papa Francisco al final de la encíclica Fratelli tutti. ¿No está este «título» en contradicción con la imagen de «hermano inacabado» que tú utilizas?

-Más que en contradicción, estas dos imágenes se hallan en profunda continuidad. Cuando en 1901 llega al desierto ordenado sacerdote, Carlos de Foucauld comienza a sentir el deseo de ser hermano de todos, pero progresivamente va descubriendo que la clave de esta relación no la posee él, sino que son los demás quienes le reconocen o no como hermano. La fraternidad universal será un proyecto vital que tirará de él cada vez más lejos, que le llevará a buscar a la gente más abandonada. Y, al mismo tiempo, será un proyecto que nunca llegará a término, porque Carlos experimenta en sí mismo límites que dificultan esta relación, y también porque sus ideas fundacionales no tienen éxito y muere sin compañeros. En cierto sentido, las intuiciones de Carlos de Foucauld van realizándose después de su muerte, a través de su gran familia espiritual y también de ese espíritu de «salida» que el Papa Francisco desea inyectar en toda la Iglesia.

-En tu libro utilizas los términos de «exploración» e «irradiación» para referirte a la vida de Carlos de Foucauld. ¿Qué expresan dichos términos?

-La vida de Carlos de Foucauld puede leerse a partir de estas dos claves, que son también complementarias. Por una parte, su itinerario va a transcurrir por muchísimos paisajes diferentes: de origen noble, educado con cariño por una familia extensa tras la muerte de sus padres, deja de creer, ingresa en el ejército y pasa enseguida a la reserva, hace un viaje científico por Marruecos, recupera la fe cristiana, pasa siete años en la Trapa, busca la radicalidad de los márgenes en Nazaret, es ordenado sacerdote y, en los últimos años, se instala en en norte de África y va al encuentro de los tuaregs.

Charles de Foucauld, con uno de los niños a quienes liberó de la esclavitud.

Charles de Foucauld, con uno de los niños a quienes liberó de la esclavitud. Foto: @FondsFoucauld – Diócesis de Viviers.

»Por otra parte, estas etapas tan diferentes le llevan a explorar otros paisajes interiores e inéditos: sus propios deseos y límites, los secretos de la relación, el sentido de la eucaristía, el valor de la presencia como espacio de misión, etc. En esos lugares, su vida va siendo sencillamente «irradiación» de Jesús, anuncio del Evangelio más por el testimonio que por la palabra.

-Carlos de Foucauld murió sin haber fundado nada y sin realizar prácticamente ninguna conversión. Este aparente fracaso, ¿tiene algo que decirnos hoy?

-Este «aparente fracaso» está directamente conectado con dos misterios de la vida de Cristo que arden en el corazón de Carlos de Foucauld. El primero de ellos es la ineficacia de Nazaret, donde el Hijo de Dios pasa la mayor parte de su existencia humana sumergido en la banalidad de lo cotidiano. En Nazaret no sucede nada extraordinario y, sin embargo, Jesús está ya salvando el mundo por medio de la íntima comunión con el ser humano. Esta vida nazarena no es un fracaso, ni una fase inútil, sino un lugar de revelación.

Portada de 'El hermano inacabado. Carlos de Foucauld' de Margarita Saldaña.

»Algo semejante sucede con el misterio pascual: Jesús muere solo. La cruz es otro lugar de revelación. Estos dos misterios dotan de sentido la existencia de Carlos de Foucauld y la nuestra: aunque nuestra vida no dé los «resultados» que nos gustaría, puede ser espacio de salvación si nos dejamos habitar y trabajar por Dios.

-¿Qué mensaje tiene Carlos de Foucauld para la Iglesia contemporánea?

-Un santo es un testigo, un compañero de camino, un hermano mayor. San Carlos de Foucauld nos llama insistentemente a volver al Evangelio, a fijar los ojos en Jesús y a dejarnos arrastrar por la pasión de su Corazón: este mundo fisurado por la injusticia, este mundo sediento de salvación, este mundo que Dios ha amado tanto.

»Carlos de Foucauld nos invita a no vivir pendientes de las cifras ni de los resultados, y a no tener miedo de gastar la vida a fondo perdido, porque la auténtica eficacia es aquella del grano de trigo y del puñado de levadura. El testimonio de Carlos de Foucauld es una buena noticia para toda la Iglesia, para todos los bautizados. Su canonización, más que «subirle a los altares» le baja aún más a la tierra para caminar con nosotros tras las huellas de Jesús.

Un camino de misericordia

La hermana Lucile cuenta la experiencia de misericordia de Charles de Foucauld, quien tras abandonar la fe vuelve a sentir el abrazo del padre que lo recibe.

Por Lucile Gautron. Hermanita del Sagrado Corazón

Carlos de Foucauld, después de abandonar la fe, atraviesa un período de malestar y disipación, sintiéndose como «enloquecido». En ese momento, vive una experiencia personal muy fuerte de misericordia a través de sus seres queridos. «Yo vivía como puede vivirse cuando se ha apagado la última chispa de la fe… ¿A través de qué milagro la misericordia infinita de Dios me ha hecho regresar desde tan lejos? No puedo atribuirlo más que a una cosa, la bondad infinita de Aquel que ha dicho de Sí mismo “su misericordia es eterna”» (a Henri de Castries).

En 1897, Carlos de Foucauld hace un retiro en Nazaret; al recorrer su vida, canta un himno a la misericordia de Dios hacia él: «¡Hay tanta misericordia, Dios mío! Misericordia de ayer, de hoy, de todos los instantes de mi vida, desde antes de mi nacimiento y desde antes de todos los tiempos. En esta misericordia estoy sumergido, ella me inunda, me cubre y me abraza por todas partes».

Carlos de Foucauld se descubre envuelto por la misericordia de Dios a través de la actitud y la bondad de las personas cercanas a él, que no le juzgan, que le acogen sin reticencias. La misericordia de Dios será para él una luz a lo largo de su camino de encuentro con cada ser humano.

Después de su conversión, ya enraizado en el amor de Dios, Carlos de Foucauld aspira a ser testigo, un testigo silencioso de la bondad de Dios. Quiere predicar el «Evangelio de la bondad» a través de su vida, de su propio ser. Para él, ser misericordioso consiste en recibir él mismo la misericordia de Dios y, simultáneamente, convertirse en reflejo de esta misericordia que se derrama «sobre buenos y malos».

«Felices los misericordiosos porque recibirán misericordia. Ser misericordioso es lo contrario de ser duro e implacable. Es tener la bondad de un corazón que no guarda sombra alguna de resentimiento contra quienes le hacen mal, sino que, al contrario, devuelve bien por mal, que es indulgente hacia la falta de los demás porque conoce el barro del que somos formados. Es inclinar el corazón, tierna y caritativamente, hacia las miserias de los demás: hacia los tristes para consolar; hacia los ignorantes para aportar luz; hacia los necesitados para dar y curar… Acompañemos y consolemos a quienes nadie acompaña ni consuela».

Sin embargo, aunque Carlos de Foucauld se compromete enteramente en este camino, la misericordia no es en él algo innato: se muestra intolerante hacia Mardoqueo, que no responde a sus exigencias durante su exploración de Marruecos; es duro e impaciente con el hermano Michel, a quien esperaba como compañero pero que no colma todas sus expectativas. El hermano Carlos necesita tiempo y fracasos para llegar a ser misericordioso.

La misericordia, a sus ojos, no significa debilidad. Por el contrario, será intransigente y severo ante toda forma de injusticia, falta de honestidad, explotación, esclavitud, pereza; intransigente también hacia los militares franceses, tuaregs, árabes… «Todos somos hermanos, hermanos amados por Dios», es el mensaje que no dejará de repetir y de vivir. Porque creía en el amor de Dios hacia cada ser humano, pretendía que cada uno fuese digno de su humanidad y responsable de la fraternidad entre todos. El hermano Carlos esperaba en cada uno, como Dios había esperado en él cuando él mismo se creía «perdido».

«Felices los misericordiosos (Mt 5,7). Debemos amar a todos los hombres como a nosotros mismos, pero debemos inclinarnos con preferencia hacia los miserables, hacia todos aquellos que el mundo olvida, desdeña, rechaza… hacia los pobres, los pequeños, los que sufren, los ignorantes… porque son ellos quienes tienen más necesidades y menos ayuda».

Así escribía Carlos de Foucauld en junio de 1916, unos meses antes de su muerte: «Que cada día de nuestra vida sea un paso más en sabiduría y en gracia. Que nuestros retrocesos nos hagan más humildes, más vigilantes, más indulgentes, más llenos de bondad hacia los demás, más respetuosos, más fraternos con nuestro prójimo, conscientes de nuestra miseria pero llenos de confianza en Dios, seguros de su amor, amándole con un amor tierno y agradecido ya que Él nos ama a pesar de nuestras miserias… y diciéndole cada día, como San Pedro: “Señor, tú sabes que te amo”».

Cómo no ser misericordioso… como Jesús… cuando él mismo tenía una tal conciencia de haber estado siempre bajo la misericordia de su Bien Amado…