Mártires de Argelia: el poder del perdón

LOURDES GROSSO

Han pasado ya cinco años desde el 8 de diciembre de 2018, cuando se celebró en la catedral de Orán la beatificación de los mártires de Argelia. Este acontecimiento puso el foco en una diócesis hasta entonces desconocida para la mayoría de los católicos y conmovió no solo a la Iglesia del Norte de África, sino a la opinión pública mundial. 

Pero en nuestro mundo globalizado se agolpan los acontecimientos y las noticias se suceden vertiginosamente, con el riesgo de banalizar los hechos tanto dramáticos como gloriosos. De algunos de estos mártires conocemos trazos de sus historias, gracias a la película De dioses y hombres (2010) que se difundió en España. De los demás quizás no sepamos nada. Por eso hoy quiero recitar sus nombres y traer a la memoria del corazón sus palabras.

En el arco de dos años, entre 1994 y 1996, fueron asesinados por odio a la fe diecinueve religiosos; su martirio fue el culmen de una vida entregada día a día, con otros hermanos y hermanas de comunidad, algunos de los cuales viven todavía, y de la decisión, tras el discernimiento en la oración y el diálogo fraterno, de permanecer en la misión que les había llevado a Argelia, con plena conciencia del peligro que suponía. Eligieron compartir el sufrimiento de un pueblo inmerso en el horror fratricida de una guerra civil. Los diecinueve mártires son: 

Charles Decker, Jean Chevillard, Alain Dieulangard y Christian Chessel, Padres Blancos de Tizi Ouzou; Henri Vergès, hermano marista; sor Paul-Hélène, hermanita de la Asunción; sor Odette, hermanita del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld; sor Angèle-Mary y sor Bibiane, hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles; los siete monjes trapenses del monasterio de Nuestra Señora del Atlas, en Tibhirine, Célestin, Michel, Christophe, Paul, Bruno, Luc y Christian, prior del monasterio.

Dos religiosas españolas: Caridad y Esther, hermanas Agustinas Misioneras. Ante la violencia que se vivía, la hermana Caridad Álvarez Martín dice: «Estoy abierta a lo que Dios y mis superiores quieran de mí. María ha estado abierta a la voluntad de Dios. En el momento presente, quiero permanecer en esta actitud ante Dios». Cuando a la hermana Esther Paniagua Alonso le preguntan si tiene miedo de la situación del país, responde: «Nadie puede quitarnos la vida, porque ya la hemos dado… nada nos pasará porque estamos en las manos de Dios… y si algo nos sucede, estaremos en las manos de Dios». Ambas fueron asesinadas cuando iban a la iglesia el 23 de octubre de 1994, precisamente era el día del Domund. 

Y el obispo de Orán, Pierre Claverie, quien escribe: «El martirio es el mayor testimonio de amor. No se trata de correr a la muerte, ni buscar el sufrimiento por el sufrimiento… pero es derramando la propia sangre que uno se acerca a Dios».

Este elenco de amor se completa con un nombre más: Mohamed Bouchiki, amigo y chófer ocasional del obispo; tenía 21 años cuando ambos murieron por la explosión de una bomba, el 1 de agosto de 1996.

El recuerdo de los mártires de Argelia es un sencillo homenaje a un pequeño grupo de entre los miles que han muerto a causa de su fe en Cristo y siempre amando y perdonando. Ellos nos enseñan que ningún odio a la fe del perseguidor superará nunca el perdón del mártir. El perdón es más fuerte que el odio.

Este es también el mensaje, para nosotros tan cercano, de los más de 10.000 mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España. Una riqueza inmensa y sobrecogedora, a la vez que desconocida o, peor aún, distorsionada para muchos de nuestros contemporáneos. 

Pidamos la intercesión de los mártires y aprendamos de ellos el verdadero significado del diálogo y la convivencia, del perdón y la reconciliación, virtudes tan necesarias para alcanzar la paz y concordia social que todos deseamos.

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