Os envío el material compartido durante la XIII Jornadas de desierto, recogido por el hno. Enzo de la CEHCF, por si puede ayudar a conocer un poquito más al hno Rné Voillaume con toda su gran aportación a la Familia Carlos de Foucauld
René Voillaume, una mirada retrospectiva a un año decisivo (Un hermanito de Jesús)
Con motivo del vigésimo aniversario de la muerte de René Voillaume, la edición italiana de la revista ‘Jesús-Caritas’ publicó un número especial, con la participación de toda la familia espiritual Carlos de Foucauld. Para los hermanos de Jesús en Italia, le pidieron a Laurent Ch. que escribiera algo. Éste es el texto: Las líneas que siguen se limitan a considerar a René Voillaume como el fundador de los Hermanos de Jesús. Evidentemente, la personalidad de René Voillaume va mucho más lejos. Centrarse en un solo aspecto de la vida de una persona puede ayudarnos a conocerla mejor, porque ella es siempre única y compleja. A principios de 1948, René Voillaume pasó varios meses en El-Abiodh (Argelia). Se encontró en una situación muy diferente a la de los primeros años de la fundación de los Hermanos de Jesús. La vida monástica de los primeros años, que seguía marcando la vida de los hermanos, había evolucionado gracias a un conocimiento más profundo de Carlos de Foucauld, a un mejor acercamiento a la vida local y también, desde los años de la guerra, gracias también a los cuestionamientos procedentes de los hermanos de las fraternidades que empezaban a propagarse por el mundo. Esta estancia en El-Abiodh fue un periodo de gracia excepcional para René Voillaume y en consecuencia para los Hermanos de Jesús. He aquí lo que escribió en este sentido: “A principios de 1948, pasé tres meses en El- Abiodh, ocupado con unas charlas para las Hermanitas de Jesús. Este período fue para mí un tiempo de reflexión sobre nuestra vocación. Sentí que había llegado a un punto en el que podía poner por escrito el fruto de estas reflexiones. Durante estas semanas redacté una serie de textos destinados principalmente a los hermanos y que serían como el Estatuto espiritual de su ideal de vida. Ésta es la lista de esas cartas que se sucedieron a principios de 1948:
Hermanos de Jesús, 7 de febrero
Salvadores con Jesús, 9 de febrero
Permanentes de la Oración, 16 de febrero
Ejercicios y Liturgia, 20 de febrero
La Ascesis de las Fraternidades, 24 de febrero
El Trabajo, 24 de marzo
También escribí la carta sobre ‘Teología, vida intelectual y perfección evangélica’, que fue enviada igualmente a finales de marzo. Sin embargo, esta última carta fue modificada y la redacción definitiva fue el 26 de junio de 1948, en Nazaret. Los meses de febrero y marzo de 1948 vieron la finalización y el envío de seis conferencias, sin contar la que seguí escribiendo sobre el sacerdocio”. Se trata de un recuerdo excepcional después de unos quince años de vida de la Fraternidad de los Hermanos de Jesús, René Voillaume goza de la cosecha de un largo período de maduración, como el segador que ata sus gavillas. “Había llegado a un punto en el que le era posible poner por escrito el fruto de estas reflexiones”. Durante aquellos días de invierno de 1948, lo que salió de su tintero fue “la plasmación espiritual de su ideal de vida”. Fue como si hubiera surgido un manantial de agua, hasta entonces subterráneo, y se hubiera vuelto claro, poderoso y abundante. En apenas un mes, nada menos que cinco textos y más de noventa páginas del libro. A finales de marzo, se añaden otra veintena de páginas sobre el trabajo. Y también veintisiete páginas casi terminadas de reflexión sobre la teología, la vida intelectual y la perfección evangélica. Una producción enorme. Se alegraba de ello y anota con cara de satisfacción la rápida sucesión de fechas. Esta agua que corre viene de lejos. El joven René Voillaume, nacido en una familia acomodada de Versalles en 1905, se veía a sí mismo convertido en ingeniero como su padre. A los dieciséis años, el libro de René Bazin sobre Carlos de Foucauld le causó una profunda impresión. Las intuiciones de este hombre de Dios penetraron su corazón. Una llamada del Señor le orienta hacia el sacerdocio y para ello se va al seminario de Issy les Moulineaux. Compartiendo el espíritu misionero muy presente en la Iglesia de Francia, siente el deseo de unirse a los Padres Blancos, pero su salud le impidió seguir este camino. A lo largo de ese caminar, su mirada a Carlos de Foucauld le acompañará. Con algunos compañeros de Issy les Moulineaux proyecta vivir según una de las reglas de Carlos de Foucauld. Este proyecto tomó forma en 1933 y la vida comunitaria de tipo monástico comienza en el desierto argelino, allí el grupo joven y poco experimentado busca cómo seguir el camino iniciado por Carlos de Foucauld. El camino de los cartujos, de los carmelitas o de los benedictinos… cada uno de ellos les atraía, sin embargo, el espíritu de Carlos de Foucauld no cesa de acompañarlos. Los jóvenes hermanos que se incorporan traen consigo experiencias de vida que los interroga. René Voillaume estaba en el centro de esta vida rebosante de nuevos cuestionamientos. Desde antes de 1933, había sido elegido libremente por los hermanos como Responsable de la comunidad. Esta elección fue aprobada por los obispos y responsables eclesiásticos que eran favorables a este grupo religioso que nacía. Nos encontramos a principios de 1948 y los cambios en la vida de los hermanos de El-Abiodh se producen con Milad, responsable de esta fraternidad y del noviciado. Cuando René Voillaume estaba ausente, los intercambios por carta entre ellos fueron frecuentes; les unía una verdadera confianza mutua, respetando las funciones de cada uno. René Voillaume estaba al corriente de lo que vivían los hermanos de El-Abiodh y de otros lugares. Su vida es la Fraternidad y el Padre Voillaume está íntimamente vinculado a sus hermanos: Viaja para visitarlos, conoce personalmente a cada uno de ellos, comparte sus preocupaciones, sus dificultades y sus dudas. Fue uno de los tres hermanos de la primera fraternidad obrera de Aix… Los hermanos le escriben y él les contesta. Él mismo se hacía preguntas sobre la Fraternidad de la que se sabía fundador, aunque siempre devolvía la responsabilidad a Carlos de Foucauld, el verdadero inspirador. Leyó una y otra vez la vida del Hermano Carlos; se puso en contacto con diversos representantes de la vida religiosa, del mundo del trabajo, intelectuales… Busca comprender lo que estaba en juego en el mundo y en la Iglesia, preocupándose por la vida de sus hermanos. Todo lo que pudo poner por escrito nacía concretamente de la vida de sus hermanos y de su vida entre sus hermanos. El 7 de febrero, las primeras palabras del primero de estos textos decían: “Hermano de Jesús, quisiera ayudarte a hacer realidad lo que de verdad encierra tu nombre sobre tu vida y a lo que te compromete”. Todo lo que se escribe durante esas semanas tiene este objetivo. Una idea fundamental se repite como un estribillo: “nuestra vida debe tender a simplificarse en una unión con Jesús vivo, que se encuentra en la fe, la Eucaristía, el Evangelio y en nuestros hermanos”. En efecto, “el Padre Foucauld nos enseña una vez más a ir directamente a Jesús, a vivir con toda sencillez para Él, con todo nuestro amor, después de haberle encontrado en el Evangelio. Nos enseña a simplificar nuestra vida y nos conduce a lo esencial”. Y repite: “…Un camino muy sencillo… Unos medios muy sencillos…”. Si buscamos otras espiritualidades y multiplicamos nuestras lecturas, “lo complicamos todo, por miedo a vivir el Evangelio. Permanezcamos sencillamente y con valentía siendo un Hermano de Jesús”. Todo se encuentra bajo el signo de la sencillez. Tres días más tarde, René Voillaume prosiguió sus reflexiones sobre un tema que le era muy querido: “Salvador con Jesús”. Una vez más, vuelve a repetir: “Nuestra vida de Hermano de Jesús me parece cada vez más sencilla en su acto esencial. Tengo la impresión, cada vez que os hablo de ello, de volver a los mismos problemas,… Esto se debe a que el Evangelio es una vida; su contenido intelectual es sencillo, se expresa rápidamente, pero lo importante está en vivirlo”. Continúa insistiendo en “la sencillez del fundamento interior de nuestra vida… compartir la vida de los pobres… sencillamente por amor… por una adhesión sin reservas, valiente, sencilla y confiada … hay que tener la humildad, la sencillez de abandonarse a Jesús … En esto hay que ser -como siempre en la vida espiritual- sencillos y verdaderos…. valientes, sencillos y entregados ante todo sufrimiento sea cual sea…. una comunión sencilla y verdadera de nuestro ser tal como es, en su miseria, con Jesús presente en la Eucaristía”. Los cinco textos de este mes fundacional reiteran lo sencilla que es y debe ser la vida de los Hermanos de Jesús. Hasta el texto de finales de febrero, que dice que “cuando avanzamos hacia Dios en la oración… el método más sencillo es siempre el mejor”. Estos textos fundacionales son un verdadero himno a la sencillez, una maravilla de simplificación. La importancia -la centralidad- dada a la sencillez no es un hallazgo de un psicólogo, sociólogo o teólogo. Esta centralidad nace de la visión que René Voillaume tenía de su Señor, expresada un año antes en una reflexión sobre la pobreza: “La pobreza tiene su fuente en el Amor de lo infinitamente Sencillo, de la soberana Pobreza encarnada y tiende al amor de los pequeños y de los desdichados”. Con estas palabras, René Voillaume nos hace partícipes de su visión de su Señor: “El Sencillo”, así es como conoce a Dios. Simplificar la vida es el camino hacia el Señor y abre senderos hacia un encuentro con Aquel que es El Sencillo. Al escribir estas líneas, René Voillaume expresaba su alegría y su paz de vivir como Hermano de Jesús y su esperanza surge de la vida concreta de sus hermanos, una vida sencilla como la de Jesús en Nazaret, como la que buscaba Carlos de Foucauld. Él, que es El Sencillo, se nos revela haciéndose pobre, amigo de los pequeños y de los desdichados. La sencillez de la que hablan estos textos no se limita, evidentemente, a los aspectos más materiales de la vida concreta. En efecto, la sencillez no se limita a los aspectos externos. En los cinco textos del invierno de 1948, se trata de simplificarlo todo: tanto en los aspectos prácticos de la vida como en las relaciones sociales y fraternas, con los responsables, en la vida intelectual, en la vida eclesial y en la oración. Es la esencia de la persona la que se hace sencilla, porque Jesús le muestra el camino. Todo debe tender a la sencillez. En 1982, cuando René Voillaume rememora este periodo, vio muy claro que “en este surgir de los comienzos y en apenas seis meses, se había dicho todo lo esencial”. Todo estaba dicho sobre lo que era esencial para los Hermanos de Jesús. Para René Voillaume, esto marcó el comienzo de un nuevo foco de atención más allá de su Fraternidad. A partir de los años 50, una actividad multidimensional ocupa poco a poco su vida. Este cambio también estuvo ligado al hecho de que, en aquella época, el mensaje espiritual de Carlos de Foucauld resonaba profundamente tanto en los laicos como en los sacerdotes. La Hermanita Magdeleine desempeñó un papel importante en esta nueva apertura. “…creo sinceramente que su principal aporte [el de la Hermanita Magdeleine] fue el de obligarme a mirar más allá de la Fraternidad de los Hermanos. Ella me aseguró en varias ocasiones… que mi misión se extendería a las hermanitas, a los sacerdotes y a los laicos de todo el mundo.” He aquí lo que la Hermanita Magdeleine escribió a René Voillaume el 9 de noviembre de 1947: “… No rehúya nunca, le aseguro que es a usted a quien esperan, porque lo que yo digo tan torpemente, tan pobremente, usted puede darlo magistralmente con todo el peso de su ciencia. Permítanos compartir algunas de sus conferencias o meditaciones… y luego escriba más…”. En esta nueva etapa, René Voillaume expande su misión. Él ve más allá de la Fraternidad de los Hermanos de Jesús. Por ejemplo, contribuye de alguna manera en el Concilio Vaticano II. No como experto, sino por su amistad con varios obispos. Sobre este tema, el cardenal Georges Cottier recuerda su don para captar los movimientos profundos de la historia, y hablar de ellos con sencillez, en diálogo con los teólogos. René Voillaume participó en la creación de la “Fraternidad sacerdotal”, la “Fraternidad secular Carlos de Foucauld”, el instituto secular femenino “Jesus- Caritas”, los “Hermanos del Evangelio” (en 1956), la «Fraternidad de la Amistad y Ayuda Internacional” (con el Padre Lebret) y las “Hermanitas del Evangelio” (en 1963). A finales de 1965, presenta su dimisión como prior de los Hermanos de Jesús. Sin dejar de ser Hermano de Jesús acepta, durante el Capítulo General de los Hermanos del Evangelio (Spello, julio de 1967), convertirse en su prior para continuar su participación en su fundación. Durante este nuevo periodo, los Hermanos de Jesús siguen considerando a René Voillaume como su fundador. Fue él quien, con los primeros hermanos, dio a luz lo que es esencial en las páginas del invierno de 1948, y sigue siendo hoy el alma de su vida. En las décadas siguientes, varios Hermanos de Jesús iniciaron su vida en la Fraternidad sin conocer a Carlos de Foucauld, pero a partir de ‘En el corazón de las Masas’. Por supuesto, los escritos del invierno del 48 necesitan hoy una relectura, un “aggiornamento”, porque su teología tiene fecha, pero esos escritos siguen estando en la base de la intuición original. Aunque se estableció una cierta distancia entre René Voillaume y la Fraternidad de los Hermanos de Jesús, un verdadero afecto se mantuvo a lo largo de los siguientes años. Los hermanos saben que le deben una parte de lo que un día cambió sus vidas para iniciarles tras las huellas de Jesús, cuya “pobreza tiene su fuente en el Amor de lo infinitamente Sencillo”. Para los hermanos mayores, los lazos personales siguieron siendo fuertes. Para algunos hermanos que nunca le habían conocido en persona, el encuentro con él fue un feliz descubrimiento, como lo cuenta un hermano en una “Carta a René” el día de su muerte: “Una respetuosa distancia me separaba aún de ti, a quien había aprendido a llamar “Padre”. Pero las circunstancias permitieron que, después de tantos años en la Fraternidad, volviera a encontrarme de nuevo contigo y con más tiempo… durante tu estancia en París en las Navidades, donde pasamos una buena semana juntos. Y así, René, te convertiste en mi hermano”. Laurent Chavelet
Presentaciónes del libro previstas:
Septiembre: Presentación virtual Instituto Emmanuel Mounier
Diciembre: Barcelona vigilia del aniversario de la muerte del padre Foucauld.
Las fraternidades ocupan dentro de la Iglesia un lugar muy humilde y su manera de vivir no debe ser interpretada como una crítica o una desconsideración hacia otras formas de apostolado reconocidas por la Iglesia. Sin embargo, el apostolado de los Hermanitos parece responder a una nueva necesidad de evangelización del mundo, necesidad de la que es oportuno ser conscientes.La Humanidad tiene, más que nunca, necesidad de un alma cristiana. Sin embargo, la eficacia del esfuerzo misional parece apagarse a causa de nuevas condiciones de vida causadas por la confusión de las situaciones sociales o internacionales. El desarrollo de los métodos técnicos hasta en los terrenos sociológico, psicológico o pedagógico, incita a poner en marcha esas mismas técnicas con miras al apostolado. Por otro lado, los hombres experimentan una intensa necesidad de unidad, de colaboración, de emancipación, a fin de evitar las peores catástrofes. Los cristianos se ven conducidos, por este hecho, a insistir en el apostolado sobre los valores de justicia, de paz y de amor fraterno. La nostalgia de la unidad impulsa a la reconciliación a las cristiandades separadas de la Iglesia, avivando en ellas el deseo de atenuar o de colocar en segundo plano las divergencias doctrinales. Se abre paso una tendencia general, entre las diversas religiones o teologías, a considerar las divergencias de fe y las verdades dogmáticas como de menor importancia frente a la urgencia de unidad de acción a favor de la paz. El desaliento, el escepticismo empujan a la Humanidad a buscar una salida en el desarrollo intensivo del bienestar material. La existencia de un mundo invisible o de un destino ultraterrestre parece despertar mucho menos interés. Influidos por este clima ambiente, los espíritus más generosos se ponen a buscar a Cristo a través del acontecimiento, a través de la realización de la Historia o dentro de un servicio del hombre casi exclusivo. Tales movimientos seducen el espíritu de los cristianos ávidos de seguir estando, ante todo, muy presentes en el mundo.
Sin embargo, estas espiritualidades en busca de eficacia y llenas de aspiraciones generosas son difíciles de definir en términos de verdad objetiva. A través de todo esto, el apostolado de los cristianos, enriquecido con nuevas perspectivas y con un retorno del sentido comunitario, corre el riesgo de una tentación permanente: la de descuidar la enseñanza y la presencia viva de Jesús, de aquel cuyo encuentro constituye el término obligatorio de toda vida humana, y cuyo retorno entre nosotros sigue siendo el centro de la historia del mundo y de su transformación última.
Comprendemos mejor, dentro de un contexto semejante, la oportunidad del mensaje del Hermano Carlos de Jesús invitándonos a un apostolado de testigos y mediante los pobres medios evangélicos. Esta manera de afirmar la objetividad del mundo invisible viene a insertarse, a su hora y en su humilde lugar, en el gran conjunto de la acción apostólica de la Iglesia. Jacques Maritain escribió en alguna parte: “Existen para la comunidad cristiana, en una época como la nuestra, dos peligros inversos: el peligro de no buscar la santidad más que en el desierto y el peligro de olvidar la necesidad del desierto para la santidad”.Uno de los efectos de la vida de los Hermanitos ¿no es el de ayudar a la comunidad cristiana a evitar ese doble peligro? No hace falta insistir sobre las causas, demasiado conocidas dentro del contexto del mundo actual, de este divorcio entre la vida humana y la realidad transcendente del Reino de Jesús, que no cesa, sin embargo, de seguir trabajando dentro de la Iglesia y en el fondo de los corazones. Las fraternidades fieles a su ideal traen dos respuestas a esta necesidad vital, la de la eficacia de su ejemplo y la de una espiritualidad apta para mantener una vida contemplativa en medio del mundo. Tal vez no realizamos suficientemente la importancia vital de un testimonio semejante.Una de las consecuencias de la vida religiosa de los Hermanitos es justamente demostrar, realizándola, la posibilidad de llevar una oración contemplativa auténtica, dentro de las mismas condiciones de vida que los trabajadores manuales asalariados, que son los que sufren con más rigor las consecuencias del progreso de la civilización técnica.
El esfuerzo hecho por cada uno de nosotros para permanecer valerosamente fiel a su unión con Cristo, a pesar de todas las tentaciones, las pesadeces, las fatigas que le impone la vida de una fraternidad obrera mezclada con el mundo, repercute en el conjunto de los miembros del Cuerpo Místico de Jesús. Con Él son todos los trabajadores prisioneros del trabajo industrial, aminorados por un exceso de cansancio; todos los pobres acaparados por la inquietud del alimento de cada día, todos aquellos que disipan las fuerzas de su espíritu y de su conciencia moral en el seno de una civilización que sólo se ocupa del placer; son todos estos quienes, junto con los Hermanitos y a través de su oración contemplativa, vuelven a encontrar algo de la fe en Dios y de la unión con Cristo.
Una fraternidad fiel a su vocación de oración dentro de la pobreza y el trabajo puede tener una influencia insospechada en la vida espiritual de los cristianos que se acercan a ella o que saben de su existencia. El solo ejemplo de las fraternidades ¿no contribuyó muchas veces a devolver a seglares, y en ocasiones hasta a sacerdotes, el sentido de la oración de adoración o el de la presencia de Dios en su vida?Lo que casi siempre sorprende en la vida de una fraternidad ferviente es que unos hombres que podrían “hacer otras cosas” puedan pasar así su vida, sin actividades interesantes, sin un fin capaz de satisfacer realmente las aspiraciones legítimas de un hombre normal: este renunciamiento es una señal que permite a los hombres sospechar la existencia, en el mundo invisible, de una realidad sobrenatural. Sin la realidad de ese mundo, una tal manera de vivir es, en efecto, inexplicable.
Sin el ejemplo vivo de las fraternidades, muchos cristianos no habrían creído posible llegar a una verdadera oración contemplativa dentro de las condiciones ordinarias de la vida actual y tampoco se hubieran atrevido a pensar que fuera para ellos una necesidad vital. Son muy numerosos los testimonios que permiten afirmarlo. Si la enseñanza principal de la vida religiosa de las fraternidades se apoya sobre la oración eucarística de adoración, es preciso añadirle, además, el testimonio de pobreza y de amistad fraternal hacia todos los hombres.Los Hermanitos más humildemente fieles a su vocación no tienen, sin duda, conciencia de esta acción apostólica, y es mejor que sea así. Siento hasta como un cierto malestar al tener que subrayar de esta manera la eficacia de la vida de una fraternidad generosa. El Padre de Foucauld expresaba todo esto con palabras sencillas y clásicas cuando decía a los Hermanitos: “Su fin consiste en dar gloria a Dios conformando su vida con la de Nuestro Señor Jesús, adorando la Santa Eucaristía y santificando a los pueblos infieles por la presencia del Santísimo Sacramento, la ofrenda del divino Sacrificio y la práctica de las virtudes evangélicas”.
En efecto, un contemplativo debe abstenerse de intentar comprobar la eficacia de su vida misionera; de otro modo arriesgaría destruir su fervor, porque debe bastarle con que sea para su Dios muy amado. Por lo demás, la difusión del mensaje de que está encargado no está necesariamente vinculado a una presencia inmediata. ¿Cómo podría comprobar el resultado de su vida? Los Hermanitos tienen por vocación permanecer entre los pobres, pero no se sigue siempre que pueda comprobarse inmediatamente una influencia sobre este mismo ambiente. Algunos deducirán que su vida no sirve para nada. ¿Para qué vivir así? Ahora bien; puede ser que la influencia bienhechora de esta fraternidad se deje sentir más allá de los límites del barrio a otros ambientes, entre las clases más acomodadas, los ambientes de acción católica, por ejemplo, o hasta entre el clero, influencia tanto más profunda, tal vez, cuanto que deriva de un testimonio silenciosamente vivido más bien que de una predicación por medio de la palabra.Los hermanos recordarán este aspecto de su misión cuando no comprueben ningún resultado de su presencia. En esto mismo las fraternidades serán fieles a su fundador: después de varios años de presencia entre los “harratins” de Beni-Abbés, y más adelante entre los de Tamanrasset, el Hermano Carlos hubiera podido descorazonarse al no comprobar el menor progreso en la evangelización de esas poblaciones enteramente próximas con las que compartía la vida, mientras que su testimonio debería negar en pocos años a los ambientes más diversos, a una gran distancia y aun hasta las extremidades del mundo.El Hermano Carlos de Jesús nos trajo mucho más por medio de su vida que mediante su enseñanza. No estuvo encargado de enseñar o de predicar. Sus escritos mismos son menos una enseñanza que la transmisión viva y directa del ritmo diario de su vida de intimidad con Dios. Sus escritos no son tan sólo meditaciones, ecos de su vida íntima: son actos.Cuando escribía que su vocación y la de sus hermanos era la de “pregonar el Evangelio por medio de su vida”, con esto lo había dicho todo. René Voillaume, Por los Caminos del Mundo. (Madrid, 1962, 310- 316)
“El padre Foucauld redactó sus primeras reglas, la de los Hermanos de Jesús, en 1896, y la de los Hermanos del Sagrado Corazón, en 1899, refiriéndose a un concepto de la vida de Nazaret muy separada y silenciosa. Este concepto respondía a una necesidad sentida por él durante ese período de oración solitaria que fue su vida en la Trapa y en el convento de las Clarisas de Nazaret. Aun cuando la vida de sus hermanos haya sido concebida por él con arreglo al tipo clásico de una vida comunitaria, en el fondo desea que vivan como solitarios; de ahí el nombre de Eremitas del Sagrado Corazón con que les llamó algún tiempo: «Se consideran como solitarios, aun viviendo varios juntos, a causa del gran recogimiento en el que transcurre su vida»
Más tarde, en Beni-Abbés y en Tamanrasset, cuando el hermano Carlos de Jesús tenga a la vista realizar la vida de Nazaret viviendo en íntimo contacto con las gentes del país, buscará la soledad con intervalos, bien sea en sus ermitas, bien sea en el curso de sus viajes a través del desierto. También los hermanos están llamados, a causa precisamente de su vocación para la vida de Nazaret, a vivir periódicamente en el desierto, especialmente en ciertas ocasiones; por ejemplo, en el transcurso de su formación, o a intervalos regulares durante su vida entre los hombres, y también en la época de estancias más o menos prolongadas, sobre todo para aquellos hermanos que se sintieran interiormente llamados por Dios, con miras a una oración de intercesión más urgente dentro de la línea misma de su vocación, que les destina a ser redentores con Jesús. Las fraternidades en el desierto parecen responder, por tanto, a una doble necesidad de los hermanos: la de una iniciación progresiva a la oración contemplativa dentro del marco de una vida de Nazaret más solitaria, iniciación que se efectúa principalmente en las fraternidades de noviciado; y la de una vida de adoración y de intercesión, cuya intensidad requiere como de sí misma lo absoluto del desierto. Es a esta última necesidad a lo que responden, sobre todo las fraternidades de desierto propiamente dichas. Es con la intención de mantener este ritmo de oración solitaria por lo que las fraternidades, y especialmente las establecidas en aglomeraciones urbanas y dedicadas al trabajo, deben establecer en los alrededores inmediatos una ermita que ofrezca las condiciones de aislamiento y de silencio que permitan efectuar periódicamente verdaderas estancias en el desierto. Estas breves estancias en una ermita serán ya para los hermanos ocasión de entregarse a una oración de intercesión más apremiante. Pero otras fraternidades deben ser capaces de procurar a los hermanos unas condiciones que hagan posible estancias prolongadas en la soledad, añadiéndoles el ambiente de recogimiento de una comunidad fraternal, del que muchos tendrán necesidad para renovarse, dentro de la fidelidad a su vocación de “permanentes de la oración”. Las contradicciones aparentes de la vida de las fraternidades hacen difícil a los hermanos la perfecta realización de su vocación. Por esto es indispensable que los hermanos que hayan vivido o trabajado durante largo tiempo en medio de un ambiente materialista, puedan encontrar no solamente lugares desiertos favorables a la oración, sino, además, verdaderas fraternidades que les aseguren el ambiente de recogimiento, de oración y de adoración al santísimo Sacramento de que tienen necesidad. Es, sobre todo, en estas fraternidades en donde son llamados a vivir los hermanos que, por su vocación, pedirían orientar su vida hacia una oración solitaria más apremiante. Las fraternidades de desierto, están, por tanto, estrechamente asociadas a las otras fraternidades dentro de la realización de una vocación única” (R. VOILLAUME, Por los caminos del mundo, Marova, Madrid 1973, 296-299)
Nota: Ejemplo de esto son los lugares de “desierto” que las distintas fraternidades de hermanas y hermanos tienen en España, como Farlete, Guadalupe, “El monte de la Paz” en Murcia, o la Comunidad de Jesús en Tarrés. Existen, también, otras iniciativas de “comunión en la intercesión”, en sintonía con el texto que aquí se expone, como la Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld.
«Al ser la enseñanza del Padre Voillaume reflejo y expresión de una vida contemplativa llevada a cabo en el corazón de las masas, muchos laicos, sacerdotes y religiosos encontraron en ella un eco adecuado a sus aspiraciones y posibilidades reales de oración. Porque
«en realidad, la contemplación no es algo dado solamente a cartujos, clarisas, carmelitas… Ella es con frecuencia el tesoro de personas ocultas en el mundo […]. La gran necesidad de nuestra época, en lo que a la vida espiritual se refiere, es poner la contemplación en los caminos […]. Nosotros creemos que la vocación de estos contemplativos arrojados en el mundo y en la miseria del mundo, que son los Hermanitos de Charles de Foucauld, tiene en este aspecto una alta significación, y que se pueden esperar de ellos luces nuevas, en el dominio de la vida espiritual…» (J. y R. Maritain, Liturgie et contemplation, Brujas 1959, 76-78).
Estas consideraciones, que pertenecen a Jacques y Raïsa Maritain, están referidas a
«aquellos que, viviendo la vida del buen cristiano en el mundo» con todo lo que de ello se sigue, «están dispuestos a ir más lejos, porque su corazón arde por ir más lejos, y se encuentran impedidos por muchos temores y obstáculos más o menos ilusorios» (Le paysan de la Garonne, París 1966, 337).
Pues bien, estamos convencidos de que, en este sentido, la experiencia de las Fraternidades, compartida, iluminada y expresada por René Voillaume, tiene mucho que decir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo».
JM,Recondo, El camino de oración en René Voillaume
El 13 de mayo de 2003 concluía su vida mortal en Aix-en-Provence el P. Rene Voillaume, Fundador de las Fraternidades de los Hermanitos de Jesús. Con sus casi noventa y ocho años —nació en Versailles el 19 de julio de 1905— era un testigo y un maestro de excepción de la espiritualidad del siglo XX tras las huellas de Carlos de Foucauld. Sus obras espirituales, sobre todo las Cartas a los Hermanitos de Jesús, fueron verdaderos «bestsellers» de espiritualidad evangélica en torno a los años sesenta y setenta1. Habla entrado en un silencio contemplativo y orante desde hacía tiempo. Sus intervenciones no eran conocidas, aunque seguía siendo un testigo y un maestro de espiritualidad para todos los seguidores de la espiritualidad de Carlos de Foucauld.
Muchos preguntaban por él, en un momento en que la profecía de este autor espiritual podía decir todavía mucho a la Iglesia. De repente hemos sabido que vivía y estaba activo y lúcido. Lo demuestran dos hechos que ahora salen a la luz. Por una parte, la publicación de su testamento espiritual, redactado en noviembre de 1995, en forma de oración, en el retiro hecho en la Trapa de Fez, en Marruecos, que lleva la fecha del 22 de noviembre de 1995, tras haber traspasado el umbral de los noventa años2. Por otra, ha publicado recientemente algunas memorias suyas biográficas que tienen una relación muy estrecha con el nacimiento de los Hermanitos de Jesús y de otras familias espirituales de Carlos de Foucauld3. Estas memorias, terminadas el 19 de octubre de 1997 y puestas bajo la protección de Santa Teresa del Niño Jesús, una de sus maestras espirituales preferidas, en el día que era proclamada Doctora de la Iglesia, revelan por primera vez detalles y experiencias espirituales del largo camino recorrido tras las huellas de Carlos de Foucauld. Lástima que terminen allí por los años setenta, poco tiempo después de su renuncia como Prior General en Navidad de 1965. En la Cuaresma de 1968, por invitación personal del Pablo VT, que lo conocía y apreciaba mucho, predicó los Ejercicios Espirituales al Papa y ala Cuna en el Vaticano4.
La Hermanita Magdaleine nos dejó hace ya tiempo, el 6 de noviembre de 1989, en Roma, donde vivía retirada desde hacía tiempo en la sede de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús, junto a la Trapa de Tre Fontane, donde moró un tiempo Carlos de Foucauld. También ella había pasado el umbral de los noventa años, ya que había nacido en París el 26 de abril de 1898. Y también ella había dejado hacía tiempo el cargo de responsable de las Hermanitas de Jesús por ella fundadas. De ella conservamos también muchos escritos espirituales que son como la historia de la expansión de las Hermanitas de Jesús en el mundo entero5.
Recientemente ha aparecido en castellano una biografía de la H. Magdaleine, fruto de una tesis doctoral en la universidad de Friburgo, que nos trae a la memoria la aventura de esta mujer6.
Esta circunstancia nos ha sugerido hacer memoria de estos dos testigos espirituales del siglo XX, ahora que, pasado el umbral del siglo XXI, es tiempo de memorias y balances de las riquezas espirituales de los últimos decenios en personas, corrientes y movimientos de espiritualidad7.
LA PEQUEÑA HERMANA MAGDELEINE
Empecemos por la Hermana Magdaleine. Los datos externos de la vida de la Hermana Magdaleine (Hutin) se pueden resumir en tres etapas: su infancia y Juventud, su seguimiento de la espiritualidad de Carlos de Foucauld, y su actividad como Fundadora de las Hermanitas de Jesús.
Nace en París el 26 de abril de 1898. A causa de la guerra se educa también en España (San Sebastián) y en Italia (San Remo). De los veinte a los treinta años sufre una grave enfermedad de pleuritis. De 1928 a 1936 ejerce como directora de un Colegio en Nantes.
Atraída por la figura de Carlos de Foucauld, cuya primera biografía se publica en 1921 y ella conoce en la casa paterna, viaja a África y se establece cerca de Argel. En 1938 peregrina a la tumba de Carlos de Foucauld en El Golea y encuentra providencialmente a René Voillaume. Empieza una experiencia de vida religiosa para seguir las huellas del Hermano Carlos. Hace su noviciado con las Hermanas Blancas de Maison Carree y redacta las Constituciones de la futura Congregación. El 8 de septiembre hace sus votos; una fecha que se considera como el principio de la nueva Congregación, y un mes mas tarde funda la primera fraternidad en pleno desierto, ba^o una tienda de nómadas, una de sus ilusiones de un nuevo estilo de vida religiosa. Propaga en Francia su ideal en los años siguientes, en medio de la guerra. En 1942 hace los votos perpetuos. En 1944 llega a Roma y obtiene la primera audiencia con el Papa Pío XII, que apoya su ideal de vida. En 1946 percibe la vocación universal de las Pequeñas Hermanas de Jesús y su inserción en medios pobres, superando la total dedicación inicial al Islam que parecía ser la inspiración exclusiva de Carlos de Foucauld.
En los años que siguen, después de la segunda guerra mundial, la Hermanita Magdaleine da un impulso universal a la Congregación que en 1947 es aprobada por el Obispo de Aix-en-Provence. Ya en 1949 deja el gobierno general de la Congregación, pero sigue siendo la animadora de la expansión universal con fundaciones de fraternidades obreras, entre los gitanos y los pastores. Con intuición profética extiende las Fundaciones en contacto con las Iglesias orientales católicas y ortodoxas en el Líbano; más tarde se extienden las fundaciones por América del Norte y del Sur. Viaja mucho y penetra en las naciones que entonces están todavía bajo el régimen comunista, tras el telón de acero, tanto en Europa como en Asia. Quiere llegar a los cinco continentes y llega de hecho a los confines de Rusia y de China. Es un momento de expansión y de crecimiento de la Congregación. La Hermana Magdeleine mira con simpatía los países del Este europeo. En 1964, la Congregación recibe el reconocimiento de derecho pontificio y pasa a depender de la Congregación de Religiosos, mientras anteriormente dependía, por los vínculos estrechados con algunas Iglesias del medio Oriente, de la Congregación para las Iglesias Orientales. En 1963 nacen las Hermanitas del Evangelio; se funda en 1970 la primera fraternidad ecuménica en Suiza y se aprueban definitivamente las Constituciones adaptadas al nuevo Código de Derecho Canónico en 1988. A la muerte de la Fundadora, en 1989, la Congregación cuenta con 1.350 hermanas y esta ya extendida en 65 naciones.
Hay una línea providencial que es el hilo de oro de la historia de la Hermana Magdeleine. Está marcada por la piedad de la familia y las muertes, enfermedades y contradicciones que vive en su familia desde la juventud, pruebas que la van curtiendo en el amor a los pobres y también en su amor por África. El encuentro con la figura y espiritualidad de Carlos de Foucauld acaece en la propia familia, gracias a la devoción que su padre tiene por este aventurero del desierto cuya biografía y escritos suscitan un movimiento de fervor en Francia en los años que siguen a la muerte del Hermano Carlos, por mérito de sus grandes amigos y propagandistas L. Massignon y R. Bazin. Como un grano de trigo que muere en el desierto el 1° de diciembre de 1916, el Hermano Carlos de Jesús, sin dejar un discípulo, empieza a brotar por doquier el interés por su persona, su obra y su espiritualidad.
La Hermanita Magdeleine, madurada por Dios en la pobreza y en la enfermedad, obligada a buscar el clima de África, teniendo en el corazón el ideal de Carlos de Foucauld, se siente en Argelia como en su tierra prometida y empieza a ver a Jesús en los rostros de los niños árabes. Atraída especialmente por los nómadas del desierto, sueña con una vida religiosa que pueda vivirse bajo una tienda del desierto. Hay una fecha carismática en este tiempo. Es su encuentro con el misterio de Jesús, cuando percibe que la Virgen María se lo entrega. Un Niño que es «luz, ternura y amor», una presencia de encarnación que la marca profundamente y marca también el arte y la vida de las Hermanitas de Jesús. Tras el encuentro, junto a la tumba de Carlos de Foucauld, con R. Voillaume y el Obispo Gustave Nouet, Padre Blanco, Prefecto Apostólico del Sahara, que la invita a hacer un año de noviciado y redactar las leyes de la futura Congregación, Magdeleine, fiel a lo que siente como una inspiración de la Iglesia, se pone manos a la obra. Quiere fundar fraternidades muy sencillas, sin el peso de las estructuras de la vida monástica de entonces, siempre en camino, dedicadas principalmente a vivir en los países del Islam. Madura su mística de la encarnación, atraída por la presencia de Cristo y por la imitación del gesto mariano de entregar a los hombres y mujeres de este mundo al Niño Jesús, en el misterio de la pobreza y de la Encarnación. Lo vive, lo escribe, lo representa con diversas formas artísticas. Jesús será el nombre que ella misma asume cuando hace los votos el 8 de septiembre de 1939. Tras el sueño del desierto, las dificultades de la guerra y el afluir de vocaciones nuevas y generosas en Francia, atraídas por la novedad y sencillez de esta fraternidad que esta naciendo, recibe la aprobación de Pío XII en 1946, y se le abren nuevos horizontes. Se fundan las primeras fraternidades obreras entre los gitanos y los pastores en 1949. La Fundadora sueña a lo grande, en medio de la sencillez, y piensa en fraternidades que se establecen entre los judíos en Jerusalén, entre los leprosos en Camerún y Vietnam, en Japón, China, Moscú, Estambul. Y los sueños se van realizando. Siente la vocación de presencia entre las Iglesias orientales del Medio Oriente, entre los judíos y palestinos de la Tierra Santa, pero piensa también en África central, en América del Norte y del Sur; realiza fundaciones entre las tribus indígenas de Brasil, de Australia, entre los pobres de Sri Lanka, con los esquimales del Polo Norte. Se va realizando el sueño de una universalidad dentro de la sencillez de la presencia de encarnación, de la variedad de las culturas y de los ritos, de la búsqueda de los más pequeños, los despreciados. Todo con un talante a la vez hondamente contemplativo y concreta mente enraizado en el trabajo de los pobres, con y como los pobres. Poco a poco la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús, con el sentido universal y concreto de Magdaleine, se hace presente en los límites de lo humano y da sentido de presencia y amor al Evangelio de los pobres. Cruza con frecuencia el telón de acero y dilata dentro de sus posibilidades los horizontes de una presencia amiga, sencilla, eclesial, con un sentido de universalidad y de inculturación profunda, según el espíritu de Carlos de Foucauld. Vive y vibra por los grandes problemas de la justicia, de la paz, de la unidad de la Iglesia, con un amplio espíritu ecuménico.
La autora de la primera biografía de la Hermana Magdaleine, Angélica Daiker, ha intuido cómo sus caminos espirituales han estado marcados por las etapas de Jesús en el Evangelio. Belén son las raíces con el encuentro decisivo de la Hermana Magdaleine con el misterio de Jesús en el pesebre. Galilea son los caminos de universalidad. Nazaret el estilo de vida, la levadura en la masa de la vida cotidiana, el trabado sencillo de los obreros y obreras, la contemplación y la adoración por tos senderos del mundo, la amistad como estilo de comunión y la preocupación por la vida como lo que más acerca a lo que es más divino y humano. De aquí la novedad del estilo de las fraternidades. Betania es la oración contemplativa, en adoración de la Eucaristía. Jerusalén es la plenitud, con las pruebas y gozos que nunca faltan en la vida de los Fundadores y Fundadoras. Roma es como su patria espiritual, la unidad y el amor a la Iglesia, la prueba segura de su catolicidad más acendrada, la obediencia y la comunión con el Papa como garantía de esa universalidad que es amor a la Iglesia universal, sentido de las iglesias particulares, amor por la dimensión ecuménica y apostólica, sentido de inculturación.
Toda una aventura que es interpretación creativa y dinámica del cansina de Carlos de Foucauld, bajo la guía del Espíritu Santo. Desde su estilo y su originalidad, como trata de ilustrar la autora de esta biografía, la herencia espiritual de la Hermanita Magdeleine responde a muchos retos de la Iglesia de nuestro tiempo, desde lo hondo de lo que se vive, sin ruido, como presencia de contemplación y de amistad, de cercanía y testimonio. Con una abertura de horizontes y una aceleración de la historia que se manifiesta precisamente por la presencia en las fronteras de los diálogos y de las situaciones culturales de pobreza y de lejanía de la Iglesia, allí donde las Hermanitas son presencia eclesial y mañana que ofrece la presencia de Jesús Salvador, el Niño de Belén.
Por los caminos de la Hermanita Magdaleine se cruzan personajes de la historia espiritual del siglo XX, presencias, de amistad y de consejo sereno en los momentos difíciles. Entre estas presencias recordarnos a Pío XII, Pablo VI, Juan Pablo II, a Rene Voillaume, a Mons. Charles de Provencheres, al Cardenal Eugenio Tisserant. Pero también la Madre Teresa de Calcuta, el sacerdote ortodoxo Alexander Men, asesinado en Moscú, Roger Schütz, Prior de Taizé8.
La documentación fotográfica que nos presenta el libro nos ayuda a recorrer los caminos de la Hermana Magdaleine desde su infancia por Francia, Argelia, Camerún, Nazaret, Bélgica, Brasil, Alaska, Rusia, China.
En los últimos años de su vida, la Hermanita Magdaleine ha vivido en su retiro de Tre Fontane los acontecimientos de la Iglesia, ha tenido el gozo recibir a Juan Pablo II en su casa. Roma fué para ella una patria espiritual, como lo fue el Sahara, la cuna espiritual del cansina de Carlos de Foucauíd, pero siempre con el corazón y con los pies de peregrina y viajera en el mundo entero, como reza el título del más conocido de sus libros que narra sus experiencias fundacionales.
La pequeña Hermana Magdaleine es una mujer excepcional, testigo de nuestra historia espiritual del siglo XX, pero a la vez protagonista de una dilatación del corazón de la Iglesia por el mundo entero, con una presencia y una espiritualidad que llevan el sello de lo evangélico -ésta es la fascinadora dimensión espiritual de Carlos de Foucauld y de sus seguidores y discípulos- y acercan a la verdad de lo cristiano en sus más hondas raíces humanas y divinas. Una presencia evangélica que no se puede olvidar, ahora que nos dejamos fascinar demasiado por las presencias fuertes y avasalladoras y por los entusiasmos conservadores de última hora, como si con ellos empezara la Iglesia a ser presencia en la sociedad9. La memoria histórica de los testigos auténticos del Evangelio es motivo de esperanza y garantía de autenticidad de la presencia constante del Espíritu en la Iglesia. Y el mensaje evangélico de la Hermanita Magdaleine es de tal calado que no podemos echarlo en olvido, por su universalidad y su profundidad espiritual.
RENE VOILLAUME
Como hemos advertido al principio, el reciente libro de R. Voillaume es una especie de biografía espiritual y fundacional. En ella traza ampliamente los caminos que condujeron al autor al encuentro con Carlos de Foucauld y con su vocación y misión, tras las huellas de este «Hermano universal». Lo hace con la responsabilidad de un testigo y con la humilde conciencia de que en él ha obrado el Espíritu. Rompe, pues, la reserva acerca de algunos momentos importantes de su biografía espiritual para dejar constancia de algunos momentos carismáticos vividos y sufridos en esta obra de fundación de la familia espiritual de Carlos de Foucauld, a través de 49 densos capítulos que dejan huella en la historia espiritual del siglo XX. Con la gratitud de un hijo espiritual y de un discípulo fiel, R. Voillaume dedica una larga introducción a los caminos espirituales de Carlos de Foucauld, una síntesis madura de la espiritualidad del ermitaño del desierto,
La primera parte del libro (cap. 1-4), bajo el epígrafe Una fértil herencia espiritual nos introduce en la situación del patrimonio espiritual del Hermano Carlos después de su muerte violenta, acaecida el 1 de diciembre de 1916, con todas las riquezas y contradicciones de un testamento rico y abierto al futuro, sin herederos precisos, hecho de escritos, de discípulos lejanos, de admiración, de intentos de participación en su espiritualidad, La segunda parte (cap. 5-7), presenta los primeros discípulos que de cerca o de lejos, pero sin una clara estructura fundacional se aventuran por sus caminos espirituales africanos o en la patria francesa.
Con la tercera parte (cap. 8-20), el libro empieza a ser autobiográfico. Voillaume nos introduce en su infancia y familia, en los inicios de su vocación y en los varios intentos de búsqueda de su camino espiritual durante su Juventud, entre la llamada a la vida sacerdotal y la vocación religiosa y misionera, entre pruebas y enfermedades. Nos habla de su encuentro con la figura y los escritos del Hermano Carlos, de su ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1929, del período de sus estudios en Roma, en contacto con personajes de gran importancia espiritual como el P. R, Garrigou Lagrange, cuando consigue el Doctorado en el Angelicum. Nos confía su primera orientación hacia el estudio de la lengua y la cultura islámica para poder realizar un proyecto que le bulle en el alma, el de seguir en África las huellas del que empieza a ser su maestro espiritual, Carlos de Foucauld. Estamos en la década que va de los años 1923 a 1933. Ese año nace la primera fundación religiosa en Montpellier inspirada en Carlos de Foucauld, las Hermanas del Sagrado Corazón.
La parte Cuarta es de un interés extraordinario. Son los capítulos 21-32. Cuenta las primicias de la fundación de la Fraternidad de los Hermanitos de Jesús en el desierto de El-Abiodh-Sidi-Cheikh, con unas normas y un programa rígido de una especie de ermitaños y monjes del desierto con la adoración del Santísimo sacramento, la clausura, el silencio, la oración día y noche, sin apostolado. Nos cuenta los primeros intentos y osadías de una adaptación ritual a algunas tradiciones islámicas en la oración. Van llegando los primeros novicios y van surgiendo vocaciones en Francia. Hay momentos de crisis por la dureza del régimen de vida, sobre todo cuando se trata de integrar dentro de la vida contemplativa el trabajo intelectual de los estudios para preparar los candidatos al sacerdocio. El 19 de marzo de 1938, junto a la tumba de Carlos de Foucauld, se encuentran por primera vez los Fundadores de la Fraternidad masculina y femenina de los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, R. Voillaume y la Hermanita Magdaleine. Se trata de un encuentro providencial y profético. La Hermana Magdaleine lleva ya en su corazón una visión más universal, abierta y creativa del carisma; con osadía femenina le propone a Voillaume esta visión, le exhorta a trabajar juntos y le profetiza que llegará un tiempo en que dictará conferencias a los Hermanitos y Hermanitas unidos y recorrerá el mundo hablando a los sacerdotes; algo insólito para Voillaume, que creía a pie juntillas en la fidelidad a una vida de silencio y de clausura en el desierto sahariano. Con la guerra y la llamada a las armas en 1939, llega el tiempo de la dispersión, con retornos a la fraternidad del desierto y con balances serios sobre el camino recorrido y el futuro del carisma, como el que se hace al cumplirse los diez años de vida de la fraternidad. Con la paz de 1945 empieza una nueva época y una novedad sustancial en la vocación de las fraternidades.
Es la quinta parte de esta historia (cap. 33-43) la que comprende los años 1945-1960. El titulo de esta parte es significativo. Se trata de una primera orientación que abre la fraternidad a otro estilo de vida y de presencia: Del silencio del Sahara al mundo del trabajo. Estamos en la Francia «país de misión» de la postguerra, con todos los fermentos en las masas obreras, la misión de Francia, los curas obreros. Voillaume es sensible a toda esta orientación de presencia e inserción en ambientes descristianizados, sin perder la hondura de la espiritualidad de Carlos de Foucauld. Nacen las primeras fraternidades obreras con la apertura, universal que llevaba ya en el corazón la Hermanita Magdaleine.
Desfilan por estas páginas personajes de gran importancia en la historia espiritual de la Francia de la postguerra. Recordemos algunos: los dominicos de Marsella, donde se fija la casa de formación De los futuros sacerdotes de la fraternidad, para que puedan aprender bien la teología en francés, renunciando al proyecto de Roma donde se hacían las clases en latín; el P. J. Loew, trabajador en el puerto de Marsella; Mons. Ancel, de la Fraternidad de El Prado de sacerdotes obreros; Roger Schütz, Prior de Taizé; el celebre jesuita chileno P. Hurtado, hoy beato, a quien Voillaume le promete una fundación en Chile; la fundadora de los “Foyers de la charité”, Marthe Robin, y muchos otros, y son de gran importancia los contactos personales con Pío XII y con Mons. Montini de la Secretaría de Estado.
R. Voillaume narra ampliamente los contactos con ia Hermana Magdaleine cuando se consolidan los proyectos de universalidad, la amistad con las Iglesias orientales, el sentido de la unidad en Roma, la unidad y la diversidad en el amor, el sentido de la inculturación, los instrumentos concretos de la vida contemplativa, la unidad entre los Hermanitos y las Hermanitas de Jesús. Es el tiempo fecundo de doctrina que R. Voillaume transmite con sus cartas recogidas en el libro En el corazón de las masas, título muy significativo de la inserción en ambientes de trabajo y de descristianización.
Es un tiempo de rápida expansión, de vocaciones abundantes y excelentes, de atracción por un tipo de vida religiosa nuevo que suscita también algunas incomprensiones. Afluyen vocaciones de valor; baste pensar en algunas vocaciones que nacen de una opción radical, como la de Carlos Carretto, dirigente nacional de la Acción Católica italiana, o de Arturo Paoli.
La sexta parte, que comprende los capítulos 44-49, nos acerca al tiempo que precede y sigue el Concilio Vaticano II con el título El tiempo de las pruebas en el Norte de África y en Francia. Son las pruebas de la independencia de Argelia y la suspensión de los sacerdotes obreros en Francia con un decreto del Santo Oficio de 1960, con todas las consecuencias que comporta para la nueva orientación de algunos de los Hermanitos de la Fraternidad.
R. Voillaume nos cuenta las cosas con la memoria y la pasión del momento, nos detalla el encuentro con Pablo VI, abierto a una revisión de aquella suspensión; nos narra la consolidación de la Fraternidad y la expansión por el mundo entero, con esos viajes que la Hermanita Magdaleine había profetizado. Es el tiempo del Concilio, en el que R. Voillaume ha quizá dejado una huella en la pasión por la pobreza de la Iglesia10. Es tiempo fecundo de fundaciones y de vocaciones, poco antes de la gran crisis de 1968, el año en que el Papa lo llama a predicar los Ejercicios Espirituales en el Vaticano.
R, Voillaume concluye sus notas biográficas y el camino fundacional de la Fraternidad, con la aprobación por parte de la Santa Sede, el 13 de Junio de 1968, como Instituto religioso de Derecho Pontificio. Los capítulos Generales posteriores han tratado de profundizar la vocación y misión de los Hermanitos de Jesús. Mientras tanto habían nacido los Hermanitos del Evangelio. El último capitulo es una visión retrospectiva del camino recorrido, de la inspiración original de Carlos de Foucauld y de los avalares de una historia con sus problemas abiertos de cara el futuro. Las últimas líneas del libro, en el estilo más puro del espíritu eclesial de los Fundadores, es una confesión de fe en el camino recorrido en comunión libre y obediente hacia la Iglesia y el Papa.
UNAS OBSERVACIONES FINALES
Al final de esta rápida visión del libro de R. Voillaume, compendio de autobiografía personal y de historia del carisma de Carlos de Foucauld en la Iglesia, hasta estos momentos, se me hace imprescindible hacer un triple balance.
1. El primero se refiere al carisma original. Con una cierta curiosidad y un sentido de maravilla en las páginas 559-560 del libro se encuentra un amplio elenco de los Grupos de la Asociación General de las Fraternidades Carlos de Foucauld. Por una paradoja de la Iglesia, el ermitaño del desierto que murió sin tener un solo adepto para sus fundaciones, ha engendrado a lo largo de los años que nos separan de su muerte toda una serie de grupos que llevan su nombre o se inspiran en su espiritualidad. Se trata ante todo de once institutos religiosos, de derecho pontificio o diocesano, que en orden de fundación son: los Hermanitos de Jesús (1933), las Hermanitas del Sagrado corazón (1933), las Hermanitas de Jesús (1939), los Hermanitos del Evangelio (1956), las Hermanitas del Evangelio (1963), las Hermanitas de Nazaret (1966), los Hermanitos de «Jesús Caritas» (1969), los Hermanitos de la Encarnación (1976), las Hermanitas del Corazón de Jesús (1977), los Hermanitos de la Cruz (1980), las Hermanitas de la Encarnación (1985). Hay un Instituto secular femenino: La Fraternidad «Jesús Caritas» (1952). Existe una asociación sacerdotal: La Fraternidad sacerdotal «Iesus Caritas» (1951). Finalmente hay una serie de Asociaciones de fieles: Grupo Carlos de Foucauld (1923), la Fraternidad secular (1952-1953), la Sodalité (1956), la Comunitat de Jesús (1968), la Fraternidad Carlos de Foucauld (1992). Una verdadera familia numerosa, unida por la inspiración de un hombre que ha dejado huella en la Iglesia: Carlos de Foucauld.
Los avalares de la inspiración original, de las formas que ha revestido el carisma, su capacidad de equilibrio y de adaptación han sido enormes, para poder crecer junto con la Iglesia y la sociedad, gracias a hombres providenciales como R. Voillaume, sus discípulos y seguidores, y de una mujer de gran calado profético, la Hermana Magdeleine y sus seguidoras.
2. El segundo balance se refiere al entramado de personas y contactos que supone la historia contada por R. Voillaume. Ya hemos tenido ocasión de evidenciar algunos personajes importantes de la historia espiritual del siglo XX que se entrecruzan en este relato fundacional. Una atenta lectura del índice de nombres (pp. 563-573), ofrece un panorama interesante de personas que han tenido contactos con esta historia. Baste una serie de nombres, entre los más conocidos, por su doctrina o su testimonio espiritual, además de los que forman parte de la historia de Carlos de Foucauld: los Cardenales Gregorio Pedro Agagianian, J. Cardijn, A. Dell’Acqua, L. E. Duval, M. Feltin, P. Fumasoni-Biondi, G. Garrone, P. Gerlíer, Ch. Journet, A. Larraona, A. Ottaviani, V. Valeri, E. Tisserant, D. Tardini, E. Suhard, J. Villot, P. Veuillot; los Obispos Ancel, C. Constantini y otros, corno Roland Gosselin; sacerdotes como H. Caffarel, A. Gelin, J. F. Six; los dominicos Bruckberger, Congar, Cottier, Duroux, Garrigou Lagrange, Labourdette, Loew, Lebret, Roland de Vaux; Jesuitas como el P. Hurtado Cruchaga; nombres y mujeres espirituales como R. Schütz, M. Robín, G. Sortais; personas de la cultura como el hebreo A. Chouraqi, el celebre R. Follerau, los esposos Raïssa y J. Maritain; este último terminó sus días con los Hermanitos de Jesús… además de los contactos oficiales con los Papas Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II.
3. La tercera reflexión y balance se refiere a la espiritualidad del Carmelo. En el índice de nombres se citan con amplitud los tres doctores de la Iglesia que tiene el Carmelo, porque, en cierto modo, forman parte de esta historia espiritual, tanto por su influjo en Carlos de Foucauld como en la trayectoria de R. Voillaume. Dejando lo que se refiere a la formación espiritual carmelitana del Hermano Carlos, tanto tras su conversión como durante su noviciado entre los Trapenses, recogemos algunos testimonios del autor.
R. Voillaume recuerda su contacto con las obras de San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús antes de su ordenación, los cursos seguidos en Roma sobre San Juan de la Cruz con el P. Garrigou Lagrange, el influjo ejercitado por los Santos del Carmelo en el hermano Carlos. Hay páginas elocuentes en las que el autor confiesa el influjo que en los principios de la vida eremítica del desierto ejercitaron sobre los primeros Hermanitos la doctrina de los Santos del Carmelo y la tradición de los Desiertos de la Reforma Carmelitana11. Es interesante la anécdota que cuenta cuando invitado a predicar un retiro en Lisieux a los que se preparaban para la misión obrera en Francia, tras haber insistido en el valor de la oración contemplativa, el Rector, un tal L. Augros, le dijo si todavía a esas alturas creía en San Juan de la Cruz, la respuesta fue neta: Sí creo. Y el comentario hecho a distancia escueto: «Y quedamos en silencio, toda la diferencia entre nosotros estribaba en esto»12. De hecho, la doctrina de Juan de la Cruz era guía en la formación de los novicios y criterio de verdad para la formación en los estudios con un talante contemplativo.
Teresa de Lisieux aparece también muy temprano en la formación del joven seminarista Voillaume; cuenta que cuando fue operado de apendicitis en Argel, al recobrar el sentido después de la anestesia, soñó en voz alta hablando de Santa Teresita. Su doctrina espiritual fue de gran importancia en la vida de los primeros Hermanitos que hasta se inspiraron en ella para el voto de víctima, cambiado después en voto de abandono. Lo recuerda el autor citando Incluso algunos escritos del Hermanito Noel, maestro de novicios13.
No cabe duda, como recuerda en vanas ocasiones R. Voillaume, que la tradición espiritual y contemplativa del Carmelo con la doctrina de sus Santos los confirmaba en la opción por la dimensión contemplativa y orante de su vocación.
Una nota que enriquece la relación constante que en la historia de la Iglesia existe siempre entre nuevos y antiguos carismas.
CONCLUSIÓN
Cuando se escriba con una cierta perspectiva la historia espiritual del siglo XX, no faltarán entre los fundadores de nuevas formas de vida consagrada, entre los maestros espirituales y entre los testigos de la vida espiritual renovada y comprometida, la mención de estos dos cristianos a los que hemos dedicado esta nota, con ocasión de la reciente publicación de algunos libros suyos. Es suficiente por ahora haber dejado constancia de ello, con la invitación a la lectura de estos escritos que nos traen a la memoria dos insignes contemplativos y apóstoles, enamorados de Cristo y del Evangelio.
(1) Recordemos su celebre obra “Au coeur des masses”, Cerf, París, 1950; última edición original en 1969, 2 vols. En español: En el corazón de las masas, Madrid, Studium, 1968, séptima edición.
(2) Ha sido publicado recientemente, después de su muerte, en la revista suiza Nova et vetera 78 (2003) pp. 3-1-4. El testamento, redactado en forma orante, tiene acentos autobiográficos muy importantes que coinciden con algunas de las páginas del libro que vamos a comentar.
(3) Charles de Foucauld et ses premiers disciples. Du desert árabe au monde des cites. París, Bayard, 1998; versión en italiano: Charles de Foucauld e i suoi discepoli, Edizioni San Paolo, 2001. Seguimos en esta exposición la edición italiana que tenernos a nuestra disposición.
(4) Retraite au Vatican avec sa Saínteté Paul VI, Fayard, Paris. 1968. Acerca de René Voillaurne y de sus escritos se puede consultar la bibliografía esencial del libro citado y las noticias de primera mano que él nos ofrece. Una bibliografía esencial acerca de R. Voillaume no es fácil de encontrar en castellano. Puede ser un punto de referencia la tesis doctoral, presentada y defendida en Burgos, del sacerdote argentino José María RECONDO, El camino de la oración en René Voillaume, Fundación «Gratis date». Pamplona, 2002.
(5) Desde el Sahara al mundo entero. Ciudad Nueva, Madrid, 1985.
(6) Angelika DAIKER, Hermanita Magdeleine. Vida y espiritualidad de leí fundadora de las Hermanitas de Jesús, Sal Terrae, Santander, 2003. Nos serviremos de esta biografía, amablemente enviada por las Hermanitas de Jesús al autor, para hacer una presentación. Una bibliografía esencial en el libro de Daiker o.c., p. 2-45.
(7) Sobre la espiritualidad del siglo XX me permito enviar el resumen que he hecho recientemente en lengua italiana; La Teología Spirituale, en Giacomo CANOBBIO-Piero CODA (edd.). La Teología del secolo XX. Un hilando, vol. III: Prospettive pratiche, Cittá Nuova, 2003, pp.195-322.
(8) Recuerdo haber participado en Tre Fontane en 1964, con motivo de la aprobación oficial de la Fraternidad, donde estaban presentes Roger Schütz y Max Thurian. Me impresionó que hubieran hecho la comunión y hubieran participado a la adoración del Santísimo Sacramento siendo protestantes.
(9) Para conocer mejor a la Hermanita Magdaleine, además de la citada bibliografía esencial del libro de A. Daiker, o.c. p. 245, remitimos a estas dos obras en italiano: Magdaleine di Gesú, Gesú per le strade, Piemme, Casale Monferrat, 2000; Magdeleine di Gesú, fondatrice delle piccole sorelle, Milano, Jaca Book, 1999.
(10) Con motivo de la muerte de R. Voillaume, el dominico G. Cottier (hoy cardenal), que conoció a R. Voillaume desde Joven, al tiempo de los estudios de los Hermanitos de Jesús en Marsella, le ha dedicado un hermoso testimonio acerca de la pasión de R. Voillaume por la teología y su influjo en el Concilio por el tema de una Iglesia pobre y de los pobres. Cfr. su testimonio en la revista italiana I piccoli Fratelli di Gesá. n. 9, primer Semestre 2003, con ocasión de la muerte de Fr. Rene Voillaume, pp. 28-30.
(11) R. Voillaume recuerda en varias ocasiones (pp. 25-4, 269) la lectura y el influjo del libro del P. BENOIT-MARIE DE LA SAINTE CROIX, Les saintes deserts des carmes dechaussés, y en general el influjo de la espiritualidad del Carmelo.
(12) Cfr. p.419.
(13) Cfr., pp. 211-212. 296. 546. 564. Hemos recordado al principio que el libro lo dedica R. Voillaume a Teresa de LÍsieux en el día en que Juan Pablo II la proclama Doctora de la Iglesia (19 de octubre de 1997).
Marcel Launay , René Voillaume, contemplación y acción, París, Ed. du Cerf, 2005, 273 p.
1Especialista en historia contemporánea del catolicismo, profesor emérito de la Universidad de Nantes y conocedor de los archivos de las fraternidades de los Hermanitos de Jesús, Marcel Launay recorre aquí el camino inseparablemente intelectual y espiritual de René Voillaume (1905-2003). Desde un enfoque muy estructurado y ampliamente documentado, el lector -como el título anuncia claramente la problemática del libro- puede captar simultáneamente el itinerario interior y la inscripción en la historia de una figura clave del catolicismo francés del siglo XXsiglo. Una de las grandes cualidades de la obra reside, pues, en el vasto panorama de la historia contemporánea del cristianismo que se elabora con rigor y precisión con motivo de esta biografía de un heredero espiritual del padre de Foucauld.
2Si René Voillaume es, para toda una generación de cristianos, en primer lugar, el autor del libro Au coeur des masses, publicado en 1950 y que rápidamente se convirtió en un clásico de la espiritualidad contemporánea, aquí se ofrece todo su recorrido. al lector, en su complejidad, a través de interrogantes, dudas e intuiciones notables; y esto desde las primeras influencias familiares, la formación en el seminario de Saint Sulpice, hasta los últimos compromisos y la reflexión protagonizada por Voillaume sobre temas tan actuales como la economía del desarrollo, la carrera armamentista, la relación con el trabajo.
3Después de haber asistido a la fundación de la primera fraternidad de los Hermanitos de Jesús dedicada a la adoración-testimonio en El Abioch, en medio del desierto del Sahara, en noviembre de 1933, el lector puede confrontar las preguntas que llevaron a René Voillaume a plantearse gradualmente la vida contemplativa fuera de la clausura, para inscribirla en la vida ordinaria de las mujeres y los hombres de este tiempo. Subrayando la gran fuerza de una lectura espiritual y realista de los acontecimientos, Marcel Launay traza con precisión esta evolución, así como el rápido desarrollo, la difusión y la diversificación de estas nuevas fraternidades en el mundo del trabajo, abiertas al mundo del trabajo entre las más pobre. Más allá de la historia
4Tal presentación facilita el acceso del lector a la espiritualidad a veces árida de René Voillaume. La antología de textos – extractos de cartas a las fraternidades y artículos diversos – que cierra la obra no es menos interesante ya que nos permite escuchar a René Voillaume dirigiéndose directamente a las comunidades sobre diversos temas de actualidad. Esta última parte termina con un testimonio de Jacques Maritain (fragmento de Le Paysan de la Garonne), seguido de un inventario de las fuentes consultadas (archivos) y una bibliografía temática que será de utilidad para cualquier trabajo de profundización.
René Voillaume, en el libro editado por San Paolo: «Charles de Foucauld y sus discípulos» cuenta la historia de la «Fraternidad de los hermanitos de Jesús» desde sus orígenes hasta 1968, año en que la Iglesia la aprobó. Del volumen reportamos algunos extractos del capítulo en el que se presenta el deseo de inculturación con el Islam por parte de los primeros religiosos, entre tensión evangelizadora e intentos inoportunos. Debemos hablar ahora de los muchos intentos de adaptar nuestra vida de oración no según las liturgias cristianas de Oriente sino según los ritos y modos de oración de los musulmanes que vivían a nuestro alrededor. Nos dimos cuenta de las diferencias que nos separaban mientras queríamos convertirnos en uno de ellos. En mi primera salida al desierto me llamó la atención que los gestos de la oración musulmana constituían una verdadera liturgia adaptada al desierto. En nuestras salidas solíamos rezar o recitar el oficio en cualquier posición; pero ¿por qué no adoptar actitudes verdaderamente expresivas de nuestra oración? Yo mismo lo experimenté en el desierto y desde mi primer khalwa (jubilación, ed .)en septiembre de 1934 informé de un ritual para recitar el oficio en el desierto.
El hermano iniciaba el oficio de pie, de cara a Jerusalén, hacia el oriente, lo continuaba sentado sobre los talones y se postraba para las doxologías que terminaban los salmos. Este ritual se practicó durante algún tiempo y, en cuanto a mí, siempre lo observé en mis khalwes y en mis viajes por el desierto. La costumbre fue posteriormente abandonada tras la inoportuna experiencia del adhïn o llamado a la oración desde lo alto del minarete del que ahora hablaremos.
El sonido de las campanas de las iglesias y capillas cristianas apareció en tierras islámicas vinculadas no sólo al cristianismo sino también al mundo occidental. A los musulmanes no les gustan las campanas. Por ello, conscientes de esta sensibilidad musulmana sobre todo en una población nómada, utilizamos lo menos posible nuestro timbre para llamar a las oficinas. Al principio no decíamos el Ángelus hasta el día que Monseñor Nouet nos lo pidió. No pude evitar quedar impresionado por ese rito islámico que convoca a los fieles a las horas de oración a través de la salmodia del adhïn, llamamiento lanzado desde lo alto de los minaretes. Ese llamamiento contiene al mismo tiempo un testimonio o profesión de fe y una invitación a la oración.
Así, se nos ocurrió la idea de sustituir el repique de las campanas que anunciaban las horas del oficio por la salmodia o canto de lista en árabe. En un principio, probablemente a partir de mediados de agosto de 1934, lanzamos el pase de lista en el patio de la fraternidad. Entonces decidimos construir un minarete de ladrillos de tierra. La construcción se llevó a cabo rápidamente y en la noche del 3 de octubre de 1934, por primera vez, lancé el pase de lista desde lo alto del minarete, no sin profunda emoción. Si mis recuerdos son correctos, nuestro adhïn ocurr¿ía seis veces al día en la mañana, antes del prime time, al mediodïa con la mencion del Angelus, a las 9 de la tarde, a la noche para las completas y a la medianoche y medio Habíamos mantenido el estilo de adhïnmusulmán, con la repetición de la misma frase al principio y al final del pase de lista.
Sólo he podido encontrar el texto de dos de esos llamamientos de los que da la traducción. A medianoche, para llamar al oficio de noche: Dios es el inmenso creador, no hay otro Dios sino el; levántate para orar, la oración es mejor que el sueño, alabado sea el maestro del universo. Oh Dios, derrama tu gracia sobre nosotros como la derramaste sobre Abraham y su descendencia. No hay otro Dios sino tú, el inmenso creador”. Cada frase se repetía dos veces.
Y a las 5.45, para llamar a la mayor brevedad: Dios es todopoderosa providencia, no hay otro dios sino él; venid a la oración, venid a implorar la ayuda de aquel que da a todos lo necesario. Oh María, la bendición sea contigo, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. No hay otro dios sino él, providencia todopoderosa».
[…] La proclamación de un adhïn en árabe desde lo alto de nuestro minarete despertó sin embargo perplejidad en la población de El-Abiodh, sin que fuéramos informados inmediatamente. La gente se preguntaba. ¿Estaban los hermanos en camino al Islam? Pero entonces, ¿por qué usaron una fórmula diferente mientras tomaban prestadas algunas frases del adhïn ?¿Musulmán? Las denuncias se presentaron ante el líder del destacamento de Gïryville.
En ese momento las autoridades se alarmaron e hicieron una investigación tras la cual recibimos la orden de cesar esta práctica. Monseñor Nouet, que había permanecido en silencio desde el comienzo de nuestra experiencia, ni aprobándola ni desaprobándola, me escribió el 17 de mayo de 1935 desde Aïn-Sefra para pedirnos formalmente que abandonáramos la llamada a la oración, incluso dentro de la fraternidad.
Ese incidente nos llevó a reflexionar sobre la naturaleza y los límites de la adaptación de nuestra vida religiosa al entorno de la población de EI-Abiodh. En efecto, Monseñor Nouet nos pedía que cesáramos la llamada a la oración no por prohibición de las autoridades civiles o por alguna inoportunidad, sino porque esa forma de adaptación era un error.
[…] Sin embargo, me sentí en profunda comunión con Louis Massignon. Cuando me pregunté por qué el hecho de llamar a la oración con la voz humana debería ser considerado específicamente musulmán, se lo había escrito a Massignon, quien respondió: Yo también me planteé la cuestión del origen del adhïnMusulmán. Es muy probable que se trate de una costumbre extendida en los laureles de los cristianos en el desierto; Me pregunto si las tradiciones musulmanas que rodean su institución parecen referirnos a cristianos abisinios o yemeníes. La idea de convertirla en algo específicamente musulmán es insostenible: la voz humana no tiene nada específicamente musulmán, especialmente cuando se trata de la gloria de Dios.
De por sí, es evidente que un pueblo árabe cristiano podría perfectamente expresar su fe y su vida religiosa con un llamado cantado o cantado para convocar a las oraciones litúrgicas, Louis Massignon y yo teníamos razón en esta hipótesis. Nuestro error, sin embargo, fue olvidar que en realidad no éramos un pueblo árabe cristiano expresándose en su propia cultura, sino una simple comunidad religiosa formada por unas pocas personas de cultura latina y europea. Nuestro segundo error fue atribuir una actitud y reacciones a la población musulmana de EI-Abiodh que resultaron ser erróneas. Para un musulmán, el conjunto de ritos con los que expresa su fe o su oración es intangible. Modificar o adaptar esos ritos es impensable. No corresponde a la religión adaptarse al hombre, sino al hombre adaptarse a la religión. Depende de Dios y de las leyes que Él ha establecido transformar al hombre. De un extremo al otro del mundo islámico, los creyentes, sea cual sea su mentalidad, hablan de la misma manera y realizan los mismos ritos. Sabiendo de nuestro interés en estudiar la religión musulmana, cuando escucharon nuestro llamado a la oración su primera reacción fue pensar que nos estábamos volviendo musulmanes, ya que no se les podría haber ocurrido la idea de una adaptación de la religión cristiana a sus ritos. Insatisfechos con nuestra religión cristiana, estábamos en camino de convertirnos al Islam; pero, pensaban, nos permitíamos modificar sus ritos, lo que les resultaba inaceptable e intolerable. En la situación en la que nos encontramos en EI-Abiodh, utilizar la llamada a la oración no fue en sí mismo un error, sino un intento inoportuno. Adhïn no es por naturaleza una práctica islámica, pero la comunidad musulmana lo considera como tal.
Dado que la adaptación a las culturas no cristianas y en particular al ambiente musulmán es una característica esencial de nuestra fundación, era necesario aclarar nuestra doctrina al respecto. Se había redactado un primer documento en 1934-1935, para el proyecto de un directorio. Ya se indicaron claramente los peligros de la adaptación y los errores a evitar. Es difícil decir si ese texto fue modificado o no después de la desafortunada experiencia del adhïn.
Un año más tarde, en 1936, se escribió otro texto íntegramente dedicado a la adaptación. Expresó perfectamente lo que pensábamos al respecto en ese momento. Este informe probablemente fue redactado para monseñor Richaud, obispo auxiliar de Versalles, con motivo de la Semana Social que se iba a celebrar en esa ciudad en julio de 1936 sobre el tema «Conflictos de civilizaciones». Más tarde, en 1944, nuestro juicio sobre las adaptaciones al Islam fue mucho más duro. Esos diferentes documentos de adaptación me parecieron importantes. Pero conviene subrayar con fuerza que, más allá de las variaciones de los signos y de las expresiones externas, esta adaptación espiritual, fundamento mismo de nuestro don a un pueblo y de nuestro ministerio de intercesión, nunca fue cuestionada. Rene Voillaume