San Charles de Foucauld, consolador del Sagrado Corazón

Charles de Foucauld

Anne Bernet 

Este santo eremita, que tejió el Sagrado Corazón en su hábito, se propuso como misión «consolar el Corazón de Jesús». Murió «mártir despojado de todo»

Algunas personas están hechas para amar y perderse en el amor. Charles de Foucauld tuvo la gracia de comprender, desde muy temprano, que se había extraviado al aferrarse a pasiones decepcionantes y posesiones efímeras. Así, tuvo tiempo de ir más allá de ellas y amar y consolar al Sagrado Corazón de Jesús.

Durante su expedición solitaria a regiones donde ningún cristiano se había aventurado aún, entró en contacto con el Islam y experimentó la trascendencia divina en una religión tan alejada del creciente materialismo de Occidente que consideró convertirse.

Sin embargo, era en el catolicismo de su familia donde Dios lo esperaba. Más precisamente, en un confesionario de la parroquia de san Agustín en París, donde el padre Huvelin lo invitó a arrodillarse para una confesión general. 

El penúltimo lugar

Charles emergió de esta confesión convertido, creyente, consciente de repente de la omnipresencia del Dios de sus antepasados ​​en su vida. Reconoció la providencia divina como constante y atenta, pero sobre todo profundamente amorosa.

Una revelación lo asaltó: Dios es Amor, y el cristianismo es la quintaesencia de este Amor. La Iglesia llega a existir mediante la humillación de la Segunda Persona de la Trinidad en la Encarnación y la muerte de Cristo en la Cruz: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que el mundo se salvara». El padre Huvelin resumió esta verdad en palabras que, a partir de entonces, iluminarían el camino del vizconde de Foucauld y lo convertirían en el hermano Carlos de Jesús: «Jesús ha ocupado el último lugar de forma tan absoluta que nadie podrá arrebatárselo jamás». 

Dado que el Rey ya había ocupado el último lugar, su siervo intentaría ocupar el penúltimo e imitarlo en todo. Ante todo, en su amor a Dios y al prójimo, un amor que nada puede simbolizar mejor que el Sagrado Corazón. Así que era lógico que, en 1889, Carlos subiera a la Basílica de Montmartre en París, aún en construcción, para consagrarse al Sagrado Corazón, ese «resumen de nuestra religión».

Consolando el corazón de Jesús

A partir de entonces, solo tuvo una idea: revelar a todos este amor deslumbrante, infinito y absoluto, que se extiende a todos, pero al que casi nadie responde. Por consiguiente, la otra vocación de Carlos sería «consolar el Corazón de Jesús».

«Amar, imitar y consolar» sería su norma de vida hasta el final. Esta vocación requería su entrega total, no en el monasterio trapense de Notre-Dame des Neiges, como al principio pensó, ni en Nazaret, en la oscuridad de su oficio de jardinero (caminos que recorrió durante un tiempo). Más bien, fue en el sacerdocio y la vida eremítica en lo profundo del Sahara.

Carlos de Foucauld con un amigo

Allí, nadie antes que él había celebrado la Misa ni había hecho tangible el sacrificio de Cristo en la cruz mediante la presencia eucarística. Fue allí para hacer la voluntad de Dios, no la suya, respondiendo al amor con amor, hasta el punto de anhelar el martirio.

La noche oscura del alma

Habría sido sencillo si hubiera experimentado gracias tangibles y satisfacciones espirituales, pero no las tuvo. Al aparente fracaso de sus esfuerzos —solo vio dos conversiones, y nadie fue a compartir su soledad en Tamanrasset— se sumó la noche oscura del alma. Su amorosa conversación individual con Cristo en la Misa y la adoración eucarística se convirtió en un soliloquio perpetuo, también aparentemente estéril.

«Todo me duele, incluso decirle a Jesús que lo amo. Ojalá pudiera sentir que Dios me ama, pero nunca me lo dice», le escribió a su prima Marie de Bondy. Sabía lo suficiente sobre la vida mística como para no sorprenderse por esto, ni para rendirse por tan poca razón. 

«Dios nunca le ha fallado al hombre; es el hombre quien le ha fallado a Dios», dijo.

Y eso fue suficiente para seguir adelante a pesar de la soledad y la amargura, convencido de que su misión algún día daría frutos inimaginables de conversión.

Fuente: Aleteia

Del corazón humano al corazón divino. La antropología origeniana en la encíclica Dilexit nos

El 24 de octubre de 2024, el Papa Francisco publicó la encíclica Dilexit nos, “sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo”. En ella, elabora una profunda reflexión sobre el corazón como centro integrador de la persona humana y lugar de encuentro con el amor divino. El autor de este artículo busca sistematizar las principales características del corazón presentadas en la encíclica, profundizando especialmente en las referencias a Orígenes de Alejandría.

 Por Fernando Soler

El 24 de octubre de 2024, el Papa Francisco publicó la encíclica Dilexit nos, “sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo”. En ella, Francisco elabora una profunda reflexión sobre el corazón como centro integrador de la persona humana y lugar de encuentro con el amor divino. En estas páginas busco sistematizar las principales características del corazón presentadas en la encíclica, profundizando especialmente en las referencias a Orígenes de Alejandría, un autor fundamental en la historia de la teología cristiana, pero a menudo olvidado en el magisterio eclesiástico. La presencia de este autor patrístico en el documento papal no solo muestra la profundidad del pensamiento teológico del Papa, sino que también permite recuperar una rica tradición mística que ve en el corazón el punto de encuentro entre el amor divino y humano.

La presencia de este autor patrístico [Orígenes] en el documento papal no solo muestra la profundidad del pensamiento teológico del Papa, sino que también permite recuperar una rica tradición mística que ve en el corazón el punto de encuentro entre el amor divino y humano.

El recorrido que propongo sigue un itinerario que busca profundizar progresivamente en el misterio del corazón, a la luz de la encíclica. Comenzaremos examinando su naturaleza como centro integrador y lugar de unidad de la persona, para comprender luego cómo esta realidad corpóreo-espiritual constituye el núcleo más íntimo del ser humano. Desde allí, exploraremos su dimensión moral como lugar de sinceridad y centro de las decisiones fundamentales, para, finalmente, reflexionar acerca de su vocación más alta como sede de la capacidad relacional y lugar del amor divino. Este camino culminará con una reflexión sobre el corazón como espacio de originalidad irreductible de la persona, especialmente significativa en nuestro contexto tecnológico actual. En cada etapa de este recorrido, la profunda comprensión que Orígenes desarrolló sobre el corazón nos ayudará a descubrir nuevas dimensiones de esta realidad central de la existencia humana, iluminando así la rica síntesis que el Papa Francisco nos ofrece en Dilexit nos.

Centro integrador de la persona

El concepto de corazón en el ámbito cristiano (καρδία = kardia) tiene profundas raíces en el pensamiento griego. Ya en Homero el término indicaba no solo el centro corporal, sino también el centro anímico y espiritual del ser humano, donde el pensar y el sentir están íntimamente unidos. En la Ilíada, el corazón aparece como centro del querer y lugar de las decisiones fundamentales. Esta idea se enriquece en Platón, quien le atribuye una función sintetizadora de lo racional y lo tendencial, donde confluyen tanto los mandatos de las facultades superiores como las pasiones[1]. Como se ve, las diversas tradiciones filosóficas nos ayudan a comprender que el ser humano no es una suma de distintas capacidades, sino un mundo anímico corpóreo con un centro unificador que otorga sentido y orientación a todo lo que vive en cuanto persona.

Orígenes desarrolla una interesante interpretación de la relación entre el corazón y el Logos de Dios a partir del texto del Cantar de los Cantares 1,1 (“tus pechos son mejores que el vino”). Para el Alejandrino, el gesto de Juan reclinándose sobre el pecho de Jesús representa la más íntima comunión con el Logos divino[2], pues el pecho es, siguiendo la tradición estoica, la sede del corazón (principale cordis/ἡγεμονικόν = hēgemonikón), donde reside la sabiduría y la ciencia. Así, las palabras del Cantar expresarían: “tu corazón y tu mente, esposo mío, es decir, los pensamientos que hay dentro de ti y la gracia de la doctrina, son mejores que todo el vino que suele alegrar el corazón del ser humano”[3]. Esta interpretación mística muestra cómo el corazón humano está llamado a participar de la sabiduría del Logos mediante una íntima comunión con él.

Para Orígenes, el corazón como centro integrador de la persona se manifiesta especialmente en el camino del auténtico discipulado. Este proceso de integración espiritual culmina simbólicamente en la cena con Jesús, momento que requiere un progresivo acercamiento y purificación del corazón.

Para Orígenes, el corazón como centro integrador de la persona se manifiesta especialmente en el camino del auténtico discipulado. Este proceso de integración espiritual culmina simbólicamente en la cena con Jesús, momento que requiere un progresivo acercamiento y purificación del corazón.[4] La culminación de esta intimidad se representa en el gesto de reposar la cabeza en el pecho del Señor, donde reside su corazón, sede del intelecto y del principio rector (ἡγεμονικόν = hēgemonikón). En esta unión íntima, el corazón del discípulo se integra con el del Maestro, recibiendo así la plenitud de su revelación.[5]

El lugar de la unidad de la persona

En la línea de lo anterior, la capacidad unificadora del corazón tiene raíces profundas en la antropología cristiana. Martin Heidegger, según la interpretación que se recoge en la encíclica, señala que el corazón alberga los estados de ánimo, trabaja como ‘un custodio del estado de ánimo’ y oye de una manera no metafórica ‘la silenciosa voz’ del ser.[6] Esta función integradora se ilustra bellamente en la figura de María, quien “miraba con el corazón” y era capaz de dialogar con las experiencias atesoradas ponderándolas en su corazón. El verbo griego symballein, del que proviene “símbolo”, significa precisamente reunir, ponderar, examinar consigo mismo, reflexionar, dialogar interiormente.[7]

Una realidad corpóreo-espiritual

La comprensión del corazón como realidad corpóreo-espiritual tiene una rica tradición que se remonta a los primeros siglos del cristianismo. En la escuela alejandrina, particularmente con Orígenes, se desarrolló una comprensión del corazón como realidad capaz de ser transformada por la gracia hasta convertirse en fuente de vida divina. Esta visión integral supera tanto el reduccionismo biológico como el espiritualismo desencarnado, mostrando cómo el corazón humano puede ser elevado a una nueva dimensión sin perder su realidad corpórea. Tomás de Aquino, siguiendo estas ideas, afirmaba que cuando alguien “se apresura a comunicar a otros diversos dones de la gracia que recibió de Dios, agua viva fluye de su seno”[8].

Esta visión integral supera tanto el reduccionismo biológico como el espiritualismo desencarnado, mostrando cómo el corazón humano puede ser elevado a una nueva dimensión sin perder su realidad corpórea.

Lugar de sinceridad

La Sagrada Escritura nos presenta el corazón como el lugar de la verdad más profunda, donde no cabe el engaño ni el disimulo, aunque, a menudo, haya en él una especie de coraza que hace “que se vuelva difícil sentir que uno se conoce a sí mismo y más aún que conoce a otra persona”[9]. Esto, en todo caso, no oculta totalmente el hecho de que el corazón es el espacio donde residen las verdaderas intenciones, lo que uno realmente piensa, cree y quiere, los secretos que a nadie dice y, en definitiva, la propia verdad desnuda. Esta dimensión se ilustra bellamente en el relato bíblico de Sansón y Dalila, donde ella reclama: “¿Cómo puedes decir que me quieres, si tu corazón no está conmigo?”[10]. Solo cuando él revela su secreto, “ella comprendió que él le había abierto todo su corazón”[11].

Centro de las decisiones fundamentales

La comprensión del corazón como sede de las decisiones vitales tiene una profunda raigambre en la tradición eclesial. Como explica el Concilio Vaticano II, el ser humano “por su interioridad es superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino”[12]. Es en el corazón donde surgen las preguntas decisivas: quién soy realmente, qué busco, qué sentido quiero que tengan mi vida, mis elecciones o mis acciones; por qué y para qué estoy en este mundo.[13] En este sentido, la tradición origeniana, aludida en varias ocasiones por la encíclica, nos enseña que el corazón no está determinado por naturaleza hacia la salvación o la perdición, como sostenían los gnósticos, sino que tiene la capacidad real de elegir. Esta elección está determinada por cómo el corazón, siendo la sede de la razón en el ser humano[14], es capaz de elegir el mirar al Logos divino, y hacerse semejante a él, al punto de ser como el Hijo de Dios.

(…) la tradición origeniana, aludida en varias ocasiones por la encíclica, nos enseña que el corazón no está determinado por naturaleza hacia la salvación o la perdición, como sostenían los gnósticos, sino que tiene la capacidad real de elegir.

En Orígenes[15], la libertad del corazón para decidirse por Dios se entiende dentro de un camino de progreso místico que, después de la caída desde la contemplación originaria, comienza con la vida práctica y culmina con la teórica, que es la contemplación última: conocer al Padre como el Hijo lo conoce. Este itinerario espiritual implica que los seres racionales son guiados por el Logos desde la vida práctica hasta la teórica, deviniendo hijos e hijas de Dios a semejanza del mismo Logos. El fin de este camino, como señala el Alejandrino, es que el corazón humano se vuelva capaz de conocer al Padre como el Hijo lo conoce, lo cual representa una forma inédita y sublime de contemplación que solo es posible mediante la transformación del corazón por la acción del Logos.

Sede de la capacidad de relación

La dimensión relacional del corazón encuentra una profunda comprensión ya desde los Padres de la Iglesia, particularmente en Orígenes. Para este autor, el corazón transformado por la gracia se convierte en una fuente viva para los demás: el alma del ser humano, que es a imagen de Dios, puede contener en sí y producir de sí pozos, fuentes y ríos.[16] Esta capacidad relacional no es meramente humana, sino que es reflejo de la imagen divina en cada hombre y mujer, y está orientada al servicio de la humanidad. Así, cuando alguien se une al Corazón de Cristo, no solo sacia su propia sed, sino que se convierte en manantial para otros.[17] Esta comprensión fue luego desarrollada por otros padres de la Iglesia, como Agustín, quien sostenía que este río que brota del creyente es la benevolencia.[18]

Esta capacidad relacional no es meramente humana, sino que es reflejo de la imagen divina en cada hombre y mujer, y está orientada al servicio de la humanidad. Así, cuando alguien se une al Corazón de Cristo, no solo sacia su propia sed, sino que se convierte en manantial para otros.

La comprensión origeniana del corazón como espacio de relación encuentra su fundamento más profundo en la dinámica trinitaria: el Logos media la presencia del Padre en el corazón humano, permitiéndole participar de la vida divina. Como explica el Alejandrino en su Comentario a Juan, “el logos que está en cada ser dotado de logos tiene, respecto al Logos que estaba en el principio, el Logos Dios estaba con Dios, la misma relación que el Logos que es Dios tiene respecto a Dios (Padre)”[19]. Esta relación de ordenación tiene un fin fontal, mediador y pedagógico, pues el Logos, siendo inseparable de la naturaleza de los seres racionales, les instruye internamente, permitiéndoles conocer aquellos preceptos que responden a la ordenación universal. Así, el corazón humano se vuelve capaz de una relación filial con el Padre, mediada eternamente por el Hijo.

El lugar de la capacidad del amor (y de amar)

La dimensión del corazón como sede del amor encuentra sus raíces teológicas más profundas en la tradición patrística. Orígenes, interpretando el texto de Juan 7,38 (“de su seno brotarán manantiales de agua viva”), comprende que el corazón del creyente no solo recibe el amor divino, sino que está llamado a convertirse en fuente de ese mismo amor para otros.[20] Esta comprensión fue luego enriquecida por la tradición mística, especialmente por san Buenaventura, quien afirmaba “la fe está en el intelecto, de modo que provoca el afecto”[21]. Es interesante la idea de que la escuela origeniana estableció así las bases para entender el corazón como punto de encuentro entre el amor divino y humano, una realidad capaz de ser transformada por la gracia hasta convertirse en fuente de amor para otros. Este aspecto místico de Orígenes, a menudo, escapa de la observación.

En el pensamiento de Orígenes, la transformación del corazón por el amor tiene una dimensión escatológica: cuando el Hijo entregue su reino al Padre, cada corazón humano devendrá perfectamente hijo, siendo asimilado al único Hijo, y volviéndose un directo espectador del Padre. Sin embargo, esto solamente será posible gracias a la unidad-filiación que provee el Logos, pues como señala Crouzel, el Hijo no es un estado que uno sobrepasa, es más bien aquel que comunica perpetuamente a sus hermanos su propia cualidad de hijo de Dios. La filiación de los adoptados depende solamente del Hijo Único[22]. De este modo, el corazón alcanza su máxima capacidad de amor al participar de la misma relación de amor que existe entre el Padre y el Hijo.

El espacio de la originalidad de la persona humana

La singularidad irreductible del corazón se manifiesta especialmente en el contexto actual, dominado por la tecnología y la inteligencia artificial. La encíclica señala que “el algoritmo en acto en el mundo digital muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más ‘estándar’ de lo que creíamos. Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón”[23]. Esta característica distintiva se relaciona con lo que ningún algoritmo podrá albergar, como esos momentos de la infancia que se recuerdan con ternura, los pequeños detalles que sustentan las biografías de las personas, lo ordinario-extraordinario que se guarda en los recuerdos del corazón.[24] Esta dimensión única y personal del corazón es lo que hace posible una auténtica relación con Dios y con los demás, escapando a la estandarización y la manipulación de la cultura tecnológica.

La singularidad irreductible del corazón se manifiesta especialmente en el contexto actual, dominado por la tecnología y la inteligencia artificial. La encíclica señala que “el algoritmo en acto en el mundo digital muestra que nuestros pensamientos y lo que decide la voluntad son mucho más ‘estándar’ de lo que creíamos. Son fácilmente predecibles y manipulables. No así el corazón”.

Conclusión

La encíclica Dilexit nos presenta una rica teología del corazón que integra magistralmente la tradición filosófica griega, la revelación bíblica y la reflexión patrística, particularmente la de Orígenes de Alejandría. A través de este recorrido, el Papa Francisco nos ayuda a redescubrir el corazón como realidad central de la persona humana, lugar donde confluyen nuestra capacidad de pensar y sentir, nuestra verdad más profunda y nuestra apertura al amor divino.

La recuperación de la tradición origeniana sobre el corazón resulta especialmente significativa en nuestro tiempo. En una época marcada por el reduccionismo tecnológico y la fragmentación de la experiencia humana, la comprensión del corazón como espacio de transformación por la gracia y centro de nuestra capacidad de relación con Dios y con los demás ofrece un antídoto contra la deshumanización. El itinerario espiritual que propone Orígenes, desde la vida práctica hasta la contemplación del Padre mediada por el Logos, encuentra eco en la invitación del Papa a redescubrir el corazón como lugar de encuentro con el amor divino.

La encíclica nos recuerda que el corazón humano está llamado a una progresiva transformación hasta participar de la misma relación de amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este destino sublime de nuestro corazón no es una mera especulación teológica, sino una realidad que se va realizando ya en nuestra vida cotidiana, cada vez que nos abrimos al amor y nos dejamos transformar por él.

Invito a la lectura directa y meditada de Dilexit nos. La profundidad de su reflexión teológica, la belleza de su lenguaje y la actualidad de su mensaje hacen de ella un documento excepcional para comprender mejor el misterio del amor humano y divino que se encuentra en el Corazón de Cristo. En sus páginas encontraremos no solo una doctrina sobre el corazón, sino una invitación a dejarnos transformar por ese amor que “nos amó primero”[25] y que continúa latiendo por nosotros en el Corazón de Cristo.


 Notas

* Fernando Soler es magíster y doctor en Teología, especialista en cristianismo primitivo, con foco en Orígenes de Alejandría, en temas de comida y bebida, y corporalidad. Actualmente es profesor asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
* Las fotografías que ilustran este artículo fueron tomadas por Victoria Jensen en el Templo Mayor de Campus Oriente, en octubre del 2024.
[1] Cf. Francisco; Carta Encíclica Dilexit nos sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo. Roma, 24 de octubre de 2024, n. 3.
[2] Orígenes; Homilías sobre Ezequiel VI,4, también Homilías sobre el Cantar de los Cantares I,3 y Homilías sobre Jeremías XVIII,9.
[3] Orígenes; Comentario al Cantar de los Cantares I,2,6-8. Trad. A. Velasco Delgado en BP 1 79.
[4] Cf. Orígenes; Comentario al Evangelio de Juan XXXII,14-17.
[5] Sobre la reciprocidad de la relación entre el Logos y el ser humano, con acento en metáforas del ámbito alimenticio, cf. Soler, Fernando; «Orígenes y los alimentos espirituales: El uso teológico de metáforas de comer y beber». Patristic Studies in Global Perspective 2 (Leiden-Paderborn: Brill | Schöningh, 2021), 131-35.
[6] Dilexit nos, n. 16.
[7] Cf. Dilexit nos, n. 19.
[8] Tomás de Aquino; Expos. in Ev. S. Ioannis, cap. 7, lectio 5.
[9] Dilexit nos, n. 6.
[10] Jc 16,15. H 410
[11] Jc 16,18. Cf. Dilexit nos, n. 5.
[12] Pablo VI; Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual. Roma, 7 de diciembre de 1965, n. 14.
[13] Cf. Dilexit nos, n. 8.
[14] Esto se expresa especialmente por el tema de ἡγεμονικόν = hēgemonikón, del que se ha tratado anteriormente.
[15] Para comprender mejor los elementos de Orígenes que esbozo acá, cf. Soler, Fernando; “Mística del Logos y contemplación del Padre en Orígenes. Aproximaciones desde el Comentario a Juan”. Teología y vida 59, no 4 (2018): 503-18.
[16] Cf. Orígenes; Homilías sobre Números XII,1.
[17] Cf. Dilexit nos, n. 173.
[18] Cf. Agustín; Tratados sobre el Evangelio de Juan XXXII,4.
[19] Orígenes; Comentario al Evangelio de Juan II,20. 
[20] Cf. Dilexit nos, n. 173.
[21] Cf. Dilexit nos, n. 26.
[22] Cf. Crouzel, Henri; Théologie de l’Image de Dieu chez Origène. Paris, Aubier. 1956, p. 82.
[23] Dilexit nos, n. 14.
[24] Cf. Dilexit nos, n. 20.
[25] 1Jn 4,10.

Humanitas 2024, CVIII, págs. 406 – 415

La espiritualidad francesa, fuente habitual de inspiración para el Papa Francisco

La cuarta encíclica del Papa Francisco, Dilexit nos, fue publicada el jueves 24 de octubre. Dedicada a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, se difundió primero en Francia antes de extenderse por todo el mundo. Esta nueva encíclica brinda la oportunidad de reflexionar sobre los vínculos del pontífice argentino con escritores espirituales franceses, en particular santa Teresa de Lisieux y San Charles de Foucauld

En el vuelo de regreso de la JMJ de Río en 2013, al ser preguntado por la cartera negra que llevaba al subir al avión y que había intrigado a los periodistas, el Papa Francisco respondió bromeando que no contenía «la llave de la bomba atómica», sino «un libro sobre santa Teresa del Niño Jesús, de la que soy devoto».

La monja normanda, a la que el Papa llama cariñosamente «Teresita» -la pequeña Teresa-, es su vínculo más estrecho con los escritores espirituales franceses. Hace un año, el 15 de octubre de 2023, el Papa argentino le dedicó una exhortación apostólica, con un título en francés: C’est la confiance. En ella, el Papa destacaba «la luz y el amor extraordinarios» difundidos por esta monja del siglo XIX, que murió a los 24 años en 1897 y fue proclamada Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II 100 años después.

Therese of Lisieux at 15 years old.
Santa Teresita del niño Jesús

«Teresa es testigo de la victoria definitiva de Jesús sobre todas las fuerzas del mal a través de su pasión, muerte y resurrección», insiste Francisco en este texto tan profundo, que ha pasado relativamente desapercibido en el contexto del Sínodo y la saturación de noticias internacionales.

«En una época en la que los seres humanos están obsesionados por la grandeza y las nuevas formas de poder», Santa Teresa de Lisieux «muestra el camino de la pequeñez», subraya el Papa Francisco, planteando muy bien esta paradójica noción de «pequeña grandeza».

El Papa Francisco, discípulo de Charles de Foucauld

Esta noción de pequeñez se encuentra también en el otro gran santo francés mencionado a menudo por el actual pontífice: Charles de Foucauld (1858-1916), a quien canonizó el 15 de mayo de 2022.

charles de foucauld canonisation
Charles de Foucauld

El eremita francés fue el artífice de un nuevo enfoque del diálogo con los musulmanes, e inspiró en gran medida la anterior encíclica de Francisco, Fratelli tutti, publicada en otoño de 2020, en el triste contexto de la pandemia del Covid-19 y el segundo encierro.

El texto se abre con una referencia a san Francisco de Asís y concluye con una oración de Charles de Foucauld, de quien el Papa recuerda que «orientó el deseo de donación total de su persona a Dios hacia la identificación con los últimos, los abandonados, en el fondo del desierto africano».

En un mundo cada vez más polarizado entre ricos y pobres, Francisco recuerda que «solo identificándose con los últimos pudo hacerse hermano de todos». Que Dios inspire este sueño en cada uno de nosotros», exhorta.

San Francisco de Sales

Otra figura francesa apreciada por el Papa Francisco es san Francisco de Sales, a quien dedicó una carta apostólica, Totum amoris est, publicada el 28 de diciembre de 2022.

«Para san Francisco de Sales, no había mejor lugar para encontrar a Dios, y para ayudar a buscarlo, que en el corazón de cada hombre y mujer de su tiempo. Lo había aprendido observándose atentamente a sí mismo desde muy joven y escrutando el corazón humano», insiste en este texto.

El vínculo del Papa con la espiritualidad francesa también incluye autores que estudió como parte de su formación como jesuita, como Henri de Lubac (1896-1991) y Michel de Certeau (1925-1986), así como autores más antiguos y menos conocidos como Louis Lallemant (1558-1635), Jean-Joseph Surin (1600-1665) y Jean-Pierre de Caussade (1675-1751). De sus escritos extrajo elementos para la reflexión sobre el discernimiento espiritual, que alimentaron su vida de religioso de forma crítica respecto a ciertas formas de ascetismo, sin negar la necesaria radicalidad de todo compromiso espiritual.

Una devoción francesa extendida a todo el mundo

Con su nueva encíclica Dilexit nos, dedicada al «amor humano y divino del Corazón de Jesucristo», el Papa Francisco vuelva a referirse a figuras francesas. Fue desde Francia donde se popularizó la devoción al Sagrado Corazón en el siglo XVII por los franceses San Juan Eudes y luego Santa Margarita María Alacoque, tras una aparición en Paray-le-Monial, en Borgoña. El director espiritual de Santa Margarita María, Claude La Colombière, era jesuita.

Al anunciar el pasado mes de junio la publicación este otoño de un documento sobre este tema, el Papa precisó que esta iniciativa se inscribía en un ciclo de celebraciones dedicadas a esta forma tradicional de devoción, que se abrió el 27 de diciembre de 2023, «en el 350 aniversario de la primera manifestación del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque». Estos 18 meses de festividades concluirán el 27 de junio de 2025.

Fuente: Aleteia

«Él nos amó», la cuarta encíclica de Francisco

La carta solemne ofrece una reflexión rica y oportuna sobre la centralidad del amor en la vida cristiana

El papa Francisco subraya en el documento la vitalidad del amor de Cristo como una fuerza capaz de transformar tanto a la Iglesia como al mundo. / Foto AFP

Hernán Olano

La más reciente encíclica del papa Francisco, «Dilexit Nos» (“Él nos amó”), dada a conocer este 24 de octubre, resuena profundamente en su llamado a volver al amor genuino y radical del Corazón de Cristo, tanto humano como divino. Este documento ofrece una reflexión rica y oportuna sobre la centralidad del amor en la vida cristiana, apelando a sus distintas dimensiones históricas, espirituales y teológicas. Como especialista en derecho canónico y vaticanista, observo cómo Francisco busca, con esta encíclica, reavivar la comprensión del amor abnegado que Cristo nos ofrece y que ha sido el fundamento de la fe católica desde sus orígenes.

Primero, «Dilexit Nos» nos recuerda que el símbolo del corazón, con su rica tradición en la teología cristiana, no es un mero ícono sentimental, sino un llamado a profundizar en la esencia misma de quien es Cristo: un puente entre lo humano y lo divino. El Papa urde una conexión magistral entre las descripciones clásicas y teológicas del corazón como centro de la persona, refiriéndose a sus raíces etimológicas y filosóficas que destacan la unidad del ser humano en cuerpo y alma.

La encíclica también aborda el reto de enfrentar un mundo que a menudo se sumerge en la superficialidad y el consumo compulsivo. En este contexto, Francisco impulsa a recuperar el corazón como centro de discernimiento y unidad, que llama a un replanteamiento del modo en que percibimos la vida y nuestras acciones diarias. Aquí, el papa lanza una crítica sutil pero potente contra las estructuras económicas y tecnológicas que buscan vaciar de sentido nuestro existir, y enfatiza la urgencia de cultivar una interioridad fecunda, movida por la autenticidad del encuentro con Cristo.

Es particularmente interesante cómo Francisco interpela a las comunidades cristianas a vivir este amor del Corazón de Jesús de manera activa, en una praxis que implica la reparación de las heridas del mundo. Recordando a figuras importantes en la historia de la devoción al Sagrado Corazón, como san Juan Eudes o santa Margarita María Alacoque, el papa entrelaza esta tradición con un imperativo de justicia social, llamando a una civilización basada en el amor. Esta integración de misticismo y acción social refleja una de las constantes del pontificado de Francisco: la inseparable unión entre contemplación y acción.

En la encíclica se mencionan varios otros personajes históricos de relevancia espiritual y teológica con aportes a su actuar, como es tradicional en los textos de Francisco: San Agustín y su importancia para el desarrollo de la devoción al Sagrado Corazón como símbolo de un encuentro personal con Cristo. San Bernardo de Claraval, quien retomó la idea del costado traspasado de Cristo como revelación del amor de su Corazón, como también lo hizo Guillermo de Saint-Thierry. San Buenaventura, quien unió la fuente de los sacramentos con la relación personal de amor en Cristo. Las visiones del Corazón de Cristo de Santa Gertrudis de Helfta y, la promoción de la confianza en la gracia y el amor del Corazón de Cristo de San Francisco de Sales. San Claudio de La Colombière, quien divulgó las experiencias de santa Margarita María y unió la devoción al Sagrado Corazón con una profunda espiritualidad ignaciana. Santa Teresa del Niño Jesús, la cual enfatizó la confianza ilimitada en la misericordia y el amor de Cristo y, San Carlos de Foucauld, el cual vivió una entrega al amor del Corazón de Jesús que lo llevó a una vida misionera y de fraternidad universal. Todos estos personajes, subrayan la rica tradición y la profundidad espiritual que nutre la devoción al Sagrado Corazón dentro de la Iglesia, según lo presenta el papa Francisco.

A nivel teórico, la cuarta encíclica de Francisco, «Dilexit Nos» (previamente la «Lumen Fidei», escrita en parte por su predecesor el papa Benedicto XVI; en 2015 publicó «Laudato si», sobre la ecología, y la de 2020, «Fratelli tutti», sobre la fraternidad universal), nos ofrece un marco donde la devoción al Corazón de Cristo se despliega en tres dimensiones amatorias: el amor divino, el amor humano espiritual y el amor humano sensible. Esta trifecta no sólo abre las puertas a una vivencia plena del misterio de Cristo, sino que nos convoca a ser sus testigos en un mundo que clama por justicia, solidaridad y paz. El papa subraya que estas expresiones de amor no son capacidades operativas separadas, sino manifestaciones que se integran armoniosamente en la vivencia cristiana auténtica.

«Dilexit Nos» plantea un retorno al corazón –no un regreso nostálgico a prácticas pasadas, sino una vigorizante invitación a vivir con valentía y esperanza el Evangelio hoy, a la luz del Corazón ardientemente amoroso de Cristo–. Esta encíclica es, pues, un llamado a que el amor sea el eje vertebrador de una nueva evangelización que se irradia con humildad y fortaleza desde el corazón mismo de cada creyente.

En la conclusión de la encíclica «Dilexit Nos», el papa Francisco subraya la vitalidad del amor de Cristo como una fuerza capaz de transformar tanto a la Iglesia como al mundo. Destaca cómo este amor genuino y gratuito, representado por el Corazón de Cristo, es fundamental para liberar a la humanidad de las cadenas del consumismo y la indiferencia. Francisco llama a los creyentes a dejarse llenar por el amor de Cristo, que es capaz de dar un nuevo corazón al mundo y renovar nuestras relaciones y estructuras.

El papa también señala que este amor no sólo es un refugio espiritual, sino una fuente de justicia, paz y solidaridad que se debe manifestar en acciones concretas. Advierte sobre la necesidad de que la Iglesia evite estancarse en estructuras obsoletas o fanatismos y abrace el amor vivificante de Cristo como motor de verdadera reforma y evangelización.

Finalmente, Francisco pide a Cristo que de su Corazón fluyan los ríos de agua viva para sanar y revitalizar la humanidad, llevándonos hacia un mundo más justo y fraterno, hasta que todos partamos del banquete del Reino celestial en unidad y plenitud.

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Hermano Universal….

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Esta imagen de Cristo con el corazón y la cruz, conocido como “el Hermano Universal”, un Cristo resucitado muy acogedor con los brazos abiertos a todos, lo elaboró el Hermano Carlos de​​ Foucauld el día de su ordenación (9 de junio de 1901) y que envió al padre Huvelin.  (Según Jean François Six, fue encontrado en 1953 entre la correspondencia con su padre espiritual).

La imagen Cristo, reproduce exactamente una pequeña imagen (de sólo 5,5 x 9,5 cm), publicado por la «Asociación del Sagrado Corazón de Jesús» de la Basílica de Montmartre, imagen que le había regalado su segunda madre…. Marie de Bondy.

En la parte inferior del dibujo puso sus iniciales «lesus – Caritas» y debajo una enunciación que es su proyecto de vida, realizada con frases de Jesús: «He venido a traer fuego sobre la tierra… para salvar lo que estaba perdido…»(Lucas 12,49, 19, 10)

Estamos en 1886 y este es un paso decisivo para su sacerdocio, después de su segunda conversión: “renuncia a ser un monje en la tierra santa y deviene en Sacerdote Secular para los no – cristianos” especialmente en Marruecos donde se encontraba antiguamente mientras él mismo era incrédulo. Es su compromiso de misión asumido amorosamente por» las ovejas más descuidadas».

El Sagrado Corazón de Jesús en las Fraternidades

Siguiendo al Padre de Foucauld, los Hermanitos deben dar testimonio, en medio del mundo, de una vida de intimidad con Jesús, sin que ello, sin embargo, sea procurado por sí mismo:
«Nuestra vida de unión con Jesús no es querida por esto, pues ella no es un medio sino un fin en sí misma. Nosotros debemos simplemente estar presentes» (AUC, 191).«Y para que una tal actitud no sea un [mero] método de aproximación, es preciso que sea vivida por los Hermanitos como una imitación del Corazón de Jesús, imitación que sólo puede ser fruto de la vida contemplativa» (L/I, 339).Asoma aquí el otro elemento que va a delinear la misión de las Fraternidades. Porque si bien la presencia del Hermanito en el mundo se hace necesaria para poder irradiar el Evangelio por medio de su vida, este aspecto de su misión es, con todo, algo derivado:

«Aquello que debemos desear, primariamente y ante todo, es la total comunión con la vida del Sagrado Corazón, que es el fin mismo de nuestra vida y que exige, igualmente, los contactos con los hombres, para ser vivida en plenitud» (AUC, 192).Redentores con Jesús: el Sagrado Corazón de Jesús y la vida contemplativa de las FraternidadesRecorriendo a grandes trazos la historia de la vida religiosa contemplativa, el Padre Voillaume señala que a partir de los tiempos modernos, ella tiende a salir del claustro y a penetrar la vida cotidiana de los hombres para asumir, tanto sus necesidades y sus penas, como la expiación de sus pecados. Esto, afirma, parece corresponder a un desarrollo de la espiritualidad cristiana que busca cada vez más su fuente y su camino en la contemplación del misterio del Corazón de Jesús. Las revelaciones del Sagrado Corazón a Santa Margarita María van a abrir una nueva etapa en la oración de las almas contemplativas.El fin de la contemplación ya no será únicamente la búsqueda sólo de Dios, sino la tendencia a identificarse y asimilarse a la vida del Corazón de Jesús, Redentor del mundo. Esto supone, además, un acento cristocéntrico sobre la vida contemplativa, en la que Jesús comunicará sus inquietudes y sufrimientos, asociándola a su trabajo redentor.«Es en esta línea donde se insertará la espiritualidad del Padre de Foucauld y sus Fraternidades, centrada totalmente sobre el misterio del Sagrado Corazón de Jesús Redentor. Ya hemos hecho notar esta particularidad de la espiritualidad del Padre, quien desde un comienzo asoció a la vida de Nazaret la intensa actividad redentora del Sagrado Corazón […], ese impaciente deseo de salvar, por la inmolación de sí mismo, del cual el alma del oscuro obrero de Nazaret debía desbordar, en el silencio de sus relaciones con el Padre» (AUC, 195).También los Hermanitos deberán centrarse en el Corazón de Jesús, si buscan penetrar en el misterio de Nazaret:«La vida de Nazaret es Jesús permaneciendo treinta años sin actividades exteriores definidas: un Hermanito no puede vivir en Nazaret si su vida entera no está en conformidad con la vida y con la actividad íntima de Jesús, con la de su Sagrado Corazón» (L/I, 289).Si bien son muy pocos los textos en los que Charles de Foucauld se refiere a la devoción al Sagrado Corazón considerándola en sí misma, advertimos, sin embargo, con facilidad, que la vida del Corazón de Jesús se encuentra para él subyacente a todo, y emerge a cada instante como algo tan natural, que pareciera hacerle innecesaria una referencia más explícita.El culto al Sagrado Corazón es, en el Hermano Carlos, inseparable del de la persona misma de Jesús. Y la necesidad imperiosa de asemejarse al Señor que él experimenta desde un comienzo, lo lleva a querer conformarse con los sentimientos de su Corazón. Esta búsqueda de conformidad hace nacer en él un deseo de inmolación, que se expresará primeramente en el anhelo del martirio. Pero habrá luego en él una actitud de constante inmolación interior, traducida particularmente en su voluntad de participación, mediante el sufrimiento, en el trabajo redentor de Jesús:«Deseo de sufrimientos para devolverle amor por amor, para imitarle, […] para entrar en su trabajo, y ofrecerme con El, la nada que yo soy, en sacrificio, en víctima, por la santificación de los hombres» (Ch. de Foucauld, Écrits spirituels, París 1947, 67).Los Hermanitos participan de esta vocación, y son llamados, junto al Hermano Carlos, a ser «redentores con Jesús». [Así el título de una importante carta del P. Voillaume, donde expone esta dimensión de la vida de las Fraternidades: AUCM (Sauveurs avec Jésus), 215-229. Traducida en la versión castellana como Redentores con Jesús]:«Amamos a Jesús: Queremos compartir toda su labor de Redentor y todos sus sufrimientos. […] Se trata de haber llegado a comprender bien el sentido de la Cruz en nuestra vida, y de haber aceptado alegre y generosamente que Jesús nos haga entrar en su trabajo. Es preciso que nuestra alma esté dispuesta a acoger el sufrimiento, a comprender su valor, y a amarlo poco a poco. Esto debe llegar a constituir un estado de alma permanente, que debemos trabajar por establecer en nosotros desde ahora. Se le podría llamar espíritu de inmolación, lo que indica el valor de sacrificio y de oblación que otorga esta disposición del alma a todos nuestros actos» (AUCM, 216-219). [Voillaume declara, en numerosas oportunidades, la influencia que tuvo sobre él Santa Teresa del Niño Jesús en lo que se refiere a la comprensión del sentido redentor del sufrimiento humano en la vida espiritual (cf. HIST, 1,146-147; 1,162; 4,59-60; 5,46)].«Estableciendo vuestra alma en este estado de inmolación conseguiréis la unidad de vuestra vida, que de este modo se transforma como en un solo acto vuelto hacia Dios, en una oblación vivida a cada instante. Es por esto por lo que nuestra vida es verdaderamente contemplativa. Pero lo es en un espíritu de reparación, de redención, lo que le confiere su matiz particular» (AUCM, 229).Esta aspiración de los Hermanitos a unirse enteramente al Corazón de Jesús no podrá llevarse a cabo sin padecer una profunda preocupación por la redención de los hombres y por sus sufrimientos. Porque todo configura una misma realidad, en la unidad del Cuerpo místico del Redentor.«Los hombres están demasiado cerca del Corazón de Jesús como para que sus sufrimientos, sus miserias físicas y morales, no hubieran tenido en él una profunda resonancia. Nosotros también habremos de experimentar, consecuentemente, todos esos sufrimientos» (AUC, 197).«No busquemos no ver, u olvidar, o distraernos de todos esos males que agobian a nuestros hermanos. Al contrario, nuestra alma debe llegar a ser enteramente receptiva de las preocupaciones y de todas las miserias de los otros. No encerremos nuestra vida interior en un oasis de indiferencia, bajo el pretexto de preservar nuestro recogimiento. Dejémonos invadir por todo el sufrimiento, todas las desesperanzas, todos los gritos de angustia de la humanidad. Somos totalmente solidarios en Cristo. Nuestros coloquios silenciosos con Jesús deben sensibilizarnos cada vez más para experimentar dolorosamente todo aquello que hace mal a nuestros hermanos e, inversamente, toda esta pena experimentada por nosotros a causa del sufrimiento de nuestros hermanos debe conducirnos a comprender mejor el abismo misterioso del corazón de Jesús» (AUC, 202).Advierte, sin embargo, Voillaume, sobre un riesgo: «El escollo que ha de evitarse es el de llevar esta compasión a una sensibilidad malsana, replegándonos sobre este sufrimiento, o dejándonos aplastar por él. La alegría de la cruz ha de dominar todo. Nuestra compasión no debe ser piedad o compasión puramente sensibles. El estado de nuestra alma ha de estar en comunión con el misterio mismo de Cristo y, consecuentemente, incluir la paz y la alegría inenarrables de las que el fondo del alma del Verbo encarnado estuvo siempre inundado. El riesgo principal de estos contactos es, pues, que ellos no repercutan en nosotros sino de un modo sensible y humano. De allí la constante necesidad de una unión muy pura con Jesús, a la que debe conducirnos nuestra vida eucarística; sólo ella podrá elevar poco a poco a la realidad de una participación en el misterio de la Cruz de Jesús, aquellas preocupaciones, fatigas y sufrimientos que nos alcancen nuestros contactos con los hombres» (Ib., 202-203).Uno de los motivos que más influyeron para que los Hermanitos abandonaran la vida claustral fue el deseo de compartir, de una manera efectiva, la suerte de los desheredados. Pero el contacto y las relaciones con los hombres no fueron sólo exigidos para la realización de una vida pobre, sino también «por la verdad misma de una vida contemplativa que tiene por término la unión a Cristo entero, el Cristo con todos sus miembros, y esta vida quiere ser una participación real en los sufrimientos de la Cabeza y de los miembros» (AUC, 199).«El tipo de vida contemplativa que nos ha legado el padre Charles de Foucauld no sólo se distingue por el hecho de que se viva en medio del mundo y compartiendo la condición de la gente pobre (esto implicará, por lo demás, una transformación de los medios de la vida contemplativa); va más allá, puesto que esa vida contemplativa, centrada en el Corazón de Cristo, se abre al misterio de la caridad para con los hombres,contemplada en su fuente divina» (CONT, 61).Será entonces en la contemplación del Corazón de Jesús y en la asimilación a él, donde alcance su unidad la vida contemplativa de las Fraternidades. Allí se conjugan elementos aparentemente contradictorios, que configuran la vida religiosa de los Hermanitos.«Toda la vida del padre Charles de Foucauld está consagrada al Corazón de Cristo como único lugar donde se encuentran […] esos dos movimientos de amor aparentemente tan diversos, en las condiciones de su realización concreta: el que nos impulsa a amar a Dios hasta la separación de lo creado, y el que nos mueve a amar a los hombres con una total presencia a sus tareas terrenas cotidianas» (CONT, 62).Si bien más adelante desarrollaremos con mayor detenimiento la dimensión eucarística de la vida de las Fraternidades, parece necesario, sin embargo, señalar aquí la íntima relación que existe, en la vocación de los Hermanitos, entre su participación en el misterio del Corazón de Jesús, y su vida eucarística. Ya Carlos de Foucauld presentaba claramente asociadas estas dos realidades en su experiencia espiritual. Voillaume se preocupó, a su vez, de que esto no se perdiera de vista en la experiencia espiritual de las Fraternidades:«Este estado de ofrenda al sufrimiento por amor, que tiende poco a poco a hacerse como habitual […], no hace sino explicitar el carácter de víctima en unión con Cristo, impreso por el bautismo en nuestras almas. En la Misa es donde ejercemos litúrgicamente este carácter, ofreciéndonos realmente con Jesús. No tengo, pues, necesidad de insistir aquí sobre la importancia primordial del Sacrificio Eucarístico en nuestra vida de redentores. «En la Santa Misa es donde realizamos al máximo esta comunión con Cristo crucificado y ofrecido, debiendo ser, nuestra vida de inmolación, su realización diaria» (AUCM, 227).

Fuente: RECONDO, José María, El camino de oración en René Voillaume

Carlos de Foucauld y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

undefined Capilla Beni Abbés. Pintura hecha por Carlos de Fucauld

Si bien son muy pocos los textos en los que Charles de Foucauld se refiere a la devoción al Sagrado Corazón considerándola en sí misma, se advierte con facilidad, que la vida del Sagrado Corazón se encuentra para él subyacente a todo, y emerge a cada instante como algo tan natural, que pareciera hacerle innecesaria una referencia más explícita. El culto al Sagrado Corazón es, en el Hermano Carlos, inseparable del de la persona misma de Jesús. Y la necesidad imperiosa de asemejarse al Señor que él experimenta desde un comienzo, lo lleva a querer conformarse con los sentimientos de su Corazón. Muestra de esto será el dibujo que hace del Sagrado Corazón para la capilla de Beni Abbés y el símbolo de Jesus Caritas que llevó prendido durante un tiempo en su vestimenta.

Veamos ahora dos cartas del hermano Carlos que expresan su manera de vivir según el corazón de Dios: La primera en relación al suicidio (abril 1892) de su amigo Henri Duveyrier, geógrafo y amigo también de los tuaregs:

El 8 de marzo de 1898 Foucauld dice a su director espiritual, el padre Huvelin, que ha leído a santa Teresa de Jesús diez veces en diez años.​ Posteriormente la lectura de la obra de Teresa de Jesús le condujo a los escritos de san Juan de la Cruz., terminando de leer la obra completa del gran místico español en octubre de 1898 y en lo sucesivo vuelve a ella y aconseja a menudo su lectura.​ En marzo de 1898 comienza la lectura de san Juan Crisóstomo por recomendación reiterada del padre Huvelin en 1897, sirviéndose de esta para sus meditaciones. Desde su conversión, Foucauld lee obras de los Padres del desierto, siendo el libro Vies des Pères du Désert1 decisivo en 1887, cuando buscaba la orden más apropiada para realizar su vocación.​ También Foucauld amó la lectura de algunos escritos de su época, especialmente el libro titulado Comment aimer Dieu?2, (¿Cómo amar a Dios?) del sacerdote Antoine Crozier3 que le marcó profundamente, convirtiéndose en su amigo y le influyó en la creación de una especie de cofradía de Hermanos y hermanas del Sagrado Corazón.

“Ya supe el triste final de nuestro pobre amigo M. Duveyrier. En mi familia era conocida la entrañable relación que me unía a él y me he enterado de este triste acontecimiento tal como lo han contado los periódicos. Me consoláis diciéndome cuán poca conciencia tenía de sus acciones en los últimos tiempos de su vida; espero que Dios en su infinita bondad le haya hecho misericordia: como decís, ¡era de carácter muy recto, de alma muy elevada, de corazón muy delicado! Tan pronto como supe de esta desgracia, mi Superior celebró la misa para esta querida alma y desde entonces rezo cada día, lo mejor que puedo, por nuestro pobre amigo. ¡Lejos de mí juzgar severamente a aquél que tan tiernamente amé! No tengo ningún derecho. “No juzguéis para no ser juzgados” dijo Nuestro Señor Jesucristo y mil veces nos ha encomendado que nos ocupemos de la viga que está en nuestro ojo y no de la paja que está en el ojo de los demás. Amar y orar, he ahí nuestro deber y no juzgar”4.

La segunda carta, dirigida a su prima, trata de Marie Croix, una anciana ciega acogida por Carlos de Foucauld en Beni Abbés:

“Desde el día de Navidad me siento obligado a tener una pobre mujer en la fraternidad. Estos últimos días me ha declarado que quería hacerse cristiana. La he llamado María a esta primera catecúmena de Beni Abbès. Ayer, por primera vez, estuvo en la capilla. María es una anciana ciega y extranjera. Llegó aquí hace 8 años y la ayudé a vivir en una casa del pueblo. La echaron y vino hacia mí el día de Navidad, sin techo. Este día, como ningún otro, no podía dejarla tirada; la instalé en el cuarto de huéspedes y ella vive allí. Es una buena mujer, de la cual todos dan testimonio”5.

 Esta búsqueda de conformidad, de imitación al Sagrado Corazón de Jesús, hace nacer en él un deseo de inmolación, que se expresará primeramente en el anhelo del martirio. Pero habrá luego en él una actitud de constante inmolación interior, traducida particularmente en su voluntad de participación, mediante el sufrimiento, en el trabajo redentor de Jesús:

«Deseo de sufrimientos para devolverle amor por amor, para imitarle,… para entrar en su trabajo, y ofrecerme con Él, la nada que yo soy, en sacrificio, en víctima, por la santificación de los hombres»6

              La adoración eucarística, y en particular la adoración nocturna, fue uno de los fundamentos de su espiritualidad. René Voillaume, continuador de sus pasos, señaló en su obra Oración en el desierto 7 (1953) que “Jesús en los evangelios” y “Jesús en la eucaristía” eran los dos polos alrededor de los cuales giró la vida de Foucauld.​ Para él, la “vida oculta de Jesús” y “Jesús oculto en la eucaristía” compartían la misma lógica.​ Por esa razón, al retornar a Francia en abril de 1909, pasó una noche en oración con Louis Massignon en la basílica del Sagrado Corazón.​ Diariamente y a lo largo de su vida, Foucauld dedicó miles de horas a la adoración eucarística,​ y priorizó esta forma de oración a cualquier otra actividad. Quiso llevar la eucaristía a los lugares en los que ella estaba menos presente, concretamente, al Sahara. Desarrolló una concepción novedosa de la eucaristía, que incluía un matiz teológico de cierta originalidad. Creía que la eucaristía irradiaba, llenaba de gracia y permitía, por su sola presencia, no solo la santificación de las personas que comulgaban sino además la de aquéllos que vivían cerca.​ Se trataba de la “irradiación eucarística” del pan sagrado.​

Su deseo de imitar la vida oculta de Jesús le llevó a innovar radicalmente el modo de realizar su apostolado, que no concebía como una estrategia​ sino como una búsqueda de ser ejemplo de vida cristiana en el quehacer cotidiano,​ una “presencia cristiana” entre poblaciones no cristianas, en el que conducía una vida similar a los demás pero buscando imitar la vida de Jesús. El estudio de la lengua tuareg le ayudó a integrarse plenamente en este proceso de aceptación, de comprensión y de ayuda a las poblaciones.​

Para Foucauld, este conocimiento del otro debía conducir a la búsqueda de su bienestar material, a través de la educación​ y del progreso técnico, intentando además desarrollar la inteligencia del otro y su dignidad sin esperar nada a cambio.​ Al anotar en su diario lo que le había dicho el padre Huvelin en su viaje a Francia de 1909, Foucauld plantea lo que denomina el “apostolado de la amistad”:

“Mi apostolado ha de ser el apostolado de la bondad. Al verme ha de decirse: «puesto que este hombre es bueno, su religión ha de ser buena». Si se pregunta por qué soy dulce y bueno, tengo que responder que porque soy servidor de uno mucho más bueno que yo. ¡Si supierais lo bueno que es mi maestro Jesús!”8

En diferentes momentos de su vida, Foucauld rechaza para sí el término “misionero”:

“Monseñor Guérin tendría una leve y discreta tendencia a transformar mi vida de monje silencioso y escondido, mi vida de Nazaret, en una vida de misionero. Yo no seguiré esta última tendencia, pues creería ser muy infiel a Dios, que me ha dado la vocación de vida oculta y silenciosa y no la de hombre de palabras. Monjes y misioneros son, unos y otros, apóstoles, pero de manera diferente. En esto no cambiaré y seguiré el camino que […] estoy siguiendo hace catorce años: vida oculta de Jesús, junto con otros si Jesús me los envía, solo si me deja solo”9​.

“Mi vida no es aquí la de un misionero, sino la de un ermitaño”, escribió a Henri de Castries el 28 de octubre de 1905.​ Y el 2 de julio de 1907, escribió a monseñor Guérin: “Yo soy monje, no misionero, hecho para el silencio, no para la palabra”.​ Desarrolló un apostolado de presencia silenciosa, “desconocido”.​ En su correspondencia, Foucauld se manifestaba convencido de que esta presencia era esencial con el fin de “roturar”, es decir, de preparar la tierra como primera etapa en el camino de la evangelización. Para Foucauld, el primer apostolado era el que pasaba por “la bondad, el amor y la prudencia”, características propias del Sagrado Corazón de Jesús.


1  ANÓNIMO, Vies choisies des Pères du Désert, Clasic Reprint.

2  A.CROZIER, Comment aimer Dieu, Excelsior, Association Théotime,2004. Este pequeño libro, publicado en 1894, supero los 1.3 millones de copias.

3. Antoine Crozier (1850-1916). Ordenado sacerdote en 1877 para la diócesis de Lyon. Hizo la ofrenda total de su ser y recibió los estigmas, participando así en los sufrimientos de Cristo. Su doctrina espiritual es simple, corta y práctica, muy similar a la de santa Teresa de Lisieux.

4  Carta a Maunoir, Trapa de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, el 30 de enero de 1893: Archivos de la Postulación.

5  Carta a Marie de Bondy, de Beni Abbès el 19 de enero de 1903: Archivos de la Postulación

6  CH. DE FOUCAULD, Écrits spirituels, París 1947, 67.

7  R. VOILLAUME, Oración en el desierto, Ediciones San Pablo, Madrid 1972.

8 Diario, 1909.

9 Carta al padre Huvelin, 10 de junio de 1903.