Michel Quoist nació en 1921 en Le Havre (Francia). En su adolescencia se incorporó a la Acción Católica. Ingresó en el seminario a los 18 años y en 1947 fue ordenado sacerdote. En 1954 se doctoró en ciencias sociales y políticas por el Instituto Católico de París. Fue párroco y consiliario de múltiples movimientos de Acción Católica. Asimismo, desempeñó los cargos de secretario general del comité episcopal francés para América latina y de responsable del servicio de vocaciones de la diócesis de Le Havre. Murió en 1997. De sus obras cabe destacar: Amor. Diario de Daniel, 1956; Triunfo, 1961; Dar. El diario de Ana María, 1962; En el corazón del mundo, 1970; Jesucristo, palabra del Padre, 1978; A corazón abierto, 1981; Háblame de Amor, 1985; Caminos de oración, 1988; Dios me espera, 1993; Dios sólo tiene deseos, 1996.
La oración une al alma con Dios. Aunque nuestra alma sea siempre semejante a Dios por su naturaleza, restaurada por la gracia, de hecho a menudo se distancia de su semejanza a consecuencia del pecado. La oración nos muestra que el alma debe querer lo que Dios quiere; reconforta la conciencia; la hace apta para recibir la gracia. Dios nos enseña así a rogar con una confianza firme de que recibiremos aquello por lo que rezamos; porque nos mira con amor y quiere asociarnos con su voluntad y con su acción benéficas. Nos incita pues a rezar por lo que le agrada; Parece decirnos: «¿Qué es lo que podría gustarme más que veros rezar con fervor, sabiduría e insistencia con el fin de cumplir mis deseos?» Por la oración pues, el alma se une con Dios.
Pero cuando por su gracia y su cortesía, nuestro Señor se revela a nuestra alma, entonces obtenemos lo que deseamos. En este momento, no vemos otra cosa que debamos pedir. Todo nuestro deseo, toda nuestra fuerza están totalmente fijos en él para contemplarlo. Es una oración elevada, imposible de sondear, me parece. Todo el objeto de nuestra oración es estar unido, por la visión y por la contemplación, a aquel al que rogamos, con una alegría maravillosa y un temor respetuoso, con una dulzura y deleite tal que no podemos rogar más, en estos momentos, que por done Él nos conduce.
Lo sé, cuanto más Dios se revela al alma, más tiene sed de él, por su gracia. Pero cuando no lo vemos, entonces sentimos la necesidad y la urgencia de rogar a Jesús, a causa de nuestra debilidad y de nuestra incapacidad.
Juliana de Norwich (1342-después de 1416) Monja inglesa Revelaciones del amor divino, cap. 43
En el libro Madeleine Delbrêl una mística en el mundo obrero, de JL Vázquez Borau, Editorial San Pablo, he descubierto a una mujer que me ha fascinado tanto por su humanidad como por su espiritualidad. Madeleine Delbrêl vivió en una Europa de guerras, pobreza y desigualdades, nada que ver con la Europa del bienestar que nos ha tocado vivir a nosotros. Su ambiente familiar ateo y sus amistades agnósticas la alejaron del catolicismo hasta que a los 20 años tuvo lugar en ella un proceso de conversión; se enamora de Dios. No lo busca, es Dios quien la encuentra y ya nunca la abandona. Y, entonces, empieza a rezar. Para Madeleine Delbrêl la oración es totalmente indispensable para mantener firme la fe en una sociedad que va por otro camino. Si creemos en el Dios vivo que sostiene nuestras vidas es lógico que queramos relacionarnos con Él, que lo busquemos, que hablemos con Él. Para Madeleine “la oración debe tener un tiempo reservado para sí misma pero no un tiempo sobrante, sino un tiempo que deja lo útil por algo más útil”. A través de la oración Madeleine va experimentando a Dios y es esta experiencia la que llena todo su espacio y tiempo y da sentido a todo su amor por los más pobres y a buscar caminos de hospitalidad y de diálogo. “La oración en cualquier momento, en la medida que estemos preparados para ello, nos pone en contacto con el Dios que nos da la Vida”. Madeleine introdujo en la sociedad secular nuevos modos de orar. Donde no hay tiempos ni espacios adecuados para rezar, el deseo de Jesús hace que ella aproveche cualquier lugar y momento para hacerlo. Madeleine es una mujer enamorada de Dios que busca cualquier momento del día como oportunidad para el encuentro, aunque sea breve, y son estos pequeños momentos de oración los que la conducen hacia momentos de silencio y mayor recogimiento para una escucha activa de Dios. Su opción radical por vivir con los pobres y desfavorecidos de la sociedad de su tiempo la llevó a crear una comunidad de mujeres laicas, “La Charité de Jésus”, en un suburbio obrero de París. Ella y sus compañeras trabajan en la calle atendiendo el sufrimiento de los más abandonados. Allí trabaja primero como asistente social muy activa y al final de la II Guerra Mundial deja su trabajo y se centra en organizar su comunidad. Madeleine se interesa por todos y dialoga con las autoridades de ideología marxista trabajando con ellos en pro de la justicia social, pero no oculta que la esperanza que la anima es el Cristo de los pobres, y no deja de anunciar el Evangelio. Madeleine entendió que es el servicio el que construye la Iglesia de Jesús porque Jesús no vino al mundo para exigir que le sirvan, sino “para servir y dar su vida en rescate por todos”. Ella sirvió al proyecto del Reino de Dios desviviéndose por los más débiles y necesitados, comprometida y entregada al proyecto de Jesús. Podríamos decir que Madeleine Delbrêl fue una “contemplativa en la acción”; oración en cualquier momento con el Dios vivo que llevamos dentro de nosotros, que nos impulsa a estar presentes en todo sufrimiento, y así experimentar toda la fuerza del amor evangélico. Madeleine supo que seguir a Jesús era despojarse de todo y vivir donde hiciera falta. Vivió y actuó en el mundo y se abandonó en manos de Dios. La vida de Madeleine Delbrêl nos interpela como cristianos laicos y es, al mismo tiempo, un bellísimo ejemplo a seguir por todos.
Histórico. Nos visita en la Tekkia Sufi de Colegiales, León Gieco y nos propone grabar su clásico “Sólo le pido a Dios” junto a nuestro Alma Sufi Ensamble. Se sumó el cantante Gastón Saied, de la comunidad judía. Y nuestra vocalista Nuri Nardelli. “Sólo le pido a Dios” interpretado por primera vez en español, árabe y hebreo. Tres idiomas, un mismo corazón. Y un mismo pedido por la paz en Medio Oriente.
Imagen de Madre Teresa en la posición que ella solía rezar en Calcuta
Querido Jesús, ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que vaya, inunda mi alma con tu Espíritu y tu Vida. Penetra y posee todo mi ser, tan completamente que mi vida no sea más que un brillante reflejo tuyo. Brilla a través de mí, y hazte tan presente en mí, que cada alma con la que entre en contacto experimente tu presencia en mi alma. Que levanten los ojos y ya no me vean a mí, sino sólo a Jesús. Quédate conmigo, y entonces empezaré a brillar como tú brillas; brilla de tal manera que seas luz para los demás. La luz, oh Jesús, vendrá toda de ti; ninguna será mía. Tú brillarás sobre los demás a través de mí. Permíteme, así, alabarte de la manera que tú amas: brillando con luz sobre los que me rodean. Permíteme proclamarte sin predicar, no con palabras, sino con el ejemplo, con un poder que atrae, con la influencia benévola de lo que hago, con la plenitud tangible del amor que mi corazón lleva por Ti. Amén.
Rezar es buscar sin cansarse el rostro de Dios. Para hermanita Magdeleine como para el hermano Carlos uno de los lugares privilegiados de esta búsqueda apasionada del Amado es la palabra de Dios y especialmente el Evangelio. Fue escrutando los escritos del hermano Carlos como ella descubrió «la espiritualidad pura del Evangelio» Por eso escribió a las primeras hermanitas en 1942: «Leed y releed el Evangelio. Meditadlo y volvedlo a meditar hasta saberlo de memoria, en francés y en árabe. Llegad a estar tan orgullosas de él como los musulmanes lo están del Corán… ¡y no es poco decir!… Y veréis entonces cómo esta formación os simplificará, os transformará en la línea del hermano Carlos de Jesús, que es el camino del mismísimo Jesús.» (L.1 p.147)
Esta espiritualidad centrada en la persona de Jesús y en el Evangelio aparece ya claramente en el directorio de 1938. La segunda parte de ese folleto contiene varios capítulos y se titula: «A la luz del Evangelio» Se lee allí: «Después del sagrario las hermanitas no tendrán nada más caro que el Evangelio, donde encuentran también la presencia de Jesús» y hermanita Magdeleine recomienda que lo lleven siempre encima y que lo sepan de memoria.
Luego, en un pequeño capítulo titulado: «La persona de Jesús» escribe: «Jesús en el Evangelio será para las hermanitas el Libro vivo, substancial. Será su Camino Único, su único jefe, su íntimo amigo.
Vivirán bajo su mirada, pero sobre todo le verán vivir a través de un contacto íntimo y muy frecuente con él en el Evangelio.
Harán que viva en ellas y a su alrededor, hablando de él con amor como de un ser vivo y muy cercano, que ocupa el primer lugar en su vida y en su corazón, y se esforzarán por desaparecer para dejarle hablar y actuar en ellas con su Corazón y su Voluntad.
Pero, sobre todo, deberán esforzarse en conformar su vida con la vida misma de Jesús, para no ser más que uno con él».
«Conformar su vida con la Vida de Jesús», amar como él amó esto es lo importante para hermanita Magdeleine, que decía a menudo a las hermanitas a propósito de los estudios de teología: «Pensad siempre en esto: «Ay del conocimiento que no se convierte en amor» ¿Qué es la «Verdad» sin la «Vida»?
El Modelo Único
En Nazaret, el hermano Carlos se había hecho un breve retrato de Jesús titulado «El Modelo Único», compuesto únicamente por citas evangélicas. Diez años más tarde, escribía al P. Huvelin: «Desde entonces lo leo sin cesar y me gusta tener este retrato cada día ante mis ojos».
En 1941 hermanita Magdeleine redactó también para las primeras hermanitas un texto titulado: «El Modelo Único». A la luz de una palabra del Evangelio evocaba cada una de las grandes etapas de la vida de Jesús, comentando brevemente la manera como las hermanitas podían conformar su vida con la de Jesús. Fue la primera expresión escrita de los distintos puntos fuertes de nuestro carisma y se percibía ya la inspiración del Boletín Verde. Cada vez que las hermanitas partían para una nueva fundación hermanita Magdeleine les entregaba este texto.
En el Boletín Verde, en 1945, escribe: «El hermano Carlos de Jesús no abrió ningún camino nuevo, a no ser el camino único, el camino de Jesús. Escogió un Modelo Único: Jesús, un único jefe, un único maestro: Jesús. Te dirá que no tengas más que un pensamiento, un amor, un deseo: Jesús. Te dirá que una sola cosa es necesaria: amar a Jesús».
Te dirá que «pongas los pies en las huellas de sus pasos», «la mano en su mano» –que «vivas de su vida»– que «reproduzcas amorosamente en ti sus rasgos». Te pedirá que, con su gracia, te dejes penetrar tan profundamente por su Espíritu que «pienses sus pensamientos, digas sus palabras, realices sus actos, en la medida en que puedas, en una palabra, que desaparezcas para dejarle hablar y actuar con su corazón y su Voluntad». ( BV 41-42)
Y un poco más lejos añade: «Tus días estarán encuadrados entre la primera y la última oración de Jesús a su Padre: «Heme aquí Padre, vengo para hacer tu voluntad» y «Padre, pongo mi alma en tus manos».
Una contemplación al alcance de todos
Hermanita Magdeleine estaba íntimamente convencida de que ese camino de oración marcado por la simplicidad de vida de Nazaret era una forma de contemplación accesible a todo el mundo. En una carta a las primeras novicias en 1943, les habla largo y tendido de una obrera encontrada durante sus giras de conferencias: «He encontrado aquí a Gabrielle, una obrera de fábrica, que nos dice: «¡Cómo os envidio! Habéis escogido la mejor parte. Sin embargo, tengo tres hijos y un marido y les quiero mucho. ¡Pero qué felices sois!» Y hete aquí que, una vez que siente confianza, nos dice cosas maravillosas. Buscó a Jesús hasta que lo encontró y se le reveló. Sin estudios, ha descubierto la más pura doctrina. «Los libros me cansan con sus palabras sabias» me dice. «El Jesús (se expresa siempre así) tiene palabras tan sencillas y tan bellas para enseñarnos. Se le encuentra en todas partes: limpiando, barriendo. Ayer, quise reservarme tiempo para leer, pero me fue imposible. Entonces, echando un remiendo a una pieza de ropa de uno de mis hijos, dije el Padre Nuestro y el Jesús se me reveló. Estaba en mí y yo quería buscarlo muy lejos. Quisiera tanto construirme una soledad con él y quisiera también darlo a todos, compartirlo».
Era una laica quien hablaba así, una madre de familia, una humilde obrera.
«Tomad, nos dijo, dándonos un rosario y algunas estampas. Dadme la alegría de no tener nada en el bolsillo. Es una alegría tan grande no tener nada, como san Francisco»… No quería separarse de nosotras: «¡Qué felices sois!» nos repetía. (LI 175)
Este mismo camino de gran simplicidad es el que hermanita Magdeleine propondrá a las hermanitas un poco más tarde, en el Boletín verde: «Que estas palabras de vocación contemplativa, de contemplación, no te asusten. Que no evoquen a tus ojos la idea de una vocación excepcional, de algo tan elevado que la mayoría de los hombres no puede acceder a ello.
A la luz del hermano Carlos de Jesús, que evoquen para ti la actitud sencilla y confiante, amante, del alma en conversación íntima con Jesús, las ternuras de un niño pequeño con su padre, las efusiones de un amigo con su amigo:
Cuando amamos, quisiéramos hablar sin cesar con el ser amado o por lo menos mirarle sin cesar. La oración no es otra cosa: la conversación familiar con nuestro amado. Le miramos, le decimos que lo amamos, gozamos por estar a sus pies… (Hermano Carlos de Jesús. Escritos espirituales p.3)» (BV 38)
El deseo de Betania
En 1946, después de algunos días de retiro, escribe: «Era esto lo que esperaba – no para descansar sino para estar contigo, Señor, contigo, sólo contigo, como María en Betania.
Nadie ha comprendido aún esto, es nuestro secreto. Nadie ha comprendido que es por un mayor amor que voy por los caminos y en medio del mundo, pero que sueño con esta soledad que en, medio del mundo, llevo en el fondo del alma – deliciosa soledad, habitada por ti, Señor.» (DC. II 26)
En los primeros años designa esa sed de intimidad con Jesús con una única palabra: «Betania»
Esa sed no la abandona. El 27 de diciembre de 1946 escribe al P. Voillaume: «Al llegar a Francia, comunico a hta. Matilde este pensamiento obsesivo, diciéndole que no puedo más y que un día me iré sin dejar la dirección, escribiendo apenas: «Me voy a Betania» En plena calle de Marsella, hermanita Matilde me dice: «Y nosotras, ¿no podríamos hacer lo mismo y tener nuestro Betania?» Y como un relámpago, en la calle, se concreta todo el plan de la fraternidad de adoración…» (DC. II 28-29)
Encontrar en el silencio el Amado, permanecer a solas con Él, es una necesidad del amor. Hta. Magdeleine lo llevaba en ella como un fuego. Por esto desde la fundación subrayó la importancia vital del tiempo entregado a la oración silenciosa: hora de adoración diaria, adoración de noche cada semana, períodos más largos de soledad: fin de semana, retiro anual…
El 8 de septiembre de 1973 escribía a las hermanitas:» Tiene que ser una nueva etapa en el camino de la santidad (…) Este camino es ante todo el camino de la adoración y la contemplación, en unión con la oración de Cristo, porque es lo que hemos de hacer en primer lugar, no lo olvidéis nunca… Es Jesús amado con un amor personal, con un amor lleno de respeto, pero también de ternura y de amistad… No tengáis miedo de él… Id a él sin temor como a vuestro amigo más querido. Él ha velado su grandeza divina bajo el aspecto más humilde y más pobre que hay.» (LV 78-79)
Del texto de la Hermana ANNIE DE JESÚS, «Camino de oración… con hermanita Magdeleine ¿No es el amor el elemento esencial de toda vida contemplativa?»
La edición corre a cargo de Miguel Anxo Pena González
Los días 26 y 27 de octubre de 2022 se celebraron las LIV Jornadas de Teología en el Aula Magna de la Universidad Pontificia de Salamanca, el mismo espacio que vería, casi dos años después, la ceremonia de investidura como doctor honoris causa del cardenal Seán Patrick O’Malley, arzobispo de Boston. Entre una fecha y otra se enmarca la publicación La oración en un mundo sin Dios (BAC, 2024), y si las relacionamos es porque, precisamente, en aquellas jornadas fue el mismo cardenal el encargado de abrir con su conferencia inaugural «Orar en un mundo que sufre». En ella presentó un recorrido por las distintas prácticas de oración que ofrece la Iglesia —novenas, salmos, la misma oración de Jesucristo, etc.— con el aval, abundante y generoso, de su propia experiencia. Su texto es rico en anécdotas con las que expone una forma muy particular de oración: no como anestesia al dolor, sino como búsqueda de sentido en medio del sufrimiento. Recuerda que «Jesús no curó a todos los enfermos y no todos los enfermos que van a Lourdes se curan» (p. 29), porque en la misma prueba están los medios para nuestra santificación. Y es que no en vano el símbolo del cristianismo es la cruz, que no revela otra cosa sino el misterio mismo del sufrimiento y, por ello, sentencia el cardenal, «la verdadera oración siempre dice sí a la voluntad de Dios porque creemos que Dios nos ama tanto que quiere lo mejor para nosotros» (p. 40).
Esto sirvió como punto de arranque de unas jornadas en las que se ahondó en la oración en medio de un mundo que, o bien ha cerrado su diálogo con el cielo o, peor aún, ha sustituido a Dios y la religión por la fe ciega en el avance científico. Así, Martín Gelabert indaga en las dimensiones antropológicas y teológicas de la oración, pues si la comunicación es esencial y constitutiva del ser humano, la propia oración, como acto comunicativo con Dios, también lo ha de ser. Por más que el mundo moderno se empeñe en sustituir o eliminar al interlocutor, la necesidad y el deseo de comunicarse con él seguirá en el interior más íntimo de toda la humanidad. Por su parte, Emilio López Navas ofrece un detalladísimo recorrido por las prácticas de oración que recorren el Pentateuco sapiencial de la Biblia, dando al lector un sumario de las distintas actitudes con que cada uno se acerca a la oración: sensatez (Prov), audacia y provocación (Job), sobriedad (Ecl), apertura a lo divino (Eclo) y a la creación (Sab). Teresa Gil Muñoz repasa el siglo xx en busca de distintas propuestas iniciadas por santos y maestros de oración: Carlos de Foucauld, Etty Hillesum, Madelaine Delbrêl, hermano Roger de Taizé son algunos de los nombres que saca a relucir.
Sobre la intención comunicativa que supone la oración vuelve, en otro texto, Juan A. Marcos, hablando de la oración como acto del habla y recordando que allí donde la comunicación entre humanos puede perfectamente resultar irrelevante o estéril, la oración, como acto de habla con Dios, tiene en sí misma la propiedad de transformarnos, siempre que se dé «en clave de fe y a corazón abierto» (p. 146). Sigue Francisco García Martínez dando un enfoque pastoral, pues a través de la oración se da una forma muy concreta de ser Iglesia en medio del mundo. Y se cierra, en fin, el libro con una mesa redonda coordinada por Miguel Anxo Pena, en la que intervinieron Carolina Blázquez Casado, del Monasterio de la Conversión Sotillo de la Adrada (Ávila) y Elena Hernández Martín, de la Congregación Romana de Santo Domingo. En ella se expusieron sendos proyectos relacionados directamente con la oración en el marco del mundo presente y ambos, curiosamente, muy relacionados con el silencio como respuesta a la vorágine de ruidos que se entrecruzan y que dificultan, o a menudo imposibilitan, la escucha sosegada de la voz del amado. Porque, no se olvide, la oración no surge del asombro, al menos no en primer lugar, sino de la necesidad, de la nostalgia de un paraíso que, de alguna forma, llevamos dentro, pero del que estamos lejos. Y solo a través de ella uno puede abrirse, en definitiva, al amor absoluto de Dios.
Pascua es tiempo de aprender a orar. Cristo prometió que oraría por los apóstoles, por nosotros, “que sean uno” (Jn 17,20). Y en este año 2024, el Papa Francisco nos pide que sea la intensificación de la oración lo que nos ayude a preparar el Jubileo de la Encarnación de 2025, y ha decidido que dediquemos a la oración el presente año 2024. En todo momento hay que velar para que la oración nos mantenga en la presencia de Jesucristo, el Viviente. No sólo rezar oraciones, sino encontrar momentos para “hablar con Dios, amándole”, como hablaba Moisés, “cara a cara, como un amigo habla con su amigo” (Ex 33,11). Y, ¿qué es la oración? «Es un intercambio de amor», decía el teólogo Romano Guardini; es “pensar en Jesús, amándole”, se explicaba S. Carlos de Foucauld. “Es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”, escribía Sta. Teresa de Jesús. Y la definición tan bella de Sta. Teresita del Niño Jesús, que recoge el Catecismo (CEC nº 2.558): “La oración es un impulso del corazón, es una simple mirada dirigida al cielo, es un grito de reconocimiento y de amor, tanto en la prueba como en la alegría”. Podemos decir que es la respiración de la fe y el compromiso; la relación personal con Dios desde el seguimiento de Cristo, que nos mantiene confiados en su presencia, con alegría.
Si queremos aprender a orar, os propongo algunas formas de oración:
La oración litúrgica y la Eucaristía.- Es la oración pública y oficial de la Iglesia. En cada miembro reza todo el Cuerpo, para bien de todos y del mundo. La Liturgia de las Horas que alterna salmos, lecturas bíblicas, peticiones e himnos es la oración del cristiano. Sobre todo la Eucaristía, que debemos vivir como la gran oración de Jesús al Padre, por obra del Espíritu Santo. Y de la Iglesia al Padre.
La oración vocal, con fórmulas ya redactadas. El Padrenuestro, la oración vocal por excelencia, y también el Avemaría, el rosario, el ángelus, el vía crucis, las jaculatorias. Tienen gran tradición en la Iglesia y han alimentado al pueblo cristiano. Buscar que la intención acompañe a las palabras.
La lectura espiritual (o lectio), que ora rumiando el texto de la Escritura. Escuchando a Dios en su misma Palabra. Se lee primero el texto seguido, después por versículos, meditarlo y pensar lo que me dice ese texto o palabra, trasladando el texto hacia mí y yo hacia el texto. Y rezar, elevando los afectos al Señor, haciendo que resuene en mi la voz del Espíritu Santo.
Hablar con Dios desde mi vida, puesto que Dios está presente en todas partes y mi vida es lugar de encuentro con Dios. Es la oración de la persona activa, que vive tantas cosas y necesita tener tiempo de “re-visarlas” y “contemplarlas”, unido al Señor. Sea por la mañana, con el plan del día delante, ofreciendo lo que vendrá, pensando en las personas con las que me encontraré y la esperanza que necesitaré; sea por la noche, haciendo el examen con acción de gracias, arrepentimiento e intercesión; contemplando a Dios presente en mi vida concreta; Pensando en cada persona, en sus necesidades y alegrías. Adorando a Cristo en cada persona que trato.
«Somos peregrinos de esperanza«, es el lema del Jubileo 2025. Y en este año precedente, «necesitamos redescubrir la oración -dice el Papa- como experiencia de estar en la presencia del Señor, de sentirnos comprendidos, acogidos y amados por Él. Empecemos a orar más, a orar mejor, en la escuela de María y de los santos” (15.3.2024).
«La obra de la salvación se lleva a cabo en la soledad y el silencio. En el diálogo silencioso del corazón con Dios se preparan las piedras vivas con las que se va construyendo el Reino de Dios y se moldean los instrumentos elegidos que ayudan en la construcción.La corriente mística que atraviesa los siglos no es un flujo errante separándose lentamente de la oración de la Iglesia, sino que constituye lo más íntimo de su vida. Cuando rompe con las formas tradicionales, es porque en ella vive el Espíritu, que sopla donde quiere, que ha creado todas las formas tradicionales, y que sigue creando constantemente formas nuevas. Sin Él, y sin ellas, en las que se manifiesta, no habría ni liturgia ni Iglesia.El alma del salmista regio, ¿no era un arpa cuyas cuerdas sonaban al soplo suave del Espíritu Santo? Del corazón rebosante de la Virgen llena de gracia brotó el himno gozoso del «Magníficat».El cántico profético del «Benedictus» abrió los labios enmudecidos del anciano Zacarías cuando vio hechas realidad las misteriosas palabras del ángel. Lo que entonces brotaba de corazones inundados por el Espíritu y encontraba su expresión en palabras y gestos, se ha ido transmitiendo luego de generación en generación y es la corriente mística que así constituye el himno de alabanza polifónico y creciente al Creador, Dios Uno, Trino y Salvador. Por eso no es cuestión de contraponer las formas libres de oración como expresión de la piedad «subjetiva» a la liturgia como forma «objetiva» de oración de la Iglesia: en toda oración auténtica hay oración de la Iglesia, y es la misma Iglesia la que ora en cada alma, pues es el Espíritu Santo, que vive en ella, el que «intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8, 26). Esta es la oración auténtica, pues «nadie puede decir «Señor Jesús» sino en el Espíritu Santo» (I Cor 12, 3).¿Qué otra cosa sería la oración de la Iglesia, sino la entrega a Dios, que es el Amor mismo, de los grandes amantes? La entrega incondicional de amor a Dios y la respuesta divina -la unión total y eterna- son la exaltación más grande que puede alcanzar un corazón humano, el grado más alto de la vida de oración.Quienes lo han alcanzado constituyen verdaderamente el corazón de la Iglesia, en cada uno de ellos vive el amor sacerdotal de Jesús…» EDITH STEIN, La oración de la Iglesia