La oración en un mundo sin Dios

JUAN CEREZO SOLER

La edición corre a cargo de Miguel Anxo Pena González

Los días 26 y 27 de octubre de 2022 se celebraron las LIV Jornadas de Teología en el Aula Magna de la Universidad Pontificia de Salamanca, el mismo espacio que vería, casi dos años después, la ceremonia de investidura como doctor honoris causa del cardenal Seán Patrick O’Malley, arzobispo de Boston. Entre una fecha y otra se enmarca la publicación La oración en un mundo sin Dios (BAC, 2024), y si las relacionamos es porque, precisamente, en aquellas jornadas fue el mismo cardenal el encargado de abrir con su conferencia inaugural «Orar en un mundo que sufre». En ella presentó un recorrido por las distintas prácticas de oración que ofrece la Iglesia —novenas, salmos, la misma oración de Jesucristo, etc.— con el aval, abundante y generoso, de su propia experiencia. Su texto es rico en anécdotas con las que expone una forma muy particular de oración: no como anestesia al dolor, sino como búsqueda de sentido en medio del sufrimiento. Recuerda que «Jesús no curó a todos los enfermos y no todos los enfermos que van a Lourdes se curan» (p. 29), porque en la misma prueba están los medios para nuestra santificación. Y es que no en vano el símbolo del cristianismo es la cruz, que no revela otra cosa sino el misterio mismo del sufrimiento y, por ello, sentencia el cardenal, «la verdadera oración siempre dice sí a la voluntad de Dios porque creemos que Dios nos ama tanto que quiere lo mejor para nosotros» (p. 40). 

Esto sirvió como punto de arranque de unas jornadas en las que se ahondó en la oración en medio de un mundo que, o bien ha cerrado su diálogo con el cielo o, peor aún, ha sustituido a Dios y la religión por la fe ciega en el avance científico. Así, Martín Gelabert indaga en las dimensiones antropológicas y teológicas de la oración, pues si la comunicación es esencial y constitutiva del ser humano, la propia oración, como acto comunicativo con Dios, también lo ha de ser. Por más que el mundo moderno se empeñe en sustituir o eliminar al interlocutor, la necesidad y el deseo de comunicarse con él seguirá en el interior más íntimo de toda la humanidad. Por su parte, Emilio López Navas ofrece un detalladísimo recorrido por las prácticas de oración que recorren el Pentateuco sapiencial de la Biblia, dando al lector un sumario de las distintas actitudes con que cada uno se acerca a la oración: sensatez (Prov), audacia y provocación (Job), sobriedad (Ecl), apertura a lo divino (Eclo) y a la creación (Sab). Teresa Gil Muñoz repasa el siglo xx en busca de distintas propuestas iniciadas por santos y maestros de oración: Carlos de Foucauld, Etty Hillesum, Madelaine Delbrêl, hermano Roger de Taizé son algunos de los nombres que saca a relucir.

Sobre la intención comunicativa que supone la oración vuelve, en otro texto, Juan A. Marcos, hablando de la oración como acto del habla y recordando que allí donde la comunicación entre humanos puede perfectamente resultar irrelevante o estéril, la oración, como acto de habla con Dios, tiene en sí misma la propiedad de transformarnos, siempre que se dé «en clave de fe y a corazón abierto» (p. 146). Sigue Francisco García Martínez dando un enfoque pastoral, pues a través de la oración se da una forma muy concreta de ser Iglesia en medio del mundo. Y se cierra, en fin, el libro con una mesa redonda coordinada por Miguel Anxo Pena, en la que intervinieron Carolina Blázquez Casado, del Monasterio de la Conversión Sotillo de la Adrada (Ávila) y Elena Hernández Martín, de la Congregación Romana de Santo Domingo. En ella se expusieron sendos proyectos relacionados directamente con la oración en el marco del mundo presente y ambos, curiosamente, muy relacionados con el silencio como respuesta a la vorágine de ruidos que se entrecruzan y que dificultan, o a menudo imposibilitan, la escucha sosegada de la voz del amado. Porque, no se olvide, la oración no surge del asombro, al menos no en primer lugar, sino de la necesidad, de la nostalgia de un paraíso que, de alguna forma, llevamos dentro, pero del que estamos lejos. Y solo a través de ella uno puede abrirse, en definitiva, al amor absoluto de Dios.  

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