Carlos de Foucauld: Pastor místico

Nos adentramos en el enfoque pastoral de Carlos de Foucauld a través de dos de sus cartas que revelan su compromiso con la caridad fraterna y su convicción de que amar y servir a los hermanos es esencial para la vida cristiana
AKBÉS
Para San Carlos de Foucauld, la evangelización es el resultado de vivir apasionadamente por Jesús, permitiendo que Él sea quien hable, diga, haga o deshaga. Así concluía el artículo anterior (Carlos de Foucauld: El hermano universal). Continuamos con nuestro título.
En una carta a un trapense el 17 de julio de 1901 dice: «Si yo contase conmigo mismo mis deseos serían insensatos, pero yo cuento con Dios, que nos ha dicho: “el que quiera servirme que me siga” […] que nos ha dicho: “Amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos” […]. No me es posible practicar el precepto de la caridad fraterna sin consagrar mi vida a hacer todo el bien posible a estos hermanos de Jesús, a quienes todo falta, puesto que Jesús les falta (1)».
A su hermana le dirige una carta en abril de 1903 en la que se puede leer: «Si aquellos a quien amamos aquí abajo –y debemos amar a todos los humanos, nuestros hermanos- sufren o pecan, esto no evita a nuestro Bienamado el ser bienaventurado y glorioso en lo más alto de los cielos, esto basta pues es a Él a quien amamos “con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas y por encima de cualquier otra cosa” … (2)».
Estos dos fragmentos no son para San Carlos de Foucauld comentarios o deseos, son normas de vida ya que seguir a Jesús necesita amar al prójimo por lo que necesita hacer todo el bien posible a los hermanos que el Señor le ha dado. En este periodo, mediados de 1901 a 1902, acaba de llegar a Beni-Abbés y descubre una realidad monstruosa: la esclavitud. La esclavitud existe ante los ojos de todos y es tolerada por el gobierno francés. No puede protestar oficialmente porque no lo ve adecuado el arzobispo de Argel, a quien consulta Mons. Guérin. Militares, amigos, y personas concretas están de acuerdo, pero una acción que lleve al legislativo francés a abolir la esclavitud es algo imposible para él.
Denuncia ante sus amigos a las autoridades francesas a los que acusa de poner en sellos; “Libertad, Igualdad, Fraternidad, Derechos humanos” y que remachan los grilletes de los esclavos, tiene presente el dicho del Señor: lo que hacéis con uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis”. Hemos de señalar que para el Sáhara existía el “Código Negro”, algo parecido a una ley, sin serlo, por supuesto. Sin embargo, en concreto sólo pudo actuar rescatando cuatro esclavos en 1902 – 1903. Pero cabe preguntarse si es posible que su influencia contribuyera a que los jefes del anexo del oasis decidieran tomar medidas para suprimir la esclavitud (3).
Las dos cartas, más arriba citadas, la de 17 de julio de 1901 y la de abril de 1903, en mi opinión, pueden darnos una posible clave pastoral de este sacerdote: la mística. No sería descabellado decir que San Carlos de Foucauld vivió como monje una mística de carácter pastoral y como pastor llevó adelante una pastoral mística. Mística y Pastoral (4) ahora se realizan simultáneamente y no son una de los monjes y eremitas (que, según San Benito, son la segunda clase de monjes (5)) y otra de los pastores que como sabemos: «son tomados de entre los hombres y constituidos en favor de los hombres en lo que a Dios se refiere para que ofrezcan dones y sacrificios por los pecados, conviven como hermanos con los hombres. […]. Así también el Señor Jesús, Hijo de Dios, enviado por el Padre como hombre a los hombres, habitó entre nosotros y quiso asemejarse en todo a nosotros, a excepción, no obstante, del pecado (6)». Y además: «Pero si es cierto que los presbíteros se deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los más pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra unido, y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica (7)» (Lc 4,18).
Bien podemos intuir que una posible propuesta para nuestros días es volver a la “fuga mundi”, huida del mundo para poder vivir el evangelio, al igual que los primeros monjes por un lado y los primeros anacoretas que buscaban a Dios en el desierto por otro; pero teniendo presente la necesidad de buscar la oveja perdida, como el Buen Pastor. Ambas pueden vivirse simultáneamente en Nazaret (de Galilea), de donde no salían profetas según los rabinos. La vida oculta en Nazaret se torna como una nueva categoría pastoral, no tan nueva si Jesús la vivió hasta los treinta años y San Carlos de Foucauld la vivió hace cien años. Nos revela, esta categoría la necesidad de no quemar etapas y la necesidad de dejar a Dios ser Dios, que no cabe ni en reglas, ni en proyectos, ni en programas… por necesarios que estos sean.
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1. Foucauld, C. “Escritos Espirituales”. Madrid, Ed Studium, 1964. P. 158.
2. Foucauld, C. “Escritos Espirituales”. Madrid, Ed Studium, 1964. P. 162
3. Cf Six, Jean-Françoise. «Carlos de Foucauld». Burgos, Ed. Monte Carmelo, 2008. pp. 87-90.
4. K. Rahner había dicho que el cristiano del siglo XXI sería místico o no sería nada dada la presión del ambiente secular. San Carlos de Foucauld es, pues, en este sentido una figura profética.
5. C.F. Regla de San Benito, cap. 1.
6. P.O. 3
7. P.O. 6
Un místico para el siglo XXI

A propósito de la próxima canonización de Charles de Foucauld, es revelador cómo el paradigma de la soledad (un ermitaño…, ¡y en el Sáhara!) se convierte en el paradigma de la comunicación. Este doble movimiento, tan elocuente en lo vertical como en lo horizontal, nos da una imagen certera de quién era verdaderamente este hombre
Foucauld es el padre del desierto contemporáneo. Nada más ser ordenado sacerdote, a los 43 años, parte rumbo al Sáhara, donde residirá, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, hasta su asesinato, el 1 de diciembre de 1916, hace ya más de un siglo. Tenía entonces 57 años, aunque por su aspecto –tal era su desgaste físico– nadie le habría echado menos de 75. Foucauld no fue al desierto en busca de la soledad, sino para estar cerca de los tuareg. Fue allí para encontrarse con los pobres y se encontró con su propia pobreza. Sostengo que Foucauld es el continuador, en nuestro tiempo, de la espiritualidad de los padres y las madres del desierto y que, en este sentido, más que el fundador de una familia religiosa, es quien nos trae a Occidente la necesidad de volver al desierto, que hoy llamamos silencio e interioridad.
Foucauld fue un buscador espiritual. El primer capítulo de su atribulada búsqueda fue, probablemente, una expedición a Marruecos, donde mostró el temple del que estaba hecho. Fue la devoción de los musulmanes, curiosamente, la que le despertó el deseo de volver a la fe cristiana. Luego vino su iniciación al catolicismo, de manos de su prima Maria Bondy; su ingreso en la Trapa, primeramente en Francia y después en Akbés (Siria); su decisiva peregrinación a Tierra Santa, donde vivió en un miserable cuchitril trabajando como recadero de las clarisas y, por fin, su aventura sahariana. Todas estas etapas están acreditadas por el propio Foucauld. El número de sus cartas se cuenta por miles. Es revelador cómo el paradigma de la soledad (un ermitaño…, ¡y en el Sáhara!) se convierte en el paradigma de la comunicación. Este doble movimiento, tan elocuente en lo vertical como en lo horizontal, nos da una imagen certera de quién era verdaderamente este hombre.
Foucauld fue el prototipo del converso. Quien ahora va a ser elevado a los altares fue en su aristocrática juventud un engreído militar y un sofisticado vividor. El paso de la vida pendenciera a la venerable queda reflejado a la perfección en sus facciones, que pasan de ser sensuales y arrogantes a transparentes y bondadosas. En lugar de lanzarle a las vanidades del mundo, el homenaje que le brindó la Sociedad Geográfica Francesa –otorgándole la medalla de oro por su admirable Reconnaissance du Maroc–, le impulsó a la soledad. Corría el mes de octubre de 1886 cuando Henri Huvelin, un párroco parisino, le ordenó arrodillarse, confesarse y comulgar. Y fue allí donde todo comenzó para Foucuald. Tenía 28 años y su vida daba el giro definitivo. Comprender que existía Dios fue para él tanto como saber que debía entregarse a Él.
Foucauld fue un pionero del diálogo interreligioso. Viajó al norte de África dispuesto a convertir a los musulmanes, pero Dios le concedió el don de no convertir a ni uno. Gracias a no poder realizar sus planes, comenzó a cultivar la amistad con los destinatarios de su misión. Y fue así como este misionero ermitaño entendió la amistad como el camino privilegiado para la evangelización. Gracias a ello, emprendió un hermoso gesto de amor a un pueblo: la elaboración de un diccionario francés-tamacheq, así como la recopilación de las canciones, poemas y relatos del folclore de los tuareg. Estas obras enciclopédicas revelan su exquisito respeto a una cultura y a una religión ajenas y, en fin, su pasión por lo diferente.
Foucauld fue un místico de lo cotidiano. Lo cotidiano él lo llamaba Nazaret. Por encima de la vida pública de Jesús, que ya eran tantos los que buscaban representar –anunciando el Evangelio, curando a los enfermos, redimiendo a los cautivos, creando comunidad…–, lo que Foucauld quiso representar fue su vida oculta como obrero en Nazaret. La vida en familia, el trabajo en la carpintería, la existencia sencilla en un pueblo… Todo eso, tan anónimo, fue lo que le subyugó hasta el punto de consagrarse siempre y por sistema a lo más ordinario. Resulta paradójico que una vida, que vista desde fuera puede juzgarse extravagante y aventurera, haya sido alentada por la pasión por lo sencillo e insignificante a ojos humanos. «Recuerda que eres pequeño», dejó escrito. Y estuvo convencido de que eran muchísimos quienes podrían seguir este carisma suyo, como prueba que escribiera infatigablemente en múltiples reglas de vida.
Foucauld es el icono del fracaso. Si bien es cierto que reglas monásticas o laicales escribió muchas, también lo es que seguidores no tuvo ni uno. Tampoco logró convertir a ni un solo musulmán. Ni liberar a ningún esclavo, por mucho que se lo propuso inundando a la Administración francesa con sus reclamaciones. Vista desde los parámetros habituales, la existencia de este insólito personaje fue un total fracaso. 100 años después de que cayera mártir en su amado desierto argelino, son más de 13.000 personas en el mundo quienes nos consideramos sus hijos espirituales. Ahora la Iglesia lo reconoce. Reconoce como camino el abandono en las manos del Padre, la plegaria que Foucauld escribió en 1896, ignorando que un siglo después miles de hombres y mujeres la recitaríamos a diario.
Pablo d’Ors
Sacerdote y consejero del Pontificio Consejo de la Cultura
Un místico del siglo XXI: Carlos de Foucauld

Después de Jesucristo, la persona que más admiro es Carlos de Foucauld. Por eso, cuando me enteré hace unas horas de su próxima canonización, sentí una profunda alegría. Los «Amigos del Desierto», una red de meditadores de la que soy fundador y cuyo patrón es Foucauld, conocen su santidad desde hace mucho tiempo. Pero es hermoso y necesario que los demás lo reconozcan y que todos lo sepan. Es importante poner a Carlos de Foucauld en la portada para que se aprecie plenamente la humilde inmensidad de su herencia espiritual.
Conocí a Foucauld cuando tenía veinte años. Fue gracias a un libro que acompañó muchas de mis noches durante el año de noviciado, titulado Más allá de las cosas y escrito por Carlo Carretto, uno de sus discípulos. Su espiritualidad me cautivó desde el primer momento, aunque, quizás por mi corta edad y su demasiado radicalismo, lo dejé de lado. Pero Foucauld supo esperarme y volvió a encontrarme veinte años después, siempre en un período de transición. En ese momento, las cosas estaban bastante mal para mí: digamos que había tenido algunos problemas institucionales y que mi situación eclesiástica era inestable. El rostro de Foucauld, compasivo como no conozco a nadie más, me miró en esos días desde una foto, despertando en mí mis sentimientos más nobles. A partir de ese momento comenzó mi verdadera conversión, mi segundo noviciado, que sellé con la escritura de una novela sobre su vida titulada El olvido de sí, que no se encuentra por ninguna parte. Después vino todo lo demás, y hoy me he convertido en apóstol de su oración de abandono, convencido como estoy de que Foucauld guiará espiritualmente el siglo XXI, como intentaré mostrar a continuación.
Foucauld es el padre del desierto contemporáneo.
Basta escuchar el nombre de Carlos de Foucauld para que muchos lo asocien con la imagen del desierto. No es de extrañar: inmediatamente después de ser ordenado sacerdote, a la edad de 43 años, Foucauld se marcha al Sahara, donde residirá, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, hasta su asesinato el 1 de diciembre de 1916, ahora hace más de un siglo. Tenía entonces 57 años, aunque por su apariencia -porque tal era su físico desgastado- nadie le hubiera dado menos de 75. Foucauld no se fue al desierto en busca de la soledad -debe subrayarse- sino de estar cerca de los tuareg, que vio como la gente más olvidada y pobre. Fue al encuentro de los pobres y encontró, aún más, su propia pobreza. En esas tribus Ahaggar vio un espejo de sí mismo. En el paisaje desértico que lo rodeaba, vio un reflejo exacto de su desierto interior: no tuvo ninguna experiencia mística en su vida enteramente dedicada a la oración. Creo que Foucauld es el continuador, en nuestro tiempo, de la espiritualidad de los padres y madres del desierto y que, en este sentido, más que el fundador de una familia religiosa, es él quien trae a Occidente la necesidad de volver al desierto, que hoy llamamos silencio e interioridad.
Foucauld y la espiritualidad como investigación.
Por supuesto, antes de llegar al desierto, tuvo una búsqueda larga y agitada, el primer capítulo de la cual probablemente fue su exploración de Marruecos, donde demostró el coraje del que estaba hecho. Curiosamente, fue la devoción de los musulmanes lo que despertó en Foucauld el deseo de volver a la fe cristiana. Luego vino su iniciación en el catolicismo, de la mano de su prima Maria Bondy, su entrada en la orden de los trapenses, primero en Francia y luego en Akbes, Siria, su decisiva peregrinación a Tierra Santa, donde vivió en una miserable choza. trabajando como servidor y mensajero de las Clarisas y, finalmente, su aventura sahariana. Todas estas etapas están perfectamente documentadas por el propio Foucauld, que era un grafómano empedernido. De hecho, sus miles de cartas y las muy numerosas páginas de su diario espiritual dan testimonio de su amor ardiente por la Virgen y por Jesucristo, a quien llama Amado y con quien conversa en todo momento. Todo esto pone de relieve cómo el paradigma de la soledad (un ermitaño … ¡y en el Sahara!) Se convierte en el paradigma de la comunicación. Este doble movimiento, tan elocuente en verticalidad como en horizontalidad, nos muestra quién fue realmente Foucauld.
Foucauld es el prototipo del converso.
Porque quienquiera que ahora sea colocado en los altares había sido en su juventud aristocrática un soldado arrogante y un vividor sofisticado. La transición de la vida de una luchador a a una venerable se refleja perfectamente en sus rasgos, al principio sensuales y arrogantes, luego transparentes y amables. El prestigioso premio que recibió de la Sociedad Geográfica Francesa, la medalla de oro por su admirable Reconnaissance du Maroc, en lugar de alentar su mundanalidad, lo empujó hacia la soledad. Fue Henri Huvelin, párroco parisino, quien guiaría su conversión. Fue el mes de octubre de 1886 cuando este sacerdote le ordenó arrodillarse y confesar. No fue una invitación, sino una orden. A partir de ahí, todo empezó para Foucauld. Comprendió que la mayoría de las personas se encuentran en los lugares más desfavorecidos y ahí es donde Dios habita, desde ese momento nació su pasión por el último, por ser el último. Tenía 28 años y su vida dio un giro definitivo. Entender que Dios existía era para él entender que debería haberse entregado totalmente a Él.
Foucauld fue un pionero del diálogo interreligioso.
Como no podía ser de otra manera, teniendo en cuenta su tiempo y sensibilidad, viajó al norte de África dispuesto a convertir a los musulmanes. Pero Dios le concedió el don de no convertir ni a uno. Fue un regalo, porque gracias a esta dificultad para llevar a cabo sus planes, Foucauld cultivó una intensa amistad con los destinatarios de su misión. Como pocos en la historia de la Iglesia antes o después de él, Foucauld entendió la amistad como el camino privilegiado en la evangelización. Gracias a su amistad con el líder indígena Moussa Ag Amastane y el orientalista Motylinski, realizó su más hermoso gesto de amor por un pueblo: la elaboración de un diccionario francés-Tamacheq, así como la recopilación de las canciones, poemas e historias del Folclore tuareg. Estas obras enciclopédicas, abrumadoras por su extensión y rigor, revelan su exquisito respeto por la cultura y religión de los demás y, en última instancia, su pasión por las diferencias. Es emocionante saber que el protagonista de semejante empresa lingüística y cultural fue un patriota ejemplar, que hasta el final mantuvo su ardiente fervor por Francia.
Foucauld era un místico cotidiano.
Para él todos los días eran Nazaret. A partir de la vida pública de Jesús, que muchos ya intentaban representar – anunciando el Evangelio, curando enfermos, redimiendo presos, creando comunidades – lo que le interesaba a Foucauld era representar su vida como trabajador en Nazaret. La vida familiar, el trabajo de carpintería, la simple existencia en una ciudad … Todo esto, tan anónimo, tan aparentemente insignificante, lo subyugaba hasta el punto de dedicarse sistemáticamente a lo más pequeño, lo más ordinario, lo más ignorado. Es paradójico que una vida así, que vista desde el exterior puede considerarse extravagante y aventurera, estuviera animada por la pasión por lo simple e insignificante para el ojo humano. Recuerda que eres pequeño, escribió Foucauld. Y estaba convencido de que muchos podrían haber seguido esta enseñanza, y por eso escribió incansablemente numerosas Reglas de vida.
Foucauld es el icono del fracaso.
Porque si es cierto que escribió muchas reglas monásticas o seculares, también es cierto que no tuvo seguidores. Además, no pudo convertir ni siquiera a un musulmán, ni liberar a ningún esclavo, a pesar de su intención de hacerlo, inundando la administración francesa con sus solicitudes. Con base en los parámetros habituales, la existencia de este inusual personaje fue un fracaso total. Cien años después de haber sido martirizado en su amado desierto argelino, somos más de 13.000 personas en el mundo que nos consideramos sus hijos espirituales. Divididos en familias religiosas, sacerdotales o laicas, todos sabemos lo que Foucauld siempre quiso ser: el hermano universal. Ahora la Iglesia lo reconoce. Reconoce el camino de abandonarse en las manos del Padre, la oración que escribió Foucauld en 1896, ignorando que un siglo después miles de hombres y mujeres la habrían rezado todos los días.
El místico del Sahara: Charles de Foucauld

Pocos místicos modernos me han inspirado tanto como el francés Charles de Foucauld, nacido en Estrasburgo en 1.858 y martirizado en Tamanrraset (Argelia francesa) en 1.916 a la edad de 58 años. La película francesa “La llamada del silencio” retrató su vida en 1.936.
La situación de los esclavos en África golpea el corazón de Foucauld y su reacción es de indignación:“Es de una inmoralidad vergonzosa ver jóvenes robados hace cuatro o cinco años a sus familias en Sudán, ser mantenidos a la fuerza aquí por sus dueños y por la autoridad francesa, cómplice de esos raptos. Ninguna razón económica ni política puede permitir la existencia de tal inmoralidad e injusticia”
«Esto no está permitido, ay de ustedes, hipócritas, que escriben en los sellos y en todos los lugares: “Libertad, igualdad, fraternidad”, “Derechos del Hombre”, y que luego clavan el hierro del esclavo; que condenan a las galeras a quienes falsifican los billetes de banco y permiten luego robar los niños a sus padres y venderlos públicamente; que castigan el robo de un pollo y permiten el robo de un hombre» (de hecho, casi todos los esclavos de esta región son niños nacidos libres arrancados con violencia, por sorpresa, de sus padres).
“Todos los seres humanos son hijos de Dios –dijo– que los ama infinitamente; es entonces imposible querer amar a Dios sin amar a los seres humanos; cuanto más se ama a Dios, más se ama a los hombres. El amor de Dios, el amor por los seres humanos, es toda mi vida, será toda mi vida, así lo espero.”
DESIERTO MÍSTICO
Como oficial del ejército francés en el norte de África, desarrolló por primera vez sus fuertes sentimientos sobre el desierto y la soledad, y al final vivió una vida eremítica como los primeros padres del desierto. Alcanzó su iluminación espiritual en los terribles parajes yermos, desolados y calcinados por el Sol en el desierto del Sahara.
En 1.886 se volvió una persona espiritualmente muy inquieta que reiteraba la oración: “Dios mío, si existes, haz que yo te conozca.” Entre 1.897 y 1.900 vivió en Tierra Santa, donde su búsqueda de un ideal de pobreza, de sacrificio y de penitencia radical, lo condujo cada vez más a llevar una vida eremítica.
La experiencia en Marruecos fue una revelación para Foucauld. Recordando ese tiempo, afirmaría en 1.901: “El Islam produjo un cambio profundo en mí. La visión de esa fe, de esas almas viviendo en la continua presencia de Dios, me hizo entrever unas cosas más grandes y más verdaderas que las ocupaciones mundanas.”
Foucauld escribió en una carta a su prima: “Nuestro propio aniquilamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas. San Juan de la Cruz lo repite casi en cada línea.”
Primero se instaló en Beni Abbès, cerca de la frontera marroquí, construyendo una pequeña ermita para la adoración y la hospitalidad, a la que pronto se refirió como “La Fraternidad”.
Así describió a un amigo su estado de ánimo: “Vivo del trabajo de mis manos, desconocido de todos, pobre, y disfrutando profundamente de la oscuridad, del silencio, de la pobreza, de la imitación de Jesús.”
CON LOS TUAREGS
Luego se trasladó para estar con el pueblo Tuareg, en Tamanrraset, en el sur de Argelia. Esta región es la parte central del Sahara, con las montañas de Ahaggar inmediatamente al oeste.
Foucauld utilizó el punto más alto de la región, el Assekrem, como lugar de retiro, y desarrolló un estilo de ministerio basado en el ejemplo y no en el discurso.
Viviendo cerca de los tuaregs y compartiendo su vida y sus dificultades, hizo un estudio de diez años de su lengua y tradiciones culturales. Aprendió la lengua tuareg y trabajó en un diccionario y gramática.
El 1 de diciembre de 1.916, Foucauld fue asesinado por una banda de forajidos en la puerta de su ermita en el Sahara argelino. Tenían la intención de secuestrar a Foucauld, pero cuando la banda fue perturbada por dos guardias, un bandido asustado de quince años de edad le disparó en la cabeza, matándolo en el acto.
Las autoridades francesas continuaron durante años buscando a los bandidos implicados, y uno de ellos fue capturado y ejecutado. En 1.950, el gobierno colonial argelino emitió un sello postal con su imagen. El gobierno francés hizo lo mismo en 1.959.
SU LEGADO
Foucauld formuló la idea de fundar un nuevo instituto religioso, bajo el nombre de los Pequeños Hermanos de Jesús, y ayudó a organizar una cofradía en Francia para apoyar su idea. Esta organización, la Asociación de los Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, estaba formada por 48 miembros laicos y ordenados en el momento de su muerte.
Su ejemplo inspiró a diez congregaciones religiosas y a nueve asociaciones de vida espiritual. Aunque originalmente de origen francés, estos grupos se han expandido para incluir muchas culturas y sus idiomas en todos los continentes.
En 2.013, inspirada en parte por la vida de Foucauld, se estableció en Perth, Australia, una comunidad de hermanos consagrados o monacelli (pequeños monjes), llamados Pequeños Hermanos Eucarísticos de la Divina Voluntad.
Por GUILLERMO HERRERA PLAZA es Periodista -7 de agosto de 2018
Un místico para el siglo XXI


LA MÍSTICA DE LA PROXIMIDAD EN CARLOS DE FOUCAULD

Con este escrito nos proponemos señalar, en la biografía de Foucauld, como vivió éste la «mística de la proximidad», él, que estuvo marcado por una época prodigiosa en descubrimientos, en la que intentó comprender la realidad con los métodos de la ciencia experimental de su tiempo, lo que le proporcionó un espíritu científico. Como bien dice Ion Etxezarreta, «a pesar de que en sus escritos espirituales no aparezca demasiado explícitamente esta dimensión, no debemos olvidar que la instrucción cultural constituye para él una plataforma de evangelización para los tuareg. No hay en él escisión entre el científico y el creyente, sino integración de ambas dimensiones»1. Vamos a ver, pues, como vivió Foucauld la mística de la proximidad en siete aspectos.
1. Jesús Salvador
Desde su conversión el hermano Carlos se ha sentido salvado por Jesús y ha experimentado que esta salvación era también para la humanidad entera. Esta salvación incluye naturalmente a los musulmanes, que le ayudaron en su primera experiencia religiosa, e igualmente a aquellos que se habían alejado, como él, de Jesús, sus amigos Henry de Castries y Gabriel Tourdes. En la fiesta de san Ignacio de 1909 escribe a su amigo Louis Massignon: «Trabajar en la salvación de los otros es la vida de todo cristiano. Todo cristiano debe tener en el fondo de su vida el mismo deseo que el del esposo Jesús. Jesús ha venido para salvar: para nosotros también, el negocio de nuestra vida es salvar las almas, trabajar por su salvación, servir y dar nuestra vida para salvarlos, siguiendo el ejemplo del Único Esposo. Las otras uniones pasan, solo permanece la unión con el Esposo eterno, el Modelo único»2
2. La imitación de Jesús de Nazaret
Carlos de Foucauld pensó que esta imitación de Jesucristo, según los cánones de su tiempo, solo se podía seguir en la vida religiosa: «En cuanto comprendí que había un Dios, comprendí que no podía vivir sino para Él: mi vocación religiosa data de la misma hora que mi fe. Dios es tan grande, y hay tanta diferencia entre Dios y todo lo que no es Él…»3. Y la elección de la vida religiosa está condicionada por el lugar donde vivir mejor esta imitación. El propio Carlos escribe: «Hemos buscado con el padre Huvelin el motivo por el que quiero entrar en la vida religiosa: para hacer compañía a Nuestro Señor en sus penas lo más posible… Tanto al sacerdote como a mí nos ha parecido cada vez más claro que tenía que ser la Trapa»4. Pero el último lugar al que el hermano Carlos aspira no es ocupado por los frailes, aun cuando era el más pobre de las Trapas: «Hace ocho días se me envió a rezar a casa de un pobre indígena católico, muerto en la aldea vecina: ¡qué diferencia entre esta casa y nuestras habitaciones!»5. Esta experiencia confirmó su deseo de dejar la Trapa para ir a vivir libre una experiencia de seguimiento de Jesucristo, en el último lugar, como obrero en Nazaret. Y allí, en sus Meditaciones sobre el Evangelio escribe:”Toda nuestra vida, por muda que sea, la vida de Nazaret, la vida del desierto, lo mismo que la vida pública, deben ser una predicación del Evangelio por el ejemplo; toda nuestra existencia, todo nuestro ser, debe gritar el Evangelio sobre los tejados; toda nuestra persona debe respirar a Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida debe gritar que nosotros somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica; todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, que hace ver a Jesús, que brilla como una imagen de Jesús…»6. El mismo Carlos de Foucauld dirá en un texto de 26 de abril de 1990 destinado al pade Huvelin: «Mi vocación es imitar lo más perfectamente posible a Nuestro. Señor Jesucristo en su vida escondida de Nazaret».
3. Hacia los más abandonados
En su retiro preparatorio a su ordenación sacerdotal, que realizó en Viviers (Francia) el 9 de junio de 1901, escribe: « ¿No es preferible ir primero a Tierra santa? No. Una sola alma vale más que Tierra Santa entera y que todas las criaturas no racionales reunidas. Hay que ir, no donde la tierra es más santa, sino donde las almas tienen más necesidad. En Tierra Santa hay gran abundancia de sacerdotes y religiosos, y aquí un gran número de almas a salvar… Allí tierra, aquí almas; allí abundancia de sacerdotes, aquí penuria»7. Una vez instalado en Beni Abbés, Sahara argelino, el 23 de diciembre de 1901 escribe al padre Jerónimo indicándole el camino para conducir de los musulmanes a Jesús: «Aquí hay mucho bien que hacer, tanto a los indígenas como a los oficiales y a los soldados: hay 200 soldados cristianos, muchos indígenas, la mayor parte pobres, muchos pobres árabes viajeros; la limosna, la hospitalidad, la caridad, la bondad pueden hacer mucho bien entre los musulmanes y disponerlos a conocer a Jesús. A los soldados se les puede hacer también mucho bien; espero que algunos comulguen en la misa de mediano, yo trato de atraerlos para atraerlos a Jesús”8.
4. Los esclavos
El hermano Carlos se encuentra con los más pobres de los pobres: los esclavos. En un principio trata de liberar a alguno, cosa que hace, pero se da cuenta que ese no es el camino y pide opinión al abad de la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves, Dom Martin, para la denuncia pública: “No debemos mezclarnos en el gobierno de lo temporal, nadie más convencido de ello que yo, pero ‘hay que amar la justicia y odiar la iniquidad’, y cuando el gobierno temporal comete una grave injusticia contra aquellos de los que en alguna medida estamos encargados (yo soy el único sacerdote de la prefectura en 300 Km. a la redonda), hay que decírselo, pues nosotros representamos en la tierra a la justicia y a la verdad, y no tenemos derecho a ser ‘centinelas dormidos’, ‘perros mudos’, ‘pastores indiferentes’”9. Dom. Martin respondió a Foucauld prohibiéndole hablar de este tema con nadie.
5. Marruecos
El pensamiento de Marruecos no abandona al hermano Carlos, que, como le dice al padre Huvelin el 15 de diciembre de 1902: “En el interior, en este país tan grande como Francia, ni un solo altar, ni un sacerdote, ni una religiosa. La noche de Navidad se pasará sin una Misa, sin que ni una sola boca, ni un solo corazón pronuncien el nombre de Jesús”10.A su prima le dice: “Usted sabe que si he venido a instalarme aquí en Beni Abbés, en la frontera, es pensando, en el fondo, hacer lo posible para hacer penetrar el Evangelio en aquel país… para fundar colonias monásticas, cada vez más próximas a Marruecos: preparándolas a través de las relaciones mantenidas aquí con los marroquíes, disponiéndoles a aceptarme en su país, dándoles fraternal hospitalidad… ¡Cor Jesu, adveniat regnum tuum!”11.Pero el deseo de evangelizar Marruecos quedará en un sueño.
6. Los Tuareg
Acompañando a su amigo el comandante Laperrine emprenderá un viaje a través del desierto del Sahara, que durará hasta julio de 1904, entablando relaciones con los tuareg. Más tarde, entre mayo y octubre de 1905, acompañando al capitán Dinaux, emprenderá otro viaje por el Sur. Tras este se instala en el Hoggar, en el poblado de Tamanrasset y construye una ermita en el macizo del Assekrem. Así hace verdad, casi sin saberlo, lo que había escrito a Mns. Guerin el 27 de febrero de 1903: «Me pregunta usted si estoy dispuesto a ir más allá de Beni Abbés por la extensión del santo Evangelio: para eso, estoy dispuesto a ir al fin del mundo y a vivir hasta el juicio final»12. El dinamismo espiritual que mueve a Foucauld es ir hacia los últimos, como lo expresa en el Directorio: “Su propia caridad y aquella que se esfuerzan en desarrollar en los demás no debe limitarse a lo que les rodea, sino extenderse a todos los humanos, como la del Corazón de Jesús, su Esposo y su Modelo; abrazará especialmente a los pueblos infieles, puesto que son sus almas las más abandonadas, las más pobres de los pobres, las más enfermas de las enfermas, las más miserables y desafortunadas de todas»13.
7. Visitación
La Visitación de María a Isabel se convierte en modelo de la acción misionera para Carlos de Foucauld, que es generadora de salvación y alegría, aun cuando sea de un modo inconsciente por parte de los pueblos que la reciben. Esta es una idea de los primeros tiempos de Beni Abbés y que mantiene siempre: «Y yo no creo que pueda hacerles mayor bien que el de aportarles, como María en casa de Juan, en la Visitación, a Jesús, el bien de los bienes, el Santificador supremo, Jesús, que estará siempre en medio de ellos en el Sagrario, y yo espero que en la Custodia, Jesús ofreciéndose cada día en la Bendición, ahí está el bien de los bienes, nuestro todo, Jesús: y al mismo tiempo, aun callándonos, daremos a conocer a estos hermanos ignorantes, no por la palabra sino por el ejemplo, y sobre todo por la caridad universal, lo que es nuestra religión, lo que es el espíritu cristianao, lo que es el Corazón de Jesús»14. En palabras de Ion Etxezarreta el hno. Carlos «funda una forma de evangelización, que si bien tiene como medio fundamental de la misma la fraterna presencia silenciosa, eucarística y caritativa, no se detiene en ella, sino que busca y está al servicio de la conversión»15.
1 I. ETXEZARRETA, Hacia los más abandonados, Asociación Familias Carlos de Foucauld, Granada 1995, 47.
2 J.F. SIX, L’aventure de l’amour de Dieu, Seuil, París 1993, 60.
3 D. et R. BARRAT, Charles de Foucauld et la fraternité, Du Seuil, París 1959, 34.
4 C. FOUCAULD, Lettres à Mme de Bondy. Der la Trappe à Tamanrasset, DDB, París 1966, 22.
5 Ibid, 52
6 C. FOUCAULD, Oeuvres spirituelles de Charles de Jésus, père de Foucauld (Anthologie), pág. 395.
7 Ibíd, 534.
8 C. FOUCAULD, Lettres à mes frères de la Trappe. Cette chére derniére place, Du Cerf, París 1991, 266.
9 Ibíd. 276-277
10 C. FOUCAULD, Oeuvres spirituelles de Charles de Jésus, père de Foucauld (Anthologie), 672.
11 Ibíd. 112.
12 Ibid. 693.
13 Ibíd., 485
14 C. FOUCAULD, Lettres à mes frères de la Trappe, o. c. ,140.
15 I. ETXEZARRETA, Hacia los más abandonados, o. c., 140.
