CARTA ECUMÉNICA EUROPEA

Carta Ecuménica de Europa

Directrices de la Conferencia de Iglesias Europeas (KEK) y del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas (CCEE) con vistas a una colaboración creciente entre las Iglesias en Europa (Estrasburgo, 22-4-2001)
«Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo»
La Conferencia de Iglesias Europeas KEK) y el Consejo de Conferencias Episcopales Europeas (CCEE), en el espíritu de¡ mensaje de las dos Asambleas Ecuménicas de Basilea en 1989 y de Graz en 1997, estamos firmemente determinados a mantener y desarrollar la comunión que ha ido creciendo entre nosotros. Damos gracias al Dios Trinidad por haber guiado nuestros pasos, mediante su Espíritu Santo, hacia una comunión cada vez más intensa.
Muchas formas de colaboración ecuménica ya han tenido ocasión de demostrar su valía. Fieles a la oración de Jesucristo: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). no debemos sin embargo conformarnos con la actual situación. Al contrario, conscientes de nuestras faltas y dispuestos a la conversión, hemos de esforzarnos por vencer las divisiones que aún nos separan, para anunciar juntos, de forma creíble, la Buena Nueva de¡ Evangelio entre los pueblos.
Escuchando juntos la Palabra de Dios en la Santa Escritura, y llamados a confesar nuestra fe común, así como a actuar conjuntamente conforme a la verdad que hemos recibido, querernos dar testimonio del amor y, de la esperanza ante todos nuestros hermanos y hermanas.
En nuestro continente europeo, desde el Atlántico hasta los Urales, de] Cabo Norte al Mediterráneo, territorio marcado hoy más que nunca por una pluralidad de culturas, queremos, con el Evangelio, comprometernos por la dignidad de la persona como imagen de Dios y, en nuestra calidad de Iglesias, contribuir a la reconciliación de pueblos y culturas.
Por ello adoptamos la presente Carta como compromiso común por el diálogo y la colaboración. Este documento describe las tareas ecuménicas básicas, de las que desprende una serie de directrices y compromisos. Pretende promover, en todos los niveles de la vida eclesial, una cultura ecuménica de diálogo y colaboración, proporcionando con ese fin una norma vinculante. Pese a ello, no tiene ningún carácter doctrina¡, dogmático o canónico.
Su carácter vinculante consiste más bien en el deber que asumen las mismas Iglesias y organizaciones ecuménicas que la suscriben, las cuales pueden formular, partiendo de esta base textual, sus propias adiciones, así como perspectivas comunes concretamente conjugadas con sus retos específicos y con las obligaciones que de éstos dimanen.

I. CREEMOS EN «LA IGLESIA, QUE ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA»
«Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo» (Ef 4, 3-6)
1. Llamados juntos a la unidad en la fe. Conforme al Evangelio de Jesucristo, y tal y como atestigua la Sagrada Escritura y formula la confesión de fe ecuménica niceno-constantinopolitana de 381, creemos en el Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Como en dicho símbolo confesamos «la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica», nuestro deber ecuménico insoslayable consiste en hacer visible esta unidad que siempre es y será don de Dios.
Diferencias esenciales en la fe siguen impidiendo la unidad visible. Se trata sobre todo de concepciones divergentes de la Iglesia y su unidad, de los sacramentos y los ministerios. No debemos asumir sin más este estado de cosas. Jesucristo nos reveló en la cruz su amor y el misterio de la reconciliación. Al seguirlo, queremos hacer todo lo que nos sea posible para superar los problemas y obstáculos que siguen separando a las Iglesias.
Nos comprometemos pues:

  • A seguir la exhortación apostólica de la Carta a los Efesios y a acometer perseverantes esfuerzos por una comprensión común de la Buena Nueva de la salvación en Cristo propia del Evangelio.
  • A trabajar además, con el poder de¡ Espíritu Santo, por la unidad visible de la Iglesia de Jesucristo en la única fe, fe que halla expresión en un bautismo recíprocamente reconocido y en la comunión eucarística, así como en el testimonio y el servicio.

II. POR El CAMINO DE LA COMUNIÓN VISIBLE DE LAS IGLESIAS DE EUROPA
«La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35)
2. Anunciar juntos el Evangelio. La tarea más importante de las Iglesias que están en Europa consiste en anunciar el Evangelio con palabras y obras para la salvación de todos los hombres. La falta de orientación en muchos ámbitos, el distanciamiento de los valores cristianos, pero también una búsqueda multiforme de sentido, constituyen otros tantos retos para un testimonio especial de la fe por parte de los cristianos. Para ello es menester un mayor compromiso y un intercambio de experiencias en la catequesis y en la pastoral de las comunidades locales. También resulta importante que todo el Pueblo de Dios se esfuerce por transmitir unido el Evangelio en el seno de la sociedad, así como a promoverlo mediante el compromiso social y la atención a la responsabilidad política.
Nos comprometemos pues:

  • A hablar de nuestras iniciativas de evangelización con las demás Iglesias, suscribir acuerdos al respecto y evitar con ello una competencia perjudicial, junto con el peligro de nuevas divisiones-
  • A reconocer que toda persona puede elegir su compromiso religioso y celesial con libertad de conciencia. Nadie debe verse inducido a la conversión por presión moral o por incentivos materiales. Análogamente, nadie puede verse impedido de convertirse con arreglo a su libre decisión.

3. Marchar los unos hacia los otros. En el espíritu del Evangelio, hemos de revisar juntos la historia de las Iglesias cristianas, historia marcada por experiencias positivas, pero también por divisiones, hostilidades e incluso conflictos armados. Fallos humanos, falta de amor y el mal uso frecuente de la fe y de las Iglesias con intereses políticos han deteriorado gravemente el crédito del testimonio cristiano.
El ecumenismo comienza pues para los cristianos por la renovación de los corazones y su disposición a la penitencia y a la conversión. La reconciliación ya ha registrado avances en el seno del movimiento ecuménico.
Resulta importante reconocer los dones espirituales propios de las diferentes tradiciones cristianas, para que unas aprendan de otras y puedan así recibir los dones de las demás. Para el desarrollo del ecumenismo, resulta particularmente necesario considerar las experiencias y expectativas de los jóvenes y fomentar la participación de éstos con arreglo a sus propios medios.
Nos comprometemos pues:

  • A superar nuestra suficiencia y rechazar los prejuicios, a buscar el encuentro entre nosotros y estar a disposición unos de otros.
  • A fomentar una apertura ecuménica y la cooperación en la educación cristiana, tanto en la formación teológica inicial y permanente como en la investigación.

4. Actuar juntos. El ecumenismo ya es una realidad en numerosas modalidades de acción común. Muchos cristianos de las diferentes Iglesias viven y actúan juntos en relaciones de amistad, de vecindad, laborales y familiares. Deberá ayudarse de manera especial a los matrimonios mixtos para que vivan el ecumenismo en el día a día.
Recomendamos que se organicen y sostengan grupos de colaboración ecuménica bilaterales y multilaterales en ámbito local, regional, nacional e internacional. Es preciso reforzar la colaboración en ámbito continental entre la Conferencia de Iglesias Europeas y el Consejo de Conferencias Episcopales Europeas y organizar más asambleas ecuménicas europeas.
Si surgieran conflictos entre Iglesias, deberán realizarse o apoyarse los correspondientes esfuerzos de mediación y pacificación.
Nos comprometemos pues:

  • A actuar juntos en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia cuando las condiciones lo permitan, siempre y cuando motivos de fe o de mayor conveniencia no se opusieran a ello.
  • A defender los derechos de las minorías y ayudar a reducir en nuestros países las incomprensiones y prejuicios entre Iglesias mayoritarias y minoritarias.

5. Orar unos por otros. El ecumenismo se alimenta al escuchar juntos la Palabra de Dios y dejando que el Espíritu Santo actúe en nosotros y a través de nosotros. En virtud de la gracia así recibida, se dan en la actualidad muchas ocasiones de ahondar la comunión espiritual entre las iglesias mediante plegarias y celebraciones, y de orar por la unidad visible de la Iglesia de Cristo. La comunión eucarística aún por conseguir constituye una señal particularmente dolorosa de la división que todavía existe entre muchas Iglesias cristianas.
En algunas Iglesias subsisten reservas acerca de las oraciones ecuménicas en común; sin embargo de ello, muchas celebraciones ecuménicas, cantos comunes y oraciones litúrgicas -como el Padrenuestro- marcan ya de forma incisiva nuestra espiritualidad cristiana.
Nos comprometemos pues:

  • A orar unos por otros y por la unidad cristiana.
  • A aprender. a conocer y apreciar la liturgia y las restantes formas de vida espiritual de ¡as demás Iglesias.
  • A tender hacia el objetivo de la comunión eucarística.

6. Proseguir el diálogo. Nuestra pertenencia mutua, basada en Cristo, resulta de fundamental importancia ante nuestras diferentes posiciones teológicas y éticas. Al contrario de la diversidad enriquecedora que nos es dada, las oposiciones doctrinales en cuestiones éticas y normas canónicas han provocado también rupturas entre Iglesias; en ello, además, también han desempeñado un papel decisivo las circunstancias históricas específicas y los diferentes rasgos culturales.
Para ahondar en la comunión ecuménica deben proseguirse los esfuerzos con vistas a un consenso en la fe. Sin unidad en la fe no puede darse la plena comunión eclesial. No existe alternativa alguna al diálogo.
Nos comprometemos pues:

  • A continuar de forma tan consciente como intensa el diálogo entre nuestras iglesias en diferentes niveles, así como a examinar, en los resultados de los diálogos, lo que puede y debe declararse oficialmente obligatorio.
  • En caso de controversia, especialmente sí existiera una amenaza de división por cuestiones de fe y de naturaleza ética, a procurar el intercambio y discutir juntos dichas cuestiones a la luz del Evangelio.

III. NUESTRA RESPONSABILIDAD COMÚN EN EUROPA
«Dichosos los que trabajen por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios» (Mt 5, 9)
7. Participar en la construcción de Europa
En el curso de los siglos ha ido desarrollándose una Europa marcada, en el plano religioso y cultura¡, por el cristianismo. Contemporánea mente, el incumplimiento de los cristianos ha producido muchas desgracias tanto en Europa como fuera de ella.
Reconocemos nuestra cuota de responsabilidad en esta culpa, y pedimos perdón por ella a Dios y a los hombres.
Nuestra fe nos ayuda a aprender el pasado y a emplearnos para que la fe cristiana y el amor al prójimo difundan la esperanza en campo ético y moral, en la formación y en la cultura, en la política y en la economía, así en Europa como en el mundo entero.
Las Iglesias alientan la unidad del continente europeo. Sin valores comunes, ésta no puede alcanzarse de forma duradera. Estamos convencidos de que el legado espiritual del cristianismo constituye una fuerza de inspiración que enriquece a nuestro continente. Sobre la base de nuestra fe cristiana, nos comprometemos con vistas a una Europa humana y social en la que se impongan los derechos humanos y los valores fundamentales de paz, justicia, libertad, tolerancia, participación y solidaridad. Insistimos en el respeto a la vida, el valor M matrimonio y de la familia, la opción preferencia¡ por los pobres, la disposición al perdón, y, en toda materia, en la misericordia.
Como Iglesias y comunidades internacionales, hemos de hacer frente al peligro de una Europa que se desarrolle con un Oeste integrado y un Este desintegrado. También debe tomarse en consideración el desequilibrio Norte-Sur. Contemporáneamente, es preciso evitar todo eurocentrismo y reforzar la responsabilidad de Europa para con toda la Humanidad, especialmente hacia los pobres del mundo entero.
Nos comprometemos pues:

  • A ponernos a la escucha mutua de los contenidos y objetivos de nuestra común responsabilidad social, y a apoyar juntos en la mayor medida posible los objetivos y perspectivas de las Iglesias en relación con las instituciones seculares europeas.
  • A defender los valores fundamentales contra toda agresión.
  • A oponernos a todo intento de instrumentalizar la religión y la Iglesia con fines de afirmación étnica y nacionalista

8. Reconciliar pueblos y culturas
Consideramos una riqueza de Europa la diversidad de sus tradiciones regionales, nacionales, culturales y religiosas. Ante el gran número de conflictos, es misión de las Iglesias contribuir juntas al servicio de la reconciliación de pueblos y culturas. Sabemos que la paz entre las Iglesias resulta para ello una importante condición previa.
Nuestros esfuerzos comunes tienen como objeto la valoración crítica y la solución de las cuestiones políticas y sociales conforme al espíritu evangélico. Al considerar a toda persona y a su dignidad como imagen de Dios, nos hacemos garantes de la absoluta igualdad de valor de todos los hombres.
Como Iglesias, queremos alentar conjuntamente el proceso de democratización europea. Nos comprometemos con un orden pacífico, sobre la base de la solución no-violenta de los conflictos. Condenamos toda forma de violencia contra seres humanos, en especial contra mujeres y niños.
Es tarea de la reconciliación el fomento de la justicia social en todos los pueblos y entre ellos, y en primer lugar la superación del abismo entre pobres y ricos, así como la victoria sobre el desempleo. Juntos queremos contribuir a que los inmigrantes, los refugiados y los demandantes de asilo se vean acogidos con dignidad en Europa.
Nos comprometemos pues:

  • A oponernos a toda forma de nacionalismo, doctrina que lleva a la opresión de otros pueblos y de las. minorías nacionales, y a comprometernos con vistas a soluciones no-violentas.
  • A reforzar el papel de la mujer y la igualdad de sus derechos en todos los ámbitos de la vida, y a alentar una comunidad equitativa de mujeres y hombres en la Iglesia y en la sociedad.

9. Salvaguardar la creación
Por nuestra fe en el amor del Dios Creador reconocemos con gratitud el don de la creación, el valor y la hermosura de la naturaleza. Vernos sin embargo con temor que los bienes de la tierra son explotados sin consideración por su valor intrínseco y carácter limitado, y sin parar mientes en el bien de las generaciones futuras.
Juntos queremos cooperar en la creación de condiciones de vida duraderas para la creación en su conjunto.
Como responsables que somos ante Dios, hemos de hallar y desarrollar criterios comunes para determinar lo que los hombres pueden seguramente hacer desde el punto de vista científico y tecnológico, pero no desde la perspectiva ética. En todo caso, la dignidad única de cada ser humano debe mantener su prioridad ante lo que la técnica pueda realizar.
Recomendamos la institución de una jornada ecuménica de oración en las Iglesias europeas para la salvaguardia de la creación.
Nos comprometemos pues:

  • A fomentar el desarrollo de un estilo de vida con el cual, en contra de las presiones económicas y consumistas, pongamos de relieve una calidad de vida responsable y duradera.
  • A apoyar a las organizaciones eclesiales que actúan en beneficio de¡ medio ambiente y a los organismos ecuménicos en su responsabilidad con vistas a la tutela de la creación.

10. Ahondar la comunión con el judaísmo
Una comunión de carácter único nos une al pueblo de Israel, con el que Dios selló una Alianza eterna. Por la fe, sabemos a nuestros hermanos y hermanas judíos amados por Dios «en atención a los patriarcas, pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables» (Rm 11, 28-29). Ellos «fueron adoptados como hijos, tienen la presencia de Dios, la alianza, ¡a ley, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas, de quienes, según lo humano, nació el Mesías … » (Rom 9, 4S).
Lamentamos y condenamos toda manifestación de antisemitismo como los estallidos de odio y las persecuciones.
Pedimos perdón a Dios por el antijudaísmo cristiano y rogamos a nuestros hermanos y hermanas judíos que permitan que nos reconciliemos con ellos.
Urge sobremanera, en el culto y en la catequesis, en la doctrina y en la vida de nuestras Iglesias, poner en evidencia el profundo vínculo de la fe cristiana con el judaísmo, así como apoyar la cooperación judeocristiana.
Nos comprometemos pues:

  • A combatir toda forma de antisemitismo y antijudaísmo en la Iglesia y en la sociedad
  • A buscar e intensificar en todos los niveles el diálogo con nuestros hermanos y hermanas judíos.

11. Cultivar relaciones con el Islam
Hace siglos que viven musulmanes en Europa. Constituyen fuertes minorías en muchos países europeos. Han existido y siguen dándose numerosos contactos positivos y relaciones de vecindad entre musulmanes y cristianos, pero también reservas y prejuicios generalizados por ambas partes, basados en dolorosas vivencias de la historia y de¡ pasado más reciente.
Queremos intensificar en todos los niveles el encuentro entre cristianos y musulmanes, así como el diálogo entre Islam y cristianismo. Recomendamos en especial hablar juntos de la fe en el Dios único y esclarecer el. sentido de los derechos humanos.
Nos comprometemos pues:

  • A salir al encuentro de los musulmanes con actitud de estima.
  • A trabajar con ellos con vistas a objetivos comunes.

12. El encuentro con otras religiones e ideologías
La pluralidad de convicciones religiosas e ideológicas y de formas de vida se ha vuelto característica de la cultura europea. las religiones orientales y los nuevos grupos religiosos van extendiéndose y despertando también interés en muchos cristianos. Existen también cada vez más hombres y mujeres que se apartan de la fe cristiana y se comportan con indiferencia hacia ésta, o que siguen otras visiones del mundo.
Queremos esforzarnos por considerar con seriedad las críticas que se nos formulan y por entablar un debate leal.
También procede discernir con qué comunidades se puede buscar el diálogo y el encuentro y respecto a cuáles debe expresarse cautela desde el punto de vista cristiano.
Nos comprometemos pues:

  • A reconocer la libertad de religión y de conciencia de dichas personas y comunidades y a garantizar que tanto individual como colectivamente, en privado y en público, puedan practicar su religión y su visión del mundo en el marco del derecho vigente.
  • A estar abiertos a un diálogo con todos los hombres de buena voluntad, a procurar con ellos objetivos comunes y a testimoniar ante ellos la fe cristiana. Como Señor de la única Iglesia, Jesucristo es nuestra mayor esperanza de reconciliación y de paz. En su nombre queremos seguir juntos el mismo camino en Europa. Pedimos a Dios la asistencia de su Espíritu Santo. «El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15, 13).

En calidad de presidentes de la Conferencia de Iglesias Europeas (KEK) y del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas (CCEE), recomendamos a todas las Iglesias y Conferencias Episcopales de Europa que acojan la presente Carta Ecuménica como documento de base, adaptándola cada una a su particular contexto.
Con esta recomendación, firmamos la Carta Ecuménica en el marco del Encuentro Ecuménico Europeo, hoy, primer domingo después de la fiesta de la Pascua común de este año 2001.
Metropolitano Jérémie, Presidente de la KEK

Cardenal Miloslav VIk, Presidente del CCEE

Desde el Assekrem (Argelia)

VENTURA PUIGDOMENECH
ASSEKREM (ARGELIA).

SE REÚNEN EN MI NOMBRE

ECLESALIA, 01/01/21.- «Os aseguro que si dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» (Mt.18, 20). Como preparación de la Navidad hace tiempo que me propuse profundizar algún tema que me ayude a mejor visualizar este «Dios hecho carne viviendo en medio de nosotros» (Juan 1,14). Un Dios que desde su primera venida no ha dejado de sorprendernos viniendo allí donde no lo esperábamos: una cueva, un pueblo perdido, un pesebre… lo que no es sorpresa y sabemos bien, es que este año una vez más viene a compartir nuestras historias y sufrimientos: «no tenemos un Jesús incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas, sino que de manera parecida a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado y por ello, puede concedernos, la ayuda que necesitamos» (Hb 4, 15-16). ¿De qué va a disfrazarse este año pidiendo acogida?: ¿tomará el disfraz de un desplazado?; ¿el de un parado?; ¿el de un enfermo?; ¿el de un…?, ¡sabe Dios! ¿Sabremos reconocerlo? ¿Y si fuera el disfraz de un Dios ENFERMO que viene a compartir nuestras ‘Unidades de Cuidados Intensivos ‘(UCI)?

A nivel mundial estamos sufriendo un virus del que creíamos que su visita sería de corta duración y hay que rendirse a la evidencia; ya se comienza hablar de una posible tercera ola: ¿Y si escucháramos lo que este bicho, nos quiere decir?

Imagino vuestra reacción: «no por favor, ya estamos hartos de que nos hablen del Covid-19» ¡Lo comprendo!, sin embargo, no puedo dejar de deciros que la respuesta global que le estamos dando desde los niveles político, económico, social y también eclesial no me gusta nada. Cuando veo que la única preocupación desde estos estamentos, no es otra que la de «recuperar la nueva normalidad», sencillamente me digo: «¡no vamos bien!» La realidad es esta: en medio de la pandemia, al ver cómo la naturaleza retomaba sus espacios, la onda de solidaridad que todo ello despertó, etc… La mayoría de entre nosotros llenos de optimismo, nos decíamos: «nada será como antes» pero una vez deconfinados vemos que para una gran mayoría la única preocupación es el «volver a lo de antes»; el «volver a lo de siempre.»

Pero, decidme: ¿alguien puede aceptar como «normal» que a diario la gente se ahogue en el mar?; ¿que nos hayamos acostumbrado a hablar de un primer y de un cuarto mundo hasta el punto de que ya no son noticia ni el hambre, ni la muerte de niños por una simple diarrea? ¿Cómo vamos a terminar con la pandemia si hay países que acumulan entre 7 y 9 veces más sus dosis necesarias dejando de esta manera en la cuneta a multitud de países pobres que solo podrán vacunar uno de cada diez de sus habitantes? ¿Quién puede aceptar como «normal» el hecho de ver cómo la mentira, la corrupción y la difamación son moneda de cambio en nuestros Parlamentos?; ¿que en pleno siglo XXI se siga cerrando en prisión a personas por sus ideas o reivindicaciones? Más que «normal»: ¿no es «escandaloso» el hecho de ver que se emplea más tiempo en construir muros que en construir puentes o hospitales? ¿Encerrar a millones de desplazados en campos insalubres; dilapidar los impuestos del contribuyente en armas para preparar la guerra; matar nuestra ‘Madre Tierra’… y así, un largo etc.: ¿será esto «normal»? «¿Recuperar una nueva normalidad?» «¡No!, ¡no gracias!»

Con todo, me limitaré a hablar de los efectos de la pandemia sólo desde el nivel eclesial y como miembro activo que soy de esta iglesia me gustaría poder ayudar a la reflexión; esta es la única razón por la que me he decidido a hablaros de ello. Me hago una multitud de preguntas de las que intuyo algunas posibles salidas pero mi sueño es que juntos, desde una reflexión eclesial serena con todo el pueblo de Dios, encontremos las respuestas adecuadas que nos marquen el camino a recorrer.

Para empezar la reflexión, debo deciros que siento una gran pena cuando leo cosas parecidas a estas: «Nosotros tenemos la gracia, como curas que somos, de celebrar en este periodo de confinamiento”; o cuando en la plena primera ola del Coronavirus, en nombre de la «libertad religiosa», algunos de nuestros responsables reclamaban abrir los templos; o también cuando tímidamente nuestras iglesias empezaron de nuevo a abrir sus puertas y la gente aún traumatizada y con el miedo en el cuerpo, incrédula escuchaba a algunos obispos subrayar: «la obligación dominical», recordándonos «que la dispensa de no asistir a la misa dominical ya se había acabado». Mal andamos cuando reducimos la religión a lo permitido, lo prohibido o lo obligatorio… ¿no os parece?

Nos hemos acostumbrado a privilegios y exacciones. En esta salida gradual del confinamiento, no acabo de imaginarme qué hubiera pasado si en muchos de los países dichos católicos hubiéramos tenido que adoptar la medida que tomaron una gran mayoría de países musulmanes: mezquitas (iglesias) abiertas los días laborables y cerradas los viernes (domingos)… simplemente habríamos puesto el grito al cielo al comprobar lo que todos sabemos: nuestras iglesias, a pesar de tener sus puertas abiertas a lo largo de la semana, seguirían vacías y el día que podríamos tener gente: puertas cerradas!

¿Y si el Covid-19 nos regalara el poder hacer una nueva lectura de nuestras prácticas cultuales? El papa Francisco nos pide que “desconfinemos” a Jesús: «hoy Jesús llama desde dentro de la Iglesia para salir hacia afuera.» ¿Seremos capaces de abrirle de par en par las puertas?

Vivo en el Assekrem (Sur de Argelia), en pleno desierto del Sáhara, y mi fraternidad vecina de Tamanrasset (80 km.) desde el mes de marzo del 2019 no tiene sacerdote, eso significa pasar meses enteros sin eucaristía, pero, «por los frutos los conoceréis,» nos dice Jesús: ¿no será más importante ser eucaristía, pan y vino para tanta gente que reclama su presencia? ¿Quién puede poner en duda que mis hermanos son una verdadera fraternidad eucarística y samaritana? Otras fraternidades a lo largo del mundo a pesar de tener algún hermano sacerdote en casa, por solidaridad con el común de los fieles decidieron no celebrar ninguna eucaristía hasta que abrieran las parroquias.

Es un hecho que a lo largo de la pandemia, las misas se multiplicaron en las plataformas digitales. Yo mismo, estando solo como estaba, cada mañana me conectaba a las eucaristías que el papa Francisco celebraba en Santa Marta: cortas, sin adornos y con unas homilías que me alimentaban… pero, llegaba la hora de la comunión y debo deciros que sentía en mi interior un cierto desgarrón, como si algo estuviera fuera de lugar y chirriara, era cuando el papa nos invitaba a hacer la «comunión espiritual». Sentía malestar al ver cómo algunos como yo – curas y obispos – teníamos el privilegio de celebrar y comulgar, mientras que la gran mayoría era excluida. Este malestar aumentó aún en mí interior cuando recibí dos consultas en la misma dirección: la una venía de una amiga y la otra de una familia – debo aclarar que entre ellos no se conocían -. El hecho es que, ellos como yo, ponían el pan y el vino sobre la mesa, y en virtud del ‘sacerdocio común de los fieles’ a la hora en que el papa consagraba ellos también pronunciaban las palabras de la consagración y comulgaban: «¿Es válido?», me preguntaban… Ironías de la historia, Carlos de Foucauld pasó un largo tiempo sin poder celebrar la Eucaristía por falta de asamblea («me es muy duro pasar la Navidad sin misa,» escribía) no podemos olvidar que la Iglesia se mantuvo fiel durante siglos en muchos lugares a pesar de no tener clero, mientras que hoy, los sacerdotes podemos celebrar sin la comunidad, pero la comunidad (familia) para celebrar necesita de nosotros. ¿No habrá algo que no acabamos de hacer bien?

¿Y si esta pandemia fuera un punto de inflexión? ¿Y si nos decidiéramos a no perder el tren? Cada vez son más los teólogos, liturgistas, eclesiólogos, sociólogos, etc., que hacen reflexiones parecidas a estas: «… Viaja por Internet un chiste que explica bien lo que quiero expresar. Más o menos dice así: el Diablo, feliz, le dice a Dios: «Con el Covid te he cerrado todas las iglesias» y, a Dios de responderle: «Que va,, todo lo contrario, gracias al Covid abrí una iglesia en cada casa». Está claro que no quiero que las iglesias se cierren definitivamente; sin embargo, ¿de qué sirven las iglesias sin la iglesia de la fe vivida por cada cristiano, sin las «iglesias domésticas» en cada casa y familia? (…) Es urgente repensar lo que la Iglesia es realmente, ante todo el conjunto de todos los bautizados. la Iglesia primitiva, era «la Iglesia doméstica», que se reunía en una casa grande de algún cristiano o cristiana y el que presidía era el dueño o la señora de la casa donde celebraban la memoria de Jesús haciendo lo que él mandaba: dar la bendición y compartir el pan y el vino, recordándolo en acción de gracias, como significa la palabra Eucaristía (…) en este contexto, es urgente que el clero medite sobre su misión y su lugar en la Iglesia y en el mundo de hoy. Es necesaria una conversión radical, para que la Iglesia deje de ser clerical, piramidal y pase a ser participativa, en círculo, comunitaria, poniendo los carismas de cada uno al servicio de todos. Hombres o mujeres, casados o no, porque Jesús no impuso el celibato.” (Anselm Borges, teólogo portugués en Religión Digital del 05/08/2020).

Y yo no puedo evitar el hacerme más y más preguntas: Este largo tiempo de pandemia con su segunda ola incluida: ¿no podría ser una oportunidad que se nos brinda de poner las cosas en su sitio? No se trata de caer en la trampa del dualismo: ¿“iglesias domésticas” o “asambleas en el templo”?; ¿“con” o “sin” sacerdotes? Estoy convencido de que lo mejor sería acoger la inclusión: “el templo y las iglesias domésticas”; “con y sin sacerdotes”. Creo con toda el alma que esto podría dinamizar nuestra fe, nuestras liturgias a la vez, nuestra iglesia ganaría en credibilidad. El papa Francisco, denuncia a menudo el «clericalismo» como una de las grandes plagas de la iglesia de hoy: ¿Y si nos decidiéramos a ponerle remedio enriqueciéndola con la multitud de carismas que suscita el Espíritu y haciendo de nuestros encuentros un gran recinto participativo donde todos se sintieran co-responsables? Pienso que es demasiado pronto para responder a estas preguntas o similares… pero, sí que podríamos empezar a reflexionar: ¿no os parece? La realidad es esta: al menos aparentemente hemos vuelto a abrir las iglesias como si nada hubiera pasado y a imagen y semejanza del mundo político y económico, se diría que la única preocupación eclesial hoy no parece ser otra que la de poder recuperar la «normalidad.» Deseo que en un futuro no muy lejano, este hecho del Covid-19 despierte una reflexión eclesial seria, profunda y participativa del “qué” y del “cómo” celebramos y vivimos nuestras eucaristías.

Para terminar, deciros que no puedo ni quiero ignorar el gran sufrimiento que algunos de vosotros habéis vivido a lo largo de esos meses con pérdidas de seres queridos de la familia, del vecindario o cercanos: mi pésame y solidaridad más sinceros!; sin olvidar tampoco los que habéis perdido el trabajo, por culpa de ese Covid… pero, como dice el refrán popular, portador siempre de una gran sabiduría: «Mientras hay vida, hay esperanza”, y es lo último que podemos perder. Sí; no podemos de ninguna manera “desesperar” o sea: “dejar de esperar”, de confiar en que una nueva Iglesia, un mundo mejor y una vida personal renovada…son posibles. Todo dependerá de la respuesta que tú, yo y todos nosotros demos a lo largo de la post-pandemia.

¡Feliz Navidad a todos y a todas! Deseo con todo mi corazón que Jesús visite vuestras familias y hogares y, ya sabéis, para que eso sea posible: «con dos o tres reunidos en su nombre» es suficiente para que Él se haga presente. Nadie puede confinarle. 

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LA PROFECÍA DE CARLOS DE FOUCAULD

Antonio LÓPEZ BAEZA

«<em>Volvamos al Evangelio, de lo contrario Cristo no estará con nosotros</em>»<br>Carlos de FOUCAULD

El futuro de la Iglesia es el Desierto:
¿Cómo, si no, podrá señalar al mundo de hoy el camino que conduce, de las esclavitudes
y dependencias que lo aquejan, a la gozosa libertad de los hijos de Dios?


El futuro de la Iglesia es Nazaret:
De su encarnación en las necesidades y en las luchas de los pobres y marginados de
cada sociedad, depende la fuerza profética (es decir, convincente) de su palabra en el mundo.


El futuro de la Iglesia es la Fraternidad Universal:
Dentro de ella nadie se puede sentir excluido ni marginado; todos en abrazo, por encima
de ritos y creencias, más allá de las diversas maneras de concebir la existencia humana y
de buscar la felicidad.


El futuro de la Iglesia es Jesús, Modelo Único:
El que ha venido no a ser servido sino a servir, camino de Plena Humanidad en su ser manso y humilde de corazón; revelador con su Vida y con su Muerte del Rostro de un Dios, Padre y Madre, locamente
enamorado de toda criatura humana.


El futuro de la Iglesia es Gritar el Evangelio con la Vida:
Vida que contagia el gozo de sentirse ya salvada por Dios. Vida que
encuentra todo su sentido en el silencio del servicio más desinteresado. Vida ofrecida en
Acción de Gracias y en Comunión a todos los sedientos de Vida.


El futuro de la Iglesia es el Último Lugar:
Porque sabe, con sabiduría del Espíritu, que los príncipes y poderosos de este mundo
siempre oprimen; y sabe, que los primeros puestos en el Banquete del Reino están
reservados a cuantos se aceptaron, sin dejar de hacer cuanto tenían que hacer, siervos
inútiles y sin provecho.


El futuro de la Iglesia es el Absoluto de Dios:
Conviene que Él crezca y Ella disminuya. Porque sólo Dios salva -¡y Dios sólo salva!-, único capaz de
sacar hijos de Abraham de las piedras, y único también en satisfacer las más profundas
aspiraciones del corazón humano.


El futuro de la Iglesia es la Adoración al Eterno:
El Dios Más Grande que todas las instituciones e ideas que alaban y defienden su
Nombre. Ante Quien no cabe más que el silencio del alma enamorada, rendida ante el
asombro de tan inmenso Amor.

El futuro de la Iglesia es el Abandono en Dios:
Nada busca para sí misma en forma de honores ni privilegios; acepta la incomprensión, la
persecución y el fracaso que le pudieran venir por mantenerse fiel al Evangelio, siguiendo
a su Maestro con la Cruz; y trabaja en la más tranquila gratuidad, sabiendo que su Misión
en el mundo no depende de la eficacia de los medios temporales.


El futuro de la Iglesia es la Sencillez Evangélica:
¡Volvamos al Evangelio! Sencillez de Jerarquía. Sencillez de Moral. Sencillez en las expresiones LitúrgicasSencillez, sobre todo, en la exposición de la Verdad Revelada, que nos transmite la Diafanía del Verbo hecho Carne.


La Iglesia del Futuro será una Iglesia de Resucitados:
Mujeres y hombres audaces y libres, amantes apasionados de la vida y arriesgados
defensores de la Dignidad y los Derechos Humanos; Bienaventurados en la Pobreza de
su espíritu solidario; bien dispuestos a entregar sus vidas, en el día a día de sus
responsabilidades, como el grano de trigo que no teme morir para dar mucho fruto de bien común…
¡O no lo será en absoluto!

Oración de Carlo Carretto por la Iglesia

Carlo Carretto (1910-1988), Presidente de la Acción Católica Italiana, Hermanito de Jesús hasta el día en que la llamada de Cristo lo llevó al desierto el siguiendo los pasos del Padre de Foucauld para cofundar en 1956 los “Hermanitos del Evangelio” que viven con el mismo espíritu pero se hacen cargo de las actividades sociales organizadas.

Oración de Carlo Carretto “Oh Iglesia, cuán cuestionable me pareces”:

“¡Oh Iglesia, cuánto me pareces cuestionable y, sin embargo, cuánto te amo!

¡Cuánto me hiciste sufrir y, sin embargo, cuánto te debo!

Me gustaría verte destruida y, sin embargo, necesito tu presencia.

A través de ti me han sobrevenido tantos escándalos y, sin embargo, me has hecho comprender la santidad.

No he visto nada en el mundo más oscurantista, más comprometido, más falso, y no he tocado nada más puro, más generoso, más hermoso.

Cuántas veces he tenido el deseo de cerrar la puerta de mi alma en Tu rostro, y cuántas veces he rezado para morir en Tus brazos que ofrecen toda seguridad. Amén. «

Carlo Carretto (1910-1988)