Escuchar, nunca lo suficiente


Miguel Angel Malavia CMF

Cuentan que fue lo último en salir de sus labios antes de cruzar el umbral: “Nunca podremos amar lo suficiente”. Corría el verano de 1910 y el viejo abate Henri Huvelin moría en París con fama de confesor excepcional. Pudo haberse dedicado a menesteres de mayor prestigio, pero eligió gastar la vida en un rincón de la iglesia de San Agustín. Las crónicas hablan de un confesionario siempre iluminado, largas colas en la sacristía y el recibidor del número 6 de la calle Laborde (su propio hogar) colmado de personas esperando su turno. Reclamaban ser escuchadas y recibir un pequeño impulso para el camino. Y sabían que en el padre Huvelin lo terminaban encontrando.

Aunque lo frecuentaron otros espíritus ilustres, la historia recuerda a este cura (uno de tantos) por su relación con Charles de Foucauld. A instancias de su prima Marie de Bondy, Foucauld se decidió a visitarlo “uno de los últimos días de octubre (de 1886), creo que entre el 27 y el 30”, según él mismo refiere. El hombre que entró aquella mañana en San Agustín no llegaba a los treinta, era aún vizconde y militar, y regresaba de un lustro agitado entre Argelia y Marruecos. El desencanto y la disipación que regían su voluntad empezaban a ceder ante a una inquietud existencial cada vez más lúcida. Pero para entonces Charles arrastraba doce años de aguda desolación. Más tarde, echando la vista atrás, reconocería a un amigo: “Creo que nunca he pasado por un estado de ánimo tan lamentable. Viví como se puede vivir cuando se apaga la última chispa de fe”.

La súplica de Foucauld

Una vez en el templo, pasó largo rato en soledad, repitiendo esa súplica que le rondaba los últimos meses: “Dios mío, si existes, déjame conocerte”. Después se alzó y trató de entablar conversación con el abate Henri, dejando claro que no albergaba mayores pretensiones porque no tenía fe. El sacerdote le instó a descargar su alma en confesión. Quizá desconcertado, Charles obedeció. Parecía que aquel hombre no estaba dispuesto a perderse en un intercambio de palabras desapasionadas: había advertido ya la inmensidad de su sed y deseaba escuchar cuán ancho era el arenal que venía atravesando. Con la mera invitación del padre Huvelin, sobrevino la ansiada conversión. Al abandonar la iglesia, Foucauld llevaba consigo una fuente viva para todos los desiertos que estaban por venir. Y un amigo que nunca lo dejaría de su mano.

A pesar de lo distante del tiempo y las circunstancias, podemos imaginar el impacto que este encuentro hubo de producir en ambos. Se convirtió en un momento extraordinario que, sin embargo, no lo era tanto. Se trataba solo de una mañana entre las miles que el abate pasó escuchando e instruyendo a quienes se le acercaban. Un día y otro. Y después otro más. El oído perpetuo, la palabra pronta. Una voz al otro lado que suena familiar, un rostro ignorado. Siempre una pena nueva, una paz pendiente. Y así cada hora hasta que llegó la de su muerte. Entonces, aquel confesor que no había hecho otra cosa (en todo y con todos) se despide con un suspiro inesperado: “Nunca podremos amar lo suficiente”.

Carlos de Foucauld

Más allá del confesionario

La paradoja que estas palabras representan en relación con el periplo vital de quien las pronuncia no nos resulta ajena. Durante siglos, el ministerio de la escucha, mejor o peor ejercido, se concentró simbólicamente en la figura del sacerdote y en la vía sacramental, aunque basta afinar un poco el juicio histórico para descubrir creyentes de toda condición volcados en este servicio más allá del confesionario. Desde luego, en parroquias, monasterios y conventos, pero también en la vida cotidiana y familiar.

Así lo demuestra la delicada compañía que Marie brindó ininterrumpidamente a su primo Foucauld desde la vocación laical. Bien mirado, cualquiera de los dos, Henri y Marie, podría haber sido en la actualidad voluntario en uno de los numerosos centros de escucha que configuran un nuevo campo abierto a todos para el apostolado del oído. En ellos se constata que aquello que el abate Huvelin y muchos otros llevaron a cabo con su propia entrega (esa escucha paciente, exigente, incondicional e inspiradora) se ha transformado en un leitmotiv del sentir eclesial de nuestro tiempo.

Urgida a la escucha

Habrá pocas épocas en que la Iglesia haya sido tan explícita y sistemáticamente urgida a la escucha. Quienes revisiten nuestros documentos y nuestro quehacer dentro de unas décadas, se percatarán enseguida de la insistencia en salir al encuentro y recibir al que llega, el apremio por abrirse al mundo y acoger sus reclamos, el afán de acompañar a todos sin excepción. Va implícito en ello un amplio sentido de la escucha como actitud cardinal para nuestra vida y misión. Una actitud en la que, al menos a priori, hemos decidido echar el resto de nuestro esmero.

Puede sorprender tanto empeño, tanta literatura y tantas apelaciones al respecto. Para algunos será el signo inequívoco de un déficit más o menos estructural (“la Iglesia ‘no sabe’ escuchar”); para otros, un imperativo misionero ante una realidad cada vez más crítica (“a Iglesia ‘debe’ escuchar”); y habrá quien vea en ello una prueba de buena disposición hacia los sedientos de nuestro tiempo (“la Iglesia ‘quiere’ escuchar”). Sea como fuere, lo errado sería ignorar que en el tímpano del cristiano vibran las entrañas de su fe. Somos por vocación hijos del ‘shemá’, servidores de un Dios a quien comenzamos a oír paseándose por el jardín a la hora de la brisa (cf. Gn 3,8) y terminamos de escuchar cuando el Espíritu y la Esposa gritan “¡ven!” (cf. Ap 22,17). En nombre de Cristo, que nos abre el oído y desata nuestra lengua (cf. Mc 7,31-37), lo escuchamos y nos escuchamos, para pronunciar después en cada herida una palabra de aliento (cf. Is 50,4).

La intrahistoria eclesial

Lo hacemos hoy y lo hemos hecho siempre: por ese cauce oculto discurre la intrahistoria de una Iglesia que vive más de lo escondido que de lo visible. Solo en algunos casos, como el del padre Huvelin, esas aguas subterráneas emergen por un instante, revelando su fuerza de eternidad. Con todo (he aquí la paradoja), nada nos libra al final del suspiro del abate. Por más que en lo secreto de nuestra entrega cultivemos una escucha solícita y denodada, a la que siga una palabra cordial y verdadera, nunca habremos amado lo bastante.

En realidad, no tiene por qué haber en esto resignación o desaliento, pues la indigencia de ese lamento postrero porta en sí el don de la samaritana (por el Dios inmenso que nos escucha más allá de toda medida) y el ardor del samaritano (por el corazón fraterno que desearía llegar a todos los afligidos). Nunca es suficiente. Y es bueno que no lo sea.


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Abate Henri Hubelin, Padre Espiritual de Carlos de Foucauld

Hace unos días atrás en Argentina celebramos el día del padre, un día lleno de festejos, encuentros familiares y recuerdos, en un momento me imaginé a una persona que para nuestro hermanito Carlos tuvo una muy importante y referenciante figura hablando de sentimientos paternos y es nada más que el Abate Hubelín, a continuación conocemos algo más de este sacerdote que tuvo la intuición de conocer el corazón del Vizconde y llevarlo amorosamente hacia el Hermano Universal.

“… a los 48 años, Henri Hubelin era solamente Vicario Cooperador en la Iglesia de San Agustín, ¿porqué estaba tan rezagado si era un extraordinario sacerdote?  Posiblemente por estar impedido  desde su niñez por ciertas deformaciones reumáticas, era un sacerdote muy formado a quién más de una vez se le ofreció el profesorado en los institutos católicos de París; para ello disponía de los requisitos necesarios: sabiduría natural, formación esmerada, amigos influyentes incluso entre los teólogos más importantes de la Francis de entonces.

Pero él prefirió quedarse en la pastoral común, concreta en los puestos de retaguardia en contacto con el pueblo: largas horas en el confesionario, en iglesias que parecían heladeras en invierno y hornos en verano. Ciertamente también tenía a su cargo conferencias, unos “Cursos de Fe” para adultos y gente ya formada, pero su ocupación más directa y esencial fue la “cura de las almas” en la que no hacía distingos, pobres, ricos, anónimos, ocasionales y hasta difíciles penitentes intelectuales. Disponía de esa ciencia del alma que permite salir al encuentro de cada problema, de cada angustia.

A través de su amigo el teólogo A. Houssaye, el Abbe Hubelin se contacto con la “escuela francesa de piedad” de inmediato comprendió su importancia, el valor del teocentrismo en una época de desmedida deificación del hombre. Sus predicaciones y su modo de dirección espiritual contradecían las corrientes entonces en boga por una parte demasiadas cargadas de sensiblería y por otra apegadas excesivamente a la razón. Uno de sus lemas más escuchados era: “Jesucristo ocupó en la tierra el último sitio, que nadie pudo discutirle, seguir a Cristo pues implica, seguir al oculto al desconocido Señor que nada poseía como propio, porque en todo buscaba la gloria de Dios”

El Abbe era un testigo privilegiado de esa vida, cuando hablaba de anonadamiento o de destrucción quería referirse a la pobreza de espíritu, del sermón de la montaña aplicada a la vida concreta: renuncia o mejor distancia de los planes excesivamente personales, incluso de los mejores para permanecer siempre abierto a los de Dios. Alguna vez escribiría a Foucauld esta significativa frase: “No se trata de hacer triunfar una idea, sino de hacer la voluntad de Dios”

Precisamente esa entera disponibilidad de corregir sobre la marcha su pensamiento, para volverse atrás y rastrear lo que Dios pretende de cada uno en un momento determinado, lo capacitaba de extraordinario modo para ser un director espiritual sagaz y buscadísimo.

Nunca fue un guía complaciente sino exigente, no caía en paternalismos para no atar a sus dirigidos a su persona, nada de recetarios como esos curas que de inmediato sirven la pócima curativa, tampoco un teólogo infalible insuflado de soberbia que todo lo sabe y se queda siempre con la última palabra.

Sabia reconocer cuando el caso lo desconcertaba, si no veía claramente podía callar por mucho tiempo, pero cuando veía con claridad, no se andaba con rodeos ponía al dirigido ante el nudo, ante el punto quemante, le gustara o no.

En el “caso Foucauld” vio claro. De allí sus frases lapidarias, instrumentos de la gracia para servir a alguien que a partir de entonces alteró por entero el curso de su existencia.

Foucauld conoció a Hubelin en el salón de la casa de su tía Inés de Moitessier, los primeros contactos no superaron el nivel de lo formal, Huvelin no exponía sobre temas religiosos allí estaba silencioso, afable, buen interlocutor, porque tenía el don de saber escuchar.

El Hermano Carlos que lo conoció por referencia de su prima, quedo fuertemente impresionado por su personalidad pero no deseaba dejarse prendar por él.

Una mañana el Vizconde recorría las calles de Paris, ingresó al portal de San Agustín entró y como siempre el confesionario de Huvelin estaba iluminado al acercarse para solamente dialogar sobre algunas cuestiones relacionadas con la fe, encontró la imperativa y dulce voz del Abbé que le decía; “arrodíllese y confiésese y así encantarará la fe”, Foucauld se arrodillo y la historia que sigue aún la estamos escibiendo…..”

En base a El Sahara fue su destino, Hildegard Waach, Edit. Guadalupe, pag 35 – 37

Carlos de Foucauld: “La misericordia de Dios es desde toda la eternidad”

Andrea Mandonico, ADM

Beatificado en Roma por Benedicto XVI el 13 de noviembre de 2005, como «confesor de la fe» y con el título de «sacerdote diocesano», Carlos de Foucauld, fallecido hace apenas 100 años, deberá ver pronto su causa de canonización; su familia espiritual cuenta ahora con más de 13.000 miembros. El vicepostulador de la causa, miembro de la Sociedad de Misiones Africanas, ofrece un recorrido por su obra como clave de misericordia.

    

El almirante de Blic, sobrino de Charles de Foucauld, relató el siguiente episodio que leíste durante la estancia de su tío en Barbirey, Côte-d’Or, con su hermana:

La maestra de Barbirey era entonces una joven no sólo atea, sino de un anticlericalismo militante y la influencia sobre los niños era deplorada en el pueblo. Sucedió que un domingo por la tarde, caminando ella misma por la orilla del canal, se reunió con un grupo que incluía a un sacerdote. Y él la miró al pasar. Su mirada era tan buena y tan profunda que se sintió abrumada. Su emoción fue tal que decidió, ignorando sus prejuicios, abrirse al respecto a un eclesiástico. Y ese fue el origen de su conversión. Tres años y cinco años después, haciéndose católico practicante y visitando la exposición “Charles de Foucauld” en Besançon, sosteniendo sus fotografías expuestas, creando un reconocer allí a este sacerdote al que nunca había vuelto a ver. La visitante pregunta:

Descubriendo la Misericordia de Dios

La misma experiencia vivió Charles de Foucauld durante su conversión en 1886, pero la mirada que se pose sobre él y lo abrumó fue la de Dios. En esta mirada que lo convirtió, Carlos experimentó profundamente la bondad, la misericordia de Dios. Preparado para «reconocimiento en Marruecos» y el encuentro con la fe islámica, que «produjo en [él] una profunda conmoción Regresó a París con su familia, y su búsqueda de Dios, así como la cercanía su prima Marie de Bondy, lo llevaron al confesionario del Abbé Huvelin.

El hermano Charles escribirá:

Al hacerme entrar en su confesionario, uno de los últimos días de octubre, entre el 27 y el 30, creo, me diste todos los bienes, Dios mío. Si hay alegría en el cielo al ver a un pecador convertir, ¡la hubo cuando entre en ese confesionario! […] Pedí lecciones de religión: me hizo arrodillarme y confesarme y me envió inmediatamente a comulgar.

Por tanto, como pobre y pecador, el hermano Carlos encontró a este Dios que es Amor, que perdona incansablemente, que busca a la oveja descarriada, llena de misericordia.

Años más tarde, en 1897, cuando estaba en Nazaret, durante “un breve retiro” para “1° tratar de conoceros mejor, de amaros mejor; 2° trata de conocer mejor tu voluntad para hacerla mejor”, descubre Charles de Foucauld y canta a la misericordia de Dios. Después de haber meditado los misterios de la vida de Jesús, el 8 de noviembre hizo “un repaso de vida”: “Yo, mi vida pasada, mis pecados”.

Ante Dios, reconoce no sólo todos sus pecados juveniles sino también los de su niñez y le pide perdón. Mejor, quiere reconocer y cantar las «misericordias de ayer, de hoy y de todos los momentos de [su] vida, antes de [su] nacimiento y antes del tiempo»: «Estoy allí ahogado, me inundan, me cover y envuélveme por todos lados… ¡Ah! Dios mío, todos tenemos que cantar tus misericordias […]; pero si todos lo debemos, cuanto yo! «. In a finísimo análisis, relee su vida, desde su infancia con la presencia a su lado de su madre -a la que perderá a los seis años- como una gracia: «Yo que he estado, desde mi infancia, rodeado de tantas gracias, hijo de una santa madre, por haber aprendido de ella a conocerte, a amarte y a rezarte, en cuanto pude to listening una palabra». . su modo de vivir su fe, su presencia, su acogida y su actitud de perdón y de amor hacia él. .

Durante su juventud militar cuando «toda fe había desaparecido», Dios lo rodeó de su buena preservación

gusto por el estudio, por la lectura seria, por las cosas bellas, repugnancia por el vicio y la fealdad… Hice el mal, pero ni lo aprobé ni me gustó… Me hiciste sentir una profunda tristeza, un doloroso vacío, una tristeza que Nunca sentí excepto entonces… Volvía a mí todas las tardes cuando estaba solo en mi apartamento… Me mantuvo mudo y abrumado durante lo que se llama las fiestas; Los organicé, pero, llegado el momento, los pasé en infinito silencio, asco, aburrimiento… muerto y eso bastó para ponerme en un malestar que envenenó mi vida… Nunca sentí esta tristeza, este malestar, esta preocupación que entonces, Dios mío… Fue un regalo tuyo. .¡Como estaba lejos de sospecharlo!… ¡Qué bueno eres!… Y al mismo tiempo que impedía que mi alma con estas invenciones de tu amor se ahogara irremediablemente, conservabas mi cuerpo [… ] ¡Oh! ¡Dios mío, cómo tenías tu mano sobre mí, y qué poco la sentía! ¡Qué tan bueno sos! ¡Qué tan bueno sos! ¡Cómo me ha guardado! ¡Como si me meditaras bajo tus alas cuando ni siquiera creí en tu existencia!

Hablando de este período a su amigo Henry de Castries, se pregunta:

¿Por qué milagro la infinita misericordia de Dios me hizo volver de tan lejos? Sólo puedo atribuirlo a una cosa, la bondad infinita de Aquel que dijo de Sí mismo «quoniam bonus, quoniam in saeculum misericordia ejus» y Su Omnipotencia.

hijo pródigo

Todavía in Nazaret, meditando la parábola del hijo pródigo a quien el padre mostró misericordia y bondad (Lc 15, 11-32), volvió a leer toda su vida a la luz de esta misericordia divina. Discover, con asombro, que cuando se alejó de Dios, negándose a creer en Él, cuando se hundió en el pecado, este Dios nunca dejó de esperarlo, de buscarlo, de amarlo con una ternura infinita:

¡Dios mío, que bueno eres! ¡Eso es lo que hiciste por mí! Sí, joven, me he ido lejos de ti, lejos de tu casa, de tus santos altares, de tu Iglesia, a una tierra lejana, la tierra de las cosas profanas, de las criaturas, de la incredulidad, de la indiferencia, de las pasiones de la tierra. .. […] Allí me quedé mucho tiempo, 13 años, disipando mi juventud en el pecado y la locura. Tu primera gracia (no la primera en mi vida, pues son innumerables en cada hora de mi existencia, pero aquella en la que veo como la primera aurora de mi conversión), es haberme hecho experimentar hambre, hambre material y espiritual. ; tuviste la infinita bondad de ponerme en dificultades materiales que me hicieran sufrir y me hicieran encontrar espinas en esta vida loca;me has hecho experimentar chamber espiritual haciéndome experimentar íntimos deseos de un mayor estado moral, gustos por la virtud, necesidades por el bien moral; y luego, cuando volví a ti, muy tímidamente, andando atienas, haciéndote esta extraña oración: «Si existents, déjame conocerte», oh Dios de bondad que no había cesado de actuar desde mi nacimiento en mí y a mi alrededor para realidad hacer este momento , con qué ternura, “corriendo inmediatamente, te echaste sobre mi cuello, me besaste”; con qué afán me devolviste la túnica de la inocencia… Y a qué fiesta divina, muy diferente a la del padre del hijo pródigo, invite me inmediatamente… ¡Qué bueno es este Padre del hijo pródigo! ¡Pero cómo eres mil veces más tierno que él!¡Cómo ha hecho mil veces más por mí que él por su hijo! ¡Qué bueno eres, Señor mío y Dios mío! Gracia, gracia, gracia, gracia infinita !

Y reconoce en la actitud de su tía Inés, la actitud del padre del hijo pródigo:

Hijo pródigo, no sólo recibido con tan inefable bondad, sin castigo, sin repensión, sin ningún recuerdo del pasado, sino con besos, la primera túnica y el anillo del niño de la casa, no sólo recibido así, sino buscado por este Padre bendito y trajo por él de aquellas lejanas tierras, ¿cuáles son mis deberes para con este Amado Padre? ?

La respuesta a esta pregunta es magnífica porque nos muestra cómo el hermano Carlos, tocado por el Amor, quiere vivir toda su vida en este Amor:

Primero amarlo, luego amarlo y finalmente volver a amarlo, porque amar lo contiene todo. Amar contiene obediencia; amar contiene la imitación de todo lo que le vemos hacer y que nos permite imitar; amar contiene contemplación continua; amar contiene arrepentimiento por las faltas cometidas contra él; amar contiene humildad ante la distancia que separa nuestra miseria de su perfección; amar contiene el celo de realizar todas las obras útiles a su servicio y conforme a su voluntad; amar contiene el esfuerzo continuo por ser y hacer continuamente lo que más le agrada…

Ovejas perdidas y encontradas

El hermano Carlos no es sólo un hijo pródigo recibido con los brazos abiertos por el Padre, sino también una oveja descarriada buscada con pasión y valentía incansable por el Buen Pastor (Lc 15,1-7):

¡Qué bueno eres, Dios mío, y qué tierno este divino Pastor que va, por montes y quebradas, por peñascos y matorrales, en busca de esta oveja infiel! Es hasta el calvario que sube para buscarla. No es sólo la sangre de sus pies, sino la de todo su cuerpo la que da para encontrarla […]. Y no solo la busca, la busca mucho tiempo, no, la busca hasta encontrarla. […] Dios siempre respeta la libertad humana, pero tiene tesoros de gracias de poder soberano, y las derramará sobre las almas si sabemos obtenerlas de él, a fuerza de oraciones; mucho más, sólo pide, sólo desea difundirlos y nos reprochará un día no haberlos podido obtener de él para tantas pobres almas que pudimos y debimos salvar con nuestras oraciones […] .No solo cae sobre su cuello, no solo va a su encuentro como el padre del hijo pródigo, no, va buscándola, buscándola hasta encontrarla, y luego la carga sobre sus hombros. . ¡Qué divinamente bueno eres, oh buen pastor! Y entonces, el toca a esta pobre oveja, tan felizmente salvada después de estar tan perdida, alegrarse; pero no, no decimos que sea ella la que se regocije, es esta buena, esta pastora divinamente buena, la que se regocija de haber encontrado a esta pobre oveja tan culpable y tan sucia… Esta es mi historia, Dios mío, esta así me buscaste, me encontraste, me trajiste, culpable y contaminado, al redil y pusiste todo en tu contra, no en el redil ordinario, con las otras ovejas, sino en tu propia habitación, «in abscondito faciei tuae». .. que bueno eres, ay dios miono va simplese a su encuentro como el padre del hijo pródigo, no, va buscándola, buscándola hasta encontrarla, y luego la carga sobre sus hombros. ¡Qué divinamente bueno eres, oh buen pastor! Y entonces, el toca a esta pobre oveja, tan felizmente salvada después de estar tan perdida, alegrarse; pero no, no decimos que sea ella la que se regocije, es esta buena, esta pastora divinamente buena, la que se regocija de haber encontrado a esta pobre oveja tan culpable y tan sucia… Esta es mi historia, Dios mío, esta así me buscaste, me encontraste, me trajiste, culpable y contaminado, al redil y pusiste todo en tu contra, no en el redil ordinario, con las otras ovejas, sino en tu propia habitación, «in abscondito faciei tuae». .. que bueno eres, ay dios miono va simplese a su encuentro como el padre del hijo pródigo, no, va buscándola, buscándola hasta encontrarla, y luego la carga sobre sus hombros. ¡Qué divinamente bueno eres, oh buen pastor! Y entonces, el toca a esta pobre oveja, tan felizmente salvada después de estar tan perdida, alegrarse; pero no, no decimos que sea ella la que se regocije, es esta buena, esta pastora divinamente buena, la que se regocija de haber encontrado a esta pobre oveja tan culpable y tan sucia… Esta es mi historia, Dios mío, esta así me buscaste, me encontraste, me trajiste, culpable y contaminado, al redil y pusiste todo en tu contra, no en el redil ordinario, con las otras ovejas, sino en tu propia habitación, «in abscondito faciei tuae». .. que bueno eres, ay dios miobuscarla hasta encontrarla, y luego cargarla sobre sus hombros. ¡Qué divinamente bueno eres, oh buen pastor! Y entonces, el toca a esta pobre oveja, tan felizmente salvada después de estar tan perdida, alegrarse; pero no, no decimos que sea ella la que se regocije, es esta buena, esta pastora divinamente buena, la que se regocija de haber encontrado a esta pobre oveja tan culpable y tan sucia… Esta es mi historia, Dios mío, esta así me buscaste, me encontraste, me trajiste, culpable y contaminado, al redil y pusiste todo en tu contra, no en el redil ordinario, con las otras ovejas, sino en tu propia habitación, «in abscondito faciei tuae». .. que bueno eres, ay dios mio buscarla hasta encontrarla, y luego cargarla sobre sus hombros.¡Qué divinamente bueno eres, oh buen pastor! Y entonces, el toca a esta pobre oveja, tan felizmente salvada después de estar tan perdida, alegrarse; pero no, no decimos que sea ella la que se regocije, es esta buena, esta pastora divinamente buena, la que se regocija de haber encontrado a esta pobre oveja tan culpable y tan sucia… Esta es mi historia, Dios mío, esta así me buscaste, me encontraste, me trajiste, culpable y contaminado, al redil y pusiste todo en tu contra, no en el redil ordinario, con las otras ovejas, sino en tu propia habitación, «in abscondito faciei tuae». .. que bueno eres, ay dios mio tan benditamente salvados despues de estar tan perdidos, para regocijarse;pero no, no decimos que sea ella la que se regocije, es esta buena, esta pastora divinamente buena, la que se regocija de haber encontrado a esta pobre oveja tan culpable y tan sucia… Esta es mi historia, Dios mío, esta así me buscaste, me encontraste, me trajiste, culpable y contaminado, al redil y pusiste todo en tu contra, no en el redil ordinario, con las otras ovejas, sino en tu propia habitación, «in abscondito faciei tuae». .. que bueno eres, ay dios mio tan benditamente salvados despues de estar tan perdidos, para regocijarse;pero no, no decimos que sea ella la que se regocije, es esta buena, esta pastora divinamente buena, la que se regocija de haber encontrado a esta pobre oveja tan culpable y tan sucia… Esta es mi historia, Dios mío, esta así me buscaste, me encontraste, me trajiste, culpable y contaminado, al redil y pusiste todo en tu contra, no en el redil ordinario, con las otras ovejas, sino en tu propia habitación, «in abscondito faciei tuae». .. que bueno eres, ay dios mio !

Este reencuentro suscitó la alegría en el corazón del Buen Pastor que tiene a sus ovejas cerca de él, en su habitación, comiendo su pan, bebiendo de su copa y durmiendo sobre su pecho (cf. 2 S 12,3-4). El hermano Carlos se siente acogido y abrazado por la misericordia de Dios y comprende que no podía «hacer otra cosa que vivir sólo para Él». «.

Misericordia que se hace imitacion

Comentando la invitación de Jesús, «Sed misericordiosos como vuetro Padre es misericordioso», el hermano Carlos escribe:

¡Qué bueno eres, Dios mío, para ser tan misericordioso… Tú mismo dices que lo eres!… ¡Qué bueno eres para llamarnos a tal perfección, no a la de un ángel, sino a semejanza de la de Dios mismo ! ¡Qué bueno eres al tener para nosotros tan alto ideal, tan grandes anhelos!… ¡Qué bueno eres al decirnos que nos asemejemos a ti, que te imitos! ¿Puede el amado dar un mandato más dulce a quien lo ama?… ¡Cuánto amas a los hombres, tú que mandas con tanta fuerza ser misericordioso con ellos, misericordioso con todos, con «los buenos y los malos» y que declara Que Eres así, Tú mismo así para con todos… Que eres bueno ! »

No olvidemos que en el lenguaje bíblico la palabra “misericordia” es muy rica: tiene el significado de ternura, compasión, apego a alguien y por lo tanto también contiene la idea de perdón y fidelidad.. Jesús, como nuestro recordó el Papa Francisco, «es el rostro de la misericordia del Padre Y esta misericordia, este amor, esta compasión se resume en su persona, en su obra y en su palabra. Por eso, para Carlos de Foucauld es un compromiso casi natural querer imitar a Jesús, a lo largo de su vida.

Todavía en el retiro de Nazaret que hemos mencionado, inmediatamente después de haber cantado la misericordia de Dios en su vida, Durante los últimos tres días, meditó en las quince virtudes de Jesús para imitarlo great: fe, esperanza, caridad; coraje, humildad, veracidad, oración, obediencia, castidad, pobreza, abyección, trabajo manual, retiro y penitencia. Quizá nos sorprenda ver entre estas virtudes el trabajo manual, pero no debemos olvidar que el rostro de Jesús que descubrió el hermano Carlos es el rostro del «obrero de Nazaret», aquel que «tomó tanto el último lugar que nadie pudo arrebatárselo” y el trabajo manual a los ojos de este noble visconde es el signo más claro de este último lugar ..

Misericordia para toda la humanidad

Más profundamente, Charles de Foucauld entiende que la bondad, la ternura, la compasión y la misericordia de Dios no son nunca sólo para él, sino para todos los hombres, especialmente para los pequeños. La gracia de la misericordia recibida se convierte en compromiso: habiendo recibido la misericordia llamado, el hermano Carlos se sabe a dar testimonio de ella en todas partes, para todos los que se cruzan en su camino. Un camino que los llevará a las ardientes montañas de Siria, a las llanuras de Tierra Santa y por las huellas del desierto del Sáhara al encuentro de los tuaregs, para “dedicarse a la salvación de las almas” mostrándoles el amor de Dios. quien por pura bondad se encarnó y habitó entre nosotros.

Charles de Foucauld terminó sus dos meditaciones sobre el hijo pródigo y la oveja perdida subrayando que habiendo recibido misericordia, debe, a su vez, darla a los demás:

Seguramente, una de las cosas que más le agradan es que nos mostremos tiernos como él lo fue, hacia nuestros hermanos menores pródigos a su vez, que los busquemos como él nos buscó a nosotros, entrando en su obra, por nuestras oraciones siempre y por todos los otros medios a nuestro alcance cuando nos da la misión… No sólo que los busquemos, sino que, ya sea en nuestras oraciones, o en nuestras otras obras dirigidas a este fin, pongamos un celo casi infinito, un celo infinito aun , cuanto es posible a los hombres, porque no es por las criaturas que trabajaron, es por Dios; es para cumplir esta obra de conversión, que tanto le agrada, que el cielo se regocija más que la perseverancia de 99 hombres justos; es para cumplir esta obra, que tanto le agrada, que dice:“Conviene regocijarse, porque tu hermano ha muerto y he aquí que vive” […] Y luego cuando nuestro hermano pródigo regresa a casa, debemos recibirlo como nuestro Padre lo recibe, como nuestro Padre nos ha dado a nosotros mismos. , sin volver al pasado, sin reprimenda, sin desconfianza por el futuro, diciendo: «Pero estoy seguro de que irá al cielo» (¡esta palabra que me ha hecho tanto bien!), mostrándole la misma confianza, el cariño mismo, la misma ternura, la misma estima como si nunca hubiera salido de casa, con este olvido total de sus faltas que necesitamos que Dios tenga por nosotros, con este sentimiento de que sus faltas, no escondidas, no encubiertas, pero radicalmente destruidos por la confesión, his también radicalmente destruidos por nosotros; que el unico, !

Como el buen Pastor se alegra de haber encontrado a su oveja, el hermano Carlos cultivó en su corazón la misma alegría por el hermanito encontrado y devuelto a la casa paterna y fraterna. En la conclusión de la meditación sobre la oveja perdida, el hermano Carlos expresa todo su entusiasmo por imitar al Buen Pastor y correr en busca de las ovejas que Dios ha confiado:

Hagamos por los demás lo que Jesús hizo por nosotros… Imitemos el ejemplo de Jesús, el buen Pastor, corriendo en busca de la oveja descarriada, siempre con nuestra oración, y con carreras reales, materiales, siempre que su voluntad llame. por ello… Corramos en este último caso como Jesús corrió allí, «sacrificando nuestro descanso», como Jesús en su vida pública, «sacrificando nuestro honor» como Jesús gritó y condenó como blasfemo, «sacrificando nuestra vida». como Jesús crucificado… Corramos como el Buen Pastor, “hasta encontrar las ovejas”.Aunque Jesús respetó la libertad humana, no pone límites a su gracia y tiene tesoros de gracias irresistibles; our toca a nosotros quitárselos, que es el deseo más ardiente de su Corazón. Y después de haberla encontrado, si Dios nos da la gracia, no tengamos reproches, ni palabras amargas, ni severidad con ella: el arrepentimiento descenderá después en su corazón, le toca a Dios mismo hacerlo allí. gracia interior; nosotros, sólo tenemos palabras de ternura, de compasión, de amor;Arrojémonos sobre su cuello, devolvámosle su primera túnica, matemos el becerro engordado, llevémoslo sobre nuestros hombros, regocijémonos y digamos a las almas que aman a Dios que se regocijen con él, con los ángeles y con nosotros, porque «él es más alegría en el cielo por un pecador que hace penitencia que por 99 justos que no necesitan penitencia «.

Meditando la bienaventuranza “Bienaventurados los misericordiosos” (Mt 5,7), el hermano Carlos escribe que ser misericordioso significa “amar a Dios” porque compartimos su amor y actuamos como él. Un amor total que se bondad para todos, especialmente para los más pobres, los más necesitados, los pecadores:
Amor de Dios. Seamos misericordiosos, es decir, hagamos el bien a los desdichados, a los necesitados, a todos los que carecen de algo, a todos aquellos cuyo alma o cuerpo necesita… Seamos misericordiosos en los pensamientos, en las palabras y en las acciones. . Que nuestros pensamientos sean misericordiosos sin límite para estar en conformidad con los de Dios que es Misericordia y Verdad…

Esta es la forma más hermosa de tener el mismo corazón que Dios, es decir un «corazón que se inclinó hacia la miseria dondequiera que se encuentre»:

La misericordia no es más que una subdivisión de la caridad, una subdivisión del amor de los hombres… el amor del prójimo que sufre… el amor de los que sufren… el amor, el corazón, «cor», hacia el que sufre, los desafortunados, los necesitados, los miserables, «miseros». ¡Seamos misericordiosos como nuestro Padre Celestial es misericordioso!… Seamos bondadosos con todos, pero tengamos esa bondad especial, particular para con los pobres, que se llama «misericordia»;siendo buenos con todos, cuidemos mucho más de los pecadores, necesitados de alma, de los infelices necesitados de corazón, de los pobres, de los enfermos, necesitados de corazón y de cuerpo, de los niños y de los ancianos que reúnen todas las necesidades ordinarias… Tengamos más pensamientos, oraciones, cuidemos de ellos que de los buenos y los felices, porque les falta; los otros no faltan; ellos necesitan, los demás no necesarios… Que nuestros corazones se inclinan ante la miseria, dondequiera que esté.

Misericordia que se convierte en consuelo

Seamos los consoladores de todas las aflicciones, seamos los padres, las madres, los hermanos, los amigos de los que no tienen padre, ni madre, ni hermanos, ni amigos… Sanemos, consolamos a los que nadie cura ni consuela.. Es a Jesús a quien lo hacemos, sí al mismo Jesús. Todos somos sus miembros, los desdichados son miembros que sufren; hay que rodear de honor y amor a todos sus miembros, obviamente… y de un honor y amor incomparables; pero a la hora de aplicar nuestros cuidados, es obvio que primero debemos ir a sus miembros dolientes.

Misericordia que pas tambien por nuestra oracion y nuestras penitencias, nuestra santidad personal:

Que debemos ser misericordiosos por tantas y tan terribles miserias, ofrecer oraciones y penitencias a Dios para su curación, tratar de santificarnos para hacer el bien a estas almas por la comunión de los Santos, por nuestro ejemplo y por el aumento de precio que adquirirán nuestras oraciones! Como debemos, si nuestro deber nos llama a ello, tratar de sanar estas almas con nuestras palabras y con obras calculadas para sacarlas del pecado, del error, de la languid….

Misericordia atenta y muy delicada, porque en los pobres está Jesús mismo: Los
corazones sufren dolores sin número, dolores que vienen de sus propias miserias, dolores del prójimo, dolores por querer amar a Dios, dolores que ofenden a Dios, dolores que vienen de cosas materiales, de sus cuerpos: «Hagamos de todo a todos, para ganarlos a todos»… «Lloremos con los que lloran»… Tratemos de consolar a todos estos pobres corazones como nos gustaría ser por un tierno hermano en nuestros horas de tristeza; seamos hermanos muy tiernos para todo corazon que sufre; consolamos a nuestros hermanos en Dios, como nos gustaría ser consolados por Jesús; consolar a estos miembros de Jesús que sufren es consolar al mismo Jesús (Mt 25).

Charles de Foucauld experimentó profundamente con el amor, la ternura y la misericordia de Dios. Se podría hacer una comparación con la experiencia de San Pablo: “Se me ha mostrado misericordia, porque acté por ignorancia, ajeno a la fe; y la gracia de nuestro Señor ha abundado en mí con la fe y el amor que es en Cristo Jesús” (1 Timoteo 1:13-14).

Misericordia que experimentó en el momento de la conversión al reconocerse hijo pródigo, oveja perdida y reencontrada por el amor sin límites del Padre. En la ternura paterna de Dios, el hermano Carlos vivía todo el restaurante de su vida en La Trappe, en Nazaret y en el Sahara, queriendo imitar a este Buen Pastor que busca, consuela, protege a las ovejas que el Padre le ha confiado pecado hacer distinciones. o diferencias entre las personas:

A nadie rechazáis, ni a los más corruptos, porque «has venido a llamar a los pecadores y no a los justos», ni a los más ingratos, porque «eres misericordioso como tu Padre es misericordioso», ni a los más pobres, porque dices a los pobres pescador Pedro: «Sígueme», ni el más despreciado, porque llamas a Mateo y Zaqueo; ni los pequeños, porque decís: «Dejad que los niños vengan a mí». Cómo tiendes tus brazos hacia todos nosotros y cómo abres tu corazón hacia todos nosotros, oh buen Jesús !

¿El secreto de la ternura, del amor, de la misericordia de Carlos de Jesús? Haber podido, por la gracia de Dios, ver al mismo Jesús en cada hombre. Así este hermano universal puede compartir la alegría misma del corazón de Dios, «la alegría que siente cuando encuentra a un pecador y lo perdona». cuando tiene misericordia de ella. Por eso vivir la misericordia y en la misericordia del Padre “es un programa de vida tan demandado como rico en alegría y paz. «.

«Hizo de la religión un amor» (P. Huvelin)

Tapa Hizo de la religión un amor Carlos de Foucauld

Hizo de la religión un amor

13,00€

Autor: Carlos Miguel Buela
Páginas: 164

«¿Qué bien no habría llevado a cabo Jesús evangelizando el mundo durante los oscuros años de Nazaret? Y todavía Él juzgó hacer uno (un bien) más grande permaneciendo en aquel silencio… ¿Y nuestro Padre (Huvelin), y sus cruces y el bien que sus achaques le impiden hacer? El hecho es que el buen Dios considera que él haga un bien todavía más grande permaneciendo con Jesús en la Cruz… Algunos pasajes de Juan de la Cruz arrojan luz sobre esta realidad… Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos de unirnos a Jesús y de hacer el bien a las almas, es aquello que Juan de la Cruz repite casi en cada verso. Cuando se puede sufrir y amar, se puede hacer mucho; se puede hacer el máximo que nos es permitido hacer en este mundo»

Presentamos una serie de 6 crónicas escritas hace algunos años por el fundador del Instituto del Verbo Encarnado, el padre Carlos Miguel Buela, acerca de la vida de Carlos de Foucauld.

Interior con imágenes a todo color.

Descripción

Índice – Hizo de la religión un amor – Carlos de Foucauld
  1. Crónica 1: Cuatro etapas de su vida, 1ª Etapa: Infancia
    1. Nacimiento
    2. Infancia y Juventud
  2. Crónica 2: Cuatro Etapas de su Vida, 2ª etapa: Pérdida de la fe y conversión
    1. Vida Militar
    2. Viajes de Exploración
    3. Conversión
  3. Crónica 3: Cuatro Etapas de su Vida, 3ª etapa: Fe y ordenación sacerdotal
    1. Museos de Carlos de Foucauld en Nazaret
    2. Vida Religiosa
    3. Nazaret
    4. Taybeh (Antiguamente Efraín o Efrén)
    5. Políptico con escenas de la vida de Nuestro Señor Jesucristo y del beato Carlos de Foucauld
  4. Crónica 4: Cuatro Etapas de su Vida, 4ª etapa: Última etapa
    1. Beni-Abbès y los recorridos entre los tuaregs
    2. Tamanrasset – 3 Viajes a Francia
    3. ¿Llamados contrarios?
    4. Último año – Muerte
  5. Crónica 5: Argelia
    1. Geografía
    2. Organización territorial
    3. Economía
    4. Demografía
    5. Religión
    6. Historia de la Iglesia Católica
    7. Historia
  6. Crónica 6: Proyecto de peregrinación «Tras los pasos del beato Carlos de Foucauld»
    1. Día 1º (sábado 30 de octubre): Roma Argel – Bechar
    2. Día 2º (domingo 31 de octubre): Béchar-Taghit-Beni Abbès
    3. Día 3º (lunes 1 de noviembre): Beni Abbès
    4. Día 4º (martes 2 de noviembre): Beni Abbès – Timimoun 131
    5. Día 5º (miérc. 3 de noviembre): Timimoun – El Golea (El Meniaa) – Ghardaia
    6. Día 6º (jueves 4 de noviembre): Ghardaia – Tamanrasset
    7. Día 7º (viernes 5 de noviembre): Tamanrasset
    8. Día 8º (sábado 6 de noviembre): Tamanrasset
    9. Día 9º (domingo 7 de noviembre): Montes De Hoggar – Tamanrasset
    10. Día 10º (lunes 8 de noviembre): Tamanrasset – Argel – Roma

Carlos de Foucauld: BUSCANDO A DIOS: SU CONVERSIÓN (1886–1890)

Un asceta que se cuestiona sobre la fe

Carlos de Foucauld tiene 28 años, vive en París austeramente, como un asceta.

Ha retomado contacto con su familia, en particular con su tía y con su prima María de Bondy . La fe cristiana de estas mujeres le cuestiona.

Iglesia de San Agustín en ParísSe interroga acerca de la vida interior y la espiritualidad. Lee mucho, reflexiona. Sin fe, entra en los templos, y repite esta oración: «Dios mío, si existes, haz que te conozca».

Dejar el razonamiento y abrir el corazón

Su prima le habla del Padre Huvelin . Va a su encuentro en la iglesia de San Agustín con la intención de recibir lecciones de religión. El P. Huvelin corta en seco esa búsqueda situada desde el razonamiento y le dice de ponerse de rodillas, confesar y comulgar.

Una experiencia decisiva de la Misericordia de Dios

Carlos hará entonces la experiencia de la presencia de Dios y de su misericordia. Toda su vida estará marcada por esta experiencia de un Dios inmensamente bueno que va en búsqueda de los pecadores y que no rechaza a nadie: «No hay estado tan vil, tan despreciado, tan despreciable, del que no hayas sacado almas, no sólo para salvarlas, sino para hacerlas tus favoritas … «(En vue de Dieu seul, p.289)

En adelante Carlos no querrá vivir más que para Dios…

El Padre Huvelin

Jesús ocupó el último lugar

El Padre Huvelin lo acompañará en su camino y permanecerá hasta su muerte en 1910 como un guía espiritual y un amigo. Una frase de uno de sus sermones lo dejará marcado para siempre: «Jesús quiso ocupar tanto el último lugar que nadie pudo quitárselo.» El Padre Huvelin dirá de Carlos: “Ha hecho de la religión, un amor”.

La pobreza de Jesús en Nazaret

Este Dios tan bueno tomará para Carlos el rostro de Jesús… Dios que se hizo hombre humildemente entre nosotros. En fechas cercanas a la Navidad de 1888 Carlos hará una peregrinación a Tierra Santa: se sentirá seducido por la pobreza de Jesús en Nazaret. Para poder estar sin pausa con él expresa un deseo: imitar a Jesús en Nazaret. En su búsqueda de una vida religiosa, piensa que es en la Trapa donde se siente llamado.

“Bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos… –
Bajasteis con ellos para vivir su vida, la vida de un pobre obrero viviendo de su trabajo…
en Nazaret” (Retiro en Nazaret – 6 de noviembre de 1897)

Tras los pasos de Jesús – Carlos de Foucauld

passi croce

El padre Huvelin, que se convirtió en compañero en el camino de la conversión, propone a Carlos una peregrinación a Tierra Santa. Tras la exploración de Marruecos, otro viaje marca su camino.

Gerusalemme

Esta vez el itinerario atraviesa los lugares de la vida terrena de Jesús: Belén, Jerusalén y Nazaret. Es sobre todo este país lo que entra en el corazón de Carlos: por esas calles Jesús pasó los años ocultos de su existencia, trabajando con humildad, compartiendo la vida cotidiana de su pueblo.

Después de una investigación continua y de innumerables lecturas, es el encuentro con Jesús, que emergió con fuerza durante ese viaje, el que imprime un nuevo estilo en los días de Carlos y lo lleva a abrirse a la vida religiosa convirtiéndose en monje.

El deseo de amar a Jesús de una manera cada vez más convincente mueve los pasos del hermano Charles hacia opciones más radicales. La contemplación de la vida de Jesús en Nazaret, el impulso de compartir ese camino de pobreza lo fascina cada vez más y lo lleva al país donde vivió Jesús.

El H. Charles se traslada al cobertizo de herramientas del convento de las Clarisas de Nazaret. Aquí lleva una vida de silencio, meditación, oración, sencillez y pobreza.
La Palabra y la Eucaristía están en el centro de su existencia.

Debemos intentar imbuirnos del Espíritu de Jesús, leyendo y releyendo, meditando y reevaluando sin cesar sus palabras y ejemplos: que hacen en nuestra alma como la gota de agua que cae y cae sobre una losa de piedra, siempre en el mismo lugar . _ Carta a L. Massignon, 22 de julio de 1914

Durante unos tres años, fr. Carlos lleva esa vida, pero en su pensamiento se perfila un nuevo horizonte para caminar más fielmente en las huellas de Jesús, para convertirse en su discípulo.

Porque caminando está cambiando … ¡para mejor!

AMPLIAR LA MIRADA

•    Carlos se abre al encuentro con Jesús, quiere conocerlo más para imitarlo fielmente, como verdadero discípulo. Y tú, ¿sientes el deseo de conocer personalmente a Jesús a través de su palabra, la lectura del Evangelio? ¿O está satisfecho con algunas palabras que se han informado o escuchado? ¿A quién y qué buscas en esta barbilla de tu vida?

povero

•   La pobreza, la vida oculta de Nazaret son los aspectos de la vida de Cristo que más fascinan el corazón de fr. Charles. ¿Y qué te fascina? ¿Qué tiene el poder de atraer tu vida? ¿Y cuáles son los rasgos de Jesús que más te gustan y en los que te sientes más involucrado? Su capacidad de curar, la palabra que consuela, la relación de oración con el Padre, su humanidad, cuidar a todos sin distinción …

•   ¿Qué significa para tí la palabra «pobreza»? ¿Esta dimensión tiene algo que ver con tu vida o no forma parte de tu vocabulario? ¿Quiénes son los pobres? ¿Y conoces a alguno personalmente? ¿Lo cuidas tú o … lo hará otra persona?

El Abate Henri Huvelin

Nació el 7 de Octubre de 1838 en Laon, Francia. Desde joven ya tenía clara su vocación – ser sacerdote – y va a vivir a París. Se ordena el 15 de junio de 1867. Desde 1875 hasta la muerte en 1910 será vicario de  Saint Augustin.

Era octubre de 1886, estaba de vicario en la Iglesia San Agustín en Paris, cuando Carlos de Foucauld se acercó para pedir información acerca de la religión católica.

Lo había visto a menudo solo en la iglesia, cuando ya no quedaba gente. Con frecuencia había escuchado hablar de él en su familia. Percibió  su búsqueda. ¿Era el Espíritu Santo que de pronto le hacía decir:” arrodíllate y confiésate”?

Carlos hizo alguna objeción pero sin embargo… se arrodilló y le confió toda su búsqueda, el vagabundeo que había hecho, todo. Intuitivamente sintió también el hambre de Dios que este hombre tenía. Aquella mañana se encontraba en ayunas y el abate se dirigió con él al altar y le dio la hostia sagrada, Jesús mismo.

También para el padre Huvelin fue un momento muy intenso. Dios, nuestro Padre, estaba tan cerca, que de pronto se abrieron tantas posibilidades. Carlos creía de nuevo. Aceptaba de nuevo a Dios en su vida. Quedó tan conmovido por este paso que inmediatamente comprendió no poder hacer otra cosa que vivir para este Dios.

El abate se convirtió en su confesor y acompañante espiritual durante 24 años. Al inicio la fe de Carlos tuvo que vencer muchos obstáculos. Él que había dudado tanto, no creía de un solo golpe: los milagros del Evangelio no le parecían dignos de fe, o quería introducir pasajes del Corán en sus oraciones, etc… Visitaba muy a menudo al Padre Huvelin, y poco a poco iba creciendo su fe. Aspiraba hacerse religioso, vivir exclusivamente para Dios y hacer lo más perfecto, fuera lo que fuera. El abate le pedió que esperara 3 años. Tenía miedo de su fervor exagerado.

Para poder pensarlo con tranquilidad y despejar la mente, le aconsejó emprender un viaje a Tierra Santa. Carlos visitó los Lugares Santos, entre ellos también Nazaret.

Regresó de allá en un estado de gran alegría, casi eufórica. Seguiría las huellas de Jesús, El Pobre.

Iniciaron la búsqueda de una Orden Religiosa adecuada. No había modo de contenerlo… Pero no estaba claro cuál era esta Orden. Carlos querría entrar en la Orden donde encontraría la mayor fidelidad en el seguimiento de Jesús. Quería ante todo seguir la vida oculta de Jesús, el humilde y pobre obrero de Nazaret, “que  había ocupado el último puesto de tal manera, que nadie jamás se lo había podido arrebatar…”. Parecía que el mejor lugar era entre los Trapenses.

Carlos partió el 15 de enero de 1890 hacia Notre-Dame des Neiges, una abadía trapense en el Ardeche, Francia. a partir de ese momento iniciaron una correspondencia continua.

Carlos trató de aceptar y de cumplir todo cuanto el abate le aconsejaba e imponía. Decenas de veces escribe en sus cartas: “quien te escucha, a mi me escucha”.

En las cartas de Carlos le emocionaban la gratitud afectuosa para con él, y sobre todo su actitud de precisa y constante obediencia. Esperaba realmente que el abate le expresara la voluntad de Cristo.

No obstante, el acompañamiento espiritual no resultaba del todo fácil. El hermano Carlos poseía una voluntad muy singular, era impulsivo e impetuoso. El 26 de junio de 1890 salió hacia Siria, a una Trapa más rigurosa.

Y en 1893 preguntaba al abate si veía posible que fundara una pequeña Congregación de religiosos, y de vivir exclusivamente del trabajo de sus manos, como vivía Jesús junto a María y José. Otra vez le hizo esperar. Esperaba que al fin hallara entre los Trapenses lo que buscaba. Pero no, su deseo de seguir su vocación particular se acrecentaba y se evidenciaba.

En 1896 (al cabo de más de 6 años), aconsejó a Carlos pedir a sus superiores el permiso de abandonar el convento. Pero los Trapenses le aconsejaron que estudiara 2 años de teología en Roma. Finalizando los Ejercicios Espirituales en preparación a su profesión perpetua, el 23 de enero de 1897, recibió totalmente inesperado del padre general en persona, el consentimiento de seguir su vocación particular. ¡Exultaba de gozo!

Unos días después partió hacia Nazaret. Ahí vivió casi 4 años como ermitaño y sirviente, en un convento de las Hermanas Clarisas.

Incluso durante ese período se dirigía al abate con toda clase de proposiciones. De nuevo quería fundar una pequeña Comunidad… En otra ocasión quería comprar el Monte de las Bienaventuranzas. Finalmente pidió su ordenación sacerdotal. Volvió a Francia donde los Trapenses para ser ordenado sacerdote el 9 de junio de 1901. Poco después partió para Beni Abbès, una oasis en la frontera de Argelia con Marruecos. Llevaría a Cristo ahí, entre los pueblos más abandonados. En 1903 el padre Huvelin le dio finalmente permiso para ir hacia los Tuaregs, en el lejano sur del Sahara. Carlos se instaló en Tamanrasset.

Escribía fielmente al abate. Incluso cuando la salud de este último se iba quebrantando progresivamente y la correspondencia tardaba semanas en llegar. En todo seguía pidiendo su consejo acerca de su búsqueda de Dios y de los hombres, hasta su muerte en 1910.

Fuente: https://www.carlosdefoucauld.es/HnoCarlos/Huvelin.htm

El caso de Charles de Foucauld

Confesionario del p. Huvelin en la Iglesia de San Agustín (París)
  • Charles de Foucauld (1858-1916) de nacionalidad francesa fue considerado un místico y un buscador de Dios, su historia de conversión es realmente interesante pues al final de su vida quedó sin saber qué repercusiones tuvo su encuentro con Jesucristo y su deseo de vivir su vida oculta. Una mirada en prospectiva le permitirá a Charles identificar los diferentes hitos que marcaron la historia de su conversión, pues mientras los vivía eran irreconocibles. Uno de ellos tiene que ver con la piedad y devoción que tenía su familia, recordará las últimas palabras de su madre entregándose a Dios, sus invitaciones a orar, las visitas a las iglesias y sobre todo la nostalgia de no volverse a Dios en esos momentos. Desde muy temprana edad quedó huérfano de padre y madre, y fue criado una parte de sus abuelos maternos y posteriormente por sus tíos Moitissier, cuya formación, cuidado y testimonio, especialmente los de su prima María incidieron notablemente en él.
  • En su juventud la poca piedad que había asimilado se fue perdiendo entre las dudas, la filosofía y la vida militar, y se perdió como él mismo reconocerá, “a pesar de tantas gracias, comenzaba a apartarme de vos […] y así mi vida comenzaba a ser una muerte”. Se acumulan las vivencias desenfrenadas, el inconformismo, el desasosiego, le conducen a caminar por los extremos de la vida para hallarle algún sentido, se endurece su corazón y su ansia de poder y control lo desbordan totalmente, sin embargo, es su prima María de Bondy, quien vuelve de nuevo a acogerle y a orientarle. Por otra parte, algo que le causa gran impresión a Charles en los numerosos viajes por su carrera militar y luego por su incursión como explorador, es la fe los musulmanes, en los cuales halla hombres sencillos para quien Dios cuenta más que todo y cuya vida ha de consistir en entregarse totalmente a Él. De nuevo su prima María de Bondy, quien a través del libro Las elevaciones sobre los Misterios de Bossuet, su presencia silenciosa, el contactar a Charles con el padre Huvelin, quien aportó significativamente en su conversión.
  • Comienza un hambre desesperada de Dios, y su petición suplicante “haz que te conozca”; va a la parroquia del padre Huvelin, éste le pide que se arrodille y se confiese, y comprende que en ese acto un tanto impositivo y brusco, reconoce que el camino a Dios es en esa actitud de abajamiento, descubrirá que las mejores decisiones de su vida las tomó de rodillas. A partir de la confesión como momento clave de la conversión, Charles comienza un itinerario espiritual y de discernimiento espiritual, que le lleva a reconocer un cambio importante, a saber “amo la conversión porque me permite tener un antes y un después en mi biografía. Hay un eje en mi vida: un punto al que mirar retrospectivamente y desde el que evaluar cualquier horizonte”. Este nuevo horizonte aparece en la vida de Charles como una vocación al servicio de Dios que no se esperaba, pensó que su llamada era a vivir el camino monástico, por ello se fue con los Trapenses en Siria, pero se sintió insatisfecho por no coincidir con una vida más pobre, descubrió que en el empequeñecimiento podría adquirir una mayor conciencia de sí, su llamado verdadero era a ocupar el último lugar. Pensaba igualmente que la Iglesia entera, “debería vivir de este único movimiento que es el descenso, hasta el punto de que sólo ahí –en el último lugar- debería ser reconocible como discípula de tal Maestro”. El último puesto, la vida oculta de Jesús, el silencio de todo reconocimiento es lo que busca Charles de Foucauld, y le lleva posteriormente a vivir en Jerusalén como mensajero y jardinero de las clarisas, posteriormente su ordenación, y en la concepción de una idea que no alcanzó llevar a cabo en vida, fundar “Los ermitaños del corazón de Jesús”, cuya regla fue redactando en varias etapas de su vida. Charles termina en Argelia en medio de los tuareg, una tribu indígena, y posteriormente es asesinado. El aporte fundamental a la Iglesia a través de su conversión, fue su continuo olvido de sí, el cual se siente hacerlo no en soledad sino en medio de los hombres. Pues “no llegó nunca a resultado alguno. Todo lo que es, todo lo que hace da la impresión de algo inacabado. No es un autor místico, porque le falta, en el plano del pensamiento, la plenitud firme y vasta de San Juan de la Cruz”. No obstante, su testimonio de vida encendió los corazones de quienes encontraron en su historia a Jesús Crucificado.
  • JORGE ALAHAN HERNÁNDEZ QUIRAMA BOGOTÁ D.C., DICIEMBRE DE 2016