SPELLO: CASA DE ENCUENTRO Y ACOGIDA

Franco Ribolla es un Hermano del Evangelio que vive actualmente en Spello, pueblecito de la Umbría, a diez kilómetros de Asís. Nuestro encuentro en el retiro de la fraternidad seglar en el puente de la Inmaculada en la Casa diocesana de Espiritualidad de Guadix (Granada) aviva momentos de amistad cuando allá por los años ochenta y cuatro – ochenta y cinco Franco hacía su noviciado acompañado por André Berger en la barriada de Los Albaldinales del término municipal de Roquetas de Mar en Almería. En aquella etapa fecunda, por iniciativa de los Hermanos y con el apoyo de la parroquia que yo servía, se construyó la ermita de Los Jarales en el término municipal de Lubrín y quedan cientos de recuerdos compartidos con aquellas gentes en barriadas deprimidas en pleno corazón del desierto con decenas de jóvenes que admiraban a los novicios. Si las piedras hablaran gritarían en Rambla Aljibe, Rambla Honda, el Marchal y tantos otros lugares. Recuerdo de manera especial la peregrinación con cientos de feligreses el domingo de resurrección de mil novecientos ochenta y cuatro al santuario mariano de El Saliente en la villa de Albox. Muchos recuerdos que vienen a mi mente y que, al fin y al cabo, demuestran que la amistad no muere jamás.

Manuel Pozo Oller

Hermanos del Evangelio. Comunidad de Spello

P. Es inevitable al hablar de Spello recordar a Carlo Carretto, ¿qué huellas perduran de este amigo de Dios con el paso del tiempo?

R. Spello es conocido por todos los amigos del Hermano Carlos de Foucauld porque está unido a la figura de Carlo Carretto que residió allí veinte años . Él fue quien puso en aquel lugar el carisma foucaldiano al servicio de aquellos que buscan a Jesucristo y quieren comprometerse con el Evangelio. El Hermano Carlo tenía un gran carisma personal y era un hombre de una rica personalidad. No olvidemos que fue presidente nacional de la Acción Católica con lo que este cargo suponía de liderazgo y de amistad con personajes del momento tales como Andreotti o Scalfaro. El Hermano Carlo, por poner un ejemplo, casi todas las semanas despachaba asuntos con los pontífices de turno y era querido tanto por Pío XII como por Pablo VI con los que trabajó como inmediato colaborador. Su gran carisma y sus dotes de líder se manifestaban, no obstante, en el trato con todos sin diferencias, de manera especial si cabe con los sencillos del pueblo y gentes del campo de Spello donde le recuerdan con mucho cariño.

P. Y los Hermanos que ahora vivís en Spello, ¿cuál es vuestra ocupación?

R. Actualmente vivimos en la comunidad de Spello cuatro hermanos. Dedicamos nuestra vida a procurar vivir el Evangelio incidiendo en las notas específicas de nuestro carisma religioso procurando compartir la vida, el trabajo, la oración y la eucaristía con aquellas personas que vienen a nosotros buscando encontrarse consigo mismo y con Dios. Dedicamos tiempo a la escucha de las personas y, si llega el caso, a acompañar humana y espiritualmente a quienes de manera voluntaria nos lo piden.

P. ¿Cuál es la procedencia de las personas que llegan a Spello?

R. Generalmente vienen de toda Italia aunque también vienen de otros países, en su mayoría de Europa.

P. ¿Y la edad?

R Suelen venir de todas edades entre dieciocho y setenta años. Más que la edad sólo se requiere venir a compartir con sencillez lo que le ofrecemos y a buscar lo que Dios quiere de cada uno. Muchos descubren el sentido a su vida, otros orientan algún aspecto de su existencia. El lugar, la acogida comunitaria y el silencio son medios para la búsqueda de lo esencial. También quiero resaltar que la comunidad ofrece una experiencia fuerte de silencio a través de la adoración eucarística prolongada y, a veces, nocturna y la práctica del desierto y la revisión de vida.

P. ¿La comunidad sigue ofreciendo la posibilidad de silencio prolongado en las ermitas?

R. Efectivamente. En estos últimos años, a partir del desgraciado terremoto de mil novecientos noventa y siete que dañó la iglesia y derribó prácticamente las ermitas, hemos repensado llevados por la necesidad esta oferta de silencio y soledad. Después del terremoto fue necesario interrumpir la acogida durante tres años. Antes acogíamos a centenares de personas y actualmente no acogemos en los encuentros más de cuarenta personas. La masificación ciertamente que no ayuda al trato personal ni facilita la escucha. En este sentido las ermitas se han reducido en número muy a nuestro pesar pues al no ser de nuestra propiedad y encontrase en la zona del terremoto los propietarios han recibido muchas ayudas de organismos oficiales y las han reconvertido en casas de campo para el turismo rural. Actualmente disponemos de seis ermitas para la acogida en soledad.

P. ¿Nada es de vuestra propiedad?

R. De las veintiséis ermitas que teníamos antes del terremoto ninguna era de nuestra propiedad de ahí que sólo hemos recuperado aquellas que los propietarios han creído conveniente cedérnoslas para la acogida. Ni siquiera el convento donde vivimos es nuestro. Es propiedad del Ayuntamiento.

P. Para terminar te pregunto sobre tu presencia en España y en este retiro.

R. Volver a España es recordar muchos momentos vividos en plenitud al tiempo que encontrarme con familias y amigos muy queridos. Durante mi noviciado trabajé en los invernaderos y bajo el mar de plástico se tejen muchas y hondas amistades. Es un gozo poder encontrarse con mis Hermanos con los que compartí años de mi vida. El lugar ha cambiado bastante. Es más rico y, al tiempo, existen más pobrezas humanas baste señalar el gran problema de la inmigración. Nuestra casa, la casa de la calle don Quijote en Roquetas de Mar está rodeada de gentes que han venido de África. Es impresionante compartir la fe con tantas culturas en la eucaristía del domingo a medio día y, finalizada ésta, charlar sin prisas en la plaza de la iglesia intercambiando experiencias de vida y sueños para el futuro.

P. ¿Cómo has encontrado las distintas  fraternidades españolas?

R. Este retiro es una señal de la vitalidad del carisma por estas tierras del sur y sureste español. Me agrada sobremanera que el tema elegido para este encuentro sea la eucaristía. También ha sido una suerte escuchar los distintos encuentros de oración y eucarísticos celebrados con motivo de la beatificación del Hermano Carlos de Foucauld. Ya conocía algo por la página web de las Familias pero ciertamente he quedado impresionado por los muchos actos y por el número de asistentes de todas las edades incluidos adolescentes y jóvenes.

El Hermano Franco me pide, por último, que facilite la dirección postal y electrónica de su Comunidad: Piccoli Fratelli del Evangelo, Vía San Girolamo, 1, 06038 Spello –PG- Italia; FRATERNITA.SPELLO@TIN.IT

Al teclear sobre mi ordenador las notas tomadas con rapidez he sentido la necesidad de buscar en mi archivo lejanos recuerdos y he encontrado fotografías del Hermano Franco, mucho más joven, y he dado gracias a Dios por la vida religiosa que al fin y a la postre es un reflejo de la presencia del amor de Dios en nuestro mundo y anuncio del reino futuro.

 San Caprasio, Foucauld y Kiko Argüello. ¿Lugar de peregrinación turística?

Vídeos

«Allí pasé tres días en la gruta de San Caprasio, solo, sin comer, estudiando a Carlos de Foucauld, que me dio una nueva forma de vivir en la presencia del Señor» (Kiko Argüello, 2016). En este vídeo se puede conocer la cueva en la que Kiko Argüello, coiniciador del Camino Neocatecumenal, se «encontró» un día con el gran santo francés Carlos de Foucauld (1858-1916), canonizado por el Papa en 2022

Viaje a los orígenes espirituales del Camino: la cueva donde Kiko Argüello se «encontró» a Foucauld

San Caprasio

«De Foucauld aprendí la imagen de la vida oculta de Cristo, estar silenciosamente a los pies de Cristo, rechazado por la humanidad, destruido, ser el último y estar ahí a sus pies», llegó a decir Kiko (foto: cueva de San Caprasio/ JCadarso).

por Juan Cadarso 

«Allí pasé tres días en la gruta de San Caprasio, solo, sin comer, estudiando a Carlos de Foucauld, que me dio una nueva forma de vivir en la presencia del Señor» (Kiko Argüello, 2016). 

Son los primeros días del mes de diciembre y, aunque el invierno está a punto de llegar, el termómetro del coche marca 15 grados en el exterior. El cielo de Farlete luce añil, espléndido, como si camináramos de forma inexorable hacia la temporada de verano. Recorro entonces la calle principal de esta localidad, emplazada a poco más de media hora de Zaragoza (Aragón), en las faldas de la Sierra de Alcubierre, en el lunático -por su forma- y místico -por su alma- desierto de Los Monegros

Llego hasta el final del pueblo y me topo con el Santuario de Nuestra Señora de la Sabina. Allí dice la tradición que se le apareció la Virgen a un pastor, sobre uno de estos árboles tan típicos de toda la comarca. No es una simple ermita, es cierto, de hecho, tiene atrio, un bello camarín con la venerada talla, cofradía propia, cripta, sala capitular, vivienda para el sacerdote y hasta un albergue para alojar peregrinos y romeros.

Santuario de Nuestra Señora de la Sabina, en Farlete (Aragón).

Este lugar sirvió, precisamente, como noviciado internacional de los Hermanitos de Jesús durante 20 años. Llegados a Farlete en 1956, su anterior noviciado estaba en Argelia -donde vivió y murió Carlos de Foucauld-, pero, durante la guerra franco-argelina, fue asesinado uno de sus miembros y decidieron salir de allí. Uno de los hermanitos, brigadista internacional en la Guerra Civil, conocía a la perfección la zona, donde el frente de Aragón se estabilizó casi dos años -el escritor Orwell pasó por aquí y tiene hasta una ruta con su nombre-, y propuso Los Monegros como una buena alternativa.

Poco después de su llegada, los hermanitos comenzaron a excavar cuevas a las que retirarse y vivir tiempos de «desierto». De allí surgieron cuatro eremitorios (Elías, San Juan Bautista, María Magdalena y Santiago), además de una cueva comunitaria y una casita en el bosque. Uno de estos lugares sería nuestro destino final: la cueva en la que Kiko Argüello, coiniciador del Camino Neocatecumenal, se «encontró» un día con el gran santo francés Carlos de Foucauld (1858-1916), canonizado por el Papa en 2022.

«Pobres entre los pobres»

Junto a La Sabina, un camino de tierra se abre paso por su margen derecho. Al fondo, en lo alto del todo, se dejan intuir las cuevas de San Caprasio, a unos 834 metros sobre el nivel del mar. Para completar la etapa, un poco de comida, varias botellas de agua, unos apuntes y un par de libros que me servirán de documentación. Escritos espirituales de Charles de Foucauld: Ermitaño del Sáhara y El Kerigma. En las chabolas con los pobres, que cuenta el origen del Camino Neocatecumenal en las barracas de Palomeras Altas de Madrid. 

Aunque, si con algo cargaré, durante los más de nueve kilómetros que hay de camino hasta el eremitorio de San Caprasio, es con una pregunta, que, además, será la que trate en todo momento de resolver: ¿qué tuvo de especial aquel santo francés para cautivar de esa manera tan fuerte al joven pintor leonés? 

Tras unos primeros metros sobre el llano, la pendiente empieza a escalar de forma suave pero constante, y, casi sin darse cuenta, uno se encuentra cada vez más alto. El sol impacta sin reparo en nuestras cabezas, diría que se siente hasta calor. Unos cuantos arbustos por aquí y otros por allá salpican una gran alfombra ondulada color ocre también llamada el desierto de Los Monegros. El gigantesco vacío por el que pasó un día el iniciador de una de las realidades más importantes de la Iglesia universal.

En una breve pausa de avituallamiento, abro mi libro y comienzo a leer:

«A un teólogo dominico le habían concedido una beca para buscar puntos de contacto entre el arte protestante y el arte católico, ante la inminente celebración del Concilio Vaticano II (…). Antes de iniciar el viaje a través de Europa y para prepararlo, el dominico me quiso llevar al desierto de Los Monegros, a Farlete, donde se encontraban los Pequeños Hermanos de Carlos de Foucauld. Fuimos y estuvimos una semana de retiro, preparándonos para el viaje. En aquel desierto, que es bellísimo y tiene varias grutas (…). Me acuerdo de que estuve allí tres días en la cueva de San Caprasio, ayunando. Allí conocí la vida de Foucauld. Hablé con el padre Voillaume -fundador de los hermanitos- y quedé muy impresionado de la vida oculta de la Familia de Nazaret y del gran amor de Carlos de Foucauld a la presencia real de Cristo. En Tamanrasset (Argelia) se pasaba horas solo ante el Santísimo Sacramento». 

A esta altura de la etapa, el camino se va llenando de «meandros», y lo que estaba tan cerca parece ahora que no llega nunca. Un par de motoristas, de los de campo a través, se cruzan con nosotros y nos saludan al pasar. En lo alto del «farallón», la ermita de San Caprasio, dedicada a un pastor que llegó un día a la determinación de querer ser monje, tomó su cayado y lo arrojó todo lo lejos que le permitieron sus fuerzas, yendo a caer en la Sierra de Alcubierre. En el lugar donde se posó empezó a manar agua, y luego se levantó una capilla. 

Cuevas de San Caprasio, a las que se retiraban los Hermanitos de Jesús.

Cuanto más cerca estamos de hacer cumbre, más se suceden los recodos, y resulta un tanto descorazonador. Son casi las tres de la tarde y no hemos comido, así que nos instalamos plácidamente en unas rocas que afloran de la tierra y sacamos unos bocadillos preparados con esmero. La imagen es de gran belleza, un extenso mar de cerros suavemente redondeados acompaña en el horizonte a la ermita de San Caprasio

Terminamos de comer, aprovecho para sacar mis apuntes, y me pongo a leer:

«Los vínculos entre Carlos de Foucauld y Kiko Argüello son varios y profundos, y van desde el momento de su conversión, a la intuición de la vida oculta en medio de los pobres, del modo de estar como ‘pobres entre los pobres’, hasta el ‘sueño’ de una capilla para la adoración en el Monte de las Bienaventuranzas». ¡Parece que he descubierto lo que buscaba! 

«El primer vínculo entre ambos es el grito, la súplica a Dios en el momento de la crisis existencial: ‘Dios mío, si existes, haz que te conozca’, es la invocación más famosa de Carlos de Foucauld -que pasó de una juventud marcada por el desenfreno y la increencia a la búsqueda constante y genuina de la presencia de Dios-. 

‘¡Si existes, ven, ayúdame, porque ante mí tengo la muerte!’, es la oración de Kiko Argüello. El propio Kiko dice: ‘Me preguntaba: ¿Quién soy yo? ¿Por qué existen las injusticias en el mundo? ¿Por qué las guerras?… Me alejé de la Iglesia hasta el punto de abandonarla totalmente. Había entrado en una crisis profunda buscando el sentido de mi vida… Estaba muerto interiormente y sabía que mi final, tarde o temprano, sería el suicidio’.  

Emblema del Sagrado Corazón que llevaba Foucauld (foto: JCadarso).

Y, por medio del filósofo de la intuición, Henri Bergson, Kiko recibió una ‘primera luz’ de la existencia de Dios. Entró en su habitación y se puso a gritar a este Dios que no conocía. ‘Le grité: ¡Ayúdame! ¡No sé quién eres!. Y, en ese momento, el Señor tuvo misericordia de mí, porque tuve una profunda experiencia de encuentro con el Señor que me sorprendió. Recuerdo que estaba llorando amargamente, las lágrimas caían, las lágrimas fluían…’.

Pareciera como si la providencia se hubiera empeñado en asemejar los caminos existenciales de estas dos figuras tan cruciales para la Iglesia Católica. Una primera etapa vital de falta de fe y entrega total al mundo y un posterior encuentro con Dios que cambiaría sus vidas, y la de tantos otros, para siempre –de la espiritualidad de Carlos de Foucauld han salido al menos 19 familias distintas de laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas y el Camino Neocatecumenal está presente en más de 130 países, con un total de 30.000 comunidades, y con un millón y medio de hermanos en 6800 parroquias de todo el mundo-.  

En silencio a los pies de Cristo

La etapa empieza a hacerse fatigosa, llevamos más de una hora andando y, haciendo cálculos, si no nos damos prisa, puede que al volver se nos haga de noche. Mientras hablo con mi acompañante escuchamos un ruido. Es una pickup blanca que está hasta arriba de barro. Desaceleramos la marcha y nos ponemos en el lado del conductor para hablar con él. Vamos a preguntarle si queda mucho para llegar. El hombre, que tendrá poco más de cuarenta años, nos propone que atravesemos el sotobosque, pero, en un gesto de generosidad, nos dice que nos lleva hasta arriba. Es cazador y el GPS le indica que tiene a varios de sus perros por esa misma zona. 

Tras unas empinadísimas cuestas estamos por fin en el destino, junto a la ermita de San Caprasio. El buen samaritano se despide de nosotros y nos regala un último favor, que llegará a ser fundamental, nos indica cómo bajar la montaña por un camino alternativo, que ahora pienso, fue bastante kamikaze. Se lo agradecemos y caminamos rumbo a las cuevas. La vista desde allí es sobrecogedora. Por un momento, me siento como Moisés en el monte Nebo, y, como él, rezo para poder entrar en la tierra prometida, que, en este caso, es volver al coche sanos y salvos. Caminamos unos metros entre la pared y el precipicio. Bajamos unas escaleras de hierro y llegamos al balcón natural donde están excavadas las cuevas. 

Refectorio de los hermanitos en las cuevas de San Caprasio (foto: JCadarso).

Los primero que hacemos al llegar es entrar en el que fuera el refectorio de los hermanitos. Todavía permanece en el centro la mesa donde comían, incluso hay algún colchón roído para el que quiera quedarse a meditar en esta especie de Abuna Yemata versión española -impresionantes iglesias etíopes excavadas en la roca-. El lugar está bien cuidado y tiene hasta un libro de visitas. Estampamos unas frases de recuerdo y leo de nuevo mis apuntes:

«Kiko, escuchando un discurso del Papa Juan XXIII, tuvo la intuición de que la renovación de la Iglesia vendría a través de los pobres. ‘Convencido de esto y de que Jesucristo se identifica con los pobres y miserables de la tierra, lo dejé todo y a todos. También mi prometedora carrera de pintor y me fui a vivir a las chabolas. En Carlos de Foucauld encontré la fórmula para vivir: una imagen de San Francisco, una Biblia –que sigo llevando conmigo porque la leo todos los días– y una guitarra… De Carlos de Foucauld aprendí la imagen de la vida oculta de Cristo, estar silenciosamente a los pies de Cristo, rechazado por la humanidad, destruido, ser el último y estar ahí a sus pies’. 

Es más, cuando Kiko fue a las barracas de Palomeras Altas, fue siguiendo las huellas de Carlos de Foucauld en la vida oculta de Cristo.

Cuenta Kiko: ‘No fui allí para enseñar a leer y escribir a aquella gente, ni para hacer asistencia social y ni siquiera para predicar el Evangelio. Me fui allí para ponerme al lado de Jesucristo. Carlos de Foucauld me había dado la fórmula para vivir en medio de los pobres como un pobre, silenciosamente. Este hombre supo vivir una presencia silenciosa de testimonio entre los pobres. Tenía como ideal la vida oculta que Jesús vivió treinta años en Nazaret, sin decir nada, en medio de los hombres. Ésta era la espiritualidad de Carlos de Foucauld: vivir en silencio entre los pobres. Foucauld me dio la fórmula para realizar mi ideal monástico: vivir como pobre entre los pobres, compartiendo su casa, su trabajo y su vida, sin pedir nada a nadie y sin hacer ninguna cosa especial. Jamás pensé montar una escuela o un dispensario o algo por el estilo. Sólo quería estar entre ellos compartiendo su realidad’.

Este momento será constitutivo y esencial para el posterior anuncio del kerygma, que acompañará toda la evangelización del Camino Neocatecumenal: Dios nos ama y sale a nuestro encuentro, hasta lo más profundo de nuestro ser pecadores, de nuestro ser ‘últimos’, para salvarnos. En esta intuición de Carlos de Foucauld, que Kiko hace suya, tiene fundamento su experiencia de Jesucristo y su misión».

Pasados unos minutos, salimos para conocer el lugar más importante de las cuevas. Antes de llegar, en un pequeño hueco en la pared, que parece destinado para hacer fuego, en el hollín, alguien ha raspado un Sagrado Corazón, emblema de Carlos de Foucauld. Unos pasos más allá, en el «pináculo» del monte, una puerta de madera da acceso al oratorio donde el iniciador del Camino Neocatecumenal descubrió un día al santo francés. Dos bancos esculpidos en la roca flanquean la nave central, que está reforzada con troncos de madera a modo de correa que le dan un aire muy acogedor. Hay un icono de La Trinidad de Rublev, unos pocos rosarios y un sagrario, que se encuentra vacío. 

Caprasio

Oratorio de los hermanitos de Jesús (foto: JCadarso).

En el silencio más absoluto que uno bien pudiera imaginar, escuchando casi únicamente nuestro propio palpitar, me pongo a leer:

«Varias veces Kiko ha recordado que hay tres santos –y los tres franceses– que lo llevaron a las chabolas: Teresita de Lisieux, Isabel de la Trinidad y Carlos de Foucauld. En el mensaje que la Virgen le dará: ‘Hay que hacer comunidades cristianas como la Sagrada Familia de Nazaret que vivan en humildad, sencillez y alabanza. El otro es Cristo’, la humildad está representada por San Carlos de Foucauld, la sencillez por Santa Teresita del Niño Jesús y la alabanza por Santa Isabel de la Trinidad. 

Hagamos presente ahora una inspiración que se llegaría a cumplir 50 años después y que es muy profunda. Kiko mismo la explicó durante una convivencia: ‘Nosotros hemos realizado un sueño, que en el Monte de las Bienaventuranzas haya una capilla para la presencia real y permanente de la Santa Eucaristía. El Camino Neocatecumenal tiene como imagen la Sagrada Familia de Nazaret y hemos visto con sorpresa que estamos muy cercanos a Carlos de Foucauld que quiso, tuvo la intuición, la misión de la vida oculta de Nazaret… Ahora, aquí, inauguraremos una capilla. Foucauld pensó comprar este sitio porque sentía de Dios que en el Monte de las Bienaventuranzas tenía que haber una capilla con la presencia constante de la Santa Eucaristía, día y noche.

El hermano Carlos pasaba largas horas de oración contemplativa ante el tabernáculo. En sus escritos espirituales se ve este deseo, esta pasión por estar cerca de la presencia de Cristo. Precisamente con relación a esto, escribió: ‘Creo que es mi deber esforzarme por adquirir un lugar del Monte de las Bienaventuranzas, para asegurar su propiedad a la Iglesia, cediéndola después a los Franciscanos, y también el de esforzarme por construir un altar donde, perpetuamente, se celebre la misa cada día y esté presente Nuestro Señor’. 

El sueño de Carlos de Foucauld

Sobre esta intención, el santo reflexionó y rezó mucho. Él estaba profundamente convencido de que su vocación de ‘imitar lo más perfectamente posible a nuestro Señor Jesús, en su vida oculta’, con una consagración más radical y definitiva, la recibiría aquí, en el Monte de las Bienaventuranzas.  

El sueño de Carlos de Foucauld se hizo realidad durante la Pascua de 2008, cuando en el Centro Internacional Domus Galilaeae, gestionado por el Camino Neocatecumenal y situado en la parte superior del Monte de las Bienaventuranzas (Korazim – Galilea), se inauguró una capilla con la presencia constante de la Santa Eucaristía, día y noche, para la adoración perpetua del Santísimo. Lugar que queda reflejado en el Lago de Galilea, embellecido por la predicación del Sermón de la Montaña y por el sueño de Carlos de Foucauld que se sella con la misión evangelizadora de la Iglesia». Puedes ver aquí la capilla construida por el Camino.

Nuestro tiempo en las cuevas de San Caprasio -en este lugar tan señalado para la historia reciente de la Iglesia-, va llegando a su fin. Cierro mi libro y leo algo en un pequeño cuadro que descansa a los pies del sagrario. Y, en silencio, repito para adentro:

«Padre mío, me abandono a Ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo. Con tal que Tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas, no deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en Tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque para mí amarte es darme, entregarme en Tus manos sin medida, con infinita confianza, porque Tu eres mi Padre («Oración de abandono», de Carlos de Foucauld).

Puedes ver aquí cómo se accede a las cuevas de San Caprasio. 

Echo la vista hacia adelante… y un sol escurridizo atraviesa la linterna del Santuario de Nuestra Señora de la Sabina, dejando un espectáculo que hasta el hombre más valioso nunca sería capaz de recrear. Echo la mirada hacia atrás… y las cuevas de San Caprasio se van escondiendo en el horizonte cada vez un poco más.

Entonces, levanto la mano, y, como brindando un toro a la inmensidad, me digo: Bendito seas, oh ‘hermano universal’, y bendito sea tu santo, dulce y estrepitoso fracaso. Porque tú, que dejabas siempre un plato vacío para tu ‘compañero’, hoy cuentas con miríadas de hijos… que, gracias a ti, saben que solo en el madero uno encuentra el descanso… ¡el verdadero!

Testimonio del cardenal Carlo María Martini

El cardenal Carlo María Martini, entonces arzobispo de Milán dijo el 22 de marzo de 1990 ante la tumba de Carlo Carretto:

«Llegaron aquí millares de jóvenes de todas partes de Italia, con el deseo de llevar a cabo un novicido de oración, aceptando este silencio interminable. Es por eso por lo que me parece que Spello responde a una necesidad de nuestra época, a una búsqueda; es una escuela de oración que sigue italiana. Muchas han sido las personas que han venido aquí y que han obtenido inspiración para la supremacía de la contemplación en la vida. ¿Qué significa meditar sobre una figura como la del hermano Carlo Carreto? Incluso siendo distintos, FRancisco de Asís y Caarlo Carretto son figurasa las que ligamos la tentativa de realizar el Sermón de la montaña en su tiempo, de vivir el Evangelio en su tiempo. Francisco sigue en una luz altísima, tal vez un ejemplo perfecto, casi inimitable de vida. Pero el mensaje del hermano Carlo es prácticamente igual al del santo: también hoy se puede vivir el Evangelio con coherencia y honestidad. El Evangelio no solo es un nombre, una serie de nombres, una serie de reglas que nosotros repetimos; es una persona concreta y puede convertirse en vida. Jesús puede revivir, la gracia es la venccedora, la gracia siempre gana y no existe compejidad social, cultural o política en la que la gracia evangélica no pueda penetrar y encontrar canales de comunicación. Esta es la certeeza que muchos han obtenido en lugares como este. Hablo de lugares porque toda la montaña se ha transformado en muchas peequeñas ermitas e as que muchos jóvenes han llevado y llevan a cabo la experiencia del desierto. Este es el mensaje que podemos obtener de la figura del hermano Carlo, que ha irradiado a su alrededor esta confianza en la vivencia del Evangelio y en la dicha de vivirlo»»i


i  G. DI SANTO, Carlo Carretto, el profeta de Spello, San Pablo, Madrid 2010, 34-36

La «Fraternidad del desierto»

Sentados frente a frente en la casa de San Martino en Vignale, Italia, el filósofo uruguayo Julio Saquero (70 años) y el sacerdote italiano Arturo Paoli (100 años) vuelven a editar el debate celebrado hace 40 años en el desierto de la provincia argentina de La Rioja: si llevar el Evangelio a la acción política e incluso revolucionaria.
Ese era el debate que había tenido lugar en la hermandad religiosa a la que ambos pertenecían: los Hermanitos de Charles de Foucauld, un grupo de sacerdotes trabajadores y religiosos laicos que vivieron y fueron políticamente activos en Argentina entre 1959 y 1977, cuando el barrendero el sacerdote Mauricio Silva fue secuestrado y desaparecido.
La fraternidad del desierto toma el diálogo entre Julio y Arturo como punto de partida para adentrarnos en la experiencia de los Hermanos en el desierto de Suriyaco, en La Rioja, un paisaje desolado sugerido por el entonces obispo Enrique Angelelli, amigo de la orden. asesinado en 1976, para hacer allí el noviciado.
En ese lugar, entre 1971 y 1974, los Hermanitos meditaban y debatían cómo reaccionar ante la agitada realidad que atravesaba el país. Algunos de ellos, como los sacerdotes Mauricio Silva, Pablo Gazzarri y Carlos Bustos, fueron secuestrados y desaparecidos. Otros dedicaron su vida a denunciar las violaciones de derechos humanos registradas en nuestro país.
Biografía del director – Iair Kon

El documentalista Iair Kon es el responsable del film La fraternidad del desierto, que narra el debate que el grupo religioso Hermanitos del Evangelio de Charles de Foucauld sostenía en el desierto de La Rioja hace cuatro décadas: participar o no de la acción política y revolucionaria. Amigos del obispo Enrique Angelelli, los integrantes de la fraternidad eran curas obreros y religiosos laicos que vivieron y militaron en la Argentina entre 1959 y 1977, cuando el sacerdote barrendero Mauricio Silva fue secuestrado y desaparecido. El documental, que se estrena el jueves en el Gaumont, muestra sentados frente a frente en una casa de San Martino in Vignale, Italia, al filósofo uruguayo Julio Saquero, de 70 años, y al sacerdote italiano Arturo Paoli, de 100 años, reeditando una discusión que sostenían hace cuarenta años en el desierto de la provincia argentina de La Rioja: llevar o no el Evangelio a la acción política y hasta revolucionaria.Aquel era el debate que atravesó la experiencia de la fraternidad religiosa a la que ambos pertenecían, los Hermanitos del Evangelio de Charles de Foucauld. La fraternidad del desierto toma el diálogo entre Julio y Arturo como punto de partida para recorrer la experiencia de los Hermanitos en el desierto riojano de Suriyaco. En aquel lugar, entre 1971 y 1974, los Hermanitos se reunían a meditar y a discutir cómo actuar frente a la convulsionada realidad que atravesaba el país. Algunos de ellos, como los sacerdotes Mauricio Silvia, Pablo Gazzarri y Carlos Bustos, fueron secuestrados y desaparecidos. Otros dedicaron sus vidas a denunciar las violaciones a los derechos humanos perpetradas en nuestro país.PUBLICIDAD

Kon y la productora Ana Laura Pace querían, en principio, contar otra historia: la de Patrick Rice y Fátima Cabrera, dos militantes de derechos humanos muy importantes en la Argentina. Rice era un sacerdote irlandés que fue secuestrado en 1976 con junto a Cabrera, al salir de una reunión en una villa de Soldati. El logró salir del país gracias a la Embajada de Irlanda y ella quedó detenida dos años y después la pusieron en libertad vigilada. Al regreso de la democracia, Patrick Rice volvió a Buenos Aires para buscarla. Decidió dejar de ser sacerdote, se casaron y tuvieron tres hijos. “Empezamos a grabar esa historia pero, en realidad, era para tener una investigación. El falleció en 2010. Cuando murió le presté atención a un libro que me había dejado, llamado En medio de la tempestad. Es una compilación que hizo junto con otro integrante de Fraternidad Laica de los Hermanitos del Evangelio, Luis Torres, donde cuentan toda la persecución que vivió esa agrupación en la Argentina”, comenta el director. 

En esa publicación figuraban los nombres de los miembros de la congregación que habían sido detenidos, desaparecidos o exiliados. “Y empezamos a indagar. Nos comunicamos primero con Julio Saquero, que fue el primer denunciante de la desaparición de Santiago Maldonado, porque es integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos en Chubut. Decidimos, entonces, centrar la historia en Suriyaco (La Rioja), que fue donde los Hermanitos decidieron hacer la experiencia fundante de esa congregación que seguía las enseñanzas de Charles de Foucauld, un militar francés que se hizo sacerdote, se instaló en un momento en el desierto del Sahara y trabajó con los tuaregs, una tribu errante del desierto”, explica el documentalista. “Foucauld tenía la filosofía no de predicar sino de hacer, de estar junto a los más necesitados, Finalmente, fue asesinado en un episodio confuso. Los que están en la Argentina llegaron de la mano de Arturo Paoli, un sacerdote italiano que tenía una carrera promisoria en el Vaticano, pero decidió tomarse un barco y llegó a la Argentina en 1959, en un proceso latinoamericano interesante en términos sociales y políticos”, agrega Kon.

–No es la primera vez que trabaja el cruce entre Iglesia y política. ¿Cree que hay mucho por contar todavía?

–Hice la serie Iglesia latinoamericana, la Opción por los Pobres, por Canal Encuentro. Creo que hay mucho por contar. Tengo una posición bastante anticlerical. En particular, la institución eclesiástica no me interesa, sino el acto de rebeldía que tienen estos religiosos contra su misma institución, incluso sin poder salir de ella. Es una contradicción que viven ahí dentro. Me interesa eso porque si uno lo piensa en el contexto de los años 70 (y se puede pensar hoy por hoy como el Movimiento de Curas en Opción por los Pobres), se enfrentaron permanentemente a la jerarquía católica y ésta los marginó y los calló. Hoy el fenómeno es distinto: ayer fueron designados obispos dos curas villeros, una verdadera novedad. 

–¿Ellos tenían un sentido espiritual de la vida, pero sentían que para la transformación social era necesario llevar el Evangelio a la política?

–Ellos hacían una lectura política del Evangelio. Es lo que mostró Arturo Paoli en toda su obra intelectual. Tiene más de cincuenta obras publicadas. Y fue quien le dio la visión política a Gustavo Gutiérrez para la Teología de la Liberación. La lectura fue que la transformación se hacía desde la política. Y eso era un acto material, no era algo que iba a venir más adelante en el paraíso.  

–¿La película busca reflejar un clima de época en el que las tensiones que había en la sociedad se trasladaron a la Iglesia?

–En realidad, me interesan dos cosas. Una es expresar la consecuencia entre una visión espiritual del mundo y su acción, su modo de aplicarla que es la acción política. Eso engancha con el segundo objetivo que es hacer una reivindicación de la política como acto transformador, a través de la visión de la congregación de los Hermanitos del Evangelio. Para mí, eso tiene vigencia, más allá de la historia que uno está contando y que ocurrió hace muchos años, y que tiene que ver con un contexto donde la política se devalúa. Hoy se la intenta hacer pasar como innecesaria, no se admite el debate político. 

–¿Cree, entonces, como muchos, que hubo dos Iglesias durante la dictadura?

–Sí, eso sin ninguna duda. Hubo una Iglesia cómplice de las dictaduras en América latina, de las desapariciones y las persecuciones. Era reaccionaria y conservadora como la histórica Iglesia. Pasó de manera muy drástica en América latina, pero es parte de la historia misma de la constitución de la Iglesia como institución. En América latina también se manifestó muy fuerte una Iglesia más social, comprometida con los más pobres, de acción política. Un ejemplo de esto fue Camilo Torres que, en el enfrentamiento con su propia institución que no lo aceptó en su carrera política, decidió involucrarse con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), en Colombia. Murió en su primer combate.

CHARLES DE FOUCAULD

Aula Mounier- Institut Emmanuel Mounier Catalunya

Carmen Herrando
Miembro del Instituto E. Mounier

El pasado 27 de mayo, la Santa Sede hacía pública
la próxima canonización —todavía sin fecha—
de Charles de Foucauld (1858-1916), beatificado
en 2005 por el papa Benedicto XVI.
De Charles de Foucauld dijo Yves Congar que, con
Teresa de Lisieux, serían los dos faros que alumbrarían
la espiritualidad del siglo xx; también lo subrayó Pablo
VI. Y así ha sido. Charles de Foucauld ha dado muchos
frutos, sobre todo el de una familia religiosa extensa y
con una vivencia evangélica ejemplar, llena de deseos
de mostrar con la vida lo más central del mensaje de
Jesús; más de veinte grupos o fraternidades dispersos
por el mundo entero, que tratan de vivir los diversos
aspectos del carisma de vida de este hombre admirable,
y lo hacen, además, casi todos ellos, entre los más
pobres. Carisma, el de Charles de Foucauld, que consiste
sobre todo en una unidad fuerte entre acción y
contemplación, entre vida interior cuidada, en la que
el trato con «el Amado» tiene un lugar primordial, y
la misión a la que el Mensaje de Cristo no puede sino
empujar, aunque se trate, para muchos de ellos, de
una misión silenciosa en lo que toca a las palabras, pero
elocuente en lo que se refiere al propio vivir. Pues
la espiritualidad de Nazaret no es sino vivencia callada
de una vida sencilla, tomando como modelo el tiempo
que Jesús vivió con sus padres en el hogar de Nazaret,
como un niño o un joven más en una familia cualquiera;
se trata de uno de los puntos primordiales que
las familias inspiradas en Charles de Foucauld aportan
a la Iglesia del siglo xxi, una espiritualidad muy significativa
que contrasta con tanto imperio de la imagen
y que lleva a interrogarse a muchos acerca de dónde
reside la autenticidad del Evangelio.
De todos es conocido que Charles de Foucauld llevó
una vida un tanto disoluta como militar y explorador
aventurero por el Norte de África, y que vivió
una conversión fulminante en otoño de 1886, en la
iglesia de San Agustín, en París; en este templo puede
verse una exposición permanente sobre la conversión
y la vida de Charles de Foucauld, en el altar enel que tuvo lugar aquella su primera confesión «consciente
» seguida de la comunión. La fe cristiana entró
en su vida para habitarla ya siempre, con una intensidad
inusitada: «Apenas creí que había Dios, comprendí
que no podía vivir más que para Él», escribirá
recordando este acontecimiento que daría tal vuelco
a su vida. Y pronto quedaría especialmente afectado
por estas palabras del padre Huvelin, su director espiritual:
«Nuestro Señor tomó de tal manera el último
lugar, que nadie pudo arrebatárselo»; se acogió a ellas
con todas sus fuerzas, y desde entonces no dejaría de
buscar el último puesto entre los últimos. Ingresó así
en la Trapa, pero en un monasterio pobre y alejado,
en Siria; y buscando ese último lugar trabajó como
mandadero para las hermanas clarisas de Nazaret durante
cuatro años. En 1901, dando otra orientación a
su vida y sin dejar de «aspirar» al último lugar, fue ordenado
sacerdote, y pocos años después llegaría hasta
Argelia, donde se instaló como una suerte de monje
ermitaño que cultivaba la amistad con sus vecinos, primero
en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, entre los
tuaregs, en medio de los cuales viviría hasta su muerte,
el 1 de diciembre de 1916. En Tamanrasset, al sur
de Argelia, en 1908, pasó por una experiencia de desolación
y enfermedad; Charles de Foucauld, allí, solo
entre los más alejados, vivió la experiencia de dejarse
asistir por ellos; sus amigos tuaregs se percataron de la
situación y guardaban para él buena parte de la escasa
leche que daban sus cabras. Esta vivencia de abandono
radical supuso para él una vivencia muy enriquecedora
que se conoce como su segunda conversión.
En España hay presencia de fraternidades de Charles
de Foucauld en bastantes lugares a lo largo de las diversas
regiones en que se divide nuestra geografía: familias
religiosas, laicos, grupos de espiritualidad, etc. En
Aragón, concretamente, los Hermanos de Jesús están
desde 1958, pues tuvieron que abandonar momentáneamente
Argelia debido a la guerra de independencia
de Francia; y en la comarca de Los Monegros hallaron
un paraje similar para poder vivir temporadas de

desierto en soledad y ofrecer a otros esta experiencia
capital en la espiritualidad que su inspirador les dejó
como herencia. Más de sesenta años de vida evangélica
silenciosa, de cultivo sencillo de la amistad, de vida
activa y contemplativa, a un tiempo, hecha a base de
oración, presencia eucarística y trabajo manual. Dos
hermanos nos siguen acompañando y abren a todo el
mundo la fraternidad, situada en un pueblecito de la
provincia de Zaragoza: Farlete. Además de su presencia
fraterna, los Hermanos ponen a disposición de quienes
quieren vivir un tiempo de silencio y soledad las
cuevas que se encuentran próximas a esa localidad zaragozana,
lindando al norte con la provincia de Huesca.
Muchas son ya las personas que han pasado temporadas
de desierto en las cuevas conocidas por la zona
como «cuevas de san Caprasio», en honor a este santo
que llegó hasta estos pagos desde el sur de Francia.
A estas familias o grupos que beben de la espiritualidad
de Charles de Foucauld, hay que añadir más recientemente
el grupo de Amigos del desierto, fundado
por Pablo D’Ors, cuyo libro El olvido de sí (2014) tiene
a Charles de Foucauld por protagonista; es un trabajo
que ha contribuido en buena medida a dar a conocer
al futuro santo entre los lectores de lengua española.
No deja de ser curioso que el milagro que hará posible
la canonización de Charles de Foucauld haya sido
no tanto una curación cuanto una «preservación».
Y que se diese, además, en el ámbito del mundo del
trabajo, lugar tan especial en la vivencia del carisma
foucauldiano: Nazaret, la vida oculta de Jesús vivida
de forma anónima entre los más pobres, predicando
el Evangelio no con la palabra, sino con la vida, como
tantas veces recordaba el propio Charles de Foucauld.
A finales de noviembre de 2016, en vísperas de cumplirse
cien años de la muerte del beato Charles de Foucauld,
Charles Charpentier, trabajador en una empresa
de restauración de monumentos históricos, se desplomaba
desde 16 metros de altura cuando operaba en el
armazón de la techumbre de la institución San Luis,
en Saumur. Curiosamente, este lugar se encuentra
muy cerca de la Escuela de Caballería donde Charles
de Foucauld había cursado estudios militares en 1878,
durante aquellos años de vida desordenada. Charles
Charpentier, que tenía entonces veintiún años, cayó
desde lo alto de la cúpula del edificio y fue a dar sobre
un banco puesto del revés, con las patas hacia arriba,

lo que provocó el empalamiento del trabajador, es
decir, el atravesamiento de su cuerpo por la parte del
abdomen. El accidente no podía ser más aparatoso ni
más mortal, de entrada. El responsable de la empresa,
François Asselin, que se encontraba en París y no lograba
dar con la familia de Charpentier, telefoneó al
padre Artarit, párroco de la Parroquia del Beato Charles
de Foucauld, en el mismo Saumur, a quien conocía
porque solía asistir a la Eucaristía dominical en esta
parroquia, y le contó lo sucedido, al tiempo que le
invitaba a rezar al titular de la parroquia (Charles de
Foucauld) por el joven trabajador cuya vida todos daban
por perdida. El propio Asselin pasó la noche en
oración no sin recordar la fecha próxima de los cien
años de la muerte de Charles de Foucauld. Su oración
y la llamada al párroco desencadenaron todo un movimiento
de intercesión, dirigido al beato Charles de
Foucauld, pidiendo por la salud de aquel joven carpintero
que había sufrido semejante accidente en vísperas
de una fecha tan señalada. Y, contra todo pronóstico
médico, Charles sobrevivió a la terrible caída,
y sin grandes dificultades, además. Como él explicaría
después, tras la caída, se levantó él solo y caminó
unos cincuenta metros con el palo del banco atravesándole
el abdomen, en busca de ayuda. A los pocos
días, tras una operación que resultó exitosa a pesar de
las dificultades que veían los médicos, Charles se encontraba
en la habitación deseando abandonar el hospital,
y dos meses después había vuelto al trabajo. Es
lo que relataba recientemente el encargado de la empresa,
François Asselin, poniendo el acento en lo sorprendentemente
bien que encontró a Charles tres días
después del accidente, cuando pudo por fin visitarlo
en el hospital, y subrayando al mismo tiempo la perplejidad
de los médicos, que no dejaban de expresar
que un accidente así era mortal casi por necesidad, y
que no se podía decir, sin más, que Charles había tenido
mucha, muchísima, suerte.
El vínculo de Charles de Foucauld con Saumur
propició que en la diócesis se celebrasen novenas de
acción de gracias y más encuentros de oración en torno
a la figura de aquel que había adquirido el grado
de oficial de la Escuela de Caballería de aquella localidad;
y que el centenario de la muerte del todavía
beato cobrase especial significado en la región, donde
se estaba rezando para que tuviera lugar el milagro

que pudiera desencadenar una pronta canonización.
Así, tanto desde la diócesis de Angers como desde
diversos grupos espirituales vinculados a Charles de
Foucauld, animados todos ellos por los miembros de
Amitiés Charles de Foucauld y en coordinación con el
postulador de la causa de la canonización, el padre
Ardura, se puso en marcha un movimiento para presentar
este hecho extraordinario de la preservación
del trabajador Charles Charpentier como un segundo
milagro para el proceso de canonización. Se siguieron
las vías habituales. Dos médicos certificaron
la curación de Charpentier desde donde sucedieron
los hechos (en Saumur, Francia), y más adelante se
reuniría en Roma una comisión médica que juzgaría
de nuevo lo sucedido, esta vez desde la distancia, de
forma aún más rigurosa y mucho más objetiva, si cabía.
Fue esta comisión romana la que el pasado mes de
noviembre de 2019 declaraba por unanimidad que lo
sucedido en el accidente padecido por Charles Charpentier
no tenía explicación natural. Por último, la
Congregación para la causa de los santos tenía la última
palabra sobre el caso, y, reunida durante el pasado
mes de febrero, todos sus miembros reconocieron
por unanimidad que la «preservación» o curación
del joven trabajador tenía carácter sobrenatural, y que
podía considerarse un milagro, a todas luces.
Charles Charpentier no era creyente. No deja de
ser sorprendente que el milagro se haya obrado precisamente
en un no creyente, cuando el propio Charles
de Foucauld pasó casi toda su etapa de monje-misionero
entre personas no creyentes y él mismo lo
fue durante una etapa bien notable de su vida. Charles
de Foucauld solía decir que Jesús es Señor de lo
imposible. Contemplando estos hechos vienen a la
memoria estas palabras que le acompañarían a lo largo
de su vida.

La canonización de Charles de Foucauld es un motivo
de alegría. Aunque el lector haya leído en este
artículo que hubo movilizaciones desde la diócesis
de Angers o desde la misma Iglesia de Francia para
rezar por la canonización, no está de más expresar
que los miembros de las fraternidades, sus hijos e hijas
más ‘directos’, por así decir, aunque no estaban en
contra, tampoco pusieron un gran empeño en promover
las causas de beatificación o de canonización
de ese hombre santo en quien inspiran su forma de
vida. Lo contrario hubiese supuesto cierta contradicción
de fondo en personas que, como se viene indicando,
tratan de vivir el Evangelio con la mayor sencillez
y desde el más auténtico anonimato. Sin embargo,
la Iglesia sigue ahí promoviendo las causas de sus
santos, y Charles de Foucauld ha llegado a ser beatificado
y muy pronto canonizado.
Su ejemplo nos recuerda la importancia de «gritar
el Evangelio con la vida», pero también la centralidad
de lo pequeño y la búsqueda del último lugar,
tan impropios de un tiempo como el nuestro, versado
en los relumbrones de las imágenes y en dar a conocer
lo poco que a veces se hace, como si fuese un
logro al que hay que darle toda la difusión posible. Y
luego se dice, además, que eso es evangelizar. Por eso,
la espiritualidad de Nazaret y esta vivencia silenciosa
del Evangelio son propuestas preciosas para nuestro
tiempo presente, que pueden ayudar a muchas personas
a un redescubrimiento del mensaje de Jesús desde
la sencillez y la profundidad, devolviéndoles y devolviéndonos
a la centralidad del mensaje evangélico.
Este ha sido y sigue siendo el mensaje de Charles de
Foucauld, que puede erigirse de nuevo en faro para
esta segunda década del siglo xxi, haciendo descubrir
la maravilla de lo sencillo, de lo que no hace ruido,
pero fulgura discretamente.
ACONTECIMIENTO 135

Instalados para siempre en la vida de Nazaret

«Jesús te ha instalado para siempre en la vida de Nazaret: las vidas de misión y de soledad no son, tanto para ti como para Él, sino excepciones; practícalas cada vez que su voluntad lo indique con claridad; cuando ya no esté indicado, vuelve a tu vida de Nazaret.Pero esta vida no puede concebirse sin las otras dos. El hermano Carlos continúa deseando estas Fraternidades del desierto, dedicadas exclusivamente a la adoración solitaria y que aparecen como el fundamento indispensable de la vida de Nazaret. Las espera. Fue en la Trapa y más tarde en el desierto, donde germinó su vocación de Nazaret; fue en el desierto y en el silencio donde nacieron los hermanos de Jesús; es al desierto a donde deberán volver periódicamente para permanecer fieles a su vocación. Las Fraternidades del desierto serán como los guardianes de este espíritu; mientras que, por otro lado, las Fraternidades de misión tendrán a su cargo el ministerio de los lugares pobres o abandonados, terminando, en un apostolado pastoral, la evangelización silenciosamente comenzada por el testimonio de los hermanos (R. VOILLAUME, En el corazón de las masas, Ediciones Studium, Madrid 1962, 28-29).