«Mirar a la Iglesia como la fe de un niño»

«Te dirijo, ¡Oh Dios mío!, una ardiente plegaria, que todos aquéllos y aquéllas que quieren ser discípulos del humilde Hermano Carlos, reciban la gracia de una fe profunda en tu Iglesia. En un siglo atravesado por ideologías contestatarias, por la constante crítica a cualquier autoridad, guarda el corazón de mis hermanos y hermanas para que miren a la Iglesia como la fe de un niño, y esperen más allá de las personas que la constituyen, más allá de la realidad humana que es su materia, la divina realidad de tu Sacramento. Dales, Señor, la alegría de la firmeza de la fe de la Iglesia, la fuerza de resistir a quienes quieren llevarlos a una crítica vana. Que recuerden que la calumnia e incluso la maledicencia, son siempre faltas graves contra la caridad, y tanto más grave cuando se trate de la Iglesia».

Hno. René Voillaume en su Testamento espiritual

“Tu fe te ha salvado”

La fe, es lo que hace que creamos desde el fondo del alma… todas las verdades que la religión nos enseña, es decir, el contenido de la Escritura Santa y todas enseñanzas del Evangelio; en fin, todo lo que nos es propuesto por la Iglesia. El justo verdaderamente vive de esta fe (Rm 1,17), porque reemplaza a la inmensa mayoría de los sentidos de la naturaleza. Transforma tanto todas las cosas que apenas los sentidos pueden servirle al alma; por ellos sólo percibe apariencias engañosas; la fe le muestra las realidades.
El ojo le muestra a un pobre; la fe le muestra a Jesús (cf Mt 25,40). El oído le deja oír insultos y persecuciones; la fe le canta: «Regocíjese y gózate de alegría» (cf Mt 5,12). El tacto nos hace sentir los golpes recibidos; la fe nos dice: «alegraos de haber sido considerados dignos de sufrir algo por el nombre Cristo» (cf Hch. 5,41). El gusto nos hace sentir el incienso; la fe nos dice que el incienso verdadero «son las oraciones de los santos» (Ap 8,4). Los sentidos nos seducen por las bellezas creadas; la fe piensa en la belleza increada y tiene lástima de todas las criaturas que son nada y polvo al lado de aquella belleza. A los sentidos les horroriza el dolor; la fe lo bendice como la corona esponsal que se le une a su Amado, como la marcha con su Esposo, la mano en su mano divina. Los sentidos se rebelan contra el insulto; la fe lo bendice: » bendecid a los que os maldicen » Lc 6,28)…; lo encuentra dulce porque es compartir la suerte de Jesús… Los sentidos son curiosos; la fe no quiere conocer nada: tiene sed de sepultarse y querría pasar toda su vida inmóvil al pie del tabernáculo.
Beato Carlos de Foucauld (1858-1916)
ermitaño y misionero en el Sahara
Retiro en Nazaret 1897