Un estudio publicado en Science Advances demuestra que el estilo Pecos River, en los cañones del sur de EE.UU. y el norte de México, se mantuvo sin interrupciones durante miles de años. Los murales monumentales, ejecutados como narrativas únicas y con reglas de color estrictas, funcionaron como vehículos rituales que preservaron un “núcleo duro” de creencias que sobrevivió hasta las culturas agrícolas mesoamericanas.
Un estilo que nació hace 5760 años y se mantuvo casi inalterado durante milenios
El estudio analizó 57 dataciones directas de pintura y 25 dataciones indirectas de costras minerales en 12 sitios. Con estos datos, los autores confirmaron que el estilo Pecos River comenzó entre 5760 y 5385 años calibrados antes del presente y persistió hasta al menos 1035 años a.P., cuando en la región ya había comenzado la introducción del arco y la flecha.
Lo extraordinario no es solo la antigüedad, sino la continuidad. A lo largo de cuatro milenios —un lapso más largo que el que separa la actualidad de las pirámides de Egipto—, estos murales mantuvieron una estética, reglas cromáticas y motivos simbólicos sorprendentemente estables. Eso implica no una moda, sino un sistema de creencias robusto transmitido con precisión ritual.
Las figuras humanas, a veces de ocho metros, aparecen con tocados, astas, orejas de conejo y adornos específicos. Los animales, objetos rituales y el recurrente fardo sagrado forman un lenguaje visual compartido que perduró incluso mientras el clima, la fauna y las tecnologías cambiaban radicalmente.
Cómo se fechó lo que antes parecía imposible de datar
El equipo resolvió uno de los mayores obstáculos del arte rupestre: la datación directa. Las pinturas incluían pigmentos minerales mezclados con aglutinantes orgánicos —posiblemente grasa de médula ósea de venado y savia de yuca—, un detalle crucial. Usando oxidación por plasma, extrajeron el carbono sin dañar los pigmentos ni la roca. Luego aplicaron AMS (espectrometría de masas con acelerador) para obtener fechas precisas.
Las costras de oxalato de calcio, formadas naturalmente antes y después de la pintura, actuaron como marco temporal: proporcionaron edades mínima y máxima. Todo coincidió. Los murales no eran acumulaciones de siglos, sino composiciones planificadas ejecutadas en intervalos cortos, probablemente eventos rituales completos.
Lo que esta tradición revela sobre las creencias más antiguas de América
Los investigadores proponen que las Tierras Bajas de los Cañones del Pecos eran un paisaje sagrado, un punto de convergencia ecológica y simbólica donde el arte tenía función ritual. Desde una perspectiva indígena contemporánea, las pinturas “son entidades vivas que transmiten conocimiento”, no meros dibujos.
Esta constancia estilística y temática conecta con una idea desarrollada por antropólogos como López Austin: la existencia de un “núcleo duro” cosmológico mesoamericano, un conjunto de conceptos compartidos por culturas posteriores como los aztecas o los huicholes. Las pinturas del Pecos River encajan en ese marco. No son solo arte: son la manifestación más antigua de un sistema de creencias panamericano.
Un legado que redefine cómo entendemos la espiritualidad antigua del continente
La datación exhaustiva y la lectura iconográfica reconstruyen una historia inesperada: durante más de cuatro milenios, grupos de cazadores-recolectores mantuvieron un mensaje ritual, una narrativa cosmológica y un estilo artístico con una fidelidad casi absoluta. Ese mensaje sobrevivió a periodos secos y húmedos, migraciones, cambios tecnológicos y transformaciones ecológicas.
Hoy, estos murales no son solo los más antiguos y mejor fechados del continente. Son la prueba de que América tuvo tradiciones espirituales profundas y persistentes mucho antes de que surgieran las grandes ciudades mesoamericanas. Una voz antigua que cruzó milenios para seguir hablándonos desde las paredes de piedra.
La religión continúa siendo uno de los fenómenos sociales más influyentes del planeta. Más allá de las creencias individuales, los recintos sagrados se han consolidado como espacios de identidad, historia y cohesión colectiva.
Desde templos milenarios hasta santuarios contemporáneos, millones de personas recorren cada año grandes distancias para acudir a estos sitios, ya sea por fe, tradición o patrimonio cultural. En un mundo marcado por la diversidad religiosa, algunos recintos destacan no solo por su significado espiritual, sino por su capacidad de congregar a multitudes y convertirse en puntos neurálgicos de peregrinación global.
Un mapa global de creencias: religiones que configuran al mundo
En el mundo existen alrededor de 4 mil 200 religiones, de acuerdo con estimaciones especializadas. Sin embargo, la práctica religiosa se concentra mayoritariamente en cuatro grandes credos. Según el Pew Research Center, el 77 % de la población mundial profesa el cristianismo (31 %), el islam (24 %), el hinduismo (15 %) o el budismo (7 %). En contraste, el 16 % de la población no tiene afiliación religiosa, convirtiéndose en el tercer grupo más numeroso a nivel global.
Las religiones se agrupan en familias doctrinales. Las llamadas religiones abrahámicas — judaísmo, cristianismo e islam — comparten la figura de Abraham como patriarca y surgieron en Oriente Próximo. Estas creencias monoteístas reconocen a un solo dios creador del universo y han influido de manera decisiva en la historia política, cultural y social de amplias regiones del mundo.
El judaísmo, surgido hacia el 1800 a. C., dio origen posteriormente al cristianismo en el siglo I y, siglos más tarde, al islam en el siglo VII. Cada una desarrolló múltiples ramas internas: el judaísmo cuenta con corrientes ortodoxas, reformistas, conservadoras y seculares; el cristianismo se divide principalmente en católicos, protestantes, ortodoxos y mormones; mientras que el islam se estructura en corrientes como la suní y chií, además de escuelas jurídicas y tradiciones místicas.
Por otro lado, las religiones dhármicas — hinduismo, budismo, jainismo, sijismo y taoísmo — surgieron en el subcontinente indio alrededor del 1500 a. C. Estas tradiciones comparten conceptos como el karma, la reencarnación y la búsqueda del equilibrio universal, y no se centran necesariamente en una deidad única.
Cada una de estas religiones ha desarrollado espacios sagrados específicos — iglesias, mezquitas, sinagogas, templos o monasterios — que funcionan como centros de oración, peregrinación y cohesión comunitaria, algunos de los cuales se han convertido en los recintos religiosos más visitados del planeta.
Tradiciones en transformación: creencias que emergen y desaparecen
El panorama religioso mundial no es estático. En las últimas décadas han surgido religiones neopaganas que recuperan tradiciones precristianas europeas, como el paganismo nórdico, celta, grecorromano o la wicca. Estas creencias politeístas reconstruyen antiguos sistemas simbólicos y rituales asociados a la naturaleza y a identidades culturales específicas.
En África, persisten religiones tradicionales como el vudú y el chamanismo, caracterizadas por la veneración de múltiples deidades, espíritus y fuerzas naturales. En estas prácticas, los rituales, los tótems y la figura del chamán o brujo ocupan un lugar central en la vida comunitaria.
En América, muchas religiones indígenas han quedado al borde de la desaparición. No obstante, algunas aún se practican, como la religión azteca en México, el culto al peyote entre comunidades nativas de Estados Unidos y la religión Casa-Grande de los iroqueses en Nueva York. Estas tradiciones conservan una relación estrecha entre espiritualidad, territorio y cosmovisión.
A pesar de su diversidad, todas las religiones comparten la construcción de espacios sagrados que concentran la vida ritual y simbólica, y que en muchos casos se han convertido en destinos de peregrinación masiva a escala global.
La Basílica de Guadalupe: fe, identidad y peregrinación masiva
La Basílica de Guadalupe, ubicada en la Ciudad de México, es uno de los recintos religiosos más visitados del mundo. Su origen se remonta a las apariciones de la Virgen María a San Juan Diego en el cerro del Tepeyac en 1531, donde, según la tradición católica, quedó impresa su imagen en una tilma. El sitio se erigió sobre un antiguo santuario dedicado a la diosa prehispánica Tonantzin, consolidando un espacio de sincretismo religioso.
A lo largo de los siglos se construyeron distintos templos, hasta llegar a la Nueva Basílica inaugurada en 1976, diseñada para albergar a millones de fieles y garantizar la visibilidad permanente de la imagen guadalupana. Este recinto recibe decenas de millones de peregrinos cada año, con picos superiores a los 12 o 13 millones tan solo durante las celebraciones del 12 de diciembre.
En 2025, autoridades del Gobierno de la Ciudad de México reportaron la llegada de 13 millones de personas a los alrededores del santuario, cifra que consolida a la Basílica de Guadalupe como uno de los centros de peregrinación más concurridos a nivel mundial, incluso por encima del Vaticano en número anual de visitantes.
El Vaticano: centro espiritual y político del catolicismo
El Vaticano representa el corazón espiritual de la Iglesia católica y el país más pequeño del mundo. Su historia se vincula al martirio de San Pedro y a la construcción de la Basílica homónima en el siglo IV. Con el paso del tiempo, el sitio se convirtió en el eje del poder papal y en la sede de los Estados Pontificios.
Tras la pérdida de estos territorios en el siglo XIX, el Vaticano se consolidó como Estado soberano en 1929 mediante los Pactos de Letrán. Actualmente, alberga la Basílica de San Pedro, la Capilla Sixtina y los Museos Vaticanos, atracciones que reciben entre 6 y 18 millones de visitantes anualmente, con incrementos significativos en años jubilares como el Año Santo 2025.
La combinación de relevancia religiosa, valor histórico y riqueza artística convierte al Vaticano en uno de los recintos religiosos y culturales más visitados del mundo.
La Tumba del Gran Imán Reza: epicentro del islam chií
En la ciudad de Mashhad, Irán, se encuentra la Tumba del Gran Imán Reza, mausoleo del octavo imán chií, Ali ibn Musa al-Rida. Este recinto se consolidó como un centro de peregrinación fundamental para el islam chií, especialmente durante la dinastía Safávida, cuando se expandió hasta convertirse en un complejo monumental con mezquitas, bibliotecas y museos.
Cada año, entre 20 y 30 millones de peregrinos visitan este santuario, lo que lo posiciona como uno de los sitios religiosos más concurridos del mundo islámico y como el núcleo espiritual del chiísmo en Irán.
Monte Tai: espiritualidad, imperio y paisaje sagrado
El Monte Tai, en China, es una de las montañas sagradas más antiguas y veneradas del mundo. Con más de tres mil años de historia, fue escenario de ceremonias imperiales en las que los emperadores realizaban rituales de “Feng Chan” para legitimar su mandato ante el Cielo y la Tierra.
El sitio alberga 22 templos, cerca de 1,800 inscripciones en piedra y un vasto patrimonio cultural que lo vincula con el taoísmo, el confucianismo y la historia imperial china. Aunque no existen cifras precisas actuales, su afluencia es comparable a los principales destinos turísticos de China, que antes de la pandemia superaban los 60 millones de visitantes anuales.
La Meca: el corazón del islam
La Meca, en Arabia Saudita, es el sitio más sagrado del islam y el destino final del Hajj, una de las cinco obligaciones religiosas de los musulmanes. Alberga la Kaaba, el punto hacia el cual millones de fieles orientan sus oraciones diarias.
Históricamente, La Meca fue un centro comercial estratégico antes del surgimiento del islam. Con el nacimiento del profeta Mahoma en el año 570 y la posterior consolidación del monoteísmo islámico, la ciudad se transformó en el núcleo espiritual del islam. Cada año recibe millones de peregrinos provenientes de todo el mundo.
En las últimas décadas, la ciudad ha experimentado una profunda modernización para atender la creciente afluencia de visitantes, un proceso que ha generado debates sobre la preservación de su carácter histórico y espiritual.
Cuando la espiritualidad también es fenómeno social
Los recintos religiosos más visitados del mundo reflejan que la espiritualidad sigue siendo un eje central de la vida humana, incluso en sociedades cada vez más secularizadas. La masiva afluencia de fieles a lugares como La Meca, la Basílica de Guadalupe, el Vaticano, el Monte Tai o la Tumba del Gran Imán Reza evidencia que la religión no solo persiste, sino que se manifiesta como un fenómeno social, cultural y político de gran escala. Estos espacios concentran historia, poder simbólico y memoria colectiva, y funcionan como puntos de encuentro donde la fe trasciende fronteras, credos y generaciones, reafirmando su vigencia en el mundo contemporáneo.
Un olivo presidió el encuentro del Papa con líderes religiosos en Beirut
Como ya se ha insistido en otras ocasiones, no habrá paz mientras continúen las guerras religiosas
| Félix Placer Ugarte
El viaje apostólico del papa León XIV a Turquía y a Líbano había despertado gran interés no solo por ser el primero internacional, sino también por los lugares elegidos y los temas que iban a ser abordados. La razón de su visita a la República Turca estaba en la conmemoración de los 1.700 años del concilio de Nicea y en su sentido ecuménico; unida a esta celebración, su estancia en Líbano, frontera con el país palestino, tenía un importante significado de compromiso por la justicia y la paz en los críticos momentos que esta zona vive y que afectan a la estabilidad mundial. El Papa ha abordado, en consecuencia, en sus discursos las exigencias religiosas y políticas.
Un Concilio actual
Las afirmaciones dogmáticas del Concilio de Nicea en su celebración el año 325, rechazaban la herejía de Arrio que socavaban la fe cristológica al negar la divinidad de Jesucristo y, por tanto, la unión de Dios con la humanidad,estableciendo una distancia insalvable respecto a la divinidad. La razón arriana estaba en que la trascendencia de Dios no era compatible con el sufrimiento de Jesús: Dios no podía sufrir ni morir, tampoco nacer y compartir con los humanos su vida. Por ello Jesús no podía ser Dios, sino alguien creado y, por tanto, inferior al Padre que esincreado y eterno, en absoluta transcendencia. Nicea, con Atanasio, desautorizó ese error que separaba al hombre de Dios, atentaba contra lo más profundo de la revelación yde la historia de la salvación y anulaba el sentido pleno de la sacramentalidad. Con la afirmación dogmática de Nicea, recordaba León XIV en su Carta Apostólica In unitate fidei, la doctrina de la consubstancialidad (homooúsios) de Jesucristo, Hijo de Dios, según Nicea, contra el error helenizante de los arrianos.
Bartolomé y León, en Nicea Vatican Media
Ante determinados espiritualismos de hoy que tienden a separar lo humano de lo divino y la historia humana de la historia de la salvación, la Iglesia con León XIV confesaba la cercanía de un Dios que comparte nuestra vida, sus gozos y esperanzas, sus tristezas y angustias, elsufrimiento de todas las víctimas sobre todo de los últimos, de los más pobres, de los abandonados y marginados para lograr un mundo humanizado, es decir, divinizado ya que toda auténtica liberación lleva a una verdadera divinización.
También es importante subrayar en este momento que,según la fe niceno-constantinopolitana, Dios en la encarnación asumió la naturaleza humana en su integridadque es femenina y masculina. Por tanto no se puede aducirla masculinidad del Jesús histórico como razón para negar a la mujer su derecho, por ejemplo, al diaconado y presbiterado. La igualdad es principio fundamental, garantizada por el bautismo, desde donde se deriva la correspondencia de los mismos derechos a hombres y mujeres.
El Papa lee su discurso en Nicea RD/Captura
Nicea ante el ecumenismo y pluralismo religioso
La Carta citada recordó también “el altísimo valor ecuménico” del Concilio de Nicea e invitaba fortalecer el diálogo en un “ecumenismo orientado al futuro”, como así ha sido y se ha reafirmado por parte del Papa y las diferentes Iglesias en los encuentros ecuménicos que han tenido lugar, sobre todo en Iznik, antigua Nicea, con el Patriarca de Constantinopla Bartolomé I rezando con delegados de las diferentes Iglesias.
Pero también es preciso recalcar que este viaje papal se ha desarrollado en su primera etapa en Turquía, país de mayoría musulmana; contexto muy tenido en cuenta en los saludos y discursos ante las diversas autoridades civiles y religiosas. Frente a un pasado de discordias, enfrentamientos y guerras, este viaje ha subrayado la evolución positiva en las relaciones entre musulmanes y cristianos en el respeto y en el diálogo; también con otras religiones en un mundo caracterizado por el pluralismo religioso, donde todavía se enfrentan concepciones monoteístas y politeístas, que desembocan en graves conflictos. Como ya se ha insistido en otras ocasiones, no habrá paz mientras continúen las guerras religiosas.
Nicea y Constantinopla resolvieron los graves enfrentamientos cristianos de su época con afirmaciones dogmáticas en las que también estaba interesado el poder político en un imperio dividido por posiciones religiosas. Precisamente, como recordaba el Papa, la consecución de la unidad de todos los cristianos fue uno de los objetivos principales del último Concilio, Vaticano II, que retiró las recíprocas excomuniones con la Iglesia ortodoxa y afirmó que «el restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos es una de las principales preocupaciones del Concilio Vaticano II» (Unitatis redintegratio). Celebramos este 8 de diciembre su clausura, hace 60 años.
Un momento del encuentro interreligioso
Sin embargo en el mundo actual globalizado las religiones continúan siendo motivo y causa de inestabilidad y guerra. Es preciso llegar al diálogo interreligioso para el cual Nicea y Constantinopla con Éfeso y Calcedonia, aportan una base imprescindible. Si afirmamos la acción de Dios en la humanidad y la presencia del Espíritu en su historia es preciso reconocer, como lo afirmó el Concilio Vaticano II, su acción universal. Por tanto, otras religiones son lugares donde acontece el encuentro entre lo divino y lo humano, dondeestá “ lo bueno sembrado en los ritos y culturas de otros pueblos” (Lumen gentium, 17).
Ya el ‘Parlamento de las Religiones del Mundo’, celebrado en 1993, abogó por una ética mundial para conseguir un orden mundial nuevo, sin predominio de una religión sobre otra, basado en el mutuo reconocimiento, en la no violencia y respeto a toda vida, en el compromiso a favor de una cultura de la solidaridad y de un orden económico justo, de tolerancia e igualdad. Hoy las diferentes religiones subrayan profundos valores de alteridad (abrahámicas), compasión (asiáticas), cuidado de los pobres y olvidados (Islamismo), sintonía con la naturaleza (indígenas). En consecuencia el diálogo interreligioso está brotando en una teología del pluralismo religioso de amplio alcance liberador y pluralidad convergente, cuidando la creación, que es obra de Dios con reverencia y gratitud, custodiándola y cultivándola como casa común de la humanidad, según ha recordado el Papa citando la Laudato si’.
León XIV
Ante un mundo dividido, enfrentado, con graves desigualdades injustas
Este viaje ha estado marcado, por tanto, como no podía ser de otra manera, por una insistente exigencia de paz, en especial desde el Líbano, en la frontera con Palestina. En un escenario de guerra, con sus trágicas consecuencias para Gaza y también para otros pueblos como Ucrania, África y con amenazas de invasiones prepotentes León XIV ha clamado por la justicia y por la paz y el respeto a todos los pueblos desde la justicia. Ha sido una constante en sus discursos ante líderes políticos y religiosos y ante los grupos que han compartido sus celebraciones ecuménicas donde las diferentes confesiones y religiones son claves de justicia y de paz, de respeto a los derechos de todos los pueblos.
Siguiendo el itinerario del viaje papal estamos, por tanto, llamados a un proceso de paz urgente y a un rechazo de la guerra y de un armamentismo desbocado que en lugar de ser garantía seguridad para los estados, es amenaza destructiva sobre el conjunto de la humanidad, además de ser negocio para quienes alientan e imponen la carrera armamentística.
Concilio de Nicea
Si el Concilio de Nicea, convocado por Constantino, tuvo una interesada intencionalidad política para su imperio, unida a la religiosa, la celebración de su aniversario con el viaje de León XIV se ha guiado por una clara finalidad religiosa haciéndose clamor de paz “en un mundo dividido y desgarrado por muchos conflictos”. Es el radical servicio que hoy la Iglesia ofrece a la humanidad ante sus angustiosas preguntas e incertidumbres, como pidió Gaudium et spes hace ahora 60 años.
Nicea y la navidad: la sacramentalidad de lo humano
El viaje de León XIV se ha realizado en tiempo de Adviento en las puertas de esta Navidad y en lugares de intensas resonancias bíblicas y del primer cristianismo. Los Concilios de Nicea y Constantinopla dieron pleno sentido a la celebración del nacimiento humano del Hijo de Dios, que en la herejía arriana perdía su pleno significado salvador.
Celebrar aquel acontecimiento decisivo para la humanidad implica la afirmación de la humanización de Dios, en especial, como insistía el mismo Papa, en los pobres y sencillos (Dilexi te). En consecuencia, fieles a la fe que confiesa la unidad de lo divino y de lo humano en Jesucristo, como afirma Jon Sobrino, siguiendo a Karl Rahner y en definitiva a Nicea, lo humano debe ser interpretado en referencia a lo divino y lo divino en relación con lo humano.
Del concilio de Nicea
Jesús es comprendido de esta manera comosacramento de Dios y, por tanto, lo humano es sacramento de lo divino. Desde esta convicción creyente, la afirmación de que ‘fuera de la Iglesia no hay salvación’, de reminiscencias arrianas, ha dejado paso a la que es fiel a Nicea: ‘fuera del mundo no hay salvación’. En consecuencia solo llegamos a Dios a través de lo humano interpretado desde el evangelio, guiados por el Espíritu que nos descubre y revela en los pobres, humildes, necesitados al Dios de Jesús nacido en Belén como liberador-salvador (Lc 4,18). Negar esa relación intrínseca que proviene de la Encarnación equivale a caer en la herejía arriana que separa lo humano de lo divino, a Dios del hombre y termina reduciendo la Navidad a modelos espiritualistas que muchos hacen compatibles con el consumismo de estos días en nuestra sociedad.
La resonancia de los mensajes dirigidos por León XIV, no solo a los lugares visitados, sino al mundo entero en su crítica situación actual, dan a esta Navidad un interpelante significado para que el entendimiento y diálogo entre confesiones cristianas, entre religiones del mundo, en la política de los estados, en la relación entre pueblos, se guíen por actitudes y criterios liberadores y humanizadores para lograr construir un mundo de justicia y de paz.
No me queda más remedio que escribiros ya una carta navideña en previsión de lo que pueda pasar. Aunque supera mi capacidad de comprensión el que posiblemente quieran retenerme aquí hasta después de navidad, en los ocho meses y medio pasados he aprendido a tener por verosímil lo inverosímil y a soportar con un sacrificium intellectus lo que no me es posible cambiar. Aunque ciertamente este «sacrificium» no es completo y el «intellectus» prosigue en silencio sus propios caminos.
Ante todo, no os vayáis a imaginar que me deje abatir por estas navidades que pasaré en solitario; ocuparán para siempre un lugar especial en la serie de variadas navidades que he celebrado en España, en América y en Inglaterra. Y no quiero recordar en el futuro con vergüenza estos días, sino evocarlos con cierto orgullo. Es lo único que nadie podrá quitarme.
Pero el hecho de que nadie os ahorre a vosotros, a María y a mis hermanos y amigos la tristeza de saberme en la cárcel estas navidades, y de que por esta causa una sombra se cierna sobre las escasas horas de alegría que aún podéis disfrutar en estos tiempos, sólo lo podré soportar porque creo y sé que vosotros no pensaréis de modo distinto que yo, y que estamos de acuerdo sobre nuestra actitud ante estas fiestas de navidad. Y no puede ser de otra manera, porque dicha actitud no es sino una herencia espiritual vuestra. No es preciso que os diga cuán grande es mi anhelo de libertad y de todos vosotros. Pero durante tantas décadas nos habéis deparado unas navidades tan incomparablemente hermosas, que su grato recuerdo es lo suficientemente fuerte como para poder iluminar incluso unas navidades más oscuras. En unos tiempos como éstos, es cuando realmente queda patente lo que significa poseer un pasado y una herencia interior independiente del cambio de los tiempos y de las contingencias. La conciencia de estar sostenido por una tradición espiritual que se remonta a varios siglos nos da una sensación de cobijo frente a todas las pesadumbres pasajeras. Creo que quien se sabe en posesión de tales reservas de fuerza, no debe avergonzarse de sentirse embargado por unos sentimientos más tiernos, que a mi parecer son los más nobles y mejores del hombre, si los suscita el recuerdo de un pasado bueno y rico. Tales sentimientos no dominarán a quien mantiene firme unos valores que ningún hombre puede quitarle.
Desde el punto de vista cristiano, unas navidades pasadas en la celda de una prisión no plantean ningún problema especial. En esta casa habrá posiblemente muchos que celebren unas navidades más auténticas y llenas de sentido que allí donde sólo se conserva el nombre de esta fiesta. El que la miseria, el sufrimiento, la pobreza, la soledad, el desamparo y la culpa tienen un significado muy diferente ante los ojos de Dios que en el juicio de los hombres; el que Dios se vuelve precisamente hacia el lugar de donde acostumbra a apartarse el hombre; el que Cristo nació en un establo, porque no hubo sitio para él en la hospedería, esto lo comprende un preso mucho mejor que cualquier otra persona, y para él significa una auténtica buena nueva. Al creer esto, el recluso sabe que participa en la comunión de los cristianos, que rebasa todos los límites temporales y espaciales, y los muros de la cárcel dejan de tener importancia para él.
Pensaré mucho en vosotros en la nochebuena, y quisiera que creyeseis que también yo pasaré unas horas verdaderamente hermosas, y que la aflicción ciertamente no se apoderará de mí. Quien lo pasará peor será María. Sería agradable saber que está con vosotros. Pero para ella será mejor quedarse en casa. Si pensamos en el terror que en estos últimos tiempos se ha apoderado de tantas personas en Berlín, nos damos cuenta de todo lo que tenemos que agradecer. Estas navidades serán en todas partes muy tranquilas, y más tarde los niños las recordarán durante largo tiempo. Pero quizás alguno comprenderá con esto por vez primera el verdadero sentido de la navidad.
Saludad de mi parte a todos los hermanos, a los chicos y a todos los amigos. Que Dios nos proteja a todos.
Acabamos de concluir la Semana de Desierto, ese tiempo privilegiado que cada año nos prepara interiormente para celebrar la fiesta de san Carlos de Foucauld. Son días de silencio, oración y escucha profunda, en los que la Palabra y la soledad se convierten en maestras discretas. Además de meditar los textos propuestos para la reflexión diaria, he tenido la oportunidad de sumergirme en la lectura de un libro que ha sido para mí una auténtica perla de sabiduría: El joven nabateo y el ermitaño de Petra, de José Luis Vázquez Borau. Ambientado en la ciudad de Petra, el libro nos conduce por sus desfiladeros, terrazas rocosas y monumentos esculpidos en arenisca, transformando este paisaje milenario en un verdadero símbolo del camino interior. Entre ellos destaca el Camino de las Tumbas, donde el joven protagonista aprende a “enterrar” los vicios, los apegos y aquello que impide la libertad del corazón. Solo quien deja morir lo que lo aprisiona puede avanzar por el camino de las virtudes, un sendero que se recorre paso a paso, como quien asciende hacia una luz que crece. El corazón de la obra es el diálogo profundo y sapiencial entre el eremita Mughur y el joven Siyyagh. Sus conversaciones —hechas de silencios, preguntas, intuiciones y descubrimientos— evocan la tradición de los Padres del Desierto y nos recuerdan que la verdadera formación se transmite más por la vida que por las palabras. Mughur, con la serenidad de quien ha aprendido a escuchar el fondo del alma, acompaña a Siyyagh en su despertar interior, ayudándolo a mirar de frente sus sombras, sus búsquedas y su deseo de plenitud. Siyyagh, por su parte, representa a todo buscador: inquieto, abierto, vulnerable y dispuesto a dejarse transformar. El paisaje narrativo conecta también con una tradición espiritual más amplia: aquellos mismos parajes evocan el retiro de tres años que, según la tradición, vivió Pablo de Tarso antes de iniciar su misión evangelizadora. Como Pablo, también el joven nabateo descubre que nadie puede anunciar lo que no ha contemplado, ni iluminar si antes no ha sido iluminado. En este contexto —tan afín al espíritu de Foucauld y a su llamada al desierto, al despojo y a la presencia amorosa— la lectura del libro se convirtió para mí en un espejo y una invitación. Como Siyyagh, también nosotros somos convocados a atravesar nuestros propios “caminos de tumbas”, a escuchar la voz que sostiene desde dentro y a dejarnos guiar por aquellos “Mughur” que la Providencia coloca a nuestro lado. Ha sido, sin duda, una compañía preciosa en esta Semana de Desierto y un modo hermoso de preparar el corazón para la fiesta de nuestro hermano Carlos de Foucauld. Hermano Enzo Maria Guardino CEHCF
Un espacio de reflexión, serenidad y paz donde pueden brotar palabras de luz
La autora es Julia Crespo Benito, miembro de la Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld.
Un espacio donde la calma se convierte en refugio y las palabras brotan desde el silencio fértil.
Un rincón para conectarnos con lo esencial , y dejar que nuestras vidas avanzan hacía la plenitud
Escribir como camino espiritual
La escritura es una vía de autoconocimiento, pero también de comunión : con los otros con lo invisible, con lo eterno. El escritor de luz no busca público, sino presencia. Sabe que si una sola persona encuentra consuelo o claridad en sus palabras, la misión está cumplida. Mis libros
La vocación de intercesión de la Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld
“Estar ante Dios por el mundo”
En el corazón de la Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld (CEHCF) late una vocación silenciosa, profunda y fecunda: la intercesión. Es una llamada a ponerse ante Dios por el mundo, por la humanidad herida, por la Iglesia y por toda la creación. Una vocación que, lejos de alejar del mundo, invita a permanecer en él con los ojos fijos en Cristo, para dejar que su amor alcance a todos a través de la oración.
Una comunidad nacida del desierto
Inspirada en el carisma de Charles de Foucauld, la Comunidad Horeb nació como un espacio de comunión entre personas de distintos estados de vida —laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas—, unidas por el deseo de vivir la espiritualidad de Nazaret: sencillez, silencio, fraternidad y trabajo cotidiano.
Este “Nazaret espiritual” se construye a través de un camino de desierto interior, donde el silencio se vuelve lugar de encuentro con Dios y de escucha del clamor del mundo. Desde esa experiencia brota la intercesión, entendida no solo como una forma de oración, sino como un modo de existir ante Dios por los demás.
Interceder: estar ante Dios por amor
Para la Comunidad Horeb, interceder no significa únicamente pedir por algo o por alguien, sino vivir en actitud orante y solidaria, ofreciendo la propia vida como puente entre Dios y el mundo. Es una oración que nace de la contemplación, pero se traduce en compromiso y servicio espiritual.
La intercesión abraza todo:
el dolor y las esperanzas de la humanidad,
los conflictos y heridas de la creación,
la búsqueda de unidad entre los cristianos,
el diálogo entre religiones y pueblos,
y los silencios del corazón donde solo Dios puede actuar.
El “monasterio invisible”
Los miembros de la Comunidad se saben parte de un monasterio invisible, extendido por el mundo, donde cada hermano y hermana vive la presencia de Dios en lo cotidiano. No hay muros ni clausura, pero sí un lazo espiritual que los une en la comunión de los santos.
En este sentido, la intercesión se convierte en un servicio escondido y esencial. Allí donde las fuerzas humanas no llegan, la oración sostiene, sana y reconcilia. Como decía Foucauld, “cuando amamos verdaderamente, queremos que el otro viva”. La intercesión es, precisamente, esa forma de amor que se traduce en oración constante.
Ecumenismo y oración universal
Fiel a su identidad ecuménica, la Comunidad Horeb reza también por la unidad de los cristianos y por la fraternidad universal. En un mundo fragmentado, la intercesión se vuelve espacio de encuentro, un terreno donde todas las voces pueden elevarse juntas hacia el mismo Padre.
El deseo de unidad no es un ideal abstracto, sino una práctica diaria que une a católicos y creyentes de otras tradiciones en una misma corriente de amor. Así, la Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld se convierte en signo de esperanza y reconciliación, fermento de comunión en el seno de la Iglesia y del mundo.
Un servicio silencioso y fecundo
La vocación de intercesión de Horeb no busca visibilidad ni reconocimiento. Se trata de un ministerio del silencio, ejercido en lo oculto, donde la oración se hace ofrenda, y la soledad se transforma en abrazo universal.
Desde el desierto interior, la Comunidad ofrece su vida por aquellos que sufren, por los que buscan, por los que no tienen voz. Es una presencia invisible pero real, un hilo de gracia que une a Dios con su pueblo.
La Comunidad Ecuménica Horeb Carlos de Foucauld nos recuerda que orar por los demás es una forma de amar. En un mundo que corre y grita, su vocación de intercesión nos invita a detenernos, a escuchar, a presentar ante Dios los rostros y las historias que claman por esperanza.
Desde el silencio de Nazaret, la oración se hace luz, y el corazón del intercesor se vuelve un pequeño altar donde el mundo entero encuentra acogida.
Mensaje del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso con motivo de la festividad que representa la victoria de la luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal, que este año se celebra el 20 de octubre. «En el mundo actual, donde la desconfianza, la polarización, las tensiones y las divisiones van en aumento, el diálogo interreligioso es más necesario que nunca», se lee en el texto.
Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano
«Como creyentes arraigados en sus tradiciones religiosas y como personas unidas por valores compartidos y una preocupación común por la paz», hindúes, cristianos, junto con personas de otras religiones y hombres y mujeres de buena voluntad, pueden unirse de diversas maneras para fomentar la paz en el mundo. Esta es la esperanza expresada en el Mensaje del Dicasterio para el Diálogo Interreligioso a los hindúes con motivo de la festividad de Deepavali, que este año se celebra el 20 de octubre, firmado por el Prefecto, cardenal George Jacob Koovakad, y el Secretario, monseñor Indunil Janakaratne Kodithuwakku Kankanamalage. «Que esta fiesta de las luces ilumine sus vidas y traiga felicidad, unidad y paz a sus familias y comunidades», reza el texto. También recuerda el 60.º aniversario de Nostra Aetate, que este año se celebra el octavo día después de Deepavali. Nostra Aetate instó a los católicos de todo el mundo a dialogar y colaborar con personas de otras tradiciones religiosas, instando a todos a «reconocer, preservar y promover los valores espirituales, morales y socioculturales que se encuentran en ellos» al servicio de la promoción de la paz. De ahí la invitación a los hindúes, «durante este tiempo festivo», a unirse a los cristianos y a las personas de todas las confesiones y de buena voluntad para reflexionar sobre cómo fortalecer los esfuerzos comunes por la paz mediante el diálogo y la colaboración, en el espíritu del documento del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas.
Queda mucho por hacer
El Dicasterio para el Diálogo Interreligioso destaca que la iniciativa lanzada por Nostra Aetate, a lo largo de los años, «se ha convertido en un proyecto global, generosamente apoyado y promovido por personas de diferentes creencias religiosas e incluso por no creyentes, contribuyendo significativamente a la paz mundial». Ahora, en este «Jubileo de Diamante», la Declaración del Concilio insta a renovar la promoción del «diálogo interreligioso como camino hacia la paz». El espíritu del documento, arraigado en la promoción de la unidad y la caridad entre los hombres, basado en lo que tienen en común y que los impulsa a vivir juntos su destino común, sugiere rechazar todo lo que sea verdadero y santo en otras religiones, apoyar respetuosamente las formas de actuar y vivir, los preceptos y las doctrinas que reflejen un rayo de esa verdad que ilumina a todos los hombres, y defender y promover juntos para todos la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad, especifica el Mensaje a los Hindúes, añadiendo que, si bien se ha avanzado mucho desde Nostra Aetate, aún queda mucho por hacer.
La colaboración interreligiosa debe crecer
«El diálogo interreligioso es más necesario que nunca» en el mundo actual, donde aumentan la desconfianza, la polarización, las tensiones y las divisiones, subraya el Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, que considera necesario, precisamente a través de dicho diálogo, «sembrar las semillas de la unidad y la armonía», mientras que «la comprensión y la colaboración interreligiosas» deben crecer en la vida cotidiana. El Mensaje para Deepavali, cuyo tema es «Hindúes y cristianos: construir la paz en el mundo mediante el diálogo y la colaboración en el espíritu de Nostra Aetate», recuerda también el estímulo de León XIV, el pasado 8 de mayo, a «construir puentes, a través del diálogo, a través del encuentro, uniéndonos a todos para ser un solo pueblo» y el de «promover una cultura del diálogo y de la colaboración por la paz» que es responsabilidad «de creyentes y no creyentes por igual», con particular atención «a la dignidad de la persona y al bien común», dirigido el 30 de mayo a los Movimientos y Asociaciones que crearon la «Arena de la Paz».
Cultivando una cultura de paz
Finalmente, el Mensaje afirma que la familia es «el lugar primordial de la educación en la vida y la fe» y que «las tradiciones religiosas tienen una responsabilidad crucial en la promoción de la paz». Los líderes, por tanto, «tienen el deber moral de dar ejemplo», recomendando que «respeten la diversidad» y «construyan puentes de amistad y fraternidad», mientras que «las instituciones educativas y los medios de comunicación desempeñan un papel esencial en la formación de corazones y mentes hacia la coexistencia pacífica». Por lo tanto, el «diálogo y la colaboración interreligiosos» deben ser acogidos «como herramientas indispensables para cultivar una cultura de paz» y, en este sentido, «deben convertirse en un movimiento poderoso y dinámico dedicado a construir y defender la paz en todo momento». «Podemos comprometernos con la construcción de la paz en el mundo», concluye el Dicasterio para el Diálogo Interreligioso, que, citando el Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, llama a promover «la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como código de conducta; la comprensión mutua como método y criterio».