El padre Silvano Zoccarato, misionero del PIME que vivió diez años en Argelia, cuestiona la actualidad del mensaje del «hombre universal» que será proclamado santo este año
En previsión de la canonización de Charles de Foucauld, podríamos preguntarnos qué habrá en el mensaje para la Iglesia y para el mundo.
Durante los diez años en Argelia, de 2006 a 2016, mi estilo de misión cambió: del diálogo sobre Jesús en Camerún, viví el diálogo del Jesús de la vida. Las Hermanitas de Jesús de Touggourt y los Hermanitos y Hermanitas de Tamanrasset y el Obispo Rault Claude que escribieron el libro Mi Catedral Desierto me han ayudado mucho. Ahora creo que los Dioses sigan hablando, para salvar y unir a la humanidad entre personas que están enojadas con sus religiones, que conviven y dialogan con personas de diferentes culturas y religiones. Conviviendo con ellos, me impresionó mucho cuando me decían lo que sienten por Dios y lo que Dios siente por ellos. Me dijeron que el hombre no puede vivir sin Dios, que la oración es lo más hermoso de la vida.El viernes caminé entre la gente y – a la voz del muecín llamando a la oración – el vecindario se detuvo de repente, todos se arrodillaron. «¿Qué estoy haciendo aquí?», me preguntó entonces, y me impulsó a profundizar mi ser cristiano, a darme cuenta del que tenemos, aunque quede velado, prudente, a esperar.
hermanos universales
Durante los diez días que vivió en la casa de Charles de Foucauld en Beni Abbès no lo sintió como un santo, sino como un hombre que se aficionó a la khawa.(fraternidad). Ahora lo llamamos «hermano universal». A veces la fraternidad nació sobre la base del catolicidio, ese que Santo Tomás de Aquino ve en la actitud de la Iglesia… de llamar así a toda la creación en todos sus aspectos y confiarla en plenitud. Por supuesto en este ambiente lo recibes en exclavos de todos sus visitantes, festejando y festejando ante el Sagrado Corazón, y apasionados por la naturaleza. Los dibujos que aún tiene en su cuaderno lo muestran contemplando el desierto, en las montañas. Los proverbios tuareg, las historias y las primeras palabras del diccionario tuareg resuenan y encantan. El santo no mostró la santidad de Dios sino en la vista y sintió las pasiones de Dios, por el hombre y por la naturaleza.
Abre la puerta
En la próxima canonización de Carlos de Foucault, el Espíritu Santo ayudará a la Iglesia y al mundo a comprender su mensaje para continuar por el camino verde, una chimenea abierta, hacia todo hombre. Fue el mensaje del Papa Juan cuando abrió al mundo la tribuna materna de la Iglesia. Dijo: «Su tarea es tener los brazos abiertos para recibir al mundo entero. Es una casa para «otros» que quieren ser todo y todo Iglesia de los pobres, sin distinción de raza y religión».
Charles se aseguró cuando no había completado su viaje de «hermano universal», al que ahora nos invita.
Ahora mismo estamos encerrados en casa para protegernos del virus. Después de la pandemia, cuando abramos la puerta de casa para volver a la carretera, será importante vivir bien este momento. ¿Abrir a quien encontraremos o quedarnos solos, aislados? Veremos personas probadas y renovadas por el sufrimiento y así seremos nuevos para los que nos encuentren. También conoceremos gente nunca antes visitamos lugares de trabajo, escuelas, viajes. El reencuentro no puede ser sólo la recuperación hasta el inicio de una nueva vida. Quizás la sensación de liberación, de alivio, de sorpresa y alegría ante las bellezas de todo tipo, vivas en el mundo. Pero si no te cuidas si puedes caer en la dispersión de la actual Babel del pensamiento, de los valores. Y a veces en su interior un sentimiento de apatía y desconcierto. No sólo nuestro pueblo está pasando por un momento difícil, sino también nuestras sociedades, la Iglesia misma. ¿Qué podría ser esta nueva vida, este nuevo momento? Algunos dicen que es un momento extraordinario, una primavera en la historia. Si piensas en nuevos tiempos, crees que tienes el coraje de pensar en nuevos tiempos, en nuevos movimientos, en nuevos espacios, incluida la calle, en nuevas personas, en nuevos lenguajes, en nuevos gustos, en nuevos sentimientos. Vayamos e imaginémonos… esta vez despertamos y esperamos. Nuevos horizontes… ¿más amplios?a nuevos espacios, incluida la calle, a nuevas personas, a nuevos lenguajes, gustos, sentimientos. Vayamos e imaginémonos… esta vez despertamos y esperamos. Nuevos horizontes… ¿más amplios? a nuevos espacios, incluida la calle, a nuevas personas, a nuevos lenguajes, gustos, sentimientos. Vayamos e imaginémonos… esta vez despertamos y esperamos. Nuevos horizontes… ¿más amplios?
Voy directo por un camino de fe hacia un punto fijo que puede ser la base sobre la cual construir verdaderas relaciones duraderas. El Papa Benedicto en la encíclica Caritas in Veritate (42) advirtió del peligro de la globalización, una unificación mal planificada de los pueblos. Y dijo: “La verdad de la globalización como proceso y su criterio ético fundamental están dados por la unidad de la familia humana y su desarrollo para el bien”. Si se trata de dar un sentimiento nuevo, el verdadero sentimiento de existencia, se decide, sentirse miembro de una sola familia. San Carlos de Foucault se une a nosotros en la canonización: Soy un hermano Universal.
Lo dice también el Papa Francisco con el documento y el anuncio de vivir como Fratelli Tutti, dice convivir con los demás. Esto ya es biológicamente cierto para nuestros seres humanos . Pero será más cierto con sorpresa, cuando dentro del sentimiento de vida y de verdad, religioso, social, sinteticemos una necesidad de comunión que nos sintamos siempre unidos a todos ellos en el universo. Y veremos que las diversidades sociales, religiosas y culturales de las personas que encontramos no son tales como para separarnos; no son obstáculos, sino valores, riquezas para todos, cuando lleguen… siéntelos en tu corazón. Desde lejos y dudosos pudimos acogernos y empezar a conocernos. ¿Será un nuevo viaje, juntos? Esto podría ser como una comodidad y una utilidad para todos, pero también podría colocarnos en una nueva mentalidad, en una situación en la que pudiéramos vivir como miembros de una sola familia de una manera nueva y más profunda. Debe ser una experiencia animada por el Espíritu Santo que nos ayude a sentir los corazones de Dios Padre de la Misericordia. En este sentimiento de que somos hijos de Dios Padre, cada uno se sentirá vivo y fuerte en su identidad. Entonces podemos regocijarnos en sentirnos cerca. Se renovará la forma de considerar «al otro», de conversar y compartir. Esto es lo que vivió San Juan Pablo II cuando comenzó a rezar en Asís junto a los líderes de algunas religiones del mundo y del mundo del amor: En toda oración auténtica, orad al Espíritu Santo. Juan Pablo II empezó a sorprenderse con la oración y la vida de los «otros».
El Papa Francisco también cree en la importancia de la oración de uno. Su elevada oración en la Llanura de Ur en Irak tiene poco tiempo puede entenderse como síntesis de un camino de paz y fraternidad en la raíz común en el Dios de la promesa: «Te lo pedimos, Dios de nuestro padre Abraham y Dios nuestro, for que nos concede una fe fuerte, activa en hacer el bien, una fe que abra nuestro corazón a ti ya todos nuestros hermanos y hermanas; y una esperanza incontenible, capaz de percibir por doquier la fidelidad de tus promesas». Oración acompañada de responsabilidad común con otras confesiones, otras religiones y todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para afrontar los grandes problemas del mundo.
Si se trata de superar el desafío de la indagación y potenciarla, porque la identidad de cada uno no es un terreno cerrado, buscado, ni una situación de mérito o culpa, sino una realidad importante que ofrece la oportunidad de compartir, sino más bien una amplia apertura. Se trata también de superar el egoísmo que queremos mantener en el centro de todos y de todo. Tenderemos a ser alegres, encender la chimenea, escuchar las relaciones. La de los discípulos de Jesús después de la resurrección, narrada por San Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Camino de la Palabra… del Evangelio. El viaje de todos «un corazón», cuidado con todas las necesidades, pero también en la lucha de las debilidades y de la diversidad… y aún incompleta. El Evangelio quiere llegar a los confines del mundo y permanecer en el camino, encomendado continuamente a nuevos discípulos, incluido el presente, con la presencia del Espíritu del Resucitado siempre en el corazón. En realidad, esto es lo que sucede también en la relación con Dios: nunca se está obligado a comprenderlo, a vivirlo, sino que se está siempre en movimiento… con él. Podemos vivir el que vivió en el corazón de Charles de Foucauld: Iesus Caritas , el sentimiento vivo de la presencia de Jesucristo amor que le da siempre más alegría. Sentirlo vivo también como cuando conoció a Jesús y quise conocerlo, experimentarlo y hacerle saber. Involucrados en el mismo proyecto de amor de Dios que queréis junto a vuestros hijos. El Espíritu nos hará experimentar nuevas relaciones en las que que completar la propia pretensión de verdad con la visión de la sabiduría de los demás y con una actitud amorosa hacia el prójimo que es la única que puede acercarnos No hay sugerencias para el misterio.
Carlos de Foucauld: Una vida centrada en Dios. Todos aquellos que han hecho hincapié en la novedad del testimonio de Carlos de Foucauld, de René Bazin a Jacques Maritain, pasando por Paul Claudel, y tantos otros, han insistido en el carácter radical de su experiencia de Dios. Igualmente piensan los que han seguido su estela y han intentado vivir el Evangelio con la proyección misionera: de Madeleine Delbrel a Jacques Loew y aquellos que hoy estamos comprometidos en las distintas fraternidades ayudados por la reflexión del hermano René Voillaume, la hermanita Magdalena o tantos otros. Aunque Carlos de Foucauld se convirtió en un apasionado por Jesús, por su humanidad, por su humildad, por su Cruz, su vida sigue centrada en el misterio de Dios, buscado incansablemente y con toda pasión. Este hombre fue llamado por Dios y respondió abandonándose a Él. Este abandono a Dios incluye no sólo la obediencia, la lucha interior, el trabajo personal por convertirse, como se podría pensar con demasiado facilidad. Esta entrega a Dios es fuente también de alabanza y de reconocimiento de las maravillas y grandezas del Señor. Once años después de su conversión, en 1897, en su pequeña ermita de Nazaret, Carlos de Foucauld recuerda su vida pasada desde su infancia. Y celebra la misericordia de Dios en cada una de sus etapas: “¡Oh Dios mío, todos tenemos que cantar tu misericordia, nosotros todos creados por la gloria eterna y redimidos por la sangre de Jesús, por tu sangre, mi Señor Jesús, que estás a mi lado en el Tabernáculo, si todos te debemos tanto, cuánto yo más! Yo que fuí en mi infancia rodeado de tantas gracias. ¡Oh Dios mío, cómo tenía tu mano sobre mí, y cuán poco lo notaba! ¡Qué bueno eres! ¡Cómo me habéis protegido! ¡Cómo me habéis guardado debajo de tus alas cuando ni siquiera creía en tu existencia!”80. Y en 1904, cuando se fue de ermitaño al Sahara, seguía todavía buscando su camino, el Hermano Carlos de Jesús confía a su amigo Henry de Castries su absoluta confianza en Dios, que conduce su vida: “Es tan dulce sentirse en la mano de Dios, llevado por este Creador, bondad suprema que es Amor – Deus caritas est – Él es el amor, el amante, el esposo de nuestras almas en el tiempo y la eternidad. Es tan dulce sentirse transportado por esta mano a través de esta vida breve, hacía esta eternidad de luz y de amor por la cual nos creó” 81.Todos los escritos de Carlos de Foucauld están impregnados por el sentido de la grandeza y de la providencia de Dios. La experiencia del desierto aumenta aún más en él estas experiencias.En este contexto de espiritualidad teocéntrica va desarrollando su pasión por Jesús, por su encarnación, por su humanidad, por suCruz.
Una vida de imitación de Jesús y de su vida oculta. El carisma misionero de Carlos de Foucauld incluye en su centro, en su corazón, un anhelo ardiente, feroz y persistente, no sólo de conocer a Jesús en su humanidad sino de imitarlo también en su literalidad evangélica. En la vida y la experiencia del Hermano Carlos de Jesús, el principio de la encarnación se transforma en un principio misionero. Se trata para él de conformar su vida con Jesús de manera radical, es decir, mediante la práctica como él, del abajamiento, de la humildad, de la pobreza, de la abyección, la ocupación del último lugar. Sabemos que el nuevo converso se vio afectado de forma permanente por una frase pronunciada por el padre Huvelin en uno de sus sermones, diciendo a Jesús: “¡Ocupó de tal manera el último lugar que nadie jamás había sido capaz de arrebatárselo!” Esta frase quedó grabada en el alma de Carlos de Foucauld para siempre y buscará con todos los medios a su alcance compartir el último lugar con Jesús. Este itinerario espiritual de búsqueda del último lugar no es solo un descubrimiento espiritual. Es una orientación de vida que no lo dejará nunca tranquilo. No se conforma con anunciar a Jesucristo sino que tiene que vivir con él, compartiendo su condición real, como lo entiende con intensidad durante su retiro en Nazaret, en 1897: “Mi Señor Jesús, […] quien te ama con todo el corazón, no puede soportar ser más rico que su amado […] No me puedo imaginar el amor sin una necesidad, una necesidad imperiosa de conformidad, de semejanza, y más que todo, de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida”82.Sabemos que Carlos de Foucauld ha llevado muy lejos este realismo espiritual en relación con el misterio de Jesús. Eligió vivir en Nazaret, es decir, seguir a Jesús, donde se ha cumplido en el tiempo el misterio de la Encarnación. Se puede pensar que Carlos de Foucauld da así una forma casi sensible a las grandes afirmaciones teológicas inspiradas por Bérulle y por la tradición de la Escuela Francesa, a propósito del Verbo Encarnado. Creo que es necesario ir más allá, sobre todo si no olvidamos que la experiencia espiritual del hermano de Carlos Jesús no se detuvo en Nazaret, sino que lo llevó hasta el desierto, rodeado de nómadas tuareg. Tal vez inconscientemente, el ermitaño de Nazaret, y después del Sahara, fue fascinado por el misterio del Dios oculto que se revela, paradójicamente, a través de los acontecimientos de la encarnación, desde Belén a Jerusalén pasando por Nazaret. Porque en Jesús, que desciende en nuestra humanidad, Dios al mismo tiempo se revela y se oculta. Y es esta especie de ocultación de la gloria de Dios, de la pérdida de uno mismo a través de la Cruz, poco a poco, va a estar en el corazón de la espiritualidad de Carlos de Foucauld y también de su carisma misionero. Se trata de imitar, en su vida, el misterio de Dios humillado y escondido por amor a nosotros. Ya en su primera peregrinación a Tierra Santa, después de su conversión en 1888, el nuevo converso lo había entendido: la pasión de Jesús se refería a los años de vida oculta en Nazaret. Cuanto más va avanzando en su vida y pone en actos su carisma misionero, más comulga en este misterio de Dios oculto en Jesucristo: “Él bajó con ellos y vino a Nazaret, en su vida entera, no ha hecho más que bajar: bajar en la encarnación, bajar para ser un niño pequeño, bajar haciéndose obediente, bajar haciéndose pobre, abandonado, exiliado perseguido, torturado, poniéndose siempre en el último lugar”83.Este descubrimiento apasionado de Dios oculto y humillado en Jesús Cristo funda el carisma misionero de Carlos de Foucauld, es decir, su deseo de encontrarse al lado de los pobres y olvidados del mundo. Es la experiencia de Dios que exige una nueva forma de presencia en los demás.
En el camino de la imitación, para Carlos de Foucauld la oración ocupa lugar privilegiado, es camino de amistad. Santa Teresa de Jesús escribía su experiencia de oración en frase tan conocida: “Porque oración es tratar de amistad, estando muchas veces a solas, con quien sabemos que nos ama”. La oración es trato entre dos personas que se aman. El valor primordial de la oración no está en descubrir ideas, o en conocerse mejor, o en saber más religión, sino en amar a Dios. “Orar no es pensar mucho, sino amar mucho”, escribe santa Teresa, “pues no todos saben razonar o reflexionar, pero todos pueden amar”. La oración, por tanto, no es otra cosa que “estar con Dios amándolo”. ¿Qué es amar en la oración? ¿Qué es, en último término, amar a Dios? El amor, la caridad cristiana, no está en primer lugar en la sensibilidad y en el sentimiento, o en la fuerza del afecto. Todo ello no es malo, pero no es lo esencial; puede hacerse o no presente en la oración; puede ser una ayuda. Lo propio del amor de amistad con Dios es la determinación de la voluntad de hacer lo que Dios quiere en la vida práctica. Es la orientación profunda del ser hacia el seguimiento eficaz de Cristo. Orar es dejarse amar por Dios, creer en su amistad incondicional. El primer efecto de la oración no es tanto lo que nosotros entregamos, o descubrimos, o experimentamos; el primer efecto de la oración es lo que Dios hace en nosotros en el transcurso de ella. En la oración Dios ama; Dios nos “trabaja” y transforma lentamente, pues la amistad de Dios es siempre transformante y liberadora. De ahí que la eficacia profunda de la oración sea siempre mayor que la experiencia sentida que tenemos de ella. El resumen de la religión es mi corazón […] Toda la religión está expresada en la palabra amor, caritas. Amor del Corazón de Jesús constante, fiel, inquebrantable a pesar de nuestras infidelidades 84.En Jesús se manifiesta un rostro de Dios desconocido hasta entonces. “El corazón de Cristo es la revelación del corazón de Dios, y la cruz es la revelación del corazón de Cristo”. De ahí el símbolo de la entrega, el corazón traspasado por una cruz como símbolo de la medida del amor. El amor es locura: “Para estar aquí hay que estar loco o amar locamente” 85 El enamorado vive para el otro: “que todos los latidos de nuestro corazón sean para ti… que todos nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones estén inspiradas por tu amor y sean de modo que gusten a tu corazón lo más que nos sea posible”. En una constante vigilancia: “Vivir hoy como si fuera a morir mártir esta noche”. “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” La oración de Abandono nació de la meditación del Evangelio. Por eso es natural que toda ella esté penetrada del espíritu del Evangelio, ofreciendo una síntesis del núcleo del mensaje de Jesús: paternidad de Dios y Reino de Dios con todo lo que ello implica.
Una referencia absoluta: la Eucaristía. En la fuente de esta presencia de entrega a los demás se encuentran la Eucaristía y la adoración eucarística. Carlos de Foucauld evoca la Eucaristía en las huellas directas de la Encarnación y de manera especial en la Pasión de Jesús. “Besar los lugares que santificó en su vida mortal, las piedras de Getsemaní y el Calvario, el suelo de la Vía Dolorosa, es dulce y piadoso, Dios, pero preferir eso a su Tabernáculo, es dejar a Jesús que vive a mi lado, dejarlo solo e irme solo a venerar piedras muertas en donde no está”, porque “en todos los lugares donde se
encuentra Santa la Hostia está el Dios vivo, es tu Salvador tan cierto como cuando estaba vivo y predicando en Galilea y Judea y como está ahora en el cielo” 87. Cuanto más el hermano Carlos de Jesús crece en su experiencia espiritual y misionera, más se convierte la Eucaristía en el medio esencial de su apostolado. Lo escribió al padre Huvelin: “Tenemos que seguir poniendo la Misa antes de todo y celebrarla en el camino a pesar de los costes adicionales que provoca. Una misa, es Navidad, y el amor pasa primero antes que la pobreza” 88. Desde que se ordeno de sacerdote, vivió con mayor intensidad lo que había aprendido de su director espiritual, inmediatamente después de su conversión: “En este misterio, nuestro Señor da todo, se entrega por entero: la Eucaristía es el misterio del don, es el don de Dios, es aquí donde tenemos que aprender a dar, a darnos a nosotros mismos, porque no hay don, si uno no se da” 89. Muchas veces, evoca la “Sagrada Eucaristía”, que brilla en medio de las poblaciones musulmanes, en torno a ella sueña agrupar algunos discípulos, que pudieran formarse junto al Señor para el servicio incondicional de la evangelización. Para él, el tiempo que pasa en la celebración y en la adoración de la Eucaristía es una parte esencial de su misión, porque se une así a Jesús en el misterio y el don de su vida oculta. Sin embargo, en sus últimos años, se preguntó si no debería abandonar la celebración de la Misa para poder penetrar en el Hoggar y atender a los más desfavorecidos. Formula así su reflexión: “Una vez, me sentí inclinado a ver, en primer lugar, el Infinito, el Santo Sacrificio; y en segundo lugar, el finito, todo lo que no es, y siempre a sacrificarlo todo por la celebración de la Santa Misa. Pero este razonamiento debe pecar por algo, porque desde los apóstoles, los más grandes santos han sacrificado en determinadas
circunstancias, la oportunidad de celebrar a actividades de caridad espiritual, de viaje o de otro tipo” 90. Su deseo de ir a conocer a la gente y llevarles el Evangelio estuvo siempre directamente y estrechamente integrada con su espiritualidad eucarística. Como si viviera también el misterio de la Eucaristía entregándose a los que quiere salvar imitando a Jesús.
Carlos de Foucauld, el hermano universal. De la eucaristía nace el corazón universal. “Los pobres son sacramento de Cristo” (San Juan Crisóstomo). A través de la Eucaristía, el amor de Dios brilla para toda la humanidad sin excepción. “Deseo acostumbrar a todas las personas, cristianos, musulmanes, judíos, e idólatras, a mirarme como a su hermano, el hermano de todos. Empiezan a llamar mi casa la fraternidad (el Khaoua en árabe) y eso me agrada”91. En múltiples escritos afirma esta intención universal: “Mirar a todo ser humano como un hermano amado”. “Ver en todo ser humano, un hijo de Dios, un alma redimida por la sangre de Jesús, un alma amada por Jesús”. Ciertamente que centra su vocación y misión en el apostolado fraternal por la práctica del amor y de la bondad hacía todos. Su mística del Sagrado Corazón de Jesús, toma así una forma muy concreta, ya ilustrada por el signo que lleva en su vestido: el corazón coronado por la Cruz. Sabemos que los manuscritos autobiográficos de Teresa de Lisieux se acaban en un acto de fe sin reserva en la misericordia del Padre de los cielos. Como sí Carlos de Foucauld, fue también encargado de transmitir a través de su muerte, como a través de su vida, este mensaje esencial que tantas veces transcribió en sus notas, y en particular en el pequeño libro dedicado al Modelo Único: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su unigénito para que todo aquel que cree en él no se pierda, pero tenga la vida eterna” 92.
Me parece que ha llegado la hora de reconciliar a todos los actores de la evangelización: aquellos que tienden tendencia a valorar la paciencia de las largas horas de la oración y de la adoración y los que son más sensibles a las expresiones públicas de fe, los que dan tiempo a los diálogos desinteresados y los no tienen miedo de anunciar explícitamente a Cristo y a su Evangelio. Carlos de Foucauld se manifiesta para todos nosotros como un maestro exigente, dejando claro que su exigencia va al esencial: “¡Nos inclinamos a poner primero las obras cuyos efectos son visibles y tangibles, Dios da el primer lugar al amor y después al sacrificio inspirado por el amor y a la obediencia que deriva del amor. Es preciso amar y obedecer por amor ofreciéndose a sí mismo como una víctima con Jesús, como le plazca! A él corresponde decidir si para nosotros, es más conveniente la vida de san Pablo o la de santa Magdalena” 93. Carlos de Foucauld invita a “ser amigo de todos, buenos y malos, ser el hermano universal” 94 y enumera las razones de obrar de este modo: (1) Nuestra mirada a los demás debe ser una mirada, “como Dios los mira” 95 de ahí que debamos pedir a Dios que convierta nuestra mirada (2) Hemos de poner en práctica lo que creemos 96. A veces buscamos lejos y olvidamos lo próximo (vecinos, familiares,…); con frecuencia colocamos etiquetas que inhiben nuestra caridad fraterna. El Hermano universal intenta no juzgar 97. Negar el amor a los seres humanos, cercanos o lejanos, supone siempre romper y falsear la comunión eucarística (desprecio, indiferencia, crítica mordaz, ironía,…). A veces nos parecemos al fariseo de la parábola 98. Con frecuencia nuestra caridad responde a impulsos sentimentales y no es fruto de la contemplación de la vida trinitaria. El nosotros del Padrenuestro expresa la solidaridad humana. “Amando a los hombres es como aprendemos a amar a Dios” 99 Nos surgen muchos interrogantes: ¿Cómo amar a los demás sin una sana autoestima? ¿Cómo amar a los hermanos que Dios me ha dado y que yo, con frecuencia, no elijo? ¿Cómo me sitúo ante el amor gratuito y difícilmente correspondido (enfermos, transeúntes, disminuidos,..? El amor acorta diferencias y tiene imaginación. ¿Qué hago para hacerme hermano? ¿Me hago hermano y próximo?100.
La hospitalidad La fraterna y discreta hospitalidad es uno de los medios de apostolado del Hno. Carlos. El huésped, como en los monasterios trapenses, será siempre signo de la presencia del Señor y será identificado con el Señor mismo. La hospitalidad como signo distintivo del amor de Jesús, de aquel Jesús cuyos padres no encontraron alojamiento en la posada. A los pocos meses de llegar a Bèni-Abbés, cuando planea el edificio de la posible fraternidad, prevé la construcción de dos habitaciones para huéspedes cristianos y una más amplia para los no cristianos101. Siempre que trata de explicar a otros el género de vida que desarrolla en Bèni-Abbés, la hospitalidad aparece en sus cartas como una de sus actividades más propias. Así, al P. Jerónimo el 23 de diciembre de 1901 le escribe: “La limosna, la hospitalidad, la caridad, la bondad, pueden hacer mucho bien entre los musulmanes y disponerlos a conocer a Jesús” 102. Algunas experiencias decepcionantes le hacen preguntarse a Carlos de Foucauld con realismo a quién hay que dar albergue: “Vista la costumbre que tiene la gente de dormir al aire libre, y los inconvenientes de albergar en casa a desconocidos que roban, se pelean y se comportan muy mal, no parece conveniente ofrecer techo en la fraternidad a cualquiera que venga; sin embargo, hay que tener alojamiento para los indígenas y ofrecer un techo a la gente honrada o a los demasiado desgraciados o aislados, a los viejos sin techo; incluso habría que recoger durante largos meses a enfermos abandonados, tener una especie de asilo para algunos ancianos […]
La hospitalidad de alimentación durante un día a cualquiera que venga, durante más largo tiempo, a algunos; la hospitalidad de techo, solamente a los que se conoce y a los que se comporten bien, y la hospitalidad perpetua a los enfermos, ancianos o niños abandonados que se comporten bien” 103. En un momento se pregunta sobre la conveniencia o no de construir hospitales y escuelas en los lugares de residencia fija, y se contesta: “En general, los hospitales y escuelas a la europea no parecen tener lugar en el Sahara: donde se pueda tener locales para acoger a los enfermos y educar a los niños, hará falta que sean locales conformes a las costumbres, a la pobreza, a la rusticidad de los indígenas. Parece mejor organizar al principio sólo residencias, y establecer los hospitales y escuelas en la medida en que el conocimiento del país vaya mostrando a los misioneros que ha llegado el momento de fundarlos” 104. La hospitalidad es apertura de corazón para acoger y discernir. Es salir a las periferias para compartir la existencia. Surgen preguntas para chequear nuestro corazón: ¿Quiénes son nuestros amigos? ¿Con quiénes se nos ve? ¿Hablamos con amor de los demás incluso cuando son evidentes las diferencias? ¿Presento la fe y la vida cristiana teniendo en cuenta los destinatarios? ¿Rezo por mis enemigos? ¿La ideología pesa tanto en mí que me lleva a rechazar a quienes no piensan y viven como yo? ¿Qué hago para salir al encuentro del otro? ¿Siento necesidad de los demás o soy don perfecto?105
80 Retiro de Nazaret, 1897 noviembre.
81 Carta a Henry de Castries, 27 de noviembre 1904.
82 Retiro de Nazaret, noviembre de 1897.
83 Meditación sobre Lucas 2, 50-51 del 20 de junio 1916
84 Cf. Hijo pródigo (Lc 15,20). 85 Cf. Perdón al buen ladrón, a Pedro después de las negaciones… 86 Lc 23, 44-46.
87 Retiro de Nazaret, noviembre 1897. 88 Carta al Padre Huvelin, 1 de diciembre 1905. 89 Cf. A. GIBERT-LAFON, Ecos de las charlas del padre Huvelin, (París 1917) 62. 90 Carta a Monseñor Guérin, julio de 1907. 91 Carta a la Sra. Bondy, enero 1902. 92 Juan 3,16.
93 Carta a la Sra. de Bondy, el 20 de mayo 1915. 94 Carnet de Bèni-Abbés 115. 95 Qui peut résister à Dieu 41. 96 Cf. Mt 25,35). 97 Cf. Mt 7,5: “sácate primero la viga…. 98 Cf. Lc 18,11: “te doy gracias por no ser como ese desgraciado”.
99 Lettre Louis Massignon 127, 197. 100 Cf. Buen samaritano Lc 10,25-38. 101 Cf. Carnet de Beni-Abbés 46. 102 Lettres à mes frères de la Trappe 266.
El Hermano Carlos de Foucauld es una persona fascinante, pues estamos delante de “un místico en estado puro” (Louis Massignon), de un apasionado de Jesús “que hizo de la religión un amor” (Abbé Huvelin). “El es un faro que la Providencia nos da para iluminar nuestro tiempo” (Ives Congar). El es una senda indiscutible del Espíritu y de la presencia de Dios para hombres y mujeres de hoy.
El Cardinal José Saraiva Martins, una semana después de la beatificación, publicó en el “Osservatore Romano”, un largo articulo con el título: “El beato Carlos de Foucauld, Profeta de la Fraternidad Universal”. Así concluye: “Al sondear las raíces más hondas de la vida interior de Carlos de Foucauld, uno se da cuenta que, pocas espiritualidades, como la suya, son adecuadas al mundo de hoy. La espiritualidad de él nos lleva a la esencia del cristianismo, y ayuda a descubrir la pobreza evangélica, no en su vago sentimentalismo, pero en su fuerza radical, revelando a las personas tan fascinadas por el consumismo el verdadero sentido de Dios. El Hermano Carlos puede guiarnos a comportarnos hoy como verdaderos hermanos de todos los hombres, sin distinción, no por un vacío humanitarismo, pero gracias a la comunión de amor con el Corazón de Cristo”.
A lo largo de su vida, el Hermano Carlos tuvo poca influencia – si dejamos de lado la exploración de Marruecos. A pesar de sus esfuerzos no logró tener discípulos ni alcanzó a ver aceptadas ni reconocidas sus propuestas. “Fue un monje sin monasterio, un maestro sin discípulos, el penitente que sostuvo en su soledad la esperanza de un tiempo que no iba a ver (René Bazin). No fue “un hombre para su tiempo”. Pero, pasados algunos años después de su martirio, comienza una irradiación que no cesa de crecer, y hoy podemos decir que es “un hombre para nuestro tiempo”. Han surgido múltiples agrupaciones, en estructura religiosa o seglar, de religiosos y religiosas, de sacerdotes y de laicos y laicas que se remiten a su figura y quieren vivir, seguir su espíritu: Hermanitas y Hermanitos de Jesús, del Evangelio, del agrado Corazón, de la Encarnación, de Nazaret, Fraternidades Carlos de Foucauld, Jesús Cáritas… Están presentes en las barriadas, ciudades portuarias, arrabales de las megalópolis. Viven en pequeñas casas abiertas en las que se adora el Santísimo y siempre es acogido el prójimo. Pero ese silencio y hospitalidad suyos no hacen ruido, por ello no son noticia y pocos saben que existen. ¿Cuantos supieron en Nazaret que Dios estaba conviviendo con ellos en la casa de al lado?
¿Qué ha hecho de extraordinario el Hermano Carlos para ejercer tanta influencia y desde la desde la sede del apóstol Pedro en Roma, en el día 13 de noviembre de 2005, ser reconocido como exponente auténtico de la fe en Cristo, modelo posible de vida cristiana y testigo adelantado de una fraternidad universal, que religa a todos los hombres en una familia?
Lo mismo que para San Pablo, modelo de todos los convertidos, también para el Hermano Carlos la conversión, fe y descubrimiento de su misión futura fueron uno mismo acto. “En el mismo momento en el que creí que existía Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa más que vivir para Él: mi vocación religiosa data de la misma hora que mi fe”.
Descubrir la forma y exigencias concretas de esa vocación duró largos años y lo llevó por rodeos lejanos y meandros dolorosos. En 1890 ingresa en la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves en Francia, pasando luego al priorato que esta abadía tiene en Akbés (Siria, 1890-1896) Aquí le nace un deseo profundo de revivir el evangelio en su gestación silenciosa: “la vida de Nazaret”. No nos solemos percatar de que el cristianismo se refiere casi exclusivamente a lo que Jesús dijo, hizo, padeció y experimentó en los tres últimos años de su vida. Pero, ¿que hubo antes? Si él es el Hijo de Dios encarando, como fue esa existencia de 30 años de trabajo en Nazaret, su participación en nuestro destino, su oración, su relación con los hombres, su propio misterio interior?¿Cual es el equivalente de ese misterio suyo en nuestra vida?
Volver a la raíz para estar enraizados y no desarraigados, volver a los inicios para tener principios y fundamentos, es una necesidad originaria del hombre. Esto en cristiano significa volver a Nazaret y a Belén para ver a surgir Jesús, surgir con él y aprender con él a poner los fundamentos da la propia fe en el Padre, de la personalísima relación con él, de la misión de la Iglesia en el mundo. A Nazaret y a Belén volvió san Jerónimo y fueron los primeros lugares que visitó Pablo VI cuando salió de los muros del Vaticano. Allí están la raíz y savia de la revelación divina, de la experiencia cristiana y de la fraternidad universal que deriva de ellas.
El Hermano Carlos une este descubrimiento de la gracia con su primera pasión de naturaleza: África, el Islam, el desierto, una presencia itinerante, colaboradora y fraterna con las poblaciones saharianas de Marruecos y Argelia. Ya sacerdote, ermitaño, misionero itinerante, se instala primero en Béni-Abbés, luego en el Hoggar y finalmente con los tuareg en Tamanrasset. ¿Qué intenta hacer allí, él solo? Ser como Jesús en Nazaret, sin pretender otra cosa que convivir, ofrecer hospitalidad, ser una alabanza incesante delante de Dios y una intercesión perenne a favor de los hombres. Tres son los centros de su vida: 1.Vivir el Evangelio, para que Jesús viva en nosotros “Es necesario empaparnos del espíritu de Jesús, meditando sin cesar sus palabras y sus ejemplos. Que sean en nosotros como la gota que cae y recae sobre una piedra siempre en el mismo lugar”. “Toda nuestra existencia, todo nuestro ser, debe gritar el Evangelio sobre el tejado. Toda nuestra vida debe respirar a Jesús, todos nuestros actos deben gritar que le pertenecemos, deben presentar la vida evangélica”. 2. Amar la Eucaristía para que Jesús esté en nosotros, como él está en el Padre – la eucaristía es un océano de amor donde el se pierde enteramente y para siempre. “El vivió una fe eucarística plena, despojada y desbordante” ( Mons. Lorenzo Chiarinelli, obispo de Viterbo). 3. Abrazar lapobreza como forma suprema de atención, solidaridad y amor al prójimo pobre.
Al rededor de estos tres quicios (Evangelio, Eucaristía, Pobreza) giran las actitudes fundamentales que moverán todo su hacer y estar: fraternidad, cercanía, solidaridad. Su ermita estuvo siempre abierta a todos: “Dar hospitalidad a todo el que llega, bueno o malo, amigo o enemigo, musulmán o cristiano”. Así se convierte en hermano universal, más allá de razas, culturas, religiones. “Quiero habituar a todos estos habitantes, cristianos, musulmanes, judíos e idólatras, a mirarme como su hermano, el hermano universal”.
Silencio de oración y alabanza ante Dios a la vez que convivencia y promoción de los tuareg, cuya lengua y cultura conoce a la perfección. Recoge siete mil versos de su poesía, anotados en cuadernos a lo largo de los años pasados en el desierto. Rescribe poemas y proverbios y los traduce al francés. Elabora en cuatro tomos un “Diccionario francés-tuareg y tuareg-francés, además de una gramática. El 28 de noviembre de 1996 escribe en sus notas: “Final de las poesías tuaregs”.Tres días más tarde, el 1 de diciembre de 1916 era asesinado en su ermita de Tamarasset. La guerra y la violencia acabaron con aquel hombre que había sido todo él don y paz.
¿Quedaría apagada para siempre aquella voz y sofocado aquel fuego? Su legado fue recibido y mantenido por cuatro grandes nombres: Luis Massignon, el gran conocedor del mundo árabe y de la mística; René Bazin, el académico que con su célebre biografía de 1921 acercó su figura de héroe y místico a las generaciones nuevas; Père J.M. Peyriguère que revive con iniciativas personales el espíritu del Hermano Carlos; René Voillaume, orientador de las “Fraternidades” que surgen a partir de 1933, a la vez que extiende a todos los cristianos la vocación de Nazaret con su obra clásica: “En el corazón de las masas” (1950) y a través del Padre Congar influye decisivamente en el Concilio Vaticano II para hacer presente y programático el desafío: “la Iglesia y la pobreza en el mundo”.
La vida espiritual del Hermano Carlos, su lectura de la Biblia y su propuesta evangélica nos son accesibles en sus múltiples pequeños escritos, cuya edición completa en francés abarca 17 volúmenes. Su oración “Padre, me pondo en tus manos” es ya un texto clásico, recitado y memorizado por millones de creyentes.
Mirando la situación de nuestro mundo y de nuestra Iglesia, encontramos en la vida, y en la espiritualidad del Hermano Carlos una luz preciosa y fecunda que nos puede iluminar y guiar en situaciones que hoy tenemos que enfrentar.
Hoy se habla mucho del “retorno de lo sagrado”, de una “nueva era” para la humanidad, de un reflorecer de la religiosidad de nuestros pueblos. El Hermano Carlos, que pasó por un periodo largo de indiferencia y ausencia de Dios, y por una admiración, casi fascinación por la mística musulmana, finalmente se encontró con su Dios en el secreto del confesionario, sin ruido, en un murmullo, un reconocimiento confesado de vivir solamente para este Dios aún por descubrir. Pero él ha sido seducido para siempre. Antes de su conversión, Carlos presintió que Dios no se comprueba, sino que se encuentra: y para encontrarlo hay que buscarlo, tener hambre de Él, necesidad de Él, como un pobre. Casi se puede decir que Carlos rezó antes de creer: pasaba largas horas repitiendo una extraña oración: “Dios mío, si existes haz que te conozca”. El Dios que él encuentra va tomar un rostro humano en este Jesús de Nazaret cuyo país él visita, allá en Galilea. Es el descubrimiento de un Dios pobre, desprovisto, humilde, siempre en ese lugar imposible de arrebatarle: el último. El Dios de las alturas hay que buscarlo en lo más bajo. El Absoluto de Dios encontrado en la horizontalidad de la encarnación de Jesús y traducido en el amor servicial a todos. El Hermano Carlos resucitó para todos la figura fraternal y tierna de Jesús en Palestina, acogiendo en su corazón, por cualquier camino, a los obreros y a los sabios, a los judíos y a los extranjeros, a los enfermos, a las mujeres y a los niños, tan simplemente que lo hizo comprensible y accesible para todos.
Nuestro mundo secularizado, creyéndose liberado de todas las utopías, busca afanosamente donde saciar su sed de paz, de felicidad, de bienestar, y se crea sustitutos – el dinero, el poder, el placer – que respondan a sus aspiraciones. Sin embargo, no se puede olvidar que el Hermano Carlos era un intelectual que utilizaba la experiencia especialmente geográfica y lingüística con enorme amplitud y agudeza, tanto antes como después de su conversión. A pesar de que en sus escritos espirituales no aparezca explícitamente esta dimensión, no olvidemos que la instrucción cultural, constituye para él una plataforma de evangelización para los tuaregs. No hay en él escisión entre el científico y el creyente, sino integración de ambas dimensiones a través de una larga marcha espiritual, en que los dones explícitamente místicos, no tendrán lugar o al menos no brillarán como independientes de una vida oscura y abyecta. En este sentido, su vida puede ser también un ejemplo para los hombres de hoy. Es posible mantener una atención mundana-científico-cultural en el interior mismo de la experiencia de una fe viva.
Nuestro mundo casi aterrorizado ve renacer nacionalismos, fundamentalismos e intolerancias que destruyen la unidad humana y siembran violencia y muerte a donde llegan. Necesita ese mundo personas que, como el Hermano Carlos, le hablen de “Fraternidad Universal”, se nieguen a utilizar y ni siquiera creer en otra fuerza, que la fuerza del amor, de la solidaridad, la amistad, el respeto, como única fuente de convivencia y claves de toda relación humana. Él nos enseña que junto con un apostolado necesario en que el apóstol debe revestirse del medio que debe evangelizar y casi desposarlo, hay otro apostolado que pide una simplificación de todo el ser, un rechazo de todo lo anteriormente adquirido, de nuestro yo social, una pobreza un poco vertiginosa, que torna totalmente ágil para salir al encuentro de cualquiera de nuestros hermanos sin que ningún “bagaje” innato o adquirido nos impida correr hacia él: todo de todos, derribando todas las fronteras. Viviendo en el seno de una población que no comparte a su fe, a él le gustaría comunicarles la suya. Él que estaba animado por el fuego del Evangelio, va a callarse, en este respeto infinito del otro y descubrir que él está llamado a gritar el Evangelio con toda su vida: esta es sin duda alguna la herencia más bella que él haya podido dejarnos. Él se contentará de hablar al Bienamado en la Eucaristía celebrada y contemplada a través del Evangelio meditado continuamente.
Nuestro mundo, construido para unos pocos y muchísimas veces sobre la explotación y destrucción de miles de personas, resultó dejando de lado a millares de seres humanos que ya no cuentan, ni siquiera como amenaza, a quienes se niega hasta el mismo derecho de existir. Hermano Carlos nos viene a recordar con toda la fuerza de su vida, las palabras de Jesús, juicio para toda vida humana: “No hay palabra del Evangelio que me haya hecho una impresión tan profunda y transformado tanto mi vida como esta: “Todo lo que hacen a uno de estos pequeños me lo hacen a Mí” (Mt 25,40). Si pensamos que estas palabras son de la Verdad increada, de la misma boca que dijo: “Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”… como no esforzarnos para ir a buscar y amar a Jesús en esos pequeños, en los pecadores, en los más pobres”. ¡Que hermosa síntesis cristológica y eucarística! “Los pobres y los pequeños son según Jesús los predilectos de Dios y los destinatarios de su evangelización. También san Pablo nos dice que en las comunidades primitivas había pocos ricos, pocos sabios, pocos poderosos y pocos nobles. El Vaticano II descubrió de nuevo y reafirmó este aspecto. Después del Concilio se ha hablado mucho de la opción preferencial por los pobres. La teología de la liberación se ha inspirado en este mensaje. La gran mayoría de la humanidad vive actualmente por debajo del umbral de la pobreza. Espero que su beatificación replantee la urgencia de hacer frente al desafío de la pobreza y nos muestre la respuesta evangélica, vivida por Carlos de Foucauld de modo ejemplar, que el mundo actual debe dar” (Cardinal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Revista 30 Días, enero-febrero 2005).
Para el Hermano Carlos la opción por los pobres es también compromiso vital con la justicia. Denuncia con vigor profético las injusticias del colonialismo: “Ay de ustedes hipócritas, que escriben en los sellos: libertad, igualdad, fraternidad, derechos del hombre, y luego clavan el hierro en el esclavo; que condenan a las galeras a quienes falsifican billetes de banco y permiten luego robar los niños a sus padres y venderlos públicamente; que castigan el robo de un pollo y permiten el robo de un ser humano. Hay que impedir que no se pierda ni uno de los que Dios nos ha confiado”. En otro texto más conocido: “Hay que amar la justicia y odiar la iniquidad. Cuando el gobierno temporal comete una grave injusticia en contra de quienes estamos encargados (soy el único sacerdote en un radio de 300 km.), es preciso decirlo, ya que representamos la justicia y la verdad, y no tenemos derecho de ser “centinelas dormidos”, “perros mudos” (Is 55,19), “pastores indiferentes” (Ez 34).
Nuestra Iglesia, que pasado el fervor de Concilio Vaticano II, no logra reencontrar el camino de una unidad respetuosa y acogedora de posiciones diferentes, necesita volver a Jesús como a su fuente, y presentar su Persona como criterio para discernir y evaluar cualquier propuesta y cualquier posición. El Hermano Carlos aparece como un testigo en su casi obsesión por la unidad entre todos los seres humanos y su insistencia continua en mostrar el amor hecho entrega y servicio como la única fuerza capaz de transformar el mundo y hacer que la comunidad de Jesús sea un signo en medio de él. .“No estoy aquí para convertir de golpe a los tuaregs, sino para intentar comprenderles… Estoy convencido de que Dios, en su bondad, acogerá en el cielo a los que han sido buenos y honrados, sin necesidad de ser católico romano o evangélico. Los tuaregs son musulmanes. Estoy persuadido que Dios nos recibirá a todos si nos lo merecemos”.
Jon Sobrino, teólogo jesuita salvadoreño sintetiza nuestras expectativas delante del futuro de la Iglesia de América Latina y de la V CELAM: “Ojalá en Aparecida alzamos vuelo, sin censuras y con magnanimidad; sin rencores y con esperanza; pero, es importante retomar el rumbo y orientarnos a un «nuevo Medellín». En Aparecida deberá nacer mucho de «nuevo», pero, también mucho de Medellín. No olvidemos jamás la opción por los pobres, por las comunidades de base, por la teología de la liberación que es la teología de los pobres. Nuestra Iglesia, más que nunca necesita de presbíteros, religiosos y religiosas que asuman la causa de los indígenas, de los afro-descendientes, de los campesinos, de los excluidos de las ciudades; necesita de laicos y laicas que trabajen por los derechos humanos; necesita de campesinos que estudien la Biblia y avancen en la teología; romerías populares y memoria de los mártires; innumerables vidas escondidas y magníficas; obispos dedicados a su pueblo y que se mantengan «en rebelde fidelidad»… Y una larga letanía de cosas buenas que hacen los pobres y quienes que con ellos se solidarizan”. Así se cumplirá la profecía de Mons. Oscar Romero, nuestro obispo mártir: “Nuestra Iglesia jamás abandonará solo el pueblo que sufre”.
A los presbíteros, principalmente a los diocesanos, la Fraternidad Sacerdotal nos ofrece un camino sencillo con un mínimo de estructuras (Directorio 59s), pero que se revela muy eficaz para la vida y ministerio presbiteral: la espiritualidad centrada en la Eucaristía celebrada y adorada, las reuniones periódicas – la gracia del encuentro, el día de desierto, la revisión de vida, el mes de Nazaret, la vivencia de la amistad: “somos tan pocos, necesitamos amarnos mucho”. No olvidemos que el Hermano Carlos como nadie vivió el ministerio presbiteral como servicio a los últimos, para llevar “el banquete a los más abandonados”, en el espíritu de nuestro Maestro y Señor que lavó los pies de sus discípulos. Jamás olvidemos que ministerio significa “minus-stare”, estar bajo a todos, en el último lugar, para servir a todos como Jesús.
El Hermano Carlos fue también precursor de la “caridad pastoral”, expresión feliz del Vaticano II para caracterizar la vida y el ministerio presbiteral. Consiste en ser sacramento, icono, transparencia de Jesús profeta, sacerdote y pastor del pueblo de Dios. Ya no hay peligro de que el presbítero se crea importante, si sienta categoría, pues su función es precisamente señalar y desaparecer, señala por su vida y cede el paso a la presencia viva de Jesús el Buen Pastor Resucitado. Una expresión preciosa del Hermano Carlos: “El sacerdote es una custodia. Su función es mostrar a Jesús. Él debe desaparecer para mostrar a Jesús. Esforzarme en dejar un buen recuerdo en el alma de todos os que vienen a mí. Hacerme todo para todos: reír con los que ríen, llorar con los que lloran, para conducirlos a todos a Jesús. Ponerme con condescendencia al alcance de todos, para atraerlos a todos a Jesús”. Cuando el Hermano Carlos fue asesinado aconteció algo inexplicable: la custodia con el Santísimo fue encontrada al lado de su cuerpo. El Bienamado Hermano y Señor su puso junto a su discípulo herido de muerte.
La seducción de Dios en el Hermano Carlos tomó forma de una herida de amor que se excedió en generosidad a través de un largo viaje interior y exterior que lo llevó hasta al final de él mismo. “Necesitamos cambiar mucho para quedarnos los mismos” (Mons. Helder Camara). ¡Que amplio desierto es el corazón humano! El último mensaje escrito por el Hermano Carlos el día 1 de diciembre de 1916 es una llamada al amor, convencido de que el Bienamado Hermano y Señor Jesús es el amor, el amante, el amado. “Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas. Es lo que san Juan de la Cruz repite casi en cada línea. Cuando se puede sufrir y amar se puede mucho, se puede más de lo que puede en ese mundo; se siente que se sufre, no siempre se siente que se ama. Pero se sabe que se querría amar, y querer amar es amar. Si se considera que no se ama bastante, y es verdad, ¡nunca se amará suficientemente! Pero el Buen Dios que sabe de qué barro nos ha amasado, y que nos ama más de lo que una madre puede amar a su hijo, nos ha dicho, Él que no miente, que no rechazará a quien acuda a Él”. Segundo Galilea habló en un retiro: ”En nosotros hay más amor que podemos expresar. Pero las personas que nos rodean necesitan saber y percibir que nosotros las amamos”.
El Hermano Carlos de Foucauld nos deja una herencia que hay que hacer fructificar, desafíos que tomar. Él nos deja una obra inacabada. ¿Vamos nosotros a encerrarla en un museo religioso o arremangarnos los brazos para seguir en el surco trazado? Los grandes desafíos evangélicos siguen estando abiertos delante de nosotros:
Desafío de la mansedumbre y de la no-violencia evangélica en un mundo cada vez más injusto y violento.
Desafío de reafirmar la centralidad del amor fraterno que hay que vivir en el seno de una comunidad samaritana, acogedora y abierta para todos.
Desafío de una fraternidad vivida a escala planetaria, por encima de toda manifestación de odio étnico y de revancha, por encima de todo sentimiento de superioridad nacional o cultural. ¡Fraternidad universal indispensable para que “otro mundo sea posible!”
Desafío de evangelizar sin imponer, sin juzgar, sin condenar, ser testigo de Jesús respetando y valorando a otras experiencias religiosas.
Desafío de asumir y mantener en toda la Iglesia la opción por los pobres y establecer alianzas con los hombres y mujeres de buena voluntad que luchan por la justicia y por los derechos humanos.
Desafío, sobre todo, de “gritar el Evangelio con la vida”, como forma más comprometida y inculturala de evangelizar. Los hombres y mujeres de hoy necesitan más de testigos que de maestros, y solo aceptan los maestros cuando testigos. “Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Viéndome deben decirse: ‘Puesto que este hombre es tan bueno, su religión debe ser buena’. Si me pregunta por qué soy tierno y bueno, debo decir: ‘Porque yo soy el servidor de Alguien mucho más bueno que yo. Si ustedes supieran qué bueno es mi Maestro Jesús”.
Que hayamos querido o no la beatificación del Hermano Carlos, estamos atrapados en la trampa de su propio mensaje y de su obra inacabada.
No se trata pues de poner nuestro beato en los altares, de llevar su medalla al cuello, de honorar sus reliquias, sino de ponernos a su escuela, es decir a la escuela de Jesús, su Bienamado Maestro Jesús. “Volvamos al Evangelio. Si no vivemos el Evangelio, Jesús no vive en nosotros”. “Es necesario tratar de impregnarnos siempre del espíritu de Jesús, leyendo y releyendo, meditando y remeditando sin cesar sus palabras y sus ejemplos: que hagan en nuestras almas como la gota de agua que cae y recae sobre una losa, siempre en mismo lugar”.
Si queremos caminar tras los pasos de Carlos, no hay otro camino que el que pasa por Jesús de Nazaret, Aquél que tomó el último lugar. “Yo no puedo concebir el amor sin una necesidad, una imperiosa necesidad de conformidad y sobre todo de compartir todas las penas, todas las dificultades, todas las durezas de la vida… ¡Ser rico, a mi gusto, vivir dulcemente de mis bienes, cuando Vos habéis sido pobre, viviendo penosamente de un rudo trabajo! Yo no puedo, Dios mío. Yo no puedo amar así… No conviene que el servidor sea mayor que el Maestro”. Por fin, una recomendación muy oportuna del Hermano Carlos que el “Osservatore Romano” publicó al lado de su foto en el día de la beatificación: “No hay que mirar a los santos sino a Aquel que hace a los santos. Admiramos a los santos para seguir Jesús”.
Los hermanos de Filipinas, en su relato a nuestra asamblea me hicieron acordar una recomendación que Mons. Luciano Méndez de Almeida (dos veces secretario general y presidente da la CNBB – Conferencia Nacional do Obispos de Brasil) hizo a nosotros: “Yo sé que ustedes de la Fraternidad tienen el carisma de la discreción. Pero les pido que sean menos discretos, pues muchos sacerdotes necesitan de la Fraternidad y en ella ingresarían si la conocieran. Tienen sed de espiritualidad. Nosotros sabemos que el éxito de la evangelización depende, en gran parte, de la espiritualidad y de la mística de quien evangeliza”. ¿Puede haber espiritualidad más radical y más comprometida con Jesús, con el Evangelio y con los pobres que la del Hno. Carlos?