
De Marc Hayet. 27 abril 2011. Madrid, Instituto de vida religiosa.
La pregunta que me ha sido planteada es la siguiente: decir, en forma testimonial cómo nosotros, los Hermanos de Jesús, entendemos y vivimos la Mística de Nazaret. Mirando la presentación de la 40ª Semana de la Vida Religiosa en la página web, leo que “la mística es experiencia, del Misterio, de Dios, del Todo. La sociedad nos pide que seamos mujeres y hombres testigos del Misterio.”
Esta pregunta da vueltas en mi cabeza y me gustaría traducirla de la forma siguiente: ¿De qué aspecto del misterio de Dios somos testigos cuando nos referimos a Nazaret para vivir nuestra vida religiosa? E incluso ¿qué rostro de Dios nos ha seducido y nos ha puesto en marcha? ¿De qué Dios nos hemos enamorado? A pesar de lo pretencioso que pueda parecer.
Los Hermanos de Jesús: Nazaret como camino de vida
Quizás sea bueno poder deciros en dos palabras quiénes somos los Hermanos de Jesús y qué es lo que intentamos vivir. Me vais a permitir que lo haga utilizando una definición oficial, la que la Iglesia dio de nosotros al reconocernos como comunidad religiosa de derecho pontificio y que ha seguido utilizando incluso en el 2004 cuando presentamos la reforma de nuestras Constituciones:
“Este Dicasterio desea profundamente que la puesta en práctica de estas Constituciones sea para todos los Hermanos de Jesús una preciosa ayuda en la realización de su vocación, siguiendo el ejemplo de Jesús en Nazaret, humilde y escondido, en una vida contemplativa propia, la adoración de Cristo en la Eucaristía, la pobreza evangélica, el trabajo manual y una participación real en la condición social de aquellos que no tienen nombre ni influencia. ».
Esta presentación oficial nos parece preciosa: primero porque nos pone en relación directa con Jesús de Nazaret (calificado de “humilde y escondido”); también porque nos reconoce una vocación contemplativa con un camino propio y porque en los elementos de este camino de contemplación, figura la invitación a la participación real en la condición social “de aquellos que no tienen nombre ni influencia” para seguir el “ejemplo de Jesús en Nazaret, humilde y escondido”. Nuestras Constituciones precisan, además (precisamente en el capítulo que habla de nuestra misión en la Iglesia):
“Los hermanos están entre los hombres, no para convertirse en pastores o guías, sino sencillamente para ser sus hermanos. Es ante todo a través de su amistad, como ellos hablan y muestran la fe de la Iglesia de Cristo a sus compañeros de vida. Esta comunidad de vida es su testimonio propio, su participación en la misión de la Iglesia”.
No sé si hay muchas congregaciones – contemplativa además – cuyo carisma se defina por la condición social de la gente ordinaria; ni muchas cuya misión excluya toda forma de pastoral o de dirección, para insistir sobre la amistad y la fraternidad, la comunidad de vida con la gente, como misión de Iglesia y testimonio de fe.
Concretamente, somos una pequeña congregación de unos 220 miembros (todavía en una treintena de países). Fraternidades con rostros diferentes dependiendo del lugar o del continente donde se sitúan, pero con características comunes: pequeñas comunidades insertas en barrios populares (pequeñas, entre otras razones, para poder insertarse “sin demasiadas maletas”), insistiendo en la relación con la gente, en la proximidad, la amistad, la escucha, la reciprocidad, un montón de cosas que implican un estilo de vida cercano al de la gente. Un elemento importante de este estilo de vida es el “trabajo manual” (quizás antes se insistía sobre todo en éste), a menudo de tipo “trabajo-asalariado-obrero”, el tipo de trabajo que hace la gente corriente y que nos permite poder compartirlo con ellos. Pero me parece que no es el único elemento que nos acerca (y más aún ahora que hay muchos hermanos que están jubilados); es como un haz de elementos: el alojamiento1 es uno de ellos, el “ritmo de vida” y un “estilo”, podríamos decir “una manera de ser y de estar”.
Me gustaría concretarlo un poco con dos ejemplos:
– El primero viene de Irán (una fraternidad que desgraciadamente hemos tenido que cerrar): cuando los hermanos decidieron fundar en este país, la única posibilidad para obtener un visado era trabajar en la atención de leprosos (la verdad es que no había mucha gente que quería ocuparse de ellos). Había entre los hermanos un médico, enfermeros, un especialista en prótesis, como veis oficios que no son muy “de la base”. La leprosería era, de hecho, un pequeño pueblo con familias, con artesanos y pequeños talleres, comercios y un hospital. Y todo esto en una zona aislada, a kilómetros de la ciudad más cercana; el pueblo estaba cercado y por las noches se cerraban las puertas y estaba prohibido salir. Todo el personal del hospital vivía en el exterior del recinto y venía todos los días a trabajar. Cuando los hermanos llegaron, pusieron como condición para quedarse tener una casa en el interior del recinto y vivir junto a las familias del poblado. Es todo: después de esta decisión poco importa que uno sea médico, tal vez el trabajo más “alto” del pueblo: la gente percibe muy bien dónde están vuestros valores y no le importa el resto.
– El segundo ejemplo viene de Egipto: por las mismas razones de visado, dos hermanos comenzaron una fraternidad en un pueblo bastante grande del Alto Egipto, trabajando para una asociación con proyectos de desarrollo: uno de ellos puso en marcha un centro de formación para trabajos relacionados con la madera, gracias al cual muchos jóvenes pudieron tener un oficio y un trabajo y eso quiere decir poder construir una casa, casarse etc. Cuando visité esta fraternidad, tuve una tarde una larga conversación con un grupo de jóvenes, uno de ellos más tarde me escribió para decirme. “Oye, nuestros dos hermanos ya son mayores, tú que eres el jefe tienes que mandarnos algún hermano joven. Porque ¿sabes? los hermanos para nosotros son muy importantes: se visten como nosotros, comen como nosotros, con ellos puedo hablar de mis historias y de lo que me preocupa, no hace falta pedir cita para hablar con ellos; ¡los hermanos, para mí, son como el aire y el agua!”. Es una expresión muy hermosa, pero lo que más me impresionó de esta historia, es que lo importante para este joven, lo que era primordial para él y por lo que agradecía la presencia de los hermanos no era la formación recibida y que le permitía vivir de manera autónoma, sino la actitud de los hermanos, su proximidad, su escucha, su atención, en una palabra el hecho de que fueran sus hermanos.
Podríamos evocar decenas de testimonios un poco menos exóticos pero igual de verdaderos, estoy convencido que es la experiencia de cada uno de nosotros.
Otro elemento que conforma este haz y que, sin duda, es más discreto es el compromiso de una vida de oración: no solamente en los largos momentos cotidianos o en los momentos de retiro en soledad, sino en la convicción de que esta proximidad con la gente, compartir nuestra vida con ellos es, en sí mismo, un camino para descubrir el rostro del Señor. Volveremos sobre este aspecto.
El año pasado, estuvimos trabajando en una encuesta-cuestionario. Cada región (un espacio geográfico que agrupa varias fraternidades) fue invitada a expresar lo que le parecía ser hoy, el corazón de nuestra vocación. Partiendo de una gran variedad de puntos de vista, era llamativo e incluso emocionante, ver el rostro de la fraternidad que emergía de las respuestas. Permitidme que os lea un pasaje de la síntesis que encuentro muy significativo:
“Por nuestra parte, llama la atención ver cómo, partiendo de contextos, experiencias y expresiones diversas, algunos rasgos sobresalen con fuerza:
A partir del rostro de Dios revelado en Jesús de Nazaret y de la invitación a entregar nuestra vida;
Comprometidos en una vida de oración fuerte y en la búsqueda del rostro de Dios en la vida y los encuentros de todos los días;
Caminando con otros en una vida comunitaria fraterna atenta a la persona de cada uno;
Deseo de hacernos “próximos” y hermanos de los que no “tienen nombre” compartiendo sus vidas (según los contextos y las sensibilidades, lo expresamos diciendo que queremos estar con los están en el “último lugar” o que queremos compartir la vida ordinaria de la gente)
Para amarles gratuitamente.
Este término de gratuidad nos parece estar en el corazón de nuestra vocación: no quiere decir que rechazamos el compromiso, ni renunciamos a la fecundidad, ni rechazamos compartir las convicciones que nos hacen vivir. Significa una aproximación a cada persona, en el respeto de lo que es, sin un proyecto para ella, simplemente para testimoniarle amor y caminar hacia nuestro Padre común, en una relación de no poder, de igualdad y de reciprocidad.
Conscientes de que la Iglesia nos ha reconocido y confiado esta vocación original y sin duda única: una comunidad religiosa contemplativa que es enviada a vivir en medio de la gente, sin una tarea pastoral o social, sino simplemente para ser sus hermanos.”
Lo que me parece interesante de esta encuesta es que se trata de una relectura de nuestra experiencia de vida. Nuestra fraternidad comenzó como un monasterio en el Sahara en 1933. A partir de 1947 se produce un gran cambio: pasamos de un monasterio a las pequeñas comunidades de inserción en medio de la gente sencilla con la intuición de que era un camino de vida. 65 años después, esta relectura lo confirma: Sí, “Dios estaba aquí y no lo sabía”, para decirlo con las palabras de Jacob.
Carlos de Foucauld: de la separación a la cercanía
El cambio de 1947 se hizo, después de una “crisis” en la Fraternidad, como un deseo de volver a la fuente de Carlos de Foucauld y su “mirada” sobre Nazaret. Y quizás nos hará falta pasar por Carlos de Foucauld, ya que es de él que recibimos esta intuición de “mística” de Nazaret, para ver cómo va evolucionando su concepción de Nazaret. Únicamente, quisiera subrayar algunas etapas significativas.
“He perdido mi corazón por Jesús de Nazaret, crucificado hace 1900 años, y tanto como mi debilidad me lo permite, no busco otra cosa que imitarlo2”. Carlos nos da una hermosa definición de su vida: su historia después de la conversión es, en efecto, ante todo una historia de “corazón dado y perdido”, la historia de una amistad real y fuerte con Alguien que está vivo y cercano, y cuyo rostro lo ha fascinado: Jesús de Nazaret. Una búsqueda que le llevará tiempo…
Poco tiempo después de su conversión, mientras buscaba como entregar su vida a Dios, hizo una peregrinación a Tierra Santa y, visitando Nazaret, caminando por sus calles, “entrevió” como él dice, lo que pudo ser la vida de Jesús: la de simple vecino de un pueblo, una de esas personas anónimas que Carlos veía en las calles; y como su mirada es la de un occidental miembro de una familia rica, todavía le fascina más: ¡el hijo de Dios ha escogido esta vida tan banal! Tiene en su imaginario la imagen de su época de la vida de la Sagrada Familia de Nazaret: una vida de silencio, de oración constante ¡con las manos juntas todo el día!… y a esta imagen Carlos añade la pobreza extrema, la “abyección” como él la llama. Para encontrar estas condiciones de silencio, recogimiento y de pobreza en la intimidad con Jesús, escoge lógicamente la vida monástica y entra en la Trapa (16 enero de 1890).
Saldrá 7 años más tarde (16 de febrero 1897) y se instala en el mismo Nazaret, cerca de las Clarisas que le alojan en una cabaña del jardín y le confían algunos trabajos. Lo explicará en una carta: “El buen Dios me ha permitido, lo más perfectamente posible, encontrar aquí lo que buscaba: pobreza, soledad, abyección, trabajo humilde, oscuridad completa: la imitación, lo más perfecta posible, de lo que fue la vida de Nuestro Señor Jesús en este mismo Nazaret […] La Trapa me hacía ascender, me daba una vida de estudio, una vida honorable… por eso he dejado la Trapa y he abrazado aquí la existencia humilde y oscura del divino obrero de Nazaret3”. Expresa bien cuál es la lectura que en ese momento hace del Nazaret de Jesús: pobreza, soledad, abyección, trabajo, oscuridad social (alusión a los estudios como promoción social). Y la resume en la fórmula: “la existencia humilde y oscura del divino obrero de Nazaret”. Ha tomado conciencia de la diferencia de naturaleza que hay entre la pobreza del monje y la pobreza del pobre, pobreza de medios y de estatus social. Y siente que es precisamente esta última la que le acerca a Jesús de Nazaret. Es interesante saber que entre los resortes que han provocado esta toma de conciencia, ha habido raras ocasiones de conocimiento de las condiciones concretas de vida de una familia pobre: “Hace unos ocho días me enviaron a rezar, por un pobre indigente católico que murió en la aldea vecina: ¡Qué diferencia entre su casa y nuestras habitaciones! Suspiro por Nazaret…4”. De la misma manera que le ha dolido ver que su monasterio estaba protegido, mientras que en la zona habían tenido lugar las primeras masacres de Armenios cristianos5 Con las Clarisas de Nazaret piensa haber encontrado la solución: al mismo tiempo intimidad con Jesús y la oscuridad social del pobre.
Después de tres años y medio en Nazaret, acepta ser ordenado sacerdote (lo que hasta entonces le había parecido contrario a la humildad social de Nazaret) y se produce un nuevo cambio: va a vivir a Argelia: “Mis últimos retiros de diaconado y sacerdocio me han mostrado que esta vida de Nazaret, mi vocación, debería vivirla no en la Tierra Santa tan amada sino entre las almas más enfermas, las ovejas más perdidas, las más abandonadas: este divino banquete, del que yo era ministro, hacía falta presentarlo no a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los más cojos, los más ciegos, los más pobres, a las almas más abandonadas, a aquellos a los que más les faltan sacerdotes6”. Se trata siempre de la vida de Nazaret, pero ha comprendido que para estar con Jesús, hay que ir allí donde Jesús ha ido, cerca de los más abandonados: no se trata de separarse y aislarse como en Tierra santa, sino de “vivir entre” los más desamparados.
Esta nueva perspectiva le planteará una nueva cuestión: ¿Cómo conciliar estar con la gente (que no tardarán en invadir su casa) y el recogimiento para una vida de oración (para estar cerca del Amigo)? En un viaje que hace al gran sur sahariano, busca un lugar para instalarse entre los Tuareg. Un día encuentra un lugar que parece convenirle, al pie de un acantilado y cerca del camino por el que pasa la gente. Pero ¿hay que instalarse en lo alto del acantilado para garantizar el recogimiento en soledad, o abajo para poder tener contacto con la gente en el va y viene de la vida? Anota sus dudas y reflexiones y pone en boca de Jesús lo que le parece que es la conducta a seguir: “Para recogerte, es el amor quien te debe recoger en mí interiormente y no la lejanía de mis hijos: mírame en ellos; y como yo en Nazaret, vive cerca de ellos, perdido en Dios. En estas rocas donde, a pesar tuyo, yo te he conducido, tienes la imitación de mis moradas de Belén y de Nazaret, la imitación de toda mi vida de Nazaret…7”. Nueva lectura del Nazaret de Jesús que le hace exceder, por arriba o por el corazón, la tensión presencia-recogimiento: por el amor, Jesús podía pertenecer, a la vez, enteramente a Dios y enteramente a los hombres. Es el amor el que nos tiene “recogidos” en Dios; si de verdad amamos, podemos entregarnos totalmente y sin temor: no abandonamos a Dios dándonos a los hombres. Magnífica y sobria definición de Nazaret: “Como yo en Nazaret, vive cerca de ellos, perdido en Dios”.
Uno de los textos más conocidos de Carlos de Foucauld sobre Nazaret está escrito el año siguiente, cuando ya está instalado en Tamanrasset: “Jesús te ha establecido para siempre en la vida de Nazaret: la vida de misión o de soledad no son, para ti, como no lo fueron para él, sino sólo excepciones: practícalas cada vez que su voluntad lo indique claramente: y desde el momento en que ya no sea indicado, vuelve a la vida de Nazaret […] Sea estando solo, sea estando con algunos hermanos […] ten por objetivo la vida de Nazaret, en todo y para todo, en su simplicidad y su amplitud […] por ejemplo […] sin hábito – como Jesús en Nazaret; sin clausura – como Jesús en Nazaret; sin una casa lejos de los lugares habitados – como Jesús en Nazaret; no menos de 8 horas de trabajo diario (manual u otro, aunque a poder ser manual) – como Jesús en Nazaret; sin grandes posesiones, ni grandes casas, ni grandes gastos, ni grandes limosnas; una extrema pobreza en todo – como Jesús de Nazaret… En una palabra, en todo: Jesús en Nazaret […] Tu vida de Nazaret puede vivirse en todo lugar: vívela en el lugar más útil para el prójimo8”. Sigue siendo una lectura del Nazaret de Jesús, teniendo aquí como fondo la vida religiosa y sus cuadros habituales. Y vemos bien donde está ahora el acento: las consignas dadas tienden a romper la distancia que pudiera haber entre un cuadro de vida religiosa y la vida ordinaria de la gente. Y además, de golpe, ahora que sabe como guardar el corazón en Dios estando con la gente y, ahora que ha adoptado un estilo de vida parecido al de la gente, Nazaret ya no será un modelo cerrado, debe poder vivirse de modos diversos (“tu vida de Nazaret puede vivirse en todo lugar”) y lo importante no será la forma sino el objetivo (“vívela en el lugar más útil para el prójimo”); por nuestra proximidad, si estamos unidos a Dios y a los hombres en el amor, la buena noticia de un Dios cercano es anunciada al pobre y es su verdadero tesoro.
Carlos pasará los últimos años de su vida haciéndose cercano a los Tuaregs, será un camino de amistad que se irá construyendo pacientemente. Aprenderá, poco a poco, la reciprocidad de una verdadera relación (en concreto será atendido por ellos en un momento de grave enfermedad); trabajará mucho para conocer su cultura, aprenderá a quererlos: “He pasado todo el año 1912 en esta aldea de Tamanrasset. Los tuaregs son para mí una consoladora compañía; no podría decir cuánto bien me hacen, cuántas almas rectas encuentro entre ellos; uno o dos son verdaderos amigos, cosa rara y preciosa en todas partes9”.
No puedo terminar este recorrido en torno a la lectura que Carlos de Foucauld hace de Nazaret, sin citar un texto que tiene una gran importancia para mí y esta escrito algunos meses antes de su muerte: Carlos busca un sacerdote para asegurar la puesta en marcha en Francia de una Asociación de Fieles en la que está trabajando desde hace algunos años. Escribe: “Me creo menos capaz que la casi totalidad de los sacerdotes, para hacer las gestiones necesarias, no habiendo aprendido más que a rezar en soledad, a callarme, a vivir con libros y todo lo más a charlar con familiaridad –cara a cara– con los pobres10”. Este texto me afecta, porque toca mi propia experiencia y, como Hermano de Jesús, tengo ganas de decir: ¡Veis a qué lleva frecuentar a Jesús de Nazaret! Se trata de un aprendizaje: el de la oración, el de la escucha y el de las charlas familiares con los pobres, tres cosas que hay que aprender y la última – en expresión de Carlos – aparece como aquella que mejor ha aprendido… De aquí, de este aprendizaje, nace, poco a poco, la apertura del corazón, una capacidad para encontrar al otro en lo que es, entenderlo desde dentro, apreciarlo.
¿No es este el mismo camino que hace Jesús de Nazaret? Esto nos lleva al Nazaret de Jesús: ¿Qué lectura hacemos nosotros?
El Nazaret de Jesús: cuando Dios se humaniza
Algunas veces nos dicen: “Pero si el evangelio no dice nada –o casi nada– sobre los años de Jesús en Nazaret ¿cómo podéis tomar Nazaret como referencia de vida?” Es verdad que los evangelios son más que discretos, pero lo poco que dicen es muy significativo y, seguro que no ha sido incluido por azar. Una buena razón para mirarlo con un poco de detenimiento. Fijémonos en algunos elementos que nos son entregados:
A. Tanto Nazaret como Galilea son lugares insignificantes en la historia de la salvación y por lo tanto profundamente despreciados: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” pregunta Natanael (Jn 1,46); “Estudia y verás que de Galilea no salen profetas” dirán los Fariseos (Jn 7,52).
Para los grupos religiosos, los círculos del poder, los doctores y los letrados, Jesús es un hombre de esta provincia marginal y poco fiable. Y no tienen de él mejor opinión que de aquellos que lo siguen: “esa gente que no conoce la ley, ¡son unos malditos!” (Jn 7, 49) (algunas traducciones dicen “esta masa”).
Expuesto sin protección, para los notables simple peón de un ajedrez político (“no entendéis nada ¿no veis que es mejor que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación?”), Jesús asume, hasta el final, esta situación de hombre de pueblo ordinario y… le lleva hasta la muerte. El evangelio insiste en decirnos que en todo esto hay una revelación del rostro de Dios y de su manera de hacer: “¿crees que no puedo pedirle al Padre que me envíe enseguida más de doce legiones de ángeles? Pero entonces, ¿cómo se cumplirá lo escrito, que esto tiene que suceder?” (Mt 26,53ss; cf. Jn 11,51ss). Y tiene que suceder así para revelar algo de Dios.
Resulta impresionante entonces pensar que todo lo que Jesús nos dice sobre Dios, sobre el hombre, sobre las relaciones entre Dios y el hombre, ha sido pensado y sentido por alguien de esta “masa”, de esta muchedumbre ordinaria, despreciada y mirada con desconfianza por los expertos y los grandes. Su palabra es una palabra de “pequeño”, de alguien que ha integrado en su personalidad ese desprecio con el que miran a los que son como él. Me parece que no nos sorprendemos ni nos maravillamos bastante. Debería permitirnos leer con otros ojos sus palabras sobre el Padre misericordioso, o sobre el samaritano… Misteriosa actitud de Dios que asume, no la humanidad en general, sino esta humanidad bien precisa y concreta, sin duda porque la juzga más en disposición de expresar correctamente quién es y qué es lo que quiere. “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”
B. La ofrenda de María y de José con ocasión de la presentación de Jesús es la propia de las familias modestas (Lev 12, 6-8), aunque el levítico proponga la ofrenda para familias más pobres (Lev 5,11). Un hombre ordinario de Nazaret, sin relieve particular.
Cuando Jesús comience a enseñar y a curar, la gente de Nazaret se quedará completamente extrañada, incluso escandalizada: “¿De dónde saca éste su saber y sus milagros? ¿No es este el hijo del carpintero?” (Mt 13,58). También la gente de Jerusalén se sorprenderá y preguntará: “¿Cómo tiene ese tal cultura si no tiene instrucción?” (Jn 7,15).
Estos interrogantes tienen una respuesta muy esclarecedora en los evangelios: “Se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de saber; y la gracia de Dios le acompañaba” (Lc 2,39ss y Lc 2, 51ss).
Encontramos dos veces esta fórmula: en Lc 2,39s después de la presentación de Jesús en el Templo y en Lc 2,51s después de la escena de Jesús perdido y encontrado rodeado de Doctores.
En dos momentos, después de dos escenas que se desarrollan en el Templo, se nos presenta Nazaret como lugar de crecimiento de gracia y escuela de sabiduría. Y es algo más llamativo porque los textos de Lucas hacen referencia a la historia del joven Samuel (Lc. 2,52 que retoma 1 Sm 2,26). Pero para Samuel (y el texto lo precisa varias veces) el lugar de crecimiento en el servicio de Dios será el Templo (1Sm2, 11.18.21.26 y 1Sm 3). Es significativo y ciertamente intencionado que Lucas recoja la misma expresión para mejor subrayar la diferencia radical y la novedad de la situación de Jesús: su lugar de crecimiento en estatura, en fortaleza y en sabiduría, es Nazaret. Y Lucas insiste: al final de la escena en la que Jesús está rodeado de los doctores, Jesús se extraña: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa (en las cosas) de mi Padre?” Nuestra lógica respondería: “Es evidente. Que se quede en el Templo: al fin y al cabo es la casa de su Padre ¿no? Y las cosas de Dios se hacen en el Templo”. El evangelio, encadena por su parte dos informaciones: que los padres no comprenden y que vuelve con ellos a Nazaret: “Vivía sujeto a ellos y crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. Por supuesto que debe estar en casa de su Padre, pero ante los ojos perplejos de sus padres, Jesús descubre que estar en casa de su Padre, es estar con ellos en Nazaret y ser hijo del Altísimo es estarles sometido.
Crecer en estatura y sabiduría, es en Nazaret donde va a hacerlo. Hay que subrayar que esto significa en la escuela de la gente sencilla y de la vida ordinaria, a través de las relaciones familiares, en el pueblo, en la sinagoga, en el trabajo, observando la vida, la gente y la naturaleza y escuchando.
Para deciros la verdad, para mí, esto es lo más importante de Nazaret, la clave: Nazaret es el lugar donde Dios se humaniza, donde el hijo de Dios se va haciendo hombre, y lo hace a la escuela de la vida con la gente ordinaria. Para decirlo con palabras sonoras, Nazaret es el lugar sociológico de la encarnación; para decirlo con palabras más simples: si hubiera nacido en una familia sacerdotal o con un padre escriba o doctor de la ley, su discurso y su personalidad habrían sido completamente diferentes. Nos habla de Dios con los términos de un campesino de Galilea. Es importante tomar conciencia de esto. Leemos “el Verbo se hizo carne” y solamente pensarlo nos invita a una contemplación honda; pero saber que el Verbo se ha hecho esta carne particular, Galileo de Nazaret, debería también maravillarnos.
¿Por qué pensáis que Jesús exclamó un día: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y haberlo revelado a los pequeños. (…) Nadie conoce al Hijo si no el Padre y nadie conoce al Padre si no el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 25 ss), si no es porque él mismo ha hecho la experiencia de esta sabiduría? Y el Hijo que revela, es “el divino obrero de Nazaret humilde y pobre” como lo expresaría Carlos de Foucauld.
Por consecuencia, lo que de verdad es importante no es tanto imaginar cómo sería la vida de Jesús en Nazaret, sino escrutar en el Evangelio lo que Jesús ha aprendido en Nazaret y qué tipo de hombre se ha ido formando. Y ¿por qué es tan importante? Porque si el contexto de vida con la gente sencilla es la tierra fértil que ha formado a Jesús, estoy autorizado a pensar que en esa misma tierra fértil y con el mismo Espíritu que animaba a Jesús (y que nos ha sido prometido y dado), Nazaret podrá ser, también para mí, lugar de crecimiento y de descubrimiento, “ante Dios y ante los hombres”.
Ya os he dicho lo que me parece que es el corazón, pero os pediría seguir un rato más juntos para “averiguar” que tipo de hombre ha formado Nazaret, dando una vuelta rápida por el evangelio. Es apasionante leer el Evangelio tratando de apuntar lo que Jesús ha integrado de la escuela de vida en Nazaret. Siempre se descubren nuevos aspectos ¿Por qué no detenernos en algunos?
– La liturgia familiar, la oración en la sinagoga van formando su oración. Además Jesús desarrolla una relación muy íntima y muy especial con Dios al que llamará “Abba, papá”. Y podemos ver cómo alimenta esta relación dedicando tiempos para rezar a su Padre: se levanta temprano (Mc 1,35) o se queda hasta tarde por la noche (Mt 14,23); se aísla y lo buscan (Jn 6,24). Es una relación siempre alerta y que surge y se despierta en cada acontecimiento y en cada encuentro (Mt 11,25ss; Jn 11,41) y que es acogida de una forma discreta en el secreto del corazón porque ha aprendido que “el Padre ve en lo secreto” (Mt 6, 4.6.18).
– Sin duda porque ha hecho la experiencia de la mirada de desprecio con que se mira a la gente sencilla y simple, subraya siempre el valor de los pequeños: “es voluntad de vuestro Padre del cielo que no se pierda ni uno de esos pequeños” (Mt 18,14). No soporta todo lo que excluye a causa del origen y de la situación social: se acerca a los leprosos y los toca, contagiándose de su impureza (Mc 1, 40-45); se deja tocar por una mujer de mala reputación (Lc 7, 36ss); incluso se atreve a declarar “magnífica” la fe de los paganos (Lc 7,9; Mc 7, 24-30).
– Ha aprendido a mirar los acontecimientos de todos los días como pequeños mensajes que le hablan del Padre; tiene sobre las cosas y los acontecimientos una especie de mirada contemplativa que le hace ir al fondo de su sentido: “mirad las flores del campo y los pájaros del cielo y pensad en vuestro Padre que vela sobre todos vosotros” (Mt. 6, 25ss); “mirad el grano que crece sin que se sepa cómo y acordaros que el Reino crece, también, poco a poco aunque no lo percibamos” (Mc 4, 27); “mirad esa mujer que barre toda la casa para encontrar la moneda, pues así es como vuestro Padre busca a todos aquellos que se pierden” (Lc 15,8ss); “mirad como la lluvia cae sobre los justos e injustos (Mt 5,45), ved cómo el trigo y la mala hierba crecen al mismo tiempo (Mt 13, 24ss) y entended que el Padre, que es el único que puede decir quién es malo o bueno, ofrece, siempre una oportunidad para volverse hacia Él”.
– Es sobre todo a la gente a la que mira con esta mirada que va más allá de las apariencias y que mira el corazón. Sí, sabe demasiado bien lo que hay de falso (de desprecio) en las ideas preconcebidas que tenemos sobre la gente. Él ha experimentado la generosidad espontánea de la gente que no tiene nada y quiere hacernos ver la verdadera grandeza, la dignidad de todos aquellos que encuentra: hace notar la discreta ofrenda de la viuda que ha dado todo lo que tenía (Mc 12, 41ss); invita a Simón a abrir los ojos: ¿ves esta mujer? ¿la ves de verdad? si ama de esta manera – esta que tú desprecias – ¡es porque ha sido perdonada! (Lc 7,44); y pone a cada uno frente a su conciencia cuando están dispuestos a lapidar a la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8,1ss).
– Siempre se le ve dispuesto a aprender y a interrogarse cuando encuentra rectitud y fe, vengan de donde vengan: de extranjeros como el Centurión (Lc 7, 1-10) y de la Cananea (Mt 15,21-28) (que se expresan, como Él en un lenguaje lleno de imágenes), o de su madre (Jn 2,1-11; cf Lc 2,48-52), o de un escriba: “no estás lejos del Reino de Dios” (Mc 12,34).
– Muestra una extraordinaria sensibilidad ante las desgracias de la gente y en particular de los pobres. A menudo el evangelio nos dice que está conmovido, incluso profundamente afectado: mirando a la gente, ovejas sin pastor (Mt 9,36); ante la viuda que lleva a enterrar su hijo (Lc 7,11ss); ante todo tipo de enfermos, aquellos que se acercan a él y aquellos a los que él mismo va a encontrar (Jn. 5,6). Esta compasión le da fuerza y coraje ante situaciones de las que todo el mundo huye, como de los poseídos gerasenos (Mt 8,28).
– De Nazaret fue guardando todos los proverbios e historias y sabe hablar con las palabras simples de los campesinos. Con su mirada de “pequeño” observó la vida de la gente y de los “grandes”: el juez injusto (Lc 18,2ss), el rico inconsciente de todo lo que le rodea (Lc 16,19ss), el administrador corruptor (Lc 16, 1ss), el sacerdote y el levita prisioneros en su mundo (Lc 10,31). Conoce la humillación del pobre que no puede invitar a nadie (Lc 14,14). Aprendió el sentido común de la gente sencilla que no entiende una ley cuando no está al servicio de la vida: “¿quién me puede hacer creer que si su hijo o su buey cae en un pozo el sábado, no va a sacarlo porque es sábado?” (Lc 14,5; Jn 7,23). Como la gente sencilla capta bien lo que suena a falso, tiene olfato para ello y lo que reprocha con más insistencia es, precisamente, la hipocresía: espeta a los Fariseos amigos del dinero: “vosotros sois los que os la dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro, y ese encumbrarse entre los hombres le repugna a Dios” (Lc 16,15)
Con esta actitud no se consiguen únicamente amigos ¡claro!, pero lo asume: y se dice de él que es un borracho, que no piensa más que en comer, que frecuenta únicamente gente poco recomendable (Lc 5,30; 7,34; 15,2). El evangelio, a menudo, nos dice que producía mucho “rechinar de dientes” mientras los sencillos lucían sonrisas de gozo escuchando las palabras de misericordia que salían de su boca y las curaciones que hacía (Lc 13,17; cf. Lc 4,28; 11,53; Mt 15,31).
Es muy interesante ver como el evangelio de Juan – que dicen más “contemplativo” – subraya el tema de Nazaret. En el inicio nos encontrábamos con la pregunta: “¿De Nazaret, puede salir algo bueno?” (Jn 1,46); al final, en el letrero clavado en la cruz, Pilatos ironiza: “Jesús el Nazareno, el Rey de los Judíos” (Jn 19,19, sólo Juan menciona el Nazareno). Todo parece dar la razón a los escépticos. Sin embargo, bajo la apariencia de un jardinero, María reconocerá la voz de su Maestro; de incógnito al borde del lago el discípulo bien amado reconocerá al Señor. No, no es una revancha ni el final de un paréntesis que pondría las cosas en su sitio: el Maestro y Señor no aparece con los rasgos, recuperados, de un gran señor; sigue siendo Jesús de Nazaret y tendremos que reconocerlos en sus rasgos ordinarios. Los sinópticos lo dicen de otra manera: “Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (…) os precede… en Galilea, allí lo veréis” (Mc 16,6ss).
No sé qué os pasa a vosotros, pero a mí esta lectura del evangelio me deja maravillado. Me siento como “en casa” en estos textos, no solamente porque me enseñan el rostro de Jesús que me fascina, sino también porque detrás de cada escena, de cada actitud de Jesús, podría poner nombres de personas que por su actitud o sus reacciones me han ayudado a entender la palabra de Dios y a descifrar su misterio.
Añado una cosa: que Jesús haya adquirido este rostro, que haya sido formado en esta escuela, es también revelación del misterio de Dios:
A menudo decimos, con palabras impregnadas de piedad, que en Nazaret Dios ha ocultado su divinidad. Pero es precisamente lo contrario: ¡es en Nazaret donde Dios ha revelado su auténtico rostro de Dios! Cuando Él quiere decirnos quién es verdaderamente, asume el rostro de un hombre simple de Nazaret, de esa aldea desconocida en la Biblia, en una región de la periferia, alejada del Templo y de los centros religiosos, lejos de Judea y de los círculos del poder, “encrucijada de las naciones paganas” y contaminada por ellas. Como queriéndonos decir: “Todos los grandes discursos de todas la religiones y de todas las teologías me han presentado como el “Altísimo”, “el Otro”, “el Absoluto” “el Separado” y, sin duda, son ciertos, ¡a condición de que seáis capaces de vaciarlos de su sentido habitual! Y estaríais más cerca de captar mi realidad – que de toda forma ningún término es capaz de traducir – si me llamarais a la vez el “Bajísimo”, el “Totalmente cercano”, el “Comprometido”, el “Servidor”. Jesús lo afirmará con claridad: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy, pero soy un maestro y un señor que os lava los pies y si queréis ser de los míos, deberéis vosotros también, hacer lo mismo” (Jn 13, 13s). Sólo podremos exclamar: “A ti el Reino, el Poder y la Gloria” si no olvidamos que su realeza está proclamada en un cartel clavado a una cruz y que es reconocida por un condenado a muerte, majestad de un Nazareno (Jn 19,19) que da su vida cuando parece que la pierde; que su poder es el de un amigo que mendiga un amor renovado de aquel que le ha traicionado (Jn 21,15s) y que esta traición ha sido precisamente: “No tengo nada que ver con ese Nazareno” (Mt. 26,11s).
Con Nazaret, también la acción de Dios se ilumina con una luz nueva. Ya no se presenta como aquél que salva desde el exterior, “con mano fuerte y brazo poderoso”. E incluso si continúa siendo aquel que “recoge mis lágrimas en su odre” (Ps. 56,9), es desde el interior, llorando con nosotros: “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt.8,17), “ha sido probado en todo como nosotros”, “por eso no se avergüenza de llamarnos hermanos” (Hb 4,15 y 2,11) nos dice la Escritura. No podemos perder de vista que es en lo concreto de Nazaret donde se ha realizado esta proximidad con nosotros.
La actitud básica de Nazaret: Ser hermano
Este es el rostro de Jesús que nos ha seducido, estos son sus pasos tras los que queremos caminar, escogiendo vivir entre la gente sencilla, entre los pobres.
A menudo nos dicen: “Sois unos ilusos: de todas maneras vosotros no sois como los pobres”. Y es verdad: incluso para aquellos de nosotros que venimos de familias modestas, la formación que hemos recibido, las garantías y la seguridad que da una comunidad, la ausencia de la preocupación por el futuro de los nuestros, nos alejan de la situación de los verdaderos “pequeños”. ¿Cómo hacer?
Quizás haya que comenzar diciendo que la miseria y ciertas formas de privación y de pobreza (material, cultural, de educación) son males que hay que combatir. No es la miseria lo que yo he escogido, lo que he escogido es vivir con la gente que sufre la miseria o la pobreza y luchar con ellos por salir de ella. Quiere decir que rechazo intentar salir yo solo y que acepto, por amistad hacia ellos, las privaciones que ellos sufren. Luchar contra estas privaciones, llevándolas con ellos, no es completamente ajeno a la actitud de ofrenda que queremos hacer, día tras día, de nuestras vidas.
Una segunda consideración: de todas formas no se trata de ser como los pobres, sino de ubicarnos con ellos como hermanos. Y aquí no somos nosotros los únicos actores. Si hay de nuestra parte un esfuerzo a hacer para estar lo más cerca posible de ellos, otra parte de este proceso no depende de nosotros. No podemos ser “como ellos”, muchos aspectos de nuestra vida hacen que no seamos de su “bando”, pero si sienten en nosotros el deseo de acercarnos, son ellos quienes nos tomarán de la mano para hacernos pasar de su lado y acogernos en sus vidas; nos perdonarán todas nuestras riquezas y seguridades. ¡Cuántos ejemplos podríamos dar, vosotros también, de esta acogida que no se cierra a la diferencia!
No obstante hay, también, un cierto número de actitudes de fondo que nos permiten entrar en esta dinámica de Nazaret.
1 La primera es apuntarse a la escuela de los pequeños11.
Me gusta hacer un paralelismo con un versículo de las constituciones (que he leído más arriba) y un pasaje del evangelio: “Los hermanos están en medio de los hombres, no para convertirse en pastores o guías, sino simplemente para ser sus hermanos” (Constituciones) y “En cuanto a vosotros, no os hagáis llamar “maestros”, pues uno solo es vuestro maestro mientras que todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8). Para mí es muy significativo que la palabra “hermano” esté asociada en este texto del evangelio no al Padre12, sino al maestro, al que enseña. ¡Como para poner el dedo en una de nuestras grandes tentaciones: la de siempre querer enseñar a los otros sin desear aprender de ellos!…
Querer estar en medio de los hombres “simplemente para ser sus hermanos” nos invita a entrar en otra actitud: somos hermanos de los pequeños si caminamos juntos compartiendo nuestras luces. Esta es a la vez la espera y la realización de la alianza nueva prometida: “Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón… No tendrá que instruir uno a su prójimo, otro a su hermano, diciendo: “Conoce al Señor” porque todos me conocerán desde el más pequeño hasta el más grande” (He. 8, 10 citando a Jer. 31, 33ss). Para establecer una relación de verdadera fraternidad, no es suficiente, aunque sea una disposición necesaria, “hacerse del país” – como decía Carlos de Foucauld – “siendo abordable, pequeño” de manera que el otro pueda atreverse a pedirme cualquier cosa… Que el otro pueda verme como un hermano no será suficiente si yo no cambio mi mirada sobre él. Como persona humana e hijo de Dios, en él (ella) el Espíritu también trabaja y como toda persona busca a responder y busca lo que está bien, con las capacidades de las que disponga, todos los días. De su fidelidad, titubeante como la mía, puedo aprender y, gracias a él, creceré si acepto meterme en su escuela; entonces y solo entonces, caminaremos verdaderamente juntos… como hermanos.
2 Una segunda actitud, es tener un corazón vigilante, estar permanentemente atentos para buscar el rostro del Señor. Está en relación directa con la primera.
Supone, ante todo, leer y releer sin cesar el Evangelio13. En primer lugar no para buscar en él una moral, sondear lo que está bien y lo que está mal, sino para buscar constantemente el rostro de Jesús: mirarle actuar, escrutar sus reacciones, ver sus comportamientos. Poco a poco dejarnos habitar y transformar por él. Él es un hombre de Nazaret, un “pequeño”: mirándolo podemos descubrir poco a poco cómo comportarnos en el mundo de la gente sencilla que es el nuestro, aprender a maravillarnos como él, a dejarnos tocar por la compasión, a luchar contra el mal, a encontrar el camino hacia el Padre, etc. ¡Simplemente, a amar!
Esta búsqueda del rostro de Jesús, es “un compromiso a tiempo completo”. No solamente en los tiempos de oración sino en la vigilancia de un corazón despierto. No cumplimos solamente con los tiempos de oración o de lectura del evangelio: cada encuentro, cada acontecimiento deberían encontrarnos atentos para buscar el rastro del Señor que prometió acompañarnos; hacer una lectura de nuestra vida para poder, como el discípulo que Jesús amaba, reconocerlo bajo los rasgos inciertos en la vida cotidiana (cf. Jn 21, 7 y 12).
3 “Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa” (Mc 9,41 // Mt 10,42)
En un contexto (Mc 9, 33-34) en el que los discípulos se preguntan “¿Quién es el más grande?” Jesús llama a un niño y responde: “El más grande, es aquel que es pequeño como este niño, ya que permitirá a los que le acojan acogerme a mí y a Aquél que me envía (v.37). El más grande es aquel que es lo bastante pequeño para dejar trastornar sus certezas y reconocer el bien venga de donde venga, incluso de donde no se le espera (v39 s). El más grande es aquel lo suficientemente pequeño como para pedir un vaso de agua, permitiendo a aquel que se lo da mostrarse hermano y ganar un lugar en el Reino de Dios (v41)”.
Quizás hemos asimilado demasiado bien la frase que S. Pablo atribuye a Jesús: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35). Nos gusta dar; no nos gusta nada dejar entrever nuestras necesidades; no aceptamos tan fácilmente recibir. Lo que deseamos hacer a los otros (mostrar que somos su hermano viniendo en su ayuda, acogiéndolo, valorizándolo, haciéndonos su prójimo), no les permitimos hacerlo con nosotros… ¡Caminar juntos, de verdad, sin ocultar nuestros límites y nuestras necesidades, con nuestras pequeñeces y nuestras grandezas, quizás sea darles la posibilidad de considerarnos sus hermanos dándonos, simplemente, lo que nos falta!
Para concluir
Me gustaría para terminar, ilustrar lo que acabo de decir con tres pequeñas historia personales, tres rostros que pueden ayudarnos a concretar. No sé si conocéis la película argentina de Carlos Sorín “Historias mínimas”. Nuestras historias siempre son historias “mínimas”, pequeñas cosas, pero hay que estar en el buen lugar para acogerlas y percibir el misterio que nos muestran, dar gracias, suplicar, llorar, gritar. Son historias plenas de sentido y reveladoras del misterio, si estamos atentos.
La primera, es David, un amigo al que he visitado durante años en la cárcel; ha sido él quien me ha enseñado toda la profundidad de lo que es el perdón. Me había contado que una vez, un colega de la cárcel le había prometido: “Cuando salga, te lo juro, voy a organizar tu fuga”. David, razonable, le había dicho: “No hagas juramentos así, tú sabes lo que les sucede entre nosotros a los que faltan a la palabra dada”. El otro sostuvo la promesa, salió de prisión y ¡claro! jamás volvió. Cuando vuelvo a visitarlo, le encuentro enfadado y decepcionado. Intento calmarlo explicándole: “Si ya lo sabes, dentro eres capaz de hacer promesas porque no mides las dificultades, una vez fuera te das cuenta de que es mucho más complicado; tienes que comprenderle”. Entonces, David me dice: “Sí, tu quieres hablarme del perdón (yo no había hablado de eso), pero, ¿sabes? ¡Si yo quiero perdonarle, hace falta que cambie todas mis leyes interiores!” ¡A mí, nunca me habían explicado el perdón de esta manera!
Una segunda historia: la del mejor regalo de Navidad que recibí este año. Delante del centro comercial, donde trabajaba, hay todo un grupo de hombres, jóvenes, sin hogar, gente de la calle, que pasan el día bebiendo y pidiendo limosna. Poco a poco nos hemos ido conociendo, me paraba para saludarles, he aprendido sus nombres y ellos el mío; hemos ido creando una pequeña amistad, me gusta verlos y estar con ellos y creo que a ellos también les gusta que me pare un momento. La víspera de la Epifanía, una asociación de ayuda les estaba entregando roscones de Reyes en el momento en el que yo pasaba. Cuando me iba a ir, uno de ellos me para y me dice: “Espera, Pascual ha ido a buscar algo”. Y Pascual regresa con un roscón: “Toma, gordo, es para ti, para que hagas la fiesta”. Cuando el excluido se vuelve incluyente hay una gran alegría en el Reino de los Cielos ¿no?
Tercera historia, también en el trabajo: había muchos jóvenes en prácticas enviados por las escuelas de formación profesional. A menudo son jóvenes árabes, normalmente no muy bien vistos. Tengo la costumbre de preguntarles por su nombre. Me ha sorprendido mucho constatar qué importante era para ellos este pequeño detalle insignificante: cuando al día siguiente le vuelves a ver y dices: “Hola Jamal” o “Hola Kader”, cuántas veces me han dicho con gozo y con la sorpresa marcada en la mirada: “¡Te has acordado de mi nombre!”; y después son ellos los que venían a saludarme aunque no sea habitual en ellos hacerlo con otros. Me ha hecho pensar mucho y, quizás comprender más profundamente las palabras de Jesús: “El pastor conoce su ovejas y llama a cada una por su nombre y le siguen”. ¡A qué profundidad de lo humano, a qué espera secreta de salvación, alude Jesús en esta simple frase!
Lo interesante para mí es que esta historia ha tenido una continuación. Mi jefe es un musulmán practicante, un hombre abierto y curioso: hemos hablado mucho de religión, de política, de justicia… y con mucha libertad y amistad. A menudo ha comentado mi manera de hacer, insistía siempre en decir que allí donde yo hablaba sobre todo de humanidad, la fuente de mi actitud era mi fe en Dios. Me gustaba lo que me decía. Se había dado cuenta de mi actitud con los jóvenes y de que vinieran a saludarme. Lo hablamos y pude explicarle lo que había podido descubrir del misterio del amor de Dios a partir de la frase sobre las ovejas. Cuando dejé el trabajo (acabo de jubilarme) me dijo, haciendo referencia a esta pequeña historia: “Te voy a echar en falta. Estar contigo me ha hecho trabajar sobre mi Islam: hay una dimensión de humanidad en vosotros, que nosotros no tenemos”. Y yo le agradecí su ayuda para releer mi vida. Todo esto fue posible porque hemos estado juntos más de un año, con la escoba en la mano…
Esta vez termino de verdad. Con una frase del evangelio que es para mí una gran luz:
“Sois la sal de la tierra: si la sal pierde su sabor ¿con qué se la salará?” (Mt 5,13).
Hay un misterio en la sal y se nota incluso en nuestra manera de hablar: si la comida es sosa decimos: “¡Falta sal!”; y si hay demasiada decimos: “¡Te pasaste con la sal!”; pero cuando hay justo la pizca correcta, ya no hablamos de la sal, decimos: “¡Qué sopa más rica!”; es el gusto de la comida lo que sobresale, no el de la sal…
Este es el sentido de esta imagen del evangelio. A veces nos preguntamos con ansiedad cómo darle un gusto cristiano al mundo de hoy. No sé si es la buena interrogación. El mundo tiene gusto, Dios se lo ha puesto. Nuestro papel como cristianos, es estar presentes en el mundo para que ese intercambio misterioso se produzca y que el gusto divino del mundo pueda expresarse. No nuestro gusto…
¿Se puede hablar mejor de Nazaret?
Marc Hayet
Fraternité
3/11 Rue Romain Rolland
F – 59000 LILLE
marcohayet@yahoo.fr
1 A propósito de la vivienda, me acuerdo de un joven cubano (y es una historia que he escuchado en diferentes países) que venía a la fraternidad para un primer contacto, para “ver” y cuando llegó al barrio ilegal en el que viven los hermanos en La Habana, se dio media vuelta diciéndose: “Me he tenido que equivocar de dirección: no puede haber una casa de religiosos en un barrio como este”.
2 Carta a Gabriel Tourdes, 07/03/1902.
3 Carta a Luis de Foucauld, 12/04/1887.
4 Carta a María de Bondy, 10/04/1895.
5 “Es doloroso estar tan bien con los asesinos de nuestros hermanos”, carta a María de Bondy, 24/06/1896.
6 Carta al Padre Caron, 09/04/1905.
7 Cuadernos de Beni Abbes, 26/05/1904.
8 Cuadernos de Tamanrasset, 22/07/1905.
9 Carta a Henry de Castries, 08/01/1913.
10 Carta al Padre Voillard, 11/06/1916.
11 “Escucharán, primeramente, todo aquello que constituye el fondo del corazón de sus amigos y las riquezas del pueblo con el que viven, aprendiendo de los pobres que son el tesoro de la Iglesia”. (Constituciones de los Hermanos de Jesús). Es significativo que este pasaje se encuentre en el capítulo sobre nuestra misión en la Iglesia.
12 A menudo nos referimos a este texto diciendo “Todos sois hermanos puesto que solo tenéis un Padre”; es cierto evidentemente, pero ¡no es esto lo que dice el evangelio! Es importante respetar el texto.
13 “Hay que tratar de impregnarnos del espíritu de Jesús leyendo y releyendo, meditando y volviendo a meditar constantemente sus palabras y sus ejemplos: que ellos hagan en nuestras almas como la gota de agua que cae y vuelve a caer sobre una piedra, siempre en el mismo lugar…” Carlos de Foucauld Carta a Louis Massignon, 22/07/1914. “Volvamos al Evangelio. Si no vivimos el Evangelio, Jesús no vive en nosotros” Carta a Mons. Caron, 30/06/1909

Muchas gracias
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