
“El más pobre, el más repulsivo, un recién nacido, un pecador, el mayor pecador, el más ignorante, el último de los últimos, el que más repugna tanto física como moralmente es un hijo de Dios, un hijo del Altísimo, acompañado de un ángel de la guarda resplandeciente de belleza y poder.¡Cómo debemos valorar a todo ser humano, cómo debemos amarle! Es hijo de Dios. Dios quiere que sus hijos se amen entre ellos como un tierno padre quiere que sus hijos se amen entre sí. Amemos a todo hombre, porque es nuestro hermano y porque Dios quiere que le miremos y le amemos muy tiernamente como tal, ¡pues es hijo del Dios bienamado y adorado! Porque es el precio de la sangre de Nuestro Señor, cubierto con su sangre como de un manto, amado por Dios y por Jesús hasta consumar por él el sacrificio del Calvario, amado de Dios hasta entregar a su Hijo, amado de Jesús en asociación, en imitación de unión, en conformidad perfecta con Dios, hasta inmolarse por él. Amemos a este hombre a quien Dios ama todos los instantes de su vida, a quien Él da, hasta el último minuto de su existencia, con paciencia y bondad infinitas, los medios para vivir eternamente en el cielo participando maravillosamente de la herencia divina. Estimemos, amemos desde el fondo del corazón a todo hombre por Dios, nuestro Padre común” (CARLOS DE FOUCAULD)
