El misterio de la conciencia

CARLOS CARRETTO

Para continuar, una reflexión de Carlo Carretto sobre el misterio de la conciencia y sobre la importancia -la necesidad- de quien es educado en la fe y en la locura de convertirse al “lugar donde la verdad se abre, donde busca su voluntad, de donde se abre al amor».

Cuando afirmo en la fe que Dios es mi padre, arrojo luz divina sobre otro gran misterio: el misterio de la conciencia.

¡Lo más sublime es la conciencia!

¡Qué realidad en nosotros!

¡Este ser frágil que es el hombre con que dignidad real está habitado!

Pienso en la conciencia como el lugar donde entra Abraham con Yahvé;

como en el valle de Terebinth, donde David golpeó sus piedras para atacar a Goliat;

como en el Horeb de Elías;

como en la celda desde donde María de Nazareth recibió el anuncio;

como en el deseo y Getsemaní de Jesús.

La conciencia es el ambiente divino del hombre.

es su oportunidad de encontrarse con su Dios

estas escuchando su Palabra,

el crisol donde se vive la fe, madura la esperanza, se realiza la caridad.

Si para hacer el cuerpo del hombre Dios copió las estrellas y las flores, para hacer mi conciencia se copió a si mismo en el punto donde las personas divinas se encuentran en el Amor.

Para mí, hijo de hombre, la conciencia es una lámpara a mis pasos,

para mí, hijo de Dios, es la casa de la que el Padre me toma en sus brazos y me dice: «Tú eres mi pequeño»

Cuando entro me quito las sandalias porque estoy en presencia de Él.

Cuando me quedo en él, siento que el extraño de mi Padre me visita.

La conciencia es la obra maestra de la creación de Dios

es el suelo en el que se encuentra con nosotros

es nuestra intimidad con El,

El lugar donde la verdad abre la chimenea, donde busca su voluntad, donde se abre al amor.

Es ahí, en la conciencia, donde encontramos todas las referencias a Dios; ahí es donde yo decido.

Incluso la decisión de creer en la infalibilidad de la Iglesia la decido en mi conciencia.

Sin la referencia a él no hay para mí ningún acto moral digno de Dios o hecho por Dios.

Creo en la conciencia y exijo que los cristianos, demasiado acostumbrados a las comodidades de confiar en el liderazgo de los hombres, comiencen y se dejen guiar seriamente por ella, que hemos confiado en Dios por Dios.

Es hora de dejar de pensar en las preocupaciones exageradas que surgen al pensar que esta orientación es peligrosa porque, si no está suficientemente ilustrada, se puede malinterpretar.

Sólo mantener la calma.

Creo que Dios es mi padre, conociendo ciertos temores en mi mente y depositando mi confianza en su amor y en su capacidad para transmitir su pensamiento y voluntad.

Una Iglesia que a veces necesita insistir -y lo hizo con celo- en el control de la conciencia, ahora, tras la angustia de estas últimas décadas, invadidas por la luz del Concilio, sólo tenderá a cantar de alegría ante las maravillas de esta posibilidad que tiene el hombre de hablar directamente con Dios.

(Carlo Carretto, Padre mío, en Ti me abandono, 1977, Città Nuova, pp.103-105)

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