“NECESITAMOS PASAR POR EL DESIERTO”

Carlos de Foucauld no se queda siempre en el desierto, en la pura contemplación del Rostro de Dios, sino que va y viene, como Jesús, del desierto hacia los humanos que lo necesitan y de estos al desierto. Son las exigencias del amor, el cual, mientras por una parte lo toma y lo conduce al desierto para encontrar allí al «Muy Amado», por otra parte lo quiere entre sus pobres e infelices hermanos, mancomunándolo a su suerte. Un desierto, también, importante que asumir.

Al desierto, además, llevamos en el corazón a todos aquellos a quienes debemos servir con nuestro amor. Por eso, cuando podría parecer que huimos de los demás, los encontramos más cercanos. ¡Cómo beneficia el desierto nuestra relación con los demás!… ¡Cómo madura nuestra vida fraternal, nuestra solidaridad con los otros!… Moisés encontró en el desierto su misión para con el pueblo. Elías baja de la experiencia de Dios, en la monta­ña, para seguir entre los suyos, sin miedo a la reina Jezabel. Es el fruto del vaciamiento, de la limpieza del cora­zón, de la purificación que hace en nosotros este encuen­tro, frente a frente, con Dios, en la soledad…

En el desierto afloran nuestros demonios, aparecen nuestros miedos. Nuestro mundo consciente y nuestro inconsciente, se van purificando y limpiando. Y es así, como va armonizándose toda nuestra personalidad, va creciendo el hombre nuevo, se va haciendo el ser espiri­tual. Como a Moisés, cada experiencia de desierto vivida, va a ir embelleciendo nuestro rostro, haciendo luminosos nuestros ojos y manteniendo joven nuestro corazón ena­morado. Tanto para los tiempos de desierto, como para los tiempos en los que somos visitados por noches oscuras, a través de acontecimientos y situaciones diversas, son váli­das las palabras que sobre el Salmo 104, escribía el hermano Carlos de Jesús: «El desierto… está lleno de gracias  infinitas y sublimes… En él Dios mismo nos nutre y nos viste;  en él de vence milagrosamente a todos los enemigos, con tal de que se sepa orar y obedecer la guía de Dios; en él está siempre Dios con nosotros, en medio de nosotros, hablándonos y guiándonos constantemente… en él nos pone Dios en un estado de pureza santidad, haciendo de nosotros su pueblo elegido que camina y vive a plena luz, en el conocimien­to de Él, en su amor y en su obediencia, bajo su dirección «. (J. SÁNCHEZ RAMOS, Le llevaré al desierto, Boletín Jesús Caritas, marzo-agosto 1997, 92-93)

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