San Benito-José Labre

José Benito Labré, profesó como Hermano Franciscano Seglar.

Fue un referente de forma de vida para el Hermano Carlos de Foucauld.

«Uno de los primeros signos del santo es a veces el hecho de que otros hombres no saben qué pensar de él. En realidad, no están seguros de si está loco o es solamente un orgulloso; pero debe de ser por lo menos orgullo el hallarse asediado por un ideal que nadie, sino Dios, realmente comprende. Y tiene inevitables dificultades para aplicar todas las abstractas normas de “perfección” a su propia vida. No parece poder ajustar su vida a los libros. A veces su caso es tan malo que ningún monasterio quiere tenerlo. Tiene que ser despedido, devuelto al mundo como Benito José Labre, que quiso ser trapense y cartujo y no logró su deseo en ningún caso. Terminó finalmente como vagabundo. Murió en una calle cualquiera de Roma. Sin embargo, el único santo canonizado, venerado por toda la Iglesia, que haya vivido como cisterciense o cartujo, desde la Edad Media, es San Benito José Labre«

Thomas Merton ( Semillas de Contemplación )

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Entre el cielo y la tierra

Maria Sucarrat

Nacido en el seno de una familia aristocrática, cuando eligió el camino de la fe pronto conoció la realidad de los desposeídos y vio una afinidad del cristianismo con el peronismo. Fue de los primeros curas villeros e integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Su opción por los pobres y sus ideas a favor de la revolución le valieron la vida, que perdió a manos de un sicario de la Triple A, hace ya cincuenta años.

Carlos Sergio Francisco Mugica Echagüe nació tercero. Por parto natural, el 7 de octubre de 1930. Nació después de Carmen y de Bubby y antes de Alejandro, Teresa, Miguel y Marta. Fue criado entre niñeras, mucamas y cocineras. Entre fútbol, oraciones y colegios públicos. Todos los domingos, Adolfo y Carmen llevaban a sus siete hijos a misa. Alternaban entre la Parroquia del Santísimo Sacramento y la del Socorro. Comenzó la escuela secundaria en el Nacional de Buenos Aires, siempre con malas notas. Una suspensión hizo que sus padres lo cambiaran al ILSE. Decidió ser abogado, pero quiso sacarse una duda que le carcomía el alma: ¿y si había nacido para jugador de fútbol? Se probó en All Boys y quedó seleccionado por su juego, pero cuando los entrenadores vieron su documento, le dijeron que no daba para inferiores. La despedida del fútbol lo llevó directo a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires mientras seguía con sus actividades religiosas.

La primera vez que pensó en ser sacerdote fue a la salida del confesionario. “Creo que la felicidad depende de cosas más profundas que una chica, Fangio campeón mundial, o la copa de Racing”, le había dicho el cura que lo confesó. Un año más tarde, se subió a un barco y viajó a Europa para recibir la bendición del papa Pío XII. En Roma tomó la decisión.

“Yo a Carlitos lo conocí en la parroquia. Él tenía 12 años y era aspirante a la Acción Católica. Yo tenía 18, y ya era subdelegado. Unos meses después entré al seminario y por varios años dejamos de vernos”, dijo el padre Alberto Carbone, fallecido en noviembre de 2022.

Por la edad con la que ingresó al Seminario de Villa Devoto se ganó el apodo de “el Viudo”. En su clase convivía con adolescentes que acababan de terminar el primario. Allí no solamente encontró tiempo para la oración, sino que empezó a disfrutar de otra de sus pasiones: el cine.

Durante la década de 1950, la Iglesia mostraba al mundo sus primeros cambios, que culminarían con el Concilio Vaticano II. Perón escribía Conducción política mientras Mugica rezaba para ganarse el cielo y sus compañeros de otros años devoraban los textos de Charles de Foucauld y de René Voillaume que habían conseguido por izquierda. Todos los días eran más o menos iguales hasta que el cura José María Iriarte invitó a Carlos a hacer tareas sociales en los conventillos de la calle Catamarca, cercanos a la parroquia Santa Rosa de Lima. Ese fue su primer contacto con los pobres. El definitivo iba a ocurrir un tiempo después, cuando se sintió interpelado por una frase escrita en tiza en la pared de un conventillo, por esas mismas manos pobres tras el golpe que derrocó al peronismo en 1955: “Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los cuervos”.

LA LIBRETITA NEGRA

La libretita negra de Mugica está hoy en el archivo de la Universidad Católica de Córdoba. El jesuita José María “Pichi” Meisegeierse ocupó de guardar cada cosita de Carlos que pasó por sus manos. Cuadernos, papeles anotados, el pañuelo, las cintas de las coronas enviadas al sepelio, la libretita de tapas negras que siempre llevaba el cura en el bolsillo del pantalón.

Mugica escribía en la libreta casi todos sus pensamientos. Sus deseos y objetivos. Aquellos libros que debía leer, Psicología de la mujer, de Leibl, las películas que debía mirar. Allí dejó testimonio también del uso del cilicio, “durante la cuaresma, una hora por día”. También del ayuno y de la meditación.

Y escribía ejercicios: “Lunes 30 de junio. Nombro con letras las acciones para, al final del día, hacer el examen de conciencia. Oración es ‘o’. Estudio es ‘e’. Meditación, ‘m’. Conversación política ‘cp’. Humildad en conversación ‘h’, comida ‘c’ y diario ‘d’”. El 1 de agosto se autocalificó “Bien” en “o”, “e”, “c” y “d”. En “m” se puso regular. “Domingo en casa. Discusión con Teresa, me calenté un cachito. Me distraje pensando en el cine. Luché.”

“La primera función de Carlos como sacerdote fue la de secretario del cardenal Caggiano. Pero logró despegarse y fue a acompañar a monseñor Iriarte a Reconquista. Ese viaje hizo que fuera fuerte después en la villa”, recordó Carbone.

De la iglesia de Caggiano lo mandaron a la Escuela Paulina von Mallinckrodt, un liceo a orillas de la Villa 31. Fue entonces que pisó por primera vez la villa. La capilla Nuestra Señora del Puerto, en el Barrio YPF. Allí conoció a Lucía Cullen, quien se convirtió en su mejor y más querida amiga. En 1959, fue nombrado asesor de la Juventud Universitaria Católica en las facultades de Medicina y Ciencias Económicas de la UBA. Los sábados, en Alsina 830, se juntaban a hablar de política. Los domingos, junto a otros curas encargados de otras facultades, celebraban la “misa universitaria”. Mientras varios de los curas elegían vivir en la villa y se ganaban la vida con oficios, Carlos fue nombrado profesor de Teología en la Universidad del Salvador.

EL DESCENSO

El 11 de octubre de 1962 se inauguró el Concilio Vaticano II, que despertó un clima de expectativa. “La Iglesia no quiere condenar a nadie, prefiere usar la compasión y la misericordia, desea abrirse al mundo moderno… Quiero que entre aire, aunque algunos se resfríen”, dijo el papa Juan XXIII en la apertura.

Muchos sacerdotes se encontraban para hablar de la reforma de la Iglesia. Pero los movimientos socialistas, que ponían los ojos en los pobres, fueron permeando en las discusiones. “En ese momento, se comenzó a aplicar lo que podríamos llamar la teología de las realidades terrenas, una visión europea”, contó Carbone. “El proceso de los curitas de la villa es interesante. De una visión europea y teológica se pasó a una visión latinoamericana de la Iglesia. ¿Qué quiere decir eso? Que de los libros se pasó a las personas y a los hechos. Al hacerse sacerdotes de las villas, entraron en contacto con algo que era nuevo en la vida de muchísimos de ellos. Una visión distinta. Se aprende, se escucha. Los padrecitos se fueron a sus villas y disimularon su existencia, nadie sabía que eran sacerdotes. Pero la gente empezó a verlos en las capillas y a darse cuenta de quiénes eran. Y entraron en una relación que fue aleccionadora porque los curas empezaron a darse cuenta de lo que es el sentir popular. Ese sentir popular, en su gran mayoría, era peronista. Entró en el conocimiento de los padrecitos una profundización de la Biblia y al mismo tiempo una profundización de la realidad nacional. Comenzaron a vivir lo que se llamaría el sentir popular. Si tuviera que ponerle un título le diría ‘situación de descenso’, como descendió Jesús y se mezcló con los seres humanos, en especial con la gente necesitada, carenciada, o sea, aquellas que necesitan auxilio. Todo eso movió a Carlitos a profundizar su realidad en las villas. El conocimiento de los pobres hizo que se transformara en un referente interesante del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo cuyo objetivo central es ser sacerdote de los pueblos y de los pueblos pobres.”

El 7 de julio de 1963, en la elección de Arturo Illia, Mugica tuvo su primera expresión política frente a los fieles de la Iglesia del Socorro. Con el peronismo prohibido y Juan Perón exiliado, dijo: “Hoy es un día triste para el país; una parte importante del pueblo argentino ha sido marginado de los comicios y será dirigido por un hombre a quien solo votó el 18 por ciento de los electores”. Con Perón proscripto, los militantes de la resistencia peronista se convierten en los primeros acompañantes en sus recorridos por la Villa 31, en la que había dos capillas, ambas construidas con las manos y el esfuerzo de los trabajadores. Mugica se asentó en Cristo Obrero, ubicada en el Barrio Comunicaciones, y terminó de construirla con dinero que le pidió a su hermano Alejandro.

UN VIAJERO

En 1966, con un grupo de quince estudiantes secundarios de la Acción Misionera Argentina y de la Juventud Estudiantil Católica, Mugica partió al Chaco santafesino. Allí conoció a Fernando Abal Medina, Gustavo Ramus, Mario Firmenich, Graciela Daleo y Roberto Perdía, mayor que ellos, ya abogado. Allí supieron otra realidad, la de dolor y la injusticia que vivían cotidianamente los trabajadores rurales. Allí se enteraron de la muerte del sacerdote colombiano Camilo Torres y entre todos forjaron la premisa “Hacer algo, pero ya”. Ese año conoció a Hélder Câmara y meses después se acercó al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, una corriente que comenzó luego del Concilio Vaticano II.

A fines de 1967, ya con el dictador Juan Carlos Onganía en la presidencia tras derrocar a Illia hacía más de un año, Mugica viajó a Bolivia con la intención, sin éxito, de reclamar los restos de Ernesto “Che” Guevara. De allí se trasladó a Escocia para ver jugar a Racing contra el Celtic en el Hampden Park, y desde allí partió a París, desde donde firmó el “Manifiesto de los 18 Obispos para el Tercer Mundo”. Un sobre de papel madera que le llegó a su pensión en París enviado por John William Cooke le reveló una sorpresa. Días después, con pasaporte falso y vía Praga, Mugica se embarcaba hacia Cuba en un avión militar soviético para conocer “el único territorio libre de toda América”. De vuelta en Francia, recibió una invitación para visitar a Perón en Puerta de Hierro, donde cumplía su exilio. Manejó 1.300 kilómetros y lo logró. En París lo esperaba el Mayo francés mientras que, en Buenos Aires, el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, conformado por casi mil curas, lanzaba su primera acción: “Carta a los obispos de Medellín”. Mugica volvió a la Argentina en octubre. Para entonces en La Caña, a 120 kilómetros de Taco Ralo, la policía había detenido a trece personas a las que los diarios calificaban de guerrilleros. El grupo se
denominada Comando Montonero 17 de Octubre, de las Fuerzas Armadas Peronistas.

VELOCIDAD

En 1970 a Mugica no le alcanzaban las horas del día. Era capellán de la parroquia San Francisco Solano, celebraba misa en la Santa Elena, daba clases en la Universidad del Salvador y en el Instituto de Cultura Religiosa Superior, a lo que sumaba una fuerte presencia en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. El cardenal Juan Carlos Aramburu había autorizado la creación del Plan Pastoral de Villas de Emergencia y nombrado un equipo sacerdotal y otro obrero. Nueve curas buscaron un empleo. Mugica decidió no hacerlo. La consigna “Transformemos las villas en barrios obreros” comenzó a sonar fuerte.

El clima se iba poniendo espeso. Montoneros, conformado por antiguos integrantes de la JEC, irrumpía en la escena política: mediante un comunicado se adjudicaba el secuestro y la ejecución de Pedro Eugenio Aramburu. Onganía implantaba la pena de muerte para actos terroristas y secuestro de personas. Mugica se agarraba la cabeza. En julio de 1970, la Secretaría de Informaciones del Estado, que dependía directamente de Presidencia de la Nación, emitió un informe titulado “Factor religioso (Tercer Mundo) en la Argentina”. Un trabajo mecanografiado encabezado con la frase “Estrictamente confidencial”. Allí se daba cuenta de los movimientos cotidianos de cada uno de los religiosos integrantes del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus estaban muertos, abatidos por la policía el 7 de septiembre de 1970, “sindicados como partícipes del secuestro y asesinato del general Aramburu”. Mugica realizó el oficio fúnebre de aquellos dos jóvenes que había conocido en el Nacional de Buenos Aires. El padre Carlos, que estaba siendo amenazado, recibió una bomba en el hall del edificio en el que vivía, en la calle Gelly y Obes 2230. Sus amigos y su familia le rogaron que se fuera del país. No accedió. En el IV Encuentro, el Movimiento de Sacerdotes se fracturó entre peronistas declarados y marxistas. La dinámica política de aquellos meses tomaba cada vez un vértigo mayor. Durante 1971 comenzó a escribir columnas en el novedoso diario La Opinión, dirigido por Jacobo Timerman. Al año siguiente, Mugica y su compañero del MSTM Jorge Vernazza integraron la comitiva de 153 personas que acompañó el vuelo 3584 de Alitalia, que en la mañana del 17 de noviembre trajo a Perón de regreso al país, luego de más de 17 años de exilio. El 6 de diciembre de 1972, Mugica fue uno de los encargados de organizar la visita de medio centenar de sacerdotes tercermundistas a la casa de Gaspar Campos, en Vicente López, donde el expresidente, junto a su tercera esposa, Isabel Martínez, y su secretario, el esotérico José López Rega, residiría tras su retorno a la Argentina.

ADIÓS Y LAS ARMAS

Con Perón de regreso, Mugica entendió que ya no era tiempo de resistencia armada, que el objetivo del “Luche y vuelve” se había alcanzado. Para 1973, su impronta personal y su participación en los medios lo habían convertido en una celebridad pública. Fue tentado a presentarse como candidato a diputado por la ciudad de Buenos Aires por la Tendencia Peronista. Se lo ofreció Perón. Lo rechazó. Pero aceptó sumarse como asesor ad honorem en el Ministerio de Bienestar Social que, tras el triunfo presidencial de Héctor Cámpora, había quedado en manos de López Rega. Duró pocos meses en el cargo. Las diferencias con el ministro eran insalvables. Mugica quería que la construcción de las villas en barrios obreros estuviese a cargo de la propia organización de los vecinos, de cooperativas creadas por los villeros. López Rega, que fuese realizado por empresas privadas. La relación ya estaba minada. El 28 de agosto, Carlos renunció al Ministerio. Quisieron ensuciarlo con una insustancial denuncia de gastos indebidos en su paso ministerial que se cayó de inmediato. Lo que sí continuaron fueron las amenazas a su domicilio. Una y otra vez. En distintos horarios. Para entonces, Mugica se había distanciado de las organizaciones armadas, de los jóvenes a los que había asesorado espiritualmente, a quienes convocó a “dejar las armas para empuñar el arado”. Con quienes además se enojó públicamente tras el asesinato del líder de la CGT José Ignacio Rucci, el 25 de septiembre de ese año, lo que representó un golpe casi terminal contra Juan Perón, que un par de días antes acababa de ser electo por tercera vez presidente de los argentinos. Mugica se alejó de la Tendencia y comenzó a referenciase en el grupo Lealtad, con el que marchó el 1o de mayo de 1974 en que el General fue enfrentado por Montoneros desde la Plaza de Mayo con cantos contra Isabel y “los gorilas” que había en el Gobierno nacional. Perón los calificó de “imberbes inútiles” y las organizaciones de la Tendencia abandonaron la Plaza.

Tan solo diez más tarde, el lluvioso sábado 11 de mayo, Mugica ofició misa en la iglesia San Francisco Solano del barrio porteño de Villa Luro. Ya había anochecido cuando su amigo Ricardo Capelli lo aguardaba ansioso a la salida de la parroquia junto a María del Carmen Artero de Jurkiewicz porque los esperaban en la 31 a comer un asado; el Drácula, un vecino del barrio, cumplía años.

Carlos se había demorado unos minutos adentro hablando con la gente. Cuando lo vio salir, Capelli avanzó hacia su auto. Un grito de Mugica lo detuvo: “La puta que te parió, hijo de puta”. Lo que siguió fueron detonaciones de una metralla que fusiló al padre Carlos a poca distancia. Cinco disparos. Capelli fue herido por otra descarga desde otro ángulo. Cuatro disparos. Fue como un latigazo seco que lo volteó y al caer vio cómo su amigo cura deslizaba su cuerpo malherido contra la pared.

El expolicía Edwin Duncan Farquharson, alias “el Inglés”, de la Unidad Especial del Ministerio de Bienestar Social, apoyó el operativo en la puerta de la iglesia sobre la calle Zelada. El subfusil Ingram MAC-10 que se descargó sobre Mugica lo empuñó Rodolfo Eduardo Almirón Sena, el esbirro y custodio de López Rega. Un arma similar también disparó Juan Ramón Morales, de la misma banda criminal, que semanas más tarde, el 31 de julio, con el asesinato del abogado Rodolfo Ortega Peña, se conocería públicamente como Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A.

El sacerdote y Capelli fueron trasladados en el Citroën 2 CV de un vecino de la parroquia hasta el hospital Salaberry, en Mataderos.

Poco antes de las 22, las radios daban la noticia: el cura de los pobres, Carlos Mugica, estaba muerto. Lo habían asesinado.

Annalena Tonelli un testimonio cristiano

Hoy estaría cumpliendo 81 años de edad Annalena Tonelli, un encanto de persona, un gran testimonio de vida evangélica! Italiana, conoció la vida de Carlos de Foucauld, y enardecida por una de sus máximas «Gritar el Evangelio con la vida» se lanzó a Somalia, África, dónde permaneció por más de 30 años, sin el apoyo de ninguna congregación o asociación religiosa, sirviendo a los pobres, enfermos y abandonados.. Murió el 5 de setiembre 2003, asesinada por un grupo integrista.. ¡Bendito sea Dios en sus Testigos!

PREGONAR EL EVANGELIO POR MEDIO DE LA VIDA


Las fraternidades ocupan dentro de la Iglesia un lugar muy humilde y
su manera de vivir no debe ser interpretada como una crítica o una
desconsideración hacia otras formas de apostolado reconocidas por la Iglesia.
Sin embargo, el apostolado de los Hermanitos parece responder a una nueva
necesidad de evangelización del mundo, necesidad de la que es oportuno ser
conscientes.
La Humanidad tiene, más que nunca, necesidad de un alma cristiana.
Sin embargo, la eficacia del esfuerzo misional parece apagarse a causa de
nuevas condiciones de vida causadas por la confusión de las situaciones
sociales o internacionales. El desarrollo de los métodos técnicos hasta en los
terrenos sociológico, psicológico o pedagógico, incita a poner en marcha esas
mismas técnicas con miras al apostolado. Por otro lado, los hombres
experimentan una intensa necesidad de unidad, de colaboración, de
emancipación, a fin de evitar las peores catástrofes. Los cristianos se ven
conducidos, por este hecho, a insistir en el apostolado sobre los valores de
justicia, de paz y de amor fraterno. La nostalgia de la unidad impulsa a la
reconciliación a las cristiandades separadas de la Iglesia, avivando en ellas el
deseo de atenuar o de colocar en segundo plano las divergencias doctrinales.
Se abre paso una tendencia general, entre las diversas religiones o teologías, a
considerar las divergencias de fe y las verdades dogmáticas como de menor
importancia frente a la urgencia de unidad de acción a favor de la paz. El
desaliento, el escepticismo empujan a la Humanidad a buscar una salida en el
desarrollo intensivo del bienestar material. La existencia de un mundo
invisible o de un destino ultraterrestre parece despertar mucho menos interés.
Influidos por este clima ambiente, los espíritus más generosos se ponen a
buscar a Cristo a través del acontecimiento, a través de la realización de la
Historia o dentro de un servicio del hombre casi exclusivo. Tales movimientos
seducen el espíritu de los cristianos ávidos de seguir estando, ante todo, muy
presentes en el mundo. Sin embargo, estas espiritualidades en busca de
eficacia y llenas de aspiraciones generosas son difíciles de definir en términos
de verdad objetiva. A través de todo esto, el apostolado de los cristianos,
enriquecido con nuevas perspectivas y con un retorno del sentido comunitario,
corre el riesgo de una tentación permanente: la de descuidar la enseñanza y la
presencia viva de Jesús, de aquel cuyo encuentro constituye el término
obligatorio de toda vida humana, y cuyo retorno entre nosotros sigue siendo el
centro de la historia del mundo y de su transformación última. Comprendemos
mejor, dentro de un contexto semejante, la oportunidad del mensaje del
Hermano Carlos de Jesús invitándonos a un apostolado de testigos y mediante
los pobres medios evangélicos. Esta manera de afirmar la objetividad del
mundo invisible viene a insertarse, a su hora y en su humilde lugar, en el gran
conjunto de la acción apostólica de la Iglesia. Jacques Maritain escribió en
alguna parte: “Existen para la comunidad cristiana, en una época como la
nuestra, dos peligros inversos: el peligro de no buscar la santidad más que en
el desierto y el peligro de olvidar la necesidad del desierto para la santidad”.
Uno de los efectos de la vida de los Hermanitos ¿no es el de ayudar a
la comunidad cristiana a evitar ese doble peligro? No hace falta insistir sobre
las causas, demasiado conocidas dentro del contexto del mundo actual, de este
divorcio entre la vida humana y la realidad transcendente del Reino de Jesús,
que no cesa, sin embargo, de seguir trabajando dentro de la Iglesia y en el
fondo de los corazones. Las fraternidades fieles a su ideal traen dos respuestas
a esta necesidad vital, la de la eficacia de su ejemplo y la de una espiritualidad
apta para mantener una vida contemplativa en medio del mundo. Tal vez no
realizamos suficientemente la importancia vital de un testimonio semejante.
Una de las consecuencias de la vida religiosa de los Hermanitos es
justamente demostrar, realizándola, la posibilidad de llevar una oración
contemplativa auténtica, dentro de las mismas condiciones de vida que los
trabajadores manuales asalariados, que son los que sufren con más rigor las
consecuencias del progreso de la civilización técnica.
El esfuerzo hecho por cada uno de nosotros para permanecer
valerosamente fiel a su unión con Cristo, a pesar de todas las tentaciones, las
pesadeces, las fatigas que le impone la vida de una fraternidad obrera
mezclada con el mundo, repercute en el conjunto de los miembros del Cuerpo
Místico de Jesús. Con Él son todos los trabajadores prisioneros del trabajo
industrial, aminorados por un exceso de cansancio; todos los pobres
acaparados por la inquietud del alimento de cada día, todos aquellos que
disipan las fuerzas de su espíritu y de su conciencia moral en el seno de una
civilización que sólo se ocupa del placer; son todos estos quienes, junto con
los Hermanitos y a través de su oración contemplativa, vuelven a encontrar
algo de la fe en Dios y de la unión con Cristo Una fraternidad fiel a su
vocación de oración dentro de la pobreza y el trabajo puede tener una
influencia insospechada en la vida espiritual de los cristianos que se acercan a
ella o que saben de su existencia. El solo ejemplo de las fraternidades ¿no
contribuyó muchas veces a devolver a seglares, y en ocasiones hasta a
sacerdotes, el sentido de la oración de adoración o el de la presencia de Dios
en su vida?
Lo que casi siempre sorprende en la vida de una fraternidad ferviente
es que unos hombres que podrían “hacer otras cosas” puedan pasar así su
vida, sin actividades interesantes, sin un fin capaz de satisfacer realmente las
aspiraciones legítimas de un hombre normal: este renunciamiento es una señal
que permite a los hombres sospechar la existencia, en el mundo invisible, de
una realidad sobrenatural. Sin la realidad de ese mundo, una tal manera de
vivir es, en efecto, inexplicable.
Sin el ejemplo vivo de las fraternidades, muchos cristianos no habrían
creído posible llegar a una verdadera oración contemplativa dentro de las
condiciones ordinarias de la vida actual y tampoco se hubieran atrevido a
pensar que fuera para ellos una necesidad vital. Son muy numerosos los
testimonios que permiten afirmarlo. Si la enseñanza principal de la vida
religiosa de las fraternidades se apoya sobre la oración eucarística de
adoración, es preciso añadirle, además, el testimonio de pobreza y de amistad
fraternal hacia todos los hombres.
Los Hermanitos más humildemente fieles a su vocación no tienen, sin
duda, conciencia de esta acción apostólica, y es mejor que sea así. Siento
hasta como un cierto malestar al tener que subrayar de esta manera la eficacia
de la vida de una fraternidad generosa. El Padre de Foucauld expresaba todo
esto con palabras sencillas y clásicas cuando decía a los Hermanitos: “Su fin
consiste en dar gloria a Dios conformando su vida con la de Nuestro Señor
Jesús, adorando la Santa Eucaristía y santificando a los pueblos infieles por la
presencia del Santísimo Sacramento, la ofrenda del divino Sacrificio y la
práctica de las virtudes evangélicas”.
En efecto, un contemplativo debe abstenerse de intentar comprobar la
eficacia de su vida misionera; de otro modo arriesgaría destruir su fervor,
porque debe bastarle con que sea para su Dios muy amado. Por lo demás, la
difusión del mensaje de que está encargado no está necesariamente vinculado
a una presencia inmediata. ¿Cómo podría comprobar el resultado de su vida?
Los Hermanitos tienen por vocación permanecer entre los pobres, pero no se
sigue siempre que pueda comprobarse inmediatamente una influencia sobre
este mismo ambiente. Algunos deducirán que su vida no sirve para nada.
¿Para qué vivir así? Ahora bien; puede ser que la influencia bienhechora de
esta fraternidad se deje sentir más allá de los límites del barrio a otros
ambientes, entre las clases más acomodadas, los ambientes de acción católica,
por ejemplo, o hasta entre el clero, influencia tanto más profunda, tal vez,
cuanto que deriva de un testimonio silenciosamente vivido más bien que de
una predicación por medio de la palabra.
Los hermanos recordarán este aspecto de su misión cuando no
comprueben ningún resultado de su presencia. En esto mismo las
fraternidades serán fieles a su fundador: después de varios años de presencia
entre los “harratins” de Beni-Abbés, y más adelante entre los de Tamanrasset,
el Hermano Carlos hubiera podido descorazonarse al no comprobar el menor
progreso en la evangelización de esas poblaciones enteramente próximas con
las que compartía la vida, mientras que su testimonio debería negar en pocos
años a los ambientes más diversos, a una gran distancia y aun hasta las
extremidades del mundo.
El Hermano Carlos de Jesús nos trajo mucho más por medio de su
vida que mediante su enseñanza. No estuvo encargado de enseñar o de
predicar. Sus escritos mismos son menos una enseñanza que la transmisión
viva y directa del ritmo diario de su vida de intimidad con Dios. Sus escritos
no son tan sólo meditaciones, ecos de su vida íntima: son actos.
Cuando escribía que su vocación y la de sus hermanos era la de
“pregonar el Evangelio por medio de su vida”, con esto lo había dicho todo.
RENÉ VOILLAUME, Por los Caminos del Mundo,
(Madrid, 1962, 310- 316

Pablo, simplemente. Testimonio de humanidad necesaria, en el carisma Foucauld

Una persona como Pablo Fontaine Aldunate (13 de junio, 1925 – 3 de febrero, 2024), cura, religioso,
hermano de camino, guía y compañero de tantos y tantas, merecería un gran número de homenajes
de agradecimiento. Simplemente por que lo queremos, simplemente por ser quién fue y vivir cómo
vivió. Este es mi sencillo homenaje para él.
Formador de numerosas generaciones de jóvenes, pastor en cárceles y junto a los pobres, animador
de liderazgos políticos y vinculados al mundo del trabajo, acompañante de enfermos; entre tantas
facetas que Pablo ejerció a lo largo de su longeva vida.
En Pablo se hacía patente una segunda piel, que quienes pudimos compartir, vivir y aprender junto a
él fácilmente podíamos reconocer como el evangelio. Su segunda piel, aquella que iba por fuera, era
el evangelio de Jesús: teñido de compasión, paciencia, escucha y una delicada atención por el otro.
Una permanente inclinación al otro hacía de Pablo una persona tan única como procurada.
Incansable a sus 97 años y ya instalado en Santiago, Pablo continuaba enviando por videos,
mensajes, reflexiones bíblicas y saludos de esperanza a su pueblo en La Unión; dónde desde hoy 5
de febrero descansa su cuerpo. Vale la pena conocer la vida de Pablo y honrar la bondad de alguien
portador de una fina y bella humanidad en estos nuestros días de confuso horizonte.
Son muchas las facetas de Pablo y me parece que vendría bien recordar tres que no por ser más
virtuosas destacaban y hacían de Pablo ser quien era: su humor, su capacidad de escucha y su
testarudo afán misionero. Todo ello lo vivía en una misma presencia. Lo denso era gracioso, lo corto
era eterno, lo suyo era para los demás. No había momento en que no estuviera pensando en la
necesidad del otro, de los presos, de los pobres, de los agentes pastorales, de los migrantes, de los
vecinos en su población El Maitén, de los jóvenes y de los hermanos de congregación. Pablo fue
siempre un hermano, con mayúsculas. Sin distinción ni prejuicios.
Pudiendo haber desarrollado mucho más una vida intelectual, no lo hizo. Una vocación literaria;
tampoco. Aunque esta última no necesitaba de sendas publicaciones, pues se daba naturalmente a
través de su palabra. Pablo entero era una prosa, un cuento y una poesía. Su hablar era ya literatura.
Una exquisita literatura. Y tan llena de humor, de un humor que, sin exagerar, lograba situar en un
plano espiritual. Era una forma alegre y livianamente profunda de tratar los temas que duelen y los
conflictos humanos. Pablo siempre encontraba esa hebra nazarena para unir, encaminar, liberar,
sanar.
Lo anterior, creo, no fue por azar, sino como para otros de su generación (entre ellos Mariano Puga,
Ronaldo Muñoz, el chico Baeza o Pierre Dubois) fue una opción. La opción por los pobres, baluarte
de una teología y mirada eclesial latinoamericana, se hizo carne de modos distintos en quienes la
asumieron tan profunda y generosamente. En Pablo esta tomó el rostro de la escucha atenta y el
servicio humilde, donde enfocó todas sus fuerzas y capacidades.
Sobrellevando sin sobresaltos ni en primeras líneas la honda vinculación entre fe y vida, entre
evangelio y política, entre espíritu y pan; Pablo se hizo literalmente hermano. En ese sentido se
impregnó de la espiritualidad nazarena promovida por Carlos de Foucauld: esperanza en la masa,
evangelio en el corazón del mundo y una vida creyente oculta y de trabajo, mezclada con otros
«como uno más”.

Está la tentación de decir que con Pablo se muere una forma de ser y vivir en Iglesia, a mí me parece
que no. Pablo mismo se reinventó varias veces a lo largo de su vida sabiendo que de eso se trata el
seguimiento de Jesús. Ordenado cura en el preconcilio, militante de la Iglesia de los pobres y con
una postura crítica y cercana al Grupo de los Ochenta, núcleo inicial de Cristianos por el Socialismo,
Pablo nunca perdió la brújula del Evangelio. Su preocupación eran las personas y su respuesta al
rostro herido del otro. “Esa” forma eclesial respondió a un contexto que ya no existe, y Pablo no se
quedó en nostalgias ni mirando tiempos pasados, muy por el contrario, hasta el último día pensaba
en el mañana. Teniendo casi 99 años seguía siendo joven. Anclado en el hoy seguía soñando,
esperando y preguntando. Siempre preguntando. Con Pablo no muere nada, sino que se fortalece
aquello que Jesús defendía en la buena nueva de Lucas: quien ponga la mano en el arado y mire
para atrás no es apto para el reino de Dios.

Pedro Pablo Achondo

Teólogo

https://www.sscc.cl/2024/02/06/pablo-simplemente-testimonio-de-humanidad-necesaria/

El testimonio de Carlos de Foucauld

La canonización de Charles De Foucauld (1858-1916) tuvo lugar en Roma el domingo 15 de mayo. Su vida y su testimonio cristiano indican caminos muy actuales que conviene escuchar y retomar en este tiempo.

En particular, se pueden destacar tres aspectos de su estilo: en primer lugar, la dimensión contemplativa de su vida. Es una contemplación del misterio de Dios por el que se sintió buscado y apresado y que vio un paso decisivo en su conversión en 1886. Desde ese momento comprendió que no podía «hacer otra cosa que vivir para Dios». Percibe la orientación decisiva de su existencia en la dedicación a conocer e imitar a su «amado hermano y Señor Jesús».

En 1902, dirigiéndose a su amigo Gabriel Tourdes, escribió lo siguiente : «Pasé cuatro años como ermitaño en Tierra Santa, viviendo del trabajo de mis manos como JESÚS bajo el nombre de «Hermano Carlos», desconocido por todos. y pobre y gozando profundamente de la oscuridad, del silencio, de la pobreza, de la imitación de JESÚS – la imitación es inseparable del amor, tú lo sabes, quien ama quiere imitar: es el secreto de mi vida: perdí mi corazón por este JESÚS de Nazaret crucificado hace 1900 años y me paso la vida tratando de imitarlo hasta donde mi debilidad puede » .

Es una contemplación que en la necesidad de recogimiento y silencio no aparta la mirada de la vida sino que le lleva a leer la existencia de las personas anónimas y humildes que encuentra en el entorno de los países musulmanes en los que vive.

Es lo que escribe sor Saint-Jean du S.Coeur de Beni-Abbès el 13 de mayo de 1903 : “A todas estas cosas que uno hace, dice, piensa, se dice: Jesús me ve, me ve en este instante de Su vida mortal; como lo hizo, dijo, pensó, en circunstancias similares ¿qué haría, diría, pensaría en mi lugar? Míralo e imítalo. Jesús mismo mostró a sus apóstoles este método tan sencillo de unión con él y de perfección: es incluso la primera palabra que les dijo, a la orilla del Jordán, cuando se le acercaron Andrés y Juan: «Venid y ved», les les dice: Ven, o más bien “Sígueme, ven conmigo, sigue mis pasos; imitadme , haced como yo”; verás, es decir, mírame, mantente en mi presencia, contémplame”.

Una segunda orientación de su vida es precisamente la elección del desierto: es el desierto de Nazaret que vivió en los intensos años trabajando, orando, sumergiéndose en la vida ordinaria y escondida de Jesús en la casa de Nazaret. Nazaret para Carlos significa vivir en plenitud la vida cotidiana, los gestos sencillos y ordinarios como experiencia de compartir la vida de Jesús. En las notas de su primer retiro en la cabaña del jardín de las Clarisas de Nazaret en noviembre de 1897, escribe: «Él fue descendió con ellos, y fue a Nazaret, y estuvo sujeto a ellos.” Bajó , se hundió, se humilló… era una vida de humildad : Dios, parecías hombre; hombre, eras el más pequeño de los hombres: era una vida de abyección, descendiste al último de los últimos lugares; tú bajaste con ellos , a vivir allí su vida, la vida de los pobres trabajadores, viviendo de su trabajo; vuestra vida fue como su pobreza y su fatiga ; ellos eran oscuros, tú vivías a la sombra de sus tinieblas ; fuiste a Nazaret , una pequeña ciudad perdida, escondida en las montañas, de la que «no salió nada bueno», decían» (6 de noviembre de 1897). Es la opción de Nazaret y al mismo tiempo la opción de compartir la vida de los pobres.

Una tercera gran intuición que guió la vida de Carlos y que hoy es un importante legado es la elección de ser hermano, la decisión de orientar su vida hacia el estar con el otro, liberándose de cualquier pretensión de hegemonía, asumiendo el estilo de Jesús. en el desierto testimoniaba una disponibilidad al encuentro que venía de la experiencia de un Dios bueno que nos pide vivir en fraternidad. El 30 de junio de 1903 en una carta al Padre Charles Guérin desde Beni Abbès, escribe: «No puedo hacer nada mejor por esta salvación de las almas que es nuestra vidaaquí abajo, como fue la vida de JESÚS «Salvador», que ir y llevar a otros lugares, al mayor número posible, la semilla de la doctrina divina -sin predicar sino conversando- y sobre todo ir a preparar, comenzar la evangelización de los tuaregs, estableciéndome entre ellos, aprendiendo su lengua, traduciendo el santo Evangelio, poniéndome en relaciones lo más amistosas posibles con ellos…”.

El mensaje de una fraternidad que se construye aprendiendo la lengua del otro, conviviendo, ofreciendo gestos de amistad y haciendo crecer la escucha y el encuentro, es un estilo muy diferente al de los proyectos y organizaciones de evangelización y sigue siendo hoy un claro indicio de un modo de vivir la evangelio.

Charles pretende ser un hermano universal y en este deseo funda el lugar donde vive como casa de fraternidad. El 7 de enero de 1902 escribe a su prima Marie de Bondy de Beni-Abbès: “mi casita se llama “la fraternidad del Sagrado Corazón de Jesús”… Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes y judíos y idólatras, a mirarme como lo hacen hermano universal … Empiezan a llamar a la casa “la fraternidad” (el khaoua en árabe), y esto es dulce para mí…”.

Ser hermano universal, construir casas de fraternidad, vivir el apostolado del diálogo y la cercanía, del contacto cara a cara, cultivar la amistad y acoger la bondad como Aquila y Priscila (ese era el ejemplo al que se refería), son caminos abiertos para todo para caminar en este tiempo.

Alessandro Cortesi op