Annalena Tonelli, un testimonio evangélico que pone los pelos de punta

Lo único que realmente cuenta en la vida es amar» - La Civiltà Cattolica

El 6 de octubre, en Boorama, pequeña ciudad de Somalia, Annalena Tonelli recibió un disparo en la cabeza. Murió desangrada en el hospital que había fundado siete años antes. Tenía 60 años y llevaba 33 en África. Quién era y qué hacía en Somalia lo cuenta en un testimonio que dio en diciembre de 2001 en una conferencia celebrada en el Vaticano:

«Dejé Italia en enero de 1969. Desde entonces he vivido al servicio de los somalíes. Han sido treinta años de compartir. Elegí ser para los demás – los pobres, los que sufren, los abandonados, los que no son amados –, fui niña y así he sido, y confío en que lo seguiré siendo hasta el final de mi vida. He querido seguir a Jesús: pobre con los pobres, con los que mi día a día está lleno.

«Vivo en servicio, sin la seguridad de una orden religiosa, sin pertenecer a ninguna organización, sin sueldo, sin cotizar para cuando sea vieja. Dejé Italia tras seis años de servicio a los pobres en uno de los barrios pobres de mi ciudad natal [Forlì]. Pensé que no podría entregarme completamente a los pobres quedándome en mi país. […] Los límites de mi acción me parecían tan estrechos, tan asfixiantes. Treinta y tres años después estoy gritando el Evangelio sólo con mi vida y ardo en deseos de seguir gritándolo así, hasta el final. Esta es mi pasión subyacente, junto con una pasión invencible por el hombre herido y disminuido sin haberlo merecido, más allá de la raza, la cultura, la fe.

«Intento vivir con un respeto extremo por «ellos», que el Señor me ha dado. He asumido en la medida de lo posible su estilo de vida. Llevo una vida muy sobria en vivienda, alimentación, medios de transporte, vestimenta. He renunciado espontáneamente a los hábitos occidentales. He buscado el diálogo con todos.

«Vivo en un mundo estrictamente musulmán. He vivido los últimos cinco años en Boorama, en el extremo noroeste del país, en la frontera con Etiopía y Yibuti. Allí no hay ningún cristiano con el que pueda compartir. Dos veces al año, en Navidad y en Pascua, el obispo de Yibuti viene a decir misa por mí y conmigo. Hoy muchos de los somalíes que tenían reparos contra mí me han aceptado y se han convertido en mis amigos. Hoy saben que estuve dispuesta a dar la vida por ellos, que arriesgué mi vida por ellos.

«Mi primer amor fueron los enfermos de tuberculosis, las personas más abandonadas, más rechazadas de ese mundo. Estaba en Wajir, en el corazón del desierto del noreste de Kenia, cuando conocí a los primeros enfermos y me enamoré de ellos, y fue un amor a la vida. No sabía nada de medicina. Empecé a llevarles agua de lluvia que recogía de los tejados de la hermosa casa que el gobierno me había regalado como profesora. Me saludaban con la cabeza, aparentemente molestos por la torpeza de aquella joven blanca. Todo estaba en mi contra. Era joven y, por tanto, no merecía ser escuchada ni respetada. Era blanca y, por tanto, despreciada por esa raza que se considera superior a todas. Era cristiana y por lo tanto despreciada, rechazada, temida. Estaban convencidos de que había ido a Wajir a hacer proselitismo. Y además no estaba casada, un absurdo en ese mundo, donde el celibato no existe y no es un valor para nadie, de hecho es un no-valor.

«Treinta años después, por no estar casada, me siguen mirando con compasión y desprecio en todo el mundo somalí que no me conoce bien. Sólo los que me conocen bien dicen que soy tan somalí como ellos y que soy una verdadera madre para todos aquellos a los que he salvado, curado, ayudado, pasando por alto la realidad de que no soy ni seré nunca una madre natural.

Annalena Tonelli (Forlì, 2 de abril de 1943 – BooramaSomalia, 5 de octubre de 2003) fue una misionera católica italiana. Trabajó durante 33 años en África, tratando enfermedades como la tuberculosis y el HIV, realizando campañas en contra de la mutilación de los genitales femeninos y en escuelas especiales para niños de diferentes capacidades. En junio de 2003, Annalena ganó el Premio Nansen, que es entregado anualmente por ANCUR, en reconocimiento al servicio que ella brindó a los refugiados. Anna fue asesinada en su hospital por un somalí armado, perteneciente al AIAI.[1][2][3]

Biografía

Annalena Tonelli nació en 1943 en Forlí, Emilia Romagna, provincia de Italia. Se graduó en Leyes en la Universidad. Después de «seis años de servicio a gente pobre de los suburbios, chicos huérfanos, enfermos mentales o chicos abusados» de su ciudad, en 1969, la Annalena de 25 años viajó a África apoyando al Comité Contra el Hambre Mundial de Forlí, que ella había ayudado a que empezara.

Al principio, ella trabajó como una profesora de secundaria en Wajir, un región semi-desierta en el Noreste de Kenia, habitado por personas nómadas de origen somalí. El pésimo estado de salud de la comunidad local, llevó a Anna a estudiar medicina. Ella estaba calificada en Kenia para tratar la tuberculosis, en el Reino Unido para la Salud Pública, y en España para la lepra.

Ya en 1976, Annalena se hizo responsable en un proyecto piloto para tratar la tuberculosis en las personas nómadas. Entonces, Annalena invitó a los pacientes con tuberculosis al Centro de Rehabilitación para el Discapacitado, que ella, junto a otras voluntarias, estaba abriendo para tratar a enfermos de poliomielitis, ciegos, sordomudos y personas con otras discapacidades. Este enfoque garantizó que varios pacientes tomen el tratamiento, junto a una terapia de seis meses, que fue adoptada por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En 1984, tras diversos enfrentamientos entre clanes, la armada de Kenia inició una campaña represiva contra los clanes somalíes en la zona de Wajir. La denuncia pública por parte de Annalena ayudó a detener los asesinatos. Arrestada y puesta frente a una corte marcial, se le dijo que el hecho de que haya escapado a dos emboscadas no era una garantía que sobreviviría a una tercera, y fue forzada a abandonar Kenia.

Annalena Tonelli viajó a Somalía, primero a Merca, y luego a Borama. Aquí, su trabajo incluyó: Un hospital de 250 camas, una Escuela de Educación Especial (con 263 estudiantes) para niños discapacitados (única escuela de estas características en todo Somalía), un programa para la erradicación de la mutilación genital femenina, cura y prevención del HIV Sida y auxilio a marginados, huérfanos y gente pobre.

En octubre del 2003, Annalena fue asesinada en el hospital contra la tuberculosis que ella había abierto en Borama, por un hombre armado, perteneciente al AIAI. Dos semanas después del asesinato de Anna, Dick y Enid Eyeington, fueron asesinados en su departamento de la Escuela Secundaria de Auxilio Sheikh, en la región de Sheikh, por la misma célula terrorista. Los asesinos fueron arrestados en 2004, enjuiciados y condenados a muerte por una corte local.

«El africano es religioso por esencia; Europa ha perdido esa noción por creerse dueña de la vida»

Entrevista a Paco Ostos, misionero en el Congo durante 52 años

El granadino Paco Ostos lleva más de medio siglo en la frontera más viva de la Iglesia: África. Allí ha visto levantarse a un pueblo que sufre, pero cree. Una promesa juvenil fue suficiente para cambiar su historia… y la de miles de personas

María Rabell García
María Rabell GarcíaCorresponsal en Roma y El Vaticano

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Tenía 15 años cuando Paco Ostos (1949), natural de Granada, escuchó por la radio una noticia que le cambió la vida: seis misioneros y cuatro religiosas habían sido asesinados en el Congo por los rebeldes simbas. Él, postrado en la cama por una lesión deportiva, no conocía aún su futuro. «Señor, si tú lo deseas, un día yo reemplazaré a uno de esos misioneros», murmuró entonces sin imaginar que esa promesa marcaría su vocación de vida.

Años después, tras una sólida formación entre Sevilla, Madrid, Estrasburgo y Suiza, entró en los Misioneros de África (Padres Blancos) una congregación que trabaja pequeñas comunidades de tres miembros para anunciar el Evangelio. Ordenado sacerdote en 1977, llegó finalmente al Congo. Allí lo esperaba una misión que llevaba más de una década cerrada: la misma de Aba, donde aquellos mártires habían derramado su sangre. En ese momento se acordó de lo que le dijo al Señor aquel 27 de noviembre.

Desde entonces han pasado más de cincuenta años. Medio siglo en el corazón de África: evangelizando, construyendo escuelas, hospitales y orfanatos y levantando una universidad donde ya se forman ingenieros, médicos veterinarios, economistas y maestros. Paco Ostos ha visto crecer a la Iglesia donde más florece hoy: en un Continente que sufre y espera, pero cree. Y donde él sin pretenderlo cumplió la palabra que de adolescente hizo a Dios.

–Lleva más de medio siglo entregado a la misión en África. ¿Dónde y cuándo empezó ese camino?

–Mi vocación comenzó cuando tenía 15 años. Estaba estudiando el bachillerato y haciendo deporte. Tuve una caída que me obligó a estar en cama durante un mes por una fisura de peroné, que entonces no se podía tratar de otra forma. Un 27 de noviembre escuché en Radio Nacional una noticia: habían matado a seis Padres Blancos en la misión de Aba, al noreste del Congo Belga, cerca de la frontera con Sudán.

Yo tenía 15 años y dije: «Señor, si tú quieres, un día yo reemplazaré a uno de estos mártires». Luego lo olvidé. Yo cumplía religiosamente, pero no mucho más. Cuando terminé el bachiller, el párroco me fue orientando porque yo quería hacer algo grande en la vida para ayudar a los demás. Y me fui acercando a los Padres Blancos, a quienes ni siquiera conocía. Poco a poco fui progresando y diez años después me ordenaron sacerdote.

Me preguntaron a qué país africano quería ir y había que indicar tres destinos por orden de preferencia. Yo puse en primer lugar el Congo (entonces llamado Zaire). Y cuando llegué, el provincial me comunicó que habían decidido reabrir una misión cerrada desde 1964, cuando asesinaron a los seis misioneros que trabajaban allí. Así que me nombraron para Aba. Fíjese: reemplazaba a uno de aquellos mártires a los que yo había dicho de niño: «Si tú quieres…». Llegué en 1973 y, desde entonces, aquí estoy. Solo estuve fuera de 2014 a 2018.

Con los niños huerfanos  de la diocesis
Con los niños del Orfanato Virgen de la Capilla, en la parroquia de San Idelfonso, financiaron el proyecto)

Durante once años, de 2003 a 2014, fui nombrado por el obispo como ecónomo general de la diócesis de Mahagi-Nioka. Cuando nombró a un sacerdote diocesano para sustituirme, pensé que lo mejor era alejarme para dejarle trabajar libremente. Los Misioneros de África me propusieron ir como administrador de la obra de los Padres Blancos en México. Allí estuve hasta 2018.

Ese año me pidieron volver al Congo, pero ya no para la diócesis, sino para el grupo de los Padres Blancos de la provincia. Estuve tres años y, al terminar el mandato, me nombraron provincial de Ituri, y en eso estoy ahora, ya terminando mi último año, porque son dos mandatos de tres años.

África lidera las estadísticas

–Evangelizar en un territorio tan amplio y distinto de Europa debe ser todo un reto…

–La formación ya nos prepara para esto. Estudié un año de sociología en el Instituto Social León XIII, en Madrid; luego el noviciado en Friburgo, en Suiza; y la teología en la Universidad Estrasburgo. Nos formaban para trabajar con otras religiones, otros pueblos y mentalidades. Vivíamos en un ambiente internacional, lo cual ayuda a adaptarte.

Lo que más me gustó de los Padres Blancos es que siempre trabajamos en comunidad, no individualmente, y en comunidades internacionales, interculturales e interraciales. Esto me ayudó a no querer transportar mi cultura religiosa andaluza a otros pueblos, sino quedarme con lo esencial de la fe: el Evangelio de Jesucristo, teniéndolo que vivir en una estructura cultural diferente, sin llevarle lo mío propio que es valido para mi pero no necesariamente para los demás. Eso me ayudó siempre.

–De hecho, el Evangelio ha arraigado profundamente: según las estadísticas más recientes, África es el Continente donde más crecen el número de bautizados, vocaciones, práctica religiosa…

–El africano es esencialmente religioso. En Europa hemos perdido esa noción, quizá por el orgullo de creer que controlamos la vida. Aquí saben que el único que puede sacarles del sufrimiento es Dios.

También han visto que los misioneros no hemos venido a imponer nada, sino a servir y a acompañar, respetándolos. Mientras los líderes políticos muchas veces no respetan a su propio pueblo, la Iglesia se ha convertido para muchos en un oasis de paz donde saben que son escuchados y valorados.

Paco Ostos con jóvenes de la Universidad Lago Alberto (UNILAC)
Paco Ostos con jóvenes de la Universidad Lago Alberto (UNILAC)

Han descubierto que Cristo les ha traído algo más que su propia religión, que con frecuencia les infundía miedo ante castigos y espíritus. Lo han acogido libremente, sin imposiciones, y por eso la fe ha crecido auténticamente. De ahí que los seminarios estén llenos.

En Europa, en cambio, predomina el individualismo. Aquí siendo un pueblo necesitado se ayudan unos a otros, como antiguamente en España, donde las familias numerosas se sostenían mutuamente. Hoy en Europa cada uno va más a lo suyo. En África saben que solo se puede salir adelante juntos y confiando en Dios.

Una fe que libera del miedo

–Impresiona esa confianza, sobre todo en un pueblo que sigue viviendo la persecución y violencia por su fe…

–Los cristianos africanos han recibido un bautismo que es más que un barniz superficial. Es una fe profunda, una confianza en Dios que les libera de los miedos. Tenemos varios ejemplos en el Congo: la beata Marie-Clémentine Anuarite Nengapeta, el laico carmelita beato Isidoro Bakanja o santa Josephine Bakhita y otros hoy día que son auténticos testigos de Jesús. Cuando se tiene esa fe, al que profesa otras creencias no se le tiene miedo.

Yo llegué pensando que venía a evangelizar África y ahora son ellos los que están evangelizando Europa. Esperemos que con su testimonio, Europa recupere la conciencia de que la vida no es solo tener y dominar, sino que es ante todo compartir, fraternizar, respetar y ser solidarios, y no ir cada cual a lo suyo pisoteando a quienes se interponen en sus ambiciones egoístas.

Europa tiene que cambiar de óptica: será menos envidiosa e inhumana cuando aprenda a convivir compartiendo y recuperando la alegría de ser personas. Entonces no nos quejaríamos tanto de lo mucho que tenemos, sino que viviríamos con un espíritu agradecido.

–Háblenos de los numerosos proyectos que han ido surgiendo allí: el orfanato, la universidad… y, entre tanto, colegios, ambulatorios y tantas otras obras repartidas por toda la diócesis.

–Aquí trabajamos con comunidades de base. Los proyectos no vienen de nosotros, sino de ellos: un puente para que los niños puedan ir a la escuela, una captación de agua limpia, ampliar una escuela, un centro de maternidad, un dispensario… Ellos reflexionan sobre como vivir con mas dignidad como consecuencia de su bautismo. Nosotros les acompañamos. Pedimos ayudas a organismos como Manos Unidas, Ayuda a la Iglesia Necesitada, Cáritas, Obras Misionales Pontificias… Siempre con una contribución local mínima del 25%. Ellos se implican.

Por contactos y también gracias a la generosidad del pueblo español, y también el Fondo Nueva Evangelización de la Conferencia Episcopal Española, todos los proyectos se han realizado: escuelas, internados, hospitales, centros de salud, orfanatos… Además tenemos la Universidad del Lago Alberto. Gracias al contacto con la Universidad Politécnica de Madrid y otros organismos, ya han salido promociones de Ingeniería Agrónoma, Ingeniería Civil, Medicina Veterinaria, Economía, Derecho y Ciencias de la Educación. Los proyectos funcionan porque ellos mismos los gestionan, con comisiones locales. Unos salen mejor, otros peor, pero la mayoría funciona muy bien.

–¿Planes de volver a España?

–Por el momento solo tengo 76 años y buena salud. Lo que hago en el Congo no es un castigo sino todo lo contrario. Ser un misionero al servicio de Dios y de la Iglesia es un honor que no merezco, pero mientras Dios me aguante y otros hermanos me soporten aquí estamos.

Fuente: https://www.eldebate.com/religion/iglesia/20251108/africano-religioso-esencia-europa-perdido-nocion-creerse-duena-vida_352019.html

Celebración de todos los santos

CONSOL MUÑOZ, franciscana misionera

Esta semana tendremos la celebración de Todos los Santos. Y ese día veneramos a todos los “santos” que no tienen fecha propia en el calendario litúrgico, y que disfrutan ya de la bienaventuranza del cielo.

Había un gran deseo, entre los cristianos, de honrar la gran cantidad de mártires que murieron, especialmente durante la persecución del emperador Diocleciano (284-305), la más cruel y prolongada de la historia. Y, por otra parte, no había días suficientes al año para conmemorar cada uno de ellos, aparte de que muchos mártires murieron en grupos. Entonces se vio que lo apropiado era establecer una fiesta común para todos.

A partir de la segunda mitad del siglo IV el calendario de Nicomedia anunciaba para el viernes de la octava de Pentecostés la fiesta «de todos los santos confesores». En Roma el papa Bonifacio IV dedicó, a principios del siglo VII, el Panteón en honor de “santa María y todos los santos mártires”, y su fiesta se celebró, durante mucho tiempo, el 13 de mayo.

Más tarde, el papa Gregorio III consagró una capilla a la basílica de San Pedro dedicada a todos los santos, fijando la celebración para el día 1 de noviembre. El papa Gregorio IV, en 835, extendió la celebración de todos santos, el 1 de noviembre, a toda la Iglesia Universal. Quiso que todo el mundo cristiano honrara a todos los santos del cielo en dicha fecha.

La comunión con todos los santos nos lleva a agradecer la intercesión que, para nosotros, hacen delante del Señor. Ellos ya han llegado a la patria celeste y disfrutan de la presencia de Dios, pero sin olvidar a quienes, aún, peregrinamos en este mundo. Se refiere al himno del oficio de lectura de la fiesta de Todos los Santos; y una estrofa canta: “Desde el cielo nos llega cercana su presencia y luz guiadora: nos invitan, nos llaman ahora, compañeros seremos mañana.”

Las familias religiosas tenemos incluida, en nuestros respectivos calendarios litúrgicos, la festividad de Todos los Santos. En el caso de la familia franciscana, la celebramos el día 29 de noviembre, fecha de la aprobación de la Regla de los Hermanos Menores, por el papa Honorio III, el 29 de noviembre de 1223.

Por tanto, es una fiesta en la que conmemoramos tantos santos y santas de todas las épocas, de todas las capas sociales, de todas las culturas, que han iluminado con luz propia la santidad de la Iglesia. Una muchedumbre que ha vivido el seguimiento de Jesús y su evangelio de forma radical.


Conmemoración Ecuménica de los Mártires Cristianos Modernos

La iniciativa surge del Dicasterio para las Causas de los Santos y su Comisión para los Nuevos Mártires-Testigos de la Fe, organismo creado por el Papa Francisco en 2023 para documentar y preservar la memoria de los mártires contemporáneos

El 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, el Papa León XIV presidirá una solemne liturgia en la Basílica de San Pablo Extramuros para recordar a quienes, en este siglo, dieron su vida por Cristo. El evento, titulado «Conmemoración Ecuménica de los Mártires y Testigos de la Fe del Siglo XXI», pretende ser no solo un acto de memoria, sino también un signo de unidad entre las tradiciones cristianas. La iniciativa surge del Dicasterio para las Causas de los Santos y su Comisión para los Nuevos Mártires-Testigos de la Fe, organismo creado por el Papa Francisco en 2023 para documentar y preservar la memoria de los mártires contemporáneos. Su mandato trasciende el catolicismo y refleja una visión del martirio que trasciende las fronteras confesionales. El cardenal Kurt Koch, jefe del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, recordó a los participantes de una reciente reunión ecuménica que la sangre de los mártires se ha considerado desde hace mucho tiempo un factor de unión entre los cristianos. «La Iglesia», afirmó, «ya es una en la sangre de sus mártires».

El arzobispo Fabio Fabene, presidente de la Comisión, subrayó en rueda de prensa que la investigación que dio origen a esta conmemoración abarcó a cristianos de todas las confesiones. «La vitalidad del bautismo une a todos los que dieron su vida», explicó, invocando la expresión «ecumenismo de sangre», frecuentemente utilizada por san Juan Pablo II. Añadió que el papa León XIV espera que estas vidas «se conviertan en semillas de paz, reconciliación, fraternidad y amor».

Andrea Riccardi, vicepresidente de la Comisión y fundador de la Comunidad de San Egidio, trazó un mapa del martirio moderno: cristianos asesinados por cárteles de la droga y bandas criminales en América; Misioneros asesinados en África, especialmente en regiones azotadas por la violencia yihadista; víctimas de conflictos sectarios en Oriente Medio y el Norte de África; y fieles abatidos durante los atentados de Pascua de 2019 en Sri Lanka. Según Riccardi, África subsahariana sigue siendo «el continente donde mueren más cristianos que en ningún otro lugar».

«Los cristianos siguen muriendo en todo el mundo», afirmó Riccardi. «Las circunstancias varían, pero su testimonio es constante: viven y mueren por amor a Dios y al prójimo, ofreciendo el Evangelio con libertad y convicción». La conmemoración se realizará mediante una Liturgia de la Palabra, presidida por el Papa León XIV junto a representantes de 24 comunidades cristianas. El programa incluye la lectura de testimonios de varios mártires, permitiendo que sus voces resuenen a través de su sacrificio. Monseñor Marco Gnavi, secretario de la Comisión, explicó que la liturgia está diseñada para expandir la memoria y promover el diálogo entre diversas tradiciones.

“Estar juntos mientras los mártires hablan a través de su muerte es un inmenso estímulo hacia la unidad, tanto entre los cristianos como dentro de la familia humana en general”, afirmó. El evento recuerda un precedente establecido en el Jubileo del Año 2000, cuando Juan Pablo II presidió un servicio ecuménico en el Coliseo en honor a los mártires del siglo XX. Este nuevo memorial extiende ese gesto al siglo XXI, dejando claro que el martirio, considerado una reliquia de la Iglesia primitiva, es una realidad acuciante y contemporánea. Al honrar a estos testigos, el Vaticano busca subrayar una paradoja: las divisiones entre los cristianos siguen sin resolverse, pero los mártires ya dan testimonio de una unidad escrita no en documentos ni diálogos, sino en sangre. ZENIT – Espanol

La muerte del hermano Roger: ¿Por qué?



En muchos de los mensajes que recibimos el año pasado se comparaba la muerte del hermano Roger con las de Martin Luther King, Monseñor Romero o Gandhi. Con todo, no se puede negar que hubo una diferencia. Estos últimos se encontraban involucrados en un combate de origen político, ideológico, y fueron asesinados por sus adversarios, que no podían soportar sus opiniones ni su influencia.

Algunos dirán que es inútil buscar una explicación al asesinato del hermano Roger. El mal frustra siempre toda explicación. Un justo del Antiguo Testamento decía que lo odiaban «sin razón», y San Juan puso semejante afirmación en boca de Jesús: «Me odiaron sin causa».

Sin embargo, tratando al hermano Roger, hay un aspecto de su personalidad que me llamó siempre la atención, y me pregunto si ello no explica por qué fue agredido. El hermano Roger era un inocente. No porque no hubiera faltas en él. El inocente es alguien para quien las cosas son más evidentes e inmediatas que para los demás. Para el inocente la verdad es evidente. No depende de razonamientos. El hermano Roger la «veía», por así decirlo, y le costaba darse cuenta de que otros tuvieran una manera más laboriosa de ver las cosas. Para él, lo que él decía era simple y claro, y se asombraba de que otros no lo percibieran así. Se comprende fácilmente que, a menudo, el hermano Roger se encontrara desarmado o se sintiera vulnerable. No obstante, su inocencia, en general, no tenía nada de ingenuo. Para él, lo real no tiene la misma opacidad que para el resto. Él «veía a través».

Tomaré el ejemplo de la unidad de los cristianos. Para el hermano Roger era evidente que si esta unidad era querida por Cristo, tenía que poder ser vivida sin demora. Los argumentos que se le oponían tuvieron que parecerle artificiales. Para él, la unidad de los cristianos era ante todo una cuestión de reconciliación. Y en el fondo tenía razón, ya que nosotros, por el contrario, muy pocas veces nos preguntamos si estamos dispuestos a pagar el precio de la unidad. Una reconciliación que no nos afectara en nuestra propia carne, ¿merece llevar tal nombre?

Decían de él que no tenía un pensamiento teológico. Pero, ¿acaso no veía él mucho más claro que aquellos que decían eso? Los cristianos, desde hace siglos, han tenido la necesidad de justificar sus divisiones aumentando artificialmente lo que les oponía. Sin darse cuenta entraron en un proceso de rivalidad y la evidencia de dicho fenómeno se les ha ido de las manos. No han podido «ver a través». La unidad les parecía imposible.

El hermano Roger era un hombre realista. Tenía en cuenta aquello que quedaría irrealizable, sobre todo desde el punto de vista institucional. Pero él no podía detenerse en ello. Esa inocencia le daba una fuerza persuasiva muy particular, una especie de dulzura que no se daba nunca por vencida. Hasta el fin, vio la unidad de los cristianos como una cuestión de reconciliación. Y la reconciliación es un camino que cada cristiano puede hacer. Si todos lo realizaran de verdad, la unidad estaría muy cerca.

Había otro aspecto de esa manera de ver del hermano Roger en el cual se podía palpar todavía mejor su personalidad en toda su radicalidad: todo aquello que podía sembrar una duda sobre el amor de Dios le era insoportable. Aquí tocamos el tema de la comprensión inmediata de las cosas de Dios. No era un rechazo a reflexionar, sino que sentía muy fuerte en sí mismo que un cierto lenguaje que se considera correcto, por ejemplo sobre el amor de Dios, podría, en realidad, oscurecer lo que personas no prevenidas esperaban de este amor.

Si el hermano Roger insistió tanto sobre la bondad profunda de cada ser humano, habría que verlo con la misma óptica. No se hacía ilusiones acerca del mal. Por naturaleza, era más bien vulnerable. Pero tenía la certeza de que si Dios ama y perdona, significa que rechaza volver sobre el mal. Todo perdón verdadero despierta el fondo del corazón humano, este fondo que está hecho para la bondad.

Esta insistencia sobre la bondad impresionaba a Paul Ricoeur. Nos dijo un día en Taizé que era ahí donde él veía el sentido de la religión: «Liberar el fondo de bondad de los hombres, ir allí donde está totalmente oculta». En el pasado, algunas predicaciones cristianas recalcaban constantemente que la naturaleza humana era fundamentalmente mala. Se hacía para garantizar la pura gratuidad del perdón. Pero dicha prédica llevó a que mucha gente se alejara de la fe, incluso si escuchaban hablar del amor, tenían la impresión de que ese amor tenía reservas y que el perdón que se anunciaba no era total.

Lo más precioso de la herencia del hermano Roger se encuentra, quizás ahí: ese sentido del amor y del perdón, dos realidades que eran evidentes para él y que captaba con una inmediatez que, a menudo, se nos escapaba. En este campo era verdaderamente el inocente, siempre sencillo, desarmado, leyendo en el corazón de los demás, capaz de una extrema confianza. Su bellísima mirada lo transparentaba. Si él se sentía tan a gusto con los niños, era porque ellos vivían las cosas con la misma inmediatez; ellos no pueden protegerse ni pueden creer en algo que es complicado; sus corazones van directo hacia lo que les conmueve.

La duda no estaba jamás ausente en el hermano Roger. Por eso le gustaba tanto la frase: «¡No dejes que me hablen mis tinieblas!» Porque las tinieblas son las insinuaciones de la duda. Pero esta duda no tapaba la evidencia con la que él sentía el amor de Dios. Quizás, la duda, reclamaba un lenguaje que no dejase convivir ninguna ambigüedad. La evidencia de la que hablo no se sitúa a nivel intelectual, sino más profundamente, a nivel del corazón. Y, como todo lo que no puede ser protegido por fuertes razonamientos o certezas bien construidas, esta evidencia era necesariamente frágil.

En los evangelios, la simplicidad de Jesús incomoda. Algunos de los que le escuchaban se sentían cuestionados. Era como si los pensamientos de sus corazones hubieran sido develados. El lenguaje claro de Jesús y su manera de leer los corazones constituía, para ellos, una amenaza. Un hombre que no se deja atrapar por los conflictos aparece como peligroso para algunos. Este hombre fascina, pero la fascinación puede volverse fácilmente hostilidad.

El hermano Roger fascinó ciertamente por su inocencia, por su percepción de inmediatez, por su mirada. Creo que él vio en los ojos de algunos que la fascinación podía transformarse en desconfianza o en agresividad. Para alguien que lleva sobre sí mismo conflictos irresolubles, su inocencia debió volverse insoportable. No bastaba con insultar a este inocente. Hacia falta eliminarlo. El doctor Bernard de Senarclens escribió: «Si la luz es demasiado viva, y pienso que la que emanaba el hermano Roger podía encandilar, no siempre es fácil soportarla. Entonces no queda otra solución que apagar esa fuente luminosa suprimiéndola.»

Quise escribir esta reflexión porque me permite sacar a la luz un aspecto de la unidad de la vida del hermano Roger. Su muerte ha sellado misteriosamente lo que él siempre fue. Porque no lo mataron por una causa que él defendía. Lo mataron por lo que era.

Hermano François, de Taizé

EL OBISPO QUE DESAFIÓ A HITLER


Denunció la eutanasia nazi y arriesgó su vida para encender la esperanza en una Alemania silenciada

Clemens August von Galen tuvo la tremenda valentía de elevar su voz y pedir justicia por los indefensos desde el púlpito, sin temor a represalias. Su sermón del 3 de agosto de 1941 inspiró a quienes querían rebelarse contra el feroz régimen, como los estudiantes universitarios conocidos como La rosa blanca. Por qué no lo mataron y su beatificación

Por Alberto Amato

Von Galen era hijo deVon Galen era hijo de un conde y se educó en una escuela jesuita

Le plantó cara a Adolfo Hitler con la misma fuerza y la misma fe, porque era un hombre de fe, con la que lo había apoyado. Era un patriota alemán pero era, ante todo, un sacerdote en los difíciles años del ascenso nazi, de la llegada al poder de Hitler y del inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Tal vez, en aquellos días tormentosos, alguien haya pensado que Clemens August Graf von Galen, obispo de Münster, una ciudad del oeste alemán con su catedral de San Pablo del siglo XIII, era nazi. Había dado la bienvenida a la invasión alemana a la Unión Soviética en junio de 1941, porque era un ferviente anticomunista y un feroz antiestalinista, ferocidad a la que le sobraban motivos; desde el triunfo de la Revolución Rusa en 1917, y en especial bajo el régimen de José Stalin, la mayor parte de los obispos católicos de la URSS habían sido asesinados, deportados, o habían optado por huir. Cuando los alemanes entraron en la vasta Rusia, el obispo von Galen saludó como “un hecho positivo” aquella jugada arriesgada, sería fatal, del régimen nazi.

Pero von Galen no era nazi. Era un tipo singular, tal vez mal llevado, férreo en sus convicciones, áspero, indócil y rudo cuando era necesario: sólo se arrodillaba ante Dios. Cuando era chico, lejos de ser un estudiante ejemplar, uno de sus profesores jesuitas, en cuatro trazos y en una carta a sus padres, lo había retratado con asombrosa fidelidad: “La infalibilidad es el principal problema de Clemens, quien bajo ninguna circunstancia admitirá que pueda estar equivocado. Siempre están mal sus profesores y sus educadores”.

Lejos de coincidir con el nazismo, aunque aplaudiera la invasión a Rusia, el obispo Galen estaba alerta y preocupado por dos rigurosos caminos que había trazado el nazismo: el enfrentamiento del régimen con el cristianismo, y la instrumentación de un plan de eutanasia, conocido como “Aktion T4”, que eliminaba a enfermos mentales, incapacitados y a toda otra persona a la que el nazismo considerara imposible que viviera “una vida digna”. El 3 de agosto de 1941, hace ochenta y cuatro años, von Galen dio un incendiario sermón contra la eutanasia, atacó a la Gestapo y a las SS, encargadas ambas del plan criminal de Hitler y rompió con el régimen al que había aplaudido. Ese grito aislado y decidido le auguró una condena a muerte que nunca llegó, y encendió a la vez la llama de la esperanza para quienes querían rebelarse contra Hitler: el sermón de von Galen fue el primer documento emitido por el grupo de estudiantes universitarios conocidos como “La Rosa Blanca”, de corta vida y trágico final.El obispo había dado laEl obispo había dado la bienvenida a la invasión a la Unión Soviética en junio de 1941, porque era un ferviente anticomunista y un feroz antiestalinista, pero nunca fue nazi (EFE/ARCHIVO/)

Von Galen se ganó el apodo de “El león de Münster”; era, si se quiere, un león solitario en medio de una sociedad sojuzgada que rara vez cuestionaba al nazismo, o lo apoyaba en cambio con fervor. Es probable que von Galen se sintiera respaldado. En sus años de joven sacerdote, había entablado una buena relación con el entonces nuncio apostólico en Alemania del papa Pío XI, un sacerdote llamado Eugenio Pacelli. La historia cuenta que durante una misa como párroco de San Matías, en Berlín, von Galen notó la presencia del nuncio Pacelli como un oyente más de su sermón dominical, perdió el hilo de sus pensamientos y empezó a tartamudear como un cura principiante. Ambos entablaron luego una fluida relación y Pacelli solía recordarle el episodio con irónica humildad: frente a un debate o incluso ante una mera propuesta que venciera la rutina sacerdotal, Pacelli le decía a von Galen: “Antes de decidir, tengo que ser párroco de San Matías y atascarme en mi sermón”. Ahora, desde marzo de 1939, Pacelli era el papa Pío XII y terminaría por elevar a von Galen al Sacro Colegio Cardenalicio.

Papa Pío XII - Eugenio

Papa Pío XII – Eugenio Pacelli

Había nacido en 16 de marzo de 1878 en el Castillo de Dinklage, en la Baja Sajonia, en una de las familias más antiguas y distinguidas del sur católico de Westfalia. Era hijo del conde Ferdinand Heribert von Galen, miembro del parlamento del Imperio Alemán por el Partido de Centro Católico, y de Elisabeth von Spee. Se educó en la exclusiva escuela jesuita Stella Matutina, de Austria, donde sólo era posible conversar en latín. Fue allí donde sus profesores lo encontraron insoportable por el ejercicio infantil de su infalibilidad.

Ya adolescente, sus compañeros de colegio lo hallaron sino insoportable, al menos extraño: escribieron en uno de sus anuarios: “Clemens no hace el amor, ni bebe. No gusta de los placeres mundanos”. A los veinte años conoció en una audiencia privada al papa León XIII y decidió ser sacerdote. Se ordenó en 1904, a sus veintiséis años. En 1933, cuando Hitler había trepado al poder en enero de ese año, fue nombrado obispo de Münster después de que otros candidatos rechazaran la oferta y a pesar de una queja puntual: “Von Galen es mandón y paternalista en sus opiniones públicas”. El proyecto de veto fue a parar a manos del ya cardenal Pacelli y von Galen fue nombrado obispo.

Hitler no quería religiones: aspiraba a que el nazismo fuese la única religión de Alemania. Había dicho muchas veces que no quería enfrentarse a las iglesias mientras durara la guerra, pero que el enfrentamiento decisivo con el cristianismo debía producirse después de la victoria final. Los nazis, de todos modos, habían lanzado durante la primera mitad de 1941 una campaña de agitación anticlerical alentada desde la cabeza del partido en manos de Martin Bormann. En una circular confidencial de junio de ese año, Bormann proclamaba que el cristianismo y el nacionalsocialismo eran incompatibles y que el partido debía luchar para acabar con el poder de la Iglesia.

Empezaron a correr rumores de una futura prohibición de bautizar a los niños y de la expulsión de los sacerdotes de sus casas parroquiales. Adolf Wagner, uno de los más antiguos aliados de Hitler y ministro de educación, había ordenado en abril que se retiraran los crucifijos de las escuelas bávaras. La decisión despertó una serie de protestas organizadas por las madres de los chicos, madres que habían visto partir a sus hijos mayores al frente de guerra. Una de las protestas firmadas por más de dos mil trescientas madres decía: “Los hijos de nuestro pueblo están en el Este luchando contra el bolchevismo. No podemos entender que precisamente en esta época tan dura pueda haber gente que quiera quitar la cruz de las escuelas”. Wagner tuvo que revocar su orden.Retrato de Clemens August vonRetrato de Clemens August von Galen en su juventud (Por Grosby Group)

Von Galen también denunció, en junio de ese vital 1941, pocos días después de la invasión a Rusia, la eliminación de las órdenes religiosas de Münster a manos de la Gestapo. La denuncia coincidió también con uno de los más duros bombardeos aliados a la ciudad. El cierre de las órdenes religiosas, la persecución a los sacerdotes y el programa nazi de eutanasia habían puesto a los obispos alemanes en guardia desde el año anterior. En agosto de 1940, la conferencia obispal alemana celebrada en Fulda había protestado por los asesinatos de personas discapacitadas; había enviado incluso una carta a Hans Heinrich Lammers, jefe de la Cancillería del Reich, con una velada amenaza de hacer conocer el programa de eutanasia, Aktion T4, si los nazis no lo cancelaban. Los obispos no tuvieron respuesta alguna de Lammers y dieron intervención al Vaticano. El 2 de diciembre, la Santa Sede publicó un decreto que declaraba: “No está permitido matar directamente a una persona inocente por sus defectos mentales o físicos (…) (Hacerlo es) contrario a la ley natural y al precepto divino”

El decreto papal no logró nada y los obispos alemanes juzgaron poco aconsejable iniciar más acciones que pudieran provocar en la práctica “las consecuencias más deletéreas para los asuntos pastorales y eclesiásticos”. Sin embargo, el obispo von Galen, decidió no seguir la recomendación de los otros obispos. Siguió con sus denuncias y un año después, el 13 de julio de 1941, atacó en público al régimen nazi y a las tácticas de la Gestapo: desapariciones sin juicio, clausura de instituciones católicas, miedo impuesto a la población. Rechazó los argumentos de la Gestapo que lo acusaba de minar la unidad y la solidaridad alemana en tiempos de guerra. Por el contrario, contraatacó y acusó al régimen nazi de minar la justicia y de llevar al pueblo alemán a un estado de miedo permanente. Citó a su amigo, el papa Pío XII, que afirmaba que la paz es obra de la justicia y concluía: “Como alemán y como ciudadano decente, exijo justicia para el indefenso”.El obispo, desde su púlpito,

El obispo, desde su púlpito, denunció al régimen nazi con un incendiario discurso en 1941

Era un tremendo acto de valentía. No se detuvo allí. Al día siguiente, 14 de julio, envió un telegrama al imperturbable Lammers en el que por su intermedio pedía a Hitler que defendiera al pueblo alemán de la Gestapo. ¿Conservaba von Galen un átomo de fe en el Führer? Dos días después volvió a insistir ante Lammers con una carta que sólo podía considerarse una crítica velada y tal vez esperanzada a Hitler: “Adolf Hitler no es un ser divino, que se halle por encima de las limitaciones naturales, que sea capaz de controlarlo y dirigirlo todo al mismo tiempo. Sin embargo, cuando como consecuencia de esta sobrecarga de trabajo del dirigente responsable (…) la Gestapo arrasa sin freno en el frente interno (…) sé que debo alzar mi voz con fuerza”.

En otro sermón, el del domingo 20 de julio, dijo a los fieles que todas las protestas que había presentado por escrito contra la violencia nazi habían sido vanas: las confiscaciones a las instituciones religiosas no habían cesado, los miembros de esas órdenes religiosas eran deportados o encarcelados por lo que, y “dado que los cristianos no son revolucionarios” pedía paciencia y entereza y advertía: “El pueblo alemán está siendo destruido no solo por el bombardeo aliado desde fuera, sino por fuerzas negativas desde dentro”. Días después, en agosto, iba a atacar de lleno el despiadado plan de eutanasia nazi.

Los nazis iniciaron su programa de eutanasia en 1939. Estaba dirigido a personas con demencia, discapacidades cognitivas y mentales, a enfermos mentales de todo tipo, a quienes padecieran epilepsia o discapacidades físicas, a chicos con síndrome de Down y personas con afecciones asociadas. Hitler había firmado ese año un documento que facultaba a los médicos a conceder una “muerte por piedad a pacientes considerados incurables según el mejor criterio humano disponible sobre su estado de salud”.Traslado de discapacitados mentales duranteTraslado de discapacitados mentales durante el programa Aktion T4 creado por los nazis para eliminar a todo quien fuera improductivo

Las autoridades sanitarias, también las militares, animaron a los padres de chicos con discapacidad para que ingresaran a sus hijos en alguna de las numerosas clínicas pediátricas donde un seleccionado grupo de médicos los asesinaba con dosis letales de medicamentos. El método se extendió a pacientes adultos en hospitales públicos y privados, en instituciones psiquiátricas y en residencias para enfermos crónicos o ancianos. Entre septiembre de 1939 y agosto de 1941, el programa había asesinado a más de setenta mil personas. En enero de 1941 uno de los responsables del programa se había enorgullecido ante Goebbels de que los muertos sumaban más de cuarenta mil y “todavía quedan sesenta mil de los que ocuparse”. A finales de 1941, la cifra de asesinados por gases, por hambre, o envenenados con inyecciones mortales estaba más cerca de los cien mil. Luego de los sermones de von Galen y del estremecimiento que provocaron en parte de la sociedad alemana, Hitler dio la orden de frenar el programa Aktion T4. Fue una decisión retórica: el programa no paró siquiera en forma parcial; al contrario, se instrumentó también en los campos de concentración y fue el destino de los deportados que llegaban a los campos enfermos o que eran considerados no aptas para el trabajo.

Por fin, el 3 de agosto, el obispo von Galen subió al púlpito a dar su más célebre sermón, el que mayor impacto iba a producir; lo había conmovido la visita secreto del padre Heinrich Lackmann, capellán del Instituto Psiquiátrico de Mariental, vecino a Münster, que le había pedido que hiciera algo para que los pacientes fuesen trasladados a cualquier otra institución antes de que los asesinaran. Desde el púlpito, von Galen empezó: “Existe la sospecha general, que roza la certeza, de que esas numerosas muertes de personas con enfermedades mentales no se producen por sí solas, sino que se provocan deliberadamente, que se está siguiendo la doctrina de acuerdo con la cual ha de destruirse la llamada ‘vida indigna’; es decir, matar a personas inocentes si uno considera que sus vidas no son ya útiles para la nación y para el Estado”. Citó después al doctor Leonardo Conti, médico jefe del Reich, que “hablaba sin andarse por las ramas sobre el hecho de que en Alemania se ha matado ya de manera deliberada a un gran número de enfermos mentales y más van a morir en el futuro”.Autorización de Hitler para elAutorización de Hitler para el Aktion t4

Luego, con lógica impecable, dijo que si alguien quedaba inválido por un accidente de trabajo, o por una acción en el frente de guerra, todos estaban en peligro. “Una comisión puede incluirnos en la lista de ‘improductivos’ que se han convertido, según su opinión, en ‘vida indigna’. Y no habrá fuerza policial que nos proteja, ni tribunal de justicia que investigue nuestro asesinato y asigne al asesino el castigo que merece. ¿Quién va a ser capaz ya de confiar en su médico? Puede muy bien denunciar a su paciente como ‘improductivo’ y recibir instrucciones de matarle. Es imposible imaginar el grado de depravación moral, de desconfianza general que se propagaría hasta dentro de esas familias si esta doctrina espantosa se tolerase, se aceptase y se aplicase”. Después dejó la lógica impecable y pasó al ataque frontal: “Esto es asesinato, ilegal según la ley divina y alemana, un rechazo a las leyes de Dios (…) Esas son personas, nuestros hermanos y hermanas; quizás su vida sea improductiva, pero la productividad no justifica el asesinato (…)”. Después de sugerir que un régimen capaz de abolir el quinto mandamiento, no matarás, también podía destruir los otros nueve, von Galen terminó su incendiario discurso: “Yo, en nombre del recto pueblo alemán, en nombre de la majestad de la justicia (…) elevo mi voz, en voz alta, como alemán y como honesto ciudadano, como representante de la religión cristiana, como obispo católico, digo: ¡pedimos justicia!”

El poderoso Martin Bormann sugirió que lo mejor era ahorcar al obispo von Galen; había recibido incluso, por parte del alto oficial de propaganda Walter Tiessler, una orden suya para ejecutarlo personalmente. El comité nazi de Münster ordenó el arresto inmediato de von Galen. Pero fue Goebbels quien convenció a Bormann de que el asesinato del obispo, o su ejecución en la horca posterior a un juicio, quebraría la moral de los católicos y debilitaría la fe en el Reich. Otra cosa sería cuando la guerra terminara con el triunfo alemán. La furia nazi estaba centrada en la enorme impresión que había provocado el sermón del obispo. Von Galen, consciente de la fuerza de su mensaje, hizo imprimir el sermón como mensaje pastoral, por lo que fue leído en voz alta por los párrocos de todas las iglesias de su jurisdicción. Los británicos tradujeron el sermón a través del servicio alemán de la BBC, lo imprimieron y lo lanzaron como panfletos sobre varias ciudades alemanas. Completo, fue traducido a otros idiomas y distribuido en los países ocupados por los nazis como Francia, Holanda y Polonia.

Hasta el final de la guerra, von Galen vivió en una especie de destierro domésticouna prisión domiciliaria que no le impidió oficiar misa pero que silenció en parte su voz. Veinticuatro sacerdotes de su diócesis y otros dieciocho del clero regular, miembros de una determinada orden, fueron detenidos y enviados a campos de concentración: diez murieron a mano de los nazis. Una vez derrotado el nazismo y con Alemania ocupada por los aliados, von Galen se volvió contra los británicos por supuestos actos hostiles contra la población, como adjudicarles raciones de hambre; los británicos le quitaron su auto y le prohibieron visitar sus parroquias e incluso llevar adelante una numerosa cantidad de confirmaciones ya planeadas.

El 13 de abril de 1945, cuando todavía no había terminado de manera oficial la guerra, Alemania se rindió el 8 de mayo, von Galen protestó ante los jefes del Ejército de Estados Unidos por las violaciones a mujeres por parte de los soldados rusos y polacos, por el saqueo y robo de casas, fábricas y oficinas alemanas. El 1 de julio denunció “el saqueo de nuestros hogares ya destruidos por las bombas (…) el pillaje y la destrucción de nuestras casas y granjas en el campo por bandas armadas de ladrones (…) el asesinato de hombres indefensos, y la violación de mujeres y niñas alemanas por lascivos bestiales”, que parecían estar justificados “(…) por la falsa visión de que todos los alemanes son criminales y merecen los mayores castigos, incluyendo la muerte y la exterminación.”.

La prensa internacional se ocupó del incansable obispo rebelde turbulento; en una conferencia conjunta con oficiales británicos se descolgó con un: “Justo como luché contra las injusticias nazis, lucharé contra cualquier injusticia, sin importar de donde venga”, mientras su sermón del 1 de julio era impreso y distribuido en Alemania como lo había sido el del 3 de agosto de 1941 en los países ocupados por los nazis. Los británicos le sugirieron una retirada honorable del clero y von Galen se les rio en la cara; los americanos plantearon que era mejor darle total libertad de expresión y de movimientos.

Von Galen exigió el castigo de los criminales de guerra nazi, pero también un trato humano para los millones de prisioneros de guerra que no habían cometido crímenes contra la humanidad y a quienes los británicos les negaban el contacto con sus familias. También condenó la destitución sin investigación ni juicio de empleados alemanes de los servicios públicos, ordenada por los británicos. Cuando el general de las SS Kurt Mayer, el más joven general de esa fuerza, fue condenado a muerte, acusado del fusilamiento de dieciocho prisioneros de guerra canadienses, Galen pidió que se le perdonara la vida. Escribió: “Según lo que me han informado, el general Kurt Meyer fue condenado a muerte porque sus subordinados cometieron crímenes que él no planeó y que no aprobó. Como defensor de la doctrina cristiana, que establece que uno solo es responsable de sus propios actos, apoyo la petición de clemencia para el general Meyer y pido el indulto”. El juicio fue revisado y un general canadiense halló sólo “una gran cantidad de pruebas circunstanciales”. La pena de muerte fue conmutada: Meyer cumplió nueve años en prisiones militares británicas y canadienses. Murió en 1961.

De nuevo, como aquella estampa de infancia bosquejada por su profesor jesuita, un retrato en cuatro líneas definió al belicoso León de Münster: lo firmó el Foreign Office y decía: “Es la personalidad más destacada del clero en la zona británica. De apariencia escultural e inflexible en sus discusiones, este viejo aristócrata de trasero de roble es un nacionalista alemán de pies a cabeza”.

En la Navidad de 1945, la primera en paz después de seis Navidades de guerra, Pío XII anunció el nombramiento de tres nuevos cardenales alemanes. El primero era su amigo Clemens August von Galen, el segundo era el obispo de Berlín, Konrad von Preysing y el tercero era el arzobispo de Colonia Josef Frings. A los tres les fue difícil llegar a Roma. No había demasiados vuelos desde Alemania hacia el resto de Europa, los británicos pusieron algunos obstáculos pero la popularidad de von Galen era muy grande: llegó a la Santa Sede el 5 de febrero de 1946. Como, además, el dinero alemán valía nada, la estancia en Roma le fue financiada a von Galen y a los dos obispos restantes por los cardenales estadounidenses. Cuando el papa Pío XII le colocó el birrete rojo, el capelo cardenalicio, y le dijo: “Dios te bendiga y Dios bendiga a Alemania”, la Basílica de San Pedro estalló en una intensa ovación que duró algunos minutos.Von Galen murió por unaVon Galen murió por una apendicitis aguda, detectada demasiado tarde, el 22 de marzo de 1946

Con una humildad que no le habían descubierto sus maestros de infancia ni sus pares en la Iglesia, dijo que la ceremonia y ovación habían sido “un signo del amor del Papa por nuestro pobre pueblo alemán. Como un observador supranacional e imparcial y ante todo el mundo, él ha reconocido al pueblo alemán como igual en la sociedad de las naciones”. Después fue a ver a la madre Pascualina Lehnert, una religiosa alemana que había dirigido la casa de las nunciatura de Baviera y de Múnich donde entre 1917 y 1929, Pacelli había sido el decano del cuerpo diplomático. Cuando fue nombrado Secretario de Estado del Vaticano, Pacelli la incorporó a la Santa Sede como ama de llaves, cargo que mantuvo cuando Pacelli fue coronado como Pío XII. La madre Pascualina tuvo una larga vida, murió en Viena a los ochenta y nueve años, y el papa Juan Pablo II le otorgó la distinción Pro Ecclesia et Pontifice, el máximo honor que la Iglesia Católica podía dar a una mujer hasta 1993.

Fue a ella a quien von Galen le reveló su diálogo con Pío XII en el momento de ser consagrado cardenal. Le dijo que el Papa había citado de memoria largos pasajes de sus vibrantes sermones de 1941, en especial el del 3 de agosto, y que le agradecía su valor. Von Galen dijo a Pío XII: “Sí, Santo Padre, pero muchos de mis mejores sacerdotes murieron en los campos de concentración porque distribuyeron mis sermones. El Papa, que años más tarde fue cuestionado por su gestión al frente de la cristiandad durante los años de la guerra, le dijo que era consciente de que miles de inocentes hubieran sido enviados a una muerte segura por sus protestas como Papa. Ambos hablaron de los viejos tiempos en Alemania, cuando Pío era nuncio y von Galen un párroco entusiasta. “Por nada del mundo –dijo el flamante cardenal a la madre Pascualina– me hubiera perdido esas dos horas, ni siquiera por el sombrero rojo…”

Mientras estuvo en Italia, von Galen visitó los campos de prisioneros alemanes en Tarento, en el sureste, en el talón de la bota. Dijo a los soldados alemanes que él se encargaría de insistir en su liberación y que el mismo Papa trabajaba en lo mismo. Regresó a Alemania con centenares de mensajes a las atribuladas familias de los prisioneros.

Pero todo duró nada. Poco después de su regreso de Roma, luego de que fuera recibido como un héroe, y en cierto modo lo era, en su Westfalia natal y en su Münster, la ciudad que defendió como un león y que estaba ahora destruida por los bombardeos aliados, von Galen fue internado de urgencia en el St. Franciscus Hospital por una apendicitis aguda detectada demasiado tarde: murió el 22 de marzo de 1946 y fue sepultado en la cripta de la familia Galen en la semiderruida catedral de Münster.

Su sucesor, el obispo Michael Keller, inició en 1956 el proceso para su beatificación, que Pío XII le dio curso de inmediato: terminó en noviembre de 2004, bajo el papado de Juan Pablo II. El 9 de octubre de 2005, en la plaza de San Pedro, el entonces papa Benedicto XVI lo proclamó beato: era el día del cuarenta y siete aniversario de la muerte del papa Pío XII.

Ser contemplativo en una misión en Etiopía

OMPRESS-ETIOPÍA

El misionero Paul Schneider, sacerdote de Getafe, escribe de nuevo desde su misión de Lagarba en Etiopía. Próximo a cumplir ocho años desde su llegada al país, habla de la vida contemplativa y de cómo su misión es un lugar ideal para vivirla.

“Estáis, como siempre, en mis oraciones y, en mi día a día, mi mayor ofrecimiento y privilegio es la Eucaristía. La ofrezco por todos, por los de aquí y los de allí, grandes y pequeños, ricos y pobres, por los creyentes y por los que aún no conocen a Dios. Porque Jesús es nuestra única esperanza, y la oración de su esposa la Iglesia es el diálogo vivo con Él. ‘El Espíritu Santo y la Esposa dicen Maranatha – Ven, Señor Jesús’ (Ap 22, 17-21).

Si no escribo más no es porque no tenga cosas que contaros, tengo cien. Ayer despedí a mi hermana Teresa y a su marido que me estuvieron visitando unos días, y se volvían a Michigan. Los monaguillos de mi foto de perfil son sus hijos. Aunque siempre estoy enredado con varios proyectos materiales, de ayuda económica a familias o de construcción, de un tiempo para acá el Señor también está poniendo en mi corazón un mayor anhelo de intimidad con Él. En realidad nunca estamos lejos de Él, pues ‘en Él vivimos, nos movemos y existimos’ (Hch 17, 28). La conversión es un cambio de mentalidad que, si bien no te desapega de lo material, te hace tomar una postura diferente. Usas mejor la creación, tienes una sabiduría respecto a la naturaleza, muchas ansiedades remiten. Cuando Dios es lo principal, relativizas muchas cosas, como qué vas a comer o cómo vas a vestir. Tu prioridad es conocerle más, amarle de veras, hacer Su voluntad y tratar mejor a los que tienes cerca.

Hay algo en la vida de la misión aquí en África que me está llevando a considerar la vida monástica, la experiencia contemplativa. En septiembre se cumplirán 8 años de mi venida, y puede que esta consideración sea algo pasajero, o que se concrete en una forma particular en un futuro. Para este discernimiento me encomiendo a San Benito, San Bruno, Rafael Arnáiz, Carlos de Foucauld, a todos los santos, a Nuestra Señora, y a vosotros.

Allá donde estemos –hoy, ahora–, todos los cristianos estamos llamados a ser contemplativos. En Betania (cfr. Lc 10, 38) Marta hacía una labor encomiable y valiosa sirviendo a Jesús, pero su hermana María escogió la mejor parte escuchándolo, sentada a sus pies. No era monja ni nada, era una mujer del pueblo. Pero conoció a Jesús, quedó enamorada, y ya nunca dejó de seguir al Maestro. Su corazón quedó cautivado. Yo, que antes nunca había prestado especial atención a este relato del Evangelio, ahora me parece que contiene un mensaje, una indicación para mí. Me entran ganas de irme al desierto, como Antonio y los Padres de Egipto, o como Carlos de Foucauld, para vivir sólo para Él, para ser totalmente suyo, sin las distracciones del presente.

Mi bella y rústica misión de Lagarba es ideal, tiene elementos de vida ermitaña, sin duda, pero a veces me parece que me he aclimatado hasta tal punto que las comodidades y la vanidad podrían llegar a ser un estorbo. Tal vez el Señor quiera llevarme al desierto, a un lugar nuevo. En cualquier caso, nada me preocupa, lo dejo en sus manos.

Mis profesores de Teología y formadores del Seminario me enseñaron a adorar, amar y servir a Cristo en todos los ámbitos: la intimidad del corazón, la vida de familia, el testimonio público, la Liturgia, la comunidad de creyentes, la evangelización y la caridad con los pobres, porque de ellos es el Reino. Se puede descubrir y conocer a Jesucristo en el rostro de los hermanos.

En los encuentros con mis vecinos y hermanos de Lagarba, quiero ser contemplativo. Aparte de que mis Misas y oraciones personales estén llenas de unción y de devoción –ese es mi deseo, ¡ay!– también quiero que todos los encuentros con mis buenos prójimos de aquí sean de una gran profundidad espiritual, y más de escuchar que de hablar por mi parte. De entrada, estamos en comunión, porque somos hijos de Dios. Hace falta algo de la inocencia del niño o la agudeza del filósofo para empezar de nuevo, asombrarse y aprender, hacer preguntas y contemplar. Al Dios invisible se llega por lo visible. Y luego lo visible y lo que se ha vivido se guarda en el secreto del corazón, como la Virgen – ‘María guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón’ (Lc 2, 19). La misión de la Iglesia es dar la ternura de una madre, como María, a un mundo herido, y anunciar el Evangelio es llevar la misericordia y el juicio definitivo de Jesucristo hasta los confines de la tierra. A todos los pueblos, lenguas y naciones.

En fin, aquí os he dejado una pequeña reflexión, ya en otro mensaje os compartiré historietas y aventurillas. Encomendad a Belen. Tendrá unos 7 años, y la he traído a Adís Abeba junto con su padre. La operan esta próxima semana de un nódulo que tiene bajo la ceja izquierda. Es una operación sencilla de cirugía maxilofacial, pero con anestesia total. Su padre es sacerdote ortodoxo de Lagarba, muy amigo mío”.

Hoy mismos, 27 de febrero, este misionero ha escrito: “La niña Belén acaba de salir ahora mismo de la operación, que ha sido un éxito. Había un grupo de médicos españoles. Gloria a Dios”.

Sencillas chispas de luz


MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@pazsantos.com
MADRID.

ECLESALIA,  Me he dado unos días de reflexión tras la muerte y enterramiento del Papa Francisco. Él ya descansa, apacible y gloriosamente desde el lunes 21 de abril, cuando partió a la Vida que no tiene punto final. La Pascua eterna.

El protocolo vaticano para un evento como este es tan complejo y tan poco espontáneo, no sé si me equivocaré, pero creo que a bastantes se nos escapa todo ese rigor ceremonioso-celebrativo. Tiene mucho color y una simetría perfecta: vestimentas, uniformes, mobiliario, perspectivas, movimientos, decoración, etc. Un dato más: la puesta en escena es eminentemente masculina.

Por esa peculiaridad, durante estos días, he estado recordando con frecuencia la imagen de una mujer, figura mínima en ese espacio inmenso, única representante femenina singular, avanzando sin que a nadie le pareciera que no era su lugar, saltándose el protocolo hasta llegar lo más del féretro donde yacía el cadáver del Papa Francisco.

Su ropa, sencillísimo y pobre hábito en tonos azules, pañuelo en la cabeza, sandalias y el toque de mochila a la espalda pusieron delante de los ojos del mundo a una mujer que quería decir “a-Dios” a su amigo de años y años.

Me llamó la atención su presencia mínima apoyada en el cordón que delimitaba el espacio donde se encontraba el féretro. Pero en un instante lo comprendí como una sencilla chispa de luz.

Esta religiosa, Geneviève Jeanningros, según han informado los medios de comunicación, pertenece a la Orden de las Hermanitas de Jesús (hermanita de Foucault). “Vive desde hace 56 años en una caravana con feriantes, haciendo pastoral con las personas LGBTIQ+” (Vida Nueva 05/06/2024) Asiste con ella a las audiencias de los miércoles para saludar al Papa y acompañar a las personas que cuida y atiende. “Por fin han encontrado una Iglesia que les ha tendido la mano”, dice (ib).

Tender la mano, cuidar, atender, visibilizar son actitudes del Papa que se nos ha ido y que quedan en el recuerdo. Ojalá sean las del que vaya a ser nombrado. Pero también me planteo que han de ser actitudes de la Iglesia institucional como tal. Y, otra vez, ojalá… el nuevo Papa haga cambios en la propia estética de la jerarquía de la Iglesia, que resulta tan distante a la gente.

El Papa Francisco dio su primer paso al frente el día de su nombramiento como Pontífice de la Iglesia Católica, saliendo al balcón vestido totalmente de blanco y con los zapatos de todos los días.

Es buen momento para recordar también a Timothy Radcliff, sacerdote dominico inglés de la orden de predicadores, cuando le notificaron que iba a ser nombrado cardenal, preguntó al Papa Francisco “si podía liberarse de la «elaborada túnica cardenalicia». El Papa, según Radcliffe, le dijo ese mismo día que tenía “plena comprensión” de su situación y que lo “liberaría de usar ropa tan elaborada” (redaccioninfovaticana, 05/10/2024). Otra chispa de luz.

Sé que hay muchos problemas para el nuevo pontificado y esto de la ropa no se considere prioritario, también sé que cada centímetro de tela tiene un significado: “La vestimenta de los cardenales es de color rojo púrpura en la sotana, el roquete blanco, la cobertura de lana, el solideo y la faja roja. El color simboliza el martirio, pues los cardenales están llamados a dar el mayor servicio a la Iglesia incluso con la vida” (ZENIT Noticias / Roma, 21.10.2024).

Pero me atrevo a llamar la atención sobre estos pequeños (y no tanto) detalles, hoy que vivimos en un mundo de imágenes -unas que acercan y otras que pasamos por alto- en los que la Iglesia institucional necesita un cambio de look que se acerque a lo sencillo, lo discreto, lo humilde, lo servicial… las vestiduras también hablan.

El que eligió a Pedro llevaba sandalias