
MARAVILLOSO ENCUENTRO. VALE LA PENA!!!

MARAVILLOSO ENCUENTRO. VALE LA PENA!!!

Una verdadera amiga
Tengo ante mí el primer ejemplar de las obras de santa
Teresa de Jesús, que cayera en mis manos. Se trata de la séptima
edición de Apostolado de la Prensa, fechada en Madrid, 1951. Libro
de bolsillo, impreso en papel tipo biblia, de blancas páginas muy
llenas de texto, y con un tipo de letra menuda pero de fácil
deletración. Le tengo cariño a este libro. Es uno de los más antiguos
de mi biblioteca. Lo adquirí cuando contaba diecisiete años. Y desde
entonces me ha acompañado en multitud de momentos, sirviéndome
de consuelo y estímulo en esas situaciones críticas que la vida se
encarga de presentarnos.
Santa Teresa de Jesús ha venido a ser para mí una verdadera
maestra, o mejor, una verdadera amiga, puesto que uno solo es
nuestro maestro, y muy pocos los que alcanzan a amigos verdaderos.
Viene bien recordar aquí las palabras de la santa que nos advierte
que Dios no deja de enviarnos amigos que nos den la mano en el
momento oportuno: “Siempre en estos trabajos grandes me enviaba
el Señor, como me lo mostró, un persona de su parte que me diese la
mano…, sin ir asida a nada más que a contentar a Dios” (Vida,
39,19). Pues bien, santa Teresa ha sido para mí esa persona de parte
de Dios, que me ha enseñado a caminar aunque torpemente por mi
parte, por los caminos de la búsqueda de la voluntad de Dios.
¿Quién me habló por primera vez de santa Teresa de Ávila?
No lo puedo recordar. De recordarlo iría a darle las gracias en este
momento. Pero puedo asegurar que mi temprana afición a las letras
y a la militancia en la Acción Católica Juvenil de entonces, me
condujeron de conjunto, ya en mi primera juventud, a beber del agua
clara de la doctora del Carmelo.
Contentar solo a Dios
Al principio no me resultaba fácil su lectura, aunque sí
atrayente. Su misma dificultad, me expoliaba. Recuerdo muy
vivamente mis recuerdos con la santa, en la soledad del campo, sin
más ruido que el zumbido de los insectos y el susurro del viento
entre los árboles. Con ella alternando el Nuevo Testamento,
comencé a saborear el plato fuerte de la soledad y el silencio. En un
paisaje seco y quebrado, muy parecido al de la Castilla de la santa,
comenzó a destilarme su sabiduría, recia y profunda, el Libro de la
Vida o de las Misericordias de Dios, con que me inicié en tan
provechosa lectura.
Hoy, veintisiete años después, he sentido la curiosidad de
buscar la primera frase de la santa que subrayé en aquella mi
primera lectura. Desde siempre he subrayado los libros que leo. Es
como si hiciera más mío lo que allí se dice; como si lo considerara
escrito con algo de mi propia experiencia. Y en el capítulo segundo
de la Vida, leo mi primer subrayado:
“Tengo por cierto que se excusarían grandes males si entendiésemos que no
está el negocio en guardarnos de los hombres, sino en no nos guardan de
descontentaros a Vos” (Vida, 2,4).
Creo que esta lección nunca ha dejada de resonar dentro de
mí. Y cuando han llegado los momentos que ponían en crisis el valor
de nuestra vida cristiana y el valor de nuestros trabajos por el
Evangelio, buscar agradar a Dios y no a los hombres, buscar la
gloria de Dios y no el éxito de mis trabajos, me ha restituido la paz y
la confianza en mí mismo.
El don de la amistad con Jesús
En mi época de estudiante de filosofía –21 a 24 años– es
cuando llego a leer de un modo completo, de un tirón y
pausadamente, el Libro de la Vida. Es mi libro preferido para la
lectura espiritual que, en el Seminario, se nos impone como
disciplina de formación. Entonces deseaba llegase la hora de la
lectura espiritual, como quien espera una fiesta. Y muchos ratos
libres, de los pocos que quedaban en el apretado horario de un
seminario conciliar, también los dedicaba a su lectura, hurtándolos al
juego o a la charla entre los compañeros.
De aquella época recuerdo con especial insistencia la llamada
a la amistad con Jesús, con la humanidad de Jesús como gusta decir
la santa. Ser cura, para mí se iba perfilando como ser de los íntimos
de Jesús. Y sólo en dicha amistad se me aparecía como posible la
vida plena en la entrega por causa de Jesús y del Evangelio. La
misma afectividad, tan viva en mi modo de ser y en la edad que me
ocupa, podía encontrar, según me inspiraba la santa, su equilibrio,
satisfacción en esta amistad que nunca falla.
“Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán, que se puso en lo
primero en el padecer todo se puede sufrir. Es ayuda y da esfuerzo; nunca
falta; es un amigo verdadero. Y veo yo claro y he visto después, que para
contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de
esta Humildad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita” (Mt.
3,17) (Ibíd. 22.6)
Sería fácil multiplicar aquí las citas que me impresionaron y
que fueron moldeándome en la amistad con Jesús, o al menos, en el
deseo de esta amistad. No me resisto a cerrar este apartado de mis
recuerdos, sin traer ahora esa síntesis gozosa de la experiencia
mística de la santa abulense: “Es gran cosa, mientras vivimos y somos
humanos, traerle humano” (Ibíd. 9)
“Traerlo humano”, es decir, tratar con El como con el mejor
amigo, acudir a Él como quien nos espera, sería desde entonces una
invitación perenne en el desarrollo de mi vida cristiana. Entonces, ya
se abrieron en mí las bases de un cristianismo vivencial, nada
ideológico.
Aprender a llamar a Dios, Padre
Creo que también fue Teresa de Ávila quien, de forma
primera y poderosa, me ayudó a saborear el don de la filiación
adoptiva. Ser hijo de Dios en el único Hijo, comenzó a ser para mí,
en aquellos años, el fundamento más firme y seguro de mi vida.
Recuerdo una fuerte crisis vocacional –estudiaba 3º de
filosofía– que parecía amenazar las raíces de mi entera existencia.
Por un lado veía con toda claridad que no debía ser cura, que debía
abandonar los estudios del seminario, por mi gran indignidad y falta
de cualidades. Por otro, una pena indescriptible me desgarraba
interiormente, sólo con pensar en tener que renunciar al camino del
ministerio. ¿Qué hacer? La inexperiencia hace más difíciles estos
conflictos internos. Una tarde de retiro espiritual leyendo a la santa,
me sentí llamado al abandono. No tenía que hacer nada. Sólo confiar.
Dios es Padre. Y el Padre sabe siempre lo es mejor para sus hijos.
Sólo esta certidumbre me encalmaba. Yo no decidiría nada. Decidiría
el director espiritual del Seminario. Y yo aceptaría la decisión, fuere
cual fuere, porque ya la había aceptado, sin reserva ninguna, en mi
corazón.
El nombre del Padre, dirigido a Dios, era suficiente para
devolverme la paz y la alegría más profundas. Y ya nada tenía
carácter de amenaza a mi vida.
La lectura al comentario del Paternoster, incluida en Camino
de Perfección, desde el capítulo veintisiete al final del libro, me
proporcionó no poco alimento de confianza y abandono, de regocijo
y paz, al saberme para siempre en los brazos del Padre, más fuertes
que todos los vendavales de la miseria humana.
“¡Son tan poquísimos a los que engaña el demonio de los que rezan
el Paternoster!” (Camino, 39,7), dice la santa. Y una dulzura sin
nombre que es fortaleza envuelve el corazón de quien ha captado
que, “siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas”
(Ibíd. 27,2).
La llamada de las profundidades
En mis años de estudiante de teología, abandono
temporalmente a Teresa de Jesús para introducirme en la lectura y
estudio de san Juan de la Cruz. Bajo la experta guía del director
espiritual del Seminario, dominador como pocos de la materia,
descubro y soy materialmente absorbido por la recia teología mística
del doctor de la Noche Oscura. Pero Juan de la Cruz que me seducía
ante todo como poeta lírico y sistematizador de un pensamiento,
jamás me llegó a conmover con su experiencia mística, como había
conmovido y me seguiría conmoviendo la doctora de las Moradas,
más vivencial y directa en la exposición escrita de sus caminos
interiores.
Después de leer los libros, Subida al Monte Carmelo, Noche
Oscura, Cántico Espiritual y Llama de Amor Viva –toda la obra
prácticamente del santo reformador –sentí la necesidad de volver a
santa Teresa. Y esta vez fue el Libro de las Moradas o Castillo
Interior, el que me hizo sentir la llamada de las profundidades de la
vida contemplativa, con renovada urgencia.
Tengo muy presentes muchos de los momentos de aquella
lectura. Sobre todo en las vacaciones de verano de tercero de
teología. Con santa Teresa debajo del brazo me perdía por
polvorientos caminos, buscando rincones apartados. La soledad se
inflama de necesidad de entrar por los caminos de un conocimiento
no racional de Dios.
“A mi parecer, me decía entonces la santa, jamás nos acabamos de conocer si
no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra
bajeza; y mirando su limpieza veremos nuestra suciedad… Terribles son
las ardides y mañas del demonio para que las almas no se conozcan ni
entiendan sus caminos” (Moradas I, 2, 9 y 11).
La gran intuición de estos años, brotada al calor de la
experiencia teresiana, es la perfección o realización de la persona, va
unida al conocimiento amoroso de Dios. Y sin este segundo es
siempre falsa la primera. Ser hombre equivale ante todo a vivir en el
amor de Dios.
“La perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo, y cuanto con más
perfección guardáremos estos dos mandamientos, seremos más perfectos”
(Ibíd. 2,17).
A la luz de las místicas orientales
Estaba participando en un campamento de los Amigos de El
Arca en Güejar-Sierra (Granada). Era el verano de 1972. La
experiencia comunitaria de los compañeros de El Arca, los nuevos
caminos de la contemplación en relación con las técnicas y místicas
orientales, y, la doctrina de la No-violencia, me habían llevado hasta
allí. Delicioso lugar cercano a un río entre gigantescos cerezos y con
balcones abiertos a cañadas y crestas de la Sierra Nevada. Allí
tendría lugar mi último –por ahora–encuentro con la santa descalza.
Un día, en la charla que nos dirigía Lanza del Vasto, vino a
decir algo semejante a esto: Los cristianos no tenemos que ir
buscando en otras religiones lo que ya tenemos en la nuestra. Este
es el caso de los grandes místicos del cristianismo, entre los que
sobresalen los españoles Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, cuyas
enseñanzas nos pueden dar, quizá, algo más de lo que podemos
encontrar en las místicas orientales hoy en moda.
Con estos razonamientos, Lanza del Vasto no pretendía
despreciar ni minusvalorar los contenidos de las religiones
orientales, que él precisamente mejor que muchos en Occidente
conocía y valoraba. Sólo pretendía ponernos en guardia contra el
snobismo de quienes siempre van a la caza de lo último que suena en
el mercado internacional, sin valorar suficientemente lo que ellos ya
tienen y pueden potenciar y ofrecer de sus propias tradiciones
religiosas y culturales.
Ante estas reflexiones del ya desaparecido maestro fundador
de El Arca, yo experimenté una fuerte sacudida interior. ¿Acaso no
había sido yo también un snobista de los que él denunciaba? En los
últimos años de mi vida se había reducido de forma considerable la
tensión orante. Estaba decididamente bajo los influjos de la crisis
secularizante. Pero la necesidad del encuentro con Dios jamás se
había borrado de mí. El nombre y estimación de la santa abulense en
la boca del yogui, discípulo de Gandhi, Lanza del Vasto, me hizo
volver mi mirada hacia atrás, hacia los buenos momentos y
excelentes que me había prestado la doctora mística. Al cabo de ocho
años, volvería a tomar las obras de la santa reformadora, releyendo
las Moradas, y empalmando así mis nuevos tanteos por el mundo
espiritual y cultural, con las mejores experiencias de mi vida pasada.
Fue entonces cuando la lectura de santa Teresa me ofreció
otra de estas síntesis tan admirables de que la carmelita eran tan
pródiga. Nadie vive más y mejor su compromiso con la vida, que
quien se ha dejado conducir a las simas de la contemplación infusa. O
dicho de otro modo más asequible a todos: Nadie es más útil a los
hombres que quien vive totalmente entregado a Dios.
Esto era lo que yo leía en cada una de las páginas del las tres
últimas Moradas Interiores. Hablando de Moisés, llegara a decirnos
la santa que, la fuerza liberadora del caudillo de Israel, la recibía de
los misterios profundos que Dios le comunicaba:
“Más si no mostrara Dios a su alma secretos con certidumbre para que
viese y creyese que era Dios, no se pusiera en tantos y tan graves trabajos;
más debía entender cosas dentro de los espinos de aquella zarza (Ex. 3, 3),
que le dieron ánimo para hacer lo que hizo por el Pueblo de Israel” (Ibíd.
VI 4, 7).
¿No sería esta también la misma e idéntica experiencia de la
santa en sus arduos trabajos de la reforma carmelitana? Ella supo, y
por eso pudo comprender el secreto de la valerosa y valiosa vida de
Moisés, que el hombre se hace liberador de sus hermanos, cuando él
mismo ha sido liberado de Dios. ¿No se encierra aquí la clave de toda
vida misionera? Y en el gozo de esta única liberación, el amigo de
Dios se convierte en el mejor amigo de los hombres.
Bien se ve, porqué puedo llamar a Teresa de Jesús verdadera
amiga y verdadera hermana. Mis encuentros con ella siempre me
han sido gratificantes, siempre me han resultado poderoso estímulo
en el avance de mi vida de fe. Justo era, pues, que al sonar la hora de
este centenario, uniera esta voz de mi debilidad a otras voces más
fuertes que vendrán a cantar las glorias de quien supo reconocer las
misericordias de Dios en su entera vida.
ANTONIO LÓPEZ BAEZA,
Mis encuentros con santa Teresa
de Jesús, Iesus Caritas.
Familias Carlos de Foucauld,
Época V, 27 (1981) 12-17.

http://www.jesuscaritas.it/wordpress/es/?p=302
Santa Teresa de Jesús, más conocida como Santa Teresa de Ávila, forma parte de nuestra familia. Si, porque ella fue para el Padre de Foucauld una estrella polar en su camino de “sequela” (seguimiento) del «Bienamado hermano y Señor Jesús».
Charles conoció las obras de la Santa en 1888, gracias al regalo que le hizo su prima Caterine de Flavigny. A él le gustó en primer lugar la “Vida” y luego las “Fundaciones”.
Marguerite Castillon du Perron, una apasionada biógrafa del “Marabut del Hoggar” escribió algunas págianas estupendas en donde describe el impacto que le produjo ese encuentro. La citación de pocas lineas nos da ya una idea: «Teresa de Ávila ¿está viva o muerta? Pareciera que a Charles este detalle ya no interese. Dondequiera, en sus palabras como en sus notas, resulta la íntima relación que los une. En sus cartas y libretas aparecen frecuentemente citaciones o frases de ella. Apenas tiene un momento de tiempo libre vuelve a los escritos de Teresa, los medita y absorbe hasta el punto de encontrar, para expresar su amor hacia Cristo, fórmulas che suenan como frases a memoria».
Las páginas sobre la relación espiritual entre de Foucauld y la “Santa Madre” están en el capítulo “Un monje obediente” que trata el periodo trascurrido con los Trapenses.
¡No fue solo una “llamarada”! Conocemos el entusiasmo pasajero que puede producir un libro. Luego, ¿a caso no recordamos la convicción de fr. Charles a propósito de Jesús como el “Modelo único” de vida y la exhortación a no seguir a otros maestros?
Pero, de hecho, durante el periodo en Nazaret, él no solo siguió leyendo Santa Teresa, añadiendo a San Juan de la Cruz, sino incluso copió varias páginas para las Clarisas que lo habían acogido. He tenido recientemente el privilegio de ver esos cuadernos y de leer su pequeña, clara y elegante caligrafía.
Teresa lo ayuda y lo acompaña también en el desierto.
¿Existe una explicación plausible para comprender tal sintonía?
Si. Y pienso más que una. Por el carácter, principalmente. Se trata de dos personas que no se rinden nunca cuando han tomado una decisión.
Dos personas con un gran corazón.
Dos convertidos. Porque también Santa Teresa tuvo su “conversión” el día en que se detuvo a “mirar” en el jardín la imagen de Cristo en agonía y se enamoró de la humanidad del Hijo de Dios. Y es precisamente la Encarnación que hace converger totalmente la teología espiritual de ambos, convirtiéndoles en dos almas gemelas.
Dos discípulos de Jesús de Nazaret y luego dos apóstoles, que nos donan historias tan diferentes y al mismo tiempo increíblemente semejantes.
Alvaro Rossi

LUCINIANO LUIS LUIS, OCD
“En tiempos del resurgir de nacionalismos excluyentes, de enconos de
todo tipo y de un denominado diálogo de civilizaciones de dudoso porvenir,
la Iglesia nos pone frente al testimonio muy actual, de un hombre cuya
fe barrió fronteras, al llevar a los altares a Carlos de Foucauld, aristócrata
francés, militar, explorador y aventurero, pero sobre todo apóstol de la fraternidad
universal, un contemplador nato del siglo XX, que bebió en la
mística de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz”.1
Así presentaba la revista Ecclesia su nota sobre la Beatificación de
Carlos de Foucauld el 13 de noviembre de 2005.
“Fr. Carlos no llegó nunca ha resultado o logro alguno. Todo lo que es,
todo lo que hace da la impresión constante de algo inacabado. No es un
autor místico, porque le falta, en el plano del pensamiento, la plenitud
firme y vasta de un San Juan de la Cruz. En el terreno de las realizaciones
no llega siquiera a comenzar la menor fundación, cuando Santa Teresa de
Jesús llegó a terminar decenas, y admirables. Sin embargo, ¿no vivió un
amor inmenso a Jesús, un amor que por ardor y fidelidad le aproxima
mucho a estos dos grandes santos?”.2
Y así lo presenta uno de los mejores conocedores de Foucauld, J. F. Six
al final de su hermoso libro donde nos describe su itinerario espiritual. En
los dos textos citados aparecen clara la referencia de Foucauld con los místicos
del Carmelo. Esta relación parece un hecho evidente y se podrían
multiplicar las citas en este sentido. Una relación que puede presentarse
desde distintas perspectivas o puntos de vista.
No es mi intención hablar del influjo de los santos carmelitas en el
nuevo Beato, sino más bien acentuar o poner de relieve algunos aspectos
de la vida y doctrina del “Hermano Universal” que nos ayuden a profundizar
y vivir mejor el ideal del Carmelo Teresiano a todos aquellos que nos
alimentamos de su espiritualidad en el siglo XXI, pues en cierto sentido
me parece que Foucauld pertenece a la familia del Carmelo; aunque recibió
la influencia de varias escuelas de espiritualidad, quizá ninguna le
llegó tan adentro como la carmelita. Su amor a Santa Teresa y San Juan de
la Cruz, como vamos a poder comprobar, fue enorme.
Los dos grandes doctores carmelitas marcarán, entonces, el itinerario
de este artículo; primero veremos su relación con Santa Teresa y después
con San Juan de la Cruz.
I. SANTA TERESA DE JESÚS
Los contactos de Foucauld con la santa carmelita son muy tempranos.
Dos años después de su conversión, en 1888, le regalan las obras de la
Santa, excepto Las Fundaciones, que compra él mismo en septiembre de
1889 y que lee inmediatamente: “¡Qué hermoso es esto”! Desde ese
momento los escritos de la Santa serán para él durante mucho tiempo, casi
la única lectura espiritual (dejando aparte los Evangelios). Veamos algunas
citas que iluminan esta relación:
Así escribe al P. Huvelin, su director espiritual, en 1898: “Desde hace
diez años, puede decirse que no he leído más que dos libros: Santa Teresa
y San Juan Crisóstomo. El segundo apenas lo he comenzado; el primero
lo he leído y releído diez veces”.3 Por eso se atreverá enseguida a decir a
un religioso: “Con gran apuro mío, me permito darle un consejo: leer y
releer mucho, continuamente, a Santa Teresa, parándose especialmente en
lo que se refiere al amor de Jesús y a las verdades religiosas”.4 Esto mismo
se lo repetirá más tarde a una religiosa, añadiendo: “Yo lo hago cada día
desde hace 15 años”.
Y lo seguirá haciendo hasta el final de su vida. Así un año antes de su
muerte escribe a un amigo, hablando de Santa Teresa: “Comprendo cuánto
te gusta la vida de esta gran Santa. Después de la Vida, lee Las
Fundaciones, El Camino de Perfección, Las Cartas, en fin, todas las
obras. Todo es en ella insuperable y, al lado de cosas especiales, por donde
quiera se hallan otras aplicables a todos. Después de leerla, la releerás.
Santa Teresa es uno de esos autores de que se hace el pan de cada día”.5
Siempre el mismo consejo: leer y releer a la Santa como él lo hace convirtiéndola
en el pan espiritual de cada día. A ese mismo amigo le repetirá
el 28 de abril de 1916, poco más de medio año antes de su muerte:
“Jamás se leerá bastante a Santa Teresa. Se halla en ella un conjunto
incomparable de ejemplos de virtud y una doctrina de seguridad perfecta.
¡Qué espíritu apostólico! Como Dios, su caridad, se extendía a todos los
hombres. ¡Cómo la conducía el amor a Jesús al de las almas!”.6
Una prueba más de este amor y aprecio a la santa castellana son los
Cuadernillos que nos ha dejado con los textos copiados que testimonian
sus preferencias y que sin duda alguna influyeron más en su vida. Porque
este contacto con la gran mística del Carmelo fue fundamental en su vida
espiritual. Así lo afirma J. F. Six sin ninguna dificultad: “Con Teresa de
Jesús nos hallamos ante una influencia directa y absolutamente predominante
que envuelve toda la vida espiritual de Carlos de Foucauld”. Y poco
antes había escrito: “Es ante todo innegable que la Santa de Ávila, por su
ejemplo de vida, ejerció un gran atractivo sobre Carlos de Foucauld. Ella
fue su guía predilecta, la que con su vida le indicaba lo que Dios quería
de él; en ella se encontraba tal y como se sentía a ser delante de Dios. Se
reconocía de la misma familia espiritual que ella”.7
Santa Teresa “la guía predilecta” de Foucauld. Desde ahí es fácil imaginar
que los puntos de contacto en la vida espiritual de los dos místicos
fueron muchos. Vamos a fijarnos en aquellos que Carlos, a la distancia de
cuatro siglos de Teresa, revive y pone su sello de originalidad con su propia
vida, haciéndolos así más cercanos a nosotros y siempre actuales. Los
resumo en estos cinco apartados siguientes:
a) Amor tierno y apasionado a Jesús
Foucauld había asimilado tan perfectamente la doctrina de Santa
Teresa que a veces expone sus ideas, casi literalmente, sin que sea consciente
de ello; sólo un ejemplo. Hablando de la Trapa dice textualmente:
“Todas las reglas a que nos sometemos -y lo mismo hay que decir de las
demás órdenes religiosas- no tienen otro fin que hacernos amar más
ardientemente a Dios y a todos los hombres”.8 Compárese con este texto
de Santa Teresa en Las Moradas: “Entendamos, hijas mías, que la perfección
verdadera es amor de Dios y del prójimo … Toda nuestra Regla y
Constituciones no sirven de otra cosa sino de medios para guardar esto
con más perfección” (M I, 2, 17).
Es precisamente este tema del amor donde Foucauld sintoniza más perfectamente
con la Santa. Ya le hemos oído decir que en la lectura de los
escritos de la mística carmelita destaca especialmente dos puntos: “lo que
se refiere al amor de Jesús y a las verdades religiosas”.
Carlos va a aprender de Teresa un amor tierno y apasionado. Bastaría
leer el título de una obrita que escribió en Nazaret: Nuestro tierno
Salvador, nuestro buen Maestro, nuestro dulcísimo Hermano, nuestro
único Esposo, nuestro amado Jesús. Toda la ternura de Foucauld se vuelca
ahí. Lo que busca Foucauld como Teresa es un encuentro y una relación
constante con la persona de Jesús, un Jesús vivo, y vivir sólo para Él. El
“sólo Dios basta” de Teresa, lo hará suyo Foucauld con toda naturalidad.
Hay que tener en cuenta que Foucauld pasa fácilmente de hablar de Dios,
a hablar de Jesús, o al revés. Y habla del amor de Jesús y su respuesta amorosa
con acentos de infinita ternura e intimidad:
“Jesús me ama; mi dicha es infinita. Me alegro sin medida, porque vos
me amáis, mi amado, mi todo, mi solo bien. ¿Qué me importa todo lo
demás cuando yo os amo y vos me amáis? ¿Desgraciado cuando vos me
amáis? No, jamás. Yo soy feliz, y feliz sin límite, feliz hasta querer morir
de felicidad, yo, a quien vos amáis, ¡oh amado de mi corazón ¡Sólo una
cosa pido: que mi alma sea esposa reconocida y fiel, amándoos, glorificándoos,
agradándoos lo más que pueda, ¡oh esposo mío que me amáis!”.9
La pasión de Teresa por la humanidad de Cristo, la encontramos también
en Foucauld que considera el misterio de la Encarnación el centro de
su vida. La vida oculta de Jesús en Nazaret, sin duda alguna, va a ser la
clave de su vocación personal y se convirtió también en la clave de su
interpretación del Evangelio. La vida escondida de Jesús en Nazaret resalta
de forma destacada su humanidad a la vez que su divinidad; es el Dios
escondido. El Papa Benedicto XVI, con motivo de su Beatificación, se
refiere claramente a este aspecto cuando dice: “A través de su vida contemplativa
y oculta de Nazaret, volvió a encontrar la verdad de la humanidad
de Jesús invitándonos a contemplar el misterio de la Encarnación”.10
Pocos autores espirituales han resaltado tan fuertemente como
Foucauld el realismo de la Encarnación. En su deseo de imitar a Jesús en
su vida oculta de Nazaret, viviendo en Nazaret y buscando el último lugar,
meditará una y otra vez sobre la humildad y el amor de Dios que asumió
nuestra frágil humanidad y al encarnarse rechazó todo rango humano
tomando la posición más baja. Vivirá durante mucho tiempo obsesionado
por ese último lugar; le había impresionado la frase que oyó al P. Huvelin:
“Vos escogisteis de tal manera el último lugar que nadie jamás pudo arrebatároslo”.
Por eso se opondrá a la idea de ordenarse sacerdote porque en
esos años no veía cómo compaginar el último lugar de Jesús y la fiel imitación
por su parte, con la dignidad del sacerdocio. Más tarde verá que no
hay ninguna contradicción y vivirá su sacerdocio sin dejar de buscar el
último lugar, en la imitación de Jesús más perfecta posible; y casi al final
de su vida, el 20 de junio de 1916, podrá escribir meditando sobre Lc 2,
50-51: “Bajó con ellos y vino a Nazaret: en toda su vida no hizo otra cosa
que bajar: bajar en la Encarnación, bajar haciéndose criatura, bajar obedeciendo,
bajar haciéndose pobre, abandonado, desterrado, perseguido,
ejecutado, poniéndose siempre en el último lugar”.11
Ese es el realismo de la Encarnación que Foucald vivió a lo largo de su
vida con un amor apasionado a Jesús en su humanidad y divinidad. Lo ha
resumido muy bien uno de sus mejores biógrafos A. Chatelard, Hermanito
de Jesús: “Si hay una palabra que pueda expresar su mensaje es ese nombre
de Nazaret, con todo lo que tiene de realismo histórico, de enseñanza
teológica y de ideal místico. Es una llamada a vivir un amor apasionado
por la persona de Jesús en las situaciones más ordinarias de la vida de los
hombres y en las más extraordinarias a ejemplo de Jesús que no escapó a
la servidumbre de las relaciones humanas y tomó él mismo la condición
de servidor para vivir plenamente su relación única de intimidad con su
Padre, en una familia humana, en un oficio, en una aldea o por los caminos
de Palestina. Carlos de Foucauld vivió también este realismo de la
Encarnación de manera excepcional, dentro de relaciones muy personales
con hombres y mujeres con una cercanía cada vez mayor con ellos”.12
b) Su pasión por la Eucaristía
El amor tierno y apasionado de Jesús en Foucauld, como en Teresa de
Ávila, se vuelca y concentra en la Eucaristía. La Eucaristía, sin duda, es el
centro de su vida espiritual. Escribiendo a su prima el siete de abril de
1890 le dirá: “La Sagrada Comunión es mi gran sostén, mi todo”. Vivir a
Jesús resucitado en la Eucaristía, con toda su humanidad será uno de los
ejes sobre los que gira su vida. La Eucaristía hace que la Encarnación esté
siempre presente y convierte a Jesús en nuestro compañero: “En la
Encarnación, Dios abrazó esta vida de destierro y ha permanecido para
siempre nuestro compañero de destierro en la Santa Eucaristía”.13
Foucauld vivirá la Eucaristía en toda su riqueza. Primero destacará especialmente
la presencia de Jesús, “tan realmente presente como cuando vivía
en Galilea y Judea y como lo está actualmente en los cielos”, con una resonancia
y fes netamente teresianas. Es esta presencia la que le hace pasar horas
y horas ante el Sacramento para “estar-con-Jesús” y es lo que vive particularmente
en Nazaret hasta decir: “Es exactamente la vida que yo buscaba”.
La adoración del Santísimo Sacramento y un trabajo humilde son las dos
bases fundamentales de su vida en Nazaret. Y es lo que tendrá siempre presente
a la hora de elaborar cualquier proyecto de vida como fundador, porque
en definitiva, todos ellos son fruto de una incesante adoración eucarística.
Será su amor a la Eucaristía la razón última que le lleve al sacerdocio,
profundizando lo que significaba la vida oculta de Jesús en Nazaret: “Por
encima de todo, puesto que nada glorifica a Dios tanto aquí abajo como la
presencia y la oblación de la Sagrada Eucaristía, por el hecho de celebrar
la misa y establecer un sagrario daré a Dios la mayor gloria y haré a los
hombres el mayor bien”.14 Así le escribe al Abate Huvelin en carta de 26
de abril de 1900 cuando está terminando su Regla de los Ermitaños del
Sagrado Corazón de Jesús y piensa ya en su sacerdocio. Por eso le dirá de
nuevo a su director quince días más tarde:”Mi Regla está tan estrechamente
ligada al culto de la Sagrada Eucaristía, que es imposible sea observada
por varios sin un sacerdote y un sagrario. Solo cuando yo sea sacerdote y
haya un oratorio por pobre que sea en torno al cual sea posible apretarse,
podré tener -a menos de un milagro- algunos compañeros”.15
La Eucaristía le lleva al sacerdocio y éste a buscar una mayor entrega
y servicio a los demás, siguiendo la doctrina que había escuchado a su
padre espiritual: “El sacerdote debe subir a Dios y luego bajar. Nuestro
Señor se ofrece en el ofertorio, se inmola en la consagración y luego, en
la comunión se da todo entero. Todo a Dios, primeramente y luego todo
también a los hombres. Estas dos cosas son correlativas para el sacerdote…
Cuando nuestro Señor vive en un corazón, Él le da sus sentimientos
y este corazón se abaja a los pequeños … Cuando nuestro Señor vive en
un alma de sacerdote, se inclina hacia los pobres”.16
Eso es lo que va a vivir Foucauld desde el 9 de junio de 1901, día de
su ordenación sacerdotal. En adelante la misa será el polo esencial que
centra toda su vida; “la santa misa, que tengo costumbre de poner por
encima de todo” le escribe al Abate Huvelin el 26 de octubre de 1905 y su
celebración será para él un gozo inmenso y una impresión profunda para
los que le acompañan: “Jamás he visto decir la misa como la decía el P.
Foucauld. Me creía en la Tebaida. Es una de las mayores impresiones de
mi vida”.17 Así se expresaba su amigo Liautey, que desempeñó altos cargos
en el ejército francés. Por eso sufrirá cuando no pueda celebrarla porque
no tiene a nadie que le acompañe.
Este amor a la Eucaristía y su deseo de entregarse a los demás cada vez
más imitando a Jesús, le llevan a una configuración muy íntima con Él. En
adelante quiere que Jesús ame, que Jesús sufra en él y se entregue totalmente.
La Eucaristía obra en Foucauld esta obra maravillosa.
c) La oración, ejercicio de amor
Quizá el título más universal y conocido de la santa Carmelita sea el
de Maestra de Oración. Una lectura tan asidua y continua como la que
Foucauld llevó a cabo a lo largo de su vida espiritual, dejó en él una honda
huella principalmente en dos puntos en el tema de la oración: en su importancia
para el desarrollo espiritual y en la manera de concebirla y vivirla.
Para el que conozca un poco a Foucauld sabe muy bien que fue un hombre
de oración, que su vida fue una vida de oración continua. Por eso vamos
a concentrarnos en el segundo aspecto: cómo concebía y vivía su oración.
El abate Huvelin había dicho de Carlos que “hacía de la religión un
amor”. La expresión es perfecta y describe con precisión lo que fue la relación
de nuestro místico con Dios. Desde su conversión su vida es un ejercicio
de amor; “por amor, por puro amor”, se hizo trapense, como él
mismo nos dice, y así será todo lo que haga el resto de su vida.
¿Dónde aprendió a entender la vida así? Sin duda alguna en la oración.
Y la oración al estilo teresiano debe ser sobre todo y por encima de todo
ejercicio de amor. En uno de sus numerosos retiros nos ha dejado un texto,
verdaderamente antológico, de cómo el amor es lo primero y fundamental:”
Sea cual fuere la manera de oración, pura contemplación, sencilla
mirada a Dios, atención silenciosa y amorosa a Dios, expansión del alma
en Dios etc.., en todas estas maneras y en cualesquiera otras, lo que ha de
dominar siempre en la oración es el amor”.18
Carlos había leído en Santa Teresa que aconseja su manera de orar:
“Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse
mucho de su sagrada humanidad y traerle siempre consigo y hablar con
Él” (Vida, 12, 2) y eso es lo que hace, pues para él la oración es una conversación
íntima con el amado, un estado en que el alma mira a Dios sin
una palabra, únicamente contemplándolo, diciéndole con la mirada que le
ama. Y en esta conversación Jesús también habla; así se expresa: “Hijos
míos: en la oración lo que yo quiero de vosotros es el amor, el amor, el
amor… orar es, sobre todo, pensar en mí amándome. Cuanto más se ama
tanto más se ora”.19
Este modo de entender la oración le permitirá hacer de su vida una oración,
amando en todo a Jesús y como Jesús a todos, sobre todo a los más
pobres. Y si le preguntamos en qué consiste el amor, nos dirá ya casi al
final de su vida, en una carta a su gran amigo Luis Massignon: “El amor
consiste no en sentir que se ama, sino en querer amar: cuando se quiere
amar, se ama; cuando se desea amar por encima de todo, se ama por encima
de todo … En cuanto al amor que Jesús nos tiene, Él nos lo ha probado
suficientemente para que creamos sin sentirlo; sentir que lo amamos y
que Él nos ama, es el cielo: el cielo, salvo raros momentos y raras excepciones
no es para aquí abajo”.20
La expresión “queremos amar, y querer amar, es amar” la repetirá con
frecuencia los últimos años; era el fruto de una oración sobre todo y por
encima de todo como ejercicio de amor.
d) La amistad
La amistad parece tener una gran importancia en la vida de estos dos
místicos, Teresa de Jesús y Carlos de Foucauld. Anotemos para comenzar
un sencillo dato, pero muy significativo: las numerosísimas cartas que escribieron
los dos, que nos hablan de un entramado de múltiples relaciones.
Con relación a la Santa ha resumido muy bien el papel que juega la
amistad en su vida, el carmelita alemán P. Ulrich Dobhan en su tesis doctoral,
Dios, el hombre y el mundo en la visión de Teresa de Ávila. Al presentar
al final sus conclusiones, comienza con esta afirmación tan categórica:
“Toda la vida de Teresa está bajo el signo de la amistad. Según mi parecer,
esta afirmación es la conclusión más importante de nuestro trabajo”.21
¿Se puede decir lo mismo de Foucauld? Antes de su conversión Carlos
tuvo bastantes amigos que permanecieron fieles a lo largo de su vida; a
algunos de ellos les ha escrito cartas muy íntimas, como a Henri
Duveyrier, y a Henri de Castries dónde les narra su conversión. Pero será
sobre todo en los últimos quince años de su vida, a partir de su ordenación
sacerdotal, cuando las amistades se multipliquen por distintos motivos y
la amistad juegue un papel importantísimo. Porque la amistad y la bondad
van a convertirse en su método de evangelización. Foucauld pensaba que
era el mejor de los apostolados.
El 28 de octubre de 1901 llega a Beni Abbés (Argelia), en pleno desierto
del Sahara. Su deseo es penetrar en Marruecos, pero se le cierran las puertas.
Por eso se establece ahí no lejos de su frontera por si un día puede entrar
para que la presencia de Jesús llegue a los más abandonados. Apenas instalado
en Beni Abbés se da cuenta del bien inmenso que puede hacer, tanto a
los soldados franceses como a los musulmanes. La pequeña vivienda donde
se establece se va a convertir enseguida en la “Fraternidad del Sagrado
Corazón” y a Carlos comenzarán a llamarle “el Hermano Universal”. Carlos
efectivamente quiere ser el hermano y amigo de todos para amarlos a todos
y a cada uno.
El 15 de enero de 1902 instala en la “Fraternidad” un cuarto para viajeros
pobres y unos días después puede escribir a monseñor Guerin: “Esta
tarde tengo una gran alegría: por primera vez viajeros pobres han recibido
hospitalidad bajo el humilde techo de la ‘Fraternidad del Corazón de Jesús’.
Los indígenas comienzan a llamarla Khaoua (fraternidad) y a saber que los
pobres tienen allí un amigo, y no solo los pobres, sino todos los hombres”.22
Esto no es más que el principio. Así vivirá en Beni Abbés hasta mediados
de 1905 que se traslada a Tamanrasset, mucho más al interior del desierto
donde viven los tuaregs. Hasta el final de su vida en diciembre de 1906, Carlos
será el hermano y amigo de los tuaregs. Amistad maravillosamente simbolizada
y representada entre Moussa Ag Amastane, “amenokal”, o jefe de los
tuareg del Hoggar y Foucauld. Entre los dos se dio una amistad profunda y
respetuosa, que nos llevaría lejos describirla.
Para Carlos la amistad era algo sagrado. Todos descubrían en él al hermano
cercano, accesible, amable. Quien se acercaba a él se sentía querido
y descubría en él a un amigo. En 1911, cuando invitaba a Massignon, uno
de sus últimos amigos, a pasar con él unos meses en el Sahara, le presentaba
este programa: “Harás amistad con la población, no les hablarás del
dogma, pero te dejarás querer por ellos y serás amigo de todos”.23 Era sen-
cillamente lo que él mismo venía haciendo, sobre todo desde que se estableció
en Beni Abbés.
¿Cómo descubrió Foucauld la importancia de este método de evangelización?
El origen está en su misma conversión; fue sobre todo la bondad
y amor de su prima, la señora de Bondy, y del abate Huvelin, los que le
ayudaron a dar el paso definitivo. Pero además están los Evangelios. Y en
los Evangelios que él leyó y meditó día tras día, una y otra vez, encontró
un texto que él mismo nos confiesa ha sido el que más impresión le ha
causado y transformado su vida. Así escribe el 1 de agosto de 1916, cuatro
meses antes de su muerte, de nueva a su amigo Massignon: “Entrégate
a la salvación del prójimo por los medios que tienes a tu alcance, oración,
bondad, ejemplo, etc., es el mejor medio de probar al Esposo divino que
le quieres: ‘todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, es a mí a quien se
lo hacéis’ … No hay, creo, palabra del Evangelio que haya hecho en mí
más impresión y transformado mi vida”.24 El amor a Jesús y al hermano
íntimamente unidos.
Hay otro texto evangélico que le envía a los pobres y abandonados; es
la parábola Lc 14, 12-14, que supone un cambio en la manera de entender
su vocación25.
d) El carisma de fundador
Tanto Teresa de Jesús como Carlos de Foucauld tuvieron el carisma de
fundadores. Los dos lo desarrollaron de forma y resultados muy diferentes.
Sin embargo, hay algunos aspectos dentro de ese carisma en Foucauld
que parecen inspirarse en la deslumbrante actividad de fundadora de la
Madre Teresa. Antes de adentrarnos por esos caminos, hagamos una breve
alusión al inicio mismo de la vida religiosa donde el “desgarro” que sufren
parece común a ambos.
El dolor de Teresa al dejar la casa paterna es muy conocido por la
belleza literaria de la descripción que ella ha dejado en su Vida. No pasa
lo mismo con Carlos que también nos ha dejado en varias de sus cartas la
descripción del “desgarro” que supuso para él ese 15 de enero de 1890 en
que se alejaba de su familia (él pensaba entonces que para siempre) para
ir a la Trapa de Nuestra Señora de las Nieves en Francia y poco después,
mucho más lejos a la Trapa de Akbés en Siria. Después de ese dolor profundo
de la separación tanto Teresa como Carlos insisten en la paz y el
contento de ser religiosos.
Pero Foucauld pronto siente la inquietud y el deseo de algo diferente;
se despierta en él el carisma de fundador. El 2 de febrero de 1892 había
hecho su profesión religiosa, los votos simples, y en julio de 1893 aparecen
los primeros deseos de una nueva fundación religiosa. En junio de
1896 termina la redacción del primer proyecto de congregación religiosa:
“Los Ermitaños del Corazón de Jesús”.
J. F. Six, en la biografía de Foucauld que describe su itinerario espiritual,
se pregunta de dónde le puede venir esta idea. La respuesta es: de su ardiente
amor a Jesús. Pero hay algo más; planea ahí la figura de Teresa de Jesús:
“En la concepción del proyecto volvemos a hallar una influencia cuya
importancia hemos visto ya: la influencia de Teresa de Jesús. Hay ante todo,
el ejemplo mismo de la gran carmelita. Desde septiembre de 1889, Carlos
de Foucauld lee y relee las Fundaciones y poco a poco, su memoria se
impregna de lo que constituye su alimento cotidiano y la guía de su vida
interior. Ahora bien, ¿qué había hecho la Santa?”.26 Y después de describir
brevemente el proceso fundador de la carmelita de la Encarnación, llega a la
conclusión que fueron, sin género de dudas, los ermitaños del Tardón, los
modelos que el hermano María-Alberico (el nombre de Carlos como trapense)
reprodujo en su esbozo de Regla y sobre todo la figura del P.
Mariano, del que dice la Santa: “tampoco el P. Mariano quiso ser de misa,
sino entrar para ser el menor de todos, ni yo lo pude acabar con él” (F, 17,
15), Carlos quería volver a los orígenes del más puro eremitismo.
Es importante destacar la presencia de Santa Teresa en este primer impulso
fundador de Foucauld. El carisma de fundador continuará adelante. Sobre
la base de la Regla de una nueva congregación que había compuesto en la
Trapa irán surgiendo nuevos proyectos fundacionales que respondan mejor a
su deseo de imitar lo mejor posible a Jesús de Nazaret. Y así en Nazaret compone
una nueva regla de los Ermitaños del Corazón de Jesús; más tarde cuando
comienza su estancia en Beni Abbés, esos Ermitaños se convertirán en
Hermanos, cambio que será fundamental para el futuro del carisma de fundador
de Foucauld, que aunque durante su vida no tuvo ningún éxito, sí lo
alcanzará, y de manera brillante, después de su muerte.
En su vida, de Foucauld, sólo su fundación “Asociación de los
Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús”, llamada también,
“Unión de oraciones para la evangelización” o “Fraternidad”, tendrá éxito;
fue aprobada por Mons. Bonnet el 6 de abril de 1909 y por cuya extensión
trabajará Carlos hasta el final de su vida.
Probablemente el carisma fundador de Santa Teresa y su impulso renovador
estuvo siempre presente en Foucauld y lo acompañó durante toda su
vida en todos sus proyectos fundacionales. No deja de ser simbólico que
en el único que tuvo cierto éxito, en la “Asociación de Hermanos y
Hermanas del Sagrado Corazón” estuvieran también dos conventos de
carmelitas Descalzas. Hoy el espíritu de Foucauld vive sobre todo en los
“Hermanitos de Jesús” y las “Hermanitas de Jesús”. Además, está la
“Asociación Familia espiritual de Carlos de Foucauld” compuesta por 19
grupos. Una posteridad que hoy avala el carisma fundador de Foucauld.
II. SAN JUAN DE LA CRUZ
San Juan de la Cruz, como Santa Teresa, fue muy admirado y querido
por Foucauld y por supuesto leído. Santa Teresa precisamente le había llevado
a la lectura de San Juan de la Cruz y el consejo de su director P.
Huvelin, quien el 28 de mayo de 1898 le dice en una carta, al saber que
está leyendo sus obras: “¡Cuánto me alegro de que haya leído a San Juan
de la Cruz! Es un pacificador maravilloso, menos arrebatador que su
Madre, pero más profundamente hundido en la Cosa Única. Nada puede
hacerle tanto bien”.27 Ya a finales de 1889, es decir a los tres años de su
conversión, había recibido una estampa de San Juan de la Cruz, donde el
P. Huvelin había escrito: “trabajar, sufrir y callar” de una carta del santo
carmelita a las monjas de Beas, palabras que impresionaron mucho a
Carlos.
Lee a San Juan de la Cruz totalmente y lo termina en octubre de 1898.
Como en el caso de Santa Teresa copia numerosos pasajes, de la Subida,
La Noche oscura, y sobre todo del Cántico y la Llama. Está encantado con
su lectura y la aconseja a sus amigos. Así le dice en una carta del 13 de
julio de 1903 a Henri de Castries: “Uno de los libros más queridos es San
Juan de la Cruz. Yo pienso a menudo en usted cuando lo leo. Vd. que tan
bien conoce a los escolásticos, ¿Ha leído a los místicos? … Una página o
dos -una gota- de San Juan de la Cruz cada día le descansaría en sus trabajos
tan fatigosos de Marruecos. Sería un poco de agua fresca en medio
de una jornada ardiente de viaje. Muchas cosas le gustarían, responderían
a su corazón, en estas páginas en que todo habla de olvidar todo lo creado
para perderse en el inmenso, el único y eterno bien”.28 ¿No estará describiendo
ahí su propia experiencia?
San Juan de la Cruz, sin duda alguna, ha dejado una honda huella en la
vida y escritos de Foucauld. Como antes con Santa Teresa vamos a fijarnos,
más que en un posible, y a veces claro influjo del santo de Fontiveros, en
Foucauld, en los aspectos de la espiritualidad que destacan particularmente
estos dos grandes colosos del espíritu. Los voy a resumir en tres puntos:
a) Atrapados por el Absoluto
“Cuando uno ha sido atrapado del todo por la idea del Absoluto, lo relativo
ya no cuenta… era un monje por completo de los pies a la cabeza, todo
él discreción y humildad”.29 Así describe el profesor Gautier, que se proclamaba
incrédulo, a Foucauld. Para el Hermanito de Jesús A. Chatelard es
uno de los que mejor han captado la personalidad de Carlos de Foucauld.
Visto desde la fe y no simplemente desde la incredulidad, Carlos de
Foucauld “atrapado por el Absoluto” es una expresión acertadísima para
describir en pocas palabras la personalidad excepcional de Foucauld y el
atractivo particular que ejercía en todos los que le conocieron.
Creo que algo parecido se puede decir de San Juan de la Cruz y así nos lo
presentan sus biógrafos y los numerosos testigos que le trataron. Desde el
comienzo de su lectura, Carlos debió congeniar perfectamente con San Juan
de la Cruz; la sed de Absoluto es en los dos la misma; acabamos de escuchar
a Foucauld decir en la carta a su amigo que en San Juan de la Cruz “todo habla
de olvidar todo lo creado para perderse en el inmenso, el único y eterno bien”.
Desde el momento de su conversión Carlos se siente “atrapado por
Dios”. Lo expresa muy bien el texto tan conocido; “Tan pronto como creí
que había Dios, entendí que no podía hacer otra cosa que vivir solamente
para Él: mi vocación religiosa data de la misma hora que mi fe: ¡Dios es
tan grande …! ¡Hay tal diferencia entre Dios y todo lo que no es Él!” El
“todo” y las “nadas” de San Juan de la Cruz resuenan ahí. Desde ese primer
momento se le impone una opción radical: la vocación religiosa, todo
o nada; él quiero todo y enseguida.
Esa radicalidad Foucauld la vivirá a lo largo de su vida, manifestada en
múltiples ocasiones que nos llevaría lejos detallar; baste recordar la radicalidad
con que presentaba los proyectos y reglamentos de nuevas congregaciones,
que le hará exclamar a su director espiritual: “su reglamento es
absolutamente impracticable”. Hay ahí una tendencia al exceso contra la cual
quería ponerle en guardia el P, Huvelin; así le dice en una carta del 2 de agosto
de 1896; “Tiene usted necesidad de ser protegido contra ese movimiento
hacia lo infinito que trae inquietud y no deja jamás fijarse en ninguna parte;
ese movimiento no es posible más que en los corazones donde no entra jamás
el exceso”.30 Era el peligro que corría Foucauld y los que no saben leer las
obras de San Juan de la Cruz, valorando como absolutas las motivaciones
más bien negativas: renuncia, separación, desprecio de la creación, negación
de sí hasta destruirse. Foucauld sabe eludir pronto esos escollos.
En este sentido hay otra expresión con la que describe Gautier a
Foucauld y nos habla de su radicalidad: “Le empapaba la nada de las
cosas”; expresión de gran belleza literaria y que evoca maravillosamente
las “nadas sanjuanistas”. En Carlos como en San Juan de la Cruz la nada
de las criaturas está siempre en relación con el todo, el Absoluto, Dios que
lo llena y abarca todo.
b) La imitación y el seguimiento de Jesús
“Si esta vida no es empleada para imitar a Jesús, ¿en qué es buena?
(San Juan de la Cruz)”.31 Entre los extractos copiados de San Juan de la
Cruz que aparecen en el libro Viajero en la noche. Notas de espiritualidad
(1888-1916), está esa máxima de San Juan de la Cruz. Tal como está ahí
redactada no aparece en los escritos del místico carmelita, pero sí refleja
bien su pensamiento. Quizá en la base de esa expresión esté esta frase de
san Juan de la Cruz, en el capítulo 13 del primer libro de la Subida del
Monte Carmelo: “Lo primero traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo
en todas sus cosas, conformándose con su vida, la cual debe considerar
para saberla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera Él”.
Esta idea de la imitación de Cristo es fundamental en la espiritualidad
sanjuanista y está muy bien colocada ahí como lo “primero” a realizar y
vivir. ¿Será lo mismo en Carlos de Foucauld? La máxima que cita como de
san Juan de la Cruz, con la que comenzamos este apartado, es muy significativa
de lo que pensaba sobre la importancia de imitar a Jesús. Sin duda
alguna es central y básica en su espiritualidad, como en la sanjuanista.
El ideal de Foucauld será imitar a Jesús en todas las circunstancias de
su vida. Éste será el principio que gobierne sus acciones, desde su conversión.
Contando esa conversión a uno de sus amigos nos lo dice con toda
claridad a la hora de elegir el nuevo camino: “No sabía qué orden escoger.
El Evangelio me hizo ver que el primer mandamiento es amar a Dios con
todo corazón y que todo ha de encerrarse en el amor. Ahora bien, todo el
mundo sabe que el primer efecto del amor es la imitación. Tenía, pues, que
entrar en la orden en que hallara la más perfecta imitación de Jesús”.32
Comentando este texto dice Six: “Este texto es capital. Todo el itinerario
espiritual de Carlos de Foucauld tiene por base a Jesús, a quien tiene
que imitar, pues le quiere amar sin medida. En adelante, a Jesús mira, a
Jesús ama, y la amistad de Jesús quiere ganar. De ahí que busque, con
pasión, en los Evangelios, las palabras y hechos de Jesús a fin de conformarse
a ellos concretamente, simplemente, lo más exactamente posible. Y
toda su vida, hasta la muerte, será ahora, a pesar de los caminos inesperados,
las contradicciones aparentes, los obstáculos, los fracasos y retrocesos,
una búsqueda sola y única, continua y continuada: Jesús”.33
Efectivamente ahí está resumido lo que será la vida de Carlos. Si entra
en la Trapa es porque cree que será el mejor lugar para imitar fielmente a
Jesús; si la deja después de siete años, lo hace porque quiere seguir a Jesús
“reproduciendo” el máximo posible su vida oculta en Nazaret donde pasará
casi cuatro años y desde ahí podrá decir a su director: “Mi vocación es
imitar lo más perfectamente posible a Nuestro Señor en su vida oculta en
Nazaret”; si acepta el sacerdocio, que antes ha rechazado por creer no
poder imitar a Jesús en el último lugar, es para imitar mejor a Jesús como
sacerdote, dándose y entregándose a todos en la soledad del desierto de
Beni Abbés primero y de Tamanrasset los últimos quince años de su vida.
Por eso cuando se trata de redactar proyectos de nuevas congregaciones
religiosas aparecerá siempre ese principio: “Conocer mejor a Jesús
para mejor imitarlo”. La imitación de Jesús es una fuente inagotable que
va a fecundar toda su vida y le descubre en el Evangelio nuevos caminos.
He aquí otro texto precioso, en carta a su director el 31 de enero de 1905,
desde Beni Abbés, donde ya no estará más que medio año, pero él dice:
“heme, pues, en Beni Abbés; para largo tiempo sin duda; para siempre, si
Dios quiere; sin otro trabajo que vivir la vida de Nazaret e imitar con todo
mi corazón, con todas mis fuerzas y amor al Divino Modelo”.34
La vida de Jesús en Nazaret y su imitación está siempre presente; pero
habrá una gran evolución en Carlos en la manera de entender esa vida de
Nazaret. En primer lugar, va a comprender toda la vida de Jesús y no solo los
años ocultos. Esto será sobre todo a partir de su ordenación sacerdotal. Ahí
cambia también su manera de imitar a Jesús, ahora revestido de la dignidad
sacerdotal, permaneciendo en la humildad; por eso dirá: “Pero yo tengo que
poner la humildad donde nuestro Señor la ha puesto, practicarla como Él la
ha practicado, y para ello practicarla en el sacerdocio, a ejemplo suyo”.35
Además, la vida de Jesús en Nazaret se puede llevar en todas las partes.
Nazaret se convierte así en un símbolo poderoso de la imitación de Jesús,
que exige cambios profundos marcados por el amor al prójimo. Así lo des-
cubrimos en su diario, el 22 de julio de 1905, cuando se va a establecer en
Tamanrasset, dejando atrás Beni Abbés y comenzando un nuevo estilo de
vida: “Nada de hábito -como Jesús en Nazaret- ; nada de clausura -como
Jesús en Nazaret-; nada de vivienda lejos de todo lugar habitado, sino cerca
de un poblado -como Jesús en Nazaret-; no menos de ocho horas al día de
trabajo (manual u otro, manual si es posible) -como Jesús en Nazaret-; ni
gran terreno, ni gran vivienda, ni grandes gastos, ni siquiera grandes limosnas,
sino extrema pobreza en todo -como Jesús en Nazaret…-. Ama a Jesús
con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo por amor a Él. Tu vida
de Nazaret puede llevarse en todas partes, llévala allí donde sea más útil al
prójimo”.36
c) El anonadamiento y la cruz salvan al mundo
La imitación de Jesús ocupa un puesto privilegiado en la espiritualidad
de Carlos de Foucauld y también en la de San Juan de la Cruz. Nada extraño
que esa imitación en los dos autores se concentre en un punto clave: la
cruz y lo que significa la cruz, como símbolo de toda la vida de Jesús. La
gran admiración que Foucauld siente por el místico español se manifiesta
quizá en este punto más que en ningún otro; la cercanía de su pensamiento,
al menos, es muy llamativa. Pueden abrirnos camino estos pensamientos:
“Cada día deseo más hundirme en el último abatimiento a imitación
de Nuestro Señor”. “Compartir su vida y, sobre todo, sus oraciones, su
miseria”. “Arrojarme más que nunca en la soledad, en lo que hay de más
oscuro, de más retirado, de más bajo”.
Al hablar de este tema no olvidemos que la imitación de Jesús es fruto
de un gran amor, de un amor apasionado por Jesús; el amor lleva a la imitación
más perfecta posible, porque en definitiva se trata de responder al
gran amor con que hemos sido amados y que se manifiesta sobre todo y
principalmente en la cruz. Carlos tendrá siempre esto presente; de ahí su
insistencia en buscar la cruz y los sufrimientos de Jesús: “Que Jesús sea
nuestro todo y el Ecce Homo nuestro modelo… Compartamos los sufrimientos
de aquel a quien amamos y que tanto nos quiere amar. ¡La cruz,
la cruz, la cruz! Busquemos de todo corazón la cruz totalmente pura y desnuda:
¡La cruz de Jesús!”.37
Así escribe al P. Jerónimo, trapense a quien conoció en Akbes y del que
se hizo muy amigo. Las resonancias sanjuanistas no pueden ser más fuertes.
Y a San Juan de la Cruz acude siempre que quiere expresar cómo el
momento culminante de la imitación de Jesús es abrazar la cruz con Él,
vivir la cruz, el abandono, el anonadamiento como momentos redentores.
Voy a citar algunos de esos textos muy significativos en la vida de Carlos.
Así escribía a monseñor Guerin, el uno de junio de 1908 desde
Tamanrasset: “Hay en la sagrada escritura una palabra de la que, creo yo,
hemos de acordarnos siempre, y es que Jerusalén fue reconstruida in
angustia temporum (Daniel). Hay que contar con trabajar durante toda
nuestra vida, in angustia temporum. Las dificultades no son un estado
pasajero que hay que dejar pasar como una borrasca, para volver al trabajo
apenas se calma el tiempo. No. Son el estado normal. Hay que contar
que toda nuestra vida para todo lo bueno que queramos hacer estaremos in
angustia temporum. Aquí está san Juan de la Cruz para animarnos y decirnos
no hemos de medir nuestros trabajos por nuestra flaqueza, sino nuestros
esfuerzos por nuestros trabajos”.38
El 8 de marzo de 1908 había escrito a su prima: “¡Cuánto bien hubiera
hecho Jesús evangelizando el mundo durante los años de oscuridad en
Nazaret! Y sin embargo juzgó que lo hacía mayor permaneciendo en silencio.
¡Y nuestro padre (el P. Huvelin) y sus cruces y el bien que sus enfermedades
le impiden hacer…! Es que nuestro Señor estima que hace más
bien estando con Jesús en la cruz…, dos líneas de San Juan de la Cruz iluminan
bien esto: ‘en la hora de su mayor anonadamiento paga Jesús esta
deuda del hombre pervertido y obra nuestra redención’. Lo mejor que hay
en la tierra para hacer el bien es la cruz. Nosotros no podemos hacer ni
inventar nada mejor que nuestro Señor”.39
El pensamiento de San Juan de la Cruz ya se lo había citado a
Monseñor Guerin en una carta del 10 de junio de 1903: “Ruegue Vd. Por
mí para que ame, ruegue para que ame a Jesús. Ruegue para que ame su
cruz; ruegue para que ame la cruz, no por ella misma, sino como el solo
medio, el camino único de glorificar a Jesús. El grano de trigo no da fruto
sino muere: ‘cuando yo fuere levantado de la tierra lo atraeré todo a mí’…
cuando me hubiereis levantado conoceréis quien soy. Y, como nota San
Juan de la Cruz, Jesús hizo el mayor bien, Jesús salvó al mundo en la hora
de su aniquilamiento supremo, en la hora de su muerte. Alcánceme de
Jesús que yo ame verdaderamente su cruz, pues ella es indispensable para
hacer bien a las almas”.40
Y podíamos decir que ese pensamiento de San Juan de la Cruz rubrica
su vida… El mismo día de su muerte, 1 de diciembre de 1916, escribe una
carta a su prima donde le dice: “Nuestro aniquilamiento es el medio más
poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer el bien a las almas. Es
lo que San Juan de la Cruz repite casi en cada línea. Cuando se puede
sufrir y amar, se puede lo más que es posible en este mundo”.41 Esa fue la
vida y el mensaje de Carlos de Foucauld.
III. CARLOS DE FOUCAULD Y EL CARMELO HOY
Para muchos cristianos Carlos de Foucauld puede ser un hombre representativo
de lo que debe ser la espiritualidad cristiana en el siglo XXI. En
este sentido voy a citar los párrafos que me parecen más significativos del
último capítulo de Javier M. Suescun: “Un hombre para el alba del siglo
XXI” de su libro: Carlos de Foucauld en el Sahara, entre los tuaregs:
“Nos encontramos ante un hombre sorprendente con el que habrá que
contar en el alba del siglo XXI. Hay en su personalidad cristiana muchos
ingredientes imprescindibles en el seguimiento de Jesús de Nazaret. Hay
en él mucha materia de imitación.
Nos encontramos ante todo un gigante de nuestro tiempo, místico comprometido;
amante de la soledad para encontrarse con su yo más íntimo y
necesitado de amistad de los otros; evangélico y actual, profundamente
enraizado en Dios y secular ecuménico, inquieto por la ciencia, creativo y
amante de la vida en sus mínimos detalles. Un personaje que fascina a
quien se acerca a él. El primer componente de su personalidad es fascinación
por Dios… y porque Dios es lo único importante, con Él se comunica
día y noche, y a Él lo supeditará todo. Ya no entiende su vida más que
desde una escucha y una entrega permanente a Dios.
Carlos es un hombre que ha descubierto la preferencia de Dios por un
estilo de vida débil, de pequeñez y de ausencia de ruido en toda acción
humana. Él, en consecuencia, querrá ser pequeño, débil y pobre en todas las
manifestaciones de su personalidad, accesible y cercano. Ello le va a conducir
a un estilo de vida de ocultamiento y humildad radical, de sencillez,
bondad y abierta amistad, a optar por la vida oculta de Jesús en Nazaret…
Los pobres serán su obsesión y el motivo de su preocupación. Todo lo
que a ellos sucede le inquieta a él… Pudiéramos decir que estos pilares del
Evangelio -el amor tierno y explícito a Dios y el amor concreto y real a los
pobres, desde un estilo de vida pobre- son los fundamentos que sostienen
la vida de Carlos de Foucauld; pilares que irán creciendo poco a poco en
su vida, y que en un momento dado -su época de estancia en el Sahara- se
encontrarán y fundirán en perfecta síntesis.
El monje contemplativo se funde en perfecta simbiosis con el hombre
de acción… Contemplativo en la acción, activo en la contemplación. Dios
y el hermano, el amor a Dios y el amor al más desfavorecido. Y esta paradójica
amalgama cristiana de contemplación-acción la va a vivir el
Hermano Carlos con decisión, con una firmeza y energía de voluntad, con
la fortaleza de quien sabe que ese es sendero a seguir…, quiere solo que
Dios se trasluzca a través de él”.42
Algunos de estos rasgos han quedado ampliamente descritos en esa
relación de Carlos de Foucauld y los dos grandes místicos carmelitas. Si
esta cercanía entre Foucauld y el Carmelo es como brevemente la hemos
esbozado43, y Foucauld se presenta con tanta fuerza como un hombre
representativo del siglo XXI, ¿no se estará pidiendo al Carmelo, a los carmelitas
estar a la vanguardia de esa espiritualidad del s. XXI?
Hay algunos rasgos de esa espiritualidad que podemos bosquejar resumiendo
la relación que hemos descrito entre el Carmelo y Carlos de
Foucauld:
1 Ecclesia, nº 3.284, 19.11.05.
2 SIX, JEAN FRANÇOIS, Carlos de Foucauld. Itinerario espiritual, Herder, Barcelona,
2001, p. 309.
3 Carta al P. Huvelin, 8.3.18, p.84. Las páginas de las cartas de Foucauld se refieren, si
no se dice expresamente lo contrario, al libro de Six, citado en la nota 2.
4 Carta al P. Jerónimo, p. 99.
5 Carta a Joseph Hours, p. 99.
6 Ibid., p. 99.
7 SIX, o.c., p. 99. Los subrayados son míos.
8 Ibid., p. 106.
9 Ibid., p. 179-180.
10 Vida Nueva, nº 2.495, 19.11.05.
11 SIX, o.c., p. 76.
12 CHATELARD, ANTOINE, Carlos de Foucauld, el camino de Tamanrasset. San Pablo,
Madrid, 2003, p. 304.
13 En SIX, p. 179.
14 Carta al P. Huvelin, 26.4.1900, p. 210.
15 En SIX, p. 212.
16 Ibid., p. 219.
17 Ibid., p. 260.
18 Ibid., p. 174.
19 CARLOS DE FOUCAULD, Escritos esenciales, Sal Terrae, Santander 2001.
20 En SIX, El testamento de Carlos de Foucauld, San Pablo, Madrid, 2005, p. 239-240.
21 DOBHAN, ULRICH, Gott-Mensch-Welt in der Sicht Teresas von Avila. Peter Lang,
Frankfurt am Main, 1978, p. 397.
22 Carta a Monseñor Guerin, p. 231.
23 En SIX, Testamento …, p. 291.
24 Ibid., p. 305.
25 Cf. VÁZQUEZ BORAU, JOSÉ LUIS, Carlos de Foucauld y la espiritualidad de Nazaret,
BAC, Madrid, 2001, p. 27.
26 Six, Itinerario …, p. 124.
27 Carta a P. Huvelin, p. 172.
28 Carta a Henri de Castries, p. 172.
29 En CHATELARD, p. 292.
30 Ibid., p. 138.
31 CARLOS DE FOUCAULD, Viajero en la noche. Notas de espiritualidad (1888-1916),
Ciudad Nueva, Madrid, 2005, p. 116.
32 Carta a Henri de Castries, 14.8.01, p. 67.
33 SIX, Itinerario …, p. 67-68.
34 Carta al P. Huvelin, 31.1.05, p. 259.
35 Carta al P. Huvelin, 26.4.1900, en Chatelard, p. 83.
36 Ibid., p. 232.
37 Carta al P. Jerónimo, 5.9.1901, p. 227.
38 Carta a Monseñor Guerin, 1.6.1908, p. 286.
39 Carta a la Señora de Bondy, p. 284.
40 Carta a Monseñor Guerin, 10.6.1903, p. 274.
41 Carta a la Señora de Bondy, 1.12.1916, p. 244.
42 SUESCUN, JAVIER M., Carlos de Foucauld en el Sahara, entre los tuareg, Desclée de
Broker, Bilbao 1994, pp. 159-166.
43 Habría que añadir la relación entre Teresita y Foucauld, esos dos grandes místicos del
s. XIX como se les ha llamado, para resaltar aún más lo que une a Carlos con el Carmelo.


Para mostrar como las enseñanzas de la santa perviven hoy, quinientos años después de su tránsito, me centraré en el testimonio de Carlos de Foucauld para quien la guía de la santa fue crucial en su camino espiritual, y por ende a sus seguidores, dispersos hoy por todo el mundo como “levadura en la masa”, en comunión de destino con los más pobres.
Semejanza espiritual
Santa Teresa fue una influencia decisiva para Carlos de Foucauld (1858-1916) durante los años que estuvo en la Trapa. Ya antes de entrar en ésta, había leído gran parte de sus escritos, pues el año 1888, la señora Flavigny, su prima, le había ofrecido los escritos de santa Teresa, excepto las Fundaciones, que compró el mismo en septiembre de 1889. Entusiasmado con estos escritos se los recomienda a todas aquellas personas conocidas suyas que quieren adelantar en el camino de la perfección. Así, al padre Jerónimo le dirá: “Con gran apuro mío, me permito darle un consejo: leer y releer mucho, continuamente, a santa Teresa, parándose especialmente en lo que se refiere al amor de Jesús y a las verdades religiosas”1. En 1909, siete años antes de su muerte, tenemos constancia de su resolución de leer cada día dos páginas de santa Teresa 2. Y un año antes de su muerte escribe a un amigo hablando de santa Teresa: “Comprendo cuanto te gusta la vida de esta gran santa. Después de la Vida, lee Fundaciones, el Camino de perfección, las Cartas, en fin, todas las obras. Todo es en ella incomparable y, al lado de cosas especiales, por doquiera se hallan otras aplicables a todos. Después de leerla, la releerás. Santa Teresa es uno de esos autores de que se hace el pan de cada día”3. Y el 28 de abril de 1916, siete meses antes de su asesinato, le dice de nuevo a su amigo:”Jamás se leerá bastante a santa Teresa. Se halla en ella un conjunto incomparable de ejemplos de virtud y una doctrina de seguridad perfecta. ¡Qué espíritu apostólico! Como Dios, su caridad se extendía a todos los hombres. ¡Cómo la conducía el amor a Jesús al de las almas!”4. La santa de Ávila fue la guía predilecta de Carlos de Foucauld, que con su vida le indicaba lo que Dios quería de él. Se reconocía de la misma familia espiritual que ella. Semejanza de temperamento. Caracteres de temple excepcional, Teresa y Carlos se arrojan sobre los obstáculos y los vencen gracias a una voluntad inflexible. Ambos se crecen ante los obstáculos y hallan en el riesgo y el peligro, una audacia extrema. Son dos seres que tienen sed de absoluto. Tienen centrada el alma sobre las máximas realizaciones posibles, porque los dos poseen un sentido eminente de la trascendencia de Dios, ante quien, estas almas excepcionales, se descubren débiles, pero apoyándose en la omnipotencia de Dios, serán un medio para realizar su voluntad. Por su unión con Dios, vivirán más y más en el olvido de sí mismos5. Es por esto que Carlos de Foucauld de 1908 a 1916, momento de su muerte, concluye cada uno de sus diarios con el “Sólo Dios basta” de santa Teresa. Lo que encuentra Carlos de Foucauld en los escritos de santa Teresa en cuanto “verdades religiosas” no es una teología sistemática, aunque su pensamiento es muy seguro. Lo que vemos que Carlos de Foucauld copia en sus cuadernos son “experiencias de vida”, ya que ambos no son personas de abstracción. No son intelectuales, sino temperamentos de acción. Si bien el itinerario místico trazado por san Juan de la Cruz forma una síntesis razonada de la vida espiritual, fruto de una teología sistemática, la aportación de santa Teresa es otra. Se trata de una descripción de los hechos sobrenaturales que ella vive, no de un estudio metódico de su naturaleza. Teresa presenta los estados y la progresión de la vida espiritual como ella los ha experimentado pero no intenta dar un ejemplo tipo de toda evolución del alma. Es la experiencia de esta “hermana mayor” lo que admira Carlos de Foucauld. Y una concreción del impacto de Teresa en Foucauld será, en referencia a la persona de Jesús, la Sacratísima Humanidad de Cristo de la que habla Teresa, que, cuando ésta se refiere a la Humanidad de Cristo, siempre tiene presente a Jesús resucitado, ya que “el encuentro entre la persona humana y Cristo, que se da en la oración, tiene lugar desde esa realidad de la resurrección de Jesús, y cuando Teresa se representa y contempla la humanidad de Jesús, lo hace desde la perspectiva de su carne glorificada, aun cuando mire al Jesús que caminaba por los caminos polvorientos de su tierra natal, cumpliendo la misión de proclamar el Evangelio”6. Esta huella teresiana llevará a Foucauld a realizar una pequeña síntesis de lo que dicen los evangelios sobre la persona de Jesús y elaborar un pequeño texto que lee y relee durante toda su vida, denominado El Modelo Único7.
Llamados a la santidad
¿Qué puede aportar el testimonio de vida y los escritos de la santa de Ávila a las personas del siglo XXI? Las personas de hoy, sin fe o desasosegadas por el “mundanal ruido” que se aproximen a esta biografía tanto interna como externa, pueden ver en santa Teresa como nunca es tarde para iniciar una aventura de amor, después de haber desaprovechado parte de nuestra vida. Esta aventura espiritual supone un proceso progresivo de espiritualización en la persona orante, que conlleva una donación de sí, por amor a Dios. Teresa cuenta sus experiencias espirituales y nos enseña a orar, convirtiendo frecuentemente su relato en una oración. En la primera parte del libro Teresa nos relata su infancia y juventud, la muerte de su madre y la posterior de su padre. También su ingreso a los veinte años en la vida religiosa el año 1535. Pero, la intensidad de su vivencia religiosa comienza a adquirir más fuerza desde que lee el libro las Confesiones de san Agustín, y también le causa grave impresión un Cristo muy llagado que trajeron a guardar al oratorio. Así se expresa la santa: “Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se havia buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota, que en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representava bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”8.
Santa Teresa de Jesús nos enseña de una manera sencilla cómo entrar en diálogo con Dios. Es una forma muy sugerente para las personas de hoy, pues somos seres sociables que necesitamos desarrollar en nosotros esta tendencia hacia los otros, y hacia el Ser de Dios, de cuya imagen y semejanza participamos. De ahí el testimonio de la santa: “Procurava representar a Cristo dentro de mí, y hallávame mijor – a mi parecer – de las partes a donde le vía más solo”9. Representar a Jesucristo dentro de sí era para ella la manera de contactar con Dios. Manera que cobraba todo su realismo en el momento de la comunión eucarística. Orar es para ella prestar atención a la Persona, Dios, dentro del propio espacio interior para llegar a ser amigos: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”1. Para explicar este lenguaje de la oración, santa Teresa recurre a una serie de comparaciones muy hermosas acerca de las relaciones de amistad entre los dos protagonistas: Dios y la persona. Son los cuatro grados de la oración. Santa Teresa compara al alma como un huerto donde Dios quita las malas hierbas y planta las buenas. La persona es el hortelano que debe cuidar el huerto de su alma para que no se sequen las plantas de virtudes que Dios siembra en ella. Todo está en la solicitud del hortelano, en ese tener cuidado de no malograr la siembra que Dios hace en su huerto-alma. El punto de referencia para la persona es siempre contentar a Dios. De esta manera la persona se libra de caer en un egocentrismo espiritual malsano, y del descontento en la relación de amistad con Dios.
En este primer modo de oración se experimenta trabajo y esfuerzo, por no estar acostumbrado a recogerse en el interior del alma. “De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su travajo, como tengo dicho, que han de cansarse en recoger los sentidos; que, como están acostumbrados a andar derramados, es harto travajo”11. A la persona que vive en su exterior la oración se le hace costosa y con escaso fruto. Sentirá malestar y disgusto cuando a pesar de su trabajo en recogerse y meditar no halle en sí más que sequedad y sinsabor. Santa Teresa invita a quienes comienzan este camino a no quedarse en una praxis de la oración que solo agrada al sentido. No hay que quedarse preso del ejercicio de la oración dura, sino abrirse a una relación de amistad desinteresada. Es la amistad pura. En este grado el orante debe mantenerse en la oración con el ejercicio de la meditación, es decir, discurrir con el entendimiento. Con buenos libros que le lleven al trato de amistad con Dios, o pensando sobre las grandezas de Dios, sus misericordias, su amor, etc. Pero la santa insiste en que no se le vaya en esto todo el tiempo de la oración. Sino que “se representen delante de Cristo, y sin cansancio del entendimiento, se estén hablando y regalando con El”12. Teresa advierte que el orante no debe intentar suspender la actividad del entendimiento para ayudarse en la oración, sino dejar que Dios se lo suspenda cuando quiera. No está en nosotros procurarnos sentir los gustos de Dios, de lo contrario perdería el tiempo. Por lo tanto, en esta primera manera de regar el huerto se saca el agua del pozo, esto es, discurriendo con el entendimiento.
Siguiendo adelante, la persona saca el agua con una noria: “…con noria y arcaduces, que se saca con un torno – yo lo he sacado algunas veces – : es a menos travajo que estroto, y sácase más agua”13. Aquí la persona experimenta en sí unos gustos muy particulares que no vienen de ninguna manera procurados por su mucho meditar en las cosas de Dios. Aunque en este grado no se ha de dejar del todo la oración mental, Teresa nos habla de la oración de quietud, que es precisamente una comunicación de Dios al alma en la que la persona siente en sí un recogimiento hacia lo profundo de su ser, en el que su voluntad siente y goza claramente de unos gustos, contentos, que no había conocido antes en ninguna cosa de este mundo: “Aquí se comienza a recoger el alma, toca ya aquí cosa sobrenatural, porque en ninguna manera ella puede ganar aquello por diligencias que haga”14. Dios actúa directamente en la voluntad intensificando el amor. La persona ve con certeza que estuvo el Señor con ella. Va creciendo en virtudes y desea más ratos de soledad para gozar más de Dios, pues comprende que la oración es principio de todos los bienes y que por nada querría dejarla. La experiencia de la gracia es mucho más clara que en la situación anterior.
Llegados aquí la huerta del alma se riega con agua que “es agua corriente de río o de fuente, que se riega muy a menos travajo, aunque alguno da el encaminar el agua. Quiere el Señor aquí ayudar al hortelano de manera que casi El es el hortelano y el que hace todo”15. La acción de Dios alcanza a la persona en las potencias, de manera más intensa que en la oración de quietud. Esta acción de Dios la “adormece” en relación a todo lo creado, porque está profundamente cautivada por Dios. La persona siente en sí “embriaguez de amor”. “Glorioso desatino, una celestial locura”16. La actitud de la persona en esta experiencia de oración es abandonarse del todo en los brazos de Dios, porque su alma ya no es suya sino de Dios. Ya no querría vivir sino en Él. La persona se ve fortalecida en las virtudes y deseosa de servir a su Señor.
Se trata de la oración de unión de todas las potencias en la que la acción de Dios envuelve y domina a la persona. El huerto se riega con “agua que viene del cielo para con su abundancia henchir y hartar todo este huerto de agua”17. Santa Teresa describe así la oración de unión: “Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza. Entiéndese que se goza un bien adonde juntos se encierran todos los bienes, mas no se comprehende este bien. Ocúpanse todos los sentidos en este gozo, de manera que no queda ninguno desocupado para poder en otra cosa esterior ni interiormente ocuparse” 18. La acción de Dios es tan fuerte que suspende todas las potencias, de modo que la persona orante no puede ocuparse en nada. En esta oración hay una concentración total de la persona entera en Dios: interior y exterior. Santa Teresa llama a esta gracia de unión levantamiento de espíritu o vuelo de espíritu y unión.
¿Qué nos enseña hoy Teresa?
Teresa nos enseña a encontrar a Cristo desde nuestra propia realidad personal e histórica, nos lleva a interiorizar en la oración la revelación que Jesús ha hecho de sí y puesta de relieve en los Evangelios, hasta hacernos contemporáneos de su experiencia y doctrina. La búsqueda de Jesucristo en su realidad humana, da realismo y hondura a nuestra oración. Pero, además, Teresa tiene la convicción que no se busca en vano a Cristo. El paga la búsqueda con el encuentro en su compañía y en los hermanos, en los que Él está presente y prolonga su existencia. En la oración se aprende a vivir con Él y como Él. El capítulo 22 de la Vida encierra una síntesis doctrinal acerca de la importancia de Cristo en la vida de oración y en la vida espiritual. Veamos algunos rasgos: a) Cristo en su Humanidad modelo de nuestra existencia19. Sin la humanidad de Cristo nos faltaría el punto de referencia en el realismo de nuestra aventura, en la fragilidad de nuestro ser y en las situaciones dolorosas en las que tenemos que vivir. Sin Cristo estamos como en el aire, sin un punto de arrimo, sin una referencia realista para nosotros que somos humanos: «Es gran cosa mientras vivimos y somos humanos, traerle humano«20. Es la misma consideración que hace en el libro de la Vida, capítulo 37, 6: «Vía que aunque era Dios era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que El había venido a reparar. Puedo tratar como con amigo aun que es Señor”21. Y la razón de esto está en que «es muy buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y travajos y es compañía. Y habiendo costumbre, es muy fácil hallarle cabe sí, aunque veces vernán que lo uno ni lo otro se pueda«22. Cristo Crucificado es como el límite de los dolores y desarraigos y contradicciones en que nos podemos ver también nosotros. Y entonces es necesario mirarle en el límite de su experiencia humana en el abandono de la cruz. No es extraño que la experiencia cristiana sufra a veces la ausencia de Dios como una identificación con el dolor del Crucificado. Carlos de Foucauld se identifica en esto con santa Teresa, cuando al identificarse con Cristo en el Calvario pone en labios de Jesús esta hermosa oración que decimos todos los días los discípulos de Foucauld: “Padre mío, me abandono a Ti, haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas”19. Recordemos el impacto de la humanidad de Cristo en Foucauld reflejado en su Modelo Único. “No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi alma en tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo y porque para mí amarte es darme, entregarme en tus manos sin medida con infinita confianza, porque Tú eres mi Padre”. Santa Teresa nos ayuda a fijar nuestra mirada en Cristo nuestro modelo porque la vida cristiana es vivir como Cristo; solo se puede vivir en Cristo si se vive como Él, partiendo de su vida, de sus compromisos y de sus actitudes vitales. Pues si: “todas veces la condición o enfermedad, por ser penoso pensar en la Pasión, no se sufre, ¿quién nos quitará estar con Él después de resucitado, pues tan cerca le tenemos en el Sacramento, adonde ya está glorificado, y no le miraremos tan fatigado y hecho pedazos, corriendo sangre, cansado por los caminos, perseguido de los que hacia tanto bien, no creído de los Apóstoles? Porque, cierto, no todas veces hay quien sufra pensar en tantos travajos como pasó. Hele aquí sin pena, lleno de gloria, esforzando a los unos, animando a los otros, antes que subiese a los cielos, compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros»23. Teresa no sólo defiende la plena humanidad de Cristo en su existencia con nosotros, sino también la perenne validez de la humanidad de Cristo en su vida gloriosa. Cristo es el único y absoluto mediador ante el Padre: «Mucho contenta a Dios ver un alma que con humildad pone por tercero a su Hijo y le ama tanto…»24. E indica que en el camino de la oración “este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes«25, como desarrolla con mayores argumentos en el libro de las Moradas del castillo interior (VI, 7,6): «Si pierden la guía – que es el buen Jesús – no acertarán el camino…; porque el mesmo Señor dice que es camino26; también dice el Señor que es luz27 y que no puede nenguno ir al Padre sino por El28; y quien me ve a mí ve a mi Padre29″. Esto lo puede corroborar la santa por experiencia: «Es muy continuo no se apartar de andar con Cristo nuestro Señor por una manera admirable, adonde divino y humano junto es siempre su compañía«30.
Importancia de la imagen
En estos tiempos de corrientes de Nueva Era donde se acude al zen, al yoga o a la meditación trascendental es importante la referencia a la Humanidad de Cristo que nos hace santa Teresa: “Una cosa quiero decir, a mi parecer importante. Si a vuestra merced le pareciere bien, servirá de aviso, que podría ser haverle menester; porque en algunos libros que están escritos de oración tratan que, aunque el alma no puede por sí llegar a este estado – porque es todo obra sobrenatural que el Señor obra en ella – que podrá ayudarse levantando el espíritu de todo lo criado (…) Y avisan mucho que aparten de sí toda imaginación corpórea y que se lleguen a contemplar en la divinidad; porque dicen que, aunque sea la Humanidad de Cristo, a los que llegan ya tan adelante, que embaraza o impide a la más perfecta contemplación… Yo no lo contradigo, porque son letrados y espirituales, y saben lo que dicen, y por muchos caminos y vías lleva Dios las almas; cómo ha llevado la mía quiero yo ahora decir – en lo demás no me entremeto- y en el peligro en que me vi por querer conformarme con lo que leía”31. La contemplación de santa Teresa de la imagen de Cristo y su recomendación de traer ante los ojos algún retrato, signo, dibujo relacionados con Cristo, nos demuestran la pedagogía acertada de la maestra de oración, avalada además por la iconografía de las iglesias orientales y los buenos maestros para adentrarnos en la relación teologal, creyente y transformadora de la conducta con el Señor. Así se expresa la santa: “… tratando con un gran letrado dominico, el maestro fray Domingo Váñez, le dijo que era mal hecho que ninguna persona hiciese esto; porque adondequiera que veamos la imagen de nuestro Señor es bien reverenciarla, aunque el demonio la haya pintado, porque él es gran pintor, y antes nos hace buena obra queriéndonos hacer mal, si nos pinta un crucifijo u otra imagen tan al vivo, que la deje esculpida en nuestro corazón. Cuadróme mucho esta razón, porque cuando vemos una imagen muy buena, aunque supiésemos la ha pintado un mal hombre, no dejaríamos de estimar la imagen ni haríamos caso del pintor para quitarnos la devoción; porque el bien o el mal no está en la visión, sino en quien la ve y no se aprovecha con humildad de ellas; que si ésta hay, ningún daño podrá hacer aunque sea demonio; y si no la hay, aunque sean de Dios, no hará provecho”32.
Teresa guía en el camino
En una época como la nuestra necesitamos de maestros que nos hablen desde la autenticidad de una experiencia capaz de llenar de sentido la vida y de transformarla. Teresa es una luz no solo en el camino espiritual religiosos, sino incluso en el ámbito humanista y de la psicología, pues nadie como los místicos es capaz de profundizar tanto en ese espacio interior del ser humano. En las actuales circunstancias de la Iglesia es muy importante acudir a las enseñanzas de la santa. Es muy importante encontrar el rostro humano de Jesús y dejarnos seducir por su vida. Hay que releer los Evangelios para que el Señor se nos revele plenamente en sus palabras y sus ejemplos y dé sentido a nuestra realidad personal y social. De esta forma podemos vivir una existencia comprometida que tenga el mismo realismo del vivir de Cristo propuesto a sus discípulos. Y Él nos revelara plenamente su presencia en los hermanos y en la Iglesia para que nuestro amor a Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, se traduzca en una vida en Cristo que se prolonga en nuestra humanidad y en un servicio por amor a nuestros hermanos, hecho de obras significativas y eficaces en el actual contexto y en el momento de nuestra historia. Teresa de Jesús nos brinda su rica experiencia del Señor Jesús para que de su doctrina y pedagogía podamos revivir hoy nosotros nuestra experiencia de Cristo en nuestra Iglesia y en nuestra historia. No se trata simplemente de copiar o de repetir, porque las circunstancias eclesiales y sociales son diversas. El que sigue a Cristo abraza su causa, como Teresa la supo abrazar en plenitud, abierta a esa visión de la Iglesia como Reino de Dios que padece violencia en la lucha. Todo el proceso pedagógico espiritual al que Teresa nos invita nos debe conducir a una verdadera metamorfosis de unión con Cristo, lo que aportará a la persona una vida fecunda y transformadora. Experimentará una profunda paz interior al estar inundada por la luz de Cristo; sentirá la constante compañía de este Cristo crucificado y resucitado, con quien ha entrado en comunión, en una presencia que se prolongará en el tiempo. También experimentará resultados hacia el exterior: desde una mutación en su escala de valores, hasta una concepción distinta de la vida y de la muerte, del mundo y de las demás personas. Es una espiritualización de la vida a la que todos estamos llamados. Así se expresa Teresa en el libro de las Moradas 7, 4, 9: ”Mirad que importa esto mucho más que yo os sabré encarecer. Poned los ojos en el crucificado, y haráseos todo poco. Si su Majestad nos mostró el amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo palabras? ¿Sabéis que es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien – señalados con su hierro, que es el de la cruz, porque ya ellos le han dado su libertad – los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como El lo fue, que no les hace ningún agravio ni pequeña merced”33. El Matrimonio Espiritual “es la culminación de una experiencia de recogimiento y oración que comprende la vida entera y supone una transformación de raíz en la persona, que atañe a todo su ser, como fruto de la vivencia de este diálogo transformante que desgarra los viejos esquemas vitales. Esta transformación conlleva sus frutos, y ha de ser visible, necesariamente, en la vida de la persona que ha recibido tal gracia. Se trata, pues, de un proceso de espiritualización que Dios obra en el ser humano, con el consentimiento y la colaboración de este; y consistirá en dejarle hacer a Dios, abandonándose en sus manos, como corresponde a toda criatura, pues dejarse hacer es la primera cualidad de toda criatura, y la principal atención espontánea de esta para con su creador”34. La Santa eligió la causa de los más necesitados y tuvo una sensibilidad especial por los pobres, enfermos y necesitados. El mismo Señor le recordó en una ocasión a Teresa, que tenía que estar con los pobres y tener cuidado de los enfermos porque Él había, fundado la Iglesia con pobres pescadores y los que no se compadecen de los que sufren son como los amigos de Job. Para vivir en Cristo, ideal contemplativo de Teresa y ofrecimiento que ella hace a todos los que siguen su camino de oración, hay que vivir como Cristo. Y Él nos indica el camino del amor y del servicio a los más necesitados. Por eso la búsqueda de Cristo en la oración nos descubre el rostro de Cristo en esos rostros de nuestros hermanos en los que Cristo está presente y nos pide ser servido por amor para que también ellos consigan una plenitud de vida cristiana en el desarrollo de su plena humanidad y de su divinidad de hijos de Dios.
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1 G. FRANCHESCHI, Charles de Foucauld, (Buenos Aires 1950), 332.
2 Ibíd. 333.
3 CARTA A JOSEPH HOURS, Cahiers Charles de Foucauld 16, 103
4 Ibíd. 16, 104.
5 Justamente éste es el título, El olvido de sí, que PABLO D´ORS FÜHRER da a la biografía novelada de Carlos de Foucauld en la Editorial Pre-Textos, 2013.
6 C. HERRANDO, El camino espiritual de Teresa de Jesús, (Madrid 2009) 94.
7 Este texto se puede encontrar en J. L. VÁZQUEZ BORAU, Consejos evangélicos o Directorio de Carlos de Foucauld, (Madrid 2005) 25-50.
8 SANTA TERESA DE JESÚS, Obras completas, Libro de la Vida 8, 2 (Madrid 202) 63.
9 Ibíd. 64.
10 Ibíd. 61
11 Ibíd. 72.
12 Ibíd. 80-81. 13 Ibíd. 71. 14 Ibíd. 8415 Ibíd. 93.
16 Ibíd. 93.
17 Ibíd. 101.
18 Ibíd. 99
20 Ibíd. 123.
21 Ibíd. 204.
22 Ibíd. 123.
23 Ibíd. 122.
24 Ibíd. 123.
25 Ibíd. 122.
26 Jn 14, 6.
27 Jn 8, 12.
28 Jn 14, 6.
29 Jn 14, 9.
30 SANTA TERESA DE JESÚS, Obras completas, Moradas del castillo interior (Madrid 202) 549.
31 Ibíd. 550.
32 Libro de la Vida 22,1.2, o. c., 120.
33 SANTA TERESA DE JESÚS, Obras completas, Libro de las Fundaciones 8, 3, (Madrid 2002) 703-704.
34 o. c., 580.
35 Cf. C. HERRANDO, o. c., 134.