Papa León: Jesús es el punto de llegada de nuestro caminar
CLAVE:
En la catequesis de la audiencia general en la Plaza de San Pedro, León XIV inició la última parte del ciclo jubilar «Jesucristo, nuestra esperanza» y abrió el capítulo «La resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual» con la reflexión «El Resucitado, fuente viva de la esperanza humana». El Pontífice indicó que Jesús es el “compañero de viaje” que nos sostiene en el camino no siempre fácil de nuestra vida. “Sin su amor, el viaje de la vida se convertiría en un vagar sin meta».
Una plaza de San Pedro repleta de fieles acogió hoy al Papa León XIV para la audiencia general del este miércoles 15 de octubre. Como de costumbre, antes de iniciar su reflexión, el Papa saludó desde el papamóvil a los numerosos fieles allí reunidos. En esta ocasión, la presencia de unos 60 000 peregrinos condujo al Pontífice más allá del hemiciclo de Bernini, a lo largo de la Vía de la Conciliación, en medio de una animada multitud.
“En las catequesis del Año jubilar, hasta este momento, hemos recorrido la vida de Jesús siguiendo los Evangelios, desde el nacimiento a la muerte y resurrección. De este modo, nuestra peregrinación en la esperanza ha encontrado su fundamento firme, su camino seguro”, inició diciendo el Santo Padre en su reflexión, precisando que ahora, “en la última parte del camino, dejaremos que el misterio de Cristo, que culmina en la Resurrección, libere su luz de salvación en contacto con la realidad humana e histórica actual, con sus preguntas y sus desafíos”.
Creados para la plenitud
El Papa evidenció que en nuestra vida, llena de matices y de vivencias diferentes, experimentamos una “situación paradójica: quisiéramos ser felices, pero es muy difícil conseguirlo de forma continuada y sin sombras” y “sentimos que siempre nos falta algo”. Pero, en verdad – aseguró – no hemos sido creados para la falta, sino para la plenitud, para disfrutar de la vida y de la vida en abundancia, según la expresión de Jesús en el Evangelio de Juan (cfr 10,10).
Este deseo grande de nuestro corazón puede encontrar su última respuesta no en los roles, no en el poder, no en el tener, sino en la certeza de que alguien se hace garante de este impulso constitutivo de nuestra humanidad; en la conciencia de que esta espera no será decepcionada o frustrada. Tal certeza coincide con la esperanza.
La esperanza cumple
El Pontífice recalcó que esto no quiere decir “pensar de forma optimista” sino que “a menudo el optimismo nos decepciona, al ver cómo nuestras expectativas implosionan, mientras la esperanza promete y cumple”.
Hermanas y hermanos, ¡Jesús Resucitado es la garantía de esta llegada! Él es la fuente que sacia nuestra sed ardiente, la sed infinita de plenitud que el Espíritu Santo infunde en nuestro corazón. La Resurrección de Cristo, de hecho, no es un simple acontecimiento de la historia humana, sino el evento que la transformó desde dentro.
El Obispo de Roma invitó además a pensar en una fuente de agua y sus características, evidenciando que sin ella “no se puede vivir”, para indicar:
El Resucitado es la fuente viva que no se seca y no sufre alteraciones. Permanece siempre pura y preparada para todo el que tenga sed. Y cuanto más saboreamos el misterio de Dios, más nos atrae, sin quedar nunca completamente saciados.
Jesús sacia nuestra vida
A continuación, aseguró que es “Jesús, con su Resurrección”, quien nos ha asegurado “una permanente fuente de vida”. Él “es capaz de ofrecernos alivio en el camino terreno y asegurarnos la quietud perfecta en la eternidad”.
Solo Jesús muerto y resucitado responde a las preguntas más profundas de nuestro corazón: ¿hay realmente un punto de llegada para nosotros? ¿Tiene sentido nuestra existencia? ¿Y el sufrimiento de tantos inocentes, cómo podrá ser redimido? Jesús Resucitado no deja caer una respuesta “desde arriba”, sino que se hace nuestro compañero en este viaje a menudo cansado, doloroso, misterioso. Solo Él puede llenar nuestra jarra vacía, cuando la sed se hace insoportable.
Sin Jesús, la vida es un vagar sin meta
Jesús es también “el punto de llegada de nuestro caminar, aseguró el Santo Padre. “Sin su amor, el viaje de la vida se convertiría en un vagar sin meta, un trágico error con un destino perdido”.
El Resucitado garantiza la llegada, nos conduce a casa, donde somos esperados, amados, salvados. Hacer el viaje con Él al lado significa experimentar ser sostenidos a pesar de todo, saciados y fortalecidos en las pruebas y en las fatigas que, como piedras pesadas, amenazan con bloquear o desviar nuestra historia.
La esperanza de Cristo
Finalmente, el Papa León dejó una síntesis que debemos atesorar:
Queridos, de la Resurrección de Cristo brota la esperanza que nos hace gustar anticipadamente, no obstante las fatigas de la vida, una quietud profunda y gozosa: aquella paz que Él solo nos podrá dar al final, sin fin.
Ciertamente, como se suele decir, la cara es el espejo del alma. A lo largo de mi vida, en distintos momentos, me he ido encontrando con algunos personajes en los que el refrán se hace vívida realidad. Son personas de carne y hueso que nos han dejado fotografías, al haber vivido desde finales del siglo XIX, el siglo XX y algunos incluso en el XXI, aunque todos ellos nos han dejado ya.
A unos los he conocido presencialmente, los menos; a otros por sus libros o por los libros de otros. Especial cariño me merece el primero que descubrí, el Hermano Roger de Taizé, del que tuve la suerte de recibir su bendición en alguna ocasión en mi juventud (por primera vez en 1990). El último de ellos, Franz Jalics, jesuita recientemente fallecido al cual tristemente no he podido conocer. Su libro “Ejercicios de contemplación”, es una verdadera maravilla.
En medio, muchos otros, unos ya declarados santos, otros con una santidad que rezuma en su rostro aun sin ser canonizados oficialmente. Unos varones, otras mujeres; unos físicamente agraciados, otros no tanto. Pero todos ellos, inconmensurablemente bellos desde el interior e irradiando belleza por la mirada y la expresión. No sobreactúan, de ellos emana paz, serenidad interior, confianza y esperanza ciertas… Son una gozada. Me produce una cierta envidia, espero que sana, porque en ellos veo el reflejo de lo que dice San Pablo: “Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
En este sencillo artículo, al menos los recuerdo: Franz Jalics, Hermano Roger, Carlos de Foucauld, Pedro Arrupe, Teresa de Calcuta, Madeleine Delbrel, Teresa de Lisieux, Thomas Merton, Oscar Romero, Simone Weil, Pedro Casaldáliga, Etty Hillesum, Juan XXIII, Helder Cámara, Tony de Mello… Faltarían otros, obviamente, aunque estos han ejercido en mí especial influjo a lo largo de mi historia, algunos por su doctrina, todos por su trasparencia. Invito a observar sus rostros… a dejarnos interpelar por ellos, sus miradas nos abren una ventana al Amor.
Mario Contell
MARIO CONTELL
Educador
Profesor del área de ciencias sociales y tutor en el colegio San José de Calasanz de Valencia (España). Colaborador del Movimiento Calasanz y miembro de la Fraternidad Escolapia Betania. Casado y padre de dos hijos.
«Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe» (1 Co 15, 14)
Al tomar la decisión de ser yo uno de los que ofreciera unas palabras en este retiro de Pascua, de esta Pascua tan singular en medio de una pandemia, lo primero que me brotó interiormente fue una pregunta: ¿y qué dijo Carlos de Foucauld de Jesús resucitado? ¿hay alguna afirmación suya, o algún comentario suyo, en torno a la resurrección de Jesús? Realmente, en un primer momento no tenía respuesta, estaba en blanco.
Pero, con toda seguridad, el mismo Carlos de Foucauld debía tener muy presente esa afirmación contundente de Pablo, con la que he querido iniciar esta reflexión: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe».
Hay que recordar, en primer lugar, que CdF no es un teólogo. Y, por tanto, su objetivo al compartir sus escritos, cartas, comentarios al evangelio…no es proponer una exposición ordenada y estructurada de la fe. Lo suyo no es un catecismo de la fe católica, o un libro de teología. CdF va plasmando por escrito lo que va descubriendo y profundizando en su oración, en su abandono, y, también, en su vida encarnada, cercana a los que no conocen a Jesús, y a los más pobres y sufrientes.
Por otra parte, en algún momento puede dar la sensación de que CdF se ha quedado, solamente, en Nazaret, prescindiendo de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Pero no es exactamente eso. No recorta a Jesús, quedándose solamente con la primera parte de su vida, y descartando la vida pública y su broche final. CdF conoce muy bien toda la vida pública de Jesús, especialmente su muerte y resurrección. Con toda seguridad, la cruz redentora de Jesús y la victoria de la resurrección tuvieron que formar parte, en muchas ocasiones, de su oración y contemplación. Sin lugar a dudas tuvo que incluir la muerte de Jesús en esa dinámica de descendimiento por parte de Dios. Y la meditación de la resurrección de Jesús pudo confirmar en CdF que, efectivamente, “si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”. Aunque no lo exprese de una forma explícita y, mucho menos, académica o teológica, para CdF hay una unidad y coherencia entre la vida oculta de Jesús, y su vida pública, que culmina con su muerte y resurrección, y de la cual participamos a través del Espíritu Santo (Pentecostés).
“Enseguida que comprendí que existía un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que de vivir sólo para Él”. Esta frase, en el inicio de su conversión y misión, nos da a entender que ha descubierto al Dios de vivos y de la vida. Enseguida va a orientar su espiritualidad hacia Jesús, y éste en Nazaret. Aunque sin descuidar su confianza total en Dios, tal como queda plasmado en su oración del abandono. Pero su mirada principal va a ir encaminada hacia Jesús, en Nazaret. Ese Jesús está vivo, no es una idea o una ideología, o una teología, o un mero “relato” (como tanto se dice ahora). Es una persona viva y muy presente.
Para el hermano Carlos, una de las presencias fuertes de ese Jesús vivo es la Eucaristía: “¡La Eucaristía es Jesús, es todo Jesús! En la sagrada Eucaristía, vos estáis todo entero, todo viviente mi Bien-Amado Jesús. Tan plenamente como estabais en la casa de la Santa Familia de Nazaret… como estabais en medio de vuestros Apóstoles.” (174 Meditación sobre el Evangelio). La expresión “todo viviente” nos da a entender que, para el hermano Carlos, la Eucaristía prolonga la presencia de Jesús resucitado. En otro momento afirma, recordando y comentando las palabras de Jesús en la Última Cena: “<<Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre…>> Mt. 26, 26-28. Esta gracia infinita de la Santa Eucaristía, cuánto nos debe hacer amar a un Dios tan bueno, un Dios tan cerca de nosotros… Cuánto la Santa Eucaristía nos debe volver tiernos, buenos, para todos los hombres.” (Meditación en 1897). También pone palabras en los labios de Jesús, sobre la Eucaristía: “Contemplarme amorosamente: es la única cosa necesaria y es lo que yo amo más… Si tu comprendieras la felicidad que hay en estar a mis pies y en mirarme…” (Retiro de Nazaret. Noviembre 1897). En esta otra reflexión es aún más explícito sobre la permanente presencia de Jesús entre nosotros: “Dios, para salvarnos, ha venido a nosotros, se ha mezclado con nosotros en el contacto más familiar y estrecho… Para la salvación de nuestras almas, continúa viniendo a nosotros, mezclándose con nosotros, viviendo con nosotros en el contacto más estrecho, cada día y a toda hora en la Santa Eucaristía…” (Reglamento y Directorio, 1909).Todas estas citas sobre la Eucaristía y la adoración eucarística nos hablan de la fe de un CdF convencido de la presencia viva de Jesús en el Santísimo Sacramento. No sólo eso, sino que entiende su tarea, su misión, su presencia entre los musulmanes y los necesitados, desde esa presencia viva de Jesús en la eucaristía y en la adoración eucarística. Sin la vivencia profunda de esa presencia eucarística, la vida ya no es una imitación de Nazaret, tal como lo entiende CdF. Y en positivo: contemplar y empaparse bien de esa presencia real de Jesús en la Eucaristía le empuja, le lanza a una presencia personal en el mundo y entre la gente como en Nazaret, al estilo de Jesús.
La otra presencia fuerte de Jesús resucitado, para el hermano Carlos, son los pobres. Son muchas las referencias a los pobres, en los escritos del hermano Carlos. Entresaco algunas, de las que podemos intuir su fe en Jesús resucitado y presente: “No hay, creo yo, palabra del Evangelio, que haya tenido sobre mi más profunda impresión, y transformado más mi vida, que aquella: `Todo lo que hacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis´. Si pensamos que estas palabras son aquellas de la verdad increada… Con qué fuerza se nos lleva a buscar y a amar a Jesús en estos ‘pequeños, estos pecadores, estos pobres, poniendo todos nuestros medios espirituales al servicio de la conversión, y todos nuestros medios materiales para el alivio de las miserias temporales”. (Carta a Luis Massignon, 1 Abril 1916). CdF no hace una reflexión teológica sobre la “presencialidad” de Jesús resucitado en los pobres y pequeños, pero es evidente que no tiene ninguna duda de la permanencia de Jesús vivo en ellos, y de que esto le conmueve. Por una parte, percibe, ve a Jesús resucitado en los últimos. Por otra parte, recibe la llamada a acercar a ese Jesús vivo a todos, como se intuye de esta otra afirmación suya: “Poder llevar una vida muy contemplativa, haciéndome todo a todos, para dar Jesús a todos” (Junio 1902, conclusión del retiro). Es decir, quiere ver a Jesús vivo en los pobres, y quiere que otros vean a ese Jesús vivo, a través de él, de su testimonio.
No me resisto a traer a la memoria uno de los textos evangélicos más conocidos sobre la presencia de Jesús resucitado: los discípulos de Emaús (Lc. 24, 13-34). Conocemos muy bien toda la escena. Me voy a ceñir solamente al momento final, cuando los dos peregrinos invitan a Jesús a quedarse con ellos, y Jesús acepta:
“Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan”. (Lc. 24, 29-34)
Curiosamente es al final, cuando Jesús ya no está presente físicamente, cuando parece estar más presente. Y esa otra presencia, más interior, más profunda, es la que les da un nuevo impulso a los discípulos. Primero, a recordar todo su camino en clave de Jesús (“¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?”). Después, a unirse a los demás discípulos para contarles lo sucedido. Dice Pablo d´Ors, en un acercamiento a esta escena y, concretamente, a este momento, que a los de Emaús les queda la libertad para interpretar lo que les ha pasado. Y pensar y confirmar lo que les ha pasado. Esto es la fe: no una imposición sino una proposición, porque respeta nuestra libertad.
En una lectura libre de la vida de CdF, a la luz de este evangelio de los discípulos de Emaús, podríamos decir que, cuando CdF estaba, aparentemente, de “vuelta” de todo, el Dios vivo le sale al encuentro para decirle que sigue estando ahí, en medio de las decepciones y caídas. Ese Dios vivo ya se había hecho presente, de algún modo, en la fuerte experiencia religiosa de los musulmanes. El Dios de vivos y de la vida se sirve de distintos momentos y personas para salir a nuestro encuentro y hacerse compañero de camino. Pero es en aquella iglesia, en aquella conversación y confesión con el padre Huvelín, a la que siguió la recepción del Cuerpo de Cristo, cuando “se le abren los ojos” al hermano Carlos y puede hacer una relectura de su vida desde la fe. No podemos dejar de escuchar, de nuevo, su recuerdo de aquel momento al convertirse, es decir, al descubrir unos ojos nuevos: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa que vivir para él. Mi vocación religiosa data de la misma hora de mi fe. ¡Dios es tan grande! Hay tanta diferencia entre Dios y todo aquello que no lo es”. Su camino, a partir de ese momento, lo conocemos. El Dios vivo que ve e intuye en ese momento inicial, en breve va a orientarlo y encarnarlo en Jesús de Nazaret, y Jesús en Nazaret. Podríamos decir que su Emaús le lanza a Nazaret. Su Experiencia del viviente la traslada a la cotidianeidad, a la vida oculta, a la vida sencilla y normal. Y tal como hemos recordado en la primera parte de esta presentación, va a tener muy presente a este Jesús vivo en la Eucaristía y en los pobres.
También para nosotros, como para CdF, esta Pascua puede ser una ocasión para redescubrir nuestro “Emaús en Nazaret”. Es decir, Jesús resucitado sigue haciéndose presente en nuestra vida cotidiana y en la vida sencilla de la gente con la que nos encontramos habitualmente. En lo sencillo del día a día, y en los sencillos y pobres de cada día, podemos intuir la presencia suave del resucitado. O podemos ser nosotros, en nuestro Nazaret, instrumento sencillo de Jesús resucitado para hacerse presente y acercar su vida nueva a los demás.
Posibles preguntas para la reflexión personal:
1. ¿En qué momentos de mi vida sacerdotal, quizá de decepción o desilusión pastoral, he notado la presencia suave de Jesús resucitado?
2. ¿Cómo percibo a Jesús resucitado en lo cotidiano, en mi Nazaret habitual? ¿cómo lo pueden percibir otros a través de mi?
3. De todo lo que conozco de la vida y espiritualidad de CdF, ¿qué es lo que más me llama la atención en relación con el resucitado?
¡Vos resucitáis y subís a los cielos! ¡Estáis, pues, en vuestra gloria! No sufrís más, no sufriréis ya nunca más, sois dichoso y lo seréis eternamente… ¡Dios mío, qué dichoso soy, pues os amo! Es por vuestro bien por lo que yo debo cuidarme antes que nada. ¡Cómo no alegrarme, cuán satisfecho debo estar!… ¡Dios mío, sois bienaventurado por la eternidad, nada os falta, sois infinitamente y eternamente feliz! También yo soy feliz, Dios mío, pues es a Vos a quien yo amo ante todo. Puedo deciros que no me falta nada… Que estoy en el cielo, que, pase lo que pase y lo que me suceda a mí, yo soy dichoso, a causa de vuestra bienaventuranza. Resolución.—Cuando estamos tristes, desanimados de nosotros mismos, de los demás, de las cosas, pensemos que Jesús está glorioso, sentado a la diestra del Padre, bienaventurado para siempre, y que si le amamos como debemos, el gozo del Ser infinito debe estar infinitamente por encima de nuestras almas, sobre las tristezas provenientes de estar agotados y, por consiguiente, delante de la visión de alegría de Dios, nuestra alma debe estar jubilosa y las penas que la ahogan desaparecer como las nubes delante del sol; nuestro Dios es bienaventurado. ¡Alegrémonos sin fin, pues todos les males de las criaturas son un átomo al lado del gozo del Creador! Habrá siempre tristezas en nuestra vida, debe haberlas, a causa del amor que llevamos y debemos llevar en nosotros mismos a todos los hombres; a causa también del recuerdo de los dolores de Jesús y del amor que sentimos por Él; a causa del deseo que tenemos que tener de la justicia, es decir, de la gloria de Dios y de la pena que debemos experimentar viendo la injusticia y a Dios insultado… Pero estos dolores, por justos que ellos sean, no deben durar en nuestra alma, no deben ser más que pasajeros; lo que debe durar es nuestro estado ordinario; es a lo que debemos retornar sin cesar; ésta es la alegría de la gloria de Dios, la alegría de ver que ahora Jesús no sufre más y no sufrirá más, sino que Él es dichoso para siempre a la diestra de Dios.
Carta de Eric, responsable internacional de la Fraternidad Sacerdotal Iesus Caritas.
Filipinas, 12 de abril de 2020 “Estoy resucitado, y todavía estoy con ustedes, aleluya” (cf. Ps 139:18)
Amados hermanos,
les escribo desde mi ermita, tal como muchos de ustedes, en cuarentena. Este enclaustramiento impuesto es una excelente invitación para la adoración diaria, la meditación del Evangelio, el día de desierto, la revisión de vida, orando por el mundo, especialmente por los pobres, con fidelidad, intensidad y concentración. Una vida de soledad y de oración de calidad es nuestro humilde acto de caridad para nuestro mundo en pandemia.
Mirando a través de mi ventana estoy observando signos de vida nueva en la naturaleza. Aquí está seco y húmedo pero los pájaros están tocando y cantando su único repertorio de canciones, las mariposas están volando suavemente de flor en flor buscando néctar, los árboles se ven verdes y dan sombra a pesar del golpeante calor. Es asombroso como la naturaleza tiene su propia forma de anunciar la Resurrección. Sin preocupaciones y en completo abandono en Dios que los cuida.
Se supone que nosotros los humanos, somos de una especie superior por nuestra razón, pero ésta ha expulsado sistemáticamente nuestra confianza en Dios en el día a día y confiamos más en nuestro pensar egoísta. Este mismo pensar ha sido la causa de la violencia, el odio y la desconfianza. La Resurrección está ofreciéndonos perdón, amor y confianza. El mundo tiene que elegir.
Estamos en cuarentena hasta el 3 de mayo, pero a los sacerdotes se les ha dado salvoconductos para las labores litúrgicas y caritativas. Los he estado usando cada día para visitar las personas que me han invitado a acompañar a los moribundos y a las familias en sus pérdidas, para facilitar los diálogos en familia, dar alimento y dinero a los que han perdido sus trabajos. Alguien me ha movido para estar con la gente en su desamparo, especialmente porque no podían ir a la Iglesia y orar. La Presencia llevada con mi presencia es un bálsamo que los conforta.
Al mismo tiempo, he sido extremadamente cuidadoso en seguir los protocolos de higiene y distanciamiento para no hacer más daño a la comunidad. Esta mañana, mi amigo Lemuel vino a mi ermita con mucha hambre, ojeroso, pidiendo alimento para sus 4 famélicos hijos. Lemuel quedó sin trabajo. Al pasarle algunas cosas, me sentí bendecido por su alegría, pero también sentí la incertidumbre en sus ojos.
Después de la oración, esta mañana di una larga y amorosa mirada al mapa colocado en mi pared. Mis ojos se fijaron en los 4 continentes: África, Europa, Asia y las Américas. El virus es ciertamente un gran igualador para los países ricos y pobres ya que todos están sufriendo la misma suerte. Veo rostros de doctores, enfermeras, pacientes y sus familias, preocupados, temerosos y, sin embargo, luchando por la vida.
(Mientras escribo esto, me han informado que mi hermana que trabaja como enfermera en los Estados Unidos ha sido diagnosticada como COVID positivo. Su familia está ahora en riesgo).
El mundo está sufriendo su pasión. Veo rostros de desamparo, preocupación, miedo, tristeza, odio y violencia por todas partes, con múltiples disfraces. Me pregunto: ¿Cuál es el mensaje de Cristo Resucitado para nuestro mundo hoy? ¿A qué nos está invitando Dios a ver? ¿Hacia dónde nos está guiando? ¿Significa la Resurrección que El nos va a rescatar de todo esto? ¿Cuál es la respuesta de Dios a su pueblo en pandemia? ¿Cómo debe ser oído el apacible mensaje de la Resurrección en medio de las abrumadoras noticias de muerte, sufrimiento y conflicto? ¿Dónde está la senda de la esperanza y de vida nueva en nuestros difíciles tiempos?
Hermanos, por favor, sufran conmigo estas preguntas. Yo los necesito, nos necesitamos unos a otros, la gente nos necesita. La Resurrección no es una alegría barata ni dulces palabras sonoras para rescatarnos de nuestro sufrimiento. Tenemos que forzar nuestros oídos y estirar nuestros corazones para oír el Mensaje. Luchamos con Dios por respuestas, aún si su respuesta está escondida en su silencio.
Encuentro que la lectura del relato de la Resurrección en la versión de Juan este año, es un Kairós. Algunos detalles de la versión de Juan podrían ayudarnos a ver y oír el Mensaje. Como no soy especialista en hermenéutica bíblica, confío en una reflexión orante del texto. Por favor, sean generosos si suena ingenuo.
Permítanme puntualizar tres cosas.
Primero: Juan habla de que la Resurrección ocurrió “el primer día de la semana cuando todavía estaba oscuro” (Jn 20, 1a). La Resurrección irrumpe de los cimientos de nuestra humanidad y del mundo, en la oscuridad de lo desconocido. Esto nos recuerda el Génesis cuando el mundo estaba oscuro y sin forma y el Espíritu se cernía sobre las aguas oscuras. Entonces dijo Dios: “Que haya luz y hubo luz” (Gen 1,2-3).
Hoy el mundo está en la oscuridad de la pandemia. El futuro parece aún más oscuro para muchos. ¿Cómo se recuperarán los negocios, el gobierno, el pueblo? ¿Es nuestra planificación estratégica, nuestros pronósticos optimistas de encontrar curación, una luz suficiente para darnos un futuro brillante? En medio de la oscuridad total, donde los cimientos del mundo parecen ser sacudidos, estalla la luz de Cristo. ¿Podemos ver? Ver no proviene de nuestra lógica humana porque ésta es fácilmente derrotada por la oscuridad. La luz viene del Cristo Resucitado. ¿Viene Dios a rescatarnos de este mal? En absoluto, porque el mal hace lo que hace. Dios redime. El, en última instancia, reivindica la virtud, la bondad y la fidelidad mientras pasamos por el mal y por el sufrimiento, tal como lo hizo con Jesús. Dios y Cristo Resucitado no controlan, en definitiva, el mal y la muerte. Este es nuestro credo. Simplemente tenemos que confiar en su verdad y vivirla en el día a día.
Segundo: Juan enfatiza que lo primero que vio María Magdalena fue la tumba abierta (Jn 20, 1b). Ella estaba triste porque todavía no podía vincular la tumba abierta con la Resurrección. Fue solamente después que lloró que vio al Resucitado (Jn 20, 11 y ss). Esta es una invitación a nosotros para ver nuestra realidad a través del suave lente de lo femenino: en la tristeza y en las lágrimas. Ambas preparan el corazón para ver de verdad. Hay muchas cosas por las cuales estamos tristes en nuestra realidad de hoy. Estamos llorando porque de una forma o de otra, somos parte de este mundo herido, roto y violento y, en muchos sentidos, hemos contribuido a su violencia y heridas.
Finalmente, María informa a Pedro y Juan de lo que vio. Pedro y Juan lo vieron por sí mismos. Pedro vio. Juan vio y creyó. Ellos dos todavía no entendían el significado de la Resurrección (cf Jn 20, 2-9). Este detalle nos invita a que, en orden a experimentar una vida nueva, necesitamos acercarnos unos a otros y caminar juntos como una comunidad de buscadores de la verdad.
Nuestra realidad es una visión compartida y nadie monopoliza el todo ni absolutiza su parte del todo. Cada uno contribuye. Cada uno cree que el otro tiene algo que aportar. La verdad nos humilla porque en lugar de poseerla, ella nos posee a nosotros. Siempre está más allá de nosotros. Por lo tanto, necesitamos el aporte del otro. La verdad es un don gratuito revelado a una vibrante comunidad de peregrinos que busca con esperanza. Es triste decirlo, en nuestro mundo posmoderno, el poder se confunde con la verdad. Así, uno se vuelve arrogante con su parte y absolutiza su parte como si fuera la verdad total. Esta es la misma mentalidad que crea guerra y violencia. La Resurrección ofrece paz y perdón. Necesitamos elegir.
Hermanos, continuamos compartiendo nuestra búsqueda de la verdad en el Señor Resucitado hoy, tanto en la soledad de nuestra oración como en nuestros compromisos fraternos y misioneros. El Hno. Carlos está mostrándonos el sendero y también caminando con nosotros en nuestro anhelo de seguir a Jesús de Nazaret, de ser hermano de todos, vivir Nazaret, estar presente con los pobres, revisar nuestras vidas, gritar el Evangelio con nuestras vidas, oler a oveja en nuestra misión en las periferias, vivir el Evangelio antes de predicar.
Esta es nuestra espiritualidad como sacerdotes diocesanos en las huellas del Hno. Carlos. Este es nuestro regalo a nuestro mundo y a nuestra Iglesia hoy. Como regalo es inmerecido, pero necesitamos constantemente reajustar el regalo a través de la práctica. En esto, todos somos principiantes y compañeros de lucha, pero juntos, nos animamos unos a otros para estar este tiempo volviendo a nuestra práctica.
Mi humilde oración por cada uno de ustedes. Por favor, recen también por mí.