Los ricos y la opción preferencial por los pobres

La Iglesia es para los pobres, y ellos poseen en ella una «eminente dignidad». Y, sin embargo, muchas veces, la Iglesia ha preferido «el sacrificio a la misericordia», ha dilapidado bienes de los pobres, y se ha encarnado en otras clases sociales mucho más que en ellos. Consecuentemente, el lujo y la superficialidad es incompatible con el ser cristiano. El compartir no es una caridad supererogatoria, sino una obligación de justicia. Los ricos carecen de verdaderas relaciones humanas y son, además, destructores de sí mismos.

Hoy en día, la moderna organización económica tiene como lema que la consecución de la riqueza es la meta suprema de la vida humana y el criterio más alto para el éxito humano. Hoy tenemos un crecimiento deforme, que amenaza seriamente con convertir a nuestro mundo en un mosntruo: un desarrollo enorme en lo político y económico, junto a un subdesarrollo alarmante en lo social y espiritual. Riqueza y solidaridad han dejado de ser vasos comunicantes, para convertirse en magnitudes inversamente proporcionales. El aumento de la riqueza no ha servido hasta hoy más que para aumentar las demandas de los ricos y la pobreza de los pobres. Y no ha servido porque ese aumento de producción que genera el capitalismo, no lo hace para las necesidades sino para los deseos. Y las necesidades del ser humano son limitadas, pero sus deseos son ilimitados. Y como dijo el papa Juan Pablo II en África: «La solidaridad no es un sentimiento superficial y vago por los males que sufren tantas personas cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de trabajar por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos de verdad responsables de todos. ¿Quien no desearía que el mundo fuera de hecho fraternal? La fraternidad, para que no sea una palabra vacía, tiene que generar compromisos» (JUAN PABLO II, Sollicitudo Rei Socialis, número 38, 30 de diciembre de 1987).

«No se puede ser cristiano sin una clara opción por los pobres». Es decir, asumir su causa. La Iglesia es para los pobres, y ellos poseen en ella una «eminente dignidad». Y, sin embargo, muchas veces, la Iglesia ha preferido «el sacrificio a la misericordia» (Cf. Mt 9,13 y 12,7), ha dilapidado bienes de los pobres, y se ha encarnado en otras clases sociales mucho más que en ellos. Consecuentemente, el lujo y la superficialidad es incompatible con el ser cristiano. El compartir no es una caridad supererogatoria, sino una obligación de justicia. Los ricos carecen de verdaderas relaciones humanas y son, además, destructores de sí mismos.

Jesús decía que no se puede servir a Dios y al Dinero, porque Dios «hace salir su sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos e injustos». mientras que el Dinero hace salir su sol solo para los buenos del sistema, y llueve solo sobre los justos del sistema. Por ello la historia de la Iglesia (como la de todo el mundo, a otra escala) parece ser una lucha entre el Dios de Jesús, que da la razón de ser, y el Dinero, que da a todo posibilidad de ser.


Dedicado a José Ignacio Gonzáles Faus in memoria

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Santa Teresa de Calcuta. (La Madre de los pobres)

 | Francisca Abad Martín

“Una pobre entre los más pobres” Así fue Teresa de Calcuta

Agnes Conxha nació en Skopie (en la actual Macedonia del Norte) el 26 de agosto de 1910, aunque ella siempre consideró como fecha de su nacimiento, el 27, día de su bautismo. Fue la menor de los hijos de un matrimonio de origen albanés, procedentes de Kosovo. Su padre, involucrado en la política, murió repentina y misteriosamente cuando ella tenía 8 años. Su madre la educó cristianamente; asistió a la escuela estatal y participó en el coro de su parroquia. A los 5 años hizo la primera comunión y a los 6 la confirmación. Cuando tenía 12 comienza ya a vislumbrar su vocación religiosa.

Al cumplir los 18 años se dirige a la abadía de Loreto en Irlanda, para aprender el inglés, pues en realidad ella tenía muy claro que ese era el idioma oficial de la India y allí era donde quería ir. Ya no volvió a ver a su familia. Fue admitida como postulante y en noviembre de 1928 se traslada a la India. Después de cumplir el año de noviciado, marcha a un convento próximo al Himalaya, donde también aprende bengalí. Después va a Calcuta, al Convento de las Religiosas de Loreto. Allí pronuncia sus votos, cambiando su nombre por el de Teresa (en recuerdo a Santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones). Comienza a trabajar como profesora de historia y geografía y así durante 20 años. En 1944 se convierte en directora del Centro.

Estando allí, empieza a preocuparse mucho por la dramática situación en que vivían los pobres, la miseria que sufrían, agravada por la violencia hindú-musulmana, que aterrorizaba a la gente. El 11 de septiembre de 1946 experimentó lo que ella denominó “la llamada dentro de la llamada” y comprendió que a partir de ese momento quería ser “una pobre entre los más pobres”.

Fue a París, con el apoyo de un empresario indio católico, donde recibió capacitación médica y a su regreso a la India solicitó la nacionalidad, recibiendo formación como enfermera durante 3 meses. Se vistió con un “sari” blanco con ribetes azules y se fue a los barrios más pobres para enseñar a leer a los niños, inauguró una sencilla escuelita y después se dedica a ayudar a los más pobres, a los indigentes, a los hambrientos y a los enfermos. A comienzos de 1949 se le unió un grupito de jóvenes y sentó las bases para crear una comunidad religiosa destinada a ayudar a los más necesitados. Como no tenían dinero tuvieron que recurrir a las limosnas, donaciones, etc.

Monjas de la madre Teresa en Gaza junto al padre Francis Xavier
Monjas de la madre Teresa en Gaza junto al padre Francis Xavier

En 1948 envió al Vaticano la solicitud para que la Santa Sede aprobara su nueva Congregación. En 1950 recibió la autorización, con el nombre de Misioneras de la Caridad. El número de jóvenes que se les unían fue creciendo. En 1952 inauguró el primer hogar para moribundos en un templo hindú, operación no exenta de problemas y altercados, porque algunos dirigentes hindúes no querían que fuera reutilizado para esos fines. Tuvo que intervenir la policía. No habría de ser el único caso. Serían muchos los detractores que cuestionaron su obra y la santidad de su vida, llegándola a acusar   de gestionar mal los fondos, de no atender debidamente a los enfermos, de tener poca higiene en unos hospitales, a los que pusieron el sobrenombre de “Casas de muerte”.   Detractores que solo acertarán a ver en ella una figura propagandística de corte integrista, que practicaba el proselitismo barriendo para casa, como si no fuera de todos sabido que en sus casas eran acogidos todos sin importar para nada la religión que profesara cada cual.  Todo parece responder a la embestida de un sector del progresismo laicista, que no ha podido perdonar que una mujer portadora de los valores cristianos,con una concepción sobrenatural del sufrimiento y la muerte, combatiente acérrima de la ideología de género, del aborto y de la cultura de la muerte, se convirtiera en símbolo universal de una generación entera.

La mayoría de los mortales, en cambio, ha podido ver en ella una benefactora universal, lo cual no deja de ser una evidencia por lo que, a lo largo de su fructífera y dilatada vida, recibiría muchos premios, que ahora no es el caso citar, entre ellos el Nobel de la Paz en 1979. El 13 de marzo de 1997, agotada y enferma, cedió el puesto de superiora a sor Nirmala, falleciendo el 5 de septiembre de ese mismo año, a consecuencia de un paro cardiaco a los 87 años. El gobierno indio le concedió un funeral de Estado igual que en su día tributó a Mahatma Gandhi. Su cuerpo quedó sepultado en la Casa Central en Calcuta.

Fue beatificada por S. Juan Pablo II en el año 2003 y canonizada por el Papa Francisco el 4 de septiembre de 2016.

La oración del Cardenal Newman que la Madre Teresa recomendaba para irradiar a Cristo

Imagen de Madre Teresa en la posición que ella solía rezar en CalcutaI

Imagen de Madre Teresa en la posición que ella solía rezar en Calcuta |

Querido Jesús,
ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que vaya,
inunda mi alma con tu Espíritu y tu Vida.
Penetra y posee todo mi ser, tan completamente que mi vida
no sea más que un brillante reflejo tuyo. 
Brilla a través de mí, y hazte tan presente en mí,
que cada alma con la que entre en contacto experimente
tu presencia en mi alma.
Que levanten los ojos y ya no me vean a mí, sino sólo a Jesús.
Quédate conmigo,
y entonces empezaré a brillar como tú brillas; 
brilla de tal manera que seas luz para los demás. 
La luz, oh Jesús, vendrá toda de ti; 
ninguna será mía. 
Tú brillarás sobre los demás a través de mí. 
Permíteme, así, alabarte de la manera que tú amas:
brillando con luz sobre los que me rodean. 
Permíteme proclamarte sin predicar, 
no con palabras, sino con el ejemplo, 
con un poder que atrae, 
con la influencia benévola de lo que hago, 
con la plenitud tangible del amor 
que mi corazón lleva por Ti. Amén
.

La pobreza, una perla de gran valor

Entre los dones espirituales recibidos de la generosidad de Dios, Francisco obtuvo, particularmente, el de enriquecer siempre su tesoro de simplicidad gracias a su gran amor a la pobreza. Viendo que aquella que había sido la compañera habitual del Hijo de Dios había llegado a ser, a partir de entonces, objeto de una animadversión universal, la cogió como esposa y se consagró a ella con un amor eterno. No contentándose con «dejar por ella al padre y a la madre» (Gn 2,24), repartió entre los pobres todo lo que podía tener (Mt 19,21). Nadie ha guardado su dinero tan celosamente como Francisco conservó su pobreza; nunca nadie ha vigilado su tesoro más cuidadosamente como él ésta perla de la que habla el Evangelio.
Nada le producía una herida mayor que encontrar en sus hermanos alguna cosa que no fuera conforme a la pobreza de los religiosos. Desde el inicio de su vida religiosa hasta su muerte, no tuvo otra riqueza que su túnica, una cuerda como cinturón, unos pantalones; no le hacía falta nada más. A menudo, pensando en la pobreza de Jesucristo y de su Madre, lloraba: «He aquí, decía, el porque la pobreza es la reina de las virtudes; es ella la que ha brillado en el Rey de reyes (1Tm 6,15) y en la Reina, su madre».
Un día que los hermanos le preguntaron cuál es la virtud que nos hace más amigos de Cristo, abriendo, por así decir, el secreto de su corazón, les respondió: «Saben, hermanos, que la pobreza espiritual es el camino privilegiado para la salvación, porque es la savia de la humildad y la raíz de la perfección; sus frutos son innumerables aunque escondidos. Ella es ese «tesoro escondido en el campo» que, para comprarlo, dice el Evangelio, es preciso venderlo todo y cuyo valor nos debe empujar a despreciar toda otra cosa».

San Buenaventura (1221-1274)
franciscano, doctor de la Iglesia
Vida de San Francisco, Leyenda mayor, c. 7

JESÚS Y EL POBRE EN LA VIDA DEL PADRE FEDERICO CARRASQUILLA

https://drive.google.com/file/d/1y8UKxHF26WHqhjprHVfi8tido7Y56Q6m/view?usp=sharing

«Federico ingresó al seminario en 1947, no propiamente porque sentía el llamado, sino por darle gusto a su padre. En el seminario encontró tres actividades que le encantaban: estudiar, rezar y jugar»

«Fede chocaba con las estructuras institucionales, porque siempre entendió que el ministerio era para servir y no para ser servido «

«Fede es considerado un héroe en el barrio Popular de Medellín, pues estando vivo construyeron un colegio en honor a él»

«La forma de ser de Federico le trajo varios problemas a nivel eclesiástico, de tres grandes castigos que la Iglesia le puede dar a un sacerdote a Fede le imputan dos: la suspensión a divinis y la expulsión del oficio eclesiástico, es decir, ser párroco»

Julián Bedoya Cardona

El 29 de julio a las 5:50 am fallece Fede, como le gustaba que lo llamaran, noticia inesperada porque, a pesar de sus 89 años de edad, era un hombre lúcido, con gallardía, jovial… siempre que le preguntaban sobre su estado: ¿cómo está? ¿Cómo se siente? Sus respuestas contundentes y sinceras – estoy muy bien, no me duele nada y estoy contento y medio. Me ha tocado una vida de maravilla y añadía:  A mí me ha tratado muy bien la vida, me han colocado a hacer lo que me gusta, creyendo que lo que me colocan es un castigo. Vivo de maravilla, no me falta nada. 

Cuando coloqué entre fotos en mis redes haciendo alusión a su Pascua, muchos me postearon: ¿murió? Mi respuesta: falleció, más no murió. La muerte no lo ha derrotado, le ha dado la victoria – recordaba la frase de Juan Martín Descalzo: “morir es solo morir, morir se acaba, morir es un fuego fugitivo, morir es pasar la puerta a la deriva y, encontrar lo que tanto se buscaba”. Federico no murió, se nos adelantó a esa orilla donde algún día dejaremos las redes, para seguir a Dios en Espíritu y verdad.