Una exposición revive el diálogo entre Pablo VI y Maritain sobre el arte sacro

Desde este viernes 13 de junio hasta el 20 de septiembre estará abierta al público en los Museos Vaticanos la muestra “Pablo VI y Jacques Maritain: la renovación del arte sacro entre Francia e Italia (1945-1973)”. La presentación oficial tuvo lugar este jueves 12 de junio. La entrada está incluida en el billete general para acceder a las colecciones pontificias.

Paolo Ondarza – Ciudad del Vaticano

Cincuenta años de amistad entre París y Roma, en una Europa marcada por convulsas transformaciones históricas y culturales. Giovanni Battista Montini y Jacques Maritain se conocieron en París en 1924. Su intensa afinidad intelectual y espiritual se fortaleció en 1945, cuando el filósofo fue nombrado embajador de Francia ante la Santa Sede por el presidente Charles De Gaulle. A ochenta años de aquel nombramiento y a sesenta de la clausura del Concilio Vaticano II, la muestra instalada en las Salette de la Torre Borgia de los Museos Vaticanos celebra un vínculo que nutrió profundamente el debate sobre la renovación del arte sacro entre Francia, Suiza e Italia.

En los Museos Vaticanos, la exposición "Pablo VI y Jacques Maritain: la renovación del arte sacro entre Francia e Italia (1945-1973)" («© Museos Vaticanos - foto de Elena Matei»)

En los Museos Vaticanos, la exposición «Pablo VI y Jacques Maritain: la renovación del arte sacro entre Francia e Italia (1945-1973)» («© Museos Vaticanos – foto de Elena Matei»)   («© Musei Vaticani – foto di Elena Matei»)

Humanismo integral

Las obras exhibidas provienen en su mayoría de la Colección de Arte Moderno y Contemporáneo, creada e inaugurada en el Vaticano por Pablo VI en 1973, el mismo año en que murió Maritain, influyente filósofo neotomista cuyas ideas dejaron huella tanto en el Vaticano II como en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

La exposición ofrece una panorámica del vibrante diálogo en torno al arte sacro contemporáneo que marcó el siglo XX en Italia y Francia. Una reflexión que se enmarca en la visión más amplia de un humanismo integral, en el que razón y fe, libertad y gracia, belleza y verdad se entrelazan.

“Este mundo en el que vivimos necesita belleza para no caer en la desesperación”, escribía Pablo VI a los artistas el 8 de diciembre de 1965, convencido de que arte y fe no podían permanecer indiferentes. Para él, era urgente sanar esa ruptura a través del compromiso auténtico de aquellos “profetas de la belleza” dispuestos a renovar el arte sacro sin traicionar su esencia ni su misión.

Jacques Maritain con su esposa Raïssa (en el centro) y su cuñada Vera Oumançoff en el Palazzo Taverna, entonces sede de la Embajada de Francia ante la Santa Sede, en 1946. Foto © Bnu Bibliothèque nationale et universitaire - Estrasburgo

Jacques Maritain con su esposa Raïssa (en el centro) y su cuñada Vera Oumançoff en el Palazzo Taverna, entonces sede de la Embajada de Francia ante la Santa Sede, en 1946. Foto © Bnu Bibliothèque nationale et universitaire – Estrasburgo

Maritain, convertido al catolicismo a inicios del siglo XX junto a su esposa Raïssa (ambos bautizados en 1906), había creado en las primeras décadas del siglo un fecundo círculo intelectual de alcance internacional. En torno a ellos se reunían filósofos, clérigos, artistas, poetas e intelectuales de todo tipo, como Paul Claudel o Jean Cocteau, en una comunidad clave para el pensamiento cristiano del siglo.

Para Maritain, el arte verdadero —como la religión verdadera— debía conectar con su tiempo y conducir de lo visible a lo invisible, evitando tanto el academicismo vacío como las derivas de la abstracción vanguardista. La autenticidad del arte cristiano, creía, dependía de una profunda libertad interior y de una fe sincera del artista.

“La reflexión sobre el arte sacro involucró intensamente al mundo intelectual”, confirma Micol Forti, curadora de la exposición y responsable de la colección de arte moderno de los Museos Vaticanos. “Fue un tema que atravesó a fondo la sociedad civil a través de la amistad de estos dos gigantes del siglo XX”.

Jacques Maritain, embajador de Francia ante la Santa Sede, recibido con una delegación en el Palacio Apostólico, hacia 1945. Foto © Bnu Bibliothèque nationale et universitaire - Estrasburgo

Jacques Maritain, embajador de Francia ante la Santa Sede, recibido con una delegación en el Palacio Apostólico, hacia 1945. Foto © Bnu Bibliothèque nationale et universitaire – Estrasburgo

La colección Maritain

La amplitud de este debate —señal de una gran apertura y ausencia de dogmatismo— queda reflejada en el conjunto de obras que los Maritain fueron reuniendo, muchas veces donadas por amigos artistas. Varias de estas piezas pasaron luego a formar parte de la colección moderna del Vaticano, junto con otras cedidas por el Cercle des études Jacques et Raïssa Maritain. Algunas se exhiben por primera vez en esta muestra que abre al público el viernes 13 de junio.

Pinturas, dibujos, grabados, fotografías, libros de época y objetos personales dan cuenta del universo intelectual y emocional que rodeaba a Jacques y Raïssa. Figuran artistas como Maurice Denis, Georges Rouault (particularmente apreciado por Maritain), Émile Bernard, Gino Severini, Marc Chagall —muy cercano a Raïssa, con quien compartía raíces judías—, Henri Matisse o el estadounidense William Congdon, conocido por los Maritain antes del Concilio.

“Estos artistas, ya a fines del siglo XIX, sentaron las bases para romper con un arte devocional que solo repetía las formas del pasado. Prepararon el terreno para un nuevo debate sobre el arte sacro. Algunas obras de la muestra son completamente inéditas: las estudiamos especialmente para esta ocasión”, subraya Forti. También se exponen retratos de figuras clave de la cultura del siglo XX, como los realizados por Jean Guitton, entre ellos Henri Bergson, Maurice Blondel o Paul Claudel.

Raïssa en su escritorio. Foto © Bnu Bibliothèque nationale et universitaire - Estrasburgo

Raïssa en su escritorio. Foto © Bnu Bibliothèque nationale et universitaire – Estrasburgo

Un diálogo abierto

Como testimonio del diálogo de Pablo VI con las corrientes artísticas más avanzadas, no podía faltar en la muestra la figura del dominico Marie-Alain Couturier, representante de una postura en muchos sentidos opuesta a la de Maritain en el debate sobre el arte sacro en Francia.

“Couturier —explica Forti— se abre al arte abstracto y anicónico, confiando en la fuerza del proceso creativo. En la sala dedicada a él se exponen obras de Matisse, Bazaine, Jean Cocteau y Manessier. Son piezas que evocan las extraordinarias iniciativas realizadas en Francia entre los años 40 y 50, cuando incluso artistas agnósticos o de otras religiones aportaron su genio e imaginación al lenguaje renovado del arte sacro”.

Georges Rouault, Puerta de sagrario, 1951. Decoración de la Capilla del Hermitage de Notre-Dame de Voirons, Alta Saboya, Francia. Esmalte, 24 x 13,8 cm. Museos Vaticanos, Colección de Arte Moderno y Contemporáneo. Foto © Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, Dirección de los Museos y Bienes Culturales.

Georges Rouault, Puerta de sagrario, 1951. Decoración de la Capilla del Hermitage de Notre-Dame de Voirons, Alta Saboya, Francia. Esmalte, 24 x 13,8 cm. Museos Vaticanos, Colección de Arte Moderno y Contemporáneo. Foto © Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, Dirección de los Museos y Bienes Culturales.

La obra donada dos veces

Detrás de cada obra hay historias a menudo desconocidas. Desde la gestación interior de los temas religiosos hasta los intensos debates entre artistas e intelectuales sobre cómo representar la fe.

Forti destaca especialmente Resurrection, una acuarela inédita de Jean Cocteau: “La pintó tras su conversión al catolicismo en 1926 y la regaló a Maritain. En la escena se retrata pequeño, abajo a la izquierda, ante la visión divina. Esta obra, conservada en casa de los Maritain, fue luego donada por Jacques a Pablo VI como gesto simbólico en el proceso de creación de la colección vaticana de arte contemporáneo. Es una obra ofrecida dos veces: un regalo recibido que se transforma en semilla de un nuevo don. Un gesto que sella la dimensión íntima, pero también pública y universal, de la figura del Pontífice”.

La muestra “Pablo VI y Jacques Maritain: la renovación del arte sacro entre Francia e Italia (1945-1973)”.

La muestra “Pablo VI y Jacques Maritain: la renovación del arte sacro entre Francia e Italia (1945-1973)”.

Pablo VI, los artistas y la colección vaticana

La exposición es fruto de la colaboración entre los Museos Vaticanos, la Embajada de Francia ante la Santa Sede, el Centro Cultural San Luis de los Franceses y la Biblioteca Nacional y Universitaria de Estrasburgo. Estará abierta del 13 de junio al 20 de septiembre y demuestra que los Museos del Papa no son solo custodios del arte clásico, renacentista o barroco. “Son un cruce vital para el diálogo con los artistas del siglo XX, un camino iniciado por san Pablo VI en uno de los pontificados más intelectualmente fecundos del siglo pasado”, afirma Barbara Jatta, directora de los Museos Vaticanos.

La muestra “Pablo VI y Jacques Maritain: la renovación del arte sacro entre Francia e Italia (1945-1973)”.

La muestra “Pablo VI y Jacques Maritain: la renovación del arte sacro entre Francia e Italia (1945-1973)”.

“Nuestra galería de arte moderno y contemporáneo es testimonio de la herencia de Montini, y de su voluntad de dialogar con los artistas sobre la representación de lo invisible, incluso en formas audaces, anicónicas, poco tradicionales para la Iglesia de su tiempo”.

Jatta menciona también la reciente muestra en la Scuola Grande di San Rocco, en Venecia, dedicada a Mario Deluigi, “un artista influido por Mondrian, que representa las letanías de la Virgen. El entonces Patriarca de Venecia, futuro Juan Pablo I, regaló esta obra a Pablo VI, quien la conservó en su apartamento hasta su muerte, y luego la donó a los Museos Vaticanos”.

Jean Guitton, Henri Bergson en 1908, 1976. Tizas sobre papel gris, 650 x 479 mm.

Jean Guitton, Henri Bergson en 1908, 1976. Tizas sobre papel gris, 650 x 479 mm.

EL EJEMPLO DE NAZARET

Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde

se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y

misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los

hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí

comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su

estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos,

las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo

que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si

queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de

Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la

verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta

casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de

aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en

nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan

necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas

voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret

enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a

escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la

necesidad y el valor de una conveniente formación del estudio, de la meditación, de una

vida interior intensa de la oración personal que sólo Dios ve.

Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el

significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter

sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e

incomparable que es su función en el plano social.

Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo

del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley

del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de

manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo que el trabajo no puede

ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo

de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia

un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y

señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es

decir: a Cristo, nuestro Señor.

De las alocuciones del papa Pablo sexto

(Alocución en Nazaret, 5 de enero de 1964)

FESTIVIDAD DE SAN PABLO VI (29 DE MAYO día de su ordenación sacerdotal) «Que nadie, en su calidad de miembro de vuestra unión, sea superior a los demás: que no esté uno sobre el otro. Es la fórmula de la igualdad. Sabemos sin duda que hay que considerar otros factores además de la simple pertenencia a vuestro organismo. Pero la igualad también forma parte de su constitución, no porque seáis iguales, sino porque aquí estáis como iguales. Y puede que, para varios de vosotros, sea este un acto de gran virtud. Permitid que os bendigamos, Nos, el representante de una religión que logra la salvación por la humildad de su Divino Fundador. Es imposible ser hermano si no se es humilde. Pues es el orgullo, por inevitable que pueda parecer, el que provoca las tiranteces y las luchas del prestigio, del predominio, del colonialismo, del egoísmo. El orgullo es lo que destruye la fraternidad» (Visita de san Pablo VI a la organización de las Naciones Unidas)

PABLO VI
(1897-1978)

Segundogénito de Giorgio y de Giuditta Alghisi, Giovanni Battista Montini nació en Concesio, Brescia (Italia), el 26 de septiembre de 1897. De familia católica muy comprometida en el ámbito político y social, frecuentó la escuela primaria y secundaria en el colegio Cesare Arici de Brescia dirigido por los jesuitas, y la concluyó en el instituto estatal de la ciudad en 1916.

En otoño de ese año ingresó en el seminario de Brescia y cuatro años más tarde, el 29 de mayo de 1920, recibió la ordenación sacerdotal. Después del verano se trasladó a Roma, donde estudió filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana y letras en la universidad estatal, obteniendo luego el doctorado en derecho canónico y en derecho civil. Mientras tanto, tras un encuentro con el sustituto de la Secretaría de Estado Giuseppe Pizzardo en octubre de 1921, fue destinado al servicio diplomático y por algunos meses de 1923 trabajó en la nunciatura apostólica de Varsovia.

Comenzó a prestar servicio en la secretaría de Estado el 24 de octubre de 1924. En ese período acompañó a los estudiantes universitarios católicos reunidos en la fuci, de la que fue consiliario eclesiástico nacional de 1925 a 1933. Mientras tanto, a comienzos de 1930, fue nombrado secretario de Estado el cardenal Eugenio Pacelli, del que llegó a ser progresivamente uno de sus más estrechos colaboradores, hasta que en 1937 fue promovido a sustituto de la Secretaría de Estado. Función que mantuvo también cuando a Pacelli —que fue elegido Papa en 1939 tomando el nombre de Pío XII— le sucedió el cardenal Luigi Maglione. Ocho años más tarde, en 1952, fue nombrado prosecretario de Estado para los asuntos ordinarios.

Fue él quien preparó el borrador del extremo aunque inútil llamamiento de paz que el Papa Pacelli lanzó por radio el 24 de agosto de 1939, en vísperas del conflicto mundial: «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra».

El 1 de noviembre de 1954 recibió inesperadamente el nombramiento como arzobispo de Milán, donde inició su ministerio el 6 de enero de 1955. Como guía de la Iglesia ambrosiana se comprometió plenamente a nivel pastoral, dedicando una especial atención a los problemas del mundo del trabajo, de la inmigración y de las periferias, donde promovió la construcción de más de cien nuevas iglesias.

Fue el primer cardenal que recibió la púrpura cardenalicia de manos de Juan XXIII, el 15 de diciembre de 1958. Participó en el Concilio Vaticano II, donde sostuvo abiertamente la línea reformadora. Tras fallecer Roncalli, el 21 de junio de 1963, fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo, con una referencia clara al apóstol evangelizador.

En los primeros actos del pontificado quiso destacar la continuidad con el predecesor, en particular con la decisión de retomar el Vaticano II, que volvió a abrirse el 29 de septiembre de 1963. Condujo los trabajos conciliares con atenta mediación, favoreciendo y moderando la mayoría reformadora, hasta su conclusión que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1965 y precedida por la mutua anulación de las excomuniones surgidas en 1054 entre Roma y Constantinopla.

Se remonta también al período del Concilio los primeros tres de los nueve viajes que durante su pontificado le llevaron a los cinco continentes (diez fueron, en cambio, sus visitas en Italia): en 1964 visitó Tierra Santa y luego India, y en 1965 Nueva York, donde pronunció un histórico discurso ante la asamblea general de las Naciones Unidas. Ese mismo año inició una profunda modificación de las estructuras del gobierno central de la Iglesia, creando nuevos organismos para el diálogo con los no cristianos y los no creyentes, instituyendo el Sínodo de los obispos —que durante su pontificado tuvo cuatro asambleas ordinarias y una extraordinaria entre 1967 y 1977— y reformando el Santo Oficio.

Su voluntad de diálogo en el seno de la Iglesia, con las diversas confesiones y religiones y con el mundo estuvo en el centro de la primera encíclica Ecclesiam suam de 1964, seguida por otras seis: entre estas hay que recordar la Populorum progressio de 1967 sobre el desarrollo de los pueblos y la Humanae vitae de 1968, dedicada a la cuestión de los métodos para el control de la natalidad, que suscitó numerosas polémicas incluso en ambientes católicos. Otros documentos significativos del pontificado son la carta apostólica Octogesima adveniens de 1971 para el pluralismo del compromiso político y social de los católicos, y la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.

Comprometido en la no fácil tarea de aplicar las indicaciones del Concilio, aceleró el diálogo ecuménico a través de encuentros e iniciativas importantes. El impulso renovador en el ámbito del gobierno de la Iglesia se tradujo luego en la reforma de la Curia en 1967, de la corte pontificia en 1968 y del Cónclave en 1970 y en 1975. También en la liturgia realizó un paciente trabajo de mediación para favorecer la renovación pedida por el Vaticano II, sin lograr evitar las críticas de los sectores eclesiales más avanzados y la oposición de los conservadores.

Con la creación de 144 purpurados, la mayor parte no italianos, en seis consistorios remodeló notablemente el Colegio cardenalicio y acentuó su carácter de representación universal. Durante el pontificado desarrolló, además, la acción diplomática y la política internacional de la Santa Sede, comprometiéndose en favor de la paz —gracias a la institución también de una especial jornada mundial celebrada desde 1968 el 1 de enero de cada año— y prosiguiendo el diálogo con los países comunistas de Europa central y oriental comenzado por Juan XXIII.

En 1970, con una decisión sin precedentes, declaró doctoras de la Iglesia a dos mujeres, santa Teresa de Ávila y santa Catalina de Siena. Y en 1975 —tras el jubileo extraordinario que tuvo lugar en 1966 para la conclusión del Vaticano II y el Año de la fe celebrado entre 1967 y 1968 con ocasión del XIX centenario del martirio de los santos Pedro y Pablo— convocó y celebró un Año santo.

Murió el 6 agosto de 1978, por la tarde, en la residencia de Castelgandolfo, casi improvisamente. Tras el funeral que se celebró el 12 en la plaza de San Pedro, fue sepultado en la basílica vaticana.

El 11 de mayo de 1993 se inició en la diócesis de Roma la causa de canonización. El 9 de mayo pasado el Papa Francisco autorizó a la Congregación para las causas de los santos la promulgación del decreto relativo al milagro atribuido a su intercesión.

Pablo VI fue beatificado el 19 de octubre de 2014 por el Papa Francisco.

Fue canonizado por el Papa francisco en la Plaza de San Pedro el 14 de octubre de 2018.

El padre Voillaume «regresa» al Vaticano

Un documento escrito en 1953 por Mons. Giovanni Battista Montini, futuro Papa Pablo VI, cuando era prosecretario de Estado. Es un prefacio al libro del Padre René Voillaume: Au coeur des masses. La vie religieuse des Petits Frères du père de Foucauld .

«El volumen había sido publicado en Francia en 1950 y en una segunda edición dos años después, y recientemente había sido estrenado en Italia con el título Come loro. La vida religiosa de los Hermanitos del Padre de Foucauld , Roma, 1952. Escrito el junio siguiente, el texto de Montini nunca fue publicado en el original italiano». Después de muchos años, «lo presentamos en esta página tomado de: Giovanni Maria Vian, Los santos de un papa moderno: las canonizaciones de Pablo VI en Santi del Novecento. Historia, hagiografía, canonizaciones , editado por Francesco Scorza Barcellona, ​​epílogo de Franco Bolgiani, Turín, Rosenberg & Sellier, 1998» (cf. L’Osservatore romano , 12 de febrero de 2014).

policía

Sin embargo, debemos señalar que el manuscrito de Montini fue publicado por nosotros, cuando nos llegó el texto en 1985, acompañado de una carta del padre Voillaume, donde explicaba la historia: en un principio, el futuro Pablo VI habría aceptado la solicitud de inmediato, pidiendo por poco tiempo; pero posteriormente «con esa delicada humildad que lo caracterizaba, me pidió que lo liberara de su promesa. Me dijo que la lectura de esas páginas le había revelado la importancia y la novedad de los temas y que eso requería un trabajo de reflexión de su parte». Luego Voillaume presenta la novedad: «Hace algunos meses Don Pasquale Macchi, secretario personal de Pablo VI, me envió una copia, encontrada entre los papeles del Papa, de un borrador de prefacio, fechado en junio de 1953, escrito de su puño y letra». Y con una mezcla de asombro y quizás un toque de perplejidad, el Padre concluye: «Estaba lejos de imaginar cuando Mons. Montini se disculpó por no poder darme su prefacio a «Ven loro» si el texto ya estaba escrito. Es conmovedor ver, leyendo estas páginas, hasta qué punto el que se convertiría en Pablo VI había reflexionado sobre los aspectos más esenciales y entonces tan nuevos de la vocación religiosa de las Fraternidades” [cf. Jesús Caritas – Familia Carlo de Foucauld, XXV (abril 1985), p. 79-85]. había reflexionado sobre los aspectos más esenciales y entonces tan nuevos de la vocación religiosa de las Fraternidades» [cf. Jesús Caritas – Familia Carlo de Foucauld, XXV (abril 1985), p. 79-85]. había reflexionado sobre los aspectos más esenciales y entonces tan nuevos de la vocación religiosa de las Fraternidades» [cf. Jesús Caritas – Familia Carlo de Foucauld, XXV (abril 1985), p. 79-85].

René Voillaume -como se sabe- no participó activamente en el Concilio Vaticano II, «no era un experto, ni oficial ni privado, pero la amistad que le unía a muchos obispos justificaba sus estancias. Ciertamente fue un consejero escuchado por muchos» (G. Cottier). Los numerosos viajes para visitar las fraternidades dispersas habían hecho de él «un hombre mucho más realista, en contacto con el mundo real, moderno, progresista» (Y. Congar). Siguió de cerca los desarrollos del Concilio y tuvo la oportunidad de darse cuenta personalmente de cuánto se preocupaban los sucesivos Papas, con gran apertura, por las relaciones entre la Iglesia y el mundo obrero. Pío XII le concedió una larga audiencia en enero de 1949; Juan XXIII no sólo recibió a Voillaume a finales de 1960 sino que, como sabemos por el testimonio de Mons. Loris Francesco Capovilla, durante la primera sesión del Concilio El Papa Roncalli conservó dos entre sus papeles personalesNotas preparadas por el Padre Voillaume sobre: ​​«El apostolado de la Iglesia frente al ateísmo contemporáneo y las masas sin Dios» y «Reflexiones sobre el tema de las liturgias orientales». Pablo VI, que conocía muy bien al fundador de los Hermanitos de Jesús, pidió su colaboración sobre el problema del trabajo de los sacerdotes y sobre la posición de la Iglesia frente a la clase obrera que, según el Papa, debía ser abordado por el Concilio (cf. R. Voillaume, Charles de Foucauld y sus discípulos , São Paulo, 419ss.). Que «el Padre» gozaba de gran estima, por su Au coeur des massesy otros escritos, el compromiso conciliar y la creciente influencia de las fraternidades, fue subrayado por la invitación de Pablo VI a predicar los ejercicios espirituales al Vaticano a principios de la Cuaresma de 1968 (ver las relaciones en Retraite au Vatican, Fayard, 1969; tr . it .:  Con Jesús en el desierto , Morcelliana, 1979).

Escritorio1

“Así nació –escribía Montini en el prefacio de 1952– un volumen de espiritualidad que enriquece la literatura religiosa con un aporte muy notable”. Más que un tratado, la colección de textos de Voillaume debe considerarse un «documento de vida religiosa» fruto de la reflexión sobre el testimonio de Charles de Foucauld, una relectura que «prueba la perenne capacidad de la Iglesia católica para generar auténticos seguidores de Cristo». Después de esbozar los múltiples aspectos contenidos en la obra, Montini añade: «cuántas almas, pues, que anhelan seguir al Maestro encontrarán su propia lección de santidad en las páginas del Padre Voillaume».

Parece oportuno subrayar que la motivación de Mons. Montini en no haber entregado el manuscrito al interesado, quizás porque se trataba de un mensaje espiritual muy progresista  para ese momento histórico y que su rol en la Secretaría de Estado le había obligado a la prudencia. Pero esas intuiciones, puestas en práctica antes y después del Concilio por algunos, hoy las vuelve a proponer con fuerza el Papa Francisco cuando exige a todos los bautizados que se hagan misioneros: «Despertar al mundo», «Ir a las periferias, no sólo a las geográficas». Estos temas fueron abordados de manera particular durante una larga conversación entre el Papa y los Superiores Generales de los institutos religiosos masculinos al final de su 82ª Asamblea General celebrada en Roma en noviembre de 2013, donde fr. Janson Hervé, prior de los Hermanitos de Jesús (cf. La Civiltà Cattolica , 4 de enero de 2014).

Concluimos recordando a nuestros amigos que el mensaje espiritual de frère Charles y la relectura hecha por el Padre ha sido abordado en nuestro volumen: Charles de Foucauld y René Vollaume. Experiencia y teología del «Misterio de Nazaret» , Cittadella, Asís 2011.

hermano oswaldo jc

Charles de Foucauld: en el corazón de las masas. Artículo de Giovanni Battista Montini, futuro Papa Pablo VI

En junio de 1953, al frente de la Secretaría de Estado del Vaticano como prosecretario de Estado para Asuntos Ordinarios, Giovanni Battista Montini -que, exactamente diez años después, se convertiría en Papa, asumiendo el nombre de Pablo VI- escribió el prefacio de un libro que permaneció inédito y que se publicó casi medio siglo después, en 1998.

El informe es del periódico L’Osservatore Romano, 30-11-2016. La traducción es de Moisés Sbardelotto.

La petición había llegado al alto prelado de parte de René Voillaume, fundador y prior general de los Hermanitos de Jesús, inspirado en la figura de Charles de Foucauld. El religioso francés (1905-2003) había pedido a Montini que escribiera el prefacio de la segunda edición de la traducción italiana de Au coeur des masses. La vie religieuse des Petits Frères du père de Foucauld [En el corazón de las masas. La vida religiosa de los Hermanitos del Padre De Foucauld].

El libro se publicó en Francia en 1950 y en una segunda edición dos años más tarde, y recientemente se ha publicado en Italia con el título Come loro. La vita religiosa dei Piccoli fratelli di Padre de Foucauld [Como ellos. La vida religiosa de los Pequeños Hermanos del Padre De Foucauld] (Roma, 1952).

Fue hacia el final de la guerra cuando Montini conoció a Voillaume y, con él, a Magdeleine Hutin, fundadora de las Hermanitas de Jesús. Este fue el comienzo de una relación y una amistad que continuó incluso después de su elección al papado, y de la que este prefacio, publicado en su totalidad, es una primera muestra.

En 1968 el fundador de los Hermanitos predicó los Ejercicios Espirituales en el Vaticano y de ahí salió un libro publicado en Francia al año siguiente e inmediatamente traducido al italiano (Con Gesù nel deserto [Con Jesús en el desierto], Brescia, 1969), con un prefacio de Virgilio Levi, en aquellos años secretario de la redacción de L’Osservatore Romano.

Aquí está el prefacio.

Para entender estas páginas será necesario conocer un poco la singular figura del asceta y místico en el que se inspiran, Carlos de Foucauld, o, como ya le llaman sus seguidores, Carlos de Jesús. Se convirtió en ermitaño misionero tras haber sido oficial del ejército colonial francés y haberse convertido por el fervor de una vida cristiana, divertido y fascinado por el misterioso encanto del desierto africano; Luego, peregrino en Tierra Santa, se hizo trapense, viajó de Armenia a Roma, dejó la orden para volver a Palestina y de allí a Francia de nuevo, donde, ordenado sacerdote, regresó a África, ya su patria espiritual, y allí consumió años de una vida pobre, asistiendo, nómada él, a las tribus musulmanas; Luego se instaló en el oasis de Tamanrasset, en Hoggar, para terminar su anhelada carrera terrenal asesinado, a la puerta de su ermita, por los mismos a los que había llevado, pleno y beneficioso, el humilde regalo de su amistad: esto ocurrió el 1 de diciembre de 1916.

Una vida tan variada y atormentada, tan errante y a la vez tranquila, solitaria y ávida de encuentros espirituales, agitada por múltiples experiencias y extrañas aventuras, y hecha por ellas aún más sencilla y recogida, tan gradualmente despojada de todo y a la vez progresivamente rica en bondad y en amor, desconcertante y atractiva, emerge como una tenue luz entre los miles de fatuos focos de nuestro siglo, y, poco a poco, a medida que se aleja en el tiempo, se convierte en un faro y marca un camino.

Este camino lo recorre ahora el padre Renato Voillaume, prior general de los Hermanitos de Jesús, que exhorta con estos escritos a sus humildes comunidades, las «fraternidades». Así nace un volumen de espiritualidad que viene a enriquecer la literatura religiosa con una aportación muy notable.

Más que un tratado, más que un libro, esta colección de escritos ocasionales es un documento de la vida religiosa que surgió del ejemplo valiente y maravilloso del asceta del Sahara, y demuestra la capacidad perenne de la Iglesia católica para generar auténticos seguidores de Cristo, creando asombro y alegría por la singularidad del fenómeno religioso que describe, despertando inquietud y fascinación por la profundidad y la sencillez espiritual a la que se refiere, y ofreciendo un código de ascesis evangélica, impulsado, por un lado, por expresiones primitivas y genuinas de la tradición monástica, inserto, por otro, en las condiciones más elementales de existencia y actividad de las clases sociales humildes.

La obra aborda una serie de cuestiones relativas a la perfección religiosa, las virtudes que le son propias, la pobreza y la caridad especialmente, la santificación alimentada por la celebración de las fiestas litúrgicas, los grandes temas de la ascética y la mística, el análisis del alma humana sedienta de unión con Dios y guiada por las lecciones evangélicas al servicio y al amor al prójimo, la abnegación, la visión del mundo y de la vida en el marco grandioso y lúcido de la sabiduría del divino Maestro: el trabajo y la oración, el silencio y la palabra, la soledad y la socialidad, el ocultamiento y la amistad, el valor del tiempo y el de la eternidad, la libertad de espíritu y la obediencia fácil y espontánea, el conocimiento de las miserias humanas y la estima del hombre, la tranquilidad y el valor, el arte de sufrir y, al mismo tiempo, de gozar La independencia del mundo y el afán por salvarlo, el desprendimiento de las criaturas y la capacidad de saborear su lenguaje y su belleza, y tantos otros temas, diversos y llevados a una armonía interior, son repasados en estas páginas y demuestran esa amplia información doctrinal y esa experiencia personal que dan crédito e interés inusitados a un libro.

Los doctos pueden discutir y comentar tantas cosas; no queremos hacer un juicio aquí.

Sin embargo, para recomendar el volumen a los lectores italianos, bastarán algunas circunstancias que pueden abrir el camino a una acogida favorable. La pobreza, sobre todo, de la mayor parte del clero italiano: necesita medidas, sobre las que no es dado discutir aquí; pero es, en sí misma, tal prenda, porque no podría reconocerse otra mejor para calificar de admirable su desinterés cotidiano y disponerle a ejercer su ministerio del modo más propicio para hacerlo convincente y darle dignidad y mérito de autenticidad evangélica. Por eso, así considerado, puede hacer de la más humilde y despojada vida eclesiástica un ejercicio de santidad, que fácilmente encontrará en las páginas del libro analogías reconfortantes, interpretaciones adecuadas, ejemplos apremiantes.

Y el beneficio de esa exhortación a la santidad atraída por la pobreza será aún mayor si a la intención, tan moderna como urgente, de evangelizar a las personas se añade la de desprenderse de los bienes materiales; Es decir, la intención que abre los ojos al estado de abandono espiritual de enormes franjas de población, tanto urbana como rural, y que lleva a los suburbios religiosamente más desolados, a los centros de trabajo y de tráfico más profanos, a los campos más alejados del campanario al apóstol de la sociedad actual, ya no centrada en el templo y en Dios, sino en el uso del mundo y del hombre.

También por esta aventurada penetración pastoral, que hace del sacerdote y del laico deseosos de la salvación del prójimo auténticos misioneros, la elección de las Fraternidades de Charles de Foucauld ofrece magníficas lecciones de valor, de sabiduría, de caridad. Y muestra, con ejemplos que dan el aspecto paradójico del heroísmo habitual, cómo la evangelización de la doctrina y de la gracia debe ser previa o concomitante a la evangelización de la vida de los que predican y personifican a Cristo.

Ante el asombro del lector, pasan visiones lejanas, demasiado a menudo confinadas al ámbito de la reminiscencia y la fantasía: Son los apóstoles enviados por Jesús a su primer experimento anunciando el Reino de Dios, «sine pera, sine calceamentis»; son las extrañas figuras de los primeros ermitaños, exiliados voluntarios en el desierto, precursores del futuro monasterio y de la futura aldea cristiana; son los frailes medievales que van engalanados de pobreza y alegría a restaurar en el mundo la esperanza de la era cristiana; Son los valientes peregrinos que atraviesan continentes y océanos para llevar la buena noticia a las costas más lejanas; y hoy, finalmente, son los hermanitos de Jesús, que van errando por los márgenes de las obras ya organizadas, de las ciudades ya construidas, de la civilización ya establecida, para ser pioneros silenciosos y modestos del amor cristiano

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Este instinto de la más humilde evangelización hoy se ha convertido en ideal y da a los seguidores de Carlos de Jesús su talento religioso: dejan sus hábitos comunes para conservar la tradición evangélica; renuncian a la vestimenta digna para asumir la del trabajo miserable y duro; dejan las comunidades bien organizadas en colegios impersonales para crear pequeños grupos de amigos que trabajan, rezan y viven juntos; repudian cualquier distinción exterior para asimilarse a los estratos sociales humildes, donde han elegido vivir; Hacen de la renuncia, del abajamiento y de la paciencia un instrumento de predicación silenciosa, una oportunidad para la amistad y el apostolado. Sobre todo, conservan en la intimidad de sus corazones y en el refugio de sus miserables moradas una asidua y ardiente piedad de contemplativos y adoradores, y de ello obtienen una defensa frente a la vulgaridad del entorno y la capacidad de difundir la inefable fragancia de Cristo.

Cuántos sacerdotes, cuántos religiosos y religiosas, cuántos buenos fieles, en un país tan pobre en riquezas económicas como Italia y tan rico en patrimonio espiritual, pasan su vida y, por elección generosa y por la fuerza de las cosas, en condiciones casi análogas a las que la audaz vocación de los Hermanitos prefiere para el desarrollo de su espiritualidad; cuántas almas, pues, que anhelan seguir al Maestro, encontrarán en las páginas del Padre Voillaume su propia lección de santidad.

Y así, mientras la negación de Dios, el materialismo revolucionario, el anticlericalismo político se arman de miseria, de sufrimiento, de abyección social, estas páginas se ofrecen al público católico italiano como escuela, como ejemplo de una transfiguración cristiana muy diferente de la fatiga humana, en un signo de valor y de esperanza.

La Iglesia y el desarrollo – La labor de los misioneros

La labor de los misioneros – Populorum Progressio nº 12 (Pablo VI)

12. Fiel a las enseñanzas y al ejemplo de su divino Fundador, que dio como señal de su misión el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf. Lc 7, 22), la Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que iglesias, sus misioneros han construido hospicios y hospitales, escuelas y universidades. Enseñando a los indígenas el modo de sacar mayor provecho de los recursos naturales, los han protegido frecuentemente contra la codicia de los extranjeros. Sin duda ninguna, su labor, por lo mismo que era humana, no fue perfecta, y algunos pudieron mezclar algunas veces no pocos modos de pensar y de vivir de su país de origen con el anuncio del auténtico mensaje evangélico. Pero supieron también cultivar y promover las instituciones locales. En muchas regiones, supieron colocarse entre los precursores del progreso material no menos que de la elevación cultural. Basta recordar el ejemplo del P. Carlos de Foucauld, a quien se juzgó digno de ser llamado, por su caridad, el «Hermano universal», y que compiló un precioso diccionario de la lengua tuareg. Hemos de rendir homenaje a estos precursores muy frecuentemente ignorados, impelidos por la caridad de Cristo, lo mismo que a sus émulos y sucesores, que siguen dedicándose, todavía hoy, al servicio generoso y desinteresado de aquellos que evangelizan.

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