Cristo faro para toda la humanidad

ENTREVISTAS EMOCIONALES


El escritor y sacerdote Pablo d’Ors (Madrid, 1963) cree que no hay ningún camino “tan radical para el autoconocimiento” como el de sentarse cada día en silencio y en quietud a meditar, es decir, a trabajar la mansedumbre y la aceptación de lo que hay. En un mundo en el que, según el autor de ‘Biografía del silencio’ (Siruela, 2012) y ahora ‘Biografía de la luz’ (Galaxia Gutenberg, 2021) –una relectura del Evangelio–, hemos dejado de creer en la belleza y el bien, y en el que la oscuridad se ha ido apoderando de nosotros en sus diversas formas, necesitamos más que nunca “mirarnos por dentro para cambiar por fuera”. Hablamos con él en una nueva entrega de nuestras ‘entrevistas emocionales’. ¿Dios ha muerto? ¿Dónde está Dios?


D’Ors sostiene que los bienes materiales nos han dado una seguridad ficticia que nos ha ido endureciendo el corazón. “A veces vivimos tan debajo de nosotros mismos que apestamos”, afirma este meditador, que nos anima a huir de lo convencional para no poner en riesgo nuestra singularidad y a reencontrarnos con nuestro yo profundo. “El ego siempre teme ser desplazado por el verdadero yo”, sentencia.


El escritor madrileño acaba de publicar Biografía de la luz (Galaxia Gutenberg), donde hace una relectura mística y una interpretación del Evangelio. “Cristo es un faro para toda la humanidad, no solo para los cristianos. Perderse el patrimonio espiritual del cristianismo solo porque no se es confesionalmente cristiano me parece una triste necedad”, explica el también fundador de Amigos del Desierto, un colectivo integrado por cientos de meditadores de toda España.
Sentarse, respirar, acallar los pensamientos, quedarse en silencio con uno mismo, volver al centro, volver a casa… ¿Meditar para derrotar nuestro ego y reencontrarnos con nuestro yo más profundo, con nuestra esencia, meditar para morir y renacer?


No se trata de hacer cosas raras: cruzar las piernas en una postura incómoda, unir el índice y el pulgar, encender barritas de incienso… Todo eso son rituales que pueden ayudar, pero que también pueden distraer de lo esencial. Lo capital es atrevernos a estar sin hacer nada de particular. Porque nos identificamos con lo que hacemos y, cuando no podemos hacer, entramos en crisis, como no podía ser de otra manera. Pero somos mucho más de lo que hacemos. La escuela del ser es aprender a no hacer. Sentarse, respirar, acallar los pensamientos, quedarse en silencio con uno mismo, volver al centro, volver a casa… ¿Meditar para derrotar nuestro ego y reencontrarnos con nuestro yo más profundo, con nuestra esencia, meditar para morir y renacer?


Así es. Lo de morir a uno mismo, si te sientas a meditar con humildad y perseverancia, lo garantizo. Lo de renacer, en cambio, ya veremos. Eso depende de que mueras de verdad. Meditar te cambia. No meditamos porque no queremos cambiar, es así de sencillo. No conozco ningún camino tan radical para el autoconocimiento como el de simplemente sentarse cada día en silencio y en quietud. La cosa es que si no morimos y renacemos constantemente, nos sobrevivimos a nosotros mismos: queda la biología, pero sin biografía.


Lo difícil, escribes en ‘Biografía del silencio’, no es meditar sino querer ponerse a meditar…


No se trata de hacer cosas raras: cruzar las piernas en una postura incómoda, unir el índice y el pulgar, encender barritas de incienso… Todo eso son rituales que pueden ayudar, pero que también pueden distraer de lo esencial. 
Lo Estamos en manos de nuestros pensamientos y de nuestras distracciones, de la tiranía de nuestra mente. Dicen que tenemos al día unos 60.000 pensamientos, la mayoría negativos. ¿Cómo se empieza a escapar de este control mental, cómo se inicia uno en el camino de la espiritualidad?


Un camino es un horizonte y la tierra que pisamos, las dos cosas: ideal y realidad. Sin el ideal, no somos peregrinos, sino simples vagabundos. Sin realidad, somos meramente utópicos o idealistas. Las personas espirituales mantienen viva la tensión entre el ideal y la realidad. ¿Cómo empezar a caminar? Dando un paso, sólo uno, eso es totalmente posible. Pero un paso orientado hacia el ideal, Dios, la plenitud, como queramos llamarlo. Sin lo concreto, todo lo espiritual es inmensamente oprimente.


Queremos controlarlo todo. Queremos vivir imponiendo nuestros deseos. Vivimos manipulando personas y cosas para nuestra propia satisfacción. En ‘Biografía de la luz’, señalas: “Creemos que estamos en el mundo para cambiarlo, en lugar de disfrutarlo”. Si aceptáramos la vida tal como viene, tal como es, sin poner resistencias, ¿no nos libraríamos de muchos sinsabores diarios?
Aceptar la vida como viene no significa santificarla. Significa que sólo puedes cambiarla si la amas como es. El amor incluye tanto la aceptación de lo que hay como el deseo de plenitud. Los sinsabores diarios siempre estarán ahí, no cabe eliminar del todo las contrariedades y dificultades que se nos presentan a cada rato. Pero podemos trabajar (¡y se consigue!) para que esos sinsabores sean menos amargos y, sobre todo, para que no empañen la alegría de estar vivos. Todo esto que estoy diciendo suena teórico sólo si no se vive.


Señalas que hay tres tentaciones que nos alejan del ser: el placer, el poder y el tener. Los tiempos que vivimos están dominados por los apegos, las posesiones, las apariencias, las exhibiciones, la acumulación, la celeridad, el individualismo, los abusos de poder, el hedonismo, la autoafirmación constante… Decimos que esto es vivir, pero parece más bien un autoengaño o una trampa. ¿Qué entenderíamos, desde la meditación, la contemplación y la espiritualidad, por buena vida?


Una buena vida es una vida con amor, la cosa es así de simple. Y amar significa la capacidad de dar y de recibir, las dos cosas. Si nos sentimos amados y amamos, pase lo que pase en nuestra vida estaremos globalmente bien. Pase lo que pase: se derrumbe tu casa, pierdas el trabajo, se te muera tu pareja o tu hijo… La fuerza que da amar y sentirse amado es incomparable, los que lo han probado lo saben. Séneca, en ‘Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad’, dice que no tenemos poco tiempo sino que lo perdemos mucho, y añade: “No recibimos una vida breve sino que la abreviamos”. ¿Nos morimos, a menudo, incluso centenarios, sin haber vivido, sin saber muy bien qué es eso de vivir?


Nuestro miedo a morir es porque no hemos vivido, en efecto. Cuando uno culmina una carrera (la de la vida, por ejemplo), lo propio es descansar, no seguir corriendo. Conviene vivir con la clara consciencia de nuestra caducidad, eso imprime a nuestros días una intensidad y una autenticidad muy necesarias. Ninguna vida es breve o larga, aunque nosotros, desde nuestros parámetros, podamos juzgarlas así. Toda vida, si no la interrumpimos voluntariamente, dura exactamente lo que tiene que durar. Pero ni siquiera la vida es el máximo valor. El máximo valor es el amor, la dignidad, la justicia, la libertad… Podemos entregar la vida por todas estas causas, lo que muestra que estas causas son más altas que la vida misma. 


El poeta Alejandro Simón Partal escribe, en su ensayo ‘Las virtudes de lo ausente: fe y felicidad en la poesía española contemporánea’, que el capitalismo salvaje ha rediseñado a Dios y ha pervertido “nuestra capacidad de sosiego y de deseo arrastrándonos al casi manido concepto de lo posthumano”. ¿Hacia dónde vamos?


Conozco a Alejandro, me da muy buena espina. Me parece un tipo honesto, independiente, limpio de corazón, necesario en nuestro tiempo. El capitalismo salvaje, o no tan salvaje, es, efectivamente, la antítesis de Dios. Dios o el dinero, ya lo dice el Evangelio. Yo no sé adónde vamos, no soy un adivino. Pero tengo esperanza, lo que significa que creo que eso hacia donde vamos es globalmente bueno, aunque no lo alcanzaremos, claro, sinpenalidades de todo género. No se puede creer en Dios, como es mi caso, y no creer en la humanidad. Los discursos apocalípticos no ayudan, ayuda la esperanza. 


Creemos que somos el centro del universo, que todo gira en torno a nosotros, que la naturaleza está a nuestro servicio. ¿No nos estamos dando demasiada importancia?


Totalmente. Pero el antropocentrismo ha terminado, hay multitud de signos que lo evidencian. Meditamos, quienes meditamos, para darnos cuenta de que, por fortuna, no somos el centro del universo. Pensar que todo gira en torno a nuestro micro-mundo es un flagrante error de perspectiva y, desde luego, una ofensa a la realidad, infinitamente más poliédrica y rica de lo que imaginamos.


En ‘Biografía de la luz’ haces una lectura mística y una interpretación del Evangelio. Ese mensaje de sencillez, de compasión, de amor, esa filosofía de la interioridad que profesa Jesús podría, creamos o no, servirnos de mucha ayuda para esta vida moderna de vacíos y extravíos…


Cristo es un faro para toda la humanidad, no sólo para los cristianos. Perderse el patrimonio espiritual del cristianismo sólo porque no se es confesionalmente cristiano me parece una triste necedad. Leer el Evangelio me sobrecoge, no me deja tranquilo, me obliga a entrar en capas siempre más profundas, me pone en entredicho. Algo de todo esto es lo que he querido compartir en Biografía de la luz. Necesitamos mapas para guiarnos en la vida, y yo he encontrado algunos muy valiosos en los textos sagrados de mi tradición.
¿Dios ha muerto? ¿Dónde está Dios?


Más que en la existencia de Dios, creo en su insistencia. Con mi admirada Simone Weil, os digo: “No os pido que creáis en Dios, pero sí que no creáis en todo lo que no es Dios”. Con eso tenemos tarea suficiente.





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Carlos de Foucauld: las siete palabras para hoy de un padre del desierto

El beato Carlos de Foucauld recibió el colosal encargo de recuperar la milenaria tradición de sabiduría de los padres del desierto y de actualizarla. Por eso mismo su obra no ha hecho más que empezar

Pablo d’Ors 1 de Diciembre de 2016

Delante de su ermita de Beni-Abbès con el catecúmeno esclavo rescatado Joseph (1901)

Carlos de Foucauld (15 de septiembre de 1858 – 1 de diciembre de 1916) es un padre del desierto contemporáneo. Su vida y obra, que beben de la espiritualidad de figuras de la talla de Agustín, Benito, Francisco e Ignacio, se remontan a las de los padres del yermo que poblaron los desiertos de Siria y de Egipto durante los primeros siglos del cristianismo. A Foucauld, para entenderlo en su verdadera dimensión, hay que hermanarlo con Dionisio el Areopagita y Efrén el Sirio, con Isaías el Anacoreta o Gregorio Nacianceno. La fuente de la que bebieron estos padres del desierto y que más tarde cuajaría en el movimiento hesicasta fue de la que también bebió el hermano Carlos, cuya misión –esa es mi tesis– no fue la de fundar algo radicalmente nuevo, sino la de reinaugurar para Occidente un camino contemplativo que había quedado en el Oriente cristiano, en particular en la república monástica del monte Athos. A mi modo de ver, Foucauld recibió el colosal encargo de recuperar esa milenaria tradición de sabiduría y de actualizarla. Por eso mismo su obra no ha hecho más que empezar.

Ilustraré esta tesis con las siete palabras que, a mi entender, reflejan más logradamente la aportación de aquel a quien hoy llamamos hermano universal:

Carlos de Foucauld, con africanos
Carlos de Foucauld, con africanos

Búsqueda. La vida de este hombre fue totalmente insólita. Foucauld no se parece a nadie. Decía de sí, según las épocas, que quería ser monje o ermitaño, pero lo cierto es que viajó muchísimo, que se asentó en distintos sitios, que fue un peregrino estructural. Este cambio de horizonte, geográfico pero sobre todo existencial, esta metamorfosis constante que le llevó a ser hoy explorador disfrazado de judío y mañana autor de un diccionario tuareg, hoy soldado del Ejército francés y mañana jardinero de unas monjas en Nazaret, pone a las claras su continua búsqueda. Foucauld, como Gandhi o Simone Weil en otros órdenes, hizo de su vida un auténtico y continuo experimento.

Conciencia. Se pasó la vida escrutando su conciencia, entrando en las motivaciones de sus actos, examinando cada detalle minuciosamente, como aprendió de san Ignacio, proyectando sueños con que dar cuerpo a una intuición, mirándose en el espejo de Jesucristo, su Bienamado, estudiando lo más conveniente, reprochándose sus faltas, agradeciendo los dones recibidos… Foucauld, que fue un soldado en su juventud, no dejó de serlo en el fondo en su madurez. No solo era un enamorado, sino un estratega: alguien que planifica su entrega: que refuerza los flancos más endebles, que diseña planes para dar fecundidad a su ingobernable amor. Pasó muchísimos días y horas en la más estricta soledad y en el más riguroso silencio. Y en ese caldo de cultivo, aprendió a escuchar. Y obedeció a la voz que escuchaba y, más que eso, hizo de esa escucha y de esa obediencia un estilo de vida: siempre escuchando y obedeciendo, siempre tras la aventura de ser uno mismo. Siempre entendiendo que él era la mejor palabra, acaso la única, que Dios le había concedido.

Desierto. Foucauld se convirtió en África del Norte, admirándose de la extraordinaria religiosidad de los musulmanes. Entendió el desierto primeramente en clave metafórica, de ahí que buscara ser monje al principio en Ardèche y luego en Akbés y hasta en Tierra Santa; pero pronto volvió al desierto del Sahara, el de su juventud, a su amado Marruecos y a su deseada Argelia. Y allí era donde el destino y la providencia le esperaban. Quizá porque pocos parajes de la tierra, al estar tan desolados, pueden evocar y remitir con tanta fuerza al mundo interior. Foucauld es un recordatorio permanente de cómo sin desierto y purificación no hay camino espiritual.

Adoración. En medio de ese desierto, Foucauld adora. Esta es una palabra que hoy nos resulta extraña, pero adoración significa, simple y llanamente, que el hombre no se realiza por la vía del ego, sino saliendo del propio micromundo y superando esa tendencia tan nefasta como generalizada a la apropiación y autoafirmación. Adoración quiere decir tan solo dejar de vivir desde el pequeño yo para dar paso al yo profundo, donde mora el huésped divino. Lo sepan o no, todos los que buscan al misterio por medio de la meditación, tienen –tenemos– en Charles de Foucauld a un maestro insigne. Amó mucho porque calló mucho. Hablamos de él porque se vació de sí.

Nombre. «Te quiero, te adoro, quiero darlo todo por ti, cuánto me amas, cuánto te amo, te doy las gracias, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, te alabo, mi Bienamado…». Pocos hombres en la historia como Foucauld han dejado un testimonio escrito tan elocuente de su apasionado amor por Jesús de Nazaret. El nombre de Jesús, como un incansable mantra, acompañó a Foucauld durante casi todos los minutos de su vida. Era un loco de amor, un apasionado de ese nombre, alguien que dejó que el nombre, y la persona a quien evoca, le poseyeran. Esto significa que la soledad en que Foucauld vivió era acompañada, por dura que en algunas ocasiones le pudiera resultar. Que su silencio era sonoro, por doloroso que se le pudiera hacer muchas veces. Solo hay una palabra que explica la increíble peripecia humana de Foucauld: Jesús.

Dentro de su cabaña
Dentro de su cabaña

Corazón. El nombre de Jesús fue arraigando en su conciencia y en su corazón, de modo que ambas, unidas al fin en lo que podríamos llamar el corazón consciente, eran el lugar en que esa Presencia moraba. Foucauld fue, desde luego, un sentimental. Aunque su llamada era a la oración contemplativa y silenciosa, nunca abandonó la oración afectiva, alimentada por palabras e imágenes que le inflamaban. Practicó lo que los hesicastas llaman la guardia del corazón: sentir la vida, oculta y frágil, en cada palpitación; sentir la Vida con mayúsculas en esa vida nuestra, tan limitada como intensa, tan humana y tan divina.

Fracaso. Al término de su vida, poco antes de ser asesinado, Foucauld se encuentra con las manos felizmente vacías. Podría decirse que a lo largo de su existencia cosechó un fracaso tras otro: fue el último de su promoción en el Ejército, del que estuvo a punto de ser expulsado repetidas veces por sus escándalos e indisciplina. Fracasó también como patriota y abortó su vocación de explorador, echando a perder una brillante carrera profesional. Monje fallido de la trapa de Heikh. Fallido también su quimérico proyecto de adquirir el monte de las Bienaventuranzas para instalarse allí como ermitaño. Ni una sola conversión tras años de apostolado. Ni un solo seguidor tras haber redactado tantos borradores de una regla para sus proyectados ermitaños. Ignorado por la administración civil y por la eclesiástica, ni un esclavo redimido, ni un compañero para su misión… Foucauld es uno de los mejores iconos del fracaso. Porque prefirió los últimos puestos a los primeros, la vida oculta a la pública, la humillación al encumbramiento. Por todo ello, Foucauld es esa imagen en la que pueden reconocerse todos los fracasados de la historia. Y por todo ello veo a menudo a las gentes del mundo caminando en una dirección y a Foucauld en la contraria. Pero no es el único; hay otros con él, solitarios todos, todos locos. Y el primero de esa fila es el propio Jesucristo, el más loco de todos.

Amigos del Desierto

Para Pablo d’Ors, la experiencia de los padres del desierto, esos miles de cristianos en los primeros siglos buscaban a Dios en la soledad y el silencio, «es la corriente espiritual más importante no solo del cristianismo, sino de la historia de la humanidad». Esta manera de relacionarse con Dios –añade– tiene plena vigencia en la actualidad, y la existencia de la asociación Amigos del Desierto es prueba de ello. «No fue una idea que yo tuviera, sino un regalo que se me hizo. En 2013, empecé a recibir cientos de correos de personas que me pedían que les enseñara a meditar. La mayoría me conocía por mi Biografía del silencio, y muchos estaban alejados de la Iglesia. Con un par de amigas, decidimos organizar un retiro». El interés fue tal, que «antes de que se realizara, ya había otros dos previstos». Desde entonces, unas 1.000 personas de España y otros países han pasado por su retiro de iniciación a la meditación. También organizan retiros para profundizar en la oración del corazón mediante la espiritualidad de Carlos de Foucauld, «nuestro patrono», y la teología del icono de la Sagrada Familia, de Rublev. Parte de quienes participan en estos retiros pasan luego a formar parte de alguno de los 16 grupos que se reúnen semanal o quincenalmente. Además, la asociación organiza talleres y tandas de ejercicios en un convento de carmelitas descalzos en Las Batuecas.

Pablo d’Ors
Sacerdote, escritor y consejero cultural del Vaticano

Charles de Foucauld: un místico del siglo XXI

Caetano Veloso. Arte, política y poética de la diversidad

«Visto por los parámetros habituales, la existencia de este personaje inusual fue un fracaso total. Cien años después de ser martirizado en su querido desierto argelino, somos más de 13.000 personas en el mundo que nos consideramos sus hijos espirituales. Ahora la Iglesia lo reconoce. Reconoce el abandono en manos del Padre como camino, la oración que escribió Foucauld en 1896, ignorando que un siglo después miles de hombres y mujeres la rezarían a diario ”, escribe Pablo d’Ors, sacerdote, teólogo, escritor y consejero. al Pontificio Consejo de la Cultura del Vaticano, en un artículo publicado por Alfa y Omega, 06-04-2020. La traducción es de Cepat.

Foucauld es el sacerdote del desierto contemporáneo. Nada más ordenado sacerdote, a los 43 años, partió hacia el Sahara, donde residiría, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, hasta su asesinato el 1 de diciembre de 1916, hace más de un siglo. Tenía entonces 57 años, aunque por su apariencia, tal era su desgaste físico, nadie le daría menos de 75.Foucauld no se fue al desierto en busca de la soledad, al contrario, para estar cerca de los tuareg. Fue allí para encontrarse con los pobres y se encontró con su propia pobreza. Sostengo que Foucauld es el continuador, en nuestro tiempo, de la espiritualidad de los padres y madres del desierto y que, en este sentido, más que el fundador de una familia religiosa, es él quien trae a Occidente la necesidad de regresar. al desierto, que hoy lo llamamos silencio e interioridad.

Foucauld fue un buscador espiritual. El primer capítulo de su turbulenta búsqueda fue probablemente una expedición a Marruecos, donde mostró su temperamento. Curiosamente, fue su devoción por los musulmanes lo que despertó en él el deseo de volver a la fe cristiana. Luego vino su iniciación en el catolicismo, a través de su prima Maria Bondy, su entrada en Trapa, primero en Francia y luego en Akbés (Siria), su peregrinaje decisivo a Tierra Santa, donde vivió en un cubículo miserable, trabajando como servidor del Pobres Clarisas y, finalmente, su aventura en el Sahara.

Todos estos pasos son presenciados por el propio Foucauld. Tus cartas son miles. Es revelador cómo el paradigma de la soledad (un ermitaño … ¡y en el Sahara!) Se convierte en el paradigma de la comunicación. Este doble movimiento, tan elocuente en vertical como en horizontal, nos ofrece una imagen precisa de quién fue realmente este hombre.

Foucauld fue el prototipo del converso. Los que ahora serán elevados a los altares fueron en su juventud aristocrática un militar pretencioso y una buena vida sofisticada. El paso de la vida belicosa a la venerable se refleja a la perfección en sus rasgos, que van de sensuales y arrogantes a transparentes y amables.

En lugar del homenaje ofrecido por la Sociedad Geográfica Francesa, que le otorgó la medalla de oro por su admirable Reconocimiento en Marruecos, para lanzarlo a las vanidades del mundo, alentó la soledad. Era el mes de octubre de 1886, cuando Henri Huvelin, párroco parisino, le ordenó arrodillarse, confesarse y tomar la comunión. Y ahí es donde empezó todo para Foucauld. Tenía 28 años y su vida estaba dando un giro definitivo. Para él, comprender que Dios existía significaba lo mismo que tenía que entregarse a Él.

Foucauld fue un pionero del diálogo interreligioso. Viajó al norte de África dispuesto a convertir a los musulmanes, pero Dios le dio el regalo de no convertir a nadie. Gracias a no poder llevar a cabo sus planes, comenzó a cultivar la amistad con los destinatarios de su misión. Y así entendió este ermitaño misionero la amistad como el camino privilegiado para la evangelización. Gracias a ello, realizó un hermoso gesto de amor por un pueblo: la creación de un diccionario francés-Tamacheq, así como la colección de canciones, poemas y relatos folclóricos tuareg. Estas obras enciclopédicas revelan su impecable respeto por una cultura y religión extranjeras y, finalmente, su pasión por lo diferente.

Foucauld era un místico cotidiano. El día a día lo llamaba Nazaret. Además de la vida pública de Jesús, que tantos ya querían representar – anunciando el Evangelio, sanando a los enfermos, redimiendo a los cautivos, creando comunidad … – lo que Foucauld quería representar era su vida oculta como obrero en Nazaret. La vida familiar, el trabajo de carpintería, la simple existencia en un pueblo … Todo esto, tan anónimo, fue lo que lo dominó hasta el punto de consagrarse siempre y sistemáticamente a lo más ordinario.

Es paradójico que una vida, que vista desde el exterior puede considerarse extravagante y aventurera, haya sido alimentada por la pasión por lo simple e insignificante a los ojos humanos. “Recuerda que eres pequeño”, dejó por escrito. Y estaba convencido de que eran muchísimos los que podían seguir este carisma suyo, como prueba de que escribía incansablemente múltiples reglas de vida.

Foucauld es el icono del fracaso. Si bien es cierto que escribió muchas reglas monásticas y laicas, también es cierto que no tuvo seguidores. Tampoco logró convertir ni siquiera a un musulmán. Ni siquiera un esclavo para ser liberado, por mucho que se propusiera llenar de sus demandas a la Administración francesa.

Pablo d’Ors: «La atención es la virtud por excelencia. Por eso el silencio es el gran desafío»

Sacerdote y escritor, «entusiasta melancólico», el autor de la «Biografía del silencio» cree que cuando estamos atentos sabemos que vivimos

Su «Biografía del silencio» lleva vendidos 20.000 ejemplares y está a punto de ser traducido al italiano. Es capellán en el Ramón y Cajal, donde asiste a los moribundos. Sopesa en silencio cada pregunta, pero una vez comprendida se lanza con claridad y precisión a responder, escandiendo las palabras de forma impecable, casi como si fueran versos de un poema que escribe en el aire, versos que tuviera muy pensados, pero que no por ello dejan de estar muy vivos.

Hablamos con Pablo d’Ors (Madrid, 1963) en su casa del madrileño barrio de Tetuán. Una casa-torre que hubiera agradado a Montaigne: santuario y biblioteca, capilla y reducto, espacio acogedor y lugar donde entregarse a la meditación. El silencio era tan extraordinario aquel primer domingo de agosto que parecía como si el mundo hubiera cristalizado en torno a nosotros. No había viento. No hacía calor. Las nubes, escasas, parecían haberse también detenido sobre el cielo de una ciudad poblada por tal vez cuatro millones de almas de las que casi no sabemos nada. Para escuchar. Un arte que practica este singular sacerdote y escritor, autor de libros que es difícil abandonar una vez que se entra en ellos: desde «El estreno» a «El amigo del desierto», desde «Andanzas del impresor Zollinger» a «El olvido de sí». No es raro por lo tanto que confiese mirando a los ojos que para él «la atención es la virtud por excelencia».Thanks for watching!PUBLICIDAD 

—¿Cuál es el estado general de su ánimo en este momento?

—Yo soy un entusiasta melancólico, y ese es en general mi estado de ánimo: el entusiasmo y la melancolía.

—Al inicio de su «Biografía del silencio» estampa un poema de Simone Weil, uno de cuyos versos reza: «Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención», y en los primeros compases, en la página 13: «como diría Simone Weil, no hay arma más eficaz que la atención». ¿Por qué? ¿Cómo de eficaz es ese arma?

—Es la virtud por excelencia, para mí la atención es la virtud por excelencia. Creo que igual que cuando somos niños nos enseñan a ejercitar la memoria, deberían también ayudarnos a ejercitar la atención. Porque la atención es la manera de estar presentes al presente, a lo que sucede. Cuando estamos atentos, sabemos que vivimos; cuando estamos despistados o sin atención, no sabemos dónde estamos, ni lo que hacemos, ni lo que hemos hecho. Mi fascinación por la virtud de la atención ha ido creciendo estos últimos años. En este momento de mi vida se ha convertido en algo primordial. La atención es tanto como ser consciente, y yo lo pondría en la jerarquía de virtudes como la número uno.Además de la memoria, los niños deberían ejercitar la atención

—¿Cuándo descubrió a Simone Weil?

—La leí hace muchísimos años, cuando estudiaba filosofía, pero realmente ha sido en esta última década cuando la he leído más a fondo, porque es ahora cuando he tenido un interés más fuerte por la dimensión mística de la vida. Ella, a mi modo de ver, es una de las figuras emblemáticas no solamente del feminismo, que eso es obvio, sino de la espiritualidad en el siglo XX. Es un icono extraordinario, porque no solamente tiene un pensamiento originalísimo, inclasificable, inédito en la historia del pensamiento y de la literatura, sino que su propia vida es paradigmática. Es una mujer que no se parece a nadie. La gente que me interesa más es la gente que no se parece a nadie, porque ¿con quién puedes comparar a Simone Weil? ¿Con quién puedes comparar a Charles de Foucauld o a Gandhi? Y ¿por qué me interesa la gente que no se puede comparar con nadie? Porque han hecho la aventura de ser ellos mismos. No se ajustan a ningún patrón, sino que hacen una cosa muy rara, que es escucharse a sí mismos. Y una cosa todavía más rara, que es obedecerse a sí mismos. Y una cosa que es el colmo: convertir esa obediencia y esa escucha en estilo de vida. Eso es, precisamente, lo que hace que la biografía de Simone Weil sea maravillosa.Me interesa la gente que no se puede comparar con nadie

—¿Por qué es tan difícil quedarse en silencio, quedarse a solas con uno mismo?

—Porque el silencio es un espejo de lo que somos, y lo que somos no nos gusta. Por eso huimos de ello. Esta es la principal dificultad del silencio, o de la práctica del silenciamiento, podríamos decir. Estamos en una sociedad, en un mundo, en el que cada vez hay más ruido, más dispersión, más incapacidad de concentración o de atención, como decíamos antes. Por eso el silencio se ha convertido en el principal desafío. Cuando uno empieza a practicar la meditación, lo primero con que se encuentra son las inquietudes corporales, lo segundo son las distracciones mentales, y lo tercero las heridas del alma. Tanto las inquietudes, como las distracciones, como las heridas nos ponen progresivamente más y más nerviosos, y de ahí que huyamos del silencio.El silencio es un espejo de lo que somos, y lo que somos no nos gusta

—¿Qué clase de sacerdote es usted? [Ante algunas preguntas, como esta, Pablo d’Ors esboza, en completo silencio, una sonrisa, que se le dibuja primero en los labios, después en los ojos. Piensa y un instante, y habla]

—Pues soy un pontífice, es decir, un hombre que tiende puentes. Así he entendido mi sacerdocio desde que era muy joven. Yo me ordené a los 27 años, y así lo sigo entendiendo hoy, incluso diría que cada vez más. Puente entre el mundo y Dios, entre la Iglesia y la sociedad, entre el arte y la religión, el cristianismo y el budismo, y hasta entre la vida y la muerte, puesto que trabajo en un hospital como capellán de enfermos, y me toca ser partero a la vida eterna. Estar en esa frontera, en esa mediación, es lo que siento como mi vocación más profunda.Soy un pontífice, un hombre que tiende puentes

—¿Y qué clase de escritor?

—Yo era un hombre enamorado de la palabra y ahora, supongo que por la madurez, soy un hombre enamorado del silencio, la palabra y la acción. Porque creo que las tres son importante, y las tres definen a la persona. Un hombre logrado sería aquel que trabaja y da lo mejor de sí en estos ámbitos, en la palabra, el silencio y la acción. Yo me defino como un escritor cómico, místico y erótico. Pueden parecer cosas contradictorias, pero no lo son en absoluto, sino que van completamente ligadas. Mis temas son siempre el cuerpo y el alma, y si esto se puede afrontar de una manera lírica y cómica, pues tanto mejor. Lírica porque abre paisajes a la capacidad de ensoñar y de imaginar de los lectores, y cómica porque yo creo que el humor es la manera más elegante de ser humilde, y porque en un mundo tan grave como el nuestro, la ligereza es casi no solamente una virtud sino una necesidad.Soy un hombre enamorado del silencio, la palabra y la acción

—¿De qué tenemos tanto miedo?

—En parte he respondido antes cuando he dicho de nosotros mismos. Tenemos miedo de nuestras sombras, de nuestra oscuridad, que está ahí. Porque el hombre no es solamente verdad, belleza y bien, como nos gustaría ser, sino que somos también codicia, ambición y vanidad: codicia en el tener, ambición en el poder y vanidad en el aparecer. Esas sombras, que también nos constituyen, nos dan miedo. Pero la aventura humana consiste justamente en redimir esas sombras. Redimir, que es una palabra genuinamente cristiana, significa cambiarlas de signo. Sin dejar de ser negativas, pierden su veneno y sirven para construirnos. De este modo, lo que se presenta como una adversidad se convierte en una oportunidad de crecimiento. Esas sombras, y esto es lo que se trabaja en la meditación, pueden ser ocasión de de realización humana. Es más, son el camino. Amor y dolor no son cosas distintas y opuestas, sino que son las dos caras de la misma moneda.Tenemos miedo de nuestras sombras

—¿Cuánto daño ha hecho y sigue haciendo el amor romántico en nuestro mundo occidental?

—Pues mucho, mucho daño. Quizás sea el último mito restante en Occidente: pensar que la pareja va a darnos la felicidad. Creo que es un error buscar la felicidad, y ello porque la solemos identificar con el bienestar. Lo que más bien deberíamos buscar –al menos, es lo que yo busco– es la plenitud, que es distinto, y que significa vivir intensamente aquello que te toca vivir. El amor romántico significa proyectar en alguien tu realización personal. No debe uno proyectar en nadie ni en nada la realización personal, sino solamente en sí mismo. El otro, la pareja, sería alguien con quien compartir esa búsqueda o esa entrega, pero no, ciertamente, aquel que te va a colmar esa expectativa.El amor romántico ha hecho mucho daño en Occidente

—Después de todo el tiempo que lleva meditando, ¿se conoce de verdad a sí mismo, conoce su conciencia mejor que la palma de su mano?

—[Suspira, antes de decir] Cuanto más medito, más misterioso me parezco. Esa es la verdad. Incluso podría decir, menos me conozco. Pero menos nervioso me pone ese desconocimiento, es decir, mejor convivo con ese misterio que soy. Yo creo que meditar es entrar en la nube del no saber, y que ese no saber no nos inquiete, sino que aprendamos a convivir en él de manera serena.Cuanto más medito, más misterioso me parezco

—Dice que «vivir es transformarse en lo que uno es». ¿Cuándo se sabe que uno se ha transformado en lo que es?

—¿Cuándo sabe un manzano que es un manzano? Cuando da manzanas y alimenta a la gente que está a su alrededor. ¿Cuándo sabes que tu vida está siendo lo que tiene que ser? Cuando estás cumpliendo aquello para lo que has venido. Cuando das frutos y la gente come de esos frutos y es feliz porque les has dado de comer.¿Cuándo sabe un manzano que es un manzano?

—¿Qué reforma considera más urgente para la sociedad española?

—[Vuelve a suspirar, con algo que parece impaciencia, y tal vez lo sea] Pues quizá la educación. Yo creo que no está bien planteada desde la base. Seguimos pensando que la educación es fundamentalmente algo intelectual, amueblar una cabeza, pero el ser humano no es solamente mente; también es cuerpo y también es espíritu. Toda formación debería ser integral, haciéndose cargo de lo que el ser humano es. Evidentemente que yo utilizo una antropología cristiana, pero creo que otras muchas antropologías de otra índole compartirían esta visión.

—¿Qué libros han dejado una huella más honda en su formación intelectual y sentimental?

—«El peregrino ruso», que es un anónimo ruso; los «Diarios», de Kafka; «La broma», de Milan Kundera… ¿Sigo diciendo? «Tentación», de Janos Szekely, un húngaro que fue guionista de Lubitsch; «El sobrino de Wittgenstein», de Thomas Bernhard; «El libro del desasosiego», de Fernando Pessoa; «Los ojos del hermano eterno», de Stefan Zweig… ¿Sigo? «Stoner», de John Williams, lo leí hace un año y medio, y me pareció el mejor libro que he leído en muchísimo tiempo; «El canto del pájaro», de Anthony de Mello; «La montaña mágica», de Thomas Mann; las «Conversaciones con Goethe», de Eckermann… Creo que es suficiente.

—¿Qué aprendió de su etapa de misión en Honduras?

—Fue una época muy feliz, y lo que me ha dejado es la conciencia del privilegio que supone haber nacido en un país como el nuestro, y la importancia de no olvidar nunca que hay tres cuartas partes de la humanidad que no tienen lo necesario para vivir. Yo creo que uno puede optar por vivir entre los pobres o decidir no vivir entre los pobres, pero nunca debe olvidar que hay pobres en el mundo.Nunca se debe olvidar que hay pobres en el mundo

—¿Qué le dice la teología de la liberación?

—En el seminario en el que yo estudié se respetaba mucho la teología de la liberación y estudiábamos a los teólogos de la liberación. Me produce un enorme respeto. Yo no me defino como un teólogo de la liberación, pero los he leído, los he estudiado, y creo que han hecho una aportación extraordinaria a la Iglesia.

—¿Quiénes son y qué buscan los Amigos del desierto?

—A raíz de la recepción extraordinaria que ha tenido el libro «Biografía del silencio», he ido recibiendo en este último año y medio muchos correos de personas de todo tipo, buscadores, pidiéndome que acompañara o les enseñara a meditar. Llegó un momento en que me sentí tan desbordado con todas esas demandas –porque prácticamente todos los días recibo correos de este tipo– que entonces, junto con un grupo de seis o siete amigos con los que comparto esta sensibilidad acerca de la importancia de la meditación y de la contemplación (yo los utilizo como sinónimos, puesto que meditación viene del latín, «meditatio», que significa «peregrinar hacia el centro»; y contemplación también viene del latín, «contemplatio», que significa «estar en el templo», así que para los creyentes nuestro centro es un templo), decidimos acompañar a cuantas personas quisieran en su peregrinaje hacia su propio centro. Fue así como nació la idea de crear una asociación, que ya está formalizada y que se llama Amigos del Desierto. Lo que hacemos es ofrecer retiros de iniciación, fundamentalmente en la práctica del silencio; también un día de práctica semanal aquí, en Madrid. Amigos del Desierto es una asociación que nace con la voluntad de profundizar y difundir la práctica del silencio y de la meditación.Amigos del desierto difunde la práctica del silencio

—¿Hasta qué punto el dibujo que va conformando su vida se parece al que soñó cuando empezó a tomar conciencia de que la vida iba en serio?

—La verdad es que la vida es mucho mejor que nuestros sueños. Esa es la verdad. Yo he sido muy soñador, pero ahora creo que soy una persona profundamente realista, aunque seguramente habrá más de uno que se carcajee si escucha esto. Creo que la verdadera espiritualidad te conduce a la realidad, te mete de lleno en este mundo. Si te saca de este mundo no es verdadera espiritualidad, es ideología, o es idealismo, o es otra cosa. Yo creo que mi vida me está conduciendo a puertos mucho más hermosos de los que yo había soñado, francamente.La vida es mucho mejor que nuestros sueños

—Parece que su entendimiento, por decirlo amablemente, con el cardenal Rouco Varela no era muy fluido. ¿Qué sintió ante la llegada del Papa Francisco?

—Sentí una gran alegría. En el instante en que fue elegido Papa Francisco I, yo estaba llegando a la ciudad de Piacenza, donde iba a dar una conferencia. Justo cuando llamé a la puerta de la casa de mi anfitrión, el Papa estaba saliendo al balcón del Vaticano. Cuando se me abrió la puerta, se me dio la bienvenida como si yo fuese el propio Papa. Fue una manera muy bonita de vivir esto. A medida que ha ido pasando el tiempo, esta ilusión inicial se ha ido confirmando en que había fundamento para ello.

—¿Qué reformas de la Iglesia le parecen más necesarias y urgentes?

—El papel de la mujer en la Iglesia, el diálogo interreligioso, la presencia en el mundo de la pobreza, entre los más desfavorecidos, y luego yo diría –aunque esto es difícil de formular– algo así como un recuperar lo más genuino del cristianismo, que es Cristo mismo: una recuperación del Jesús histórico y de los Evangelios. Para España, en concreto, yo soñaría con una normalización de los cristianos en la vida pública, que no sea políticamente incorrecto definirse como cristiano, y que ser sacerdote no suponga tener una existencia marginal.Hay que recuperar lo más genuino del cristianismo

—¿En qué consiste el encargo que le ha hecho el Papa?

—El cargo es consejero del Consejo Pontificio de Cultura, y por tanto estaré a las órdenes del cardenal Ravasi, que es el presidente de ese consejo. La misión en concreto consiste en escribir una serie de informes cuando me los vayan pidiendo –ya me han pedido alguno­– sobre problemas que tienen que ver con la relación Iglesia-mundo. Ellos quieren opiniones de personas que de alguna manera tenemos nuestra identidad cristiana muy clara pero que al mismo tiempo estamos muy insertos en la realidad de este mundo.El encargo del Papa: escribir informes sobre la relación Iglesia-mundo

Pablo d'Ors, en su casa de Madrid. Foto: CORINA ARRANZ
Pablo d’Ors, en su casa de Madrid. Foto: CORINA ARRANZ

—¿Es posible vivir una vida buena sin ningún Dios, una vida que termina radicalmente con la muerte?

—Por supuesto que hay que gente que no es creyente y que vive una vida muy buena. Yo no creo que sea necesario formalizar religiosamente tu cosmovisión para ser una buena persona. No creo que la fe en Dios te ahorre dificultades, aunque sí que te las redimensiona. En el hospital en que trabajo como capellán veo morir a muchas personas, por ejemplo. La mayoría, por mi condición sacerdotal, son creyentes que me han llamado para que les atienda en sus últimos momentos, o para que rece el responso una vez que han fallecido. No veo morir a los cristianos, en principio, con mayor serenidad que a los no cristianos.Los cristianos no mueren con más serenidad que los no cristianos

—Juan Carlos Onetti se sirve del chivo expiatorio «que tiene toda sociedad convencional que desprecia al artista y al creador de ficción». ¿Para qué sirven los artistas? ¿Para qué sirve la literatura?

—El arte, igual que el amor, o igual que la religión, no son actividades útiles, sino actividades gratuitas; no se rigen desde la utilidad o lo pragmático, sino desde la gratuidad. Sirven, entre comillas, para recordarnos que nuestra vida no se reduce a lo útil o lo pragmático, sino que tiene una dimensión más profunda o más esencial, una dimensión que solamente el amor, el arte y la religión son capaces de recoger.

—¿Comparte el dictum presocrático de que «carácter es destino»?

—Lo comparto mucho. Creo que llevamos escrito lo que podemos ser en nuestro temperamento y carácter, pero también es verdad que hay auténtica posibilidad de transformación y de cambio, aunque siempre dentro de unas coordenadas. Me han preguntado, sobre todo en relación con la escritura, hasta qué punto uno nace o se hace. Creo que no hay alternativa. Que nacemos y nos hacemos.

—¿Qué han hecho, han dejado de hacer y deberían hacer los periódicos para elevar el tono intelectual y moral de España?

—[Suspira de nuevo] Es una pregunta muy difícil, ¿no? Yo creo que sí tenemos en este momento en España personas con capacidad intelectual para abrir horizontes nuevos, por lo que sería fundamental contar con estas personas. Eso sería lo primero que se debería hacer. Quizás también tener siempre un ojo atento para no caer en la frivolidad, que suele ser una pendiente por la que nos deslizamos con facilidad.Los periódicos no deberían caer en la frivolidad

—En el primer cuento de «El estreno», el dedicado a Thomas Bernhard, escribe que tanto el narrador como el novelista adoptan al final el silencio como «la única de las éticas». ¿Es un anticipo de la «Biografía del silencio»?

—Nunca lo había visto así, pero es bonito verlo así. Creo que hay momentos para hablar y momentos para callar, y generalmente cuanto más sabio eres, más callas. Veo mi obra mucho más coherente y armónica de lo que a un lector despistado le pudiera parecer. Aunque haya en mi producción libros más sarcásticos o más maliciosos, libros más benévolos o más tiernos, o libros más profundos, no deja de existir una coherencia interna muy grande. Si ahora relaciona el primero con el penúltimo, me gusta.Hay momentos para hablar y para callar. Cuanto más sabio, más callas

—En el segundo, el dedicado a Kundera y a Grass, se lee que lo más hermoso y nefasto del siglo XX ha venido de Alemania. ¿Cómo le influyeron sus años de formación en Viena y Praga?

—Ha sido muy determinante todo lo centroeuropeo y lo germánico para mí. Primero porque vengo de una familia con antepasados alemanes por parte de madre, luego porque estudié en el Colegio Alemán siendo niño, y luego porque efectivamente durante dos años viví en Praga y en Viena. Como hay escritores que para su experiencia iniciática se van a París, yo me fui a Viena y a Praga. Esos años –yo tenía 31, 32– fueron para mí mi bautismo de fuego en la literatura.Para mi experiencia iniciática me fui a Viena y Praga

—En el cuento dedicado a Fernando Pessoa, titulado de forma reveladora «El monje secular», dice de él que «piensa mientras escribe, escribe para pensar». ¿Es su caso?

—Sí, yo a veces he afirmado que no pienso con la cabeza sino con la mano. No escribo lo que pienso, sino que escribo para saber qué es lo que he pensado, lo que estoy pensando. Creo que eso es lo propio del escritor, que la escritura se convierte para él en un arte de revelación, no simplemente de comunicación. Y por eso es una aventura y es estimulante. Si uno ya sabe lo que va a escribir es muy aburrido transcribirlo, uno escribe para descubrirlo y para, descubriéndolo, darte cuenta de que eres mucho más sabio de lo que creías.No escribo lo que pienso, escribo para saber lo que he pensado

—En ese mismo relato escribe: «Ya tenía ganas Fernando de que el pasado concluyese para poder recordarlo, porque sabía, como todo escritor sabe, que la memoria del gozo es infinitamente superior a la vulgaridad del gozo mismo. Porque recordar el gozo era revivirlo sin sus límites». ¿Le pasaba eso al autor? ¿Le sigue pasando después de haber aprendido a meditar?

—A veces, cuando me leen cosas mías, me digo «¡qué buenas son!» [y se echa a reír con ganas]. Es muy bonito, y sobre todo haberlo escrito tan joven. A veces me da la impresión de que ya todo es decadencia, de que todo está dicho al principio. ¿Me sigue pasando esto? [Se toma su tiempo para pensarlo] Bueno, en alguna medida. Yo creo que no vivo con el desasosiego con el que vivía cuando escribí ese libro, «El estreno», que tenía 35 o 34 años, y tampoco vivo ahora con la avidez de quien quería beberse la historia de la literatura. Ahora, la verdad, es que no tengo esa pretensión en absoluto, y la verdad es que así se vive más a gusto. No diría yo que soy lo mismo que entonces, pero sí el mismo.

—La siguiente pregunta va en esa misma línea. En ese mismo cuento, hacia el final, dice que «lo malo de ser escritor es que es más importante la escritura que la vida». ¿Lo pensó alguna vez el autor, y no que era malo, sino que era más importante? ¿Y ahora?

—Ahora no lo pienso. Ahora pienso que la obra más importante es nuestra propia vida, nuestra biografía. Y dentro de esa biografía están los libros que escribimos, claro. Es verdad que lo que un escritor quiere dejar para el futuro son sus libros, eso es cierto; pero además de mis libros, yo quisiera dejar el bien que haya podido hacer a algunas personas, a cuantas más mejor. Últimamente me siento como Schindler, el de la película. Había empezado a salvar a los judíos del exterminio, y al final se daba cuenta de que podía haber salvado a muchos más, y hasta se precipitaba para ayudar a cuantos más mejor. Yo me siento un poco así, con esa urgencia por ayudar a tantas personas a las que siento perdidas, o que confiesan abiertamente que lo están.Lo más importante es nuestra propia biografía

—Dice que Pessoa es con toda probabilidad el hombre que menos ha dormido de la historia de la humanidad. ¿Y Cioran?

—Supongo que también él muy poco, la verdad. Yo he leído a Cioran, pero tampoco he sido un fanático de sus libros, porque me resultaban muy duros, y muy desgarradores. Me llama la atención que en muchas contraportadas de novelas se dice: «Una visión lúcida y despiadada del ser humano». Parece como si se asociara la lucidez a la falta de piedad, pero nunca leeremos: «Una visión lúcida y pía del ser humano». Parece como si la piedad fuera una visión torpe de la realidad, y eso a mí me parece un error muy grave. No creo que lo impío sea necesariamente más lúcido que lo pío, antes bien lo contrario.Parece como si la piedad fuera una visión torpe de la realidad

— Aurelio Arteta habla mucho de la compasión, como si fuera una virtud desprestigiada.

—Para mí esta visión compasiva, o piadosa en el mejor sentido de la palabra, me parece de una gran sabiduría. Y esto lo saco a colación porque casi todos los escritores son escritores de la oscuridad. Cioran o Bernhard, que hemos citado, o el propio Pessoa, aunque Pessoa tiene alguna cosa un poco más luminosa. Pero poquísimos escritores son escritores de la luz. Los puedes contar con los dedos de la mano. Y en cambio yo me siento llamado a ser un escritor luminoso, y eso no significa ser un escritor ignorante de la oscuridad. Pienso que la luz es más difícil de ver que la oscuridad, pero no porque no exista, sino porque exige entrenar más los ojos y entrenar más el corazón. Los escritores luminosos para mí han pasado ya por la oscuridad y han hecho el camino más largo. Muchos autores son muy implacables con sus personajes, muy crueles; yo me siento inclinado a ser tierno y benévolo con ellos.Poquísimos escritores son escritores de la luz

—¿En qué medida influyó su abuelo en su forma de enfrentarse a la lectura y a la escritura?

—Yo a mi abuelo no le conocí personalmente porque murió en el 54 y yo soy del 63, pero ha sido una figura muy presente en mi familia. Decidir ser escritor teniendo a Eugenio d’Ors como abuelo no ha sido fácil para mí. Porque el d’Ors por excelencia, siempre va a ser él. Aunque nunca se sabe… [y se ríe]. Pero sí, para mí era una persona de una categoría humana e intelectual de primerísimo orden. Muchas veces he respondido diciendo que mi abuelo ha sido una bendición y un estigma para mí, ambas cosas. Bendición porque me ha posibilitado moverme en una tradición familiar donde la cultura y la literatura tenían mucho predicamento; pero también estigma porque recuerdo que en el colegio, cuando hacia algo mal, solían reprochármelo con un: «Parece mentira que seas un d’Ors». Te cae entonces como una losa la responsabilidad.Mi abuelo Eugenio ha sido una bendición y un estigma para mí

—¿Cuándo decidió prescindir de la «J» a la hora de firmar sus libros y por qué?

—Lo primero que yo publiqué fue un anecdotario misionero, que no forma parte de mi biografía literaria porque no lo considero literatura; también una adaptación al teatro del «Cuento de Navidad», de Dickens. Esos textos los firmé como Pablo Juan d’Ors, que es como me llamo. Yo me llamo Pablo Juan porque mi padre se llamaba Juan Pablo, y él quería que yo fuese como él, pero al revés. Firmé Pablo J. ya en «El estreno», que fue realmente mi primer. La «J» desapareció con «Las ideas puras», mi segundo libro, no sé si por consejo del propio Herralde o de alguno de mis hermanos.

—En «Andanzas del impresor Zollinger» cuenta que August no hubiera encontrado una choza en el bosque de St. Heiden si no hubiera construido la suya. ¿Dónde aprendió mejores parábolas, en Kafka o en los Evangelios?

—Pues son precisamente para mí las dos fuentes parabólicas por excelencia: los Evangelios y Kafka. Pero me quedo con los Evangelios.Kafka y los Evangelios son las dos fuentes parabólicas por excelencia

—Más adelante, en el mismo libro, escribe: «era un experto en hacerse sordo a los ruidos externos». ¿Ya había aprendido a meditar cuando escribió esas palabras?

—¡Que va, que va! Si lo extraordinario de la escritura es que no es un testimonio de lo vivido, sino una profecía de lo que vas a vivir. Y por tanto te encuentras que luego vives lo que has escrito. Podría dar muchos ejemplos de cosas que he encontrado después que haberlas escrito. En aquella época, yo no meditaba en el sentido estricto. Claro que desde que tenía veinte años y entré en el seminario, hacíamos diariamente un tiempo de silencio. Pero no era el silenciamiento tal y como ahora lo entiendo.

—¿Qué le saca de quicio, si es que algo le desquicia?

—Pues me desquicia la hipocresía, en primer lugar. También la frivolidad, por ejemplo, esos programas basura de televisión, la verdad es que no los soporto. Me ponen enfermo. Y la maledicencia, hablar mal de los demás, también me parece que es algo muy grave. La ostentación, también me saca de quicio, o por lo menos me disgusta profundamente. El ruido, el ruido me saca de quicio. Eso sí.Me saca de quicio la hipocresía, la maledicencia, el ruido

—¿Escuchamos demasiado poco a los árboles, a los animales y a los otros?

—Sí, el problema cuando hablamos del silencio, el problema número uno es nuestra dificultad para escuchar, para ponernos en el lugar del otro…El problema número uno es ponernos en el lugar del otro

—Simone Weil otra vez…

—Sí. ¿Por qué escuchar es difícil? Porque escuchar, al menos mientras estás escuchando, supone el olvido de ti. Lo que es difícil es olvidarse de uno mismo, y eso es a lo que enseña la meditación. La meditación enseña a no tenerte a ti como centro, sino a descentrarte para luego encontrarte. La meditación es un proceso de empobrecimiento que luego va a derivar en una riqueza extraordinaria, pero no deja de ser una pobreza espiritual, un vacío, que dicen en el budismo.

—Dice que «un árbol no puede ser cortado impunemente sin permiso». Muchos, y estoy pensando en amigos y compañeros de trabajo, se reirían e ironizarían sobre esa frase. Y sin embargo no creo que se rieran ni se rían los niños.

—Muy bonito.

—¿Abraza literal y metafóricamente a los árboles? ¿Nos iría mejor a los hombres si abrazáramos literal y metafóricamente a los árboles, como hacía Chejov?

—En general nos iría bien si abrazáramos más, árboles, personas y todo lo abrazable que exista. Creo que hay un aprendizaje también mediante el contacto corporal, y que eso es imprescindible como fuente de conocimiento. Cuando la parábola de Zollinger, yo no había abrazado a ningún árbol; fue a partir de ahí que empecé a abrazarlos de vez en cuando.Nos iría mejor si abrazáramos más árboles y personas

—¿Comparte los versos de Ezra Pound « dejad hablar al viento. Ese es el paraíso»?

—Sí, es bonito. Lo comparto.

—¿Cómo se acompaña a un moribundo? ¿Es acaso la expresión máxima de la ética de la atención y el cuidado?

—No sí si la expresión máxima, pero desde luego una de las expresiones más sublimes. Yo ahora mismo no cambiaría mi trabajo de acompañar a los enfermos y a los así llamados terminales por ningún otro. Porque tiene una densidad emocional, existencial, religiosa de primer orden. Empiezas a acompañar a los moribundos con decencia cuando no les ves como pobres hombres o pobres mujeres que se están muriendo, sino que empiezas a verles como espejos de tu propia indigencia, es decir, cuando te das cuenta de que ellos eres tú. Entonces ya cambia la clave, ya no eres la persona buena que estás echando una mano, sino que tú eres el que estás ahí, despidiéndote de la vida. Entonces es cuando se vive con la adecuada profundidad.Los moribundos son espejos de tu propia indigencia

—¿Le da miedo la muerte?

—La verdad es que no. Francamente. Puede parecer una chulería, pero no me da miedo morir. A veces, cuando escucho que la gente dice cómo ha luchado tal o tal persona por la vida, y que ha pelado hasta el final, yo pienso que no es que combatir por la vida no sea una virtud, pero creo que entregarla y rendirse también lo es. Y esto no lo dice nadie. Nunca lo sabes, pero creo que cuando me llegue ese momento a mí, yo voy a entregar la vida rápido. No creo que la única virtud sea la lucha. Más que la muerte, lo que me da miedo es no saber sufrir con dignidad.Dejar de luchar, entregar la vida, es también una virtud

—¿Quién es Pablo d’Ors?

—Un hijo de Dios. Un hijo de Dios.

Biografía de la luz – Pablo d’Ors

Pablo d’Ors: «La gente que fustiga a este Papa, y se le fustiga sobre todo desde dentro, sencillamente no tiene corazón»

Pablo d'Ors y su Biografía de la luz
Pablo d’Ors y su Biografía de la luz

«La BdL es una aproximación al Cristo interior de cada cual: sus destinatarios naturales son los buscadores espirituales, con independencia de su confesionalidad o, incluso, agnosticismo»

«A los nuevos crucificados de la historia no hay que explicarles nada, bastante tienen ya con lo suyo. Hay que amarles, es decir, estar efectiva y afectivamente con ellos»

«Una vida espiritual que no aterrice en lo concreto es aristocracia interior en el mejor de los casos y, probablemente, mera alienación»

«El papa Francisco es un bendito. La gente metiéndole caña y él, pese a sus años y achaques, llevando firmemente el timón de la Iglesia. Porque que nadie dude de que lo lleva. Este papa hace mucho, más de lo que puede»

21.04.2021 José Manuel Vidal

Pablo d’Ors (Madrid, 1963) sacerdote y escritor de larga y exitosa trayectoria, no necesita presentación. Acaba de publicar su última novela, ‘Biografía de la Luz’ en Galaxia Gutemberg, con la que, confiesa, por fin se atreve a escribir sobre su gran amor: Jesús. En una novela en la que escribe como vive: con verdad y sin hipocresías ni disimulos. Por eso confiesa que su aguijón es un «dolor de espalda» tan agudo que, para acabar con él estaría dispuesto a entregar todos sus éxitos literarios, su obra espiritual de ‘Los amigos del desierto’ y hasta su propio sacerdocio. Su medicina para salir de las sombras: la oración y el amor. «Todo se puede soportar si tienes alguien que te quiere de verdad a tu lado», explica.

Como sacerdote, a d’Ors también le duele (y mucho) la situación de la Iglesia, que, a su juicio, ha perdido el tren de la actualidad y de la historia. «La gente ya se ha cansado de esperar a que la Iglesia cambie. La Iglesia sólo puede cambiar muy despacio, y con esa lentitud ya no se conforma nadie», dice. Y eso que reconoce la ingente labor que, para reformarla, está haciendo el Papa Francisco. Por eso, asegura que «La gente que fustiga a este Papa, y se le fustiga sobre todo desde dentro, sencillamente no tiene corazón».

Pablo d'Ors
Pablo d’Ors

-¿’Biografía de la luz’ es, para usted, un libro más o un libro especial?

Todos mis libros son para mí especiales, ninguno es simplemente uno más. Cada cual nace de una situación muy concreta e inolvidable para mí, también esta ‘Biografía de la luz’. Su particularidad radica en que por fin me atrevo a escribir sobre Jesús, mi gran amor.

– Se lo dedica a Franz Jalics, al que califica como “mi maestro”. ¿Qué relación mantuvo ‘su maestro’ con el Papa Francisco?

Tuve el privilegio de conocer a Franz Jalics en diciembre de 2013. Pasé 12 días con él y, durante todos y cada uno de aquellos días, me recibió en su cuartito, pues era mucho lo que tenía que preguntarle sobre su vida y su método de oración, así como mis deseos de compartir con él algunas dudas personales. Me respondió a todo lo que le pregunté menos a lo relacionado con el papa Francisco. Dijo que sobre ese punto ya había dicho a los medios todo lo que tenía que decir.

– ¿Su libro es una “aproximación al Jesús místico” para buscadores de espiritualidad?

Más que al Jesús místico, que también, la BdL es una aproximación al Cristo interior de cada cual. En ese sentido, sus destinatarios naturales son los buscadores espirituales, con independencia de su confesionalidad o, incluso, agnosticismo.

Seguimiento de Jesús
Seguimiento de Jesús

– En un mundo lleno de ruido y de solicitaciones sensoriales, ¿cree realmente que hay gente dispuesta a pararse, “mirarse por dentro y cambiar por fuera”?

Pocos, desde luego, pero muchos más de los que creemos. Quienes queremos hacer la aventura interior y quienes queremos tomarnos en serio la simplicidad como criterio somos una inmensa y hermosa minoría. Todo lo grande empieza siempre con pocos. Y desde abajo.

– ¿Cómo explicarles a los ‘crucificados’, a los tirados en las cunetas de la vida que también ellos “tienen dentro una criatura que quiere nacer: un proyecto, una idea, una misión…”?

A los nuevos crucificados de la historia no hay que explicarles nada, bastante tienen ya con lo suyo. Hay que amarles, es decir, estar efectiva y afectivamente con ellos. Claro que ellos tienen dentro lo mismo que todos los demás, pero difícilmente podrá cuidarse el ámbito espiritual si el material está por construir. Sería como empezar la casa por el tejado.

El pueblo crucificado
El pueblo crucificado

– ¿Cómo reconocer a Dios “en lo ordinario y en lo pequeño” de tantas vidas sin horizontes y con las esperanzas agostadas?

Lo cotidiano y pequeño es el punto de partida -y el de llegada- de la vida espiritual. Una vida espiritual que no aterrice en lo concreto es aristocracia interior en el mejor de los casos y, probablemente, mera alienación. La profundidad de lo bello es más perceptible, por paradójico que parezca, en lo humanamente pobre. Así, misteriosamente, habla más de Dios el rostro de un anciano que el de un joven en su plenitud.

– “Las personas luminosas y pacíficas son toleradas sólo cuando no hacen ruido” ¿Por eso, el Papa Francisco tiene tantos enemigos dentro y fuera de la Iglesia?

El papa Francisco es un bendito. La gente metiéndole caña y él, pese a sus años y achaques, llevando firmemente el timón de la Iglesia. Porque que nadie dude de que lo lleva. Este papa hace mucho, más de lo que puede, esa es al menos mi opinión. La gente que fustiga a este papa, y se le fustiga sobre todo desde dentro, sencillamente no tiene corazón.

El Papa y el bebé
El Papa y el bebé

– ¿Ha tenido o tiene oscuridades en su vida y miedo a no poder salir de su “noche oscura”?

He atravesado tres momentos críticos en mi vida, digo tres porque fueron duraderos y, por ello, claramente reconocibles. No me atrevería a llamarlos noches oscuras por la connotación mística que tiene esta expresión, llamémoslos baches estructurales, etapas de replanteamiento, meses o años depresivos… Si de los tres he salido robustecido, ¿por qué no iba a ser así en adelante?

-¿Qué es peor para usted: el dolor de espalda, el miedo al fracaso como escritor o los problemas de sueño?

Sin comparación el dolor de espalda. Entregaría toda mi obra literaria por no tener dolor de espalda. Entregaría mi sacerdocio por no tener dolor de espalda. Entregaría a los amigos del desierto, que considero mi familia, por no tener dolor de espalda. Con todo, el dolor de espalda no es lo peor. Lo peor es la depresión.

Pablo D'Ors
Pablo D’Ors

-“Nadie puede dormir si no tiene la conciencia tranquila”. ¿Qué le atormenta?

No ser yo mismo. No responder al plan que Dios me ha trazado. No ayudar, sino entorpecer, el camino de otros hacia Dios.

-La medicina para salir de las sombras: Perseverancia y la ayuda de…

La oración es la gran medicina. De la mano de Dios se puede salir de todo, sólo de la mano de Dios se sale realmente de lo oscuro. Abandonar a Dios, lo llamemos así o no, supone perderse en la oscuridad. También ayuda muchísimo, hasta el punto de ser prácticamente imprescindible, la cercanía y atención del ser amado. Todo se puede soportar si tienes alguien que te quiere de verdad a tu lado.

-Después de la pandemia, ¿la Iglesia católica seguirá siendo un referente de sentido o la gente se cansará de esperar a que cambie?

La gente ya se ha cansado de esperar a que la Iglesia cambie. La Iglesia sólo puede cambiar muy despacio, y con esa lentitud ya no se conforma nadie. Sin embargo, no soy pesimista, y mucho menos derrotista. La Iglesia, es decir, la comunidad de los hombres y mujeres con esperanza en el espíritu de Jesús, se renueva insospechadamente a cada instante. 

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