Charles de Foucauld, la historia de un buscador incansable que llegaría a escribir la ‘Oración del abandono’

No brotó de un instante místico aislado, sino de un corazón que conoció la sed y la intemperie. Una súplica nacida del desierto exterior… y del interior

María Rabell García Corresponsal en Roma y El Vaticano

La vida de Charles de Foucauld es quizá una de esas que sigue impresionando por su originalidad, su fuerza y la radicalidad con la que impactó incluso en el silencio y en lo escondido. Figura inquieta y apasionada, quemó etapas con la misma intensidad con la que más tarde se abandonaría a Dios.

Antes de convertirse en el «hermano universal»–como también se le conoce–, atravesó noches profundas y búsquedas ardientes que lo llevaron del desenfreno juvenil a la exploración temeraria del Sáhara. «A los 17 años era puro egoísmo, pura vanidad, pura impiedad, puro deseo del mal, estaba como enloquecido…», llegaría a escribir.

Su célebre ‘Oración del abandono’ no brotó de un instante místico aislado, sino de un corazón que conoció la sed y la intemperie. Una súplica nacida del desierto exterior… y del interior.

«Dios mío, si existes, haz que te ame»

Tras comprobar que los excesos y el brillo social no calmaban su inquietud, Foucauld se lanzó a la aventura intelectual y geográfica. Recorrió Marruecos y Argelia disfrazado de judío, cartografiando territorios hasta entonces inexplorados para un europeo.

Aquella hazaña le valió el reconocimiento científico, pero no la paz. Fue el ejemplo silencioso de los musulmanes que veía rezar con disciplina diaria lo que abrió en él una grieta espiritual: «Dios mío, si existes, haz que te ame», repetía. Y Dios respondió.

Su conversión fue abrupta, casi paulina. Una confesión y una comunión lo pusieron en camino hacia una vida radicalmente distinta. Entró en la Trapa, orden cisterciense de la estricta observancia, donde pasó siete años de silencio y dureza, pero tampoco allí encontró su lugar definitivo.

Traducir el Evangelio para los tuaregs

Lo buscaba en otra parte: en la simplicidad escondida de Nazaret. Vivió como un ermitaño en Tierra Santa, siguiendo los pasos de Jesús pobre y oculto. Posteriormente, ordenado sacerdote en 1901, Foucauld sintió que su misión estaba entre los más olvidados.

Llegó a Béni Abbès, Argelia, como hermano y servidor de todos, sin distinción de fe o procedencia. Más tarde, en Tamanrasset, se hizo uno con los tuaregs: aprendió su lengua, compartió su vida y tradujo para ellos el Evangelio.

Su muerte, en 1916, fue tan silenciosa como su vida. Asesinado en su humilde ermita por un grupo de rebeldes senusíes, murió perdonando a sus agresores, como Jesús en la cruz. Y es precisamente de esa escena del Calvario, con Cristo despojado y entregado, de donde la ‘Oración del abandono’ encuentra su sentido. Foucauld no la escribió literalmente: surgió de una meditación más amplia, escrita en 1896, en la que intentaba unirse a la oración de Jesús en la cruz.

Charles de Foucauld fue beatificado por Benedicto XVI en 2005 y canonizado por el Papa Francisco el 15 de mayo de 2022. Su fiesta se celebra el 1 de diciembre, día de su martirio.

‘Oración del abandono’

«Padre mío,

me abandono a Ti.
Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.
Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre».

Foucauld: la santidad en el fracaso, lo cotidiano y el desierto

Beato Charles de Foucauld

Sergio Padilla Moreno

El reconocimiento de la Iglesia al proponer a Foucauld como modelo universal de vida cristiana es una buena noticia, en medio de la situación que estamos viviendo como humanidad y como Iglesia, más ahora que estamos inmersos en una situación de emergencia sanitaria que, al parecer, todavía durará muchos meses más y que nos replanteará la forma de vivir. ¿Por qué es una buena noticia? En mi opinión, porque Foucauld nos muestra una serie de valores evangélicos que se nos suelen olvidar a los creyentes de hoy y que, en medio de la llamada “nueva normalidad”, habrá que volver a tener en cuenta.

El primer valor es la importancia que Foucauld le dio al desierto, tanto el físico como el espiritual. Sabemos que buena parte de su vida la desarrolló en el desierto del Sahara argelino, primero en Beni Abbès y luego en Tamanrasset, donde fue asesinado el 1 de diciembre de 1916. El desierto para Foucauld fue un lugar propicio para vivir la presencia de Dios, ajeno a cualquier tipo de estímulo que tanto nos seducen, nos distraen, nos hacen poner el corazón y que tanto extrañamos en medio del confinamiento al que estamos necesitados de vivir ahora.

Otro valor es la capacidad de vivir espiritualmente el fracaso. Y es que Foucault no pudo fundar ninguna congregación -aunque su inspiración diera origen después a los Hermanitos y Hermanitas de Jesús-, no pudo convertir a ningún musulmán, ni liberar a ningún esclavo. Hoy en día estamos atrapados por el deseo de sentir y vivir nuestros éxitos, ya sea en títulos, logros de todo tipo, likes en las redes sociales, etcétera; por lo que este hombre nos puede mostrar el valor de vivir con libertad y gratitud nuestros propios fracasos y también combatir nuestros no pocos narcisismos espirituales, propios del fariseo que oraba: “¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres”.

Otro rasgo evangélico de Foucauld, lo dice Pablo d’Ors, es que fue un “místico de lo cotidiano. Lo cotidiano él lo llamaba Nazaret. Por encima de la vida pública de Jesús, que ya eran tantos y tantas que buscaban representar -anunciando el evangelio, curando a los enfermos, redimiendo a los cautivos, creando comunidad-, lo que Foucauld quiso fue representar su vida oculta como obrero en Nazaret. La vida en familia, el trabajo en la carpintería, la existencia sencilla en un pueblo… Todo eso, tan anónimo, tan aparentemente insignificante, fue lo que le subyugó hasta el punto de consagrarse siempre y por sistema a lo más pequeño, lo más ordinario, lo más ignorado.”

Estos y muchos otros rasgos de Charles de Foucauld quedaron sintetizados en la llamada “oración del abandono” que comienza diciendo: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy gracias”.

El autor es académico del ITESO, Universidad Jesuita de Guadalajara – padilla@iteso.mx

Misioneros del Espíritu Santo/ Padre me pongo en tus manos