«Oración a la Virgen María» San Carlos de Foucauld

«Virgen Santísima, me entrego a Ti, Madre de la Sagrada Familia. Haz que yo lleve la vida de la divina familia de Nazaret. Hazme tu digno hijo, digno hijo de San José, verdadero hermano menor de Nuestro Señor Jesús. Pongo mi alma en tus manos, te entrego todo lo que soy, para que hagas de mí lo que más le agrade a Jesús. Si tengo que tomar alguna resolución especial, hacedmela tomar. Sólo quiero una cosa: ser y hacer en todo momento lo que más agrade a Jesús. Te doy y te confío, Madre amada, mi vida y mi muerte”.

San Carlos de Foucauld

Camino de oración con el Hermano Carlos de Jesús

(Notas de la Hermanita. Annie)

«Me hacía sentir un vacío doloroso,
una tristeza que jamás sentí…
Esa tristeza, esa inquietud era un regalo suyo…
¡Qué lejos estaba de pensarlo…!»
(Hermano Carlos)


Para conocer un camino no hay otra manera que adentrarse en él. Y si es un camino nuevo, no muy bien trazado, necesitamos un guía para avanzar.- Pensé que no podíamos encontrar mejor guía que el Hermano Carlos, no tanto por lo que él dijo o escribió de la oración sino, sobre todo, porque fue un hombre de oración, alguien cuya existencia fue totalmente trastornada por el encuentro con Dios bajo los rasgos de Jesús de Nazaret, alguien que, a fuerza de vivir de la Eucaristía, llego a ser él mismo. Eucaristía para sus hermanos, hasta dar su vida por ellos…
 
Vamos a buscar los rasgos característicos de su oración, de esta intimidad con Dios encontrado en el camino de Nazaret, a través de las grandes etapas de su itinerario espiritual.

1ª  etapa : Un hombre que busca a Dios

Antes de su conversión, el Hermano. Carlos presintió que no se prueba la existencia de Dios, sino que se lo encuentra… y que, para encontrarlo, hay que buscarlo, tener «hambre de El», «necesidad de El» como un pobre.- Podemos, casi, decir que el Hermano. Carlos rezo antes de creer.- «Dios mío si existís, hace que te conozca»
 
De adolescente había rechazado una cierta imagen de Dios. Creyó que había perdido definitivamente la fe.- Pero después de ir a Marruecos sacudido por el testimonio de la oración musulmán, presiente que Dios esta más allá de las posibilidades del conocimiento humano y que entonces, solamente se lo puede llamar para que venga a nuestro encuentro y desearlo de todo corazón.

En el fondo, lo que pide, sin saberlo, es el don de Dios: el Espíritu Santo, el que nos enseña a decir ¡ABBA’. (Rom. 8,15).-

Sin este Espíritu no podemos hacer nada.- Las Constituciones de las hermanitas de Jesús lo recuerdan en el capítulo sobre la oración.- Solo El podrá hacerles penetrar en el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, modelándoles un corazón filial con el cual podrán decir en verdad con Jesús ¡ABBA! (Const. cap.12 art. 78).-
 
Con las novicias no habría que empezar por ahí? Porque el Espíritu Santo, muchas veces en la oración, es el gran olvidado.-

Invocar este Espíritu que ha dado vida al primer hombre (Gen.2,7) y que tiene el poder de «re-crearnos», de darnos un corazón nuevo, un espíritu nuevo (Ez. 36,26-27) capaz de recibir a Dios.- ¡Toda la vida del Hermano. Carlos fue sellada por una gran docilidad al Espíritu Santo!.-
 
Dejémonos llevar por la gracia… dejémonos dirigir por el Espíritu Santo.- No dirijamos nuestra oración sino cuando El nos la pone en las manos.-
 
El Hermano. Carlos repetía fielmente tres veces por día y muchas veces en medio de la noche, la oración del Espíritu de Amor que el nos dejó.- Es un medio muy simple que no debemos dejar de lado.- Con la condición de que no se convierta en rutina sino que sea verdaderamente un clamor, porque nos sentimos radicalmente impotentes.-

Sería bueno releer la conversación de Jesús con Nicodemo (Jn.3, 1-21) quien consciente de ser un maestro en religión va a Jesús diciéndole: «Nosotros sabemos»… y a lo largo de la conversación Jesús se empeñará en demostrarle que, justamente, no sabe… porque «para ver el Reino de Dios hay que nacer de nuevo, nacer del Espíritu»

Nos recuerda «Si no vuelven a ser como niños no entrarán en el Reino de los Cielos» (Mt.18,34).-

Y reencontramos la infancia espiritual como fundamento de la oración.-

El Hermano. Carlos, en busca de la luz tiene plena conciencia de que no sabe.- Busca como un pobre y como un niño.- Y nosotros? ¿Buscamos a Dios? (Mt.11,25-26) como pobres o como sabios?

Creo que ahí hay un primer punto fundamental: no podemos alcanzar a Dios por nuestras propias fuerzas.- Solo podemos recibirlo en una actitud de pobres y de pecadores en la conversión del corazón. –

El Evangelio es muy claro al respecto:
 
* El Hijo prodigo (Lc 15,11-32) – * La oración del publicano (Lc. 18,9-14) – *La oración del publicano (Lc.18,9-14 – * La mujer perdonada a los pies de Jesús en casa de Simón el fariseo (Lc.7,36-50) y muchos otros pasajes.-
 
Llama la atención, también, en el Evangelio, que muchas veces Jesús manda anunciar la Buena Nueva a los que acaba de curar o perdonar: el endemoniado de Gerasa (Mc.5,18-20) y, sobre todo, Pedro que necesita, el también, reencontrar a Dios como un pecador perdonado, antes de poder confirmar a sus hermanos en la fe (Mt.22,31=34).-

Es importante durante el noviciado que las novicias puedan releer la historia de su vida, su historia humana.- Y quizá es bueno hacerlo bajo esta luz: la vida de un Dios que perdona y que nos abre sus brazos, un Dios que recibe siempre al que se reconoce pobre y pecador para darle un corazón nuevo.- Es tan importante descubrir en nuestra vida que Dios viene siempre a nuestro encuentro a través de nuestra debilidad y de nuestra miseria… Lo que puede impedir que Dios venga a nosotros no es nuestra miseria sino nuestra suficiencia.- El no viene a nosotros por aquello que nos causa orgullo sino por aquello que nos falta, porque vino, no para los sanos, sino para los enfermos… no para llamar a los justos sino a los pecadores (Mt. 9,12-12).-

Es bueno releer el Evangelio preguntándonos: ¿Donde nos ubicamos para ser encontrado por Jesús?.- No es tan seguro que estemos del buen lado para ser encontradas y curadas por El… ¿Estamos del lado de los enfermos o del lado de los sanos?.- En el camino de la gente bien instalada en su casa o con esa pobre mujer que miran con desprecio los invitados, en la salida de fiesta? ¿Estamos del lado del hijo prodigo o del lado del hijo mayor?

2ª etapa : El encuentro con Dios.- ¿Cuál es su rostro?

En el encuentro del Hermano. Carlos con su Dios fue valioso el recibimiento del P. Huvelín, muy excepcional para su época.-
 
La piedad estaba marcada por una cierta distancia de Dios y no se empujaba al cristiano a los brazos de la Misericordia.- La bondad la intuición del P. Huvelín, fueron verdaderamente providenciales, como lo fue también la bondad de la prima María de Bondy que a lo largo de su vida resulto lago así como una presencia materna.-
 
Es importante subrayar como la bondad de los que estaban alrededor del Hermano. Carlos le facilitaron el encuentro con el Dios-Amor.-  

Cuando nos toca tener que ayudar a alguien en este camino, si nuestras palabras y nuestros actos no dan testimonio del amor con que Dios nos ama, muy fácilmente desfiguramos el rostro de Dios.-
 
Ayudar a las novicias a reencontrar al Señor ¿no será dando, primero, el testimonio de esa bondad de Dios? (Const. Art. 128).-
 
El P. Huvelín entendió que el Hermano. Carlos era un pobre con sed de Dios.- No tenía necesidad de grandes discursos, no quería discutir de religión con el; pero lo manda a beber a la fuente: reconciliarse con Dios y comulgar.-

Verdaderamente ese encuentro con Dios vivo marca al Hermano. Carlos para toda su vida.- Anos después, hablará de la paz infinita, de la luz radiante que probo en ese momento.- Hizo al mismo tiempo la experiencia del Hijo prodigo (Lc.15,11-32) quien encuentra al Padre en el perdón; y la del Peregrino de Emaús (Lc.24,13-33) quien al final de un largo caminar reconoce al Hijo en la fracción del Pan.-  

El Hermano. Carlos es huérfano.- El autor de un libro reciente sobre su vida insiste en el hecho de que quedo profundamente herido por la muerte de sus padres, sobre todo de su papá.- En efecto, este murió tras una dolorosa enfermedad que destruyo las células del cerebro y lo hizo cada vez menos el mismo y lo llevo a aislarse de la vida familiar.-

Sobre este fondo de ausencia, su encuentro con Dios experimentado como Padre fue algo extraordinario.-

Encontrar al Padre fue para él, hacer la experiencia de la ternura de Dios, la experiencia del perdón que no lleva a la penitencia sino a la fiesta.-
 
Es importante la parábola del Hijo prodigo para comprender, en un tiempo marcado por un cierto rechazo del sacramento del perdón, lo que es esta reconciliación con Dios.-Es tan difícil saber con que amor somos amados mientras no hemos sido recibidos como «el que estaba perdido» (Lc.7,47).- Esta experiencia de la misericordia de Dios es indispensable, también, para crear en nosotros un corazón misericordioso que sepa, a su vez, perdonar (Mt.18,53).

Encontrar al Hijo era reconocerlo en la fracción del pan, es decir, como el que viene para salvarnos haciéndose servidor de la Voluntad del Padre, entregando su vida por nosotros.-
 
Para el Hermano. Carlos la Eucaristía ha sido desde ese día el tesoro de la Presencia y el corazón de toda su vida… una vida que será ella Cambien «comida» dada a sus hermanos día a día.-
 
El Hermano. Carlos encontró el Dios-Amor que perdona incansablemente, que busca la oveja perdida.- Y lo presiente ya en Jesús, el que vino. Pobre, al encuentro del hombre y que no para de caminar así en medio de nosotros, el que siempre está presente bajo el rostro del pobre.

Si el hombre va al encuentro de Dios como un pobre es porque Dios mismo vino, como pobre a su encuentro

Una frase del P. Huvelín va a acentuar lo anterior: «Jesús ocupo de tal modo, el último lugar que nadie jamás se lo pudo quitar».- Es todo el misterio de Jesús servidor, cumpliendo en sí el destino del Servidor Sufriente de Isaías, «el que ha sido contado como un criminal, que llevo el pecado de las multitudes e intercedía por los pecadores» (Is.53,12; Lc.13,34).-

Antes de reflexionar sobre la oración en sí sería bueno preguntarse con las novicias: ¿Es este el Dios que encontramos y al que rezamos? Porque nuestra oración está condicionada por la imagen que tenemos de Dios.-
 
El Hermano. Carlos puede ayudamos a descubrir el rostro de Dios que hablo a su corazón.- Siete años después de su conversión, cuando dejó la Trapa para ir al encuentro de Jesús en el camino de Nazaret, escribe: «Mi vocación es descender».- Y al fin de su vida, en Tamanrasset, comentando la frase del Evangelio: «Descendió con ellos en Nazaret»… escribía:

«Toda su vida no hizo mas que descender: descender encarnándose, descender haciéndose niño, descender obedeciendo, descender haciéndose pobre, abandonado, perseguido, torturado, poniéndose siempre en el último lugar…».-

Me parece muy importante descubrir durante el Noviciado, a través del Evangelio, la humildad de Dios, el que viene a nosotros bajo los rasgos de Jesús de Nazaret, el que baja:
 
> En Belén como un pequeño sin defensa y como un pobre sin techo» (Lc.2,6-7)
 
> En Nazaret durante 30 años, el tiempo necesario para modelar en todas sus reacciones un hombre simple y pobre, un hombre verdaderamente de ese pueblo de donde nada bueno puede salir (Mt.2,23-13; 54-58 y Jn. 1.46);

> En Nazaret durante 30 años, el tiempo necesario para modelar en todas sus reacciones un hombre simple y pobre, un hombre verdaderamente de ese pueblo de donde nada bueno puede salir (Mt.2,23-13; 54-58 y Jn. 1.46);
 
> En el Jordán para ser bautizado poniéndose en medio de los pecadores a pesar de la protesta de Juan Bautista (Mt.3,13-16)
 
> En el desierto para ser tentado y tomar otro camino que el de Siervo (ML.4.1-14).-

> En la mesa de Zaqueo y en la de Leví; otra vez con los publícanos y los pecadores (Mt. 9,9-13, 1.10)
 
> A los pies de sus discípulos, en el gesto de un esclavo, cuando llega su hora (Jn.13.1-20).-
 
> En medio de los condenados y los excluidos, en las tinieblas de Getsemaní y del Gólgota (Mt.26,36-46 27,32-50 etc.) 

Tendríamos codas que llegar a hacer nuestros estos textos sintiéndolos en el fondo del corazón.- Hay que llegar a esa convicción de que el amor se hace pequeño delante de los que ama.- Cuando uno busca los fundamentos de la oración, finalmente se vuelve siempre al espíritu de infancia.

Para encontrar a Dios hay que llegar a ser pequeños y pobres… no hay otro camino

3ª etapa : Vivir solo para Dios siguiendo los pasos de Jesús de Nazaret

No sabemos si el P. Huvelín aconsejo al Hermano. Carlos leer muchos libros.- Pero sabemos que le pidió ir a Tierra Santa y esa peregrinación marcó muchísimo al Hermano. Carlos.- Fue el golpe de realismo para su encarnación.- Sabía que Jesús había elegido el ultimo lugar; pero en los lugares mismos de la Encamación lo vio con sus ojos, lo toco con sus manos…
 
«Me quede en Nazaret, me aloje en una cabaña de madera… abrace la existencia humilde y oscura de Dios, obrero de Nazaret»

Llega a Tierra Santa en una época en la que el país y los cristianos están marcados por una gran pobreza, bajo todo punto de vista. Nazaret era verdaderamente un pueblo perdido, abandonado… Allí descubre, hasta que punto nos amó Dios.-
 
El Hermano. Carlos tiene siempre necesidad de expresar en su vida lo que descubre y lo que siente.- Para él, ese momento, seguir a Jesús, vivir solo para Dios va a ser algo extremadamente concreto.- Jesús vivió, ahí, durante 30 años; seguirlo será pues, compartir concretamente la misma vida: Vivir solo para Dios será elegir el anonadamiento de Jesús en Nazaret, en la condición de un Pobre…
 
Habrá etapas de tanteo, pero lo esencial está ya en germen: Jesús encontrado bajo los rasgos del pobre, en lo ordinario de Nazaret y lo quiere alcanzar, en la condición social que elige.-

Es un impacto ese momento, porque siete anos más tarde escribirá:
 
«Tengo mucha sed de llevar, por fin» la vida que adivine hace siete anos, caminando por las calles de Nazaret, que pisaron los pies de Nuestro Señor, pobre artesano perdido en la abyección y la oscuridad …»
 
Con las novicias es importante situar bien esta intuición fundamental del Hermano. Carlos.- Si estamos en la Fraternidad es porque, de una manera o de otra, hemos sido seducidas por Dios, bajo los rasgos de Jesús de Nazaret.

Nazaret es el lugar de nuestra contemplación, y, en ese compartir concreto de una vida pobre, podremos ser configuradas con Jesús de Nazaret, pobre y servidor

Ser configurado es tomar el mí sino rostro, parecerse muy profundamente; esa configuración es como la luz de la inserción.- Si no tuviéramos ese deseo, no seríamos más que una lámpara con la luz apagada. –
 
Y encontraremos a Jesús no solamente en la Capilla de la Fraternidad sino en todo 1o que hace el compartir de la condición de los pobres: el trabajo cotidiano soportado con todos los que tienen que sobrellevar las exigencias, las alegrías, las penas; y desde esa comunidad de destino tiene que estallar nuestra oración, porque, en ese cotidiano. Dios se esconde y nos espera.- No hay que buscarlo en otra parte.-

Para entender bien esto: podemos volver a la vida del Hermano. Carlos. En Nazaret, en la ermita de las Clarisas, probablemente tuvo más tiempo para rezar y condiciones exteriores que favorecían el recogimiento y el silencio.- Por otra parte, de este período son todos sus escritos sobre la oración.-
 
Como él necesitamos de un arraigamiento muy fuerte en la oración.
 
En un noviciado hay que dar prioridad al tiempo para la oración y a lo largo de toda la vida tendremos que saber, de tiempo en tiempo, retirarnos para Dios; ir con El al desierto.-

Pero entonces, ¿porqué este hogar de las Clarisas no fue para el Hermano. Carlos lo definitivo, el final de su vocación contemplativa?
 
«El amor debe recogerte en Mí y no, el alejamiento de mis hijos.- En ellos, mírame; y como yo, en Nazaret, vive cerca de ellos, perdido en Dios», escribe cuando busca instalarse en el Hoggar.-  

El amor está en el corazón de todo llamado contemplativo y ese amor lo va a empujar a dejar el silencio de su ermita buscando un Nazaret más mezc1ado con todos y perdido en medio de los hombres… Beni Abbés y finalmente Tamanrasset, donde vive solo, sin la menor clausura, tuareg en medio de los tuareg.- Es la última etapa; y una gran pobreza marcará toda su vida: físicamente se siente gastado, moralmente tiene la impresión de un fracaso, va a morir solo, sin compañero… No solamente no escribe mucho sobre la oración, sino que también le parece no tener muchas palabras ni sentimientos para rezar y, sin embargo, los testimonios de los que están cerca de él, en este momento, aseguran unánimemente, que irradia una presencia y que toda su vida expresa ternura.-

Constantemente comido por la gente, su corazón queda atento a Jesús.- Sin duda tiene mucho menos tiempo para rezar que en Nazaret. pero revela, como en transparencia, a Jesús de Nazaret, el pobre, el servidor, recibiendo todo dolor, atento a toda persona.- Este amor apasionado por Jesús, unifica toda su v ida. –
 
El Evangelio fue siempre para él un lugar privilegiado para encontrarse con Jesús.- El Evangelio recibido con sencillez de corazón. Aún hoy, si con la renovación bíblica disponemos de mejores instrumentos de trabajo que el Hermano. Carlos, sería una lástima no ponerse en su escuela para recibir la Palabra con sencillez de corazón,

El Hermano. Carlos, en efecto, recibe el Evangelio como un niño.- Desde que escucha 1a Palabra, la prefiere a todo, y trata de ponerla en práctica, de hacerla pasar por su vida.-
 
«Tenemos que tratar de impregnarnos del Espíritu de Jesús (impregnar hace pensar en una esponja que se llena de agua).- Leyendo y releyendo, meditando y re-meditando sin cesar sus palabras y sus ejemplos para que obren en nuestras almas como la gota de agua que cae en una piedra, siempre en el mismo lugar.-
 
No se trata de una meditación abstracta, sino de una mirada llena de amor que necesita traducirse en actos y expresarse en la vida cotidiana.-

Así, en la vida de cada día el Evangelio es para el Hermano. Carlos, luz que mantiene la lámpara encendida, que le hace amar no en palabras sino en actos.- Concuerda muy bien con lo que dice San Juan, de ese lazo indispensable entre conocimiento de Dios y amor vivido.-
 
Es importante ayudar a los Jóvenes a descubrir que el fruto de una oración auténtico, de una verdadera comunión con Dios, es el amor fraterno, una cierta calidad de amor que nos hace recibir a todo ser humano con respeto, mansedumbre y humildad, a la manera de Jesús.-
 
Podemos re-leer en San Mateo el retrato de Jesús manso y humilde (11,28-30) y el del servidor «que no apaga la mecha que humea todavía…» (Mt. 12.18-21) .-

En efecto, vivir sólo para Dios en los pasos de Jesús de Nazaret es tener, para cada persona, una mirada nueva, es amarla como Jesús la ama– Eso lleva a reaccionar y contestar como Jesús, con nuestra manera de ser ante ciertos comportamientos impuestos por la sociedad ciertos sistemas políticos que no respetan los derechos de las personas, sobre todo los de los más pobres.-
 
El Hermano. Paul Marny escribió, en alguna parte: «El realismo del amor, en contacto con las realidades humanas individuales y colectivas, nos invita a una mirada crítica y constructiva sobre la sociedad y nos llama a vivir las consecuencias».
 
Para resumir, podemos decir:

La contemplación de Dios encarnado nos lleva a descubrir en todo hombre el rostro de un hermano, sobre todo si el sufrimiento crea en él una misteriosa transparencia, revela el rostro de Dios: Jesús de Nazaret.- Esa convicción es indispensable para vivir sin tensión el tironeo de Nazaret, porque ahí se fundamenta la unidad de nuestra vida.

 «Ustedes tienen un solo Padre que está en los cielos»
 
«Dios creó a1 hombre a su imagen»
 
«Todo lo que hacen a estos pequeños me lo hacen a mí»

Estas tres frases son suficientes para mostrar a los hermanitos su deber de inmenso y universal amor hacía los hombres, todos «hijos de Dios», ‘imagen de Dios» y miembros de Jesús» (Antología Pág..453)

4ª etapa: La oración de Jesús – Cómo Jesús nos enseñó a rezar

Cuando uno lee los escritos del Hermano. Carlos, siente que buscó, apasionadamente, la manera de rezar como Jesús.- Podemos encontrar en ellos, un comentario de cada versículo del Evangelio que hace mención de esta oración.-
 
En el Modelo único estableció cuidadosamente la lista.» Sería bueno sugerir a las novicias buscar en el Evangelio, sobre todo en Lucas, los textos que nos hablan de la oración de Jesús.- Podemos también buscar lo que Jesús dijo de la oración.-

En este deseo de aprender de Jesús cómo rezar, el Hermano. Carlos meditó largamente el Padre Nuestro.- Una meditación la redactó en una fecha importante de su vida, el 23 de enero de 1897 (ANT.585).- Ese día obtuvo el permiso de dejar la Trapa y se va a Nazaret.- Ese día medita, de un tirón el Padre Nuestro…
 
Me parece que podemos encontrar en ese comentario, de manera muy simple, 1o que era para el Hermano. Carlos la oración de Jesús y cómo entró en esta oración.- Primero se detiene en la palabra Padre, que le revela la bondad de Dios, el Amor con el cual es amado, y enseguida saca las consecuencias prácticas para su comportamiento.- Para él un descubrimiento siempre tiene que expresarse en la vida.-
 
«Porque sos tan bueno para mí, cuan bueno debo ser yo para los demás’ Y «Sí vos querés ser mi Padre y el de todos los hombres, tengo que tener para todo hombre, por malo que sea, los sentimientos de un tierno hermano»

La palabra «Padre» evoca, inmediatamente, para él, la relación fraterna con todos los hombres.- ¡Tantas veces podemos desfigurar el rostro de Dios, llamándolo padre, si no nos comportamos como hermanos…!

Se detiene en cada una de las tres primeras peticiones del Padre Nuestro y señala que expresan, en el fondo, una misma cosa: «Que la gloría de Dios se manifieste y que todos los hombres sean salva dos».-
 
Descubre así que la oración que brota espontáneamente del corazón de Cristo, es el deseo de que se cumpla en El, el designio de amor de Dios:
 
«El misterio de su Voluntad, lo que Dios proyectaba, en Cristo, para el momento en que se cumpliría la plenitud de los tiempos.- En su Amor, proyectaba captar el mundo entero, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra, reuniendo todo bajo una sola cabeza: Cristo» (Ef. 1,9)

Y agrega: Tendría que ser la meta única de todas nuestras oraciones, de todas nuestras acciones.-
 
En esas palabras, el Hermano. Carlos expresa toda la dimensión cristo lógica de su oración: recibir en el fondo de su corazón el gran designio de Amor del Padre y entrar, por toda su oración y por toda su vida, en la respuesta del Hijo, «que se haga en mí Tu voluntad…»
 
Es el corazón de la oración de abandono, es entrar en el trabajo de Jesús Salvador.-

Subraya además, que todos las peticiones del Padre Nuestro se expresan en plural; ‘Yo no hago ninguna petición sólo por mí, yo no digo mí Padre sino nuestro Padre.- No digo mi Pan sino nuestro Pan . – No hago ninguna petición para mí solo.- Todo lo que pido en el Padre Nuestro, lo pido para Dios, por todos los hombres».-
 
Y aclara: «No rezar por mí solo, sino pedir por todos los hombres, por todos nosotros, hijos de nuestro Señor, amados por El; por todos nosotros, rescatados por su sangre»-

De cada petición, siempre fiel a su preocupación de coherencia, el Hermano. Carlos saca las consecuencias para la vida diaria.-
 
«Perdona nuestras ofensas… No podemos pedir perdón si nosotros mismos no perdonamos… el perdón como la gracia no lo pide para sí solo, sino para todos los hombres».-
 
El Hermano. Carlos entra entonces en la gran intercesión de Jesús por 1a salvación de la multitud.- Ningún rasgo de individualismo en su oración.- Se siente solidario con todos los hombres y la lógica misma de la intercesión lo empuja a un compartir más y más concretamente la condición de los pobres.-

Así, siempre irá más lejos, hasta el Hoggar, en donde finalmente morirá por haber querido ser solidario del destino de este puñado de hombres, perdidos en un rincón del desierto, hasta el fin.-
 
Su oración lo conduce a enraizarse y a ser solidario.- Muchos hombres fueron al desierto para llegar a ser ermitaños.- El Hermano. Carlos no fue para eso, sino para llegar a ser cada vez más el hermano de todos.- No fue al desierto para huir del mundo sino para gritar con toda su vida el Amor con el cual él se sentía amado y el Amor con el cual Dios ama a todos los hombres.-

Necesitamos tiempo para rezar, para profundizar nuestro conocimiento de Dios y de la Palabra, pero jamás insistimos bastante en que en la vida de Nazaret, la oración estalla y se alimenta de la solidaridad vivida, y que la intercesión supone, implica, un lugar de pertenencia, de compartir la vida, el hecho de «sufrir con…».- Nuestra oración tiene que llegar a ser en cierto modo, el grito, el clamor, de todos aquellos con los cuales compartimos la condición. –

La intercesión tiene sus raíces muy profundas en el compartir la vida, en el «padecer-con», pero la fuente y el dinamismo de nuestra solidaridad humana es la oración.- Siempre hay que tener las dos cosas.

Podemos referirnos a la oración de intercesión de Moisés, totalmente solidario él también con el pueblo, por el cual intercede delante de Dios (Ex.32,7-14; 30-35; 33,12-17).- Están, igualmente, los textos de Ezequiel: Dios busca un permanente en la oración, que se mantenga frente a E!, que se interponga entre El y la ciudad para
impedir que la destruya.-

5ª etapa :Una oración centrada en la Eucaristía y una vida bajo el signo de este misterio

Desde el día de su conversión, la Eucaristía es para el Hermano. Carlos lo que concretiza su encuentro con Jesús Dios.- Encontró allí lo que su corazón buscaba: al que había entregado su Cuerpo y derramado su Sangre por él.- Toda la fidelidad del amor del Hermano. Carlos por su muy-amado Hermano y Señor Jesús, se expresa en esas largas horas que pasó a los pies de Jesús, de día y, sobre todo, de noche, costándole numerosas vigilias.-
 
Esta oración de noche, jamás está en conflicto con la disponibilidad sino simplemente con nuestra generosidad… Forma parte de la herencia del Hermano. Carlos y puede ayudarnos a verificar la verdad de nuestro amor.-En el Hermano. Carlos, este amor nunca se debilitó.- Durante el noviciado, las Hermanitas deben arraigar toda su vida en este amor.- Creo que es imposible mantener toda una vida en el camino de Nazaret sin esa Eucaristía, que tiene que hacerse tan necesaria como el alimento de cada día.- Es indispensable dar ese gusto a las jóvenes.-

«Cuando uno ama no quiere otra cosa que estar en presencia del Bienamado, no hacer otra cosa que lo que a El le gusta, buscar Su consuelo, Su Bien, su Voluntad, antes que la nuestra»(ANT 297).-
 
Para eso es necesario entender bien lo que era 1a Eucaristía para el Hermano. Carlos.- No era una «devoción» más o menos facultativa, Sino, verdaderamente, el lugar de donde sacaba la fuerza de configurar su vida a la del Hijo del hombre, que dio su vida por la multitud; el lugar en donde su oración no hada más que una con 1a de Jesús . –
 
En nuestra vida, adoración y celebración eucarística están estrechamente ligadas y es importante insistir sobre ese punto y sobre el lazo muy profundo que debe haber entre ese sacrificio y nuestra vida de cada día.- Hay un librito chiquito y profundo del P. Vanhoye: «Misa, vida ofrecida» que creo podría ayudar mucho.-

A las novicias se les darán algunas pistas para una formación sólida y profunda porque muchas jóvenes corren el riesgo de llegar con ideas vagas o superficiales.- Se debe profundizar a partir de la Escritura, a partir del misterio de Jesús.-
 
Para el Hermano. Carlos, la Eucaristía es, esencialmente. Jesús que entrega su vida por la multitud y que llama a entrar en ese sacrificio.- Pasa fácilmente del «Sacramento del altar» al «Sacramento del hermano» a1 «Sacramento del pobre».- Hacia el fin de su vida, algunos meses antes de su muerte, escribe como una especie de testamento- :La frase del Evangelio que más sacudió mí vida fue ésta: «Lo que hacen al más pequeño de entre los míos a Mí me lo hacen».- Y cuando pensamos que El mismo dice: «Este es mi Cuerpo, esta es mí Sangre», de qué manera uno es llevado a buscar y a amar a Jesús en esos «pequeños».-

El Hermano. Carlos encuentra, entonces, a Aquel que su corazón ama, tanto bajo el signo del pobre, como bajo el signo del pan.- Es importante entender esto para que nuestra mirada sea verdaderamente contemplativa, en este camino de Nazaret.- Cuando dejamos la Capilla para estar disponibles a aquel que viene, no dejamos a Jesús, El viene a nosotros bajo otra presencia y es importante reconocerlo.-
 
El Hermano. Carlos resistió mucho tiempo antes de aceptar ser sacerdote y cuando acepta es para «llevar el festín a los pobres.- Piensa en una presencia de Jesús que irradiará a través de aquellos que le recen, en la medida en que éstos se harán «cercanos y pequeños», en la medida en que aceptarán dejarse comer… Así vivió en Beni Abbés, en Tamanrasset, entregado a todos, no haciendo esperar nunca a aquellos que venían a buscarlo.- Y su muerte, al atardecer del 1º de diciembre, tendrá algo de eucarística: la Sangre derramada en unión con el Sacrificio de Jesús.-

El P. Voillaume escribía un día: «Vivir de la Eucaristía es entrega a los hombres, convirtiéndose para ellos, por el amor y la contemplación eucarística, en algo devorable útilmente.-
 
Para ser comidas «útilmente», nuestra oración debe permanecer viviente.- Hace falta esa fidelidad, por amor, a las horas de intimidad con Jesús, presente bajo el signo del pan partido.- Algunas jóvenes entrarán espontáneamente en esta oración; para otras habrá que respetar ciertas etapas, tener en cuenta ciertas costumbres de oración… Al principio se puede estar un poco perdidos y no hay que dejar flotar en el vacío o en el aburrimiento.- Quizás, al principio, hace falta que cada uno se exprese a su manera.- Sin embargo, poco a poco, sería bueno ayudar a comprender que el encuentro con Dios se sitúa como al término de una travesía por el desierto.-

Hay que hacer silencio en el fondo de su corazón para escuchar a Dios.- La oración del Hermano. Carlos siempre tuvo esta marca de una espera silenciosa, de una escucha que deja a Dios el tiempo de hablar.- Allí también puede ayudarnos la Escritura, por Ej. en el 1 Reyes 19, el profeta Elías en camino hacia la montaña de Dios, debe andar 40 días en el desierto y el encuentro con Dios es «el ruido de una brisa ligera», el «ruido de un silencio» dice una traducción.
«Dejémosle vivir en nosotros, dejémosle seguir en nosotros Nazaret.- Dejémosle continuar en nosotros su vida de amor. Hagamos de modo de poder decir en todo momento de nuestra Yo vivo pero no soy yo quien vive. Jesús vive en mí» (Ant. 464).-

6ª etapa : Una vida que se hace oración, la oración de un pobre

En las Constituciones, Cap. 1 Art.. 2, se dice a propósito de la contemplación en medio del mundo: Las Hermanitas harán el esfuerzo de vivir con la mirada y el corazón vivos en Jesús».- Es, quizás, una definición de la oración continua y, en el fondo de nuestro corazón sentimos que nuestra vida no podrá unificarse sino llegamos a vivir así, simplemente, hagamos lo que hagamos, bajo la mirada de Dios.- ¿Como hacer?.-
 
El Hermano. Carlos habla en sus escritos, a menudo, de la atención a1momento presente, porque para él, rezar es recibir, fundamentalmente, la Voluntad de Dios, hacer esta Voluntad.- Y el único lugar en donde nuestra voluntad puede encontrar la voluntad de Dios es en el momento presente.- Allí tenemos 1a posibilidad de decir sí o no a esta Voluntad.-


Entonces, rezar incesantemente no es seguramente ponerse tensos para llegar a pensar en Dios todo el tiempo, sino ser habitados por su Palabra, estar atentos en el fondo del corazón a 1o que nos dice, El P. Voillaume decía un día: «El signo de que la Palabra de Dios está viva en ustedes es que molesta».- Una palabra muerta no molesta, pero una palabra viviente, despierta y quema… Es importante ayudar a las novicias a comprender que vivir bajo la mirada de Dios es tratar de recibir 1a Voluntad de Dios en el momento presente, es tener profunda conciencia de esta posibilidad tan sencilla de encontrarlo a cada instante en el acontecimiento.-
Cuando Jesús dice: «Aquel que me ha enviado está conmigo, nunca me deja solo, porque hago siempre lo que le gusta» (Jn. 8,29).- Se siente que es porque «su alimento es hacer esta Voluntad del Padre» (Jn. 4,34).- A menudo en el Evangelio, Jesús dice también: «Es necesario» pero es claro que no se trata de una obligación impuesta desde el exterior, es una necesidad de amor, como por Ej.- cuando dice a Zaqueo: «Baja rápido porque hoy ‘es necesario’ que vaya a tu casa».- Esto quiere decir que el Amor que arde en su Corazón y que es su ser mismo: «Dios es Amor», lo empuja irresistiblemente a buscar y salvar a Zaqueo (Lc.19,1-10).-  

En los últimos años de su vida, en Tamanrasset, el Hermano. Carlos escribe: «Hay que rezar nuestras debilidades y nuestra pobreza porque son la ocasión de decir y de probar a Dios nuestro amor».-
 
Vive una etapa muy dura en todos los planos, a menudo tiene el sentimiento de fracaso, su oración es árida; entonces ofrece toda su vida a Dios, una vida pobre.- Su amigo Moussa dirá después de su muerte: «Estaba en medio de nosotros como el pobre».-

Y en esta situación de extrema pobreza y no poder, todo lo que parecería aparentemente obstaculizar una vida contemplativa, se vuelve oración: la falta de tiempo, de lugar, la disponibilidad constante y la dispersión que esto trae, el cansancio, la enfermedad, el desánimo… Ofrece todo con un corazón muy humilde.

Hay. allí, en esta extrema sencillez una orientación fundamental para nuestra oración porque ¿no es así como rezan espontáneamente los pobres?.- Basta pensar en el Santuario de la Virgen de Guadalupe, en México, adonde tantos pobres van a rezar con su vida entre las manos: el bebé acaba de escapar a una grave enfermedad, tal otra enfermedad se pone bajo la mi rada de 1a Virgen, o se le confía este sufrimiento moral.- Y también se viene a bailar delante de Ella, la alegría de vivir. –
 
De aquellos de quien Dios es el único recurso en las penas y en la angustia, podemos aprender a rezar, porque no desentiende jamás su llamado: «un pobre ha gritado, Dios lo oye y lo escuchan.-
Una tradición hebraica dice que cuando todas las puertas de la oración parecen cerradas, hay una que siempre da acceso a Dios: la de la sangre y las lágrimas.-  

Es importante familiarizar a las novicias, poco a poco, con la oración de los pobres en la Biblia: la 1inda oración de Ana, al principio del Libro de Samuel, modelo de la confianza de aquella que ha conocido 1a humillación y que Dios no puede abandonar; están los Salmos que repiten los gritos de esperanza y angustia de 1a humanidad; está el lamento de Job y, finalmente, la Virgen María en quien Dios llena 1a espera y la esperanza de todos los pobres, cuyo Magníficat anuncia las Bienaventuranzas.- El Rosario forma parte de la oración de los pobres y sería una pena no tomar la costumbre de mirar los misterios de la vida de Jesús con la mirada de la Virgen.-
 
Ella vivió profundamente el misterio de Nazaret y fue asociada de cerca al destino del Servidor Sufriente.-
 
Hay que guardarse también de despreciar o dejar de lado demasiado rápido, ciertas devociones populares que, a menudo, han brotado de la vida y del corazón de los pobres, y que, por esto mismo, se unen en el corazón del mismo Dios.

7ª etapa :La oración de compasión siguiendo las huellas
del servidor sufriente

La mayoría de las Fraternidades están metidas en situaciones de violencia y opresión y, muy a menudo, enfrentadas al terrible problema del sufrimiento y del mal, teniendo la impresión de que, como en el Libro de Job, triunfa el mal.-
 
Rezar en esas situaciones, ¿no es sencillamente ser el grito la pregunta angustiante de aquellos que sufren, de aquellos que están aplastados por el mal y que no entienden o se revelan?
 
«Nuestro anonadamiento es el medio más perfecto que tenemos para unirnos a Jesús y hacer el Bien…» (Carta a la Sra. de Bondy, lº de diciembre de 1916).-«

«Si el grano de trigo muere, produce mucho fruto…»

Frente al sufrimiento no hay palabras.- Quizás por esto, Dios parece dejar sin respuesta el lamento angustioso de Job, su sed de justicia… Dios se revela para actuar, no en palabras sino por su Hijo, Aquel que cumple el destino de) Servidor Sufriente (Isaías).
 
Yo no encontré en el Hermano. Carlos ninguna meditación propiamente dicha, sobre los cantos del Servidor, pero se siente que cada vez que medita sobre la vida y la pasión de Jesús, se refiere a ellos implícitamente, porque la figura de Jesús de Nazaret es inseparable de la del Servidor Sufriente, el misterioso Servidor, cuyo rostro parece no hacer mas que uno con el del pueblo aplastado por el sufrimiento, en lo más profundo de su exilio.

Ustedes conocen esos cantos del Servidor en el 22 Libro de Isaías; el pueblo elegido lo ha perdido todo, la tierra, la ciudad y el templo, habitación de su Dios.- Ha sido deportado y vive en la esclavitud.- Y de pronto, se levanta un profeta cuyo nombre ni se conoce y que presiente que este sufrimiento no es en vano y que, poco a poco, del seno mismo de esta situación desesperada, revela la imagen de un misterioso Servidor: el Justo, el Inocente, que tomando sobre él el castigo, asumirá todo este sufrimiento hasta morir, y ofrecerá su vida en intercesión por los pecadores.- Entonces Dios lo exaltará haciendo de El «La Luz de las Naciones» (ls.42,6)

Jesús de Nazaret tuvo plena conciencia de haber sido enviado al mundo para cumplir en su vida, el destino del Servidor, de Isaías: «El Hijo del Hombre no ha venido para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud (Mt.10,45).

Hoy, tantos países y tantos pueblos parecen misteriosamente asociados en su carne, a esta pasión del Servidor, que permanece trágicamente actual.- Sentimos que la lógica de Nazaret nos lleva a compartir con Jesús los sufrimientos, la angustia y el desprecio que marcan la vida de los pobres en esas situaciones de violencia y opresión.-
 
Toda la vida del Hermano. Carlos ha sido dominada por el deseo apasionado de imitar a Jesús de Nazaret y de seguirlo hasta el fin de su camino de Servidor. 
«Piensa que tenés que morir mártir, violenta y dolorosamente asesinado, y desea que sea hoy».

En la cruz, la oración de Jesús es su vida ofrecida en rescate por la multitud y en intercesión por los pecadores.- Tocamos ahí el corazón de la oración… porque en ese momento oración y ofrenda de toda la vida no hacen más que uno.

El Hermano. Carlos nos dejó una oración que es la expresión de su deseo de unir toda su vida a esta ofrenda de Jesús: es la oración de abandono.- Esta oración es simplemente el eco de la oración de Jesús: la oración del Hijo aceptando de manos de su Padre, su destino de Servidor.- Ella evoca primero el Salmo 40 del que habla la Carta a los Hebreos: «No quisiste sacrificios ni ofrenda, pero me hiciste un cuerpo, no aceptaste ni los holocaustos ni las expiaciones por el pecado, entonces Yo te dije: «Aquí estoy, vine para hacer tu Voluntad, porque de Mí habla la Escritura» (Hebreos 10,5).-
 
·        La oración de Getsemaní en el corazón de la angustia: «Padre que se haga tu Voluntad» (Mt.26,42).
 
·        La última palabra de Jesús en la Cruz: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu» (Lc. 23,46).

En la Iglesia de oriente se insiste mucho sobre la oración del corazón, la repetición incansable que se vuelve expresión de un único deseo.- Esta oración de abandono debía ser para el Hermano. Carlos como una especie de respiración… Si poco a poco ella lo fuera también para nosotros… Quizás entonces, toda nuestra vida se convertiría en oración.-

 

VIDA Y NOVENA DE SAN CARLOS DE FOUCAULD

El sacerdote Carlos Manuel Otero de «Amigos Carlos de Foucauld» presentará esta novena, el viernes 15 de septiembre, aniversario del nacimiento del Hno. Carlos, en Buenos Aires. Celebramos esta iniciativa y esperamos que tenga mucho éxito.

https://drive.google.com/file/d/11MqHHOkqz41VKYipdj-ajRYvLXxn62ze/view?usp=sharing

 

«La oración de las pobres gentes» – Rene Voillaume

(Capítulo de En el Corazón de las Masas)

Regreso de una visita al Santo Sepulcro, y esperando saber si obtendré mañana por la mañana el permiso para pasar a Israel, he bajado esta tarde al santuario de Getsemaní, para orar en su oscuridad silenciosa y desierta. No puedo encontrarme en el Santo Sepulcro o aquí, en el Jardín de los Olivos, sin sentirme, cada vez, como obsesionado por el pensamiento de la misión de oración de las Fraternidades, y por la importancia que reviste para cada Hermanito, para cada Hermanita.

Ya os dije en la carta fechada en Mar-Elías, que nuestra oración debe ser la oración de los pobres, la oración de los que penan y sufren; pero esta tarde experimento la necesidad de volver a tratar con vosotros este asunto.

Vengo de ver a vuestros Hermanitos del Líbano, y de dejar a dos de ellos en la pobre aldea de Hamud, en las cercanías de El-Kerak, capital del sur de Jordania. Ya empiezan a ofrecerse a los rudos campesinos semi-nómadas de la región de Moab, en el desasimiento mas completo. Mientras tanto, por su lado, las Hermanitas se instalan en Beirut, en dos cuartuchos miserables, que tienen por techo una cubierta ondulada de cinc, en el centro de un palio habitado por unas pobres familias árabes, tan mal alojadas como ellas. La vida no es fácil todos los días para la Fraternidad nómada del Sahara, con los cuidados que requiere el ganado, y bajo la tienda de lana negra cuando el sol abrasa. Y pienso con frecuencia en nuestros Hermanitos marineros, durante las largas jornadas de pesca y durante las noches de mar gruesa; y pienso en aquellos de vosotros a los que el Señor ha llevado entre los negros de la selva, o a los barrios «callampa» de los suburbios de Santiago de Chile.

Cada vez con más frecuencia, Jesús conducirá a sus Hermanitos hasta el corazón de las masas más abandonadas y más despreciadas. Ya vais sintiendo todo su peso sobre vosotros, y cada día soportaréis con más acuidad sus vicisitudes, sus servidumbres; en tanto que los hombres desamparados, los que no encuentran ninguna salida para sus vidas, acudirán a vosotros para acogerse en vuestras Fraternidades.

Vuestras cartas vienen a decirme aquí, en la ciudad en la que el Salvador murió por haber amado hasta el fin, todas las dificultades renovadas constantemente y a veces inextricablemente, a las que os conduce una caridad sincera hacia los hombres. Ya lo sé. Yo os dije que tendréis que saber llegar en ciertos casos hasta el heroísmo en la caridad, pero que también tendríais que saber preservar unas condiciones que son esenciales a la vida profunda de vuestros hermanos. Entre estas condiciones hay unas que son indispensables para conseguir un mínimo de intimidad, necesaria a la realización de una unión de corazón y de espíritu entre vosotros con vistas a una ayuda que os permita servir mejor a Cristo, vuestro dulce Maestro. También hay otras requeridas para que permanezcáis fieles a vuestra misión de «permanentes en la oración». Esta tarde me siento impulsado a hablaros de esta vida de oración, tan importante me parece en el momento en que estamos.

Hace un instante, cuando iba por el camino que conduce hasta la cumbre del Monte de los Olivos, pensaba en los Apóstoles, cuando pidieron a su Maestro les enseñase a orar. Me parece que esta tarde comparto con vosotros todas vuestras dificultades en el camino de la oración y me parece escuchar la confesión de vuestras impotencias, de vuestros temores, en el presente o por el futuro, a causa de las difíciles condiciones de vida en las que tan a menudo tendrá que integrarse vuestra oración. También quisiera contestar a vuestras preguntas acerca del modo de orar.

* * *

La tarde cae; apenas veo ya dónde estoy, cerca de la roca de la Agonía. Aun en pleno día, los sombríos ventanales violados casi no dejan pasar la luz, lo cual obliga, en este lugar, a una oración sin libro, una oración desnuda, una oración de todo el ser. Un Hermano franciscano, muy atento, viene a traerme una vela, y a su claridad continúo escribiéndoos,

¡Tengo tantas cosas que deciros acerca de la oración, y tan difíciles de expresar! Me parece que para que comprendierais unas realidades de esta naturaleza, sería preciso otra cosa que mis palabras. Sería precisa la experiencia personal, la que puede otorgar el espíritu de Jesús, por medio de intuiciones secretas de las que sólo El tiene el secreto. Ni siquiera las palabras pronunciadas por el Señor bastaron para que los Apóstoles hicieran el aprendizaje de la oración.

Pienso en lo que sucedió aquí mismo, y en cómo tras dos años de vida en común con el Maestro de la oración, los mejores de entre los Apóstoles no supieron velar una hora con El. Porque el espíritu está pronto, pero la carne es flaca. Además sabéis muy bien que vosotros fuisteis escogidos por El. ¿No es esto lo primero que tengo que volver a deciros? ¿Cómo podría pensar que mis enseñanzas tuvieran más eficacia para vosotros que las palabras de Jesús?

Sin embargo, debo indicaros cómo hacer para encontrar el camino por el que, en lo sucesivo, sólo podréis avanzar con la ayuda de Dios. Vuestras pesadeces, vuestras impotencias en el instante de orar, os llevan a veces a preguntaros si no habría algún método misterioso que os descubriera, al fin, el verdadero camino a seguir. No creo que exista tal método, y en caso de existir, no consistiría en otra cosa que en lo que ya nos dijo el Señor en el Evangelio. Jesús seguirá siendo siempre el Maestro supremo de la oración, no tan sólo porque habló de ella con pleno conocimiento de causa, sino por el ejemplo de su vida, porque oró mejor que cualquier otro hombre. Jesús vivió la oración perfecta en una vida particularmente atropellada, a veces agotadora. Pero, por encima de todo, sigue siendo el Maestro de vuestra oración, ya que Él solo, gratuitamente y por amor, puede introducir en la inteligencia, en la memoria y en el corazón, el verdadero espíritu de la oración. Nadie sabrá orar mientras que Jesús mismo no se lo haya enseñado en su interior. Siempre que Jesús quiso llevar consigo a algunos de sus Apóstoles para que oraran con Él, a pesar de que habían sido escogidos, nos dice el Evangelio que se quedaban dormidos. En el Tabor, mientras Jesús habla de su próxima muerte con Moisés y Elías, «Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño» (Lc IX, 32). En Getsemaní: «Y viene y los halla durmiendo, y dice a Pedro: «Simón… ¿Duermes? ¿No pudiste velar una hora?»… Y al volver los halló otra vez durmiendo, porque estaban sus ojos cargados. Y no sabían qué responderle». (Mc XIV, 37. 40). Jesús ni se descorazonó ni se impacientó. ¿Por qué habríamos de descorazonarnos nosotros? Los Apóstoles eran hombres rudos, ocupados en la pesca nocturna y acostumbrados a recuperar el sueño atrasado en cualquier momento del día. ¿Quien de nosotros no ha conocido esta especie de revancha del cuerpo sobre el espíritu, en los momentos de desaliento que invaden al trabajador? Se duerme uno en cualquier sitio. Creo, con toda probabilidad, que a veces le sucedería esto mismo al Señor: recobrar durante el día unas noches acortadas por el aflujo de visitantes o por la oración en las madrugadas; durante la travesía del lago con mal tiempo «El estaba en la popa durmiendo sobre el cabezal» (Mc IV, 38).

Os recuerdo estos hechos porque esta atmósfera evangélica nos facilita y nos coloca en la realidad a fin de poder abordar el problema de la oración en nuestras vidas. Nos inquietamos acerca de cosas bien insignificantes. Ya que, a pesar de todo, Jesús encontró el medio de trabajar el corazón de sus Apóstoles hasta que les enseñó a orar.

No podríamos, sin embargo, deducir de esto que vosotros no tenéis otra cosa que hacer más que esperar la visita del Espíritu Santo. Es menester ir a su encuentro y «avanzar por el camino estrecho«. Para orar verdaderamente hay que esforzarse ya en la oración y al mismo tiempo esperar al Señor. No hay ninguna contradicción en todo esto. Excepto cuando viene el Señor para hacerlo El todo, es preciso saber tener en cuenta estas dos realidades: la humilde esperanza, renovada sin cesar, de su visita, y nuestra espera en el esfuerzo. Esto es lo que quisiera explicaros un poco.

* * *

Vuestra constante inquietud está en saber cómo poder encontrar en vuestra vida las condiciones necesarias a una oración auténtica, y cómo disponeros para poder entregaros a ella generosamente. Tal vez en ciertos momentos se os haya ocurrido dudar de que esto sea posible. Confieso que ante la gravedad de este problema me sentí a veces como a la entrada de un camino desconocido, de un sendero terriblemente estrecho y peligroso. ¿Tenía derecho a empujaros hacia él? Pero ¿qué hacer si no? La reflexión, la interrogación de la experiencia -la nuestra, y sobre todo la de los Santos-, la palabra del Señor en el Evangelio, el sentido de la tradición de la Iglesia respecto a la oración, todo esto me tranquilizó. Hoy os escribo completamente seguro de lo que os digo. Los caminos más abruptos son a menudo los mejores, los más rápidos, ya que en el curso de su subida son poco propicios al ocio. Este me parece ser el camino por el que Jesús querría conducir a sus Hermanitos, a fin de que avancen por él con atrevimiento.

Ya os dije en la carta de Mar-Elías, que una de las principales objeciones que suelen hacerse a nuestro modo de vida era que el cansancio, el ruido con que se acompaña la mayor parte del tiempo, así como la pesadez del espíritu provocada por un esfuerzo físico penoso y prolongado, parecían quitar toda posibilidad de auténtica vida de oración. Me prometí a mí mismo volveros a hablar de ello. Ya comprendéis hasta qué punto es grave esta cuestión, no sólo para vosotros, sino para millones de pobres gentes, de humildes trabajadores sujetos a un trabajo a menudo agotador para poder vivir. Presentía que para esta objeción tendría que haber una respuesta. Dios nos acuciaba hacia una participación cada vez más completa en el designo de los pobres, y al mismo tiempo profundizaba en nuestras almas el sentido de nuestra vocación a la oración; y además, leyendo el Evangelio, no parecía que Jesús hubiera querido hacer nunca de la oración algo raro, algo reservado a unos cuantos hombres que gozan de la calma y del reposo necesario a toda meditación fructífera: «Venid a mí todos cuantos andáis fatigados y agobiados… y hallaréis reposo para vuestras almas» (Mt XI, 28, 29).

Sí, es preciso aceptarlo; cuando llega la hora de la oración la mayor parte del tiempo nos sentiremos incapaces de meditar y de pensar. Y toda la cuestión está en saber sí no se ofrecerá a nosotros otro camino para llegar a unirnos con Dios en la oración.

Durante un cierto tiempo, más o menos largo, según los casos, lo normal y aun lo bueno será que nuestro diálogo con Dios comience por un intercambio en el que tendrán parte el pensamiento, la imaginación y las emociones sensibles. Pero este diálogo tiene que progresar consecuentemente hacia una zona de nosotros mismos situada mucho más allá de la sensibilidad, de las imágenes, de la reflexión.

No temáis simplificar y actualizar en cada etapa vuestro encuentro con Dios. Al principio de vuestra vida de oración -principio que puede prolongarse- abrid, por ejemplo, el Evangelio o la Biblia, no tanto para «meditar” las divinas palabras como para permanecer ahí, bajo su luz, leyendo y releyendo lentamente los versículos, sin análisis, sin discutir con vosotros mismos. Podréis escoger el decir con la misma lentitud el Padrenuestro o el Avemaría, o cualquier otra oración, dejando que sus palabras penetren en vosotros una a una. No puedo dejar de pensar aquí en la repetición rítmica de la “oración de Jesús», tan antigua y tan querida de nuestros hermanos de Oriente. Todo esto es sencillo y compatible con el gran cansancio de las jornadas de trabajo. Y son unos «comienzos» a los que convendrá volver de cuando en cuando mucho más tarde, ya empeñados a lo largo de la ruta.

Pero, sobre todo, no apegaros jamás a unos métodos, sean los que sean. Vamos hacia Dios con todo nuestro ser y vamos como podemos. Vamos, lo primero, por medio de todas nuestras actividades humanas, sobrenaturalizadas por la presencia de la gracia en nosotros. Pero ya, y cada vez más, son la fe, la esperanza y la caridad viviendo en nosotros, las que nos unen con Dios mismo. Llegados a este punto, necesitaréis tener mucho valor. Y tenéis que saber que tales actos no dependen de las impresiones sensibles ni de los «consuelos» que encontremos dentro de nosotros. Nos basta saber que somos hijos de Dios y que queremos entregarnos a El. La mejor parte de nuestro ser no es aquella de la que tenemos una conciencia clara. Esto lo olvidamos generalmente. Es cierto que podemos tener conciencia de nosotros mismos por medio de nuestros pensamientos, de nuestros actos voluntarios, de nuestros sentimientos. Pero nuestra naturaleza de hijos de Dios escapa a nuestra atención. ¿Cuál de nuestras facultades sería capaz de alcanzar la realidad de la vida divina, o la señal impresa en nuestro ser por el Bautismo? Las «emociones religiosas» se sitúan más en la superficie; tienen causa distinta a las que tiene la percepción de nuestra naturaleza de hijos de Dios.

De este modo podréis llegar a ejercer vitalmente la fe, la esperanza y la caridad. Y esto es ya una oración muy auténtica, aunque despojada de todo. Tal vez entonces vendrá el Señor mismo a cumplir en vosotros sus Misericordias. No creáis que esta acción divina se verá impedida por la vida pobre que tendréis que llevar. Hermanitos, para vosotros, cuya vocación es precisamente esa vida, el trabajo cotidiano, monótono y duro, podrá, por el contrario y en la medida de vuestra fidelidad, permitir que Dios, sí así lo quiere, obre directamente en vosotros con toda libertad, y que os arrastre en el movimiento mismo de su amor.

No es necesario que lo sintáis. Pensad bien que vuestra oración no es nunca tan real ni tan profunda como cuando se desarrolla fuera del campo de la conciencia sensible. El que ora verdaderamente se pierde de vista, su única mirada es para Dios, y es una mirada de fe pura, de esperanza y de amor, a la que nada sensible y a menudo nada sentido podrá consolar. Tenemos que estar plenamente convencidos de ello, para que podamos ver con confianza el desarrollo de nuestra vida de oración.

Parece como si tuviéramos una falta de confianza al mismo tiempo que se nos escapa todo punto de apoyo; sin embargo, es entonces cuando empezamos a obrar en el plano propiamente divino. Parece como si nos encontráramos en un mal paso, y es justamente que nuestra vida se ordena por fin como Dios lo quiere. Cuando ya no caminamos sino obligados por la fe, cuando «permanecemos» ante el Santísimo Sacramento sin saber bien cómo o por qué, cuando nos entregamos al servicio de los demás sin gusto ni atracción, cuando las palabras del Evangelio o de la Liturgia nos parecen desprovistas de otro atractivo, de todo poder emotivo, es entonces, si fuimos fieles y si Dios lo quiere, es precisamente entonces cuando se cumple en nosotros el misterio de la fe y cuando empezamos a penetrar en aquella zona de nuestra alma, en la que surge la vida divina. Únicamente a la luz de esta perspectiva y convencidos de su verdad, es como podemos reflexionar en el problema de la oración.

Meditar no es, pues, orar. La meditación puede ser, todo lo más, como una preparación a la oración, y para algunos su puerta de entrada. No debemos querer tomar otro camino que el que Dios nos ofrece. Debemos orar como podamos y no tenemos que inquietarnos intentando rezar como no podemos. No quiero decir que la meditación no juegue su papel en este proceso, dentro de poco trataré de ello. Lo único que quiero decir es que la meditación no es la oración, que ni siquiera es esencial como preparación a la oración cuando circunstancias independientes de nuestra voluntad nos obligan a seguir otro camino. Porque existe otro camino.

Todavía más, la meditación puede en ocasiones llegar a ser un obstáculo para la oración, como una pantalla colocada entre Dios y nosotros, como una ruta demasiado cómoda que invita a la pereza. No abandona uno fácilmente la carretera para tomar un sendero abrupto, y no obstante es indispensable abandonarla.

Ya hemos visto que Dios no puede venir a nuestro encuentro sino en la medida de la realidad de nuestro amor, y ésta sólo se encuentra en el camino de la fe pura. Este sendero pasa a través de la oscuridad producida por el desasimiento de la razón y de lo sensible. Ahora bien, este desasimiento es exigido, no sólo por la naturaleza misma de la purificación, sino también por la manera habitual de obrar del Señor Jesús, que no puede acercarse a nosotros sin abrazarnos con su agonía y con su cruz. Todos aquellos que pasan por la meditación tendrán necesariamente que llegar a esto, y el Espíritu Santo, si son fieles, vendrá a su hora para romper la ordenación demasiado racional de su «vida espiritual» y hacer imposible la meditación, con objeto de que su voluntad se vea obligada a dirigirse directamente hacia Dios solo, más allá de toda idea y de todo sentimiento. Ya que el sentimiento no es la oración, como no lo es la meditación. El sentimiento es inconstante y útil únicamente al que comienza, sirviéndole como de cebo para la voluntad. Porque el verdadero amor reside en la voluntad.

Tenemos que creer firmemente que lo verdadero de la oración, la vía de la unión con Dios, está más allá de los sentimientos, de las palabras y de las ideas. Se suele empequeñecer demasiado la realidad de la oración; no se tiene una idea bastante elevada de ella. No se cree suficientemente que Dios puede venir realmente a nosotros para hacer nuestra oración. O bien si se cree en ello, tiene uno la tendencia a reservar su éxito para un escaso número de personas aisladas, a las que el claustro procura un ambiente de silencio favorable a la meditación.

¿Por qué tendría que ser así? Aquellos que se ven privados de meditar debido a sus condiciones de vida, ¿se verían privados de orar por el mismo motivo? ¿No está la oración más allá de la reflexión? Los pobres no pueden meditar. No están dispuestos para ello, no poseen la cultura requerida, no conocen el mecanismo de la meditación o bien están demasiado cansados. Participando en la vida de los trabajadores, tendréis también que participar en su modo de oración. Tampoco vosotros estáis dispuestos para meditar cuando regresáis a vuestra morada, atontados por el ruido de las máquinas de la fábrica, deshechos por el trabajo en el fondo de las minas, embrutecidos por las largas horas de trabajo al sol en una granja, con la cabeza pesada debido a la intoxicación producida por los gases que lanza al aire la fábrica de plásticos; o llenos de sueño después de las jornadas de pesca en el mar. No podéis meditar.

Pero si podréis, a fuerza de valor perseverante y por medio de actos de fe y de amor, sencillos y desnudos, sí podréis poneros delante de Dios, y esperarle, abriéndole el fondo de vuestro ser tal y como es. Espera de su venida en el deseo, pero ante todo espera en esa sensación de impotencia, de miseria, de cobardía. El resultado será, con frecuencia, una oración dolorosa, tosca, poco espiritual en apariencia. A través de este esfuerzo de fe, en la valiente actitud del cuerpo, se traducirán la sed y la esperanza de Dios, que después de todo está en lo más profundo de nosotros. La voluntad quiere orar; por lo menos desea y pide la oración. Y es esta pobre materia lo que únicamente podréis ofrecer a Dios ciertos días, y es a El a quien pertenecerá transformarla en una verdadera oración y un medio de unión con El.

Sin duda tendréis que ser pacientes y estar constantemente atentos a una perseverancia valerosa, a través de los aplastamientos y de los embrutecimientos. Este continuo despertar en el ejercicio, ya muy despojado en sí de las virtudes teologales, durará para algunos quizá toda la vida. Dios, que os conduce, lo sabe. Pero nosotros podemos, nosotros debemos pedir humildemente y sin cesar al Señor Jesús que nos otorgue este don, que venga El mismo a orar en nosotros y a decir de una manera inefable la oración que tan sólo El puede decir a su Padre.

Vosotros le llevaréis la sed de su venida y vuestra espera, muy a menudo totalmente apoyada, apenas con una oración, al parecer. Pero Dios puede servirse de ello como de un privilegio para transformarlo todo en una purificación auténtica de los sentidos y de la inteligencia, y conduciros hasta la unión divina. Y será imprescindible que os digáis que una unión muy auténtica, en medio de vuestra vida física tan dura, podrá revestirse de unas formas tan sencillas, -me atrevería a decir tan triviales- que no tendréis siempre necesidad de reconocerla como tal.

Esta convicción es la que tenéis que grabar en el fondo de vuestro corazón: creer que ese camino es bueno, que es un camino de atajo que lleva a la unión en la fe y que Dios vendrá para hacer vuestra oración a pesar vuestro. No se cree en esto suficientemente, y por eso no llega uno a acostumbrarse a la idea de una oración sin forma.

Y sin embargo, todos los amigos de Dios han pasado por ahí. Sabemos bien que, a fin de cuentas, lo que condiciona el encuentro con Aquel que viene al alma de los que le esperaron, con fidelidad y deseo, es únicamente la generosidad del amor y de la fe. Aquí todo es don gratuito del Señor, pero de todos modos existe también su promesa: «Si uno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn XIV 23).

Al término de la evolución de la oración, todos se encuentran en un mismo modo de unión con Dios, sin forma y sin ideas. Pero los caminos habrán sido diferentes, aunque el sentido del trabajo hecho por el espíritu de Dios haya sido siempre el mismo para todos. Nuestro camino es distinto  al de los monjes y al de los hombres que viven aislados del mundo, y para la mayor parte de nosotros ese camino no pasará habitualmente por la meditación. Y si pasa, será por una corta etapa. Muy pronto nos veremos obligados a abordar el sendero oscuro de la ausencia de sentimientos, de consolaciones, de representaciones, con todo lo que esto trae consigo de sequedades involuntarias y vacío interior. Por nuestra humilde perseverancia, llena del deseo del Amor, solicitaremos de Dios que intervenga para transformar todo esto en purificación de la fe.

Tal es nuestro método de oración. Por tanto, no tenemos por qué sobrellevar nuestra vida de cansancio y de trabajo como una condición inferior y desfavorable, sino que tenemos que abrazarla resueltamente, como un medio privilegiado para nosotros de purificación, de introducción, si Dios lo quiere, en el don gratuito de la unión divina. Tengamos el deseo de marchar en línea recta hacia una oración dolorosa de fe. La imposibilidad de meditar, aunque provenga de circunstancias exteriores puramente materiales, podrá entonces llegar a ser, bajo la acción divina, un verdadero paso a la oración de fe. El Señor no nos prometió otra cosa. Estoy seguro de que Dios aceptará este itinerario reducido para las pobres gentes. Pero creo que para merecer este beneplácito es preciso ser humildes y verdaderamente  pequeños.

No tengáis miedo de extraviaros por este camino. No tendréis nada que temer, a condición de perseverar con valor; es realmente la única condición esencial. Jesús no nos ha pedido otra cosa. Es digno de notar que, reuniendo todas las enseñanzas de Jesús acerca de la oración, no encuentre uno, aproximadamente, sino una sola recomendación: la perseverancia. Y el Señor insiste, vuelve sobre ello incesantemente, con la ayuda de varias parábolas, siempre acerca del mismo tema. Parece como si quedara uno decepcionado. Esperábamos una iniciación más elevada. Todo esto nos parece muy primario. Entonces vamos a buscar a otra parte unas directivas que satisfagan mejor nuestra curiosidad o nuestra necesidad de complicar las cosas. ¡Es demasiado sencillo! Olvidamos que la recomendación de esta perseverancia importuna, en un acto tan desnudo de todo atractivo para el hombre, demuestra, justamente, que Dios se propone hacer el resto: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe; y el que busca halla; y al que llama se le abrirá» (Mt VII, 7-8). No busquemos otros métodos, contentémonos con el que nos indica el Señor. El Evangelio seguirá siendo siempre el código por excelencia de la oración de las pobres gentes, ya que todo lo que en él está indicado está siempre a su alcance.

* * *

Por tanto, la enseñanza evangélica acerca de la oración puede resumirse en estos dos puntos esenciales: una promesa de que Dios vendrá a nuestro encuentro, cuando y como Él quiera, y ésta es la parte de Dios, la principal, ya que es para nosotros la esperanza, que no quedará nunca decepcionada, de que nuestra oración terminará en El; una invitación urgente a la perseverancia, pase lo que pase y a pesar de todas las apariencias desfavorables, y ésta es nuestra parte de trabajo. ¿Qué necesidad tenemos de saber más?

Para aprender a orar es preciso, pues, sencillamente, orar, orar mucho y saber volver a comenzar a orar indefinidamente, sin cansarse, aunque no haya respuesta, aunque no se produzca ningún resultado aparente. Si Jesús insistió tanto acerca de la perseverancia, es porque sabía que nos sería muy difícil, a causa de una necesidad nuestra de cambio y de novedad.

Para ayudarnos a perseverar os será preciso recordar muy a menudo las características habituales de la oración de fe.

Para orar no esperéis nunca a tener ganas de hacerlo, es una ilusión peligrosa, a la que muchos deben el haberse alejado de Cristo. El deseo de la oración sólo puede nacer de la fe. Desear orar es ya un efecto de la oración. Será suficiente con que sepáis que Dios os espera. Dios siempre desea veros orar, aun cuando no tenéis ganas de hacerlo, tal vez, sobre todo en ese momento. No olvidéis nunca que cuanto menos recéis peor lo haréis y menor deseos tendréis de hacerlo.

Naturalmente, no debéis esperar nada de la oración para vosotros mismos. Es para Dios por lo que hay que orar, no para obtener una satisfacción, ni para tener la sensación de haber orado bien o de poseer un buen método de oración. No debe uno desear otra oración que la que Dios nos da.

No sé que exista en el Padrenuestro ninguna petición cuya respuesta pueda traernos una satisfacción personal, ni siquiera un resultado inmediatamente comprobable. Es menester perseverar sin ver, y por tanto saber volver a empezar sin objeto, por nada, tan sólo por El. Si en verdad todo sucede así, quiere decir que necesitaréis tener mucho valor para orar y todavía más para prolongar la oración y perseverar en ella. El Padre de Foucauld pedía siempre valor, como algo indispensable, y continuamente se quejaba de no tener bastante.

No temáis llevar a vuestra oración ni sacar de vuestra misma oración un fuerte sentimiento de disgusto por vuestras debilidades, vuestras faltas y vuestra miseria. Leed de nuevo la parábola del Fariseo y el Publicano; los dos subieron al Templo para orar, y comprended por qué las preferencias del Señor se inclinaron manifiestamente hacia el Publicano, tímido y consciente de sus faltas. También es muy probable que cuanto más generosa haya sido vuestra oración, el sentimiento de vuestra incapacidad sea tanto más lancinante y más agobiante para vosotros. ¡Qué importa! Por tanto, tenéis que ser delante de Dios tal y como sois, y aceptar la oración como Dios os la pide y no de otro modo. Sobre todo, no intentéis aligerar vuestra oración, haciéndoosla sensible ya a vosotros mismos, por ejemplo, cogiendo un libro. Probablemente perderíais el tiempo. Se trata únicamente de estar realmente presente delante de Dios, no por medio del pensamiento, de la imaginación o de los sentimientos, los cuales quizá vagabundeen por otro  lado, sino por el deseo de vuestra voluntad, constantemente reajustada. A veces la única manera a vuestro alcance de poder expresar esta voluntad, real sin embargo, será permaneciendo físicamente presentes, de rodillas, a los pies del Tabernáculo. Y esto bastará. Esta aspiración silenciosa de vuestro ser hacia Dios, si es auténtica, representa infinitamente más que la meditación o la lectura. En el tiempo de la oración es preciso saber aceptar sus exigencias.

Por tanto, muchas veces tendréis que ir a la oración como se va a la cruz. Es mucho más profundamente cierto de lo que pensáis, ya que es, justamente, en la oración cuando estáis asociados al trabajo de redención que se opera en la cruz. Id a la oración para perderos en ella y estaréis seguros de realizar por entero la voluntad del Señor: «pues quien quisiere poner a salvo su vida, la perderá; mas quien perdiese su vida por causa de mí, la hallará» (Mt XVI, 26).

Hermanitos, os aseguro que no existe otro método más cierto ni más en conformidad con el Evangelio. Si hacéis esto no podréis extraviaros. No temáis aceptar el vacío de pensamiento y de sentimiento, con tal de que no haya sido provocado artificialmente por medio de vuestros esfuerzos y con tal de que hagáis pasar a ese vacío la espera silenciosa, valiente, dolorosa tal vez, en todo caso oscura, de la visita divina.

Sabed esperar el encuentro con Dios, aunque sea toda vuestra vida, sin dejar de creer en El y renovando cada día esta espera. Esto es perseverar con fe en las palabras del Señor y tener su lámpara abastecida de aceite.

* * *

Toda vida en el Universo visible está sujeta a un ritmo; la vida de las plantas como la vida de los cuerpos y la del espíritu, y los dos tiempos de este ritmo se oponen, como se opone el ejercicio al reposo. Toda orientación en la vida expone esta a un peligro, a la ruptura del ritmo, ruptura motivada por la utilización aburrida de un solo tiempo de ese ritmo a expensas del otro. La vida divina del hombre y su oración no escapan a esta ley ni a sus riesgos. El modo de vida de las Fraternidades, el de las pobres gentes aprisionadas en el engranaje de la preocupación diaria, tiene, pues, sus peligros propios, lo mismo que los tiene la vida del solitario o la del monje. En el caso de los trabajadores, el embotamiento de la inteligencia puede arrastrar consigo una cierta pesadez de la voluntad; el exceso de fatiga puede romper el equilibrio nervioso y el dominio de sí mismo; de igual modo que la agitación y el ruido continuo pueden, a la larga, alterar el silencio interior del corazón. Es, por tanto, indispensable procurarse, a intervalos regulares, un tiempo para la reflexión acerca de la fe, del Evangelio, de uno mismo, con objeto de no engañarse sobre las propias disposiciones íntimas.

Por tanto, no podréis prescindir, sobre todo las Fraternidades de trabajo o de ayuda, de unos momentos de calma física, de reposo, de silencio exterior, que debéis procuraros periódicamente. Este ritmo es vital, al mismo tiempo que profundamente humano. El mismo Jesús comprendió su necesidad y respetó sus exigencias: sus tres años de vida pública no solamente comienzan con un retiro de cuarenta días, sino que están como jalonados por escapadas al desierto, de noche o al amanecer, con objeto de orar en paz durante algunas horas; otras veces llevando a su lado a sus Apóstoles, para un descanso de varios días.

Este es el momento de recordaros el gran mandamiento del descanso semanal, impuesto por Díos al hombre desde el origen del mundo. El descanso del séptimo día representa un ritmo tan esencial, que Dios marcó con él a la Creación desde su primer impulso vital, y aparece ante nosotros como enlazado a la misma Creación, de la que procede como un reflejo, como una imitación. «Y rematada en el día sexto toda la obra que había hecho, descansó Dios el séptimo día de cuanto hiciera: y bendijo al día séptimo y lo santificó, porque en él descansó Dios de cuanto había creado y hecho» (Gen 1, 3). «Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo es día de descanso, consagrado al Señor tu Dios…, pues en seis días hizo el Señor los cielos y la tierra, el mar y cuanto en ellos se contiene, y el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo santificó» (Ex 8, 11).

«No dejéis de observar mis días de descanso, ya que son entre vosotros y Yo un signo para todas vuestras generaciones, para que sepáis que soy Yo, Yahvé, quien os santifica» (Ex XXX, 1, 13, 14).

¿Nos damos cuenta de que se trata de un precepto especialmente grave y sagrado? Su trasgresor era castigado con pena de muerte, como si hubiera atentado a una obra viva de la Humanidad. Este ritmo de reposo es sagrado, concurre a perfeccionar la semejanza divina en el hombre, en el plano de la acción, hasta el punto de que la falta de observancia de esta Ley llevará consigo una degradación de la imagen de Dios en el.

La Humanidad ha perdido el sentido de esta Ley divina, y si vuelve a encontrar el principio que gobierna el día semanal de descanso, ya no sabe vivirlo como un reposo del hombre creado a imagen de Dios. Los hombres ya no saben cómo detener sus actividades, encadenadas unas a otras. ¿Es que siguen siendo dueños de sus actos? La misma cristiandad tampoco ha escapado al contagio; no retiene ya más que el contenido material del mandamiento de la Iglesia, muchas veces para observarlo con cierto formalismo, a menudo olvidando lo sustancial de un precepto siempre en vigor dictado por el Creador, cuya amplitud desborda las prescripciones de la Iglesia, que vinieron más tarde para precisarlo y pulirlo, pero no para abolirlo.

Estas alternativas regulares de reposo y actividad son, por tanto, una necesidad vital para el cuerpo y para el alma, para el trabajo y para la oración; necesidad transformada por Dios en un imperativo de orden moral. Esto lo olvidamos fácilmente. Aunque asistamos a Misa los domingos y suspendamos los trabajos llamados «serviles» seguiremos en deuda con Dios si continuamos ocupando el resto de nuestra jornada con actividades de otro género, igualmente desbordantes y absorbentes. La ley tiene un espíritu que es preciso comprender bien. ¿Sabemos todavía someternos humildemente, cuando podemos hacerlo, a la ley del reposo evangélico, a ese apaciguamiento nervioso tan necesario? Desobedecer a una ley tan esencialmente vital tiene graves consecuencias.

Hermanitos trabajadores, tenéis que hacer un esfuerzo para respetar mejor el espíritu de esta Ley divina; un ritmo periódico de reposo para el cuerpo y para el alma es una obligación que compromete a vuestra conciencia. Cuando no os haya sido realmente posible orientar en este sentido el día mismo del domingo, no debéis consideraros como liberados de las exigencias que Dios mantiene sobre vuestras vidas.

En la mayoría de los países del mundo existen textos legales que imponen y reglamentan el descanso semanal; y la gran masa proletaria no ha podido en muchas ocasiones, reconquistar la libertad de poder guardar ese ritmo esencial de la vida, sino a costa de largas luchas. Tenéis que combatir para conservar esta libertad.

Sois pobres, sin duda, y nada más que esto, sometidos a la condición general de los trabajadores, y no siempre tendréis la posibilidad de observar íntegramente el contenido del precepto; pero tenéis que hacer todo lo que podáis, y no sé si siempre hicisteis todo lo que debéis para cumplirlo. Temo que ese engranaje de actividad se apodere de vosotros, esa esclavitud que coloca al hombre en la casi imposibilidad de detenerse para descansar, para el reposo, llevándole más bien a la sustitución de una actividad por otra distinta. Algunos tendrán que hacer un verdadero esfuerzo para poder aceptar las leyes ineluctables de su humilde situación de trabajador manual, teniendo que aprender cómo dejar su cuerpo en reposo.

Pero existe también, y es más importante, aunque dependiente del primero, el ritmo de la vida del alma; he ahí por qué el día de descanso está santificado por Dios. Tocamos aquí nuestras relaciones directas con Él. Algunos horarios de trabajo no son compatibles con el desarrollo, no digo de una vida religiosa o sacerdotal, sino sencillamente cristiana, ya que los momentos de descanso, diarios o periódicos, que llevan consigo son insuficientes para permitir un mínimo vital de reposo espiritual, de oración silenciosa, de alimentación de la fe por medio de la reflexión. Y esto, Hermanitos, lo sabéis bien vosotros, los que habéis experimentado ciertos modos de vida; la del marinero, por ejemplo, o la del capataz de granjas; cuando unos estatutos de la profesión, inexistentes o insuficientes, no reglamentan la duración de las horas de trabajo en un sentido humano. Ya recordáis con qué insistencia pedí que tomarais todas las disposiciones a vuestro alcance, con el fin de insertar en estas modalidades laborales el mínimo vital de respiración humana y cristiana, aunque vuestros compañeros de trabajo no sientan ya su necesidad, como consecuencia de un acostumbramiento puramente mecánico, y también porque han perdido el recuerdo de las exigencias que tiene la vida del espíritu. Es preciso que las Fraternidades estén presentes en esos ambientes, donde los hombres están más agobiados por el trabajo corporal, donde son más desgraciados, aunque a veces no lo sepan, pero, sobre todo, donde están más lejos de Dios, y donde los cristianos no pueden llevar ya una vida cristiana. Estos, más que ninguno, necesitan vuestra presencia, pero no podemos permanecer con ellos, sino después de haber obtenido el respeto de las exigencias esenciales a nuestra vida de oración; son aquéllas que todo hombre debería exigir, las que todos tienen el derecho de pretender; las exigencias de un Hermanito no van más allá de las que todo cristiano debería obtener para si mismo, ya que él también tiene el deber de luchar por un ritmo de vida compatible con la perfección cristiana. Ahora bien, estas condiciones no bastan para realizar nuestra vocación, y son precisamente las que tenemos que mantener firmemente.

* * *

Este ciclo vital de respiración espiritual se concreta, para nosotros, en la media jornada semanal de silencio, de lectura y de oración; y en la jornada mensual de retiro y revisión de vida; sin contar el retiro anual, y el ritmo más amplio de sesiones periódicas de estudio, y estancias en las Fraternidades de adoración, a intervalos más o menos largos.

Ahora comprenderéis mejor la importancia de este ritmo de vida, sobre todo la del ritmo semanal y mensual. Aprended a poner en práctica vuestra energía y vuestras facultades inventivas, a fin de encontrar el modo de observarlos, ya que su realización dependerá, a menudo, de una buena organización del tiempo, así como del descubrimiento de un buen lugar de retiro. En efecto, la experiencia demostró que ésta era la mejor solución; es preciso dejar la Fraternidad e ir a otro sitio; a la naturaleza, a una iglesia, a un monasterio, o a una casa amiga silenciosa. Sois como esos pobres que viven tan estrechos y que necesitan, mucho más de lo que se cree, esos oasis de silencio que son los monasterios, con tal de que éstos sean fieles a su vocación y acojan fraternalmente a todos aquellos que desean rehacerse en el espacio de recogimiento limitado por su clausura. Es muy oportuno que por este medio seáis capaces de experimentar, por vosotros mismos, hasta qué punto son indispensables los monasterios de clausura para la respiración espiritual de una ciudad cristiana.

Sed muy firmes en la observancia de estos retiros periódicos. Las exigencias del trabajo, las de la caridad, vendrán sin duda a trastornar a veces este orden. Ya sabéis por experiencia que para realizarlo se necesita cierta agilidad de espíritu, pero no vaciléis respecto al principio que lo inspira. A veces os sucederá lo que le sucedió al mismo Señor, que os persigan hasta el lugar mismo de vuestro retiro, y que tengáis que sacrificar, a pesar vuestro, una jornada de recogimiento apenas comenzada. Jesús se dejaba llevar al desierto, y regresaba pacientemente para constituirse prisionero de las muchedumbres; lo que no le impedía aprovechar de nuevo la primera ocasión de adentrarse en el desierto: «Y al amanecer, muy oscuro todavía, levantándose, salió y se fue a un lugar solitario y allí hacía oración. Y fue en su busca Simón y los que con él estaban, y le hallaron y le dicen: «Todos andan buscándote»» (Mc I, 35-36).

Es necesario comprender bien el alcance de esta alternativa, que os lleva a perseguir la unión con Dios en dos direcciones de vida diametralmente opuestas. Por un lado, las jornadas de trabajo cargadas de fatiga, atropelladas por la importunidad de aquellos que tienen necesidad de vosotros, os obligarán a tener una oración oscura, informe, a veces dolorosa, de la que ya conocéis ahora su valor de purificación y de unión con Dios en la fe. Por otro lado las horas de recogimiento más prolongadas, las horas de silencio, os encontrarán, a causa del contraste, como un poco psicológicamente inadaptados, por lo menos al comienzo. Es normal. De esta manera os obligarán a un esfuerzo espiritual en el plano de la lectura meditada, y de la profundización de la fe; esfuerzo muy útil, ya que sentiréis menos la tentación de complaceros en vosotros mismos, deteniéndoos a considerar lo que hacéis. De igual modo, también os costará más trasladaros sin transición al silencio exterior, lo cual no significará necesariamente que os falten generosidad o silencio interior. A veces se tratará de una simple desorientación y el esfuerzo para sobreponerla dará su pleno valor de desasimiento al silencio exterior, que observaréis durante esos cortos tiempos de retiro en el «desierto». Esto os permitirá aseguraros acerca de la realidad del silencio interior, que habréis debido guardar en el fondo de vuestro corazón, durante vuestra vida ordinaria. Estos períodos alternos de vidas diferentes son para vosotros una garantía de verdad en la fe. Entregándoos generosamente a una y otra, sin intentar eludir lo que cada una de ellas os ofrece de desasimiento, de entrega generosa, evitaréis los riesgos inherentes a cada una de estas formas de vida. Vuestra oración, vuestra fe, vuestro amor de Dios y de los hombres, estarán al abrigo de las ilusiones. Por lo que concierne a la oración, ya que es de ella sobre todo de lo que os hablo hoy, os veréis constantemente constreñidos a abordarla en tales condiciones que os obligarán a un esfuerzo de fe, ya se trate de la hora de adoración al atardecer de un día de trabajo, o del silencio que guardaréis durante una jornada de retiro.

Insisto en el valor de acercamiento hacia la unión divina que tiene en vuestro ritmo de vida el período de trabajo y el de fatiga. No es un tiempo durante el cual vivimos como de algo adquirido, consumiendo energías espirituales almacenadas durante nuestros momentos de retiro; como si fuera un depósito que se llenó y se vacía en poco tiempo. Semejante concepto es totalmente falso. Ello equivaldría a rechazar en la vida de oración llevada con coraje en circunstancias difíciles, un valor de crecimiento en el amor. Un cuerpo vivo se fortalece tanto con el ejercicio como con el reposo. Estos dos elementos son igualmente necesarios a la salud y al desarrollo. El descanso continuo debilita al cuerpo, así como el exceso de ejercicio arrastra consigo el desequilibrio nervioso. Es imprescindible alternar el reposo con el ejercicio a fin de lograr el desenvolvimiento vital. Lo mismo sucede con nuestra oración viva. En ese estado de expropiación de nosotros mismos, en el que nos sumerge el esfuerzo valeroso para orar al atardecer de una jornada agotadora, estamos tanto, y a veces más, a disposición de la acción santificadora del espíritu divino, que en el transcurso de un reposo apacible en la lectura meditada, hecha en el umbral de una jornada silenciosa; pero uno y otro son los dos elementos que aseguran, al abrigo de las ilusiones, el equilibrio y la profundización generosa de nuestra vida por Dios.

René VOILLAUME

En el corazón de las masas

Madrid, Studium 1964. pp. 90-109

https://www.carlosdefoucauld.org/Biografias/Rene-Voillaume/Oracionpobregente.htm

Oración del hermano Carlo Carretto a Dios Padre

Aquí está la Oración “Vivir con Dios como dos esposos que se cuentan todo y son felices” del hermano Carlo Carretto (1910-1988), presidente de la Acción Católica Italiana que cofundó con el mismo espíritu que Carlos de Foucauld en 1956 los “Pequeños Hermanos del Evangelio ” y autor de Cartas desde el desierto”.

La oración del hermano Carlo Carretto “Vivir con Dios como dos esposos que se cuentan todo y son felices”:

“Dios era el Camino. Me tomó de la mano y me mostró el camino. ¡Cuántas veces he podido comprobar que era Dios tomándome de la mano! Estuve tentado a pensar que era yo quien estaba guiando mis pasos, pero había muchas oportunidades para experimentar que Dios me estaba guiando y que sin Él habría vuelto a caer en la nada. Cuanto más me alejaba, más discretos se volvían Sus toques. Habría pensado que me estaba enseñando sobre la libertad y quería que aprendiera a caminar por mi cuenta. Entonces era yo quien tenía miedo y lo buscaba porque, solo, caminaba mal y la noche se oscurecía. Pero la fe me ha enseñado a caminar en su compañía, a tomar decisiones con él, a vivir verdaderamente con él, como dos esposos que se cuentan todo y son felices. ¡Qué dulce es confiar en el Señor! ¡Qué paz para el corazón sentirlo presente en el hueco de toda vida! ¡Qué fuerte me siento cuando confío en Él completamente! Amén. «

Carlo Carretto (1910-1988)

Oración al Beato Charles de Foucauld, para pedir la gracia de tener un corazón misericordioso

 «Beato Charles de Foucauld, misionero del Sahara, Hombre activo con los enfermos y necesitados, a la vez que contemplativo de Jesús en la custodia. «Cuanto más se ama, más se ora». Entregaste tu vida en manos de un jovencito que disparó su arma y dejó tu cuerpo tendido en el suelo. Tu sangre hoy es semilla de nuevos cristianos y de innumerables conversiones a la fe del que dio su vida para que nosotros tengamos la Vida verdadera, sin odios ni rencores sino en la caridad y misericordia con el hermano que uno sabe en su corazón equivocado. Beato Charles de Foucauld, enséñanos a tener un corazón escandalosamente misericordioso y ardiente de amor como lo tuviste tú en este mundo terreno»

Carlos García Malo / Camino Católico.- “La fe es incompatible con el orgullo, con la vanagloria, con el deseo de la estima de los hombres. Para creer, es necesario humillarse”, decía el Beato Carlos de Foucauld, quien pasó de ser un aristócrata francés y militar mujeriego a un claro modelo de santidad y de quien hoy la Iglesia celebra su fiesta.

Carlos de Foucauld nació en Estrasburgo, Francia, en una familia aristocrática en 1858. A los seis años quedó huérfano y junto con su hermana fueron criados por su abuelo. Más adelante estudió con los jesuitas en Nancy y París. Ingresó al servicio militar, pero años después fue dado de baja por mala conducta y se marchó con su amante. Por aquel tiempo se produjo una revuelta y Carlos volvió al ejército. Cuando todo acabó, renunció a su puesto para estudiar árabe y hebreo.

Carlos de Foucauld, de unos 5 años de edad, junto a su madre y su hermana menor (ca. 1863). Fotografía expuesta en la iglesia de San Agustín (París).
Carlos de Foucauld, de unos 5 años de edad, junto a su madre y su hermana menor (ca. 1863). Fotografía expuesta en la iglesia de San Agustín (París).

En 1883, haciéndose pasar por judío, realizó una expedición por el desierto de Marruecos, hizo mapas de los oasis y recibió la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía. Asimismo exploró Argelia y parte de Túnez.

En 1886 tuvo una experiencia profunda de conversión. Le impactó la vida entre los seguidores del Islam y el ver que aquellas personas se tomaban muy en serio su religión. En cambio, él había tenido una historia de derroche de dinero y en aventuras.

Con la ayuda de un sacerdote y después de una sincera confesión, optó por una vida más austera, durmiendo en el piso y orando por horas. Peregrinó hasta Tierra Santa y pasó por muchos retiros espirituales. Con el tiempo ingresó al monasterio Notre Dames-des-Neiges de los monjes trapenses y tomó el nombre de Marie-Alberic. Fue enviado al Monasterio de Akbes en Siria y luego a estudiar a Roma. Sin embargo, optó por retirarse de los trapenses ya que los pueblos africanos alejados de la fe estaban constantemente en sus pensamientos.

Volvió de peregrino a Tierra Santa y retornó a Francia. Tras estudiar un tiempo para el sacerdocio, fue ordenado en 1901.

Ya como sacerdote se fue a vivir cerca de Marruecos con la intención de anunciar el Evangelio. Comenzó a comprar esclavos para liberarlos y evangelizaba en la tribu nómada de los Tauregs. Escribió varios libros sobre ellos y tradujo los Evangelios a su lengua. Logró establecerse en el corazón del desierto del Sahara en Tamanrasset (Hoggar, Argelia).

En 1909 fundó la Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón con la misión de evangelizar las colonias francesas de África. Los bereberes, personas pertenecientes a etnias al norte de África, decían que su bondad producía sentimientos amistosos hacia los franceses.

Sin embargo, el 1 de diciembre de 1916, el Beato Carlos de Foucauld murió en la puerta de su ermita por un disparo de fusil debido a una revuelta antifrancesa de los bereberes de Hoggar.

“Creo necesario morir como mártir, despojado de todo, tendido en el suelo, desnudo, cubierto de heridas y de sangre, de forma violenta y con una muerte dolorosa”, expresó en una ocasión, como presintiendo su muerte.

Diez congregaciones religiosas y ocho asociaciones de vida espiritual han surgido de su testimonio y carisma. Fue beatificado por Papa Benedicto XVI en 2005 y su fiesta litúrgica se celebra cada 1 de diciembre.

Pidamos por intercesión del Beato Charles de Foucauld la gracia de tener un corazón misericordioso:

Beato Charles de Foucauld,

misionero del Sahara,

apóstol de los tusregs.

Fuiste vizconde de Foucauld en Francia…

alejado de Dios en tu juventud te dejaste llevar por el mundo.

Última fotografía en vida de Carlos de Foucauld (ca. 1914-1915).
Última fotografía en vida de Carlos de Foucauld (ca. 1914-1915).

Fue el ardor de una oración musulmana la que te llevó de nuevo a la fe;

y después de muchas búsquedas

te entregaste a la Trinidad dentro de la Iglesia católica.

«Dios, si existes, házmelo saber».

Tu deseo era llevar con tu testimonio la fe a África.

Hombre activo con los enfermos y necesitados,

a la vez que contemplativo de Jesús en la custodia.

«Cuanto más se ama, más se ora».

Místico de nuestros tiempos,

cuántos hombres y mujeres han abrazado tu espiritualidad

y te han seguido por el camino de la entrega y del amor.

Entregaste tu vida en manos de un jovencito

que disparó su arma y dejó tu cuerpo tendido en el suelo.

Tu sangre hoy es semilla de nuevos cristianos

y de innumerables conversiones a la fe

del que dio su vida para que nosotros tengamos la Vida verdadera,

sin odios ni rencores sino en la caridad

y misericordia con el hermano que uno sabe en su corazón equivocado.

Beato Charles de Foucauld,

enséñanos a tener un corazón escandalosamente misericordioso

y ardiente de amor como lo tuviste tú en este mundo terreno. Amén.

Beato Charles de Foucauld, ruega por nosotros.

Carlos García Malo FacebookTwitterWhatsAppCompartir

Ocho relieves para orar con Carlos de FOUCAULD. Antonio OTEIZA

La Conversión

“Me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que vivir únicamente para Él”
(14 de agosto de 1901)

Lo prioritario, desde su conversión hasta el final de su vida, es la fidelidad absoluta, y sin interrupción, al amor apasionado que tiene a Jesús. Carlos tuvo la suerte de tener un corazón capaz de amar hasta el extremo. Desde que se sitúa, por acción de la gracia, en presencia del misterio de Dios encarnado en Jesucristo, arde en amor a Él.

Admira la Religiosidad Musulmana

En su viaje a Marruecos Dios le había tomado la palabra, dejando que fuese afectado por el impacto de los creyentes del Islam:

“El Islam produjo en mí una profunda convulsión… la visión de esta fe, de estas almas que viven en continua presencia de Dios, me dejó entrever algo de mayor envergadura y más verdadero que las ocupaciones mundanas: “Ad maiora nati sumus” (Nacimos para cosas más elevadas)…”

Traduce el Evangelio al Árabe y al Targui

Carlos quiere ver a Jesús en todo ser humano… Este deseo le conduce a actitudes concretas: quiere “llegar a ser del país”, hablar con los Tuareg en su lengua, compartir su estilo de vida y sus costumbres, desea que progresen en bienestar material y moral…

“teniendo para con todos bondad y afecto fraternal, sirviéndoles en todo lo posible, entrando en contacto afectuoso, siendo un tierno hermano para con todos…”

La Noche del Desierto

“Continuar en el Sahara la vida oculta de Jesús en Nazaret, n para predicar sino para vivir en la soledad, la pobreza, el trabajo humilde de Jesús.”
(abril, 1904)

Pasa largos momentos leyendo y meditando el Evangelio, donde encuentra las palabras y los ejemplos de Jesús a quien quiere imitar y seguir por amor. También pasó largos ratos ante el Santísimo Sacramento, donde su fe le dice que Jesús está presente con toda su fuerza salvadora para el mundo.

La Eucaristía y los Pobres

“Una caridad fraternal y universal que comparte hasta el último bocado de pan con cualquier pobre, cualquier huésped, cualquier desconocido que se presente.”
(2 de junio de 1901)

Si adora a Jesús presente en la Eucaristía, lo contempla también en los pobres con los que Dios en Jesús de Nazaret se identifica. Se pone fraternalmente al servicio de estos “pequeños” de los cuales habla Jesús.

El Hermano Universal

“Es el trabajo que prepara la evangelización: crear la confianza, la amistad, el apaciguamiento, la fraternidad…”
(17 de junio de 1904)

Imagina incluso una red fraternal de todos los bautizados: sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos, que serían voluntarios de una vida sencilla según el Evangelio, y para hacerse cargo responsablemente de los “más abandonados”. Anhela para todos estos voluntarios del Amor un corazón de “hermano universal”, como Jesús.

Vive entre los Tuaregs rezando y con un trabajo manual

“Así pues, debía imitar la vida oculta del humilde y pobre obrero de Nazaret.”

Enseña a las mujeres a hacer punto, proporciona semillas para los huertos de Tamanrasset… Con estas disposiciones interiores, uno no se asombra de su atracción por la vida de Nazaret: en ella Jesús se había señalado por la consideración, total y lúcida, de lo ordinario, lo diario, lo humano, lo real.

La muerte de Carlos de Foucauld

“Si el grano de trigo caído en tierra no muere, se queda solo; si muere, da mucho fruto; yo no he muerto, así que estoy solo… Pida por mi conversión para que, muriendo, dé fruto”
(a Suzanne Perret)

En Tamanrasset lo sorprende un grupo de rebeldes la tarde del día 1 de diciembre de 1916. Capturado en una emboscada, lo atan mientras saquean su residencia. El muchacho de quince años que lo vigila, asustado por la llegada súbita de dos soldados, dispara contra él a quemarropa.

PDF: Ocho relieves para rezar con Carlos de FOUCAULD, Antonio OTEIZA