Les invitamos a escuchar algunas de las iluminaciones que Monseñor Gustavo Carrara, Presidente de Cáritas Argentina, compartió con los participantes del encuentro y vecinos del Pueblo de Pipinas en el marco del Encuentro Nacional de la Red de Economía Social y Solidaria de Cáritas Argentina.
En esta instancia Monseñor nos comparte reflexiones acerca del ejemplo de Jesús en su misión Evangelizadora, la importancia del Trabajo y el cuidado por los más frágiles como puntos importantes a la hora de discernir nuestras prácticas.
Monseñor Gustavo Carrara es arzobispo de La Plata y presidente de Cáritas Argentina. También fue obispo auxiliar de Buenos Aires y primer obispo villero ad hoc del país. Acaba de lanzar la colecta anual bajo el lema “Sigamos organizando la esperanza”, inspirada en el papa Francisco.
El Evangelio de Lucas nos dice que «cuando Jesús empezó tenía unos treinta años» (Lc 3,23). Y en el Evangelio de Mateu se nos dice que «después de haber nacido Jesús en Bet-Lèhem de Judea, en tiempo del rey Herodes» (Mt 2,1). Así, si el rey Herodes el Grande murió en 4 a.C., Jesús nació antes de esta fecha. Y si su ministerio duró unos tres años, cuando Jesús «compareció ante el gobernador (Pilatos)» (Mt 27,11), que gobernó Palestina durante diez años, entre el 26 d.C y el 36 d.C., Jesús de Nazaret debería de nacer probablemente entre los años 7 a.C y el 4 a. C, muriendo un viernes cerca de la Pascua judía, el 14 de Nisan en el calendario hebreo, que corresponde al 7 de abril del año 30 d.C. o el 3 de abril del año 33 d.C.. Podemos concluir que Jesús de Nazaret probablemente empezó a predicar entre los años 27 d.C. y 29 d.C., después de ser bautizado por Juan el Bautista, reinando Tiberio Cèsar.
Teniendo en cuenta que en tiempo de Jesús, si una persona sobrevivía a la infancia, podía vivir hasta los cincuenta o sesenta años, Jesús sale a predicar por Palestina con plenitud de edad. Nos podemos preguntar: Cómo ha sido hasta este momento la vida de Jesús en Nazaret? Volviendo al principio, tenemos lol que nos dice el Evangelista Mateu: «Muerto Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto, y le dijo: Prepárate, toma el niño y su madre, y vete a la tierra de Israel, pues ya han muerto quienes maquinaban contra la vida del niño. Él se preparó, tomó el niño y su madre, y entró en tierra de Israel» (2,19-21). Ni Galilea ni Nazaret eran dignos de ser el lugar de origen de Mesías, es por eso que Mateo lo sitúa en Bet-Lèhem. «Pero, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí. Asi que, avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir en un pueblo llamado Nazaret» (2, 22-23).
Nazaret era un pueblo pequeño, con una población estimada de unas trescientas personas. La vida era sencilla, con una economía basada en la agricultura, el pastoreo y los oficios manuales. Jesús creció en una familia judía humilde pero piadosa. Maria, su madre, y José, su padre, jugaron un papel importante en su educación religiosa y formación moral. Según los Evangelios, Jesús tenía hermanos. El Evangelista Mateu nos dice: «¿No se llama Maria su madre, y sus hermanos, Jaime, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no viven todas entre nosotros» (13,55-56). Como cualquier niño judío, Jesús asistió a la sinagoga local, donde aprendió a leer y recitar la Torà. También participó en las festividades y tradiciones judías, como el descanso de los sábados. En el Evangelio de Lucas, después de decirnos que Jesús «crecía y se fortalecía y se iba llenando de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en él» (2,40), menciona que, a los doce años, Jesús impresionó a los maestros del templo en Jerusalén con su sabiduría, mostrando ya su singular relación con Dios: «Todos cuantos le oían estaban estupefactos, por su inteligencia y sus respuestas» (2, 47). Después, continúa el Evangelista Lucas, «Jesús bajó con ellos, fue a Nazaret y los era obediente… Jesús crecía en sabiduría y aumentaba en gracia tanto ante Dios como ante los hombres» (2, 51-52).
Así, pues, Jesús creció en un contexto rural, próximo a la naturaleza, pero también expuesto a la influencia de la cultura grecorromana y los conflictos sociales entre judíos y romanos. Como joven judío, experimentó las tensiones de vivir bajo la ocupación romana y la pobreza de su pueblo, lo cual influenció su mensaje posterior sobre la justicia y la misericordia. Jesús trabajó junto a su padre, aprendiendo el oficio de técton, palabra griega que se traduce como carpintero, pero que también puede referirse a un artesano o constructor: «¿No es este el hijo del carpintero?» (Mt13, 55). La carpintería implicaba construir herramientas, muebles y estructuras, además de trabajar con piedra y madera, materiales comunes en la región. La vida de Jesús en Nazaret fue un conjunto de trabajo humilde, formación religiosa y vida comunitaria típica de un judío del siglo I en Galilea. Este periodo de vida sencilla y próxima a las dificultades de la gente común lo preparó para su ministerio posterior, en el cual proclamó un mensaje profundamente arraigado en la experiencia cotidiana de su pueblo.
Ha habido un discípulo de Jesús de Nazaret del siglo XX, Carles de Foucauld, que ha valorado mucho el tiempo de Nazaret, en el sentido de que si por nuestra redención Jesús vivió treinta y tres años, y treinta en Nazaret, habrá que valorar mucho lo que nos quiere enseñar y valorar: la vida humilde de un pobre obrero, insertado en una familia y una comunidad. Esto es el que dice el hermano Carlos en un retiro que hace viviendo en Nazaret, el 6 de noviembre de 1897: «Y como Él venía a la tierra para rescatarnos, enseñarnos, y para hacerse conocer y estimar, ha tenido a bien darnos, desde su entrada en este mundo y durante toda su vida, esta lección del desprecio de las grandezas humanas, del desinterés completo de la estimación de los hombres… Ha nacido, vivido y muerto en la más profunda abyección y los últimos oprobios, habiendo elegido de una vez para siempre, de tal manera el último lugar que nadie ha vivido más bajo que Él». Y más adelante escribe: «Vuestra vida era la de un hijo modelo, viviendo entre un padre y una madre pobres obreros. Esto era la parte visible. La parte invisible era la vida en Dios, la contemplación en todos los instantes». Y al referirse en la vida pública nos dice: «Fue una vida de fatiga: aquellas caminatas continuas, los largos sermones, los retiros en el desierto, sin abrigo, no eran sin grandes fatigas. Sufrimientos materiales: la intemperie de las estaciones, las noches sin abrigo, la alimentación tomada irregularmente; Sufrimientos morales: la ingratitud de los hombres, sus orejas cerrándose a mi voz, su mala voluntad, endurecimiento, todas las miserias humanas del cuerpo y de las almas que diariamente experimentamos…; Persecución: Perseguido por todas partes y por todos; en Jerusalén y en Nazaret se me quería lapidar y despeñarme». Cómo dice el Evangelio de Lucas: «Al oirr esto, todos se indignaron en la sinagoga y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta un saliente de la montaña, sobre el que se elevaba el pueblo, con ánimo de despeñarlo. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó» (4,28-30).Y cuando habla de la Pasión de Cristo nos dice: «El perfecto servidor tiene que ser como su Maestro. Seguir el más exactamente posible todas vuestras enseñanzas y vuestros ejemplos mientras que vivimos y morimos por vuestro Nombre, he aquí el medio de estimaros y probaros que os estimamos». Y al hacer referencia a la Resurrección dice: «Cuando estemos tristes, desanimados de nosotros mismos, de los otros, de las cosas, pensamos que Jesús está glorioso, sentado a la diestra del Padre, bienaventurado por siempre jamás, y que si le estimamos como debemos, el gozo del Ser infinito tiene que estar infinitamente por encima de nuestras almas, sobre las tristezas provenientes de estar agotados y, por consiguiente, ante la visión de alegría de Dios, nuestra alma tiene que estar joiosa y las penas que lo ahogan desaparecer como las nubes ante el sol». Y cuánto se estima, «no encontraremos perfectamente empleado todo el tiempo pasado junto al estimado? No es este el tiempo mejor empleado, excepto aquel donde la voluntad, el bien, del ser querido nos grita por otro lado?».
Para concluir, Jesús el obrero de Nazaret, toda su vida fue la de un pobre integrado en su familia y en su comunidad, y que cuando predica el Reino de Dios lo hace como un pobre y con medios pobres, muriendo desnudo por nosotros en una cruz, llamando a la fraternidad y condenando el dinero injusto. Sería una contradicción flagrante que sus seguidores, que tenemos que ser otro «Cristo», vivamos como ricos insolidarios de los hermanos que más sufren; que nuestros templos, hogares y monasterios, que tienen que ser humildes, como lo fue el hogar de la Familia de Nazaret, sean suntuosos; y que el anuncio del Reino de Dios, en vez de hacerlo como lo hizo el obrero de Nazaret, con medios pobres, lo hagamos como si fuéramos una multinacional cualquiera. El Reino de Dios va pasando de mano en mano, de corazón a corazón, en el testimonio de vida que hace cada uno de los cristianos: por la bondad, el amor y la amistad.
Con el propósito de preparar la fiesta de San Carlos de Foucauld, invitamos a los equipos de Cáritas de Valencia a celebrar la Semana de Nazareth.
¿En qué consiste la Semana de Nazareth?
ORACIÓN – ACCIÓN ARTESANAL – FRATERNIDAD. En estos tres ejes vivir cada uno de los días, desde el lunes 25 de noviembre hasta el domingo 01 de diciembre, festividad de San Carlos de Foucauld.
En la mañana, hacer un momento de ORACIÓN juntos (rosario, Hora Santa, laúdes, etc.). En un segundo momento, hacer una ACCIÓN ARTESANAL, con sus manos, en los lugares más humildes y para los más pobres, como lo hiciera Jesucristo en Nazareth (por ejemplo: reparar muebles, pintar paredes, asear la casa de un anciano, arreglar un jardín, etc.). Debe ser una acción todos juntos y artesanal. Y por último, vivir la FRATERNIDAD, es decir, tener un momento de reunión fraterna, de encuentro de hermanos. Escucharse. Ayudarse. Apoyarse.
Nazareth es donde Jesucristo vivió la mayor parte de su vida: oculta, discreta, humilde… Alguna lección tiene para nosotros.
Los invitamos a vivir esta experiencia como hermanos. Pueden compartir testimonios por el grupo de WhatsApp.
Vamos a Nazareth, en lo humilde y escondido, seguro nos espera el Divino Maestro.
Queridos hermanos y hermanas, La Asamblea General Internacional 2024 en Canadá está llegando a su fin. ¡Qué semana increíble compartimos juntos! Nos enriquecimos unos a otros con momentos significativos de compartir, oración y celebración. En cada uno de estos momentos, nuestro amor por Jesús y nuestro profundo compromiso con la vida y el mensaje de nuestro Hermano Charles de Foucauld se han manifestado a través de los muchos frutos del Evangelio en nuestras vidas. Así como la semilla en el suelo germina, cobra vida y produce frutos, la semilla de evangelio plantada en lo profundo de nuestros corazones cobra vida en la vida resucitada de Cristo. Ahora estamos volviendo a casa con un corazón alegre y ardiente y un profundo deseo de compartir estas frutas con nuestras hermanas y hermanos en la Hermandad de todo el mundo. Volvamos a Nazaret !!!
En el evangelio de la infancia, Nazaret está estrechamente unido a Belén.
En este tema de Nazaret es menester profundizar, recorrer caminos nuevos, porque Nazaret es ante todo un acontecimiento sobre el cual el Nuevo Testamento no ha insistido mucho. Además no existe en el Antiguo Testamento. Y, sin embargo, para la fe y para la reflexión cristiana, Nazaret es un encuentro que no se puede soslayar. De otro modo no se pueden comprender algunas declaraciones de Jesús que están sostenidas por la referencia a Nazaret, por su experiencia allí, por su actitud durante esos 30 años. Se trata de un acontecimiento-revelación como los hay en el Antiguo Testamento, acontecimientos acompañados normalmente por palabras o gestos interpretativos inspirados por el Espíritu Santo y comentados e interpretado en el momento mismo o más tarde por los profetas.
Pero Nazaret es, sobretodo, un acontecimiento. No hay muchos comentarios que lo interpreten, solamente algunas líneas en el Nuevo Testamento. Somos invitados, con mayor fuerza aún que por Belén, a la meditación. Y una meditación que obliga al cristiano que quiere hacer de Nazaret la fuente de su vida espiritual a abrir casi toda la Biblia y a buscar en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento un reflejo, una conexión con estos treinta años de vida escondida, de esta vida tan sencilla de Jesús. Si no somos capaces de contemplar,no encontraremos nunca Nazaret, porque Nazaret obliga a contemplar largamente (no a adivinar lo que no existe) intentando comprender lo que está ahí escondido.
Nazaret es ante todo un signo, una palabra que Dios nos da, que Jesús nos ha dicho con su vida. Quizá Jesús interpretaba su experiencia de Nazaret cuando decía palabras como estas: “A quien se encumbra lo abajarán y a quien se abaja, lo encumbrarán” (Mt 23,12) Estas palabras se encuentran en varios sitios del Nuevo Testamento. ¿Significa eso que Jesús tenia la costumbre de resumir así el lugar del hombre frente a Dios? Abajamiento y exaltación serían como la llave de su experiencia humana en el horizonte del plan de Dios, de la exaltación de la Pascua. Pero si es así estamos obligados a llegar a Nazaret para comprender la provocación de ese abajamiento y de la sencillez que él elogia.
Nazaret no pertenece a las grandes páginas del Nuevo Testamento. Sólo algunas palabras y de una manera indirecta. Pero sería menester leer el conjunto de las declaraciones de Jesús para encontrar la resonancia de Nazaret. Lo que extraña es que no haya nada en el Antiguo Testamento sobre Nazaret. Se pueden recorrer las carreteras de Galilea y cada dos o tres kilómetros encontrar una página del Antiguo Testamento que interpreta un lugar u otro de Palestina y, sobre todo, de Galilea. Hay ciudades que salen mucho, pero nada Nazaret. Esto provoca una reflexión en cuanto al lugar de Nazaret y al hecho de que Jesús sea llamado “el nazareno”, como dicen Mateo y Marcos.
Nazaret es un pueblo que no pertenece ni a la historia de los hombres –los grandes caminos como la “via maris” que va de Damasco hasta Meggido y después Egipto, no pasan por Nazaret – ni a la Historia de la Salvación, a la historia de Dios en el Antiguo Testamento. Y, sin embargo, él será llamado “nazareno”, como nos lo dice Mateo.
He aquí el horizonte delante del cual hay que situarse para comprender el misterio de Nazaret en la contemplación. Y también en las contradicciones, pues no es fácil comprender el misterio y el mensaje de Nazaret. Y, sin embargo, Jesús vivió treinta años en este pequeño pueblo.
En la Escritura, disponemos de tres temas, de tres referencias evangélicas, sobre Nazaret: 1º.- Jesús en Nazaret, sus treinta años de vida en Nazaret (Lc 2, 39-52; Mt 2, 23); 2º.- Jesús rechazado en Nazaret (Mt 3,58; y paralelos); 3º.- Jesús rechaza Nazaret. Veremos que es Él el que se va, que toma sus distancias en relación a Nazaret.
Jesús en Nazaret
Tanto Mateo como Lucas nos ofrecen algunas líneas de orientación para acercarnos a Nazaret. Es conocido el texto de Lucas 2, 39-52 donde el evangelista habla de la llegada de Jesús a Nazaret, de su visita al templo de Jerusalén (la “casa de su Padre”) y, por fin, su regreso a Nazaret. En este primer texto nos damos cuenta que la palabra más misteriosa de Jesús, que se intenta interpretar, es la primera que tenemos de él, a los doce años, cuando contesta a sus padres dándoles la razón por la que se quedó en el templo. Se traduce de diversas maneras: “Debo interesarme por las cosas de mi Padre”, “Tengo que estar en la casa de mi Padre” u otras interpretaciones. Creo que ahí se esconde algo que nos acerca al misterio de Nazaret, sobre todo por esta referencia a las “cosas de su Padre”, que vuelve varias veces en la vida de Jesús, especialmente en Lucas que lo traducirá más tarde por: “Hace falta, es necesario para mi, cumplir la voluntad de mi Padre, obedecer a mi Padre”. Existe siempre en el Evangelio de Lucas esa urgencia de fidelidad, de obediencia al plan del Padre.
Creo que es en esta línea como hay que comprender Nazaret según Lucas. Lucas nos dice que Jesús llega a Nazaret como Hijo obediente al Padre. La primera palabra de Jesús en Lucas es: “Tengo que interesarme por el plan, por las cosas de mi Padre”, y su última palabra en la cruz: “Padre, confío mi alma en tus manos”. Encontramos siempre en Lucas esta gran referencia de la obediencia al plan del Padre. Después de la formula típica de Lucas “es menester, es necesario quedarme en el horizonte de mi Padre”, añade que José y María no acabaron de comprender lo que les decía, y, sin embargo “Jesús volvió con ellos a Nazaret y les estaba sumiso”. Se podría decir que para Lucas Nazaret significa obediencia. El misterio de Nazaret es un misterio de obediencia. Y no hay que reducirlo a algunos gestos de obediencia, sino buscar el sentido de treinta años de obediencia. El nivel más profundo que tenemos que buscar y escuchar es el del “Sí” de Jesús a su Padre y a sus padres en Nazaret. En esta línea descubriremos todo el evangelio de Lucas. Se comprende Nazaret a la luz del evangelio de Lucas y se comprende también que el evangelio empieza efectivamente en Nazaret.
Para Mateo, nazareno es también una palabra misteriosa. Aquí Jesús no vuelve a Nazaret desde el templo de Jerusalén como en Lucas, sino a partir del exilio. Jesús había tenido que dejar Belén por culpa de Herodes y huyó a Egipto. Una vez alejado el peligro, va a Nazaret, el pueblo de María. Sin embargo, la fuerza del anuncio de Nazaret, cuando se escucha a Mateo, no se sitúa ahí. La fuerza del mensaje está en el título que se da a Jesús: “se llamará nazareno”, título que darán también a sus discípulos. “Se llamará” para la Escritura significa “será” el nazareno, realizará su identidad de nazareno, será siempre un nazareno. Y esto, nos dice Mateo, “para cumplir las Escrituras”. Pero, ¿qué Escrituras hablan de nazareno? Hay que comprender esta palabra según la exégesis y el conocimiento del Antiguo Testamento y también del conjunto del Nuevo Testamento, pero siempre con la preocupación de no encerrar ni reducir en una definición la vida de Nazaret.
Se encuentran en la Biblia dos ecos que nos conducen hacia el sentido de Nazaret, uno de ellos está en Isaías 42,6 y 49,6. Se trata del texto del Siervo de Yahvé: la palabra hebrea utilizada corresponde a Nazaret. Significa “escondido por Dios”, “mantenido a parte por Dios”, “reservado por Dios y para Dios”. Y los exegetas dan el mismo sentido a la palabra “nazir”, “nazareno”, como había sido Juan Bautista, Sansón y otros y que significa también “consagrado a Dios”, “reservado para Dios”. Si esto es así, hay que decir que Nazaret, nazareno, (para Mateo existe una relación entre los dos textos) nos habla de la total disponibilidad a Dios, de tiempo para Dios, de existencia al servicio de Dios. Pero eso lo dice de una manera misteriosa, no evidente. Es una disponibilidad, una pertenencia a Dios, que no es evidente, que no es reconocida, pero cuyos efectos se perciben después. Se podría decir que ser nazareno es más un interrogante que una respuesta, porque la palabra no corresponde a la teología corriente, a la interpretación corriente. Es un interrogante, una provocación. En esto se nota el estilo de Dios en la historia. No actúa para responder a las preguntas, sino para provocar preguntas. Es una presencia que provoca preguntas, no que resuelve las preguntas planteadas. Una presencia que provoca, eso es Nazaret. No es algo cerrado, sino abierto a la búsqueda. Se llega a Nazaret para buscar. He insistido un poco sobre el texto, pero es siempre el texto que hay que escuchar y volver a escuchar. Para llegar a Nazaret somos llevados en dos líneas: la de la obediencia y de “reservado para Dios”.
Orientándonos en la línea de la meditación bíblica del midrash, comprendemos que obediente, según Lucas, es el que hace “la voluntad de su Padre” y realiza el plan de su Padre. Y esta obediencia nos hace coincidir con un gran tema del Antiguo y del Nuevo Testamento: ¿No sería Jesús en Nazaret el reverso de la primera pareja humana que proyectó ser como Dios, que desobedeció a Dios?. Tenemos al obediente, a Jesús, enfrentado con la no obediencia original (Rom 5, 12-21).
Si se quiere profundizar más en este tema de Nazaret como obediencia en Lucas, hay que recurrir a otros textos, por ejemplo: 1 Samuel 15,22-23 donde Samuel reprocha a Saúl el sacrificio sin la obediencia: “La obediencia vale más que el sacrificio” (v.22), un sacrificio en la desobediencia no tiene significado, no tiene fuerza. También recurrimos a los textos del Siervo de Isaías, que todas estas páginas nos evocan.
Nazaret quiere decir obediencia en el sentido pleno, en el sentido profundo de la palabra sacrificio. El primer sacrificio es la obediencia y para insistir un poco más, es nazareno el que obedece, el que está al servicio de Dios, que está reservado para Dios y para su plan.Coincidimos aquí también con los textos del servidor. Esta es nuestra primera reflexión en torno a Jesús en Nazaret.
Jesús rechazado por Nazaret
Otra página que nos ayuda a acercarnos a Nazaret y a entender su mensaje, es cuando Jesús es rechazado por los nazarenos. Lo que sorprende es que los cuatro evangelios, incluido Juan, nos hablan de este rechazo de Jesús por parte de Nazaret. Para ser exacto hay que decir que no sólo ha sido rechazado, sino excomulgado de la comunidad de Nazaret, expulsado oficialmente de la sinagoga, como era la costumbre y el estilo de la época. ¡Jesús excomulgado de la comunidad de Nazaret! Es una página que evidentemente nos desconcierta.
Los evangelios nos lo recuerdan según tres líneas de interpretación, cada una un poco diferente: ¿Por qué Jesús fue excomulgado? ¿Por qué Nazaret se cierra en banda frente a Jesús? ¿Por qué no reconoce a Jesús?
En primer lugar, porque es de tal manera uno de nosotros, uno de nuestro pueblo en medio de nosotros, que no puede ser extraordinario, que no aceptan que sea extraordinario cuando vuelve a Nazaret. Es lo que nos deja entender la reflexión de Mateo (13,53-58) y de Marcos en el texto paralelo 6,1-7: “es uno de nosotros”. Lucas coloca el episodio de Nazaret al principio de su evangelio. Jesús empieza por “ser” de Nazaret antes de allí ser rechazado. ¿Por qué, según Lucas, Nazaret rechaza a Jesús? Nazaret rechaza a Jesús porque habla de misericordia y de universalismo. “Había en los tiempos de Elías varias viudas […] En los tiempos de Eliseo muchos leprosos […]”
Juan, por su parte (7, 1-10) constata que los que rechazan a Jesús son los de su familia, sus primos. Se percibe que el motivo de rechazo en Juan es que Jesús es un hombre, sencillamente un hombre como los demás. Es de origen modesto, no puede pretender entrar en la historia, no se puede creer en él si sale de Nazaret. Es más o menos lo que ocurrió al joven David frente a sus hermanos.
En todo el evangelio de Juan se encuentra este tema: “¿Algo bueno puede salir de Nazaret?” Pone esta palabra en la boca de Natanael, (Jn 1,46), y también cuando Jesús habla del pan de vida (Jn 6, 41-42). ¿Nos puede hablar de estas grandes cosas, dado que sabemos quién es y que conocemos a sus padres? Después, en Jerusalén, surge la gran cuestión de su identidad. Siendo de Galilea, ¿cómo es que nos puede hablar? “Veras que de Galilea no surge ningún profeta” (Jn 7, 40-52).
Se puede decir para resumir este tema que Nazaret rechaza a Jesús porque es un hombre. Era en tal grado un hombre normal, un hombre como los demás, formaba de tal modo parte de lo cotidiano, que comprometía su credibilidad, su mensaje, con ese mensaje más profundo de su identidad humana. Era tan hombre que eso es lo que hace que los nazarenos lo rechacen. No se acepta que el hijo de María y de José, como lo creían, nos ofrezca un Dios tan presente en lo cotidiano. Se busca una presencia de Dios en lo extraordinario, no en lo ordinario, en el diario vivir. Se tenía una teología de lo extraordinario, no de lo humano, de lo normal. Por eso mismo Nazaret rechaza a Jesús.
Jesús rechaza Nazaret
No sólo Jesús en Nazaret, y Jesús rechazado por los nazarenos, sino que Jesús rechaza Nazaret y los nazarenos. Leemos también esta página en los evangelios y es preciso comprenderla. Llega un momento en que Jesús no se reconoce como nazareno. Si las otras dos páginas deben ser comprendidas y profundizadas, esta tercera no es tan fácil de aceptar. ¿Significa eso que hay un momento en que hay que salir de Nazaret? ¿De qué Nazaret hay que salir?
Los textos son evidentes cuando se reflexiona sobre ellos en el conjunto de los evangelios y de la historia de Jesús. Nazaret se sitúa fuera de la historia oficial, tanto la de los hombres, como la de la salvación de Dios, pero no es eso lo que alejará a Jesús, incluso se podría decir lo contrario. Si ha elegido Nazaret es porque allí se vivía la historia, la más sencilla, la más humana. Pero se percibe al final, en el periodo último de la vida de Jesús, que hay un cierto Nazaret con el que hay que tomar distancias en un momento determinado. Cuando Nazaret se manifiesta cerrado a Dios y a sus sorpresas, cerrado a los hombres y al universalismo, en este momento hay que abandonar Nazaret.
Hay un texto que se lee en los tres evangelios, donde Jesús rechaza a sus parientes, su madre, sus hermanos cuando se encuentran con ellos en Cafarnaún (Mc 3, 31-35). Eso se ve también en los textos paralelos de Mateo y Lucas. Jesús ha elegido una nueva familia, abierta a la palabra de Dios, que escucha la palabra y la realiza, que se deja conducir por Dios. Esta familia más grande no es la de Nazaret.
Existe otro texto más fuerte aún en los evangelios. Es una declaración de Jesús, que se repite, en la que declara a sus discípulos que pueden encontrar tentaciones y riesgos si se quedan demasiado estrechamente unidos a las seguridades que vienen de la familia. “He venido para ser espada que separa padres de hijos”. Esta es la traducción exacta de la palabra de Jesús y no se puede dudar de ello leyendo Mt 10, 14-47. ”No creáis que he venido a traer paz […]”, “Quién ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí”[…] En el texto de Lc 14, 26-29 y 18,29, que es más completo, por estar orientado en tres direcciones, se ve que hay que preferir Jesús al padre o a la madre, o sea, a la familia de origen; preferir Jesús a los hermanos y hermanas, es decir, al clan de apoyo, al “pueblo” es decir, al medio donde uno se siente seguro y, en fin, preferir Jesús a la mujer y a los hijos, es decir, a crear un hogar.
Hay ahí varias indicaciones sobre la manera de vivir la libertad, pero también sobre la primacía de la referencia a Cristo frente a otras seguridades, sean afectivas o sociales. Esta página está para nosotros cargada de sentido y, como sucede varias veces en el evangelio, nos obliga a comprender cuál es la actitud de cara a Nazaret.
Hasta aquí los textos sobre los que podemos reflexionar y meditar para comprender todo el horizonte de Nazaret: Jesús en Nazaret, Jesús rechazado por los nazarenos, y Jesús que rechaza Nazaret, al menos, un cierto tipo de Nazaret.
Hay tres temas a propósito de Nazaret y gracias a ellos podemos acercarnos cada vez más a la meditación, a la comprensión del mensaje de Nazaret. Serian: sencillez, vida cotidiana y tiempo para Dios.
Sencillez
En Nazaret existe un mensaje y un signo de sencillez. Llegando a Nazaret nos encontramos en el camino opuesto al de los grandes acontecimientos de la época, tanto de los acontecimientos humanos, como de los acontecimientos de salvación. Parece como si se tuviera que salir de la historia de la salvación para llegar a Nazaret. ¿Cómo comprender esta llamada de Nazaret, cómo llegar a ella con una actitud exacta de fe y también de acercamiento a la vida?
Antes de nada hay que saber que este camino hacia la sencillez había sido ya indicado en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, cuando se decía que a Dios, se le encuentra después que haya pasado. A Dios solo se le ve “de espaldas”. “No estaba en la tormenta, ni tampoco en el terremoto…” Se le percibe cuando ya ha pasado, en la pequeña marca que deja en la historia y que se descubre después.
Nazaret recuerda en esto las grandes páginas del Antiguo Testamento y de la experiencia de fe. Ya en el Sinaí Dios hablaba de un encuentro en la sencillez (1 Reyes 19, 9-18 y Éxodo 33,18-34,8). Otra indicación bíblica nos permite situar Nazaret en la experiencia posible de Dios. Hay que prestar atención a las declaraciones de san Pablo y del mismo Jesús cuando nos dice que Dios ha elegido para revelarse las cosas sencillas, pequeñas, y no las grandes páginas de la historia (1Cor 1, 18-25) y también la provocación extrema de Pablo 2 Cor 12, 7-9 cuando grita a Dios “Basta, no resisto más” y la respuesta es: “Mi gracia te basta, mi fuerza se manifiesta en tu debilidad”.
El tema de la simplicidad está en el centro de la verdadera experiencia de Dios. El camino de la sencillez va exactamente al contrario de la gran historia y de las apariencias evidentes a primera vista. Es en esta línea que nos ponemos de rodillas delante de la Eucaristía. Los signos de la presencia de Dios son signos de una sencillez extrema, no hay que olvidarlo: Nazaret y la Eucaristía.
Es así como Jesús echó a perder la credibilidad fácil, popular de su mensaje (popular no del pueblo, sino superficial). En Nazaret no podían sospechar que estaban tratando con el misterio y es por eso que Nazaret permanece como una provocación misteriosa. Únicamente si se descubre Nazaret, si se percibe Nazaret, se vive el asombro de la sorpresa y de la alegría. Pero nadie es obligado a llegar a Nazaret.
Y ahí surge la cuestión: ¿Cómo ser ciudadano de Nazaret hoy en la Iglesia? ¿Cómo continuar dando testimonio hoy de la simplicidad de Nazaret? Me parece, que tenemos que ser signos discretos, es decir, signos que están ahí sin esperar resultados, signos gratuitos, si queréis, no programados, si nos podemos expresar así, en función de los resultados. Uno da, ofrece y, quizá, alguien se da cuenta. No ser violento, no imponerse, sino ser sencillo.
Evidentemente en la manera concreta de realizar estos signos sencillos y discretos habrá variantes según el tiempo y las situaciones. Las presencias discretas pueden ser diversas. Sin embargo, incluso si esto es verdad, aunque las presencias sean diferentes, el camino de Nazaret, el criterio de Nazaret, nos obliga a alejarnos de la tentación de los gestos inmediatamente eficaces, que producen frutos, que son organizados para producir frutos. El camino de Nazaret, la sencillez de Nazaret, nos piden renunciar a una actitud de protagonistas en la historia. Sencillez que no solo es opuesta a protagonismo, sino que corrige continuamente, que pide la conversión de la tentación de protagonismo, de ser responsables de las grandes tareas de la historia.
La vida cotidiana
Es el otro mensaje de Nazaret o la otra manera de comprender, de meditar, de llegar a la fuente de Nazaret. La vida cotidiana es muy cercana a la sencillez, pero quisiera hacer referencia a ese otro aspecto de Nazaret, para que lo escuchemos y lo meditemos. Lo que nos interesa aquí es que Jesús en Nazaret nos ha anunciado, viviendo la vida cotidiana, que Dios estima la vida del hombre, y la estima tanto que la ha elegido y la ha vivido.
Aquí hay algo que no es sólo la tentación del hombre, sino también la de la cristiandad: la tentación de los grandes signos…. incluso a veces el signo de la caridad, el gran signo de la caridad o de la santidad heroica, cuyos resultados se pueden poner en evidencia. Y Nazaret nos advierte quizá que no es exactamente esa la elección de Jesús. La otra tentación, que está estrechamente ligada a la primera, son las grandes declaraciones, las declaraciones apologéticas, demostrativas, para poner en evidencia las buenas intenciones del cristianismo en la historia y que comprometen, a veces, los resultados. Es la tentación de interpretar, de agotar el sentido de un signo que deja de ser signo cuando se define. No queda ya sorpresa o mensaje que descubrir, cuando se pretende presentarlo. Se destruye el signo, cuando se habla demasiado de él.
Frente a esta tentación que no permite que el diario vivir permanezca misterioso, es decir fuente de reflexión, de descubrimiento y también de mensaje, conviene insistir, para tranquilizar a los hombres y mujeres de hoy, en que la vida cotidiana de trabajo con los contactos y relaciones normales es evangélica,y es incluso la finalidad del mensaje evangélico.Lo extraordinario sigue siendo extraordinario, pero el gran mensaje de Nazaret es normal y cotidiano, si se trata verdaderamente de Nazaret. Esa es la tentación de siempre: buscar lo extraordinario para sustraer al cristianismo de lo normal, de lo cotidiano. Quiero añadir incluso que si la normalidad, lo cotidiano es el mensaje de Nazaret, no hay que olvidar que existen muchas tentaciones para salir de Nazaret. Es difícil permanecer en Nazaret.
La fidelidad a Nazaret no es espontánea, no es algo que se mantiene fácilmente en su fuerza original una vez que se ha conseguido. Es evidente que para permanecer en Nazaret hay que alimentar el espíritu de Nazaret, hay que motivar lo cotidiano de Nazaret y motivarlo continuamente. Es decir, que a Nazaret se llega con obediencia y generosidad, no con fantasía. Y se permanece por un acto de fidelidad, podríamos decir, por un acto de amor, no por ventajas personales o en búsqueda de equilibrio. La fidelidad a Nazaret es abierta, no cerrada, pero para vivirla hay que saber decir “no”, rechazar opciones que podrían de alguna manera disminuir la seriedad de Nazaret, la fidelidad fundamental a Nazaret. Hace falta a veces salir de Nazaret para volver a entrar de nuevo, para volverlo a encontrar a un nivel más exacto, más evangélico. Nazaret no es vivir lo cotidiano sin conversión, es un cotidiano que exige una conversión continua. Por eso, se puede ser infiel a Nazaret adoptando un Nazaret cualquiera.
Añadiría también que no hay que tener prisa en alcanzar el último grado de radicalidad de Nazaret. Se camina paso a paso, sin tener la pretensión de tener ya la plena ciudadanía del Nazaret de Jesús. Esta es la sencillez, la humildad indispensable a Nazaret, donde se va renovando la fidelidad.
Tiempo para Dios
Nazaret no es solo la sencillez, lo cotidiano, sino que es también un tiempo para Dios. Hay algo muy serio que tenemos que comprender, en este “tiempo para Dios”. Hay que preguntarse por qué treinta años de Nazaret y sólo tres de vida pública. Esta indicación tan sencilla nos obliga a reflexionar. Treinta años sin mensaje, sin conversión, sin anuncio del evangelio, sin milagros, salvo los inventados por los apócrifos.
Esto requiere una visión, una actitud de fe muy profunda y quizás no muy corriente en la mentalidad actual. Intentando interpretar este último mensaje del “tiempo para Dios” diremos que en Nazaret se aprende que lo más valioso es el hombre ordinario, más que las cosas y los hombres extraordinarios, lo que vale en Nazaret es la otra cara de las cosas, las relaciones cotidianas, más que las relaciones importantes y las cosas extraordinarias. Lo que vale en Nazaret es evidentemente este “tiempo para Dios” más aún que el “tiempo para los hombres”. No es totalmente exacto, pues no se pueden oponer estos dos tiempos, pero la motivación, la elección es diferente.
¿Cómo comprender este “tiempo para Dios”? En la Biblia se encuentra el tema del tiempo, el tiempo al servicio del plan de Dios que se acepta, se comprende y se intenta respetar. Es el tiempo en que se descubre que Dios obra en la historia, el tiempo del “kairos”, de estas intervenciones de Dios en la historia que da alegría contemplar. Es un tiempo de contemplación, un tiempo para descubrir el plan de Dios, entrar en él para colaborar y no para hacer otros planes. Es el registro contemplativo o el momento contemplativo de la historia. Contrario a él, y muchas veces más evidente, es el registro de las tentaciones, del cual ya he hablado, es decir, el deseo de realizar las obras que consideramos urgentes en lugar de respetar las obras de Dios y de colaborar con ellas. Tener otro plan debido a la preocupación por entrar en la historia y actuar en ella. Esta tentación, que es contraria a la actitud del “tiempo para Dios”, consistiría en pedir a Dios que entre en nuestro tiempo humano con sus milagros en vez de entrar nosotros en la simplicidad de la historia querida por Dios. Sería la búsqueda de lo extraordinario y, de alguna manera, pedir a Dios que transforme la historia que hemos organizado, en lugar de dejarnos transformar por la sencilla historia que ha organizado Él.
Para concluir: la verdadera espiritualidad de Nazaret a propósito del “tiempo para Dios” nos pide momentos de contemplación de la providencia ordinaria de Dios sin invocar siempre la providencia extraordinaria. Contemplar la providencia ordinaria, cotidiana de Dios, con la cual conduce la historia de cada día. Nos pide que colaboremos con su plan de una manera subordinada, un plan que descubrimos y respetamos. Nos pide también que tengamos la paciencia de Dios con los demás y no que anunciemos la urgencia escatológica de la intervención de Dios, para asustarles.
Estas son algunas indicaciones sobre Nazaret: simplicidad frente a los artificios y a las ampliaciones, cotidianidad y tiempo para Dios.
Algunas veces hemos oído preguntar: ¿Es posible, para un seglar comprometido, vivir el misterio de Nazaret? ¿Es posible vivir desde Nazaret a un sacerdote diocesano? ¿Qué aporta Nazaret para la vida activa? Quisiera que esta lectura de algunos textos del Evangelio de Lucas ayude a la respuesta. Os ofrezco, hoy, parte de esa respuesta. Y os la ofrezco especialmente a los amigos seglares y a los sacerdotes diocesanos de las Fraternidades.
A veces hemos mirado Nazaret como contraposición de la Vida Apostólica. Como si Nazaret no fuera, en sí mismo, apostólico y como si los años en los que Jesús camina por Palestina no llevaran en su entraña la experiencia nuclear de Nazaret.
Jesús es apóstol en sus 33 años. Aunque en cada etapa exprese su acción pastoral, con acentos distintos. Las ramas son el árbol; el tronco es el árbol; las raíces son el árbol. Todo forma una unidad inseparable. En cada parte está el árbol integral.
En Nazaret, Jesús salva testimoniando, gritando con su propia vida la gran experiencia que más tarde va a explicar de palabra. Pero en su vida misionera permanece Nazaret. Son dos dimensiones entrelazadas. Por los caminos polvorientos es el Nazareno que vive una gran experiencia, que descubre su experiencia, que invita a incorporarse a esa experiencia de Dios y de la vida. Por los caminos de Galilea, camina el Testigo del Amor del Padre, testigo silenciado, que vive y explica la acogida gratuita de Dios al hombre. Por aquellos caminos, Jesús sigue ofreciendo la Buena Noticia, a través de una comunicación sencilla, coloquial, viva, directa con cada persona o con la multitud.
La vida de Jesús es una sinfonía, en dos tiempos: un tiempo largo, el de Nazaret; un tiempo breve, el de itinerante. Pero la melodía dominante se encuentra en los dos tiempos, aunque el colorido musical sea distinto en cada uno.
Por eso, para penetrar su experiencia de Nazaret, nada mejor que repasar su vida itinerante y descubrir las líneas de fuerza que Jesús anuncia. Ellas son la experiencia acumulada en sus años silenciosos y testimoniales. Y, para entender bien su vida activa, necesitamos tener, como telón de fondo, los elementos nucleares de Nazaret.
Quitad a la enseñanza la experiencia y se convierte en ideología. Quitad a la oración la relación filial y amistosa con el Padre, y aparecerá un «cumplidor» de sus obligaciones religiosas. Quitad a las palabras su dimensión de silencio y se convierten en palabrería… Jesús es un Maestro, lleno de sabiduría, porque es un experimentado; es un contemplativo, porque tiene la experiencia de ser amado por el Padre; es un apóstol, porque le urge comunicar lo que a Él se le está dando; es un humano, porque está entroncado directamente con la vida…
Todo esto es la dimensión de Nazaret, en la vida itinerante de Jesús. Lo vamos a ver a través de algunos textos del Evangelio de Lucas.
«Tengo que estar en lo que es de mi Padre» (Lc. 2, 49).
Son las primeras palabras de Jesús que nos ofrece el evangelista. Jesús es una naturaleza humana, transida de divinidad. Y va creciendo en la conciencia de que es habitado. Se descubre Hijo del único Padre. Y vive en unas relaciones crecientes con el Padre. Hasta llegar a vivir en unidad: «El Padre y Yo somos una sola cosa» (Jn. 10,29).
El Padre es su verdadero educador: «Un hijo no puede hacer nada por sí, tiene que vérselo hacer al padre. Así, cualquier cosa que éste haga, también el hijo la hace igual, porque el padre quiere al hijo y le enseña todo lo que él hace»(Jn.5, 19-20).
En Nazaret, Jesús vive colgado de la palabra del Padre, orientado por su querer. Nazaret es la experiencia en la que la Voluntad de Dios es el centro y !a guía de la vida cotidiana. Donde no hay otro conductor que el Espíritu del Padre.
¿No define Jesús este aspecto de Nazaret con la alabanza que hace de su Maestra María: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»?
Y así va a continuar en su vida pastoral: «Yo no puedo hacer nada por mí» (Jn. 5, 30). «Mi alimento es hacer el designio del que me envió y llevar a cabo su obra» (Jn. 4, 34). «Yo no he hablado en nombre mío, no; el Padre, que me envió, me ha encargado lo que tenía que decir y que hablar y yo sé que este encargo suyo es vida eterna; por eso, lo que hablo, lo hablo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn. 12, 49-50).
Jesús descubre a sus oyentes, lo que es su experiencia esencial filial y nos indica cuál es el eje de la vida creyente y de la actividad pastoral. Jesús hablará poco, pero sus palabras serán palabras de Dios; caminará en un espacio bien pequeño, pero sus pasos son los pasos de Dios; hará pocas cosas y sencillas, pero serán gestos de Dios que tendrán una repercusión única en la historia humana.
«Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en gracia» (Lc 2, 52)
A lo largo de su vida en Nazaret, Jesús va descubriendo qué es ser hombre, y va creciendo como humano en todas sus dimensiones. En este tiempo se autocomprende como el Hijo del Hombre, es decir, el hombre poseído plenamente por el Espíritu de Dios (Lc. 3, 21-22). Y es que el hombre no es pleno, sino en referencia al Espíritu de Dios.
Jesús vive una vida plenamente humana, en libertad, en verdad, en amor. Es un hombre armónico. Es hombre verdadero y el verdadero hombre.
Quienes lo tratan, lo ven como un hombre «lleno de autoridad» (Mc. 2, 10), de fuerza (Lc. 6, 19), de sabiduría (Mc. 1, 27), de veracidad (Lc. 20, 21)… Es el hombre pleno soñado por e! Creador.
Pilatos, sin saber mucho lo que decía, así lo presenta a la multitud: «He ahí al HOMBRE» (Jn. 19, 5). Y así es. El crecimiento en madurez de que habla Lucas ha llegado a plenitud. Por primera vez en la historia está apareciendo lo que es y significa ser hombre. Los soldados al despojar a Jesús de la falsa dignidad real, propia del mundo, han dejado al descubierto la verdadera realeza de Jesús, su dignidad esencial. El vaciamiento que vive de todo aquello que los hombres creemos imprescindible para ser hombres hace que podamos descubrir en Él al verdadero hombre.
El misterio del hombre, su autocomprensión, sólo queda esclarecida en el misterio del Verbo Encarnado: «Cristo manifiesta plenamente el hombre, al propio hombre» (L.G. 22).
La presencia del Espíritu en el hombre no destruye, sino plenifica. Desmonta, sí, el falso «ego». Desmonta nuestros desajustes mentales, afectivos, operativos… Pero hace emerger nuestro verdadero rostro original y termina en la cumbre mística, siendo el sujeto de nuestras actuaciones cotidianas.
Nazaret es el camino de la maduración en lo humano, desde su perspectiva esencial. Nazaret es la valoración de lo humano, de todo lo humano.
«Enviado a proclamar el año favorable del Señor» (Lc. 4,16-30)
En Nazaret, Jesús ha ido comprendiendo su misión. Se ha ido descubriendo como el Mesías, enviado por el Padre, en bien de la humanidad. Y eso que era difícil caer en la cuenta del verdadero mesianismo en aquel ambiente nazareno. «Pero, ¿de Nazaret puede salir algo bueno?», pregunta Natanael, desconfiando de los mesianismos procedentes de Galilea.
Tampoco se ve Jesús situado en el horizonte del Antiguo Testamento, como lo ve Felipe: «Hemos encontrado al descrito por Moisés en la Ley y por los Profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret» (Jn. 1,45-46).
Jesús trae un anuncio de gracia universal y comienza proclamándolo en Nazaret, «donde se había criado», ante sus vecinos:
«Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor».
Jesús supera la mentalidad estrecha de sus vecinos. ¡EI Padre ama y regala la salvación a todos los hombres! ¡Ofrece su gracia para todos! «Ya no hay judíos y paganos, hombres y mujeres, esclavos y libres»… Todos son amados, a todos se les regala la entrada para el banquete de bodas…
Sus vecinos se resisten, «extrañados del discurso sobre la gracia que salía de sus labios». Pero «¿no es este el hijo de José?». Pues no le ha salido a «su padre», no ha asumido las ideas y comportamientos del padre. ¡Cómo va a ser igual, ante Dios, el Centurión que uno de nosotros!
Ha sufrido mucho Jesús, en sus años de Nazaret, al ver la estrechez de sus vecinos. Una vez más, les quiere ayudar y les anuncia con claridad la Buena Noticia, de que Dios ama a todos, es Padre de todos y no tiene acepción de personas, cuando alguien acoge su gran regalo de amor.
Jesús seguirá descubriéndonos al Padre del hijo pródigo, al pastor de la oveja perdida, al médico de los enfermos…
La clave de toda la pastoral de Jesús es la de ayudar a caer en cuenta del amor gratuito del Padre Dios. Su vida, sus gestos y sus palabras son un grito en favor del amor universal de Dios.
Nazaret es experiencia del amor del Padre «que hace salir el sol, cada día, para buenos y para malos».
«Danos, hoy, nuestro pan de cada día» (Lc. 11,3).
En Nazaret, Jesús ha aprendido a vivir el hoy, el cada día. En ese ambiente rural y sencillo pesa lo cotidiano, absorbe lo actual. El hoy es ya eternidad.
Vivimos agobiados por el mañana o el ayer. Nazaret es vivir el hoy, atentamente, entregadamente, amorosamente.
Es verdad que un hoy, en referencia al ayer y al mañana, porque somos historia, pero sin que ellos bloqueen el hoy, o nos evadan de él.
Jesús acoge a esta mujer concreta que ha venido a sacar agua del pozo, a este enfermo que está en la camilla o que le toca… Jesús desenmascara actitudes bien concretas.
Nazaret es la realidad concreta, a la que debemos responder muy concretamente. Nazaret es la experiencia del hoy concreto en el que se transparenta lo que Dios Padre quiere hoy para mí.
«Cada día trae su preocupación», «no os agobiéis», «no andéis preocupados»… La preocupación impide que la semilla nazca (Lc. 8, 14); por lo preocupada que está, Marta no está viviendo bien su encuentro con Jesús (Lc. 10, 41).
«No tengáis miedo». Si lo cabellos de vuestra cabeza están contados por el Padre que os ama,.. No temáis ni siquiera a la muerte. Que sólo os dé temor el no amar.
¿A qué se parece el Reino de Dios? (Lc. 13,18)
A un grano de mostaza, a un puñado de levadura, a una semilla…
La pequenez, la sencillez, lo no aparente son los instrumentos del Reino. Jesús renuncia a la imagen del «cedro frondoso» de Ezequiel 17, 22, indicando que el Reino de Dios no tendrá el esplendor humano esperado por el judaismo. Por eso la semilla se planta en el «huerto» -lugar de los pobres y pequeños-, no en el «monte alto y macizo», signo de la grandeza que impresiona y asusta.
El Reino que anuncia Jesús se anuncia por caminos pastorales distintos de los del judaismo y del paganismo.
Jesús valora las «pasividades», tanto o más que las «actividades», en orden al crecimiento del Reino. Porque transforma tanto la «pasividad activa» como la «actividad». Y hasta más. Aunque en nuestros ambientes de eficacismo no lo creamos.
Sus treinta años en Nazaret son años de «pasividad», en cuanto al «hacer» apostólico; son años de gran silencio. Pero son tan redentores, tan eficaces y fecundos como los tres de caminante.
El silencio, los tiempos de oración, los días retirados de la tarea… son Nazaret. La vida conscientemente anónima, lo cotidiano… son Nazaret. La enfermedad desconcertante, la incapacidad que nos margina del mundo activo, ancianidad… son Nazaret. La oblación silenciosa de un claustro, la renuncia por el Reino a determinadas capacidades humanas… son Nazaret.
Jesús difunde el Reino, a través de medios muy vulnerables, pero cargados de calidad divina. Lo que importa es la calidad divina, en cada una de nuestras etapas, no, la grandeza de los medios.
Nazaret, a veces, va al comienzo; otras, va al final. Pero siempre ha de dar su toque, en todas las etapas de la actividad y en los medios que usamos en cada una de ellas.
Sabíamos, de una manera general, lo que queríamos hacer y por qué queríamos hacerlo. Habíamos obtenido las autorizaciones necesarias. Había que comenzar. Era preciso, primeramente, elegir el lugar de implantación de la comunidad. En una reunión con la comisión diocesana de la A.C.O. de Lyon (Acción Católica Obrera), se decidió que nos estableciésemos en el barrio de Gerland, -ubicado en el extremo sur de la villa de Lyon en la orilla izquierda del Ródano; se encuentra flanqueado por el río y la vía férrea que va a Marsella-, y en una reunión con el equipo local de la A.C.O. se concretó el lugar donde estaríamos mejor situados. A principios de septiembre habíamos ya podido encontrar lo que buscábamos, y después de ciertos trabajos de acondicionamiento, nos instalamos el 2 de octubre de 1954. Nuestra residencia era la antigua casona de la fábrica de vidrio de Gerland. En la planta baja había una habitación bastante amplia: esta pieza fue acondicionada para que sirviera de cocina, de taller y de sala de reuniones. En el piso superior había un granero en el que pudimos instalar una capilla, un dormitorio y una habitación que servía a la vez de alcoba y de despacho. Nos encontrábamos en un barrio muy populoso, situado en una zona industrial. Nuestros vecinos inmediatos en la explanada y en la calle habitaban en casas pobres. Generalmente eran obreros especializados. Pocos peones y pocos profesionales. Entre ellos había franceses y también un número considerable de italianos y de españoles. En la calle había también algunos norteafricanos con un café M.N.A. (Movimiento Nacional Argelino). Casi no había cristianos practicantes; solamente dos mujeres. Nos instalamos muy sencillamente, como lo habría hecho una familia obrera, y comenzamos a vivir la vida obrera, sin más, a sabiendas de que tendríamos mucho que aprender si queríamos verdaderamente introducirnos en el mundo obrero. Durante el primer período de Gerland (1954-1959), tuve casi siempre conmigo dos sacerdotes y dos hermanos legos. Como no se me autorizó a trabajar en una fábrica o taller artesano, por lo que a mí afecta, busqué trabajo que pudiese hacer en casa. Después de algunos ensayos, que me hicieron conocer los irrisorios salarios con los que pese a las prescripciones legales han de contentarse la mayoría de los trabajadores a domicilio, pude encontrar un trabajo suficientemente retribuido. Se trataba de un trabajo preparatorio para la fabricación de muelas en tejido (discos). Cada semana consagraba un cierto número de horas al trabajo, según mis posibilidades y me pagaban a destajo. Yo no era, pues, artesano, sino asalariado. Es una forma de trabajo que confiere una libertad muy grande desde todos los puntos de vista; desde el punto de vista legal este trabajo es completamente regular y da derecho al Seguro Social. Ninguno de los sacerdotes pudo jamás trabajar en una fábrica. Las prescripciones a las que estaban sometidos por las decisiones de la Santa Sede, no lo permitían. Por eso hubieron de trabajar en pequeñas empresas en donde podían más fácilmente aceptar estas condiciones. Poco después, pudieron aprovecharse de una interpretación más amplia referente al trabajo en la artesanía propiamente dicha. En todo tiempo hemos dado cuenta con exactitud al Santo Oficio de cuanto se refería a nuestro modo de trabajar. Los dos hermanos trabajaban en una fábrica toda la jornada. Para hacerlo no tenían necesidad de autorización especial. Siendo como eran miembros laicos de un Instituto secular, podían, en efecto, ejercer toda profesión compatible con su consagración religiosa. Pero no basta con estar presente en un barrio y trabajar allí manualmente para que se establezcan de inmediato los contactos. Por otra parte tampoco nosotros habíamos querido actuar a la manera de un sacerdote de la parroquia que va a girar una visita a sus feligreses. Nosotros nos prohibimos todo contacto que no fuera natural y aceptamos todos los plazos que fueran necesarios para ello. Esta manera de obrar se nos imponía en razón del especial apostolado que debía caracterizarnos. De hecho, tuvimos que esperar tres semanas para que se produjera la visita de un vecino. No nos encontrábamos con la gente, sino en la calle, en el trabajo o en los almacenes. Diversas circunstancias (entre las cuales podemos señalar las inundaciones de enero de 1955) nos dieron oportunidad para ir a casa de unos o de otros. Para ser adoptados verdaderamente por el barrio fueron necesarios tres años. Y sólo después de tres años supimos hasta qué punto habíamos sido espiados en todo lo que hacíamos y en todo lo que decíamos. La gente se preguntaba cuáles serían nuestras intenciones y qué cosa veníamos a hacer. Se había hablado de un ―comando‖ del Vaticano y de una metástasis o intento de que proliferaran en la clase obrera células extrañas a ella. Al mismo tiempo comenzábamos, según las circunstancias, a realizar algo de apostolado entre los no-cristianos adultos. Poco a poco, cierto número de obreros no practicantes pero abiertos al cristianismo, adquirieron el hábito de venir a la comunidad. Primero acudían de una manera individual y nosotros no queríamos reunirlos antes de que ellos mismos lo pidiesen. Para esto fue necesario esperar largo tiempo. Por fin se nos presentó una ocasión. En noviembre de 1957, el cardenal Gerlier vino a hacernos una visita, como tenía por costumbre cada año. Nosotros lo hicimos saber a nuestros amigos; teníamos, en efecto, la impresión de que había llegado el momento de preparar un encuentro especial con la Iglesia representada por el arzobispo de Lyon. Vinieron casi todos y quedaron verdaderamente contentos de haber podido ―discutir‖ con él diciéndole todo lo que ellos tenían en su corazón. Al acabar esta reunión, ellos mismos pudieron volver a reunirse de cuando en cuando para poder ―discutir‖ todas estas cuestiones. Las reuniones se hacían de un modo bastante irregular y con ocasión de acontecimientos que preocupaban al mundo obrero en general o a la gente del barrio en particular. Paulatinamente, estas reuniones fueron preparadas y llevadas un poco a la manera de la A.C.O. Uno de los sacerdotes de la comunidad el papel de consiliario. No nos extenderemos más en detalles sobre estos hechos. Simplemente diremos que tuvimos la alegría de preparar para su primera comunión a dos miembros de este pequeño grupo. Otros, sin ir tan lejos, comenzaban a orar o incluso venían ocasionalmente a misa. Dos de ellos adquirieron más profunda conciencia de las exigencias de su cristianismo y forman parte actualmente de un equipo local de A.C.O. Además de esto, nuestra pequeña comunidad empezaba a ser un centro de irradiación cristiana cuya amplitud nos resulta imposible determinar; se convertía al cabo, para muchos, en un signo verdaderamente perceptible de la presencia de la Iglesia en el mundo obrero. ¿Qué hubiera llegado a ser este apostolado si hubiera podido prolongarse por más largo tiempo? Sólo Dios lo sabe. Pero la decisión del Santo Oficio de 1959 fue un golpe muy duro. Ciertamente, nosotros no debíamos abandonarlo todo; por el contrario debíamos continuar nuestro esfuerzo y ello en una obediencia total a esta decisión de la Iglesia que nos manifestaba la voluntad de Dios. Sin embargo, era obligado comprobar que la cesación del trabajo de los sacerdotes mermó con mucho sus posibilidades apostólicas. Toda la comunidad ha sufrido profundamente por ello. A esto es preciso añadir que le resulta muy difícil a un sacerdote modificar repentinamente la forma de su apostolado. Actualmente los dos sacerdotes que formaban parte de la comunidad tienen una nueva función apostólica y la comunidad se ha renovado completamente. Sólo ha quedada uno de los antiguos hermanos. Con él hay un nuevo hermano que ha trabajado ya en una fábrica y un sacerdote que trabaja algunas horas en casa, al tiempo que se ocupa de la animación espiritual de la comunidad, así como de su integración en la parroquia y la Acción Católica. Por lo que a mí respecta, en el marco general de las decisiones de Roma, he debido interrumpir definitivamente mi trabajo. Ciertamente el Santo Oficio de modo explícito me ha autorizado para residir en Gerland; pero ya casi no me es posible hacerlo de una manera habitual, dado que no trabajo ya manualmente. No obstante me esfuerzo en permanecer con la comunidad en contacto regular. De todo corazón, esperamos que incluso con posibilidades muy menoscabadas, podremos reemprender nuestra marcha hacia adelante desde el punto de vista de la presencia en el mundo obrero y desde el punto de vista apostólico. Ponemos toda nuestra confianza en la obediencia a la Iglesia: ―Pero, por Tú palabra, echaré las redes‖ (Lucas, 5,5). Mis cinco años de obispo obrero. Estela. Barcelona
Algunas veces hemos oído preguntar: ¿Es posible, para un seglar comprometido, vivir el misterio de Nazaret? ¿Es posible vivir desde Nazaret a un sacerdote diocesano? ¿Qué aporta Nazaret para la vida activa? Quisiera que esta lectura de algunos textos del Evangelio de Lucas ayude a la respuesta. Os ofrezco, hoy, parte de esa respuesta. Y os la ofrezco especialmente a los amigos seglares y a los sacerdotes diocesanos de las Fraternidades.
A veces hemos mirado Nazaret como contraposición de la Vida Apostólica. Como si Nazaret no fuera, en sí mismo, apostólico y como si los años en los que Jesús camina por Palestina no llevaran en su entraña la experiencia nuclear de Nazaret.
Jesús es apóstol en sus 33 años. Aunque en cada etapa exprese su acción pastoral, con acentos distintos. Las ramas son el árbol; el tronco es el árbol; las raíces son el árbol. Todo forma una unidad inseparable. En cada parte está el árbol integral.
En Nazaret, Jesús salva testimoniando, gritando con su propia vida la gran experiencia que más tarde va a explicar de palabra. Pero en su vida misionera permanece Nazaret. Son dos dimensiones entrelazadas. Por los caminos polvorientos es el Nazareno que vive una gran experiencia, que descubre su experiencia, que invita a incorporarse a esa experiencia de Dios y de la vida. Por los caminos de Galilea, camina el Testigo del Amor del Padre, testigo silenciado, que vive y explica la acogida gratuita de Dios al hombre. Por aquellos caminos, Jesús sigue ofreciendo la Buena Noticia, a través de una comunicación sencilla, coloquial, viva, directa con cada persona o con la multitud.
La vida de Jesús es una sinfonía, en dos tiempos: un tiempo largo, el de Nazaret; un tiempo breve, el de itinerante. Pero la melodía dominante se encuentra en los dos tiempos, aunque el colorido musical sea distinto en cada uno.
Por eso, para penetrar su experiencia de Nazaret, nada mejor que repasar su vida itinerante y descubrir las líneas de fuerza que Jesús anuncia. Ellas son la experiencia acumulada en sus años silenciosos y testimoniales. Y, para entender bien su vida activa, necesitamos tener, como telón de fondo, los elementos nucleares de Nazaret.
Quitad a la enseñanza la experiencia y se convierte en ideología. Quitad a la oración la relación filial y amistosa con el Padre, y aparecerá un «cumplidor» de sus obligaciones religiosas. Quitad a las palabras su dimensión de silencio y se convierten en palabrería… Jesús es un Maestro, lleno de sabiduría, porque es un experimentado; es un contemplativo, porque tiene la experiencia de ser amado por el Padre; es un apóstol, porque le urge comunicar lo que a Él se le está dando; es un humano, porque está entroncado directamente con la vida…
Todo esto es la dimensión de Nazaret, en la vida itinerante de Jesús. Lo vamos a ver a través de algunos textos del Evangelio de Lucas.
«Tengo que estar en lo que es de mi Padre» (Lc. 2, 49).
Son las primeras palabras de Jesús que nos ofrece el evangelista. Jesús es una naturaleza humana, transida de divinidad. Y va creciendo en la conciencia de que es habitado. Se descubre Hijo del único Padre. Y vive en unas relaciones crecientes con el Padre. Hasta llegar a vivir en unidad: «El Padre y Yo somos una sola cosa» (Jn. 10,29).
El Padre es su verdadero educador: «Un hijo no puede hacer nada por sí, tiene que vérselo hacer al padre. Así, cualquier cosa que éste haga, también el hijo la hace igual, porque el padre quiere al hijo y le enseña todo lo que él hace»(Jn.5, 19-20).
En Nazaret, Jesús vive colgado de la palabra del Padre, orientado por su querer. Nazaret es la experiencia en la que la Voluntad de Dios es el centro y la guía de la vida cotidiana. Donde no hay otro conductor que el Espíritu del Padre.
¿No define Jesús este aspecto de Nazaret con la alabanza que hace de su Maestra María: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»?
Y así va a continuar en su vida pastoral: «Yo no puedo hacer nada por mí» (Jn. 5, 30). «Mi alimento es hacer el designio del que me envió y llevar a cabo su obra» (Jn. 4, 34). «Yo no he hablado en nombre mío, no; el Padre, que me envió, me ha encargado lo que tenía que decir y que hablar y yo sé que este encargo suyo es vida eterna; por eso, lo que hablo, lo hablo tal y como me lo ha dicho el Padre» (Jn. 12, 49-50).
Jesús descubre a sus oyentes, lo que es su experiencia esencial filial y nos indica cuál es el eje de la vida creyente y de la actividad pastoral. Jesús hablará poco, pero sus palabras serán palabras de Dios; caminará en un espacio bien pequeño, pero sus pasos son los pasos de Dios; hará pocas cosas y sencillas, pero serán gestos de Dios que tendrán una repercusión única en la historia humana.
«Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en gracia» (Lc 2, 52)
A lo largo de su vida en Nazaret, Jesús va descubriendo qué es ser hombre, y va creciendo como humano en todas sus dimensiones. En este tiempo se auto comprende como el Hijo del Hombre, es decir, el hombre poseído plenamente por el Espíritu de Dios (Lc. 3, 21-22). Y es que el hombre no es pleno, sino en referencia al Espíritu de Dios.
Jesús vive una vida plenamente humana, en libertad, en verdad, en amor. Es un hombre armónico. Es hombre verdadero y el verdadero hombre.
Quienes lo tratan, lo ven como un hombre «lleno de autoridad» (Mc. 2, 10), de fuerza (Lc. 6, 19), de sabiduría (Mc. 1, 27), de veracidad (Lc. 20, 21)… Es el hombre pleno soñado por e! Creador.
Pilatos, sin saber mucho lo que decía, así lo presenta a la multitud: «He ahí al HOMBRE» (Jn. 19, 5). Y así es. El crecimiento en madurez de que habla Lucas ha llegado a plenitud. Por primera vez en la historia está apareciendo lo que es y significa ser hombre. Los soldados al despojar a Jesús de la falsa dignidad real, propia del mundo, han dejado al descubierto la verdadera realeza de Jesús, su dignidad esencial. El vaciamiento que vive de todo aquello que los hombres creemos imprescindible para ser hombres hace que podamos descubrir en Él al verdadero hombre.
El misterio del hombre, su autocomprensión, sólo queda esclarecida en el misterio del Verbo Encarnado: «Cristo manifiesta plenamente el hombre, al propio hombre» (L.G. 22).
La presencia del Espíritu en el hombre no destruye, sino plenifica. Desmonta, sí, el falso «ego». Desmonta nuestros desajustes mentales, afectivos, operativos… Pero hace emerger nuestro verdadero rostro original y termina en la cumbre mística, siendo el sujeto de nuestras actuaciones cotidianas.
Nazaret es el camino de la maduración en lo humano, desde su perspectiva esencial. Nazaret es la valoración de lo humano, de todo lo humano.
«Enviado a proclamar el año favorable del Señor» (Lc. 4,16-30)
En Nazaret, Jesús ha ido comprendiendo su misión. Se ha ido descubriendo como el Mesías, enviado por el Padre, en bien de la humanidad. Y eso que era difícil caer en la cuenta del verdadero mesianismo en aquel ambiente nazareno. «Pero, ¿de Nazaret puede salir algo bueno?», pregunta Natanael, desconfiando de los mesianismos procedentes de Galilea.
Tampoco se ve Jesús situado en el horizonte del Antiguo Testamento, como lo ve Felipe: «Hemos encontrado al descrito por Moisés en la Ley y por los Profetas: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret» (Jn. 1,45-46).
Jesús trae un anuncio de gracia universal y comienza proclamándolo en Nazaret, «donde se había criado», ante sus vecinos:
«Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor».
Jesús supera la mentalidad estrecha de sus vecinos. ¡EI Padre ama y regala la salvación a todos los hombres! ¡Ofrece su gracia para todos! «Ya no hay judíos y paganos, hombres y mujeres, esclavos y libres»… Todos son amados, a todos se les regala la entrada para el banquete de bodas…
Sus vecinos se resisten, «extrañados del discurso sobre la gracia que salía de sus labios». Pero «¿no es este el hijo de José?». Pues no le ha salido a «su padre», no ha asumido las ideas y comportamientos del padre. ¡Cómo va a ser igual, ante Dios, el Centurión que uno de nosotros!
Ha sufrido mucho Jesús, en sus años de Nazaret, al ver la estrechez de sus vecinos. Una vez más, les quiere ayudar y les anuncia con claridad la Buena Noticia, de que Dios ama a todos, es Padre de todos y no tiene acepción de personas, cuando alguien acoge su gran regalo de amor.
Jesús seguirá descubriéndonos al Padre del hijo pródigo, al pastor de la oveja perdida, al médico de los enfermos…
La clave de toda la pastoral de Jesús es la de ayudar a caer en cuenta del amor gratuito del Padre Dios. Su vida, sus gestos y sus palabras son un grito en favor del amor universal de Dios.
Nazaret es experiencia del amor del Padre «que hace salir el sol, cada día, para buenos y para malos».
«Danos, hoy, nuestro pan de cada día» (Lc. 11,3).
En Nazaret, Jesús ha aprendido a vivir el hoy, el cada día. En ese ambiente rural y sencillo pesa lo cotidiano, absorbe lo actual. El hoy es ya eternidad.
Vivimos agobiados por el mañana o el ayer. Nazaret es vivir el hoy, atentamente, entregadamente, amorosamente.
Es verdad que un hoy, en referencia al ayer y al mañana, porque somos historia, pero sin que ellos bloqueen el hoy, o nos evadan de él.
Jesús acoge a esta mujer concreta que ha venido a sacar agua del pozo, a este enfermo que está en la camilla o que le toca… Jesús desenmascara actitudes bien concretas.
Nazaret es la realidad concreta, a la que debemos responder muy concretamente. Nazaret es la experiencia del hoy concreto en el que se transparenta lo que Dios Padre quiere hoy para mí.
«Cada día trae su preocupación», «no os agobiéis», «no andéis preocupados»… La preocupación impide que la semilla nazca (Lc. 8, 14); por lo preocupada que está, Marta no está viviendo bien su encuentro con Jesús (Lc. 10, 41).
«No tengáis miedo». Si lo cabellos de vuestra cabeza están contados por el Padre que os ama,.. No temáis ni siquiera a la muerte. Que sólo os dé temor el no amar.
¿A qué se parece el Reino de Dios? (Lc. 13,18)
A un grano de mostaza, a un puñado de levadura, a una semilla…
La pequeñez, la sencillez, lo no aparente son los instrumentos del Reino. Jesús renuncia a la imagen del «cedro frondoso» de Ezequiel 17, 22, indicando que el Reino de Dios no tendrá el esplendor humano esperado por el judaismo. Por eso la semilla se planta en el «huerto» -lugar de los pobres y pequeños-, no en el «monte alto y macizo», signo de la grandeza que impresiona y asusta.
El Reino que anuncia Jesús se anuncia por caminos pastorales distintos de los del judaismo y del paganismo.
Jesús valora las «pasividades», tanto o más que las «actividades», en orden al crecimiento del Reino. Porque transforma tanto la «pasividad activa» como la «actividad». Y hasta más. Aunque en nuestros ambientes de eficacísimo no lo creamos.
Sus treinta años en Nazaret son años de «pasividad», en cuanto al «hacer» apostólico; son años de gran silencio. Pero son tan redentores, tan eficaces y fecundos como los tres de caminante.
El silencio, los tiempos de oración, los días retirados de la tarea… son Nazaret. La vida conscientemente anónima, lo cotidiano… son Nazaret. La enfermedad desconcertante, la incapacidad que nos margina del mundo activo, ancianidad… son Nazaret. La oblación silenciosa de un claustro, la renuncia por el Reino a determinadas capacidades humanas… son Nazaret.
Jesús difunde el Reino, a través de medios muy vulnerables, pero cargados de calidad divina. Lo que importa es la calidad divina, en cada una de nuestras etapas, no, la grandeza de los medios.
Nazaret, a veces, va al comienzo; otras, va al final. Pero siempre ha de dar su toque, en todas las etapas de la actividad y en los medios que usamos en cada una de ellas.