Hildegard von Bingen. Una mujer iluminada y luminosa del siglo XII

Gina Allende Martínez

El 20 de marzo, en el auditorio de la Pastoral UC, Campus San Joaquín, se llevó a cabo el panel “Santidad en clave femenina. Conversatorio sobre santas europeas que hicieron lío”, organizado por la Facultad deTeología, la Dirección de Pastoral y Cultura Cristiana y revista Humanitas. La profesora Allende inició su presentación sobre Hildegard von Bingen, reproduciendo la obra “Responso O vis aeternitatis”.

 En 1987 Cesare Marchi, destacado periodista, escritor y personaje de latelevisión italiana, escribió un interesante libro llamado Grandes pecadores, grandes catedrales [1] donde abordaba la gestación de la construcción de las más importantes catedrales de Europa Centralcomenzadas en la Edad Media. Su texto parte así: “La Edad Media está demoda. En los últimos tiempos, historiadores y escritores han desatado una ola de interés y simpatía hacia una época calumniada y vilipendiada”. Al parecer tenía mucha razón, puesto que la década de los 80 del siglo pasado fue testigo de una explosión de textos que abordaron la Edad Media desde una perspectiva totalmente distinta a lo que conocíamos. Esta época, hasta entonces circunscrita a las Cruzadas o ala Inquisición, fue redescubierta en la segunda mitad del siglo XX y con ella a muchas mujeres y hombres que cumplieron roles fundamentales entodas las áreas del conocimiento. Fue significativo cómo comenzaron asonar nombres hasta ese momento ignorados por los textos de historia.

Siguiendo a Marchi, subrayo una hermosa frase que hace alusión al nombre de esta época, a la supuesta oscuridad que hay entre la Edad Antigua y la Moderna. Él señala: “Si la Edad del Medio fue una larga noche, más de alguno habrá observado que en esa noche brillaron las estrellas”. Muchas de esas estrellas fueron mujeres y eso sí que fue una novedad para el siglo XX. En ese contexto de revisión de la historia, cuando la mirada fue dirigida hacia los espacios privados y no solo a los públicos, se nos reveló Hildegard von Bingen, a quien desde el año 2012 podemos llamar santa Hildegard, Doctora de la Iglesia.

En 1980 Régine Pernoud, destacada historiadora francesa, la mencionó en su libro La mujer en la época de las catedrales [2], junto a otras mujeres notables, dedicándole un capítulo llamado “Un nuevo tipo de mujer: la religiosa”. En 1994, muy cerca de cuando se cumplirían 900 años del nacimiento de esta abadesa alemana, la misma autora le dedicó un libro entero [3], que en su subtítulo señala: Una conciencia inspirada del S. XII.

Desde entonces, los estudios, revisión de su obra, interpretación de su música y los vínculos con otras mujeres de su época o de siglos posteriores no han cesado.

La pregunta es ¿por qué nos resuena tanto su vida aun cuando esta se desarrolló tan lejos en el tiempo y el espacio?

Antes de entrar en ello, mencionaré algunos datos para ubicarla en la historia y ubicarnos en su historia. Hildegard perteneció a una familia de nobles y fue entregada por sus padres, como diezmo, a los ocho años, a la orden benedictina, al cuidado de Jutta, hija del Conde de Spanheim. Su ingreso al convento fue posible gracias a que pertenecía a la nobleza, mediando para ello una importante dote que la familia entregaba al monasterio.

Treinta años después se convirtió en abadesa como sucesora de Jutta, cuando esta murió, asumiendo la responsabilidad del cuidado de sus hermanas en Cristo. Sin embargo, el verdadero vuelco de su vida lo experimentó a los 43 años (imaginemos que esta edad en el siglo XII está cerca del límite de la esperanza de vida de una persona que ha sobrevivido los 20 años). Fue en ese momento que, con la venia de la máxima autoridad eclesiástica, el Papa Eugenio III, y con la recomendación nada menos que de Bernardo de Claraval, comenzó a relatar, representar visualmente y escribir las visiones que había tenido desde los cuatro o cinco años.

Sus visiones y el conocimiento adquirido a través de la experiencia, los plasmó en sus tres obras más célebres, en el llamado Tríptico visionario.

Pero revisar la vida de una persona notable del pasado no es solo para acumular datos y admirarnos desde fuera de sus hazañas. Entramos en la historia de esta abadesa para preguntarnos ¿qué me dice esta mujer extraordinaria ahora?, ¿por qué su vida y acciones son cada vez más potentes a siglos de su nacimiento? Propongo algunas respuestas. Seguramente quienes saben mucho más sobre Hildegard tendrán otras que nos resuenen. Porque la historia nos debe resonar, ¿verdad?

En el libro Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval [4], publicado en 1988, hay un gran capítulo dedicado a nuestra abadesa. Las autoras, académicas francesas, nos dan importantes luces sobre su vida y su entorno. Hildegard vivió en pleno siglo XII, una época luminosa donde “la globalidad todavía está indisociada”. Es decir, los saberes se integraban para dar respuestas a las interrogantes que en ese momento eran pertinentes. En el caso de la Sibila del Rhin, como también se la llamaba, sus escritos mezclan estudios de la naturaleza, la medicina y la teología. Además, tenemos su obra poética y musical perfectamente ensamblada en los 77 cantos y el drama litúrgico Ordo Virtutum –el orden de las virtudes– que nos ha legado. ¿Acaso no es eso una forma de interdisciplina? ¿La necesidad de acudir a diversos saberes para responder a preguntas que parecieran pertenecer a uno solo? Sus visiones integran la historia natural y la historia santa; la cosmología y la escatología, el origen y el fin. Hoy en día, en la academia, la interdisciplina es fundamental. Cada vez tenemos una mayor convicción de que las respuestas no pueden provenir desde una sola mirada, desde un solo foco. Necesitamos los distintos saberes para generar respuestas creativas que se abran a nuevas preguntas. ¿Acaso no es eso lo que identifica la vida de esta santa? Solo que ella lo hizo hace 900 años, también en un momento en que la sociedad la incentivaba a ello.

Otro aspecto que me gustaría señalar aquí es su capacidad para desenvolverse proactivamente dentro de un sistema jerárquico, con reglas muy estrictas, como lo es el estilo de vida monacal.

Hildegard actuó con libertad sin ser rupturista, haciendo siempre lo que ella consideraba correcto y necesario sin salirse del marco que le imponía su condición de religiosa llevando a cabo ideas audaces por el –así decirlo– conducto regular. Estando en el convento regido por los monjes benedictinos, Hildegard se vio en la necesidad de independizarse de ese monasterio y fundar uno aparte solo con monjas. Esto se hizo realidad con gran disgusto de los monjes que, a esas alturas, no solamente se quedaban sin las dotes de las monjas que ingresaban al convento, sino también sin los beneficios que dejaban los múltiples peregrinos que acudían a esta notable mujer, en busca de consejo y sanación. Unos años después fundaría un segundo convento al otro lado del Rhin, lo que le significó mayores responsabilidades y esfuerzos. Ello se hacía más cuesta arriba si consideramos que Hildegard siempre tuvo una salud muy precaria y los dolores la acompañaron toda la vida.

Para hacer estos cambios no entró en conflicto con nadie, al menos no oficialmente; todo lo contrario, “gestionó” con mucha habilidad las donaciones que le permitieron concretar tan grande empresa.

Hildegard tenía 50 años cuando se apartó de la comunidad de monjes y 67 cuando fundó un segundo monasterio cerca de Bingen. Esta capacidad de gestión y de interactuar con personas de toda la sociedad –peregrinos, monjes, comunidades, obispos, emperadores, Papas– le permitió abrir un camino no recorrido antes por una mujer en Occidente.

A propósito de interacción, uno de los aspectos que más impresionaron en el siglo pasado cuando se comenzó a develar la vida de esta monja fue la relación epistolar prácticamente horizontal que sostuvo con papas, emperadores y obispos. Todo un mundo masculino y de poder que la escuchó, y no solo eso, solicitó recurrentemente sus consejos. A ella, fiel a la transparencia y franqueza que la caracterizaba, no le temblaba la pluma para decir lo que pensaba. Uno de los ejemplos de esa manera de proceder es la famosa carta enviada al entonces rey y después emperador Federico Barbarroja cuando este entró en conflicto con el Papa. Les comparto un extracto de ese mensaje:

Oh rey, es imperativo que tengas previsión en todos tus asuntos. Pues en una visión mística te veo como un niño pequeño o un loco. Sin embargo, aún tienes tiempo para gobernar los asuntos mundanos. Cuídate, pues, de que el Rey todopoderoso no te derrote por la ceguera de tus ojos, que no ven correctamente cómo sostener la vara del buen gobierno en tu mano. Cuida de no actuar de tal manera que pierdas la gracia de Dios.

O aquella enviada a los prelados de Maguncia, quienes la castigaron, a ella y a su comunidad, con la prohibición de hacer música, por haber dado sepultura y servicio religioso a un hombre que, según aseguraban, no se había confesado. Su respuesta fue tan elocuente y firme que primó sobre una autoridad ejercida con reglas ciegas y sordas.

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Partitura del «Ordo Virtutum», Códex de Wiesbaden. Biblioteca Estatal de Hesse, Wiesbaden, Alemania.

Son muchas las cartas que nuestra abadesa escribió –hay libros que las han compilado– ya dando consejos, predicando o compartiendo sus saberes. Los destinatarios son en su mayoría hombres, y de ellos una gran cantidad de autoridades civiles y eclesiásticas. También las hay aquellas dirigidas a monjes, monjas y a comunidades que requerían de su consejo. Viajó, a pesar de su salud delicada, a predicar donde se le requería.

Al conocer esta faceta de Hildegard –sus certeros y asertivos escritos y sus numerosos viajes–, no puedo dejar de pensar en nuestra vida académica y las responsabilidades que ella conlleva. ¿Acaso nuestras tareas fundamentales no son expresar, compartir y generar nuevo conocimiento a través de la investigación, creación fruto de esas experiencias? ¿No lo es también tener una voz firme y clara cuando nos toca estar en un espacio de diálogo y toma de decisiones en los comités, comisiones y consejos en los que nos toca participar en nuestra vida universitaria? La actitud consecuente y valiente que siempre mostró Hildegard en su vínculo con su comunidad y la sociedad de su tiempo no nos puede dejar indiferentes.

Retornando a las ideas planteadas por el libro Mujeres trovadoras de Dios, hay un aspecto muy vigente en nuestra relación con el conocimiento y que esta santa lo manejó de manera magistral. Se trata de la presencia y equilibrio entre la teoría y la práctica, entre las ideas profundas emanadas de sus visiones y lo tangible transformado en experiencia vital de la comunión con Dios. Este sello que Hildegard instaló en su vida religiosa lo tomaron luego otras mujeres místicas y consagradas en siglos posteriores. Las más cercanas en el tiempo son las beguinas, cuya acción tuvo lugar en el siglo XIII. Ellas fueron más allá, al llevar una vida religiosa fuera de los conventos y tampoco tenían que pertenecer a la nobleza para ingresar a las comunidades, entre otras características que no analizaremos aquí. Las menciono para subrayar el hecho de que la conjunción entre las ideas y la experiencia fue un estilo de vida religiosa que Hildegard inició y otras continuaron.

Prueba de ello es la obra poética-musical que concibió a partir de sus visiones canalizadas en las melodías de los cantos que compuso. Dejo este tema para el final porque creo que fue uno de los aspectos que nos muestran con la mayor de las claridades que era una mujer que llevaba en sí la armonía, entendiendo por ello la unión de contrarios; en este caso sus visiones y la materialidad del sonido. Ella afirmaba que “cada elemento tiene, como ha ordenado Dios, un sonido propio. Juntos resuenan como el verso acompañado de la cítara, en una única armonía”.

Estas ideas están en plena sintonía con los escritos de Boecio cuando, en el siglo VI, clasificaba la música en mundana, humana e instrumental. La mundana es aquella que no podemos oír, es la que provocan las esferas celestes en su movimiento continuo. Esa música solo la puede escuchar Dios. La humana es la armonía celeste manifestada en el cuerpo humano, aspecto que Hildegard manejaba a través de sus estudios de medicina. Finalmente, la música instrumental que es lo que hoy en día llamamos música a secas, es decir, el sonido organizado voluntariamente por el ser humano. Este concepto fue plasmado en los maravillosos 77 cantos a una voz y el drama litúrgico ya mencionado, Ordo Virtutum.

En este ámbito de su obra nuevamente se nos muestra una Hildegard propositiva, que le da una vuelta a lo establecido. Las canciones de la abadesa presentan una organización musical distinta a la del canto gregoriano que es hasta el día de hoy el canto oficial de la Iglesia Católica. Tampoco la distribución de los textos sigue el orden del Año litúrgico. Sus composiciones hablan de la Virgen, de la Iglesia, del ser humano, del universo, de Dios en un orden dispuesto por ella y sus visiones, utilizando una notación musical propia.

También el estudio de su música y poesía ha sido una importante fuente de investigación donde se les analiza tratando de desentrañar esta nueva manera de concebir un canto sacro, en pleno siglo XII. La música era esencial para esta religiosa. Y el canto representaba la constante recuperación de esa voz celestial que Adán había perdido cuando fue expulsado.

El universo es sonido, el cuerpo humano también lo es. La misión casi obligada es plasmar esa armonía celestial y humana a través de la música, porque no olvidemos lo que ella misma nos dice: “el alma es una sinfonía”. 


Notas

[1] Título original: Grandi peccatori Grandi cattedrali. Publicado enespañol por Seix Barral, Barcelona, 1988.
[2] Título original: La femme au temps des cathédrales, publicado enespañol en 1982 por Ediciones Juan Granica, Barcelona.
[3] Título original: Hildegarde de Bingen: conscience inspirée du XII.Le Grand livre du mois, 1994. Hildegarda nació en 1098.
[4] Título original: Femmes troubadours de Dieu, escrito por GeorgetteEpiney-Burgard y Emilie Zum Brunn.

Modesto ensayo de un florilegio hildegardiano

Nada mejor para dar término a estas «aproximaciones» a Hildegarda que reproducir algunos de sus pensamientos:

Yo soy –dice Dios– la ígnea y más alta fuerza que engendra. Toda centella de vida ha sido encendida por mí.

Yo, que soy el fuego de la vida, prendo fuego por sobre la hermosura de los campos, yo alumbro encima de las aguas, yo ardo en el sol y resplandezco en la luz de la luna y de las estrellas y suscito con el soplo de los aires todo ser que tenga vida.

Mi aliento es vivificancia en todo lo verde y floreciente.

Las aguas fluyen como si tuvieran vida por sí mismas, el sol vive como si su luz fuera propia de él y la luna se enciende cada vez de nuevo en la brasa del sol, los astros parecen vivir al contagiar al mundo con su vivo resplandor.

Yo engendro, escondido en todo ser, todo lo que existe arde por mí.

Soy por doquier la fuerza llameante y escondida por la cual todo el universo arde y da luz.

Todo vive en su ser interior, ninguna muerte se halla en él, porque yo soy la vida.

Pero la obra de todas las obras de Dios es el hombre.

¡Qué magnífica es la sabiduría en el corazón de Dios, que desde la eternidad ha visto cada una de sus criaturas!

Dios, al fijar su mirada en el rostro del hombre a quien había creado, reconoció toda su creación en esta figura de hombre. ¡Qué maravilloso es tu aliento con que despertaste al hombre a la vida!

Los cielos, por cierto, reflejan a Dios; pero el hombre es el espejo de todos los milagros divinos.

Cuando Dios fijó su mirada en el rostro del hombre encontró en él toda su complacencia. Con mi boca –dijo Dios– quiero besar mi obra más propia y acariciar aquella figura que del barro formé. Con amor jamás pronunciado te rodearon mis brazos y mi espíritu ardiente hizo de ti un cuerpo.

¡Vean todos y contemplen a ese hombre! El cielo y la tierra y el todo del mundo creado están contenidos en él. Y así el universo reposa contenido en él.

El hombre creado por Dios es como un llamado, como un grito, como una voz: Oh que plañidera y al mismo tiempo magnífica resuena esa voz, porque Dios elevó aquellas vasijas de barro con todos sus milagros hasta las estrellas.

Todo lo terrenal se ha tornado lenguaje de amor cuando la Palabra se hizo carne por amor. La Encarnación de Dios en su Palabra es la gran comunicación de su amor. En este amor también el hombre posee la túnica de su amor.

Así el amor está en medio y dentro de ti. Se encuentra tanto en el ser del hombre como en el obrar de Dios. El amor es siempre el centro y se propaga como una llama. El amor es el centro.

El que ha comprendido bien el amor no podrá errar ni hacia arriba, ni hacia abajo, ni hacia los lados, porque el amor está en el centro.

El centro del mundo es el corazón.

Alégrate, porque el Señor te tiene de tal modo en sus manos que no requieres apoyarte en tu propia seguridad.

Sé valiente y fuerte en este mundo náufrago y en los duros combates contra la injusticia y así lucirás como estrecha en la bienaventuranza eterna.

No reconozco en mí seguridad alguna ni poder de nada. Pero extiendo mis manos hacia Dios y sé que él me tiene como una pluma que sin el peso de ninguna fuerza, es llevada por el viento.

Mira la luz que has entrevisto un poco y álzate pronto para la obra santa, pues no sabes cuándo ha sido determinado tu fin.»

Mauro Matthei O.S.B.

Fuente: Revista Humanitas

«El hecho místico»- Juan de Dios Martín Velasco

La fe tiene Vocación de Experiencia.
Se trata de ser creyentes.
La primera Bienaventuranza es :
» Dichosa tú que has creído » ( Lc 1, 45 )
Los prinipales actos de fe son la oración ( como lo más inmediato ) , la
práctica del amor y las acciones en la vida cotidiana.
Siendo creyentes estamos Evangelizando.
Quizás nuestra Iglesia necesite en lo inmediato una Pastoral
Mistagógica, que nos ayude a experimentar el » Misterio » y Encarnarlo
en los tres actos de fe mencionados anteriormente.
Mi reflexión personal, teniendo en cuenta estos parámetros matriciales
que ha relatado Juan de Dios Martín Velazco ( Filósofo Especialista en
Fenomenología de las Religiones ), de quien he extraído este material de
algunas de sus conferencias, no es ni más ni menos que nuestro camino
Espiritual en coherencia con el Hermano Carlos de Foucauld en el que se
configuran las Dimensiones Evangélicas de Nazareth, Desierto y
Palestina.
Hno Pablo ( CEHCF )

TEXTO DE LA MÍSTICA UNIVERSAL

Cuando metemos la mano en la palangana,

cuando atizamos el fuego con un soplador de bambú,

cuando alineamos interminables columnas de cifras en un cuadro de contabilidad,

cuando, quemados por el sol, nos encontramos empapados en el lodo de los arrozales,

cuando nos encontramos delante del horno del fundidor,

si no realizamos la misma vida religiosa que si estuviéramos en un monasterio,

el mundo nunca será salvado.

M. Ghandi

EL AMOR, NÚCLEO DE TODA RELIGIÓN (Willigis Jäger)

«En el koan 45 del Mumonkan dice el maestro Tozan: «Incluso Shakyamuni y Maitreya sirven a ése. Dime: ¿Quién es ése?». Todos servimos al Uno. La poesía que acompaña el caso dice: «No tires con el arco de otro; no cabalgues en el caballo de otro; no hables de las faltas de otros; no trates de averiguar los asuntos de otros».

Todos tiramos siempre el único arco y siempre cabalgamos el único caballo. Solamente existe un arco, solamente existe un caballo, solamente hay una vida que nos une a todos. Y si hablamos de las faltas de los demás, hablamos sobre nosotros mismos. Existe únicamente el Uno al que servir.

Podríamos citar muchas palabras del Nuevo Testamento que apuntan en la misma dirección: «Lo que le habéis hecho a alguno de mis hermanos, me lo habéis hecho a mí». —«Ama a tu prójimo como a ti mismo». —«Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os calumnien. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo no se lo reclames» (Lc 6,29).

Esto es un idealismo erróneo, nos dice el sentido común. Pensad tan sólo en los campos de concentración, en Bosnia, en Chechenia, en el terror del 11 de septiembre 2001, en la guerra de Irak, en el Sudán. Según la concepción general, un orden social no se puede basar en semejante ética. Los malvados se aprovecharían y nos dominarían. Un estado social no podría funcionar de esta forma.

El amor del que se trata aquí no tiene nada que ver con la moral. No conoce el «debes» y el «tienes que». Porque la persona que experimenta la vida en las cosas y en sí misma, ya no dañará a los demás. Tendrá una postura de veneración ante todo lo viviente. El moralista levantará tal vez el dedo y dirá: «Debéis volveros así». No tenemos que volvernos así, somos así. Thomas Merton lo expresó una vez de esta manera: «De repente sentí como si viese la belleza secreta del corazón, la profundidad donde no alcanza ni el pecado ni la codicia, la criatura tal como es a los ojos de Dios. ¡Ojalá pudieran (las criaturas) tan sólo verse como son realmente! Si pudiéramos vernos mutuamente de esta forma, no habría motivo para la guerra, el odio, la crueldad… Creo que el gran problema consistiría entonces en que tendríamos que postrarnos para veneramos mutuamente».

Esto suena muy elevado; como si hubiera en nosotros algo muy especial, algo muy diferente que debiéramos venerar. Quizás una religión puede expresarse así cuando cree que una determinada persona es especialmente venerable, que representa algo muy especial y destacado. Pero en el fondo esto vale para todo y para todos, porque ¡todo es santo! No nos podemos volver santos, porque todo es santo en el fondo».

Willigis Jäger
«La vida no termina nunca»

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San Juan de la Cruz en Navidad, alternativa de vida y amor

Una modelo de vida y amor en la encarnación del Dios de la misericordia

La celebración de la fiesta y memoria de San Juan de la Cruz (SJC), el 14 de diciembre, es muy adecuada para ir adentrándonos en el Acontecimiento de la Navidad. SJC es uno de los santos y místicos más relevantes de la historia de la fe, Doctor de la iglesia, maestro espiritual, una de las cumbres de la literatura y de la poesía junto a su compañera, Santa Teresa de Jesús. Ciertamente pues la vida y obra de SJC, que son inseparables, nos viene muy bien para irnos adentrando en la experiencia del Misterio de La Navidad que es la realidad fundante, junto a la Pascua, de la fe. Él supo comprender y vivir profundamente la entraña de esta fe, como se nos manifiesta en dicho acontecimiento de La Navidad. Como nos presenta en su Romance de Nacimiento, “era llegado el tiempo en que de nacer había, así como desposado que en sus brazos la traía, al cual la graciosa Madre en su pesebre ponía…Dios en el pesebre allí lloraba y gemía, que eran joyas que la esposa al desposorio traía, y la Madre estaba en pasmo de que tal trueque veía: el llanto del hombre en Dios, y en el hombre la alegría, lo cual del uno y del otro tan ajeno ser solía”.

SJC nos transmite así el sentido profundo de la Navidad y de la fe, como es la Encarnación de Dios en Jesús, que con su amor misericordioso asume solidariamente todo el sufrimiento, el mal e injusticia que padece la humanidad; para salvarnos liberadora e integralmente por este amor compasivo e inseparable de la justicia, que nos regala la auténtica alegría y felicidad. Este cristocentrismo es rotundo en SJC, cundo expresa que “una vez que Dios había pronunciado su palabra en su Hijo, ya no tenía más que decir. Pon los ojos sólo en Él, porque en Él lo tengo todo dicho y revelado. Él es toda mi Palabra y respuesta” (Subida al Monte Carmelo II, 22,5).

Dios en Cristo se ha encarnado en solidaridad fraterna con toda la humanidad, acogiendo con misericordia este dolor, maldad e injusticia que padece. Y, de esta forma, traernos el sentido de la vida, una vida alegre y feliz en este amor solidario que nos libera de toda maldad, del pecado e injusticia. En la Encarnación de Cristo, Dios se hace pequeño, humilde y pobre en fraternidad liberadora con los pobres de la tierra, en solidaridad y justicia con las víctimas de la historia u oprimidos del mundo. Otro testimonio de santidad y espiritualidad, San Carlos de Foucauld que vivió toda esta mística de la Navidad y Nazaret, nos lo comunicó de manera similar: “no sé si habrá alguien que pueda contemplarte en el pesebre y seguir siendo rico; yo no puedo”

Dios se encarna y nace en las periferias del mundo, en los márgenes y reverso de la historia. Como afirma SJC, “del Verbo divino la Virgen preñada viene de camino. ¡Si le dais posada!” (Letrilla, 13 Navideña). Tal como nos narra el Evangelio, “le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (Lc 2,7). De esta forma, el niño-Dios pobre nos trae la salvación con este amor fraterno y solidario, nos dona la justicia y liberación integral del mal, pecado y egoísmo con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y de la violencia. Así lo muestra SJC: “para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada; para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada…” (Monte de perfección 5).  Lo primero y esencia de todo es el Don (Gracia) del amor de Dios, como se nos muestra en Navidad que, siguiendo a Cristo humilde y pobre en su Espíritu, nos lleva a la pobreza fraterna, solidaria y liberadora de los falsos dioses del poseer, del tener e idolatrías de la riqueza-ser rico y del poder. Como afirma bellamente SJC, “en la interior bodega de mi Amado bebí… y el ganado que antes seguía perdí…Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio…” (Cántico Espiritual 17, 19)

Por todo ello, como nos revela el Dios encarnado en el niño pobre y en la familia empobrecida de Nazaret, este Don (Gracia) de su amor, que se realiza en esta fraternidad y pobreza solidaria, nos va liberando de toda esclavitud, de la opresión e injusticia, nos hace libres y liberadores. Frente a todo poder y dominación que cause el mal, la injusticia, la desigualdad y exclusión.  Tal como muestra SJC, “buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras” (Cántico espiritual 15). En Navidad, se nos presenta así el verdadero rostro e imagen de Dios que se ha encarnado y manifestado en Jesús. Es el Dios de la misericordia compasiva, del amor fraterno y de la justicia con los pobres de la tierra, para liberarnos del mal, de la injusticia e idolatría del poder y de la riqueza-ser rico que oprimen a los hambrientos, a los pobres y marginados. Se trata de no se caer en la soberbia para que no se produzca la humillación, que no nos convirtamos en poderosos ni en ricos (enriquecidos) para que no se generen pobres (empobrecidos) y oprimidos. Tal nos revela todo ello la madre del niño-Dios Jesús que va a nacer, María de Nazaret en el Magníficat (Lc 1, 46-55).

Y, en esta dirección, irnos aproximando a la belleza de Dios que con su Gracia nos salva y libera, a la gloria, esplendor y amor de Dios como se refleja en la naturaleza, en la creación, en todo el universo. Dios en Cristo se ha encarnado y asumido en solidaridad todo el cosmos e historia, para traernos la liberación fraterna e integral (cf. Rm 8, 22-39). Como nos muestra SJC, “Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura…Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos… la noche sosegada” (Cántico Espiritual 25, 65).

Hay noche oscura sí, más es noche confiada y serena, la vida de espiritualidad y de fe, cultivando esa profundidad e interioridad mística con la amistad y “atención amorosa” de Dios en Cristo. Por todo ello, con sentido liberador, asumiendo e integrando así la vulnerabilidad, las heridas y el mal, transformando lo negativo en bien, alegría y caridad (amor fraterno) que conforma esta fe en la esperanza. Realmente, como transmite La Navidad, es la Nochebuena que inicia ya la Noche de Pascua, donde con SJC podemos exclamar: “En una noche oscura, con ansias en amores inflamada ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. A oscuras y segura, por la secreta escala, disfrazada, ¡oh dichosa ventura! a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía sino la que en el corazón ardía Aquesta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con Amada. Amada en el Amado transformada!” (Noche oscura 1-5). De ahí que podamos alabar y aclamar, junto a los ángeles (Lc 2, 14), “Noche de paz”, de amor, de justicia y salvación liberadora que nos trae el niño-Dios Jesús.

Es la experiencia espiritual y mística cósmica, con una ecología integral, de comunión amorosa con Dios, con la humanidad y con toda la creación que culmina en la vida plena-eterna, en la tierra nueva y en los cielos nuevos (Ap 21). La vivencia espiritual y mística de SJC: “quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado” (Noche oscura 40). Esta sabiduría espiritual que se realiza en dicha comunión mística con Dios y con todo ser, con el cosmos entero, culmina en la cruz de Cristo-crucificado, la ciencia de cruz como escribió otra santa y mártir carmelita, E. Stein. Esa “ciencia sabrosa” del Dios del amor y de la vida, de los pequeños, humildes y pobres, de esa plenitud de la entrega y de fraternidad liberadora con los otros, como ya se nos indica en el evento de La Navidad.

Fuente: https://www.exaudi.org/es/san-juan-de-la-cruz-en-navidad-alternativa-de-vida-y-amor/

El Zohar, la mística hebrea

¿Qué es el Zóhar?

El Zóhar es una colección de comentarios sobre la Tora, con el propósito de guiar a aquellas personas que ya han alcanzado elevados niveles espirituales hacia la raíz (u origen) de sus almas.

El Zóhar comprende todos los estados espirituales que experimentan las personas a medida que sus almas evolucionan. Al final del proceso, las almas alcanzan lo que los cabalistas llaman «el final de la corrección», el más alto nivel de la plenitud espiritual.

Aquéllos que no han alcanzado ningún nivel espiritual, puede parecerles que el Zóhar es apenas una compilación de alegorías y de leyendas que pueden ser interpretadas y percibidas en forme distinta por cada individuo. Pero, para aquéllos que han alcanzado elevados niveles espirituales, o sea los cabalistas, el Zóhar es una guía práctica para llevar a cabo acciones internas, con el propósito de descubrir estados de percepción y de sensación más profundos y más elevados.

https://es.slideshare.net/slideshow/el-zohar/22209077#60

Madeleine Delbrêl, humanidad y espiritualidad


En el libro Madeleine Delbrêl una mística en el mundo obrero, de JL Vázquez Borau, Editorial San Pablo, he descubierto a una mujer que me ha fascinado tanto por su humanidad como por su espiritualidad.
Madeleine Delbrêl vivió en una Europa de guerras, pobreza y desigualdades, nada que ver con la Europa del bienestar que nos ha tocado vivir a nosotros. Su ambiente familiar ateo y sus amistades
agnósticas la alejaron del catolicismo hasta que a los 20 años tuvo lugar en ella un proceso de conversión; se enamora de Dios. No lo busca, es Dios quien la encuentra y ya nunca la abandona. Y, entonces, empieza a rezar.
Para Madeleine Delbrêl la oración es totalmente indispensable para mantener firme la fe en una sociedad que va por otro camino. Si creemos en el Dios vivo que sostiene nuestras vidas es lógico que queramos
relacionarnos con Él, que lo busquemos, que hablemos con Él. Para Madeleine “la oración debe tener un tiempo reservado para sí misma pero no un tiempo sobrante, sino un tiempo que deja lo útil por algo más útil”.
A través de la oración Madeleine va experimentando a Dios y es esta experiencia la que llena todo su espacio y tiempo y da sentido a todo su amor por los más pobres y a buscar caminos de hospitalidad y de diálogo.
La oración en cualquier momento, en la medida que estemos preparados
para ello, nos pone en contacto con el Dios que nos da la Vida
”. Madeleine introdujo en la sociedad secular nuevos modos de orar. Donde no hay tiempos ni espacios adecuados para rezar, el deseo de Jesús hace que ella aproveche cualquier lugar y momento para hacerlo. Madeleine es una mujer enamorada de Dios que busca cualquier momento del día como oportunidad para el encuentro, aunque sea breve, y son estos pequeños momentos de oración los que la conducen hacia momentos de silencio y
mayor recogimiento para una escucha activa de Dios.
Su opción radical por vivir con los pobres y desfavorecidos de la sociedad de su tiempo la llevó a crear una comunidad de mujeres laicas, “La Charité de Jésus”, en un suburbio obrero de París. Ella y sus compañeras trabajan en la calle atendiendo el sufrimiento de los más abandonados. Allí trabaja
primero como asistente social muy activa y al final de la II Guerra Mundial deja su trabajo y se centra en organizar su comunidad. Madeleine se interesa por todos y dialoga con las autoridades de ideología marxista trabajando con ellos en pro de la justicia social, pero no oculta que la esperanza que la anima es el Cristo de los pobres, y no deja de anunciar el Evangelio.
Madeleine entendió que es el servicio el que construye la Iglesia de Jesús porque Jesús no vino al mundo para exigir que le sirvan, sino “para servir y dar su vida en rescate por todos”. Ella sirvió al proyecto del Reino de Dios desviviéndose por los más débiles y necesitados, comprometida y entregada al proyecto de Jesús.
Podríamos decir que Madeleine Delbrêl fue una “contemplativa en la acción”; oración en cualquier momento con el Dios vivo que llevamos dentro de nosotros, que nos impulsa a estar presentes en todo
sufrimiento, y así experimentar toda la fuerza del amor evangélico.
Madeleine supo que seguir a Jesús era despojarse de todo y vivir donde hiciera falta. Vivió y actuó en el mundo y se abandonó en manos de Dios.
La vida de Madeleine Delbrêl nos interpela como cristianos laicos y es, al mismo tiempo, un bellísimo ejemplo a seguir por todos.

Esperanza Puig Pey

https://drive.google.com/file/d/1ASYrHH9mo0cpZfrzI4V1WlaGx88DzQBc/view?usp=sharing

Mística y revolución

«Jesús era un revolucionario, que no se convirtió en extremista, ya que no ofreció una ideología, sino a sí mismo. También era un místico, que no usó su relación íntima con Dios para evitar los males sociales de su tiempo, sino que sorprendió a su entorno hasta el punto de ser ejecutado como rebelde… Todo revolucionario real es desafiado a ser un místico de corazón, y el que camina por el camino místico es llamado a desenmascarar la calidad ilusoria de la sociedad humana. El misticismo y la revolución son dos aspectos de un mismo intento de provocar un cambio radical. Ningún místico puede evitar convertirse en crítico social, ya que en la auto-reflexión descubrirá las raíces de una sociedad enferma. Del mismo modo, ningún revolucionario puede evitar enfrentarse a su propia condición humana, ya que en medio de su lucha por un nuevo mundo encontrará que también está luchando contra sus propios miedos reaccionarios y falsas ambiciones.» (Henri Nouwen)