LA MÍSTICA DE UNA VOCACIÓN )Padre Peyriguere)


Mensaje vivido
Todo lo que el Padre Peyriguère ha escrito, todo lo
que ha dicho, refleja su vida. Más allá de las complicaciones
de frases abstractas y mal puntuadas, o de alguna coquetería
de escritor, nos confía su vida profunda. «Una palabra,
afirma Péguy, no es la misma en un escritor que en otro.
Uno se la arranca del vientre; el otro la saca del bolsillo de
su abrigo». El P. Peyriguère pertenece a la categoría de los
primeros. Su mensaje impreso o hablado es la clave de su
vida, la explicación de sus actitudes y de sus actividades, la
razón de ser de sus treinta años de presencia en El-Kbab.
Sus palabras están llenas de oración, grávidas de
experiencia. Han sido repetidas incansablemente al pie del
altar. Han brotado un día como luz que disipa la noche de la
duda, o como respuesta a punzantes preguntas. Han sido
dichas para un amigo en quien ardía la misma mística: «Es su
alma la que sentimos latir con el mismo ideal que la nuestra»
(…).
El mismo nos previene: «Cada día, mientras me
queda tiempo y fuerzas, escribo algunas páginas: quisiera
encerrar en ellas lo que mi pobre alma ha vivido y orado
en esas ardientes adoraciones solitarias de mis noches, que
son para mí la porción escogida de mi vocación
misionera… todo lo que me ha sostenido, todo aquello para
lo que me he conservado firme, para lo que he dado, o
creído que daba, a mi pobre vida un poco de grandeza y
un poco de belleza… todo lo que me ha hecho sentir que
valía magníficamente la pena de ser vivida» (1939) … El
P. Peyriguère, como él mismo escribía de su amigo de
Tazert, es el hombre de una idea. «De ese modo se explican
su personalidad y su vida.»
Su predicación o sus artículos le proporcionan la
ocasión de repetir su idea y desarrollarla, de entusiasmarse
con ella y afirmarla a propósito de todo. Semejante sesgo de
espíritu, muy sintético, hace difícil una publicación
sistemática de sus escritos, clasificados por materias y
subdivididos en secciones.
En esta primera recopilación hemos reunido los
textos más conocidos del Padre, los más frecuentemente
citados: aquellos en los que seguramente se ha mostrado
más a sí mismo1.
El hombre de una idea
El Padre Peyriguère no puede conformarse con el
empirismo, y menos aún con el romanticismo. Por otra
parte, ¿podía parecer romántica después de seis meses la
situación que él mismo escogiera? Elegir el ser «quien
siembra y no recoge» es aceptar «una vocación de roturador
con sus prolongados esfuerzos y sus largas esperas al
umbral de una cosecha que no se verá nunca». Hacer de esta
vocación un pequeño negocio, con algunos ingresos y todo,
es cosa que el Padre Peyriguère no hubiera soportado. Para
llevar durante treinta años la vida que hizo, ha tenido
necesidad de «grandes horizontes teológicos». Algunas
técnicas apostólicas inventadas de un día a otro no hubieran
podido saciar su sed de un «gran sueño».
Rechaza sobre todo cualquier ruptura entre los
gestos de la vida cotidiana y una espiritualidad vivida al
margen. La doctrina cristiana no consiste simplemente en
un refugio donde poder descansar de vez en cuando de una
austera vocación. Quiere fundar sólidamente sobre el
dogma todo lo que constituye su vida. Ninguna sima entre
los humildes trabajos diarios y la síntesis intelectual,
ninguna ruptura entre el dispensario y la capilla, ninguna
oposición entre acción y contemplación. Dentro, una sola
aspiración debe unificarlo todo. El Padre Peyriguère es
doctrina hasta la punta de los dedos.
Días y días vuelven las preguntas esenciales: ¿qué
hago aquí? ¿Para qué sirve esto? ¿No sería yo más eficaz
de otra manera? ¿Por qué esconder mis talentos? ¿Qué es
lo esencial de mi misión aquí? «Seguir creyendo en el
propio ideal, a pesar de las incomprensiones, a pesar de las
dudas surgidas del fondo de uno mismo… Todas las
energías de su alma se recogieron y fueron concentradas en
justificar su vocación… a sus propios ojos, para poder
justificarla a los ojos de los demás». Lo que el Padre
Peyriguère escribe de su amigo lo ha confiado
frecuentemente: «El mío es un sueño loco: ante todo me es
necesario no dejar de creer en él».
La angustia y las tentaciones del explorador se
revelan en estas otras líneas estremecedoras, en las que nos
habla de sí mismo: «¿No ha equivocado su vida? ¿Qué hace
ahí…? Un hombre activo, un realizador, ante todo… pero
¿una acción superficial, o una acción profunda? ¡Se siente
“activo” delante del Tabernáculo! La acción del mismo Dios
ejercida en él y para él… El peso enorme que hay que
levantar: almas que hay que ganar, arrancarlas al pecado y a
ellas mismas. Es necesario un redentor, no un redentor
humano. Llenarse de Dios para que Dios mismo actúe en él…
y después, la Comunión de los Santos…»
En otros ministerios más tradicionales, el contacto
con los fieles, gracias a los sacramentos, a la enseñanza, a
los círculos de estudios, aporta ciertas satisfacciones al
sacerdote. La influencia espiritual se derrama en una
influencia humana, y el sacerdote, sabiéndose todo él
«instrumento», «palpa» la gracia y admira las maravillas de
Dios en las almas; además, no está aislado: lo rodea una
comunión cristiana. Pero el explorador está solo: jamás
agrupará a militantes alrededor de sí, nunca podrá
maravillarse de la acción de Dios visiblemente instalada;
celebrará siempre en su soledad la misa… Entonces se mide
la importancia de saber por qué está allí y qué es lo que en
ese lugar se hace. Y el darse razones fundadas en la doctrina
más profunda y más sólida.
Añadamos que son muchos los sacerdotes y los seglares
que se sienten llevados a dirigirle las mismas preguntas que el
Padre Peyriguère se hace a sí mismo. Viven en ambientes
profundamente descristianizados u hostiles al cristianismo y
en los que parece imposible todo apostolado directo: es «la
broza de las almas». Son necesarios los «desbrozadores»,
especialistas de la pre-misión2. Y estos se preguntan: ¿qué
puede hacerse, en el respeto absoluto a las personas, pero
también con el corazón poseído por esa voluntad redentora
que anima a Cristo: «he venido a traer fuego a la, tierra y qué
he de querer, sino que arda»? La respuesta que se ha dado el
Padre Peyriguère trasciende a su misma persona. En su vida
y sus escritos, muchos apóstoles descubrirán el mensaje que
esperan.
Un guía: Carlos de Foucauld
¿Quién ha abierto al Padre Peyriguère esas
perspectivas teológicas y espirituales que constituyen el
armazón de su vida? El Padre de Foucauld. Digo bien, «el
Padre» y no su obra. Más aún que por sus escritos, el
ermitaño de Tamanrasset es un desbrozador de caminos, un
genial iniciador. «El documento esencial es su vida». Aunque
no lo ha conocido personalmente, el Padre Peyriguère se
adhiere a la persona del Padre de Foucauld más que a sus
manuscritos. Temperamento intuitivo, no analiza
detenidamente los textos, sino que aprehende de ellos lo
esencial. Así, a pesar de la escasa documentación de que
dispone hacia 1930, destaca los rasgos originales de la
fisonomía del pequeño hermano universal: ante todo, es un
misionero. Quiere ser un misionero en todos sus pasos y en
toda su vida: «La espiritualidad del Padre de Foucauld y su
fórmula misionera lo es todo. Para él no se da por separado,
de una parte, su vida de piedad personal y, de la otra, su
actividad misionera. No separa y, por lo tanto, no distingue.
Por el mero hecho de vivir su espiritualidad, es y se siente
misionero».
El Padre de Foucauld por entero y toda su vida es
mucho más que un determinado reglamento o un proyecto
de asociación: «Desde hace años, el Padre de Foucauld,
fundador de una orden, no está en mis horizontes. Para mí,
toda su talla procede de haber sido el iniciador de un
movimiento misional y de un movimiento espiritual»
(1952). Es el capitán de los «desbrozadores»: «En algunos
casos, el apostolado tropieza con tales obstáculos que

necesario realizar una división del trabajo y que la tarea
premisionera posea sus méritos y sus especialistas». El
Padre de Foucauld es, bien puede decirse así, el «inventor»
de ese trabajo pre-misional.
Nazaret
Si existe una palabra que simbolice esa invención
foucauldiana, es la de Nazaret. Pero a condición de que se la
entienda bien y que no se le estreche. No soñemos,
efectivamente, con una pequeña imitación individual de un
determinado estilo de vida oculta. Nazaret es mucho más que
todo eso.
Volvamos a colocarlo en el dinamismo del misterio
de la Encarnación y en los amplios horizontes de los
Padres de la Iglesia: «A partir del significado y de la
interpretación misionera de la vida oculta de Cristo y en
relación con el punto de vista de los Padres de la Iglesia
acerca de las edades de Cristo, el Padre de Foucauld ha
pensado, expresado y vivido su problemática premisionera».
El Cristo místico en acción
Cristo Jesús, cuya carrera terrena e histórica
concluye en la Ascensión, se prolonga místicamente en
sus miembros. «La Iglesia, dice Bossuet, es Jesucristo
difundido y comunicado». Desde Ascensión y Pentecostés,
Cristo continúa en su Cuerpo místico, verdadera
prolongación de la Encarnación a través del tiempo y del
espacio. Por su muerte y su resurrección, Cristo Jesús ha
salvado al mundo una vez por todas; pero la salvación se
realiza en sus miembros actualmente. El Cristo místico está
siempre en acción.
Conscientes de estas realidades, leamos otra vez este
texto clave del Padre Peyriguère: «Como el Cristo
Redentor histórico, el Cristo Redentor místico ha querido
tener sus diversas edades, ya en la manera en que viene a
las almas y subsiste momentáneamente en ellas, ya en la
manera en que se propone y se da por el Apóstol… La
Iglesia, que es Cristo, tiene también sus edades en la
conquista de las almas, sea para llegarse a ellas, sea para
hacerlas suyas, es decir, de Cristo. Por ciertas razones, a
veces insuperables, en determinados ambientes y razas no
puede ejercer sus actividades redentoras visibles… Para
poder ser Cristo salvador en medio de los hombres, pide al
pre-misionero que se dé a ella, a fin de que por su medio la
Iglesia misma sea el Cristo de la vida oculta…»
Durante treinta años en Nazaret, Cristo Jesús ha
salvado a las almas guardando silencio, negándose a todas
las manifestaciones exteriores que más tarde constituirán
su vida pública, predicación y milagros. «Durante treinta
años en Nazaret, fue salvador simplemente callando, pero
estando presente en medio de un mundo». De la misma
manera, el Cristo místico, en sus desbrozadores, salva en
silencio. En el reducido puñado de cristianos de tal
ambiente o de tal pueblo, en el mundo obrero o en tierra
del islam, Cristo sigue viviendo el misterio de Nazaret. Por
sus cristianos, sacerdotes o laicos, salva invisiblemente y
se manifiesta en silencio. Muestra su grandeza moral y su
bondad, pero no habla. «Predicar el Evangelio en silencio»,
«Clamar el Evangelio durante toda la vida», estas
consignas del Padre de Foucauld, alcanzan todas sus
resonancias en las más amplias perspectivas doctrinales. La
pre-misión prolonga en el tiempo y multiplica en el espacio el
misterio de Nazaret.
Vivir de esperanza
Qué impulso de esperanza brota de esta certeza, que
sostiene la oscura labor cotidiana del apóstol. Nazaret, que
sigue escondiendo su testimonio en medio de un pueblo, es
ya la levadura estremecida en la masa, es el grano de trigo
que brilla en lo secreto de la tierra. «Sembrar sin recoger es
sembrar igualmente… Vivir a nuestro amado Cristo, incluso
sin hablar con él, es igualmente hablarle.»
Toda la inmensa masa humana fermenta bajo las
preparaciones históricas: el islam, como un Antiguo
Testamento, la encamina hacia el Encuentro. Y para la
comunidad cristiana en tierra musulmana, es el tiempo de
Nazaret… «El Cristo místico, que es la Iglesia, debía tener
su etapa de vida oculta… Treinta años de vida escondida, de
los treinta y tres de su existencia histórica… ¿qué representa
eso comparativamente en los largos siglos de su destino
místico?»
Vivido en tal nivel, el cristianismo ya no se parece en
nada a un mínimo asunto individual. Cada uno de nosotros,
según la expresión de Cesáreo de Arlés, al que el Padre
Peyriguère gusta tanto citar, «cada uno de nosotros,
conservando sus proporciones visibles, se ha hecho mayor
que sí mismo». La luz así proyectada sobre nuestra vida
cotidiana la transfigura. «Es tan bueno ver su propia pobre
vida hecha de estas pequeñas cosas que la asemejan a la vida
de nuestro Cristo en Nazaret y a la de la Virgen y san José.
Ser carpintero, cocinero, jardinero, enfermero, barrer la
propia casa, repasar los manteles del altar, hacer la comida:
¡qué grande es todo esto!» (1933). Sí, es grande, puesto que
Cristo Jesús asume en nosotros toda esa vida.
Así, a través del universo, el Cristo místico está en
estado de Nazaret. En este cristiano o en aquella comunidad,
vive su vida oculta, no sólo en las avanzadillas visibles de la
Iglesia, sino ya en el extremo del crecimiento que la lleva, a
través de los siglos, hacia su estatura perfecta. «Ser el
primogénito de todos aquellos que nacerán en los siglos.»
La cruz y la eucaristía
Pero Nazaret no es un camino fácil. La asimilación a un
ambiente, el ocultamiento silencioso, la renuncia a las eficacias
visibles, constituyen día a día un duro sacrificio para el apóstol.
La sombra de la cruz se perfila sobre Nazaret. Invisiblemente
se opera la redención. «Cumplo en mi carne lo que falta a la
pasión de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia». Y la ley del
grano de trigo es que muera.
En la montaña, bajo las hierbas verdes, se oculta la
pequeña fuente. Buscad la fuente secreta tras la vida
ordinaria de Nazaret. Encontraréis la Eucaristía. Porque a
los pies del sagrario y del altar nos conducirá el Padre
Peyriguère, como el Padre de Foucauld. La Eucaristía
alimentará las más hondas actitudes del apóstol.
Contemplando la Hostia, se impregnará de Nazaret: Dios
convertido en uno de nosotros y que salva en silencio… «Por
la Eucaristía se le dice todo al pre-misionero, se le da todo,
de esta vocación; todo se le da a la Iglesia: todo lo que ella
puede esperar de parte de aquel a quien, para ganar las almas
para Cristo, ha enviado a sus últimos confines».
MICHEL LAFON, “Mística de una
vocación”, en ALBERT PERYGUÈRE, El
Tiempo de Nazaret. Mística de una vocación
(Barcelona 1967) 12-20.

1 Michel Lafon hace alusión al libro ALBERT PEYRIGUÈRE, El tiempo deNazaret. Mística de una vocación (Barcelona 1967). Hacer notar que el P.Peyriguère escribía con frecuencia con seudónimos tales como Paul Hector,Jean Vasco, Maurus y otros).

2 En la actualidad no es frecuente el uso del vocablo premisión. Se habla más
de preevangelización.

Lo que da unidad a la vida de Carlos de Foucauld

Michel Lafon

Correo de la Fraternidad secular Charles de Foucauld n.129

Entre las imágenes de Carlos de Foucauld que guardamos en la memoria destaca aquella en la que lo vemos de rodillas, pasando horas ante el Santísimo Sacramento. Ya que para él, la Eucaristía, es, en primer lugar, una presencia, la presencia del mismo Señor Jesús, una presencia tan verdadera, que la Iglesia emplea, a falta de algo mejor, la expresión «presencia real».

«Tu estás aquí, Señor Jesús,  exclama, … Qué cerca estás Dios mío! mi Salvador!  mi Jesús!, mi hermano, mi esposo, mi Bien Amado «. Y añade: «En la Santa Eucaristía, tu estás vivo, mi buen Amado Jesús, tan plenamente como estabas en la casa de la santa Familia de Nazareth… «

La última palabra de Jesús, en el Evangelio de Mateo, es:» «Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20). Para el hermano Carlos, estas palabras se refieren, en primer lugar, a la Eucaristía, que es para él la prolongación del misterio de la Encarnación, la prolongación y la multiplicación de la presencia de Jesús en Nazareth.


AL FINAL DE SU VIDA, el hermano Carlos intenta crear una Asociación de fieles – laicos y sacerdotes – que comparta su ideal eucarístico y misionero. También redacta un Directorio de la Asociación, donde condensa su experiencia espiritual. Escribe: «Dios, para salvarnos, vino  a nosotros, se mezcló con nosotros, vivió con nosotros en un contacto muy familiar y muy estrecho, desde la Anunciación a la Ascensión. Para la salvación de las almas sigue viniendo a nosotros, continúa mezclándose con nosotros, viviendo con nosotros en un contacto lo más estrecho posible, cada día y en cualquier momento en la santa Eucaristía. Así pues, para trabajar por la salvación de los almas debemos  ir hacia ellas, mezclarnos con  ellas, vivir con ellas en un contacto familiar y estrecho.»(Art. 28, 8º)  Este texto es capital e ilumina toda la evolución del hermano Carlos, desde su conversión hasta su muerte, treinta años más tarde. Me guiará en mi meditación de esta noche.


EN EL MOMENTO DE SU CONVERSIÓN, el hermano Carlos, deslumbrado por su encuentro con el Señor, sólo piensa en una cosa: en vivir total­mente para El. «Tan pronto como creí que existía Dios, me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que vivir para Él.» Y continua escribiendo: «Que nuestro corazón sea todo de Dios, todo en Dios, todo para Dios…» Y explica en una carta: ¿»Por qué quería yo entrar en la vida religiosa? Para hacer compañía a Nuestro Señor, en la medida de lo posible, en sus penas.» Y se encuentra en sus escritos: imitar a Nuestro Señor, hacerle compañía, consolarlo.


SIN EMBARGO, POCO A POCO, EN NAZARETH, descubre que Jesús es Salvador, que salva el mundo. ¿Qué es lo que esto quiere decir? Que Dios nos ama tanto que se encarnó entre nosotros para hacernos compartir su propia vida. Como nos lo repiten los Padres de la Iglesia desde los primeros siglos: «Dios se hizo  hombre para que el hombre se llegue a ser Dios.» Y entonces el hermano Carlos  dice: si yo quiero imitar a Jesús, debo ser salvador como Él, debo ser salvador con Él, hasta el punto que «el nombre de salvador resume sus vidas (de los hermanitos)  como expresa la suya«, escribe Carlos sobre  los futuros hermanitos. La conciencia de ser salvador conlleva  importante cambio en su vida : se aleja  de Nazareth y  le hace pensar en la posibilidad de hacerse sacerdote. En el momento de su conversión no contempló el sacerdocio por temor a que el estatus del sacerdote en la sociedad le impidiera tomar el último lugar que tanto deseaba para imitar a Jesús. Ahora cree que el acto de ofrecer el Santo Sacrificio de la misa es lo mejor que puede hacerse en la tierra, para la salvación del mundo: «El sacerdote continua la obra de Nuestro Señor y nunca lo imita tan perfectamente como cuando ofrece el Santo Sacrificio.»  Dice poco antes de  ser ordenado sacerdote.

 ¿QUÉ VA A HACER EL NUEVO SACERDOTE? Como lo hemos leído en el texto del Directorio, para ser salvador con Jesús, es necesario ir «hacia las almas» y en particular hacia las más aban­donadas, «vivir con ellas» y llevarles esta Presencia eucarística donde el mismo Jesús viene a vivir con ellas para salvarlas. «Vivir con» caracteriza tanto la Encarnación y la Eucaristía como la misión de los cristianos en un mundo no creyente.
Escuchamos al hermano Carlos en el momento de su ordenación:

¿»No es mejor ir en primer lugar a Tierra Santa?» No. Una sola alma tiene más valor que la Tierra Santa entera y que todas las criaturas sin razón reunidas. Es necesario ir no donde la tierra es más santa, sino allí donde las almas están más necesitadas… “Es lo que le decide a dejar  Nazareth definitivamente y dirigirse al Sahara, donde se establece en Beni Abbes, cerca de la frontera marroquí. Va al desierto, no para responder «a la llamada del silencio», o para ser ermitaño en la inmensidad de la arena, va al desierto para convertirse, con Jesús, salvador de las «ovejas más olvidadas«, va para «llevar el banquete eucarístico a los pobres».


DE TODO ESTO QUE EL HERMANO CARLOS ACABA DE DECIR, destaco una palabra que tiene su importancia, es el verbo ir. En el texto del Directorio, esta acción de dirigirse hacia un sitio aparece tres veces: es para ir hacia los humanos, es por encontrarse con ellos, que Dios se hizo hombre, es para seguir yendo a ellos, que el Señor se hace presente en la Eucaristía. El Evangelio ilustra este planteamiento divino de la manera más conmovedora. Acordémonos de la oveja perdida: vemos al Buen Pastor, no solamente ir hacia ella, a su búsqueda, sino  incluso correr: «Si pierde a una oveja, deja las otras 99 en el desierto para correr detrás de la que se ha perdido, hasta que la haya encontrado.» Y, cuando la ha encontrado, se la pone sobre sus hombros muy contento  «(Luc 15,4-5). Y en la parábola del hijo pródigo, vemos también al padre correr hacia el hijo perdido: «Cuando estaba aún lejos, su padre lo percibió y se llenó de compasión, corrió  a lanzarse a su cuello y lo cubrió con besos. «(Luc 15, 20) Es el padre que corre.» ¿No es inaudito, no es una locura? Pero nuestro Dios es así en su amor inconmensurable, en su amor infinito para con nosotros. En consecuencia, ir hacia otros, ir hacia «las ovejas perdidas«, ir hacia los más distantes caracteriza todo planteamiento misionero.
Acabamos de ver el hilo conductor de la vida del hermano Carlos, aquello que da sentido y unidad a todas sus acciones, que reflejan las de Dios en la Encarnación. Esto es lo que nosotros debemos hacer por nuestra parte.

SI HABLO DE «MISIONERO», es para simplificar. Pero me guardo mucho de utilizar esta palabra, ya que evoca para los no cristianos, una empresa organizada con el fin de convertirlos.
Después del hermano Carlos y del Concilio, la misión de la Iglesia se ha situado bajo el signo del respeto de los que no comparten nuestra fe. Lo que no disminuye de ningún modo el impulso que nos lleva a dar testimonio de Jesucristo, con toda nuestra vida y a través de la  gratuidad de la amistad, ofrecida a todos sin planteamientos tácticos. El hermano Carlos exige de sus discípulos que sean «evangelios vivos«. «Las personas alejadas de Jesús, nos dice, al ver mi vida deben, sin libros y sin palabras, al conocer el Evangelio… Al verme deben ver quien es Jesús «.
Haciendo eco a su maestro espiritual, la hermanita Magdeleine, fundadora de las Hermanitas de Jesús, escribe: «No seré feliz hasta que haya encontrado sobre la superficie de la tierra, la tribu más incomprendida, la más despreciada, el hombre más pobre, para decirle: «El Señor Jesús es tu hermano y se ha fijado en ti … y vengo a ti para que aceptes ser mi hermano y mi amigo».


MUCHO ANTES DE IR AL SAHARA – aún está en la Trapa– el hermano Carlos sueña con fundar una congregación de Hermanitos y les fija este objetivo: «Llevar la vida de Nazareth, en países infieles, musulmanes u otros, por amor de Nuestro Señor, con la esperanza de dar nuestra sangre por su Nombre; y por amor a los hombres, con la esperanza de hacer del bien por nuestra presencia, por nuestro oración, y sobre todo por la presencia del Santo sacramento, a estos hermanos tan desafortunados. «Ya es un esbozo del texto que, esta noche, guía nuestra reflexión. Lo importante es estar presente: nuestra presencia entre los hombres, como la presencia del Santo sacramento. Más tarde, esta presencia se convierte en «vivir con los hermanos en un contacto familiar y estrecho”.  Aparece la posibilidad del martirio: «con la esperanza de dar su sangre por su Nombre». Esta perspectiva es para el hermano Carlos la realización lógica de una vida que quiere ser prolongación de la Encarnación y la Eucaristía.

Al profundizar en la contemplación del misterio de la Encarnación,   un impulso nuevo empuja al hermano Carlos a ir hacia los hombres más alejados del  Señor, hacia los pobres, los excluidos. Deja Beni Abbes y se establece  en Tamanrasset – si el verbo establecerse es adecuado en el caso de hermano Carlos.
En 1903, tras dos años de estancia en  Beni Abbes, se plantea la siguiente cuestión, en una carta al P. Huvelin: «No tenedría que ir hacia el Sur y fundar un sitio, que me permitiera ir cada año a pasar allí dos o tres, tres o cuatro meses?..» «En estas líneas habéis encontrado dos veces el verbo ir.
Más lejos, en la misma carta, precisa: «Viendo estas extensas regiones sin un sacerdote, veo que soy el único sacerdote que puedo ir y me siento llamado  a  ir allí». La connotación eucarística es sugerida por el empleo de la palabra sacerdote. El sacerdote va a llevar el Santo Sacramento allí donde nunca ha estado presente. Sus notas personales revelan perfectamente su estado de ánimo. Cuando está de viaje hacia el Sur, escribe contento: «He construido una capilla con ramas, rematada con una cruz de madera, una tienda colocada dentro, forma la techumbre sobre el altar…» El altar y el Santo sacramento están bajo la tienda. ¡Corazón consagrado de Jesús, gracias por este primer tabernáculo en los países tuareg! Corazón consagrado de Jesús irradia del fondo de este tabernáculo sobre el pueblo que os rodea sin conoceros».
En el Reglamento de los Hermanitos, se lee que al «llevar a las naciones infieles su altar y su tabernáculo, los Hermanitos santifican silenciosamente  este pueblo, como Jesús en Nazareth santificó en silencio al mundo durante treinta años».
Tres años más tarde, único  sacerdote, solo como cristiano en medio de los musulmanes del Hoggar. Y entonces, un caso de conciencia va a atormentar este enamorado de la Eucaristía. En esta época era imposible a un sacerdote celebrar la misa sin que haya al menos uno que lo sirva, representando al pueblo con quien y para quien se celebra. «La cuestión que os planteo, escribe al obispo del Sahara, es mejor residir en el Hoggar sin poder celebrar la santa misa, o celebrarla y no ir allí, a menudo me la he planteado». Efectivamente, a Beni Abbes, podía, cada día, celebrar la misa y adorar detenidamente el Santo sacramento. «Siendo el único sacerdote que puede ir al Hoggar, continua diciendo – mientras que otros pueden  celebrar a menudo el  muy Santo Sacrificio – creo que es mejor ir,  a pesar de todo, al Hoggar, dejando al buen Dios el cuidado de darme el medio de celebrar, si Él quiere [… ] anteriormente fui llevado a ver , por una parte, lo Infinito, el  Santo Sacrificio, y, por otra parte, lo finito, todo lo que no es él, y a sacrificar siempre todo por la  celebración de la santa misa, pero este razonamiento debe fallar en algo puesto que, desde los apóstoles, los santos más grandes, en según qué circunstancias,  renunciaron a  la necesidad de celebrar para  entregarse al ejercicio de  la caridad espiritual» Esta dicotomía entre ir hacia los más pobres o  celebrar la misa señala un cambio de dirección en la vida de hermano Carlos, y es ir hacia  lo que va a triunfar. Estaría pensando en imitar la carrera del  Buen Pastor, que «dejó a las 99 ovejas en el desierto». No las deja, él también en Beni Abbes, en las dunas del desierto, para ir muy lejos, a más de 30 días de camino, a la búsqueda de las ovejas perdidas.

El texto del Directorio, citado al principio de esta conferencia, ilustra de la mejor manera  esta evolución de hermano Carlos, sin forzar demasiado sus características. Al principio, aparece el misterio de la Encarnación, el encuentro con Jesús al que es preciso acompañar y adorar.

A continuación, la Eucaristía, sacramento de salvación de la humanidad. Para imitar al Señor es necesario ser sacerdote,  imitar lo más perfectamente posible al Señor celebrando la Eucaristía. Y finalmente, consecuencia lógica de la Encarnación, se presenta la entrega a los otros, en este caso,  musulmanes. Este compromiso último es llevado al extremo, en lo que acabamos de ver, el signo del ayuno de la Eucaristía para la preferencia por  «vivir con» los más alejados.

Terminemos contemplando nuevo al misterio eucarístico. Cuando, sacerdotes y fieles, celebramos el sacrificio de la misa, ¿qué ocurre? Hacemos presente, bajo las señales del pan y el vino, el don que Jesús Cristo hace de sí mismo; se da, se sacrifica. «Nos lo has  dado todo, escribe hermano Carlos, todo lo que eres, en la Santa Eucaristía, tu sangre en la Pasión, tu Madre, a lo alto de la cruz, tu vida… Nos lo has dado todo…. Tu obra de amor está  terminada, has amado a los hombres hasta el final, hasta el final de lo posible, en la Encarnación y la Santa Eucaristía, hasta el final de tu vida, hasta la última gota de tu sangre «. Esto es mi cuerpo entregado por vosotros, esto es mi sangre derramada por vosotros y por todos  los hombres». En la consagración, contemporáneos de este momento extraordinario donde Dios se hace uno nosotros, de este momento donde ofrece su vida por nosotros en su Pasión, de este momento donde El resucita glorioso. Cada uno de estos momentos es eterno. ¿Qué nos produce estar presente en estos acontecimientos y de tomar parte en ellos? ¿­No estamos demasiado acostumbrados a ello cuando mientras que eso debería conmovernos?

El hermano Carlos está en Nazareth, quizá ante el Santo sacramento expuesto en la capilla de las Clarisas; escuchemos su meditación como si sorprendiéramos su conversación con el Señor: «Amemos a Dios puesto que El nos ha amado primero. La Pasión, el Calvario, es una suprema declaración de amor. No es para rescatarnos que has sufrido tanto, oh Jesús!…» El menor de tus actos tiene un precio infinito puesto que es el acto de  un Dios y habría sido suficiente  para rescatar mil mundos. Y nos conmueve a amarte libremente [… ] porque amar es el medio más fuerte de hacerse amar [… ] Puesto que nos hizo así su declaración de amor, imitémosle haciéndola la nuestra.»

A cada uno de nosotros se nos formula  la pregunta siguiente: ¿cómo voy a responder a la declaración de amor del Señor? ¡«Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre, nos dice el hermano Carlos, cuánto esta gracia infinita de la santa Eucaristía nos tiene que hacer amar un Dios tan bueno, un Dios tan cerca de nosotros, un Dios tan con nosotros, tan en nosotros, esta belleza y esta perfección suprema que se nos da! »

Da su vida por mí, está locamente enamorado de mí, podríamos decir. ¿Cuál es mi respuesta? La respuesta que da el hermano Carlos – lo hemos oído en un texto citado antes -, es el martirio, es dar su vida por amor para el Señor en respuesta al don de su vida  por nosotros. Efectivamente, si murió asesinado en la puerta de su fortín, el 1 de diciembre de 1916, es porque, a pesar de los peligros, quiso compartir con sus amigos Tuaregs toda su vida. Rechazó la demanda del capitán que le pide que se refugie en lugar seguro, el fuerte militar de Motylinski, «se opuso siempre, declara el capitán, de forma obstinada.» Ama a la pobre gente en medio de los que vivía desde hace diez años y no quería abandonarlos en medio del peligro”. El oficial francés utiliza el verbo amar para calificar el comportamiento de hermano Carlos. Ama así a la pobre gente con la que vive,  siendo coherente con el  vivir con, hasta a la donación total.

Algo totalmente asombroso, CARLOS  DE FOUCAULD HABÍA PRESENTIDO ESTA MUERTE y los interrogantes que provocaría, como podemos leer en sus escritos de dieciocho años antes: «Cualquiera que sea el motivo por el cual se nos mata, si recibimos la muerte injusta y cruel como una don bendito de tu mano, [… ] si  te lo ofrecemos como un sacrificio ofrecido muy de buena voluntad, si no resistimos [… ] y si no es un martirio en el sentido estricto de la palabra y a los ojos de los hombres, lo será a tus ojos, Señor, y será una imagen muy perfecta de tu muerte».

¿Y nosotros, los cristianos normales (si  lo puedo decir), cuál será nuestra respuesta a la declaración de amor del Señor? ¿Cómo damos en la vida diaria, respuesta a su donación inaudita?

Será como Jesús en la cruz, el abandono total de nosotros mismos entre las manos del Padre, será decir y repetir desde el fondo del corazón, será vivir cada día, con una infinita confianza, la oración de abandono que los discípulos de hermano Carlos intentan hacer suya:  «Padre mío, me abandono a ti…»

Ha muerto Michel Lafont a los 100 años de edad

«Querer rezar con un santo nos lleva a penetrar en su universo espiritual y a descubrir las fuentes de su vida, pues la vida empapa la oración del mismo modo que ésta inspira nuestro comportamiento. Desde aquí formulo el deseo de que esta selección de textos de Carlos de Foucauld, y los comentarios que los acompañan, puedan ayudarte a rezar y también a vivir, ¡y más de quince días!». (De la Introducción de 15 días con Carlos de Foucauld de Michel Lafont)

Actualidad del mensaje del P. Albert Peyriguère”

P. Michel Lafon

Introducción

No se puede separar Albert Peyriguère de Charles de Foucauld.

Peyriguère se ha presentado siempre como “el hombre del mensaje”, es decir del mensaje de Charles de Foucauld. Mgr. Dagens decía, en Viveros el 2001: “Reconocemos en Carlos de Foucauld un don de Dios por la renovación de la misión cristiana”.

Es este don de Dios el que Albert Peyriguère ha querido poner de relieve a partir de los escritos y sobre todo de la vida del hermano Carlos. Pero, evidentemente, tal como ha sido vivido por él, en un contexto político y social diferente, más próximo a nosotros, y tal y como lo explicó a su modo.

Yo mismo, hijo espiritual de estos maestros, creo ser fiel a lo que ellos me han enseñado. Intenté vivirlo, en mi caso, durante 41 años, en tierra musulmana, y de expresarlo a mi manera. Sobre todo, me gustaría decir que este mensaje es actual para nosotros. Aquello que nos ha dicho el Padre Peyriguère a través de su vida y de sus escritos responde a algunas de nuestras preguntas.

1. Responder al llamamiento del tercero mundo.

En los últimos años de su vida, Carlos de Foucauld intentó poner en marcha una Asociación, la finalidad de la cual era hacer tomar conciencia a los cristianos de Francia de sus responsabilidades frente a los pueblos de las colonias. Hoy, ampliamos y hablamos de los cristianos de Europa y de los pueblos del tercer mundo. ¿No es más actual que nunca?

Hace 100 años, Carlos de Foucauld deseaba hacer una llamada a los laicos, hombres y mujeres, con la intención de que fueran al tercer mundo, no como “misioneros” sino como testigos silenciosos de Jesucristo a través de sus oficios (enfermeras, agricultores, comerciantes, sabios). Profetizó lo que sería la cooperación y la ayuda humanitaria. Subrayaba la importancia de los laicos para hacer caer las barreras entre el mundo no-cristiano y la Iglesia, representada sobre todo por los sacerdotes y las religiosas. Hacer caer las barreras entre la iglesia y el mundo no cristiano, en el tercer mundo y Europa, es uno de los ejes esenciales del pensamiento foucoldiano, lo volveremos a encontrar cuando hablemos de Nazaret.

El P. Peyriguère,  también deseaba que los cristianos de Europa fueran a ponerse al servicio del tercer mundo, y, en el momento de la independencia de Marruecos, que estos cristianos “comprendan que tienen que pasar del estadio de señores al de amigos” renunciando a todo sentimiento de superioridad. (Y si exigía de ellos una competencia técnica, los quería “creadores de una ciencia de relaciones a base de respeto y de amor”). En Europa, no podemos vivir sin tener en cuenta a nuestros hermanos del tercer mundo. Aplicamos la parábola evangélica del rico y del pobre Lázaro al plan de las colectividades: Lázaro es el mundo de los pobres llamando a la puerta de la rica Europa. ¡Cuando pienso que en África los niños se mueren de hambre y que aquí se preocupan del aumento de niños obesos!

Los cristianos deban estar en primera línea para despertar la conciencia de sus conciudadanos. En todos los ámbitos de la vida, en la política y la economía, en la predicación y la catequesis, tenemos que pensar y actuar no solamente en función del crecimiento de nuestro país, de nuestro bienestar, de nuestros intereses, sino teniendo en cuenta a Lázaro que está en nuestra puerta. Empezamos aquí porque el tercer mundo está entre nosotros con los inmigrantes.

El Padre Peyriguère tomó posturas muy enérgicas contra las injusticias de las cuales fue testigo. Se indignaba aún más porque era verdaderamente uno entre ellos, en medio de los Beréberes de su pueblo. Uno de ellos, por su vestido, por la lengua, por la sensibilidad, que se “marroquinizó”,  incluso físicamente. Tras su muerte, su médico y amigo, el Dr. Delanoë, escribió: “a sus Beréberes, los había amado tanto, había vivido de tal manera su vida, que hasta biológicamente se había identificado con ellos”. ¿No es una maravilla del amor? Se convirtió en uno de ellos. Cada vez que tenemos relaciones con un magrebí –en el trabajo, en el colegio, en el hospital, en nuestro edificio o en su tienda- tenemos que repetirnos: es un hermano del Padre Peyriguère. Si admiramos, si amamos Albert Peyriguère, ¿no cambiará esto nuestra mirada? Escuchémosle diciéndonos: es mi hermano, es un hermano de Cristo. Entonces, si pensamos en esto, ya no seremos los mismos y ellos ya no podrán ser los mismos para nosotros.

2. Desarrollar una mirada nueva sobre el mundo no-cristiano.

Antes, para encontrar el Islam, Carlos de Foucauld y Albert Peyriguère tenían que atravesar el Mediterráneo. Ahora el Islam se encuentra en medio de nosotros. Se ha convertido en un Islam europeo, como pasó durante siglos con la civilización árabe-musulmana que marcó profundamente Europa, tema olvidado o ignorado, aunque no en España. La mayor parte de los inmigrados es musulmana. ¿Cuál es la intención de Dios que permite que se reencuentren de nuevo el Islam y el cristianismo sobre esta vieja tierra de Europa? No conozco la respuesta, pero estoy seguro de que sólo puede ser para el bien de uno y otro, cada cual tiene que recibir algo del otro en esta confrontación pacífica.

Me gustaría de todo corazón, y a esto me dedico tanto cómo puedo, que el reencuentro entre el Islam y el Cristianismo en Europa sea exitoso. ¿Como tener éxito en este reencuentro? He aquí la respuesta de Peyriguère: “entre cristianos y musulmanes hay primero una actitud de respeto recíproca que deberíamos impulsar hasta la simpatía y hasta un verdadero amor fraterno en Dios… No humillar el Islam pero tampoco, ni en nosotros, ni ante sus ojos  humillar nuestro cristianismo y que no lo humillen ellos. Dejar a los musulmanes lograr toda su altura, que no es pequeña… Respetar su orgullo musulmán y la sinceridad de sus creencias, pero también conservar toda nuestra altura, dirigirnos a ellos con todo nuestro orgullo cristiano, he aquí el mínimo que los musulmanes tienen el derecho de esperar de nosotros, son estas las condiciones para que el reencuentro se produzca”.

Algunos comentarios.

Primero un respeto profundo al otro. No caricaturizar, no denigrar aquello que viven los musulmanes por ignorancia, por prejuicio. No burlarse de ellos. Esto no quita nada a mis propias convicciones, reconocer aquello que hay bonito, aquello que hay de grande en el otro.

La regla de oro del evangelio es: “Todo lo que queréis que los hombres hagan por vosotros, hacedlo igualmente por ellos” (Mt, 7, 12) Aplicar esta regla es hablar de los musulmanes con el mismo respeto, la misma simpatía, con la cual me gustaría que los no-cristianos hablen de mi fe cristiana.

Cuando el Padre Peyriguère habla de “orgullo cristiano” no se trata de sentimiento de superioridad, del orgullo del fariseo: Señor no soy como estos musulmanes… ( dejamos de lado el pasado en el cual hemos cometido ambos faltas, crímenes, en la historia, a veces sangrante del reencuentro… tal y como pide el Concilio). No solamente el respeto sino también el amor fraterno. Nazaret, ya lo veremos, es el tiempo del amigo (J. Loew).

 Si queremos vivir este respeto y esta amistad, ¿cómo tiene que ser nuestra mirada sobre los musulmanes? Más generalmente, ¿cómo tiene que ser nuestra mirada sobre los no-cristianos que nos rodean, sobre los que están alejados de la Iglesia?

El P. Peyriguère tenía una conciencia viva de que su propia experiencia en el ambiente musulmán podía dar luz a los cristianos de Europa. Lo dijo y escribió a menudo al final de su vida: “una gran tarea urgente se impone, decía, ir a decir en Francia el mensaje del Padre Foucauld. He pasado mi vida viviendo este mensaje, y después de haber intentado vivirlo, me he puesto ‘a pensarlo’, a explicármelo… para poder explicarlo a los demás”.

Todos estos musulmanes, todos estos no-cristianos con los cuales vivimos, aun cuando no pongan nunca los pies en la iglesia, no son extraños a Cristo. Si una pequeña parte de la humanidad es cristiana, decía el P. Peyriguère, toda la humanidad es crística y en particular estos musulmanes”.

Entonces, si nosotros situamos este amigo no-cristiano en relación a la iglesia, tendremos una visión negativa: no está bautizado, no se ha casado por la iglesia…, sólo negaciones. Situémoslo en relación con Cristo Jesús: Sin querer anexionarlo, situarlo en el reino de Dios, que se extiende en el tiempo y en el espacio, más allá de las fronteras visibles de la Iglesia. El P. Peyriguère evocaba sobre este tema “la inmensa multitud” de la misa de Todos  los Santos. Ésta multitud que nadie puede numerar y que no entra dentro de ninguna estadística de sociología, pero que el autor del Apocalipsis veía en la gloria del cielo.

3. Nazaret es una forma misionera nueva,

de la cual el P. Foucauld es el iniciador, para la Iglesia frente al mundo no-cristiano. Estamos profundamente convencidos de que Jesús es “el camino, la verdad, y la vida” y querríamos que los otros compartieran nuestra convicción. ¿Cómo hacerlo?

Todo musulmán, todo no-cristiano rehúsa cualquier proselitismo, cualquier acción, cualquier discurso con vistas a atraerlo para que se una a nosotros. Se trata más bien, dice el P. Peyriguère, de poner en práctica las máximas del hermano Charles “rezar el Evangelio en silencio”, “Gritar el Evangelio con la vida”… escribía también: “Las personas alejadas de Jesús tienen que conocer el Evangelio viendo mi vida, sin libros y sin palabras…, al verme, tienen que ver aquello que es Jesús”. Y este programa es mucho más exigente que hacer un discurso… manifestar la presencia de Cristo por nuestra bondad, por nuestra amistad. ¿Sabéis lo que los musulmanes esperan de los cristianos, cuando leen en el Corán estas palabras puestas en boca de Dios “hemos enviado a Jesús, hijo de María, le hemos dado el Evangelio? Hemos establecido en los corazones de los que los siguen bondad y compasión” (57, 27)? Esta forma de misión en un mundo no-cristiano, en el que  no es tiempo del apostolado directo, del anuncio explícito de la Buena Nueva, el P. Peyriguère lo ha comparado al tiempo de la vida de Jesús en Nazaret que precede al tiempo de la enseñanza por la palabra durante su vida pública.

El P. Peyriguère pensaba que era una gran invención de Carlos de Foucauld presentar Nazaret como una forma de vida apostólica adaptada a algunos medios y épocas. Esta imitación de Jesús en Nazaret implica compartir la vida, el trabajo. No es la separación, es “vivir con” aquellos a los cuales se ha sido enviado. Es el tiempo de las relaciones de amistad. ¿Veremos el resultado de esta misión? Primero diré que la amistad es gratuita, no es una nueva táctica. Amo al otro por sí mismo. Pero después respondo con otra pregunta: ¿Conocemos el destino de Dios sobre nuestros amigos? Deseo que mi amigo conozca a Jesucristo como yo lo conozco. Pero ¿es este el deseo de Dios? El P. De Foucauld escribía de Tamanrasset que podan pasar siglos entre el primer de golpe de hoz y la cosecha. ¿Por qué estos miles de años anteriores a la Encarnación? ¿Por qué estos treinta años de silencio de Nazaret? Entonces, andamos al paso de la paciencia de Dios.

4. En el mundo no-cristiano,

el “cristiano” renunciando a rezar con el discurso, reza silenciosamente por su vida. A través de sus gestos y de sus palabras, es silenciosamente presencia de Cristo. “Por la presencia del cristiano, Cristo se hace presente. Por él, haciéndose presente, se muestra” escribía Peyriguère.

Cristo se muestra a través del cristiano, por su bondad, por su comportamiento, por su vida. Se muestra y actúa. Actúa a través de mi amistad hacia el otro. Él es el actor de la misión. Esto supone que nosotros sabemos que Cristo vive en nosotros, que lo dejamos vivir en nosotros. De esta realidad tan importante, se habla demasiado poco, se la enseña tan poco. Mientras que saber que Cristo vive en nosotros, podría transformar nuestra vida, exaltarla, darle un alcance extraordinario a nuestra vida cotidiana, hasta a nuestras más simples actividades. Peyriguère escribió: “Cristo no está fuera de ti. Está en ti. Es más tu mismo que tú mismo. Es Él quien vive en ti, es él quien trabaja en ti, quien ruega por ti…” Somos testigos de Jesucristo: tenemos que ser transparentes a fin de que sea él quien se muestre. Él es en nosotros, tal y como somos, con nuestro temperamento, nuestro corazón, en nuestra situación concreta. Cristo viviente actúa por nosotros: planteémonos la cuestión: ¿qué diría él, qué haría en mi lugar? El P. Peyriguère decía sobre esto: “Toda esta mística del apostolado que toma las cosas de dentro”.

Todo esto, el P. Peyriguère se lo ha escrito, a lo largo de 25 años, a una religiosa docente, en las cartas recogidas en el volumen “Dejaos tomar por Cristo”, que ha obtenido un gran éxito en numerosos países, Cataluña incluida.

Entonces, a partir de mañana, traemos el Grito viviente en nosotros, en nuestro medio de trabajo, en el autobús, en nuestros intercambios, allá dónde vivimos, esto será como una multiplicación de la Encarnación a través del tiempo y del espacio.

Conclusión

1 . Charles de Foucauld, el hermano universal, quiso llamar a los laicos cristianos a ser testigos de Cristo en medio de los pueblos, que aún no eran llamados tercer mundo. ¡Como serían hoy felices él  y el P. Peyriguère, de oír hablar de mundialización! Si los cristianos están en todas partes en primera fila de los combates por la paz, la justicia y la fraternidad, ¡qué oportunidad representa la mundialización para el cristianismo!

2 . Los musulmanes en Europa reencuentran a los cristianos. A la escucha de Peyriguère, la sola respuesta es la amistad. Más allá de las fronteras de la Iglesia, cuando no se puede anunciar a Cristo por la palabra, la amistad es el lenguaje del Reino de Dios.

3 . Se oye hablar a nuestro alrededor de una Iglesia autoritaria, que prohíbe, que manda… En lugar de responder situándonos en el terreno de la Ley, descubrimos lo que es vital: Cristo vive en nosotros y da una dimensión infinita a nuestra vida humana. Dejemos a Cristo vivir en nosotros.

Michel Lafon.

 https://www.carlosdefoucauld.org/Biografias/Peyriguere/Peyriguere.htm

RECUERDO DE ALBERT PEYRIGUÈRE EN LOS 50 AÑOS DE SU MUERTE EN EL KBAB, EL 26 DE ABRIL DE 1959

Albert Peyriguère nació cerca de Lurdes el año 1883 y murió en el pueblo marroquí de El Kbab en el Atlas central medio el año 1956, donde vivió desde el año 1928. Curó enfermos, luchó contra el hambre y defendió a los habitantes del lugar contra las injusticias de los franceses ocupantes. Fue un «morabit» cristiano, un hombre religioso en medio de una población musulmana, testimonio de la caridad y de una vida de plegaria, que se dio a todos sin esperar ni aceptar nada a cambio, ni tal solo una acción misionera. El P. Michel Lafon continuó viviendo la fraternidad de El Kbab después de la muerte del P. Peyriguère hasta el año 2000, con unas relaciones de amistad, de ayuda mutua y de servicio en la promoción educativa de muchos jóvenes de la zona. Actualmente vive su vejez en Burdeos. Tanto Peyriguère como Lafon siguen el carisma de Carlos de Foucauld.  En el prólogo del libro «Vivir evangélicamente» escrito por el P. Michel Lafon y editado el año 1973, Pere Vilaplana explica la relación de la Comunidad de Jesús con ellos:

«Nuestro conocimiento del P. Michel Lafon es del año 1967 y fue provocada por nuestro deseo de profundización en el espíritu del P. Albert Peyriguère, que, igual que el del P. Carlos de Foucauld, inspira una parte fundamental de nuestra vida de Comunidad. A nuestra primera carta siguió un intercambio de correspondencia que ha ido configurando una viva amistad y una profunda comunión en la vida, el trabajo y la plegaria mutuos. Los contactos personales han acabado de reafirmar este fuerte vínculo espiritual que nos une.»

Fragmentos de textos de Albert Peyriguère

¡Pobre ermitaño del Kbab! No lo dejan solo ni un instante en todo el santo día, mañana y noche. ¿Y su silencio? Lo podéis ver  aquí: sin interrupción llaman a la puerta y gritan «Marabut». Suerte, sin embargo, que está la noche. ¡Ah! que es agradable de parecerse a nuestro Cristo: durante el día, los pobres y los enfermos; por la noche, encontrarse y conversar con el Padre. La misa la digo a solas, pero solo, no lo estoy nunca… Soy, estando a solas, todo el Cuerpo Místico que ruega y se inmola …

No hay más que una cosa que sea verdadera y buena: la voluntad del Maestro. La cual consiste en servirlo de la manera que él escoge para hacerse servir por nosotros.

Al cabo de veinticinco años, aquí me tenéis, en esta pequeña ermita, siendo el más feliz de los hombres, sin desear nada, sin esperar nada … sino sólo el cielo, con el corazón aplastado por el peso de tanta alegría y de tanto honor que el Maestro me ha procurado con esta magnífica vocación. Contemplación y caridad: rezar, inmolarse, hacer gestos de bondad; recomenzar en  medio de estas almas el magnífico gesto de Cristo, cuya obra redentora giró en torno de estas tres palabras: rezar, inmolarse, hacer bien.

Desde el comienzo de mi vocación, me impuse quince años del nisi granum frumenti del Evangelio y diez años de acción silenciosa y solitaria en El Kbab mismo, antes de aceptar emprender ninguna actividad. Las obras del buen Dios tienen que madurar en el silencio y quizás en el aplastamiento de quien las emprende. Están a punto de acabarse los quince años. También los diez años de El Kbab tocan a su término. Que pueda yo querer solo aquello que el buen Dios quiere, y hacer solo eso, ya que su fuerza habrá decidido cooperar con mi debilidad.

En el fondo, no hay sino una verdadera espiritualidad, que es la más rica, la que preserva ilusiones: saber la riqueza incomparable de cada instante que nos es dado, sobre todo cuando este instante nos pone delante del pobre y del desventurado, delante del que sufre; no se tiene que saber de nuestro cristianismo para no saber que, bajo las apariencias del desventurado, está el Cristo que viene a nosotros, que se nos da, que quiere que nosotros le demos de comer y le vistamos, que quiere ser consolado y reconfortado por nosotros. Abandonarse a Cristo… para que él recomience en nosotros su vida, vuelva a decir sus palabras, sienta nuevamente sus sentimientos, realice sus acciones otra vez… en el fondo no ser nosotros… ser el Cristo que vive en nosotros.

¡Ah! ¡cómo salvaba el Cristo de la vida oculta, ah! como es el Cristo de la vida oculta, el Cristo de la eucaristía… Abrid de par en par vuestra alma a toda la nostalgia que siente este Cristo de hacer suyas otras almas. Sabeos el trampolín desde donde él se lanza y queráis serlo… Que vuestra espiritualidad, centrada completamente en la eucaristía, sea una unión con el Cristo salvador.

Mi vocación se me muestra bien clara: perfilar la espiritualidad y la doctrina misionera del padre de Foucauld. Los que querrán hacérsela suya y dedicarle su vida, se buscarán, se encontrarán. Cuando se hayan encontrado, si desean trabajar juntos, tendrán que concretar la fórmula para la organización de su grupo y los cuadros que contengan sus deseos de cooperación.

Fragmentos de textos extraídos del libro «Padre Peyriguère» de Michel Lafon. Publicaciones de la Abadía de Montserrat, 1974

https://www.carlosdefoucauld.org/Biografias/Peyriguere/Peyriguere.htm

Actualidad del mensaje del P. Albert Peyriguère”

P. Michel Lafon

Introducción

No se puede separar Albert Peyriguère de Charles de Foucauld.

Peyriguère se ha presentado siempre como “el hombre del mensaje”, es decir del mensaje de Charles de Foucauld. Mgr. Dagens decía, en Viveros el 2001: “Reconocemos en Carlos de Foucauld un don de Dios por la renovación de la misión cristiana”.

Es este don de Dios el que Albert Peyriguère ha querido poner de relieve a partir de los escritos y sobre todo de la vida del hermano Carlos. Pero, evidentemente, tal como ha sido vivido por él, en un contexto político y social diferente, más próximo a nosotros, y tal y como lo explicó a su modo.

Yo mismo, hijo espiritual de estos maestros, creo ser fiel a lo que ellos me han enseñado. Intenté vivirlo, en mi caso, durante 41 años, en tierra musulmana, y de expresarlo a mi manera. Sobre todo me gustaría decir que este mensaje es actual para nosotros. Aquello que nos ha dicho el Padre Peyriguère a través de su vida y de sus escritos responde a algunas de nuestras preguntas.

1. Responder al llamamiento del tercero mundo.

En los últimos años de su vida, Carlos de Foucauld intentó poner en marcha una Asociación, la finalidad de la cual era hacer tomar conciencia a los cristianos de Francia de sus responsabilidades frente a los pueblos de las colonias. Hoy, ampliamos y hablamos de los cristianos de Europa y de los pueblos del tercer mundo. ¿No es más actual que nunca?

Hace 100 años, Carlos de Foucauld deseaba hacer una llamada a los laicos, hombres y mujeres, con la intención de que fueran al tercer mundo, no como “misioneros” sino como testigos silenciosos de Jesucristo a través de sus oficios (enfermeras, agricultores, comerciantes, sabios). Profetizó lo que sería la cooperación y la ayuda humanitaria. Subrayaba la importancia de los laicos para hacer caer las barreras entre el mundo no-cristiano y la Iglesia, representada sobre todo por los sacerdotes y las religiosas. Hacer caer las barreras entre la iglesia y el mundo no cristiano, en el tercer mundo y Europa, es uno de los ejes esenciales del pensamiento foucoldiano, lo volveremos a encontrar cuando hablemos de Nazaret.

El P. Peyriguère,  también deseaba que los cristianos de Europa fueran a ponerse al servicio del tercer mundo, y, en el momento de la independencia de Marruecos, que estos cristianos “comprendan que tienen que pasar del estadio de señores al de amigos” renunciando a todo sentimiento de superioridad. (Y si exigía de ellos una competencia técnica, los quería “creadores de una ciencia de relaciones a base de respeto y de amor”). En Europa, no podemos vivir sin tener en cuenta a nuestros hermanos del tercer mundo. Aplicamos la parábola evangélica del rico y del pobre Lázaro al plan de las colectividades: Lázaro es el mundo de los pobres llamando a la puerta de la rica Europa. ¡Cuando pienso que en África los niños se mueren de hambre y que aquí se preocupan del aumento de niños obesos!

Los cristianos deban estar en primera línea para despertar la conciencia de sus conciudadanos. En todos los ámbitos de la vida, en la política y la economía, en la predicación y la catequesis, tenemos que pensar y actuar no solamente en función del crecimiento de nuestro país, de nuestro bienestar, de nuestros intereses, sino teniendo en cuenta a Lázaro que está en nuestra puerta. Empezamos aquí porque el tercer mundo está entre nosotros con los inmigrantes.

El Padre Peyriguère tomó posturas muy enérgicas contra las injusticias de las cuales fue testigo. Se indignaba aún más porque era verdaderamente uno entre ellos, en medio de los Beréberes de su pueblo. Uno de ellos, por su vestido, por la lengua, por la sensibilidad, que se “marroquinizó”,  incluso físicamente. Tras su muerte, su médico y amigo, el Dr. Delanoë, escribió: “a sus Beréberes, los había amado tanto, había vivido de tal manera su vida, que hasta biológicamente se había identificado con ellos”. ¿No es una maravilla del amor? Se convirtió en uno de ellos. Cada vez que tenemos relaciones con un magrebí –en el trabajo, en el colegio, en el hospital, en nuestro edificio o en su tienda- tenemos que repetirnos: es un hermano del Padre Peyriguère. Si admiramos, si amamos Albert Peyriguère, ¿no cambiará esto nuestra mirada? Escuchémosle diciéndonos: es mi hermano, es un hermano de Cristo. Entonces, si pensamos en esto, ya no seremos los mismos y ellos ya no podrán ser los mismos para nosotros.

2. Desarrollar una mirada nueva sobre el mundo no-cristiano.

Antes, para encontrar el Islam, Carlos de Foucauld y Albert Peyriguère tenían que atravesar el Mediterráneo. Ahora el Islam se encuentra en medio de nosotros. Se ha convertido en un Islam europeo, como pasó durante siglos con la civilización árabe-musulmana que marcó profundamente Europa, tema olvidado o ignorado, aunque no en España. La mayor parte de los inmigrados es musulmana. ¿Cuál es la intención de Dios que permite que se reencuentren de nuevo el Islam y el cristianismo sobre esta vieja tierra de Europa? No conozco la respuesta, pero estoy seguro de que sólo puede ser para el bien de uno y otro, cada cual tiene que recibir algo del otro en esta confrontación pacífica.

Me gustaría de todo corazón, y a esto me dedico tanto cómo puedo, que el reencuentro entre el Islam y el Cristianismo en Europa sea exitoso. ¿Como tener éxito en este reencuentro? He aquí la respuesta de Peyriguère: “entre cristianos y musulmanes hay primero una actitud de respeto recíproca que deberíamos impulsar hasta la simpatía y hasta un verdadero amor fraterno en Dios… No humillar el Islam pero tampoco, ni en nosotros, ni ante sus ojos  humillar nuestro cristianismo y que no lo humillen ellos. Dejar a los musulmanes lograr toda su altura, que no es pequeña… Respetar su orgullo musulmán y la sinceridad de sus creencias, pero también conservar toda nuestra altura, dirigirnos a ellos con todo nuestro orgullo cristiano, he aquí el mínimo que los musulmanes tienen el derecho de esperar de nosotros, son estas las condiciones para que el reencuentro se produzca”.

Algunos comentarios.

Primero un respeto profundo al otro. No caricaturizar, no denigrar aquello que viven los musulmanes por ignorancia, por prejuicio. No burlarse de ellos. Esto no quita nada a mis propias convicciones, reconocer aquello que hay bonito, aquello que hay de grande en el otro.

La regla de  oro del evangelio es: “Todo lo que queréis que los hombres hagan por vosotros, hacedlo igualmente por ellos” (Mt, 7, 12) Aplicar esta regla es hablar de los musulmanes con el mismo respeto, la misma simpatía, con la cual me gustaría que los no-cristianos hablen de mi fe cristiana.

Cuando el Padre Peyriguère habla de “orgullo cristiano” no se trata de sentimiento de superioridad, del orgullo del fariseo: Señor no soy como estos musulmanes… ( dejamos de lado el pasado en el cual hemos cometido ambos faltas, crímenes, en la historia, a veces sangrante del reencuentro… tal y como pide el Concilio). No solamente el respeto sino también el amor fraterno. Nazaret, ya lo veremos, es el tiempo del amigo (J. Loew).

 Si queremos vivir este respeto y esta amistad, ¿cómo tiene que ser nuestra mirada sobre los musulmanes? Más generalmente, ¿cómo tiene que ser nuestra mirada sobre los no-cristianos que nos rodean, sobre los que están alejados de la Iglesia?

El P. Peyriguère tenía una conciencia viva de que su propia experiencia en el ambiente musulmán podía dar luz a los cristianos de Europa. Lo dijo y escribió a menudo al final de su vida: “una gran tarea urgente se impone, decía, ir a decir en Francia el mensaje del Padre Foucauld. He pasado mi vida viviendo este mensaje, y después de haber intentado vivirlo, me he puesto ‘a pensarlo’, a explicármelo… para poder explicarlo a los demás”.

Todos estos musulmanes, todos estos no-cristianos con los cuales vivimos, aun cuando no pongan nunca los pies en la iglesia, no son extraños a Cristo. Si una pequeña parte de la humanidad es cristiana, decía el P. Peyriguère, toda la humanidad es crística y en particular estos musulmanes”.

Entonces, si nosotros situamos este amigo no-cristiano en relación a la iglesia, tendremos una visión negativa: no está bautizado, no se ha casado por la iglesia…, sólo negaciones. Situémoslo en relación con Cristo Jesús: Sin querer anexionarlo, situarlo en el reino de Dios, que se extiende en el tiempo y en el espacio, más allá de las fronteras visibles de la Iglesia. El P. Peyriguère evocaba sobre este tema “la inmensa multitud” de la misa de Todos  los Santos. Ésta multitud que nadie puede numerar y que no entra dentro de ninguna estadística de sociología, pero que el autor del Apocalipsis veía en la gloria del cielo.

3. Nazaret es una forma misionera nueva,

de la cual el P. Foucauld es el iniciador, para la Iglesia frente al mundo no-cristiano. Estamos profundamente convencidos de que Jesús es “el camino, la verdad, y la vida” y querríamos que los otros compartieran nuestra convicción. ¿Cómo hacerlo?

Todo musulmán, todo no-cristiano rehúsa cualquier proselitismo, cualquier acción, cualquier discurso con vistas a atraerlo para que se una a nosotros. Se trata más bien, dice el P. Peyriguère, de poner en práctica las máximas del hermano Charles “rezar el Evangelio en silencio”, “Gritar el Evangelio con la vida”… escribía también: “Las personas alejadas de Jesús tienen que conocer el Evangelio viendo mi vida, sin libros y sin palabras…, al verme, tienen que ver aquello que es Jesús”. Y este programa es mucho más exigente que hacer un discurso… manifestar la presencia de Cristo por nuestra bondad, por nuestra amistad. ¿Sabéis lo que los musulmanes esperan de los cristianos, cuando leen en el Corán estas palabras puestas en boca de Dios “hemos enviado a Jesús, hijo de María, le hemos dado el Evangelio? Hemos establecido en los corazones de los que los siguen bondad y compasión” (57, 27)? Esta forma de misión en un mundo no-cristiano, en el que  no es tiempo del apostolado directo, del anuncio explícito de la Buena Nueva, el P. Peyriguère lo ha comparado al tiempo de la vida de Jesús en Nazaret que precede al tiempo de la enseñanza por la palabra durante su vida pública.

El P. Peyriguère pensaba que era una gran invención de Carlos de Foucauld presentar Nazaret como una forma de vida apostólica adaptada a algunos medios y épocas. Esta imitación de Jesús en Nazaret implica compartir la vida, el trabajo. No es la separación, es “vivir con” aquellos a los cuales se ha sido enviado. Es el tiempo de las relaciones de amistad. ¿Veremos el resultado de esta misión? Primero diré que la amistad es gratuita, no es una nueva táctica. Amo al otro por sí mismo. Pero después respondo con otra pregunta: ¿Conocemos el destino de Dios sobre nuestros amigos? Deseo que mi amigo conozca a Jesucristo como yo lo conozco. Pero ¿es este el deseo de Dios? El P. De Foucauld escribía de Tamanrasset que podan pasar siglos entre el primer de golpe de hoz y la cosecha. ¿Por qué estos miles de años anteriores a la Encarnación? ¿Por qué estos treinta años de silencio de Nazaret? Entonces, andamos al paso de la paciencia de Dios.

4. En el mundo no-cristiano,

el “cristiano” renunciando a rezar con el discurso, reza silenciosamente por su vida. A través de sus gestos y de sus palabras, es silenciosamente presencia de Cristo. “Por la presencia del cristiano, Cristo se hace presente. Por él, haciéndose presente, se muestra” escribía Peyriguère.

Cristo se muestra a través del cristiano, por su bondad, por su comportamiento, por su vida. Se muestra y actúa. Actúa a través de mi amistad hacia el otro. Él es el actor de la misión. Esto supone que nosotros sabemos que Cristo vive en nosotros, que lo dejamos vivir en nosotros. De esta realidad tan importante, se habla demasiado poco, se la enseña tan poco. Mientras que saber que Cristo vive en nosotros, podría transformar nuestra vida, exaltarla, darle un alcance extraordinario a nuestra vida cotidiana, hasta a nuestras más simples actividades. Peyriguère escribió: “Cristo no está fuera de ti. Está en ti. Es más tu mismo que tú mismo. Es Él quien vive en ti, es él quien trabaja en ti, quien ruega por ti…” Somos testigos de Jesucristo: tenemos que ser transparentes a fin de que sea él quien se muestre. Él es en nosotros, tal y como somos, con nuestro temperamento, nuestro corazón, en nuestra situación concreta. Cristo viviente actúa por nosotros: planteémonos la cuestión: ¿qué diría él, qué haría en mi lugar? El P. Peyriguère decía sobre esto: “Toda esta mística del apostolado que toma las cosas de dentro”.

Todo esto, el P. Peyriguère se lo ha escrito, a lo largo de 25 años, a una religiosa docente, en las cartas recogidas en el volumen “Dejaos tomar por Cristo”, que ha obtenido un gran éxito en numerosos países, Cataluña incluida.

Entonces, a partir de mañana, traemos el Grito viviente en nosotros, en nuestro medio de trabajo, en el autobús, en nuestros intercambios, allá dónde vivimos, esto será como una multiplicación de la Encarnación a través del tiempo y del espacio.

Conclusión

1 . Charles de Foucauld, el hermano universal, quiso llamar a los laicos cristianos a ser testigos de Cristo en medio de los pueblos, que aún no eran llamados tercer mundo. ¡Como serían hoy felices él  y el P. Peyriguère, de oír hablar de mundialización! Si los cristianos están en todas partes en primera fila de los combates por la paz, la justicia y la fraternidad, ¡qué oportunidad representa la mundialización para el cristianismo!

2 . Los musulmanes en Europa reencuentran a los cristianos. A la escucha de Peyriguère, la sola respuesta es la amistad. Más allá de las fronteras de la Iglesia, cuando no se puede anunciar a Cristo por la palabra, la amistad es el lenguaje del Reino de Dios.

3 . Se oye hablar a nuestro alrededor de una Iglesia autoritaria, que prohíbe, que manda… En lugar de responder situándonos en el terreno de la Ley, descubrimos lo que es vital: Cristo vive en nosotros y da una dimensión infinita a nuestra vida humana. Dejemos a Cristo vivir en nosotros.

Michel Lafon.

TARRÉS, 16 DE  ENERO  DE 2005
COMUNITAT DE JESÚS

Lo que da unidad a la vida de Carlos de Foucauld

Altar y dibujo del hermano Carlos en la capilla de Beni Abbés

Michel Lafon

Entre las imágenes de Carlos de Foucauld que guardamos en la memoria destaca aquella en la que lo vemos de rodillas, pasando horas ante el Santísimo Sacramento. Ya que para él, la Eucaristía, es, en primer lugar, una presencia, la presencia del mismo Señor Jesús, una presencia tan verdadera, que la Iglesia emplea, a falta de algo mejor, la expresión «presencia real».

«Tu estás aquí, Señor Jesús,  exclama, … Qué cerca estás Dios mío! mi Salvador!  mi Jesús!, mi hermano, mi esposo, mi Bien Amado «. Y añade: «En la Santa Eucaristía, tu estás vivo, mi buen Amado Jesús, tan plenamente como estabas en la casa de la santa Familia de Nazareth… «

La última palabra de Jesús, en el Evangelio de Mateo, es:» «Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28, 20). Para el hermano Carlos, estas palabras se refieren, en primer lugar, a la Eucaristía, que es para él la prolongación del misterio de la Encarnación, la prolongación y la multiplicación de la presencia de Jesús en Nazareth.


AL FINAL DE SU VIDA, el hermano Carlos intenta crear una Asociación de fieles – laicos y sacerdotes – que comparta su ideal eucarístico y misionero. También redacta un Directorio de la Asociación, donde condensa su experiencia espiritual. Escribe: «Dios, para salvarnos, vino  a nosotros, se mezcló con nosotros, vivió con nosotros en un contacto muy familiar y muy estrecho, desde la Anunciación a la Ascensión. Para la salvación de las almas sigue viniendo a nosotros, continúa mezclándose con nosotros, viviendo con nosotros en un contacto lo más estrecho posible, cada día y en cualquier momento en la santa Eucaristía. Así pues, para trabajar por la salvación de los almas debemos  ir hacia ellas, mezclarnos con  ellas, vivir con ellas en un contacto familiar y estrecho.»(Art. 28, 8º)  Este texto es capital e ilumina toda la evolución del hermano Carlos, desde su conversión hasta su muerte, treinta años más tarde. Me guiará en mi meditación de esta noche.


EN EL MOMENTO DE SU CONVERSIÓN, el hermano Carlos, deslumbrado por su encuentro con el Señor, sólo piensa en una cosa: en vivir total­mente para El. «Tan pronto como creí que existía Dios, me di cuenta de que no podía hacer otra cosa que vivir para Él.» Y continua escribiendo: «Que nuestro corazón sea todo de Dios, todo en Dios, todo para Dios…» Y explica en una carta: ¿»Por qué quería yo entrar en la vida religiosa? Para hacer compañía a Nuestro Señor, en la medida de lo posible, en sus penas.» Y se encuentra en sus escritos: imitar a Nuestro Señor, hacerle compañía, consolarlo.


SIN EMBARGO, POCO A POCO, EN NAZARETH, descubre que Jesús es Salvador, que salva el mundo. ¿Qué es lo que esto quiere decir? Que Dios nos ama tanto que se encarnó entre nosotros para hacernos compartir su propia vida. Como nos lo repiten los Padres de la Iglesia desde los primeros siglos: «Dios se hizo  hombre para que el hombre se llegue a ser Dios.» Y entonces el hermano Carlos  dice: si yo quiero imitar a Jesús, debo ser salvador como Él, debo ser salvador con Él, hasta el punto que «el nombre de salvador resume sus vidas (de los hermanitos)  como expresa la suya«, escribe Carlos sobre  los futuros hermanitos. La conciencia de ser salvador conlleva  importante cambio en su vida : se aleja  de Nazareth y  le hace pensar en la posibilidad de hacerse sacerdote. En el momento de su conversión no contempló el sacerdocio por temor a que el estatus del sacerdote en la sociedad le impidiera tomar el último lugar que tanto deseaba para imitar a Jesús. Ahora cree que el acto de ofrecer el Santo Sacrificio de la misa es lo mejor que puede hacerse en la tierra, para la salvación del mundo: «El sacerdote continua la obra de Nuestro Señor y nunca lo imita tan perfectamente como cuando ofrece el Santo Sacrificio.»  Dice poco antes de  ser ordenado sacerdote.

 ¿QUÉ VA A HACER EL NUEVO SACERDOTE? Como lo hemos leído en el texto del Directorio, para ser salvador con Jesús, es necesario ir «hacia las almas» y en particular hacia las más aban­donadas, «vivir con ellas» y llevarles esta Presencia eucarística donde el mismo Jesús viene a vivir con ellas para salvarlas. «Vivir con» caracteriza tanto la Encarnación y la Eucaristía como la misión de los cristianos en un mundo no creyente.
Escuchamos al hermano Carlos en el momento de su ordenación:

¿»No es mejor ir en primer lugar a Tierra Santa?» No. Una sola alma tiene más valor que la Tierra Santa entera y que todas las criaturas sin razón reunidas. Es necesario ir no donde la tierra es más santa, sino allí donde las almas están más necesitadas… “Es lo que le decide a dejar  Nazareth definitivamente y dirigirse al Sahara, donde se establece en Beni Abbes, cerca de la frontera marroquí. Va al desierto, no para responder «a la llamada del silencio», o para ser ermitaño en la inmensidad de la arena, va al desierto para convertirse, con Jesús, salvador de las «ovejas más olvidadas«, va para «llevar el banquete eucarístico a los pobres».


DE TODO ESTO QUE EL HERMANO CARLOS ACABA DE DECIR, destaco una palabra que tiene su importancia, es el verbo ir. En el texto del Directorio, esta acción de dirigirse hacia un sitio aparece tres veces: es para ir hacia los humanos, es por encontrarse con ellos, que Dios se hizo hombre, es para seguir yendo a ellos, que el Señor se hace presente en la Eucaristía. El Evangelio ilustra este planteamiento divino de la manera más conmovedora. Acordémonos de la oveja perdida: vemos al Buen Pastor, no solamente ir hacia ella, a su búsqueda, sino  incluso correr: «Si pierde a una oveja, deja las otras 99 en el desierto para correr detrás de la que se ha perdido, hasta que la haya encontrado.» Y, cuando la ha encontrado, se la pone sobre sus hombros muy contento  «(Luc 15,4-5). Y en la parábola del hijo pródigo, vemos también al padre correr hacia el hijo perdido: «Cuando estaba aún lejos, su padre lo percibió y se llenó de compasión, corrió  a lanzarse a su cuello y lo cubrió con besos. «(Luc 15, 20) Es el padre que corre.» ¿No es inaudito, no es una locura? Pero nuestro Dios es así en su amor inconmensurable, en su amor infinito para con nosotros. En consecuencia, ir hacia otros, ir hacia «las ovejas perdidas«, ir hacia los más distantes caracteriza todo planteamiento misionero.
Acabamos de ver el hilo conductor de la vida del hermano Carlos, aquello que da sentido y unidad a todas sus acciones, que reflejan las de Dios en la Encarnación. Esto es lo que nosotros debemos hacer por nuestra parte.

SI HABLO DE «MISIONERO», es para simplificar. Pero me guardo mucho de utilizar esta palabra, ya que evoca para los no cristianos, una empresa organizada con el fin de convertirlos.
Después del hermano Carlos y del Concilio, la misión de la Iglesia se ha situado bajo el signo del respeto de los que no comparten nuestra fe. Lo que no disminuye de ningún modo el impulso que nos lleva a dar testimonio de Jesucristo, con toda nuestra vida y a través de la  gratuidad de la amistad, ofrecida a todos sin planteamientos tácticos. El hermano Carlos exige de sus discípulos que sean «evangelios vivos«. «Las personas alejadas de Jesús, nos dice, al ver mi vida deben, sin libros y sin palabras, al conocer el Evangelio… Al verme deben ver quien es Jesús «.
Haciendo eco a su maestro espiritual, la hermanita Magdeleine, fundadora de las Hermanitas de Jesús, escribe: «No seré feliz hasta que haya encontrado sobre la superficie de la tierra, la tribu más incomprendida, la más despreciada, el hombre más pobre, para decirle: «El Señor Jesús es tu hermano y se ha fijado en ti … y vengo a ti para que aceptes ser mi hermano y mi amigo».


MUCHO ANTES DE IR AL SAHARA – aún está en la Trapa– el hermano Carlos sueña con fundar una congregación de Hermanitos y les fija este objetivo: «Llevar la vida de Nazareth, en países infieles, musulmanes u otros, por amor de Nuestro Señor, con la esperanza de dar nuestra sangre por su Nombre; y por amor a los hombres, con la esperanza de hacer del bien por nuestra presencia, por nuestro oración, y sobre todo por la presencia del Santo sacramento, a estos hermanos tan desafortunados. «Ya es un esbozo del texto que, esta noche, guía nuestra reflexión. Lo importante es estar presente: nuestra presencia entre los hombres, como la presencia del Santo sacramento. Más tarde, esta presencia se convierte en «vivir con los hermanos en un contacto familiar y estrecho”.  Aparece  la posibilidad del martirio: «con la esperanza de dar su sangre por su Nombre». Esta perspectiva es para el hermano Carlos la realización lógica de una vida que quiere ser prolongación de la Encarnación y la Eucaristía.

Al profundizar en la contemplación del misterio de la Encarnación,   un impulso nuevo empuja al hermano Carlos a ir hacia los hombres más alejados del  Señor, hacia los pobres, los excluidos. Deja Beni Abbes y se establece  en Tamanrasset – si el verbo establecerse es adecuado en el caso de hermano Carlos.
En 1903, tras dos años de estancia en  Beni Abbes, se plantea la siguiente cuestión, en una carta al P. Huvelin: «No tenedría que ir hacia el Sur y fundar un sitio, que me permitiera ir cada año a pasar allí dos o tres, tres o cuatro meses?..» «En estas líneas habéis encontrado dos veces el verbo ir.
Más lejos, en la misma carta, precisa: «Viendo estas extensas regiones sin un sacerdote, veo que soy el único sacerdote que puedo ir y me siento llamado  a  ir allí». La connotación eucarística es sugerida por el empleo de la palabra sacerdote. El sacerdote va a llevar el Santo Sacramento allí donde nunca ha estado presente. Sus notas personales revelan perfectamente su estado de ánimo. Cuando está de viaje hacia el Sur, escribe contento: «He construido una capilla con ramas, rematada con una cruz de madera, una tienda colocada dentro, forma la techumbre sobre el altar…» El altar y el Santo sacramento están bajo la tienda. ¡Corazón consagrado de Jesús, gracias por este primer tabernáculo en los países tuareg! Corazón consagrado de Jesús irradia del fondo de este tabernáculo sobre el pueblo que os rodea sin conoceros».
En el Reglamento de los Hermanitos, se lee que al «llevar a las naciones infieles su altar y su tabernáculo, los Hermanitos santifican silenciosamente  este pueblo, como Jesús en Nazareth santificó en silencio al mundo durante treinta años».
Tres años más tarde, único  sacerdote, solo como cristiano en medio de los musulmanes del Hoggar. Y entonces, un caso de conciencia va a atormentar este enamorado de la Eucaristía. En esta época era imposible a un sacerdote celebrar la misa sin que haya al menos uno que lo sirva, representando al pueblo con quien y para quien se celebra. «La cuestión que os planteo, escribe al obispo del Sahara, es mejor residir en el Hoggar sin poder celebrar la santa misa, o celebrarla y no ir allí, a menudo me la he planteado». Efectivamente, a Beni Abbes, podía, cada día, celebrar la misa y adorar detenidamente el Santo sacramento. «Siendo el único sacerdote que puede ir al Hoggar, continua diciendo – mientras que otros pueden  celebrar a menudo el  muy Santo Sacrificio – creo que es mejor ir,  a pesar de todo, al Hoggar, dejando al buen Dios el cuidado de darme el medio de celebrar, si Él quiere [… ] anteriormente fui llevado a ver , por una parte, lo Infinito, el  Santo Sacrificio, y, por otra parte, lo finito, todo lo que no es él, y a sacrificar siempre todo por la  celebración de la santa misa, pero este razonamiento debe fallar en algo puesto que, desde los apóstoles, los santos más grandes, en según qué circunstancias,  renunciaron a  la necesidad de celebrar para  entregarse al ejercicio de  la caridad espiritual» Esta dicotomía entre ir hacia los más pobres o  celebrar la misa señala un cambio de dirección en la vida de hermano Carlos, y es ir hacia  lo que va a triunfar. Estaría pensando en imitar la carrera del  Buen Pastor, que «dejó a las 99 ovejas en el desierto». No las deja, él también en Beni Abbes, en las dunas del desierto, para ir muy lejos, a más de 30 días de camino, a la búsqueda de las ovejas perdidas.

El texto del Directorio, citado al principio de esta conferencia, ilustra de la mejor manera  esta evolución de hermano Carlos, sin forzar demasiado sus características. Al principio, aparece el misterio de la Encarnación, el encuentro con Jesús al que es preciso acompañar y adorar.

A continuación, la Eucaristía, sacramento de salvación de la humanidad. Para imitar al Señor es necesario ser sacerdote,  imitar lo más perfectamente posible al Señor celebrando la Eucaristía. Y finalmente, consecuencia lógica de la Encarnación, se presenta la entrega a los otros, en este caso,  musulmanes. Este compromiso último es llevado al extremo, en lo que acabamos de ver, el signo del ayuno de la Eucaristía para la preferencia por  «vivir con» los más alejados.

Terminemos contemplando nuevo al misterio eucarístico. Cuando, sacerdotes y fieles, celebramos el sacrificio de la misa, ¿qué ocurre? Hacemos presente, bajo las señales del pan y el vino, el don que Jesús Cristo hace de sí mismo; se da, se sacrifica. «Nos lo has  dado todo, escribe hermano Carlos, todo lo que eres, en la Santa Eucaristía, tu sangre en la Pasión, tu Madre, a lo alto de la cruz, tu vida… Nos lo has dado todo…. Tu obra de amor está  terminada, has amado a los hombres hasta el final, hasta el final de lo posible, en la Encarnación y la Santa Eucaristía, hasta el final de tu vida, hasta la última gota de tu sangre «. Esto es mi cuerpo entregado por vosotros, esto es mi sangre derramada por vosotros y por todos  los hombres». En la consagración, contemporáneos de este momento extraordinario donde Dios se hace uno nosotros, de este momento donde ofrece su vida por nosotros en su Pasión, de este momento donde El resucita glorioso. Cada uno de estos momentos es eterno. ¿Qué nos produce estar presente en estos acontecimientos y de tomar parte en ellos? ¿­No estamos demasiado acostumbrados a ello cuando mientras que eso debería conmovernos?

El hermano Carlos está en Nazareth, quizá ante el Santo sacramento expuesto en la capilla de las Clarisas; escuchemos su meditación como si sorprendiéramos su conversación con el Señor: «Amemos a Dios puesto que El nos ha amado primero. La Pasión, el Calvario, es una suprema declaración de amor. No es para rescatarnos que has sufrido tanto, oh Jesús!…» El menor de tus actos tiene un precio infinito puesto que es el acto de  un Dios y habría sido suficiente  para rescatar mil mundos. Y nos conmueve a amarte libremente [… ] porque amar es el medio más fuerte de hacerse amar [… ] Puesto que nos hizo así su declaración de amor, imitémosle haciéndola la nuestra.»

A cada uno de nosotros se nos formula  la pregunta siguiente: ¿cómo voy a responder a la declaración de amor del Señor? ¡«Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre, nos dice el hermano Carlos, cuánto esta gracia infinita de la santa Eucaristía nos tiene que hacer amar un Dios tan bueno, un Dios tan cerca de nosotros, un Dios tan con nosotros, tan en nosotros, esta belleza y esta perfección suprema que se nos da! »

Da su vida por mí, está locamente enamorado de mí, podríamos decir. ¿Cuál es mi respuesta? La respuesta que da el hermano Carlos – lo hemos oído en un texto citado antes -, es el martirio, es dar su vida por amor para el Señor en respuesta al don de su vida  por nosotros. Efectivamente, si murió asesinado en la puerta de su fortín, el 1 de diciembre de 1916, es porque, a pesar de los peligros, quiso compartir con sus amigos Tuaregs toda su vida. Rechazó la demanda del capitán que le pide que se refugie en lugar seguro, el fuerte militar de Motylinski, «se opuso siempre, declara el capitán, de forma obstinada.» Ama a la pobre gente en medio de los que vivía desde hace diez años y no quería abandonarlos en medio del peligro”. El oficial francés utiliza el verbo amar para calificar el comportamiento de hermano Carlos. Ama así a la pobre gente con la que vive,  siendo coherente con el  vivir con, hasta a la donación total.

Algo totalmente asombroso, CARLOS  DE FOUCAULD HABÍA PRESENTIDO ESTA MUERTE y los interrogantes que provocaría, como podemos leer en sus escritos de dieciocho años antes: «Cualquiera que sea el motivo por el cual se nos mata, si recibimos la muerte injusta y cruel como una don bendito de tu mano, [… ] si  te lo ofrecemos como un sacrificio ofrecido muy de buena voluntad, si no resistimos [… ] y si no es un martirio en el sentido estricto de la palabra y a los ojos de los hombres, lo será a tus ojos, Señor, y será una imagen muy perfecta de tu muerte».

¿Y nosotros, los cristianos normales (si  lo puedo decir), cuál será nuestra respuesta a la declaración de amor del Señor? ¿Cómo damos en la vida diaria, respuesta a su donación inaudita?

Será como Jesús en la cruz, el abandono total de nosotros mismos entre las manos del Padre, será decir y repetir desde el fondo del corazón, será vivir cada día, con una infinita confianza, la oración de abandono que los discípulos de hermano Carlos intentan hacer suya:  «Padre mío, me abandono a ti…»

Correo de la Fraternidad secular Charles de Foucauld n.129, diciembre 2006