EDITH STEIN – La santa de Auschwitz

Carta de Edith Stein al Papa Pío XI, el 12 de abril de 1933:

Santo Padre:

Como hija del pueblo judío, que, por la gracia de Dios, desde hace once años es también hija de la Iglesia Católica, me atrevo a exponer ante el Padre de la Cristiandad lo que oprime a millones de alemanes.

Desde hace semanas vemos sucederse acontecimientos en Alemania que suenan a burla de toda justicia y humanidad, por no hablar del amor al prójimo. Durante años los jefes nacional-socialistas han predicado el odio a los judíos. Después de haber tomado el poder gubernamental en sus manos y armado a sus aliados, entre ellos a señalados elementos criminales-, ya han aparecido los resultados de esa siembra de odio. Hace poco, el mismo gobierno admitió el hecho de que ha habido excesos. No nos podemos hacer una idea de la amplitud de estos hechos porque la opinión pública está amordazada. Pero a juzgar por lo que he venido a saber por informaciones personales, de ningún modo se trata de casos aislados. Bajo presión de voces del extranjero el régimen ha pasado a métodos «más suaves». Ha dado la consigna de que no se debe «tocar ni un pelo a ningún judío». Pero con su declaración de boicot lleva a muchos a la desesperación, pues con ese boicot roba a los hombres su mera subsistencia económica, su honor de ciudadanos y su patria. Por noticias privadas que he conocido en la última semana, ha habido cinco casos de suicidio a causa de estas persecuciones. Estoy convencida de que se trata sólo de una muestra que traerá muchos más sacrificios. Se pretende justificar con el lamento de que los infelices no tienen suficiente fuerza para soportar su destino. Pero la responsabilidad cae en gran medida sobre los que los llevaron tan lejos. Y también cae sobre aquellos que guardan silencio acerca de esto. Todo lo que ha acontecido y todavía sucede a diario viene de un régimen que se llama «cristiano». Desde hace semanas, no solamente los judíos, sino miles de auténticos católicos en Alemania, y creo que en el mundo entero, esperan y confían en que le Iglesia de Cristo levante la voz para poner término a este abuso del nombre de Cristo. Esa idolatría de la raza y del poder del Estado, con la que, día a día, se machaca por radio a las masas, ¿acaso no es una patente herejía? ¿No es la guerra de exterminio contra la sangre judía un insulto a la Sacratísima Humanidad de Nuestro Redentor, a la Santísima Virgen y a los apóstoles? ¿No está todo esto en absoluta contradicción con el comportamiento de Nuestro Señor y Salvador quien aún en la Cruz rogó por  sus perseguidores? ¿Y no es esto una negra mancha en la crónica de este Año Santo que debería ser un año de paz y de reconciliación?

Todos los que somos fieles hijos de le Iglesia y que consideramos con ojos despiertos la situación en Alemania nos tememos lo peor para la imagen de la Iglesia si se mantiene el silencio por más tiempo. Somos también de la convicción de que, a la larga, ese silencio de ninguna manera podrá obtener la paz con el actual régimen alemán. La lucha contra el catolicismo se llevará por un tiempo en silencio, y por ahora con formas menos brutales que contra el judaísmo, pero no será menos sistemática. No falta mucho para que pronto en Alemania ningún católico pueda tener cargo alguno si antes no se entrega incondicionalmente al nuevo rumbo.

A los pies de Su Santidad pide la Bendición Apostólica

Dra. Edith Stein.

Profesora en el Instituto Alemán de Pedagogía Científica en el Collegium Marianum de Münster

Esta breve carta de la profesora de filosofía impresiona por su clara percepción del desastre que se avecinaba: la persecución de los judíos, la sucesiva de los cristianos y el juicio de la historia sobre quienes permaneciesen callados. Cuatro años más tarde, Pío XI publicó la encíclica «Mit Brennender Sorge» contra el nazismo, preparada en parte por su secretario de Estado, Eugenio Pacelli, quien le sucedería como Pío XII. Pero en 1993, Hitler y su Gobierno, con mayoría de miembros protestantes, se presentaban como cristianos e instrumentalizaban el cristianismo para ganar complicidad en el abuso contra los judíos.

Nosotros ahora nos proponemos acercarnos un poco a la persona de Edith Stein para comprender su posición vital, su pensamiento y su testimonio. En realidad, toda la biografía de Edith Stein se puede ver como un itinerario hacia Dios:

En la vida de Edith Stein el ser humano moderno ve reflejado su propio destino, con sus revoluciones ideológicas, con su alejamiento de Dios, su ansia de verdad y amor redentor de Dios. Ve en ella una persona que ha conllevado sus mismas miserias y que posee una comprensión extraordinariamente fina, maternal y compasiva para con las cosas menudas de la vida cotidiana. La grandez intelectual de Edith Stein no le sobrecoge, porque esa grandeza queda muy por detrás de su vida realmente envidiable, totalmente impregnada del amor de Dios. De este modo, Edith Stein, conocida posteriormente por sor Teresa Benedicta de la Cruz, viene a ser como un faro que orienta al ser humano actual hacia lo único real, hacia la única verdad, hacia el único sentido de la existencia, por el que la vida merece vivirse: hacia Dios, que es al mismo tiempo la verdad y el amor1.

Se trata de un camino que ofrece tres etapas bien diferenciadas: la fenomenológica, la tomista-cristiana y, finalmente, la mística. Vamos a seguir cada una de ellas.


1  T. A. MATRE DEI, Edith Stein. En busca de Dios, Verbo Divino, Estella 1980, 11.

Carlos de Foucauld: Un mártir sin verdugos

 Se ha cumplido el primer centenario de la muerte del beato Carlos de Foucauld, figura fundamental de la espiritualidad cristiana reciente. Su experiencia es muy útil para volver a considerar el sentido y el significado profundo del martirio cristiano. Según declara el monje benedictino, Davide Semeraro, “en él, el martirio se vive sin la necesidad de buscar al verdugo. Solo así se sale del círculo vicioso de la venganza y se entra en la esfera del Evangelio. Lo que cuenta es la disponibilidad a dar la vida hasta el fondo”.

Pasando su juventud alejado de la fe, se convierte a mitad de su vida. Durante una peregrinación a Tierra Santa descubrió su vocación: seguir a Jesús en su vida de Nazaret. Este deseo le llevó sucesivamente a ser trapense, criado del convento de las Clarisas en Nazaret, sacerdote, y marchar hacia los últimos, a Tamanraset, en el desierto argelino. Allí vivió como un hermano entre los tuareg, con la esperanza de preparar camino a la evangelización, hasta su muerte ocurrida durante una revuelta, en la que recibió un tiro.

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El oficial, el explorador

Carlos de Foucauld nació en Estrasburgo, Francia, el 15 de septiembre de 1858. Durante la adolescencia sufrió la influencia del escepticismo religioso y del positivismo científico que caracterizaban su época; escribió, refiriéndose a esa época: “desde la edad de 15 o 16 años toda la fe había desaparecido en mí”. Entró a la escuela militar y se convirtió en oficial. Fue enviado con su regimiento a Argelia. En 1882 abandonó el ejército y emprendió un viaje de exploración que lo condujo primero a Marruecos y después al desierto argelino y tunecino.

“¡Dios mío, haz que yo Te conozca!”

Volvió al seno familiar parisino, en 1886, con la intención de preparar un texto sobre sus descubrimientos: fue un tiempo decisivo para su conversión. Escribió: “He iniciado a ir a la iglesia, sin ser creyente, pasaba largas horas repitiendo una extraña oración: ¡Dios mío, si existes, haz que yo Te conozca!”. Su conversión, acompañada por el abad Henry Huvelin, fue en octubre de ese mismo año: “Apenas creí que había un Dios, comprendí que no podía más que vivir para Él”.

Jesús, obrero de Nazaret

Hizo inmediatamente un largo peregrinaje a la Tierra Santa, durante el que anotó: “Deseo conducir la vida que he entrevisto y percibido al caminar pos las calles de Nazaret, en donde Nuestro Señor, pobre artesano perdido en la humildad y en la oscuridad, apoyó los pies”. Dirigiéndose a Jesús, escribió: “¡Cuán fértil en ejemplos y lecciones es esta vida de Nazaret! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Qué bueno fuste al habernos dado esta instrucción durante 30 años!”.

Al volver a su patria entró a la Trapa Notre-Dame des Neiges y después fue enviado a la Trama de Akbés, en Siria. Pero se dio cuenta de que en la Trama no es posible “conducir la vida de pobreza, de abyección, de desapego efectivo, de humildad, diría incluso de recogimiento de Nuestro Señor en Nazaret”. Un episodio significativo que vivió en ese tiempo: “Una semana me mandaron a rezar un poco al lado de un pobre obrero del lugar, católico, que murió en la fracción de al lado: ¡qué diferencia entre esta casa y nuestras habitaciones! Yo anhelo Nazaret”.

La misma vida de Nuestro Señor

Al darse cuenta de que “ninguna congregación de la Iglesia da la posibilidad de conducir hoy y con Él esta vida que Él condujo de esta manera”, se preguntaba si “no era hora de buscar a algunas almas con las cuales […] formar un inicio de pequeña Congregación de este tipo: el objetivo sería el de conducir lo más exactamente posible la misma vida de Nuestro Señor, viviendo únicamente del trabajo de las manos, sin aceptar ningún don espontáneo ni oblación, y siguiendo al pie de la letra todos sus consejos, sin poseer nada, privándonos de lo más posible, antes que nada para conformarnos a Nuestro Señor y después para darle lo más posible en la persona de los pobres. Añadir a este trabajo muchas oraciones”.

Nazaret es la vida de Jesús, no simplemente su prefacio

Surgió algo conscientemente inédito en la geografía religiosa, observó Sequeri en el volumen “Carlos de Foucauld. El Evangelio viene de Nazaret” (Vita e Pensiero): “La novedad de la intuición se da, en primer lugar, por la neta referencia cristológica de la imitación/secuela de Nuestro Señor Jesús: ‘la misma vida de Nuestro Señor’ Jesús, es decir ‘la existencia humilde y oscura de Dios, obrero de Nazaret’”. En otras palabras: “Nazaret no es el ‘prólogo’ de la vida pública, el simple momento ‘preparatorio’ de la misión, ni la forma de una ‘pre-evangelización’ que ofrece un genérico compartir y un anónimo testimonio […] Nazaret es la vida de Jesús, no simplemente su prefacio. Es la misión redentora en acto, no su mera condición histórica. Nazaret es el trabajo, la cercanía, la proximidad doméstica del Hijo que se nutre durante largos años de lo que le importa al ‘abba-Dios’ (‘¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?’, Lc. 2, 49). ¿De dónde podría partir una nueva evangelización sin detenerse por todo el tiempo necesario en el fundamento en el que Dios la puso para el Hijo mismo?”.

La lectura de los Evangelios

En 1897, el hermano Charles deja la Trapa y se muda a Nazaret, en donde vivió durante 3 años, en una casita en el monasterio de las clarissa. Marcaban sus días el trabajo, la adoración silenciosa de la Eucaristía y la lectura de los Evangelios. “De Foucauld desea vivir imitando a Jesús, ‘obrero de Nazaret’: y para hacerlo decide encomendarse a los Evangelios, que lee cotidianamente y sobre los que medita por escrito”, cuenta Antonella Fraccaro, religiosa de las Discípulas del Evangelio (Instituto religioso que forma parte de la Asociación de Familias Espirituales Carlos de Foucauld) y autora del volumen “Carlos de Foucauld y los Evangelios”. “Sus meditaciones —algunos miles de páginas— tienen un corte intimista y auto referencial; sacan a la luz sobre todo el vínculo intenso y afectuoso que Foucauld vive con el Señor. En el centro de las meditaciones no está su autor, sino la persona de Jesús y Su estilo, que debe ser asimilado día a día con Su gracia. Los motivos que inspiran la lectura de los Evangelios se expresan en un breve texto, muy significativo, escrito en una pequeño papel utilizado como separador. Anotó el hermano Charles dirigiéndose a Jesús: ‘Leo: 1o) para darte una prueba de amor, para imitarte, para obedecerte; 2o) para aprender a amarte mejor, para aprender a imitarte mejor, para aprender a obedecerte mejor; 3o) para poder hacer que los otros te amen, para poder hacer que los demás te imiten, para poder hacer que los demás te obedezcan’”.

Con el pueblo del desierto

Durante el tiempo que pasó en Nazaret maduró en su interior la vocación al sacerdocio: fue ordenado en 1901 en Francia, y al año siguiente se estableció en Beni Abbès, en la parte argelina del Sahara, “entre las ovejas más perdidas, entre las más abandonadas”. En esos días escribió: “De las 4.30 de la mañana a las 20.30 de la noche, no dejo de hablar, de ver gente: esclavos, pobres, enfermos, soldados, viajeros, curiosos […] Quiero que se acostumbren todos los habitantes de la tierra a considerarme un hermano, el hermano universal”. En 1905 decidió dirigirse hacia el sur, entre los Tuareg, a Tamanrasset, en donde no hay “ni guarniciones, ni telégrafos, ni europeos”.

La belleza doméstica de la radicación evangélica

La Nazaret que Charles anhelaba no estaba en la Trapa sino en el desierto. Sequieri comenta al respecto: “El punto no es tanto el de la dureza de la ascesis sino el de una imitación ‘real’ de Nazaret: que tiene que encontrar las condiciones del propio rigor en la normalidad del contexto en el que las condiciones ya están dadas y no son artificialmente buscadas o reconstruidas religiosamente. En esas condiciones, efectivamente, el ‘pequeño hermano universal’ se radica como su ‘bien amado hermano Jesús’, porque los hombres y las mujeres ya se han radicado: porque son la vida cotidiana, el horizonte de su mirada sobre el mundo”. El rigor de esta ‘inhabitación’ incluye “un principio de simplificación y un criterio de afinidad que liberan la singular belleza doméstica de la radicación evangélica”.

Hermano y familiar de los Tuareg

Charles fue pródigamente generoso con sus Tuareg. “Quiso vencer las desconfianzas, conquistar su confianza, fraternizar, volverse un familiar; quiso hacer que conocieran la bondad de Jesús”, dice Fraccaro. “Su tiempo estaba dividido entre la oración, las relaciones con los indígenas, a los que ayudaba y apoyaba de diferentes maneras, y los estudios de la lengua tuareg: redactó incluso un diccionario tuareg-francés. En las cartas a sus amigos lejanos les pedía que rezaran por estas almas abandonadas, y también por él: Récenle para que yo haga lo que quiere de mí para ellos, porque yo soy el único, desgraciadamente, que me ocupo de ellos por Su parte y para Él”.

La presencia eucarística

Los gestos de atención, la tenaz dedicación a los hombres y a las mujeres del desierto, conviven con una total relación/conversación con el Señor presente en la Eucaristía. Foucauld lo llevó entre quienes no lo conocían porque también ellos son “suyos”. Es una presencia, una bendición que todos perciben, todos sienten la oración y las palabras que la habitan, todos intuyen el vínculo especial al que da vida. La presencia eucarística del Señor condensa en sí la palabra y el gesto cristiano menos “anónimos” que existan (Sequeri).

Si el grano de trigo no muere

Carlos de Foucauld murió el primero de diciembre de 1916, en Tamanrasset. Lo golpeó una bala durante una escaramuza provocada por las tropas rebeldes del Sahara. Él, que desde 1893 hasta el final de su vida se aplicó a la redacción de “Reglas” para estar agregaciones que tanto había deseado, murió solo. En las décadas siguientes, nacieron muchas familias de religiosos, religiosas, sacerdotes y laicos que se inspiran en él: en la actualidad son veinte y tienen presencia en todo el mundo. Reunidas en la Asociación de Familias Espirituales Carlos de Foucauld, incluyen a alrededor de 13 mil personas. “En su diversidad —concluye Fraccaro– estas familias tienen rasgos comunes: la radicación en los contextos de la existencia ordinaria, la vida en pequeñas comunidades unidas por un espíritu fraterno, la meditación de la Palabra de Dios, la dedicación a las almas que más sufren y más abandonadas. El grano de trigo, muriendo, ha dado fruto, justamente como De Foucauld –tan vinculado a este versículo del Evangelio de Juan (12, 24)— esperaba que sucediera”.

Buena Voz Noticias

«Oscar Romero y los mártires de ayer y de hoy» – Piccoli Fratelli di Jesus Caritas

Oscar Romero y los mártires de ayer y de hoy

Categories: Espiritualidad1 Comentario

El pasado 28 de diciembre el Patriarca de la Iglesia Católica Armenia, Karekin II, en su carta encíclica, denunció el “genocidio contra el pueblo armenio” realizado por los turcos del imperio Otomano a partir del 1894 y tocando el fondo de la violencia entre el 1915 y 1916. Inicia con este caso la tremenda lista de genocidios y delitos contra la humanidad que ensangrentaron nuestro planeta durante todo el siglo XX. Actualmente, el reconocimiento oficial del martirio de Mons. Oscar Romero, después de un largo y delicado proceso, nos obliga a reflexionar sobre algunos temas que tocan la conciencia cristiana y no solo.

A propósito del genocidio de los armenios contamos también con el testimonio personal del hermano Marie-Alberic (hoy el Beato Carlos de Foucauld) que vivía entonces en el monasterio de Akbés (Siria): “Ha habido en toda Armenia, y también muy cerca de aquí, tremendos masacres; pero creo que nosotros realmente nunca estuvimos en peligro. Siendo europeos pasamos tranquilamente en medio de la tempestad, pero para los armenios fue terrible… Se habla de cienmil víctimas asesinadas tranquilamente, ejecuciones, ciudades y pueblos incendiados: los sobrevivientes son más desafortunados que los muertos, porque para ellos todo es miseria y despojo de todo; no tienen como defenderse, no hay dónde refugiarse y protegerse de este tremendo frío; no hay víveres, ningún tipo de medios, enemigos por todas partes, y nadie que ayude a esta pobre gente… Todo esto es muy doloroso” (carta a Marie de Bondy, 19-02-1896).

El hecho de la desaparición de la mitad y tal vez de dos tercios de la población armenia ha sido completamente retirado de parte del gobierno turco (de las escuelas y todas las instituciones) que aun hoy se opone a cualquier tipo de reconocimiento oficial de un acontecimiento que es parte constitutiva para la autocomprensión de los armenios como pueblo y como nación. Pero el próximo 23 de abril el Patriarca Karkin II reconocerá oficialmente como mártires a todas las víctimas y el 24 de abril será proclamada la jornada de la memoria… Querer ocultar, o incluso negar, un genocidio no sucede solo en Turquía sino casi en todos los paises que han vivido esas cosas. Es exactamente lo que está sucediendo en los países centroamericanos: El Salvador (de Oscar Romero) y Guatemala (de Juan Gerardi). Sabemos muy bien cómo en estos últimos años ha habido un plan escandaloso y homicida “desde lo alto” para hacer callar todo y negar el genocidio de las poblaciones indígenas durante la década de los 80s. Y todo par evitar que el ex dictador Rios Montt y quienes como él o con él paguen las consecuencias de sus propios actos.

A menudo, por estos lugares, nos da la impresión que sea muy fácil hablar de la “barbarie” de las poblaciones, que viven lejos de nosotros, que reconocer las propias culpas, las del pasado y las del presente. Pero no podemos olvidar que el siglo XX es “hijo” del Iluminismo, es decir el movimiento intelectual que abarcó todos las areas de la cultura europea y que exaltó a la razón poniendo al hombre al centro de sus reflexiones. In esa visión del mundo (o cosmología como prefieren algunos) el progreso de la historia coincidía con la liberación de todos los mitos del pasado y sobre todo de la religión, es decir liberarse de Dios. Las lineas que siguen son del profesor Clemente Sparaco que nos ayudan a profundizar nuestro tema: “En Europa, el continente de la razón y de la civilización, lo irracional triunfó y la cultura perdió. En Auschwitz (campo de exterminio creado por los Nazi) murieron la confianza y la auto exaltación del hombre, la fe en el progreso y en la historia. Por otro lado, el genocidio de los Judíos no puede ser interpretado como un puro y simple retorno de la barbarie al centro de una Europa que había alcanzado altos niveles de fineza cultural. La barbarie que retorna lo hace, de hecho, en las formas y en los modelos de la ciencia y de la técnica. El exterminio de los Judíos no ha sido fruto de una violencia ciega e impulsiva, sino fue calculado científicamente y experimentado con atención y lucidez.

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Volviendo al caso Romero, del que mucho se ha hablado y escrito, aunque no se ha dicho todo estando aun en vida varios de los protagonistas del conflicto cruento de los años 70-80s. Muchos se preguntan –y también lo hacía quien escribe– acerca del motivo o las causas que impedían el reconocimiento del martirio del Arzobispo de San Salvador asesinado mientras celebraba la Eucaristía. Creo haber obtenido una buena respuesta de parte del autor italiano Alberto Vitali que en su libro “Oscar Romero. Pastore di agnelli e lupi” (Pastor de ovejas y lobos) presenta ese tema complejo y delicado, más o menos en estos términos: cuando quienes persiguen a los cristianos son los “enemigos de la fe”, normalmente miembros de otras religiones, o personas que se inspiran a ideologías ateas, la Iglesia no duda un solo momento en declarar mártires de Cristo a sus propios miembros; pero cuando quien pronuncia la sentencia de muerte de un cristiano, de un obispo como Oscar Romero –y como Juan Gerardi– son los mismos que ocupan la primera fila durante las celebraciones de la Eucaristía o para el canto del Te Deum, las cosas se complican…y no poco. A este problema se refería también el gesuita y teólogo della liberación Jon Sobrino, sobreviviente del masacre de los Gesuitas de la UCA, cuando afirmaba que habría sido ridículo para algunas personas, hoy constituidas en autoridad, tener que ocupar las primeras filas, posiblemente en la basílica de San Pedro, y aplaudir a la beatificación de Aquel que durante su vida habían odiado y después eliminado físicamente.

El tema es amplio y las preguntas sobran, pero una cosa es cierta: el hombre alejándose de Dios ha perdido el sentido, no reconoce ya a la persona y tampoco que la vida es sagrada. Sea que hablemos de los Armenios, de los Judíos, de los pueblos latinoamericanos y africanos, y hoy de aquellos que viven en el Medio Oriente, nada sucede “en nombre de Dios”, sino al contrario todo puede suceder cuando se actúa como si Dios no existiera. Pero final de cuentas vencerá siempre la verdad.

Oswaldo Curuchich jc

Un mártir sin verdugos

La experiencia de Charles de Foucauld, a 100 años de su muerte, induce a los bautizados a reconsiderar la relación con el islam

Un mártir sin verdugos

PAOLO AFFATATO – La Stampa


Charles de Foucauld es la figura que enseña a los bautizados la auténtica naturaleza del martirio cristiano, a menudo distorsionada por la «ideología de la persecución».El hermano Michael Davide Semeraro, monje benedictino y maestro de espiritualidad, ofrece una perspectiva muy original sobre el «pequeño hermano» y sobre su herencia, a cien años de su muerte. La figura de De Foucauld, como explica en su libro «Charles de Foucauld. Explorador y profeta de fraternidad universal» no es indiferente en la intemperie eclesial contemporánea, marcada por una relación para muchos problemática cuando no conflictiva con el islam.

La experiencia de Charles es muy útil para volver a considerar hoy el sentido y el significado profundo del martirio cristiano: «En él es vivido sin la necesidad de buscar al verdugo. Solo así se sale del círculo vicioso de la venganza y se entra en la esfera del Evangelio. El verdugo no es necesario para el mártir cristiano: lo que cuenta es la disponibilidad a dar la vida hasta el fondo», explicó el benedictino a Vatican Insider.

Aquí radica la sutil diferencia, que aleja las historias de los mártires de quienes las utilizan como pretexto para movilizaciones identitarias o como punto de partida para campañas de indignación, en una clave político-cultural.

En la actualidad, el martirio sufre a menudo una «modificación genética», cuando los sufrimientos de los fieles son insturmentalizados según lógicas de poder e incluso según los negocios. O cuando el enfoque con el que se ven es el de la mera «reivindicación de los derechos», que queda encerrada en el ala de la Iglesia «modelo Amnistía Internacional».

«Charles de Foucauld representa para la historia de la Iglesia un punto del que no se puede volver: su profecía cayó en el desierto del Sahara como el evangélico grano de trigo, el primero de diciembre de 1916. Abrió nuevos senderos y nuevos caminos mucho antes de que el Concilio Vaticano II cobrara conciencia», explicó Semeraro.

El benedictino encuentra en su vida referencias a Benito de Norcia y a Francisco de Asís: «De la tradición benedictina, vivida el tiempo que pasó como trapista, custodia el aspecto contemplativo de atención a Dios y a los hermanos. De Francisco de Asís imita la pasión por una constante vuelta al Evangelio “sine glossa” y la condición de minoridad, que siempre es lo que permite dar el primer e incondicional paso hacia el otro».

 Y si para el Santo de Asís el viaje hacia la tienda de Saladino representó un momento importante de su camino interior, «el encuentro con el islam fue, para el vizconde Charles de Foucauld, un llamado a la interioridad y a la trascendencia. Son justamente los musulmanes, con su actitud de oración frente al Altísimo, los que le permiten volver a descubrir su fe bautismal».

Así, el explorador geográfico-militar se transforma en un «explorador humano» que trata de adoptar el punto de vista del otro con humildad auténtica. Es un proceso de despojo de sí: «el primer paso es aprender de los otros y aprender la lengua del otro, para conocer sus vida, sus emociones, sus deseos, la manera en las que están acostumbrados a percibir el misterio de la vida, con sus alegrías y fatigas. Charles escribe en su diario: para hacer el bien a las almas hay que poder hablarles, y para hablar del buen Dios y de las cosas interiores hay que saber bien la lengua».

«En este sentido —prosigue Semeraro— Charles retoma la intuición de grandes misioneros como Cirilo y Metodio, como Matteo Ricci. Por esto aprende la lengua de los tuareg, prepara diccionarios, reúne cientos de poemas mediante las que se transmite la sabiduría de estos pueblos».

En la relación con el prójimo, no parte pensando que es el depósito de la verdad: «La verdad es una persona, Cristo Jesús, y es solo la conformación a su forma de hablar, de actuar, de hacerse presente a las necesidades del otro lo que permite ser reconocidos y, en cierto sentido, amados».

Décadas más tarde, esta misma estructura de pensamiento y de acción se reprodujo nuevamente en Tibhirine, en los monjes trapistas asesinados en 1996 en Notre Dame del Atlas. Y, en el tercer milenio, después del atentado contra las Torres Gemelas y de los ataques terroristas en Europa, la experiencia de Charles, según Semeraro, puede ayudar a los cristianos «a leer con una mirada de fe la presencia de los “otros”, deslegitimando lo que muchos consideran como un enfrentamiento contra la civilización islámica».

Uno de los mensajes más fuertes y significativos de De Foucauld se relaciona, pues, con el enfoque hacia el islam: «El beato, hoy, ofrece testimonio de la plena adhesión al Evangelio en su exponerse unilateralmente, es decir sin reciprocidad, a la relación fraterna con los musulmanes».

En lo profundo del desierto argelino, en donde acabará su vida terrenal, Charles de Foucauld lee el Evangelio y adora la presencia de Cristo en la Eucaristía no para protegerse con la coraza de una identidad fuerte y contrapuesta, sino para abrirse a una fraternidad cada vez más universal.

El sueño de Charles de Foucauld entre los pobres del desierto argelino; una casa que se llama Fraternidad. Entrega a San Bartolomé de una de sus herramientas de trabajo

Textos, imágenes y vídeo de la oración en el Santuario de los nuevos mártires

La Basílica de San Bartolomé de Roma, santuario de los Nuevos Mártires, ha recibido un objeto de trabajo que perteneció al beato hermano Carlos de Jesús: la paleta con la que construyó su última casa en Tamanrasset, en el Sáhara, con el emblema del corazón y la cruz, Jesús Caridad, símbolo de las comunidades que surgieron tras su muerte.

Es un regalo de gran valor que entregó la responsable de la casa de las Hermanitas de Tre Fontane, la hermanita Luigina, y que fue colocado en el altar de los mártires de África. La oración estuvo presidida por el padre Angelo Romano, párroco de la basílica, y contó con la presencia del padre Gabriele Faraghini, rector del Seminario Romano Mayor, de Bernard Ardura, postulador de la causa de canonización (el hermano Carlos fue beatificado el 13 de noviembre de 2005), de una amplia representación de la Comunidad de las Hermanitas de Jesús, de Andrea Riccardi y Marco Impagliazzo, fundador y presidente respectivamente de Sant’Egidio.

En el corazón del desierto, en Argelia, Carlos de Foucauld encontró el martirio a manos de una banda de asaltantes sanusíes el 1 de diciembre de 1916. Su testimonio, el hecho de que se fuera y se definiera como «hermano universal» en la remota África, entre los musulmanes, fue una fecunda semilla del Evangelio, un don de amor, un «sueño monástico» vivido en las periferias humanas y existenciales del mundo.
El recuerdo del hermano Carlos se hace ahora similar a una carta del hermano Christian de Chergé, también mártir en Argelia décadas después, pero testigos ambos de una presencia cristiana fraterna entre los musulmanes.

TESTIMONIOS

Homilía del padre Angelo Romano, párroco del santuario de los Nuevos Mártires
«El testimonio del hermano Carlos es de un gran valor para todos nosotros. Es la historia de un hombre que, después de estar lejos de Dios durante años, descubre la dulzura de ser amado, la belleza del amor de Jesús hacia él, inmerecido, gratuito, sorprendente».Continúa leyendo (it)…

Carta de la hermanita Luigina, superiora de la casa de Tre Fontante
«En Argelia eras amigo del doctor Lhérisson, un médico militar francés. En Navidad lo habías invitado a la misa de medianoche, pero te dijo que no podía venir porque era protestante. Entonces fuiste a tu biblioteca a buscar una Biblia de edición protestante, que tenías entre tus libros y se la regalaste.
En aquel periodo, en la Iglesia católica no se hablaba muy bien de los protestantes, y tú, sacerdote católico, ¡tenías su Biblia!
Para ti el doctor Lhérisson era un amigo y un hermano.
También nosotras, discípulas tuyas, queremos amar con delicadeza para llegar al otro con respeto allí donde esté
En tu cuaderno anotas cuando un vecino musulmán muere y luego escribes: «fui a su funeral».
Tú, sacerdote católico, en 1914, participas en funerales de musulmanes!»Continúa leyendo

 Testimonio del hermano Carlos de Jesús, de sus apuntes del retiro antes de su ordenación sacerdotal
«¿En qué consiste la preparación? En crecer en amor, en ciencia, en madurez. Para adquirir: más amor, observancia fiel de mi Regla; hacer en todo lo que es más perfecto, perfección de los actos cotidianos; sobre todo oración, humildad, amor por el prójimo»

Hermano universal

Bernard Ardura
Presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas


L’OSSERVATORE ROMANO
12 de junio de 2020
Tamanrasset, 1 de diciembre de 1916. Hacia las 18 horas, según su horario habitual, Carlos inicia un tiempo de recogimiento ante el tabernáculo de su capilla, para rezar las Vísperas y el Rosario. Alguien llama a la puerta de la ermita y anuncia: «¡elbochta!» («¡el correo!»). Charles apenas abre la puerta y extiende la mano para tomar el sobre, pero lo agarran con fuerza y ​​lo arrastran. Frente a los amenazadores individuos que lo rodean, Charles lanza una petición de ayuda: «¡marabout yemmoût!» (“¡El morabito muere!”). Al mismo tiempo le atan las manos y los tobillos y le obligan a permanecer arrodillado frente a la entrada de la ermita. Cuando llegan su vecino Paul y su esposa, Charles se queda en silencio, viviendo en oración el peligro que le ha sobrevenido. En estos momentos vive lo que escribió en otras épocas: «Si la enfermedad, el peligro, la visión de la muerte llaman a la puerta, reaviva el deseo de nuestra disolución para ver a Jesús. Enfermedad, peligro, la visión de la muerte, es el llamado: “¡He aquí el Esposo que viene, ve a su encuentro!”, es la esperanza de estar pronto unidos para siempre ».

Los ladrones se llevan todo lo posible, pasan junto a Charles y la pareja que llega, sin prestarles atención. El joven Sermi, uno de los ladrones, vigila a los prisioneros.

De repente, se dan cuenta de que dos soldados meharistas se acercan en sus camellos. Los centinelas de los ladrones gritan: «¡Árabes! ¡Árabes! » y comienzan a disparar en dirección a los militares; uno de los dos, Bau Aïcha, es asesinado y su camello herido; el segundo, Boudjemâa ben Brahim, trata de protegerse, pero él también está herido de muerte. El rodaje dura unos momentos. En la confusión general, el joven Sermi, sin experiencia, también hace uso de su arma, apunta a la cabeza de Charles y lo mata.

Desde abril de 1929, el cuerpo de Charles de Foucauld ha sido trasladado a El Goléa, también en la vasta y desierta diócesis de Ghardaïa. El que quiso ser «hermano universal» fue beatificado el 13 de noviembre de 2005.

Charles de Foucauld, sacerdote incardinado en la diócesis francesa de Viviers, solo en su ermita del Sahara, no está en absoluto aislado. Mantiene estrechas relaciones filiales con su obispo monseñor Bonnet y con el prefecto apostólico de Ghardaïa, monseñor Guérin. En Tamanrasset, Charles se define a sí mismo como un «monje misionero». Permanece en su ermita, pero recibe a mucha gente. Ante las necesidades de la misión, escribe: «No haría falta un obrero, sino cien, con obreros, y no solo ermitaños, sino también y sobre todo apóstoles, para ir y venir, establecer contactos y dedicarse a la educación. «.

Charles realiza un inmenso trabajo científico y cultural, pero siempre en la perspectiva de la misión. En efecto, Carlos, que no ha fundado ninguna congregación religiosa, está convencido de la necesidad de misioneros de la «deforestación evangélica», misioneros aislados capaces de acercarse a todas las almas alejadas de la verdad y la vida católica. Para él, estos misioneros, laicos y sacerdotes, deberán atender a la perfección de los cristianos, para poder trabajar junto a los demás, porque “escuchan menos las palabras y miran los hechos, la vida de los cristianos, su conducta, los ejemplos que ofrecen. La vida de los cristianos virtuosos los acerca al cristianismo ”.

Así nació en el alma y corazón de Carlos el proyecto de una hermandad. Unos meses antes de su muerte, Charles escribió: «Nos gustan Priscilla y Aquila. Volvamos a todos los que nos rodean, a los que conocemos, al que está cerca de nosotros; tomemos los mejores medios con cada uno, con uno tal la palabra, con otro el silencio, con todo el ejemplo, la bondad, el cariño fraterno ”.

Un siglo después del final de su vida terrena, Charles de Foucauld nos ofrece un camino más actual que nunca para la evangelización, que sigue siendo la primera tarea encomendada por Jesús a sus discípulos.

Misionero en el fondo de su alma, Charles de Foucauld se da cuenta, ya en 1902, es decir, pocos meses después de su llegada a Beni-Abbès, que se encuentra en medio de una guarnición militar francesa abrumadoramente indiferente a nivel religioso y que, al mismo tiempo, también está rodeado por un mundo totalmente musulmán. Entonces, Charles parte de la parábola de la oveja perdida y la transforma radicalmente: “Cuida especialmente de la oveja perdida. No dejes a las noventa y nueve ovejas perdidas para que mantengan en silencio a las ovejas fieles en el redil. Correr tras la oveja descarriada, como el Buen Pastor ».

Haciendo eco de estos pensamientos de Charles de Foucauld, el Papa Francisco comentó, el 17 de junio de 2013, sobre la misma parábola con motivo del encuentro de la diócesis de Roma: «¡Ah! Es difícil. ¡Es más fácil quedarse en casa, con una sola oveja! Es más fácil con este corderito. Con esta oveja es más fácil, peinarla, acariciarla …, pero nosotros, sacerdotes, y ustedes, cristianos, todos: el Señor quiere que seamos pastores y no peinadores; de los pastores! ».

El hombre silencioso del Sahara, un hombre de adoración y oración, que se convirtió en «hermano universal», siempre acogedor para todos, se propuso «gritar el Evangelio por los tejados con toda mi vida«. Este fue el camino abierto por el «misionero aislado», cuyo ejemplo ha inspirado y sigue inspirando a innumerables pastores y fieles.

Cuando Charles de Foucauld elabora los estatutos de la hermandad, cuyo proyecto lleva en el corazón desde hace años, resume en pocas palabras el ideal misionero a partir de la convicción de que todo bautizado está invitado a vivir como Jesús: «En todo, pregúntanos qué haría Jesús en nuestro lugar y hazlo ».

Al redactar los estatutos de su hermandad, Charles de Foucauld establece las prioridades: «Amor fraterno de todos los hombres: ver a Jesús en cada ser humano; en cada alma, ver un alma a salvar; en todo hombre ver un hijo del Padre Celestial; sea ​​caritativo, benevolente, humilde, valiente con todos; rezar por todos los hombres, ofrecer los sufrimientos por todos, ser modelo de vida evangélica, mostrar con la vida lo que es el Evangelio … hacer todo por todos para ganar a todos para Jesús ”.

Después de la muerte de Charles de Foucauld, su mensaje se convirtió rápidamente en el bien común de toda la Iglesia y su carisma se manifestó de muchas formas en el compromiso evangélico de tantos hombres y mujeres.

Su obispo, monseñor Bonnet, pudo escribir el 17 de enero de 1917, mes y medio después del asesinato de Charles de Foucauld: “En mi larga vida he conocido pocas almas más amorosas, más delicadas, más generosas y más ardientes que la suya, y rara vez me he acercado a los más santos. Dios lo había penetrado tanto que desbordaba, por todo su ser, en efusiones de luz y caridad ».

Cien años después del nacimiento de los bienaventurados en el cielo, manifestó su predilección por lo lejano, salvando milagrosamente a un joven aprendiz francés de 21 años, aún no bautizado, y llamado Charle por sus padres de una muerte segura.

El 30 de noviembre de 2016, en vísperas del centenario exacto de su muerte, el joven Charle estaba trabajando en la bóveda de una capilla en la única parroquia de la diócesis de Angers dedicada al Beato Carlos de Foucauld. Debido al colapso de la bóveda, Charle cayó al vacío desde una altura de 15 metros y medio. Se estrelló violentamente contra un banco de madera, cuyo poste se le clavó en el pecho. El joven se levantó en busca de ayuda. Fue operado y salió del hospital al cabo de una semana, sin secuelas físicas ni psicológicas.

El acto tuvo lugar precisamente en el centenario de su muerte, después de un año de intensas oraciones para pedir su canonización, tanto por parte de toda la «familia espiritual Charles de Foucauld», y sobre todo en la parroquia que lleva el nombre del beato y en la que tuvo lugar el milagro, en final de la novena en preparación para la fiesta parroquial.

Tras el accidente, el empleador y su esposa enviaron de inmediato una serie de mensajes telefónicos al párroco, a la comunidad parroquial y amigos. Al acercarse el centenario del patrón celestial de la parroquia, pidieron orar intensamente por la salud de la víctima. Así se formó una cadena de oración dirigida a Dios por intercesión de los bienaventurados.

Los santos no son propiedad de nadie, ya que constituyen el patrimonio común de toda la Iglesia. El beato Carlos de Foucauld, alimentado por la Eucaristía y el Evangelio, nos ofrece su tesoro: Iesus y Caritas, su lema.

Bernard Ardura
Presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas

Carta de Carlos de Foucauld desde la Trappe de Akbés, sobre las masacres de cristianos en 1895 y 1896

Extracto del libro Charles de Foucauld, explorador de Marruecos, ermitaño en el Sahara de René Bazin, en el capítulo V «El trapense» (Cartas del 20 de noviembre de 1895, 21 de febrero de 1896 y 24 de junio de 1896.

«No son los kurdos los que están conmovidos, son los cristianos de Armenia, y los turcos se aprovechan de esto para cometer masacres espantosas y hacer todo el daño que pueden, no solo a los armenios, sino a todos. Cristianos católicos u otros, que son numerosos en estas regiones … A nuestro alrededor, hubo horrores, una multitud de masacres, incendios, saqueos. Muchos cristianos fueron realmente mártires, porque murieron voluntariamente, sin defenderse, en lugar de negar su Fe … Queda, en este país desdichado, una miseria espantosa. El invierno es muy duro, no sé cómo esta gente desdichada, cuyas casas han sido incendiadas y todas sus posesiones han sido arrebatadas, lograrán no morir de hambre y de frío …

Te escribo para suplicar; no por nosotros, Dios no lo quiera, porque nunca seré lo suficientemente pobre, sino por las víctimas de la persecución.
Por orden del sultán, casi 140.000 cristianos han sido masacrados en los últimos meses … En el pueblo más cercano, en Marache, la guarnición mató a 4.500 cristianos en dos días. Nosotros, Akbes, y todos los cristianos en dos días, deberíamos haber perecido. No era digno de eso … reza para que me convierta y para que me empujen en otro momento, a pesar de mi miseria, de la puerta del Cielo que ya se había abierto.
Los europeos están protegidos por el gobierno turco, por lo que estamos a salvo; incluso tenemos un puesto de soldado en nuestra puerta, para evitar que nos hagan daño. Es doloroso ser tan bueno con los que degollan a nuestros hermanos, mejor sería sufrir con ellos que ser protegidos por los perseguidores …

Es una vergüenza para Europa; en resumen, ella podría haber prevenido estos horrores y no lo hizo. Es cierto que el mundo sabía muy poco de lo que estaba pasando aquí, el gobierno turco había comprado la prensa, había dado enormes sumas a ciertos periódicos, para publicar solo los despachos que emanaban de ella. Pero los gobiernos conocen toda la verdad a través de embajadas y consulados.
¡Qué castigos de Dios no se preparan por tal ignominia! …

Vengo a llamarte para que nos ayudes, para que nos ayudes a aliviar y evitar que mueran de hambre miles de cristianos que se han refugiado en nuestras montañas: no se atreven a salir de su retiro por miedo a ser masacrados, no tienen recursos. . Es nuestro deber imperativo privarnos de todo por ellos, pero hagamos lo que hagamos, no podremos satisfacer esas necesidades. «

Detrás del icono de Carlos de Foucauld, la fuerza de la amistad»

Jean-Paul Vesco el obispo de Orán, rinde homenaje a la fecundidad del mensaje de este “hermano universal”.


Carlos de Foucauld fue asesinado hace más de cien años frente al Bordj que había construido en Tamanrasset para proteger a los habitantes de una pequeña aldea que ahora se ha convertido en una gran ciudad. Esta muerte violenta sacó a la luz la vida oculta de este hombre quemado por el deseo de dar su vida como signo del mayor amor a su Señor. Su muerte contribuyó fuertemente a forjar un icono de un ermitaño perdido en las arenas del desierto, que no dice con precisión la verdad de este destino tan singular, de alcance tan universal. Con el tiempo, ha surgido una imagen mucho más compleja, más bella y más humana de la personalidad de Carlos de Foucauld. Lejos de la inmovilidad de un icono, el testimonio de Carlos es ante todo el de una trayectoria compuesta de conciencia y sucesivas conversiones. Es en esto que se une a nuestras vidas y todavía habla al corazón de tanta gente.

Hay muchas formas de leer la vida de Carlos de Foucauld, tan rica e inagotable que es. Podemos centrarnos en la radicalidad de la conversión de este hombre, huérfano de padre y madre a los cinco años, en busca del ideal después de haber, junto a su amigo de la infancia, «desaprendido a rezar», y que ahogó su disgusto por vivir en las fiestas que ofrecía a sus amigos de la escuela de oficiales. Quizá queramos seguir a este hombre en busca del último lugar y la vida escondida de Jesús en Nazaret, buscado en una Trapa nunca lo suficientemente lejos, nunca lo suficientemente pobre, y finalmente encontrado por un tiempo en una choza al fondo del jardín de Clarisas de Nazaret.

Habiendo consentido finalmente en ser ordenado sacerdote, el 9 de junio de 1901 en la capilla del seminario mayor de Viviers, uno puede conmoverse por su celo misionero y su deseo de llegar a los más alejados del anuncio evangélico, hasta las fronteras de El Sahara francés de la época, al no poder evangelizar Marruecos, lo exploró de forma heroica y lo advirtió antes de su conversión. Todavía podemos asombrarnos de su titánica actividad científica, que le permitirá, en tan sólo once años de presencia en Tamanrasset, escribir el primer diccionario de la lengua de los tuareg, que sigue teniendo autoridad en la actualidad, y reunir miles de versos de una poesía transmitida hasta entonces sólo por oralidad.

Esta fraternidad ofrecida a todos, independientemente de su afiliación religiosa, étnica o nacional, es el sello distintivo de la fraternidad de los discípulos de Cristo.
Otra clave para leer la vida de Carlos de Foucauld es la amistad. La amistad marca la vida de Carlos desde la infancia hasta el día de su muerte. El pseudo ermitaño del desierto ha mantenido toda su vida una correspondencia considerable (6000 cartas encontradas hasta la fecha, muchas están perdidas), en particular con su adorada prima, Marie de Bondy, y el padre Huvelin, su padre en la fe y también su » mejor amigo «. Un acercamiento demasiado apresurado a la vida de Carlos en Tamanrasset podría llevarlo a usar la amistad con los tuareg como último recurso, sin poder participar en una proclamación explícita del Evangelio. Quizás este era el caso en la mente de Carlos en el momento de su llegada, cuando se esforzó por escribir rudimentos de gramática y léxico destinados a permitir que hipotéticos misioneros vinieran y transmitieran su mensaje, sin esperar nada a cambio de estos “pobres de la tierra”. En cambio, Carlos descubrirá hombres y mujeres, sin duda desconocidos para los buenos franceses de su tiempo, pero arraigados en una tradición, una religión y una cultura por las que será tan apasionado hasta el punto de sacrificar horas y horas de oración. Esta relación de alteridad y reciprocidad propia de la amistad se establecerá entre ellos y él.

Es entonces, y solo entonces, que se convertirá en el hermano universal que tanto anhelaba ser. Esta fraternidad ofrecida a todos, independientemente de su afiliación religiosa, étnica o nacional, es el sello distintivo de la fraternidad de los discípulos de Cristo. Una fraternidad que no se basa en una afiliación humana común, sino que se recibe de una amistad en el espejo de la que podemos reconocer en cada persona el reflejo de un creador único. Esta amistad fraterna, o esta fraternidad universal, por la que Carlos se entregó al riesgo de morir, lo convierte en un gran testimonio de esta fraternidad cristiana a la que estamos llamados por Aquel que dijo a sus apóstoles: » No hay amor más grande que dar la vida por tus amigos. «

En cuanto a otros grandes testigos, como los monjes de Tibhérine o Mons. Pierre Claverie, la muerte de Carlos de Foucauld no se buscó y no se esplica en sí misma. Destaca el éxito de una vida cuya inmensa fecundidad no pudo prever Carlos, el hermano universal. Más cerca de casa, la muerte del padre Jacques Hamel no dice nada por sí sola, excepto la ceguera de sus asesinos. Pero destaca la belleza y la fidelidad de una vida entregada hasta el final por un sacerdote humilde para seguir a su Señor.