El Papa Francisco dedica su Encíclica Fratelli Tutti a «la fraternidad y a la amistad social» (FT nº 2), que son también dos de los puntos principales de la espiritualidad de Carlos de Foucauld. Lo que pretendo ahora es repasar la (FT) poniendo las concordancias que encuentro con la persona y mensaje de Carlos de Foucauld en relación a la amistad social y a la Fraternidad universal. Así, lo que el Papa Francisco dice sobre Francisco de Asís podría proyectarse en Carlos de Foucauld:, que considero que es el san Francisco de nuestro tiempo: «Porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos» (FT nº 2). También podríamos decir: Carlos de Foucauld, hombre del desierto, sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres tuareg, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos, siendo hermano universal.
El domingo 15 de mayo el Papa Francisco proclamará a San Carlos de Foucauld, el religioso francés fallecido en 1916, que vivió como ermitaño en el desierto de Argelia y desarrolló una espiritualidad que tuvo una gran influencia en el siglo XX.
Entre otras cosas, la encíclica Fratelli tutti , que identifica al p. Carlos como ejemplo de «fraternidad universal» con estas palabras: «Iba orientando su ideal de entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en las profundidades del desierto africano. En ese contexto expresó su aspiración de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y le pidió a un amigo: “Ora a Dios que yo sea verdaderamente el hermano de todas las almas de este país”. En última instancia, quería ser «el hermano universal». Pero sólo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire en cada uno de nosotros este ideal» (n. 286).
La profundidad de la influencia de la espiritualidad foucaultiana en la Iglesia posconciliar italiana y su relevancia profética emergen también de una reflexión de Mons. Renato Corti (1936-2020), ex obispo de Novara y primer auxiliar de Milán, publicado en Regno-documents en 2002.
“En una época de pluralismo cultural y religioso”, escribió Mons. Corti, “el servicio de la Iglesia a la misión de Cristo, en favor de cada hombre, es precisamente lo que nos testimonia Charles de Foucauld mientras está inmerso en un mundo no cristiano, donde se propone vivir como un “hermano universal”. «: es precisamente allí donde, con absoluta sencillez, de la mañana a la tarde, el misterio de Cristo lo envuelve, lo explica, lo transforma, lo hace cercano a todos, mientras guarda en sí mismo la mayor novedad».
Titulado Este hombre me ha hecho mucha compañía. La sabiduría sencilla y profunda de Charles De Foucauld , la reflexión de Mons. Corti, presentado en una conferencia de estudio internacional organizada por el Monasterio di Bose en el centenario de la instalación del monje en el desierto, se agrupa en torno a dos ejes: uno «de tipo experiencial, atribuible a un viaje que hice, siguiendo los pasos de Charles de Foucauld, en el desierto del Sahara en 1986, año del centenario de su conversión cristiana”; el otro «vinculado a la responsabilidad eclesial que, a mi manera, como obispo, llevo: ¿qué tiene que decir Charles de Foucauld hoy, en la Iglesia italiana (y también a niveles más amplios)?».
Sobre el primer punto, Mons. Corti señala, en conclusión: «La Eucaristía y el Evangelio se convierten en los «lugares» de contemplación, de intimidad con Dios, de estar «escondidos con Cristo en Dios». Y, concretamente, esta contemplación adquiere una importancia absolutamente excepcional si tenemos en cuenta que propone, por regla general, once horas de oración. No se puede dejar de observar que la extrema sencillez de este enfoque manifiesta su capacidad de anclarse en lo esencial: ¿qué es más grande que la Eucaristía y el Evangelio? Y no se puede dejar de observar, con respecto al Evangelio, que su elección de hacer la lectio divina todos los días, en textos muy breves (la mayoría de un solo verso), destaca que, realmente, todos los días quiso empaparse del Evangelio para que fuera un «Evangelio vivo», «gritado con toda la vida». Viene espontáneamente a preguntarnos qué decir de nosotros, que leemos páginas y páginas de la Escritura, sin contemplar la Palabra. Y qué decir, más aún, de los que quizás predican mucho más que escuchan el Evangelio».
Sobre el segundo, una observación que no ha perdido actualidad: «Lamento decirlo, pero me parece que hoy Charles de Foucauld no está como dicen “en la cresta de la ola”. Otros acentos parecen prevalecer en cierto clima eclesial que se respira ya veces en el estilo que aparece en nuestra labor educativa y pastoral, así como en la vida misma de nosotros sacerdotes y religiosos. Si me pregunto por qué sucede esto, encuentro más de una respuesta. Uno es el temor de que Charles de Foucauld abra el camino de la renuncia al anuncio abierto por el Señor, en favor de cierto intimismo juzgado insuficiente y poco persuasivo. Otra respuesta está en la tentación de pensar que comunicar el Evangelio no exige indiscutiblemente que creamos que no sólo los contenidos del Evangelio son importantes,
CARLOS DE FOUCAULD, INSPIRADOR DE SUEÑOS Los sueños de Francisco Fratelli Tutti es una encíclica que invita con entusiasmo a participar en los grandes sueños de Francisco: «Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (FT 8). El Papa no se queda en el reducido círculo de los católicos, sino que comparte sus sueños con toda la comunidad humana, convencido de que es necesario aunar los esfuerzos de todas aquellas personas que portan en su corazón un «deseo mundial de hermandad» (Id.). En un mundo cerrado por las sombras, donde tanta gente yace herida al borde de los caminos, «los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de manera que algunas de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro» (FT 282). Entre las personas que han inspirado su pensamiento, Francisco menciona en primer lugar a san Francisco de Asís, y a continuación cita tres personajes no católicos comprometidos con la fraternidad universal: Martin Luther King, Desmond Tutu y Gandhi (cf. FT 286). A modo de conclusión, añade inmediatamente: «Pero quiero terminar recordando a otra persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos. Se trata del beato Carlos de Foucauld. Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos». Quería ser, en definitiva, «hermano universal». Pero solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén» (FT 286-287).
Esta enjundiosa referencia a Carlos de Foucauld subraya la decisión papal de canonizarle, una decisión confirmada en mayo de 2020 pero que hasta el momento no ha podido realizarse como consecuencia de la situación sanitaria mundial. ¿Los sueños de Carlos de Foucauld? Francisco apoya sus propios sueños en lo que él considera que fue «el sueño» de Carlos de Foucauld: una entrega total a Dios vivida en la identificación con los más abandonados; dicho de otro modo, ser «hermano universal» haciéndose «hermano de los últimos». Una lectura atenta de los numerosísimos escritos de Carlos de Foucauld deja ver que él mismo utiliza escasamente el campo semántico de los sueños para expresar lo que le habita, y nunca lo hace –ni en los escritos espirituales ni en la correspondencia– para referirse a su deseo profundo de ser considerado «hermano universal». Sin ⁰, Carlos es una persona movida permanentemente por la búsqueda de un «magis» quel evoluciona a lo largo de su existencia hasta fundirse íntimamente con ese «minus» que le fascinó desde el principio: «el último lugar». Sus referencias explícitas a los sueños están más bien vinculadas a un ideal que progresará con el tiempo: Nazaret. Al Padre Huvelin, su acompañante espiritual, le confiesa desde Jerusalén, en octubre de 1898, cuando acaba de salir de la Trapa: Lo que sueño en secreto, sin confesármelo a mí mismo, sin permitírmelo… lo que sueño involuntariamente es algo muy sencillo y muy poco numeroso, que se parece a las primeras comunidades de los primeros tiempos de la Iglesia… Algunas almas reunidas para llevar la vida de Nazaret, vivir de su trabajo como la Sagrada Familia, practicando las virtudes de Nazaret en la contemplación de Jesús. La historia mostrará que este sueño tan querido para él no llegará jamás a realizarse durante su propia vida. Perfil de un caminante Varón, francés, aristócrata, militar, explorador, amigo, trapense, ermitaño, sacerdote, lingüista, misionero, hermano universal… Cada una de estas dimensiones dejará sus huellas en la personalidad y en la santidad de Carlos de Foucauld, nacido en Estrasburgo (Alsacia, Francia) en 1858 y asesinado en Tamanrasset (Argelia) en 1916. A los seis años, él y su hermana Mimí se encuentran huérfanos de padre y madre, pero son educados con gran cariño por sus abuelos maternos y viven una infancia feliz. Carlos mantendrá a lo largo de toda su vida un vínculo muy estrecho con su familia, manifestado en una amplísima correspondencia.
Después de haber perdido la fe durante la adolescencia y de ser expulsado del liceo de los jesuitas en París, se embarca en una carrera militar de la que muy pronto se aburre. Lleva una vida de cierto desenfreno durante un corto período, aprovechando la herencia de una gran fortuna. Sin embargo, su espíritu curioso y aventurero le incita a realizar un viaje de exploración en Marruecos, cuyos brillantes resultados le valdrán a su regreso el más alto reconocimiento de la comunidad científica. Intensa experiencia de Dios La fe de los musulmanes que conoce durante este viaje le interpela profundamente. De vuelta a París, el testimonio de ciertas personas inteligentes y espirituales, especialmente su prima Marie de Bondy, le mueve a acercarse a la Iglesia y a murmurar en lo profundo de su corazón: Dios mío, si existes, haz que te conozca. La relación con el Padre Huvelin, que se onvertirá en su acompañante espiritual hasta la muerte de éste, tendrá un peso fundamental en su conversión, en su decisión de entregarse completamente a Dios y en su deseo de identificarse con Jesús en el «último lugar». En Francia (1913) con su prima Marie de Bondy y su amigo tuareg Ouksem El itinerario interior de Carlos de Foucauld atraviesa parajes muy diversos, pero se dirige siempre en una doble dirección: El amor a Dios y el amor a los hombres es toda mi vida y será toda mi vida, espero (A Henry Duveyrier, Trapa de Nôtre-Dame des Neiges 24/04/1890). Carlos desea ardientemente imitar a Jesús de Nazaret, y durante siete años busca su camino como trapense, unos meses en Francia, pero enseguida en un monasterio en Siria. Allí vive, quizá por primera vez en su vida, el encuentro real con los pobres de carne y hueso. Ellos le harán notar una diferencia que será cada vez más insoportable para él: Los pobres, a quienes Dios no da aquello que nos da con tanta generosidad a nosotros, religiosos (alojamiento, comida abundante y regular, buen sueño, buenos vestidos, buenas mantas), dan compasión (A Mimí, Siria, 6/02/1891). Esa compasión emerge de una constatación espiritual muy profunda, que Carlos empieza a hacer en este momento y que tendrá consecuencias radicales en su itinerario posterior: Los pobres son nuestros hermanos: «amaos unos a otros, así verán que sois mis discípulos». Son Jesucristo mismo: «Todo lo que haréis a uno de estos pequeños, me lo haréis a mí»» (A Mimí, Siria, 19/10/1891). 4 Camino de transformación Antes de hacer su profesión solemne, Carlos sale de la Trapa una vez que se siente confirmado por sus superiores en la llamada a una vida diferente. Primero busca su camino en Tierra Santa, instalándose como mandadero de las clarisas de Nazaret. Más tarde, siempre seducido por el misterio de la vida oculta de Jesús, Carlos será ordenado sacerdote en 1901 y se dejará conducir al desierto del Sáhara, no para aislarse del mundo, sino para compartir con los últimos el tesoro que ha transformado su existencia: la presencia de Jesús. Mis últimos retiros de diaconado y de sacerdocio me mostraron que esta vida de Nazaret, mi vocación, tenía que vivirla, no en la Tierra Santa, tan querida, sino entre las almas más enfermas, las ovejas más perdidas, más abandonadas. Este divino banquete del que me convertía en ministro, tenía que llevarlo, no a los hermanos, a los parientes, a los vecinos ricos, sino a los más cojos, los más ciegos, los más pobres, las almas más abandonadas y con menos sacerdotes. (…) Una vida tan conforme como pudiera con la vida oculta del Bienamado Jesús de Nazaret» (A Monseñor Caron, Beni Abbés 8/04/1905). En Beni Abbés (1903) con Abd Iesu, un niño rescatado de la esclavitud, y el Capitán de Susbielle Fue orientando su sueño Carlos aspira a vivir a fondo el encuentro con Dios y con todas aquellas personas que habitan en el desierto. Entiende que su principal ministerio es la santificación personal, la oración, el amor a Dios; a partir de ahí podrá dirigirse a los oficiales alejados de la religión, a los soldados que llevan una vida desordenada, y a los musulmanes que no conocen a Cristo, con el fin de hacerse amar por la virtud, la bondad y la caridad. Movido por estos ardientes deseos, irá saliendo de un ideal de clausura todavía bien presente en Beni Abbés (1901-1904) para abrirse a la itinerancia misionera que caracteriza la etapa de Tamanrasset (1905-1916). Una razón fundamental para salir de sus proyectos de vida eremítica será la mayor utilidad a los demás. Me quedaré, o iré acá o allá, según sea más útil a las almas, dirá en
Por ello, si en Beni Abbés acoge en la fraternidad a todo el que llega, en las fases siguientes, y hasta el final de sus días, será él mismo quien se ponga en marcha hacia el encuentro del otro. Este deseo de llegar a los que están más lejos es el motivo de la 5 construcción de la ermita del Asekrem, razón por la cual afirmará en 1910: Mis ermitas se multiplican. Este año he tenido que agrandar la de Tamanrasset y construir una nueva en el Asekrem, en plena montaña; ésta última era indispensable para entrar en contacto con las tribus que no veo jamás en Tamanraset». Identificándose con los ú7ltimos, hermano de todos Hijo de su tiempo, de su patria, de su medio y de su Iglesia, Carlos de Foucauld no cuestiona la legitimidad del régimen colonial ni se libera de una concepción paternalista de la gestión de los territorios ocupados. No obstante, se compromete en el rescate de esclavos y alza claramente la voz contra las prácticas esclavistas que continúan en vigor entre los indígenas: No tenemos derecho de ser centinelas dormidos, perros mudos, pastores indiferentes (A Dom Martin, Beni Abbés, 7/02/1902). Al mismo tiempo que denuncia ciertos desórdenes en la administración francesa de las colonias, propone un modelo que respete la dignidad de los habitantes y promueva su desarrollo: Como francés, sufro por ver que nuestros indígenas no son administrados como deberían serlo, y por no ver que los cristianos de Francia se esfuercen, no por la fuerza ni la seducción, sino por la bondad y el ejemplo de las virtudes, por llevar al evangelio y a la salvación a los infieles de sus colonias de África, hijos ignorantes de los que ellos son los padres (A Henri de Castries, Tamanrasset, 8/01/1913). Con su actitud y con su manera de encarnarse en medio del pueblo tuareg, con su capacidad de encontrar en él verdaderos amigos, Carlos de Foucauld taladra la burbuja colonial y muestra que es posible compartir la vida y llevar el evangelio «no por la fuerza ni la seducción, sino por la bondad y el ejemplo de las virtudes». Este empeño de compartir la existencia con los últimos se traduce en un esfuerzo titánico por aprender su lengua, el tamacheq. Carlos se sienta durante horas en una tienda y, a cambio de algunas monedas, las mujeres tuaregs le recitan poesías tradicionales que él recopila con esmero. Su trabajo no es solo de lingüista, sino también de etnólogo. Conocer la lengua del otro 6 no se limita, para él, a ciertas generalidades; es necesario ir siempre más lejos, hasta el fondo, hasta el alma misma de un pueblo que se expresa en sus poemas y en sus cantos. A esta empresa formidable, no superada ni siquiera en nuestros días, Carlos le consagra más de diez horas diarias durante los últimos doce años de su vida. La muerte le llega de manera accidental el 1 de diciembre de 1916 en Tamanrasset, no en su ermita sino en el fortín que había construido para defenderse junto con la población local en caso de un ataque por parte de los senusistas, radicales que pretendían arrancar la zona al ocupador francés. No muere solo: tres militares musulmanes, al servicio de la armada francesa, son asesinados en el mismo ataque y los cuatro serán enterrados juntos. Su deseo de ser hermano de todos queda definitivamente sellado por una muerte compartida con hombres de otra raza, de otra cultura y de otra religión, hijos del mismo Padre. Tras las huellas de Jesús de Nazaret, Carlos de Foucauld permanece en el desierto, pero va más allá del desierto, por su deseo de ser «hermano universal» y por el «apostolado de la bondad» vivido cotidianamente en el contacto con una cultura y con una religión muy diferentes de las suyas. De esta forma, se convierte sin saberlo en precursor de la nueva evangelización, marcada por la salida hacia las periferias, el compromiso de todos los bautizados, el carácter sinodal, el diálogo interreligioso y el testimonio de vida. Gracias al Papa Francisco, Carlos de Foucauld emerge hoy como inspirador de sueños para la Iglesia universal. Carlos de Foucauld hacia el final de su vida Margarita Saldaña Mostajo Hermanitas del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld1 1 Autora de San José. Los ojos de las entrañas (Sal Terrae 2021), Tierra de Dios (Sal Terrae 2019), Cuidar. Relato de una aventura (PPC 2019) y Rutina habitada (Sal Terrae 2014)
El postulador de la canonización piensa que podría ser “el patrón de los que tienen un segundo inicio a la fe”
Carlos de Foucauld podría ser “el patrón de los que tienen un segundo inicio a la fe”. Lo piensa alguien que conoce bien su trayectoria: Bernard Ardura, presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas y postulador de su causa de canonización.
PREGUNTA. – ¿Qué aporta hoy a la Iglesia el nuevo santo
RESPUESTA. – La experiencia de Carlos de Foucauld resulta siempre actual, partiendo de su conversión. Aunque fue educado cristianamente, su fe de niño no creció junto a él cuando llegó a la adolescencia, por lo que ya no respondía a sus preguntas. Poco a poco, se fue alejando de ella, al no suponer ya un punto de referencia en su vida.
Es algo que le ocurre a muchas personas a las que, como le pasó a Carlos de Foucauld, tras unos años sin práctica religiosa y sin oración personal, redescubren esta dimensión fundamental de la vida. Redescubren así lo que significa creer en Dios, una realidad que inspira la vida. Ser cristiano es, al menos, intentar ser coherente entre la fe que se profesa y la propia vida. Carlos de Foucauld podría ser el patrón de los que tienen un segundo inicio a la fe.
P.- ¿Cuál es el milagro que impulsa su canonización?
R.- Se trata de un milagro poco corriente y que forma parte de ese 10% en el que no se trata de curaciones. En italiano se conoce como scampato pericolo (peligro evitado). En este caso, ocurrió el 1 de diciembre de 2016, centenario de su muerte. En la la ciudad francesa de Saumur, donde él vivió durante dos años cuando frecuentaba la escuela militar, hay un gran colegio católico en el que ese día se realizaban unos trabajos de restauración en el techo de la capilla.
Estaban trabajando un obrero con su aprendiz, llamado Charles. Cuando el albañil le pidió que le pasara una herramienta, el joven caminó imprudentemente por la cúpula, que se rompió, cayendo al vacío desde una altura de 15,79 metros. Cuando llegó al suelo, impactó con un banco de madera a unos 60 kilómetros por hora. Son datos científicos.
Por el impacto, una de las partes del banco le atravesó el cuerpo. El albañil que estaba en el techo vio lo que había pasado y fue a pedir ayuda. Increíblemente, una semana después y tras ser operado, el joven salió del hospital si ningún miembro miembro roto ni ningún órgano vital lesionado. Esto sucedió en la tarde del 30 de noviembre de 2016, en la vigilia del centenario de la muerte de Carlos de Foucauld.
Día de oraciones
P.- Ocurrió además en la ciudad donde vivió…
R.- Así es, y donde se estaba rezando por su canonización. Durante todo ese año, los más de 20 grupos, institutos religiosos y asociaciones ligadas a la familia espiritual de Carlos de Foucauld rezaron por su canonización. Y ese día se estaba haciendo especialmente. Además, el empresario de la construcción encargado de la obra, cuando se enteró del accidente, solicitó a sus amigos y a los miembros de la parroquia que le pidieran a Carlos de Foucauld por la salvación del aprendiz.
Los médicos han examinado lo sucedido y afirman que no se puede explicar científicamente que tras esa caída no haya tenido miembros rotos ni órganos vitales dañados. Por eso se ha reconocido que se trata de un milagro de Dios por la intercesión del beato Carlos de Foucauld.
P.- ¿Qué pueden aprender hoy los católicos de su ejemplo?
R.- Cuando vivía en el desierto del Sahara, alimentó la fe en dos fuentes: la Eucaristía y la Sagrada Escritura. Dedicaba mucho tiempo a la meditación de la Palabra de Dios y a la adoración del Santísimo. Son las dos fuentes de la vida cristiana. Hemos aprendido por qué él mismo se definía como misionero, aunque no bautizó prácticamente a nadie. Fue un misionero no con la predicación, sino con el testimonio de la caridad.
La fe cristiana no se impone, sino que se llega a ella por atracción. Gracias a él, los musulmanes aprendieron lo que es un cristiano. Nada sustituye ese testimonio. Años después, Pablo VI ya recordaría en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi que el mundo está necesitado de testigos, no de maestros. También decía que la tragedia de nuestro tiempo es la separación entre el Evangelio y la cultura, un problema que seguimos viendo todavía hoy.