San Carlos de Foucauld (El hermano universal, místico del silencio en el desierto)

  Estamos ante un místico contemplativo de nuestro tiempo, que nos ha traído la denominada “Espiritualidad del desierto”. Nació en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858, descendiente de una familia que ostentaba el título de Vizcondes de Foucauld. A la edad de 6 años, cuando todavía era un niño, quedó huérfano de padre y madre, haciéndose cargo de él su abuelo, que se prodigaría en cariño y afecto con el pequeño Carlos. La vida seguía y tuvo que afrontar la situación tal y como se presentaba. El 28 de abril de 1872 hace su Primera Comunión y se confirma en el mismo día, pero pronto sería víctima de una sociedad sin Dios y se va alejando para pensar solo en él mismo y en el modo de satisfacer sus propios deseos.

 En 1876 ingresó en la Academia de Oficiales. Acabados los estudios militares, muere su abuelo y recibe una cuantiosa herencia. Es un joven de 20 años que solo piensa en vivir bien y comer mejor, por lo que le llamaban el “Gordo Foucauld”. “Duermo mucho. Como mucho. Pienso poco.”, nos dirá él mismo.  En octubre de 1880, Carlos fue enviado a Argelia de donde salió despedido por comportamiento poco ejemplar.

Posteriormente trabajaría en Marruecos de incognito, como explorador y geógrafo, realizando un trabajo excelente de investigación, que mereció que se le otorgara la medalla de oro de la Sociedad Geográfica de Paris y lo que es más importante la publicación de este trabajo, en el año 1883-84, bajo el título de “Reconnaissance au Maroc” le catapultaría a la fama, pero él por aquel entonces estaba ya metido en otros asuntos. Una crisis espiritual le traía fuera de sí. “Dios mío, si existes, haz que te conozca”. Esta era la oración desesperada de un alma que buscaba a Dios por todas las partes y no acababa de encontrarlo. Le buscaba en la calle, le buscaba en las Iglesias, le buscaba dentro de sí; hasta que un día, exactamente el 30 de octubre de 1886, se encontró con el P. Henri Huvelin y ahí comenzó a cambiar todo. Pidió ser oído en confesión y ya reconciliado con Dios, por consejo de Huvelin, emprendió de inmediato un viaje a Tierra Santa para conocer más de cerca a Jesús de Nazaret. Su vida se había trasformado y él no sabía cómo agradecérselo a Dios. “¡Cómo me guardabas bajo tus alas mientras yo ni siquiera creía en tu existencia!”. “Forzado por las circunstancias, me obligaste a ser casto. Era necesario para preparar mi alma a recibir la verdad: El demonio es demasiado dueño de un alma que no es casta.” “¡Qué bueno que has sido! ¡Qué feliz que soy!” 

De Tierra Santa volvió enfervorizado, con la promesa en firme de encerrarse en los muros de un convento y vivir solo para Dios, pero su confesor puso freno a este arrebato y le hizo esperar 3 años de reflexión, que se le hicieron interminables. Por fin llega el día deseado y el 15 de enero de 1890 Foucauld entra en la trapa, se hace a la vida monacal, aprende a convivir en comunidad, se siente a gusto allí, pero él piensa que puede dar aún más a nuestro Señor y por su mente pasa la idea de fundar una congregación que se ajuste a sus aspiraciones. “Me he preguntado si no habría la posibilidad de buscar algunas almas con quienes pudiera formarse un comienzo de pequeña congregación.” El 23 de enero de 1897 el Superior General le concede el permiso para salir de la trapa.

Carlos llega a Nazaret. Vive en una humilde cabaña y trabaja de jardinero para unas monjitas, pasando largas horas ante el sagrario. Se da cuenta que solo siendo sacerdote puede gozar del privilegio de vivir apartado teniendo solo por compañía a Jesús Sacramentado, por lo que marcha a Francia. Allí consigue ordenarse después de un año de preparación. Se siente llamado a entregar su vida por las almas abandonadas y piensa en Marruecos que conoce bien.  Su vida ya no le pertenece, se la ha entregado enteramente a Dios : “Padre, me pongo en tus manos/ Haz de mí lo que quieras/ Sea lo que sea, te doy gracias/ Estoy dispuesto a todo/ Lo acepto todo/ Con tal que tu voluntad/
Se cumpla en mí/ Y en todas tus criaturas/ No deseo más/ Padre/ Te confió mi alma/ Te la doy con todo mi amor/ Porque te amo/ Y necesito darme a ti”

El 28 de octubre de 1901, Carlos llega a Béni Abbèspequeño y abandonado pueblo del Sahara argelino, cerca de la frontera de Marruecos, donde es bien recibido y le construyen una casita, con una capillita y unas celdas para huéspedes. Carlos no se cansa de estar frente al sagrario.  “La Eucaristía es Jesús, es todo Jesús.” Desde el primer día quiere ser el hermano de todos y para todos en el amor a Jesucristo. A él acuden todo tipo de gentes: peregrinos, necesitados, enfermos, esclavos. Él solo no puede dar abasto, necesita otros hermanos que le ayuden, pero allí no llega nadie, el único que se acerca a visitarle es el obispo de Sahara, quien le informa de la escasez de sacerdotes en Tuaregs y Carlos se ofrece a ir allá.  Se siente feliz de llevar hasta allí a Jesús Sacramentado.  “Hoy, tengo la felicidad de colocar – por primera vez en zona tuareg – la Santa Reserva en el Tabernáculo.” Las conversiones no llegan, pero la presencia de Jesús Sacramentado lo llena todo.  La última guerra mundial llega al África. El padre del desierto y el hermano mayor de los pobres allí se queda, donde habrá de ser asesinado el 1 de diciembre de 1916. Años después el P. Congar pedía a los padres Conciliares, que repararan en Teresa de Lisieux y Carlos de Foucauld: “dos faros que Dios ha puesto en nuestro camino”. Cierto; aunque se había olvidado de otro faro más para formar la terna que fue San Rafael Arnaiz, el entrañable “Hermano Rafael”.  

Reflexión desde el contexto actual: El padre Foucauld nos insta a continuar la obra que él inició, nos pide que sigamos luchando por la fraternidad universal, más allá de las fronteras, nos invita a tomar una opción preferencial por los marginados y olvidados, nos insta a amar y no a juzgar, sobre todo nos pide que testimoniemos el evangelio con la vida más que con las palabras, porque los hombres de nuestro tiempo más que de maestros, lo que necesitan son testigos.  Hoy, después de que hace algo más de un siglo se inmolara en el desierto, Foucauld  fuedeclarado santo por el papa Francisco quien presidio la ceremonia de la canonización en una esplendorosa mañana deel 15 de mayo de 2022 .  Tu  dispersa y heterogénea familia espiritual ya bastante numerosa, repartida por el mundo, se alegra y lo celebra con júbilo, hermano.  Tu recuerdo permanece vivo aquí abajo entre todos los que queremos seguir trabajando y bregando para hacer de todos los hombres una gran familia humana. Carlos Foucauld ha sido y seguirá siendo ese ejemplo de humanismo, que solo vivió pensando en el otro. Gracias, hermano.

LIBRO RECOMENDADO PARA ESTA CUARESMA: «Carlos de Foucauld y la espiritualidad del desierto» Massignon, Peyriguère, Voillaume y la hermanita Magdaleine

La espiritualidad de Carlos de Foucauld, de la que se nutren sus discípulos Massignon, Peyriguère, Voillaume y la Hta. Magdeleine, recoge e integra muchos de los mejores contenidos de la piedad anterior, en relación con el tema del desierto, y están totalmente en línea con los antiguos Padres del desierto. Así lo expresa Foucauld comentando el evangelio de san Mateo: «Una vida en el desierto que se acerque a la vida oculta de Nazaret», identificando Nazaret con el ideal del desierto del monacato. Ahora, cuando la Iglesia se propone canonizar a Carlos de Foucauld como testimonio universal de santidad, parece oportuno presentar a «cuatro pilares de la espiritualidad del desierto», cada uno con su peculiaridad propia, y que han sido grandes generadores de vida espiritual, ya que «en el desierto se alumbran las grandes cosas».

«Carlos de Foucauld y la espiritualidad del desierto» – Novedad editorial PPC

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La espiritualidad de Carlos de Fucauld, de la que se nutren sus discípulos Massignon, Peyriguère, Voillaume y la hermanita Magdeleine, recoge e integra muchos de los mejores contenidos de la piedad anterior, en relación con el tema del desierto, y están totalmente en línea con los antiguos Padres del desierto. Así lo expresa Foucauld comentando el evangelio de san Mateo: «Una vida en el desierto que se acerque a la vida oculta de Nazaret», identificando Nazaret con el ideal del desierto del monacato.

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Ahora, cuando la Iglesia se propone canonizar a Carlos de Foucauld como testimonio uiversal de santidad, parece oportuno presentar a «cuatro pilares de la espiritualidad del desierto», cada uno con su peculiaridad propia, y que han sido grandes generadores de vida espiritual, ya que «en el desierto se alumbran grandes cosas».

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Louis Massignon
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Albert Peyriguère
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René Voillaume
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Hta. Magdaleine



La espiritualidad de Carlos de Foucauld


|Les Amitiés Charles de Foucauld
La conversión de un principiante

«¡Dios mío, si existes, déjame conocerte!» … Carlos de Foucauld escribiendo a su amigo Henry de Castries el 14 de agosto de 1901, reconocerá que se trataba de una «oración extraña». Sin embargo, proviene de lo más profundo de su corazón, en los meses anteriores a su conversión.

Desde el don de la Luz donde, a fines de octubre de 1886, se le reveló la Presencia divina hasta el momento del Encuentro definitivo el 1 de diciembre de 1916, el núcleo central de la fe del converso parece ser la certeza muy viva de ‘Existencia de Dios y el sentimiento gozoso y pacífico de existir él mismo en esta Presencia.

Creyentes, los había visto desde su infancia, y los vio cerca de él cuando acababa de reunirse con su familia en París en 1886. Los necesitaba después de un largo período de trece años «sin negar nada y sin creas nada, desesperando de la verdad «. El espectáculo de la oración musulmana durante su exploración de Marruecos había sido una pregunta y un despertar para él. La obra oculta de la gracia y el ejemplo de sus familiares lo llevaron a la Iglesia de San Agustín: fue para arrodillarse allí y dar su adhesión a la Verdad («tan pronto como creí que existía Dios ”) y reorienta su vida con claridad (“ Comprendí que no podía evitar vivir solo para Él ”). El nombre de esta Verdad se le manifestó en su conversión: Jesús, Hijo de Dios encarnado, cuyo Cuerpo recibió en la comunión eucarística y cuyo signo del Cuerpo eclesial percibió en la persona del Padre Huvelin, Ministro del Perdón dado y recibido.

Esta fe de su infancia, ahora redescubierta en todo su dinamismo, irá hacia el descubrimiento de todas las riquezas del Misterio cristiano con asombro y hacia un compromiso de caridad cada día más total.

Imita la vida de Jesús en Nazaret

La asistencia al Evangelio, una peregrinación a Tierra Santa en 1888-89, la dirección espiritual del Padre Huvelin, la amistad de su prima Marie de Bondy que le hizo conocer la devoción al Sagrado Corazón, un clima general de el silencio y la práctica sacramental llevan a Carlos de Foucauld a descubrir cuán bajo había caído Dios en la Encarnación. Profundiza, con un gusto espiritual que es la gracia particular que le ha sido otorgada, la vida de Jesús en Nazaret. Ve en él el signo y la manifestación del amor de Dios por la humanidad.

Durante los treinta años de su vida como converso, no tendrá otro propósito que seguir e imitar a Jesús en esta vida de Nazaret. Su vocación personal será justamente eso: vivir en todo momento en esta imitación, teniendo constantemente ante sus ojos a Aquel a quien llama su «Hermano Amado», su «Modelo Único», el seguimiento en las virtudes de Su vida oculta. , en particular en esta “abyección” que llevó al Maestro, desde Belén al Calvario, a buscar siempre “el último lugar”.

Atraído por este Modelo, viéndose presente entre María y José en la casa de Nazaret, Carlos descubre que Jesús vino a la tierra para amar y salvar a sus hermanos en la humanidad, que el Corazón de Jesús arde de caridad por todos, que el La obra de la salvación del mundo lo llevará a la Cruz, que Jesús es el Hermano universal, el Salvador universal derramando sobre todo el fuego redentor del Amor divino. En su deseo de imitar, Carlos, como hermano pequeño del Amado Jesús, también querrá trabajar por la salvación de sus hermanos humanos y amarlos a todos y cada uno con la Caridad que viene de Dios. Le gustaría ser un “hermano universal” con Jesús.

Su respuesta de amor

En los años 1900-1901, su devoción al Sagrado Corazón y su decisión de ser sacerdote le darán a Carlos de Foucauld su fisonomía espiritual bien caracterizada. En lugar de volver a la vida monástica o semi-ermitaña que había llevado hasta ahora, desea llevar a los «pobres» que están privados de ella los beneficios del Salvador. Él mismo se convertirá, por los beneficios espirituales y materiales que pueda traer, en el instrumento por el cual Jesús podrá alcanzar «hasta la oveja más perdida», hasta sus hermanos más «enfermos». Concretamente, el sacerdote Charles de Foucauld se dirige hacia estas fronteras argelinas desde donde piensa unirse a estos amigos a los que recuerda desde su viaje a Marruecos. Pero al no poder ir allí, se entregará a los pobres de Beni Abbès luego de Hoggar, y es entre los tuareg donde dará su vida hasta la aniquilación, siguiendo a Jesús, un grano de trigo sembrado. en la tierra que muere para dar vida.

Espiritualidad misionera

Esta espiritualidad, siempre marcada por la imitación de la vida de Jesús en Nazaret, es absolutamente misionera; se origina en Pentecostés, el comienzo de la difusión del Espíritu de Amor. Desde ese día, la Iglesia ha crecido en esta gracia de la Caridad divina. Carlos de Foucauld se considerará en el Sahara, en una región nunca antes tocada por la predicación cristiana, como pionero de la evangelización.

En su vida en el Sahara, a menudo solitaria, no olvida a todos los demás «pobres» de su tiempo, tanto si son acomodados como en los países del cristianismo, si están al alcance de la misión de ‘Iglesias como eran entonces las colonias, pueden ser abandonadas espiritualmente como en ciertos países aún no evangelizados. En su corazón y en sus labios hay una oración «para que todos los humanos vayan al cielo» y en sus proyectos se gesta una Unión de hermanos y hermanas del Sagrado Corazón de Jesús, abierta a todos los que quieran trabajar. a la extensión del Reino de Jesús.

Espiritualidad eucarística

A sus ojos, la primera actividad será esencialmente eucarística, continuando el Santísimo Sacramento, desde Pentecostés, la Presencia de Jesús inaugurada en la Anunciación y en la Visitación. A través de la Eucaristía, el Resucitado, ascendido al Padre, permanece en contacto con el mundo. Carlos de Foucauld, al celebrar la Misa, al instalar un tabernáculo, permite a Jesús tomar «posesión de su dominio», brillar donde reinaban las tinieblas del mal y el pecado, y transfigurar con el Fuego de la Caridad a quienes Acércate a este hogar donde arde el Santísimo Sacramento de Jesús Salvador. Para el apóstol de la Eucaristía, la actitud resultante será también la de irradiar Amor a través de su propia vida.

Espiritualidad del testimonio de la caridad

Los días de Carlos de Foucauld, en Beni Abbès como en Tamanrasset, serán entregados al vecino en total amabilidad, servicio permanente, hospitalidad donde cada persona encontrada recibe un poco del Misterio que habita el testimonio del Evangelio, como en el La visitación de Jesús en el seno de María ya toca a Juan Bautista. Entendemos que estas perspectivas llevaron gradualmente a Charles de Foucauld a desprenderse de las prescripciones demasiado precisas de un Reglamento ya vivir la vida de Nazaret «donde es más útil para el prójimo». Incluso las horas dedicadas a estudiar el idioma de los tuareg se convierten en signos de este Amor que quiere ante todo servir.

Las actividades misioneras que se realizaban entonces en los países de misión: catecumenado, casas educativas, hospicios y dispensarios, reuniones populares, vida parroquial para apoyar a los recién bautizados … no serán obra de Charles de Foucauld en su apostolado en los tuareg. Por un lado, quiere imitar a Jesús que, en Nazaret, antes de predicar el Evangelio con palabras, vivió el Evangelio con su vida y, por tanto, insistir en el contacto familiar con el barrio, la inserción discreta para trabajar. masa como levadura. Por otro lado, está convencido de que en los países islámicos es necesario, antes de esperar conversiones individuales con posibilidad de perseverancia, estar bien preparado.

Espiritualidad de confianza y «Sí» a Dios

Desde sus primeras semanas entre los tuareg, le escribió al padre Huvelin: “Hago lo que puedo: con mucho cuidado, con mucha discreción, trato de poner a los nativos, los tuareg, en confianza conmigo, para domesticarlos. , para hacer reinar la amistad entre nosotros … Yo siembro, otros cosecharán ”. En 1916, consideró oportuno perseverar en este método misionero; le escribió a René Bazin: «Los misioneros aislados como yo son muy raros. Su papel es preparar el camino … Mi vida, por tanto, consiste en estar lo más cerca posible de lo que me rodea y en prestar todos los servicios que Yo puedo. A medida que se establece la intimidad, hablo, siempre o casi siempre, cara a cara, del buen Dios, brevemente, dando a todos lo que pueden ponerse (…) avanzando despacio, con cautela. «.

«Padre mío, me pongo en tus manos; Padre mío, a Ti me encomiendo; Padre mío, me entrego a Ti (…) Me pongo en tus manos con infinita confianza porque Tú eres mi Padre» Estas palabras introducen y cierran su meditación sobre la última oración de Jesús, meditación sobre Lucas 23, 46. Carlos hace hablar a Jesús, abandonándose en las manos de su Padre …

Muchos conocen esta oración llamada «Oración de abandono del Padre de Foucauld». No redactó la meditación anterior para recitarla como una «oración de entrega». Las oraciones que invita a recitar son el Ángelus y el Veni Creator, en recuerdo de la Encarnación y de Pentecostés.

DESIERTO

Espiritualidad Foucauld nº 1

«La imagen del desierto se asocia a un tiempo de soledad donde los apoyos cotidianos desaparecen enfrentándonos con nuestra propia realidad. Es el lugar por excelencia del despojo supremo. Es un lugar necesario para la construcción de la propia persona, espacio de purificación y de abandono, lugar de las pruebas. Según las enseñanzas bíblicas ir al desierto no significa desertar de nuestra época, sino camino de tránsito hacia la tierra prometida. Por eso los grandes espirituales de los primeros siglos de la Iglesia han reflexionado más sobre los “desiertos interiores” que sobre los desiertos geográficos. Entonces, es verdad que hay que pasar por el desierto, que también puede ser geográfico, pero especialmente es interior, hay que recogerse, hay que hacer silencio, para tomar conciencia de la Presencia Amorosa de Dios que nos llama y que nos da una vocación, una misión, para vivirla en nuestro propio Nazaret».

LA ESPIRITUALIDAD DEL DESIERTO

Gisbert Greshake

PPC, Madrid 2018, 304 págs.

El Dr. Gisbert Greshake (1933), profesor de teología dogmática y ecuménica en Friburgo de Brisgovia, nos ofrece en este excepcional texto, junto con su testimonio personal, la significación del desierto en la espiritualidad cristiana y también laica. Comienza advirtiéndonos que “el desierto no es solo un tipo de paisaje, sino una dimensión interior de nuestra condición humana que cada cual, inevitablemente, experimenta a su manera, aunque nunca haya tenido contacto con las zonas geológicas desérticas del mundo” (pág. 10). El autor estructura su estudio en siete capítulos. En el primero, El desierto en la Sagrada Escritura, señala que “la época del desierto fue la época del primer amor, cuando Dios se apropió de Israel y la colmó de hermosos obsequios. De esos regalos, el del agua fue el más fundamental” (pág. 35). Pues el desierto es el lugar del monoteísmo, porque es el lugar de la verdad: “El Dios uno procede del desierto. Moisés, Jesús, Mahoma, todos los que han predicado al único Dios, venían del desierto” (pág. 49). El desierto es también el tiempo y el lugar en que Dios trató de educar y de poner a prueba a su pueblo. “Por eso el desierto se convierte en castigo, en el lugar y tiempo en que Dios no lucha por, sino contra Israel” (pág. 81), para llegar a la meta del desierto “la nueva alianza, el verdadero conocimiento de Dios” (pág. 82) Y así como Dios condujo a Israel al desierto, ‘para ponerlo a prueba’ (Dt 8, 16), “así también el Espíritu lleva a Jesús al desierto ‘para ser tentado por el demonio’ (Mt4,1)” (pág. 84), con lo que queda expresado “que el lugar propio de la Iglesia es el desierto, a través del cual se dirige, como pueblo de Dios en camino, a la tierra prometida, a la ciudad futura y patria celestial (Heb 13,14;11,15)” (pág. 90). En el capítulo segundo, La espiritualidad de los padres del desierto, el profesor Greshake sitúa el desierto como el lugar donde se toman las grandes decisiones sobre la vida y la muerte, sobre el fracaso o el éxito de una vocación y una misión. Así, “en este paisaje tan significativo como provocador, tanto por su natural simbolismo real como también por los hechos de la historia de la salvación, se encuadra la vida de los Padres del desierto” (pág. 106). Y es en el desierto donde los monjes luchan contra los demonios, “que en la civilización, por el avance de la fe cristiana, ya habían quedado vencidos (en principio), para combatirlos ahora en su último ‘refugio’ y romper el bastión que aún les quedaba para que el mundo quedara liberado del mal” (págs.131-132). En el capítulo tercero el autor trata de El desierto en la mística alemana, donde el desierto es uno de los símbolos más expresivos del retiro interior, pero, “no se trata de que el hombre huya del mundo y ‘se dirija exteriormente al desierto’, sino que ha de aprender a ‘convertirse interiormente en desierto’, es decir, a renunciar a las ‘propiedades’ y a desprenderse de las cosas, en la medida en que no son pura transparencia para ir hacia Dios, a fin de ser muy pobre y abierto para recibir a Dios” (pág. 174).

              Llegados al capítulo cuarto, El Carmelo y la espiritualidad ‘Eliana’ del desierto, se señalan los rasgos específicos de la experiencia del profeta del desierto Elías: “Estar directamente ‘ante la faz de Dios’ y allí abogar por otros en su nombre; ‘trabajar con apasionado celo’ y sin transigir en nombre de Dios; vivir a Dios como ‘fuego que consume’” (pág. 201). En el capítulo quinto trata de El desierto en la espiritualidad de Carlos de Foucauld, quien durante largos trechos de su vida, “el desierto no es ante todo lugar de oración y de silencio y de la fascinante experiencia de la proximidad del Creador, sino –y esto es lo nuevo del hermano Carlos- el lugar de ‘hacer el bien’, como repite infinitas veces” (pág. 228). Y en la familia espiritual de Carlos de Foucauld surge este aserto: “En tu ciudad está tu desierto” (Carlo Carretto)” (pág. 237). Por esto, “Voillaume y de modo parejo también Delfieux (fundador de las Comunidades de Jerusalén, ‘vida monástica en la ciudad, entendida como desierto’) encarecen a sus hermanos y hermanas a que, para poder sostener el desafío del desierto ‘cotidiano’, deben retirarse de vez en cuando al desierto ‘especial’: a la soledad y el silencio” (pág. 241), donde “se descubre la verdad de la vida, la propia pobreza e impotencia ante Dios y esperarlo todo de él” (pág. 243). En el capítulo sexto, el Dr. Gisbert sitúa La espiritualidad ‘natural’ del desierto en la actualidad, donde destaca el interés secular por el desierto, marcado por “encontrar un espacio, aún no desfigurado, de amplitud y libertad, un lugar de aventuras y exploraciones… o por un deseo de silencio, de soledad y recogimiento, de vida primitiva y sencilla, de libertad y verdad” (pág. 254). Finalmente, ya en el capítulo séptimo, Iglesia en el desierto, recuerda el autor que en Concilio Vaticano II “se admitió allí de manera completamente nueva que la Iglesia, caminando por el desierto, está cubierta de polvo y suciedad, y necesita limpieza y renovación (pág. 287).