Nazaret ayer…Nazaret hoy… Los 2000 años de historia que nos separan de la Sagrada Familia no nos permiten conocer perfectamente cómo era Nazaret ayer, y todo esto, a pesar de las investigaciones y hallazgos arqueológicos tan interesantes que se han realizado. Pero el interés esencial de Nazaret no es sólo eso, sino comprender cómo a través de la fe es posible seguir hoy el ejemplo de la vida oculta de Jesús en Nazaret, cualquiera que sea el entorno y el contexto en el que nos encontramos.
Hermano Eugenio Alliata: “La ciudad de Nazaret es pequeña, pero es muy famosa. Y se ha hecho conocida gracias a Jesucristo, el Hijo de María; gracias a su presencia escondida en Galilea. Jesús no hizo milagros en Nazaret, ni grandes predicaciones en este lugar, sino que vivió como cualquier joven junto con su familia, en espera del momento elegido por Dios para comenzar su misión. Esta situación es una situación en la que todo hombre puede sentirse, de alguna manera, unido. Porque todos tenemos una misión encomendada por Dios, pero no siempre estamos llamados a hacer explícita esta misión con gran proclamación. Al contrario, a menudo, somos llamados a vivir nuestra misión en la humildad de las pequeñas cosas, tal como lo hicieron Jesús y María por mucho tiempo”
Mons. Giacinto-Boulos Marcuzzo: “Una cosa muy interesante es lo que se llama la “espiritualidad de Nazaret”. Es una espiritualidad que fue muy difundida sobre todo por el ahora san Carlos de Foucauld, que como se sabe vivió tres años aquí en Nazaret y aquí conoció la verdadera conversión, fue renovado y fue positivamente consternado por el descubrimiento del espíritu en Nazaret, de la espiritualidad de Nazaret, o como se dice, de la gracia de Nazaret. ¿En qué cosa consiste esto? Consiste en el simple hecho, pero extraordinario, de que Jesús compartió nuestra vida cotidiana, de trabajo, de familia, de oración, de relaciones sociales… Pero el hecho de vivir esta vida cotidiana durante 30 años, lo transformó, lo preparó, lo hizo maravilloso y le dio una dimensión sobrenatural, lo purificó. Es este el descubrimiento que hizo Carlos de Foucauld, un descubrimiento que también nosotros podemos hacer, que todos los peregrinos podemos hacer. Porque si vivimos nuestra vida ordinaria de familia, de trabajo, hecha de rutinas y sucesos banales, toda la vida ordinaria se vuelve maravillosa, sobrenatural y divina, porque la vivimos con Jesús de Nazaret, según el espíritu evangélico”.
Carlos de Foucauld ha sido canonizado y propuesto como modelo de vida cristiana. Su personalidad muy fuerte y su camino muy especial aún pueden, un siglo después, inspirarnos y darnos vida hoy. Entre muchos aspectos podemos retener la “espiritualidad de Nazaret” y su dimensión de “hermano universal” como nos recordaba el Papa Francisco.
La “espiritualidad de Nazaret”
Habiendo redescubierto la fe de su infancia después de un largo camino de tres años de investigación y siguiendo el consejo del Abbé Huvelin, partió para una peregrinación de 3 meses en Tierra Santa. Será como una iluminación para él. Este Jesús al que amaba apasionadamente y al que quería imitar en todos los aspectos vivió treinta años, la vida ordinaria de la humanidad. Nazaret no es principalmente la preparación de Jesús para la vida pública, sino la manifestación del misterio de Dios que asumió la condición humana. La imitación de Jesús de Nazaret como la vivió Carlos de Foucauld es un auténtico camino de santidad. Un largo linaje de cristianos se ha inspirado en
él: Albert Peyriguère, René Voillaume (“En el corazón de las masas”), la hermanita Madeleine, Madeleine Delbrel… y tantos otros han encontrado allí inspiración y un camino.
El “hermano universal”
Charles de Foucauld permanecerá 7 años en la trampilla de Akbes en Siria, luego regresará 3 años como ermitaño en Nazaret y será ordenado sacerdote en 1901 con este llamado a llevar a Cristo «a los más lejanos y abandonados de sus hermanos «. Luego partió en 1901 hacia Beni Abbes a las puertas del desierto y luego llegó hasta Tamanrasset en el corazón del país tuareg donde fue asesinado en 1916. Estamos en plena época colonial con las grandes figuras de Lyautey, Laperrine… incluso él a menudo se cruzará en sus caminos. Compartirá la vida de los tuaregs. Serían estos mismos tuaregs quienes en el invierno de 1907 le salvarían la vida, compartiendo con él la poca comida que les quedaba en esta época de hambruna. Carlos de Foucauld irá hasta el final con ellos simplemente compartiendo su vida y dejándoles este enorme diccionario tuareg que todavía tiene autoridad en la actualidad. Y el Papa Francisco concluye la encíclica Fratelli Tutti recordando a una “persona de profunda fe que, gracias a su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos los hombres y mujeres. Este es el Beato Carlos de Foucauld …. En última instancia, quería ser el hermano universal. » (Fratelli tutti Nº 287)
Padre Georges de Broglie
Miembro de la fraternidad interdiocesana Jesús Caritas
Esta obra es una llamada a vivir el amor apasionado por la persona de Jesús en las situaciones más ordinarias de la vida, a ejemplo del mismo Jesús, que no se evadió de la servidumbre de las relaciones humanas. Carlos de Foucauld vivió también esta realidad de forma excepcional con los tuaregs del desierto sahariano, después de haber creído que debía vivir lejos de todos, en el silencio de un monasterio, primero, y luego en la soledad eremítica. El libro está dividido en dos partes integradas. En la primera vemos el trabajo de la gracia en la persona de Carlos de Foucauld, situando algunos pensamientos de la época en Nazaret y otros del final de su vi-da en Tamanrasset. En la segunda se hace una relectura actual de los «consejos espirituales» que Foucauld nos dejó, señalando los elementos y actitudes fundamentales de esta espiritualidad, con el fin de poderla vivir en nuestra propia circunstancia histórica.
La revista diocesana de la diócesis de Orán, “Le Lien”, de noviembre-diciembre de 2021, publicó un artículo de Ventura Puigdomènech, hermano pequeño de Jesús, titulado: “Charles de Foucauld: “un santo a su pesar””. Precisa el autor: “Me gusta destacar esa mezcla de ‘fuego’ y ‘barro’ que la hace tan cerca a nosotros; hijo de su tiempo como fue, creo que estaríamos en el camino equivocado si tuviéramos que juzgarlo según los criterios de nuestro siglo XXI. siglo. No es de extrañar, por tanto, que muchos se sientan cómodos hablando del “hermano Carlos” y que les cueste mucho más ver en él a “San Carlos de Foucauld” tal como la Iglesia nos lo propone”.El Hermanito Puigdomènech dijo sobre su lectura: “Cuando entré en el monasterio trapense, tuve la suerte de que, desde el noviciado, me enseñaron que la psicología y la espiritualidad tenían que ir de la mano si queríamos perseverar en el camino que habíamos emprendido. Así recibí dos preciosas reglas que me acompañan y me guían todavía hoy. El primero viene de la vida espiritual y dice: “¡Cuanto más humano se es, más divino se es! y el segundo viene de la psicología que nuestro asegura que: «¡Sólo lo afectivo es eficaz!» “¿Por qué te digo esto? Sencillamente porque me parece que estas dos reglas elementales pueden ayudarnos a comprender a Charles de Foucauld y, sobre todo, a hacerlo uno de los nuestros”.
Esta Navidad, pensada en términos de un personaje muy especial, Charles de Foucauld. Y esto, por varias razones: la primera es que hizo de la “Navidad”, “la Encarnación”, “Dios hecho carne”, el centro de su vida y de su espiritualidad; la segunda es que el 15 de mayo de 2022 la Iglesia universal nos lo propondrá como modelo de santidad, y la tercera es simplemente que Assekrem, el lugar donde vivo, no es otro que el mismo lugar donde él soporta y que no me deja indiferente ; por otro lado, es un gran estímulo para mí.
Es un personaje polémico por las múltiples facetas que ha conocido a lo largo de su vida: fracasos, intuiciones, lagunas, contradicciones, ambigüedades, tan humano, que a veces nos irrita y que llegamos a leerlo completamente sesgado de su vida, ya se que lo colocamos. ponernos del lado de los «detractores» o de los «defensores». Así, mientras algunos sólo destacan su inestabilidad, el militar que lo acompañó toda su vida, el partidario de una Argelia francesa, sus intenciones violentas hacia Alemania y su posición ante la guerra, el incapaz de convivir con los demás, el voluntarista -otros ven en él sólo el hombre radicalmente evangélico, el hombre apasionado de Jesús, el hermano universal, el hombre bueno y manso, el trabajador incansable, el hombre de la escucha, el amigo de los más abandonados.
En lo personal, me gusta subrayar esa mezcla de “fuego” y “barro” que la hace tan cercana a nosotros; hijo de su tiempo como fue, creo que estaríamos en el camino equivocado si tuviéramos que juzgarlo según los criterios de nuestro siglo XXI . No es de extrañar, por tanto, que muchos se sientan cómodos hablando del “hermano Carlos” y que les cueste mucho más ver en él a “San Carlos de Foucauld” tal como la Iglesia nos lo propone.
Cuando ingresó al monasterio trapense, tuve la suerte de que, desde el noviciado (1983), me enseñó que la psicología y la espiritualidad tienen que ir de la mano si queríamos perseverar en el camino emprendido. Así recibí dos preciosas reglas que me acompañan y me guían todavía hoy. El primero viene de la vida espiritual y dice: “¡Cuanto más humano se es, más divino se es! y el segundo viene de la psicología que nuestro asegura que: «¡Sólo lo afectivo es eficaz!» “¿Por qué te digo esto? Sencillamente porque me because estas dos reglas elementales pueden ayudarnos a comprender a Charles de Foucauld y, sobre todo, a hacerlo uno de los nuestros.
“¡Cuanto más humanos somos, más divinos somos! »
Me porque hubo un momento decisivo en su vida que lo humanizó mucho más de lo que había sido antes, de modo que el «héroe» y el «investigador de prestigio» (expedición contra Bou Amama la exploración de Marruecos que le valió el oro medalla de la Sociedad Geográfica Francesa o el trapense ávido de martirio y sacrificios, etc.), en su particular «camino de Damasco», todo se va cayendo al agua hasta cambiar radicalmente de dirección. De hecho, Durante su «Peregrinación a Tierra Santa» (finales de noviembre de 1888 a febrero de 1889), cambió por completo: «Qué bendita influencia tuvo en mi vida». “Camina por las mismas calles estrechas de Nazaret donde pisaron los pies de Nuestro Señor, pobre, artesano, perdido en la abyección y la oscuridad”, para concluir:Is the nuclear discovery of su vida y que nunca lo abandonará: el Dios «Kbar» (el Único Grande) del Islam que tanto lo había seducido, ahora en Nazaret, vislumbró – adivinó al Dios «Sghir» (El Pequeño Uno) del cristianismo . Enamórate de la humanidad que Dios vive en Nazaret y, ante su mayor asombro, contemplado como Dios, en la persona de Jesús, aprendió a vivir como hombre; Este descubrimiento será la brujula que lo guiará toda su vida, así, por ejemplo, el año de su muerte, encontramos todavía esta primera intuición: «Nazaret, el lugar de la vida escondida, de la vida ordinaria, de la vida familiar. . . la vida que lleva la mayoríaEnamórate de la humanidad que Dios vive en Nazaret y, ante su mayor asombro, contemplado como Dios, en la persona de Jesús, aprendió a vivir como hombre; Este descubrimiento será la brujula que lo guiará toda su vida, así, por ejemplo, el año de su muerte, encontramos todavía esta primera intuición: «Nazaret, el lugar de la vida escondida, de la vida ordinaria, de la vida familiar. . . la vida que lleva la de la gente y de la que Jesús nos ha dado ejemplo dure 30 años”.mayoría un hombre;Este descubrimiento será la brujula que lo guiará toda su vida, así, por ejemplo, el año de su muerte, encontramos todavía esta primera intuición: «Nazaret, el lugar de la vida escondida, de la vida ordinaria, de la vida familiar. . . la vida que lleva la mayoría de la vida familiar… la vida que lleva la mayoría de la gente y de la que Jesús nos ha dado ejemplo que dura 30 años”. aprende a vivir como un hombre;Este descubrimiento será la brujula que lo guiará toda su vida, así, por ejemplo, el año de su muerte, encontramos todavía esta primera intuición: «Nazaret, el lugar de la vida escondida, de la vida ordinaria, de la vida familiar. . . la vida que lleva la mayoría de la gente y de la que Jesús nos ha dado ejemplo Durante 30 años”.
La encarnación y la «imitación de Jesús pobre y abyecto» será el centro de su espiritualidad, y sólo por eso dará prioridad a las oraciones del Ángelus y del Veni Creator que reza «en las alturas, en las al mediodía y al anochecer» consciente de que es el Espíritu Santo quien se encarga de formar a Cristo en nosotros, como lo hizo con María.
“La espiritualidad de Nazaret” como lugar teológico, me parece el mayor aporte que dio Foucauld a la Iglesia universal. Esto es lo que, en mi opinión, el Papa Francisco llama hoy: “la santidad de la puerta de al lado”.
Y como Nazaret «se puede vivir en cualquier lugar», sólo cuando llegue a Tamanrasset trabajará con todas sus fuerzas para «ser adoptado», «ser del campo», «ser cercano, accesible», «estar vinculado de amistad», «dar confianza a las personas», etc. Literalmente se dejó «comer» por sus vecinos, sumergiéndose hasta la extenuación en el estudio de la lengua, la historia, las costumbres, las tradiciones y la cultura del pueblo que lo acogía: «¡Jesús, doy la vida por los tuaregs! «
El hecho de que la presencia del ejército lo aliene de la gente miserable que lo rodea es un gran problema para él. El 11 de agosto de 1905, la columna de Dinaux en una expedición a Aïr (norte de Níger) lo dejó solo. Sin embargo, si no, hubiera sido imposible instalarlo en Tamanrasset y pregunta: «¿Serán capaces de distinguir al sacerdote que soy de los soldados?». “El general Niéger, uno de sus amigos militares más cercanos, nos dio este hermoso testimonio: “Cuando decidió crear un puesto militar en Ahaggar, a 50 kilómetros de Tamanrasset, el padre negó sistemáticamente a establecerse en las inmediaciones. Además, al darse cuenta de que los contactos se habían vuelto demasiado frecuentes, descubrieron de escapar… Tenía un horario diario muy estricto.Aceptó a duras penas modificarlo… Su rigor, en este orden de ideas, explica el uso de una expresión que se ha puesto de moda: “el marabú es ouar”, decían los oficiales y suboficiales. Translation: el padre de Foucauld es duro, exigente, difícil de satisfacer… El tema favorito de sus conversaciones con nosotros éramos los tuaregs. Trató el tema en las formas más diversas, buscó interesarnos por los lados de los vestigios de su antigua civilización… ellos y parecían felices en medio de ellos.
«Solo lo afectivo es efectivo»
¿Y qué decir de la segunda premisa «Sólo lo afectivo es eficaz?» No debemos perder de vista que nuestro protagonista tenía una afectividad muy fuerte, era emocional en extremo, y este factor jugaba un papel preponderante en sus relaciones humanas y divinas.
Tomaré como ejemplo sencillo la relación muy especial y ambigua que tuvo con su prima Marie de Bondy, ocho años mayor que él. Aunque Charles de Foucauld la llamó a menudo «mi madre» o «mi segunda madre», sus propias palabras lo traicionaron y está claro que para él, su prima era el modelo femenino y confidente (durante 47 años escribió, ¡todas las semanas! ) y, leyendo las cartas que le enviaron, creo que no es descabellado preguntar: ¿no estaba enamorado de ella?
El 15 de enero de 1890 quedará marcado a fuego en su memoria como en su cuerpo y en su alma: es el día en que se despide para entrar en el monasterio. Carlos tenía 32 años. Esta separación fue muy dura para él: «Sacrificio que me costó todas las lágrimas, parece, porque desde ese momento, desde ese día, ya no lloro, parece que no tengo más lágrimas… si no a veces al pensarlo». … La herida del 15 de enero es siempre la misma… El sacrificio entonces sigue siendo el sacrificio en todo momento”, y en su “cuaderno privado” habla de este día como uno de los más importantes de su vida, por eso cada año en esta misma fecha se recordará el «Día de la Separación – de la Ofrenda».
Es muy curioso ver cómo el hermano Carlos no nos da ninguna fecha exacta del día de su conversión: “los últimos 3 o 4 días de octubre de 1886”; doce años después, corregirá: “el 29 o el 30: mi conversión”. Es todo lo contrario cuando describe el día de esta despedida, brindándonos mil detalles de rara precisión. Comienza contándonos cómo tenía previsto sucio el apartamento de su prima a las 19 horas para no perder el tren nocturno que debería acercarse a él desde el monasterio de Nuestra Señora de las Nieves y, al llegar al monasterio, escribe: “Son las 7:00 menos 5 en Paris en este momento, estaba sentado a tu lado en tu sala de estar, a veces mirándote, a veces mirando el reloj… ¡Qué vivo está para mí este día! A las 7:10 am recibí tu bendición, y salí llorando… Ayer a esta hora,Todavía estaba cerca de ti, despedirme de ti, fue duro, pero aún así fue dulce, desde que te vi… Veinticuatro horas, no puedo hacerme a la idea de que se pidió para siempre… En nueve de la mañana, a las cuatro, ahora, siempre, me siento tan cerca de ti, y mis ojos no volverán a ver los tuyos… ¿Cómo no iba a llenarme todo el dolor? Pero tienes que sacar fuerza de mi debilidad… He perdido tanto como es posible perder… Durante toda mi vida siempre te pondré primero en mis oraciones y en todas partes… Tengo tanto que hablar de ti, ahí es verdad que no vivo sin ti… Gracias por lo de ayer, gracias por todo… Que el Señor te bendiga como me bendijo a mí anoche”. Y cinco años después, escribirá: “¡Esta noche a las 7:10, habrá cinco años!
¿Y su relación con Dios? A lo largo de la escritura, Dios se nos revela rasgos con muy amorosos el Padre con el venezre de la Madre, el Esposo, el Amigo, el Buen Pastor, el Labrador Experto, etc., lo que no podría dejarlo indiferente, sino nutriéndolo , si es posible, ese cariño tan despierto que tenía… es que cuando ora a Jesús, al Padre o al Espíritu, siempre lo hace con un lenguaje muy repetitivo y con tal ternura que hoy suena a sentimiento de indulgencia y demasiado dulce.
¿Como orar? Para él es muy sencillo: “orar es pensar en Dios amándolo”. “La mejor oración es aquella donde hay más amor; la oración es tanto mejor cuanto más amorosa es”. De acuerdo con este principio, cuando ora a Dios, nunca lo hace impersonalmente y siempre lo hace con el posesivo “mío”: “Padre mío, me abandono a ti, hazme…”; “Oh mi Amado y Señor Jesús, déjame…”; “Oh Jesús mío, haz que te ame y viva exclusivamente para ti”; “Oh Espíritu Santo, Tú mi Abogado, hazme…”
De esta segunda premisa, creo que podemos sacar una lección muy útil para nuestra vida espiritual, no es difícil para el amado experimentar la presencia continua de su amado. ¿Y si decidiéramos teñir la imagen que tenemos de Dios con un afectivo dominante? ¿No cree que experimentaríamos su presencia mucho más fácilmente y de forma más sostenible?
¡Mira al hombre! ¡Mira al santo!
Finalmente, y como resumen de todo lo dicho, comparto con vosotros la anécdota del hermano Carlos que más me habla, que no es otra que contemplarle, viejo, calvo, desdentado, sereno y sonriente (el último foto que tenemos de él), sentado en el suelo enseñando a los tuaregs el arte de tejer. “El tejido y el ganchillo funcionan de maravilla, todo el mundo se mete, las mujeres en ambos, mucha gente joven teje para hacer cardiganes. » ¡Mira al hombre! ¡Mira al santo!
La Navidad llama a nuestra puerta: un niño, una niña embarazada, un pesebre. Dios con nosotros, Dios hecho carne ¿por qué no decidir este año poner un belén en lugar de guirnaldas, Papa Noel o el propio árbol de Navidad? Y frente a este belén, no tengamos miedo de mostrar nuestra ternura, nuestro amor, nuestro abandono, nuestra confianza, sin avergonzarnos de que nos acusen de blandura ni tener miedo de hacer el ridículo. Es Dios en Jesús que aprende a vivir como hombre. ¡Y cuánto lo necesitamos hoy!
La espiritualidad de Carlos de Foucauld, de la que se nutren sus discípulos Massignon, Peyriguère, Voillaume y la Hta. Magdeleine, recoge e integra muchos de los mejores contenidos de la piedad anterior, en relación con el tema del desierto, y están totalmente en línea con los antiguos Padres del desierto. Así lo expresa Foucauld comentando el evangelio de san Mateo: «Una vida en el desierto que se acerque a la vida oculta de Nazaret», identificando Nazaret con el ideal del desierto del monacato. Ahora, cuando la Iglesia se propone canonizar a Carlos de Foucauld como testimonio universal de santidad, parece oportuno presentar a «cuatro pilares de la espiritualidad del desierto», cada uno con su peculiaridad propia, y que han sido grandes generadores de vida espiritual, ya que «en el desierto se alumbran las grandes cosas».
Aurelio Sanz Baeza nos ofrece unas hondas reflexiones fruto del servicio que ofreció a la Fraternidad Sacerdotal en el retiro de Navidad celebrado en La Moraleja (Madrid) durante los días 26 al 29 del pasado diciembre 2007.
«A los seis meses Dios envió al ángel Gabriel donde una joven virgen que vivía en una ciudad de Galilea llamada Nazaret, y que era prometida de José, de la familia de David. La virgen se llamaba María.
Entró el ángel en su casa y le dijo: “Alégrate tú, la Amada y Favorecida; el Señor está contigo.” Estas palabras la impresionaron y se preguntaba qué quería decir aquel saludo.
Pero el ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande, lo llamarán Hijo del Altísimo y Dios le dará el trono de David, su antepasado; reinará sobre el pueblo de Jacob por siempre y su reino no terminará jamás.”
María dijo entonces al ángel: “¿Cómo podré ser madre, si no tengo relación con ningún hombre?”
Contestó el ángel: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso tu hijo será santo y lo llamarán Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel: a su vejez ha quedado esperando un hijo, y la que no podía tener familia se encuentra ya en el sexto mes de embarazo; porque para Dios nada es imposible”.
Dijo María: “Yo soy la esclava del Señor; que se haga en mí lo que has dicho”. Después de estas palabras el ángel se retiró»[1].
Nazaret es el lugar donde Dios decide hacerse hombre, a través de una mujer, María. Ella nos da a Jesús de Nazaret, un hombre real, no virtual. Es el hombre de Dios que da sentido a la gratuidad, porque Dios no tiene estrategias con los hombres: no proporciona un proceso educativo, ni social, ni virtual. Él es puro Amor, un Amor de veinticuatro quilates, cien por cien puro, sin conservantes ni colorantes, sin condenas y sin premios de consolación.
El amor de Dios pasa por Nazaret para quedarse, para habitar en las entrañas de una virgen. El fruto de todo ello es Santo, es Hijo del Altísimo, es Hijo de Dios. Aquí Dios no se esconde: Dios habita entre nosotros, en el silencio y en la Palabra hecha carne.
María en Nazaret pasa sin hacer ruido. Las intuiciones de Carlos de Foucauld en su estancia en Nazaret nacen también en el silencio y en el servicio humilde, sencillo, no reconocible socialmente. Para María, para el hermano Carlos, Nazaret es un lugar y un momento contemplativo: el lugar y el momento que convertirán a otras situaciones y etapas de sus vidas en espacios contemplativos. Aprenden en Nazaret a vivir ese día a día con amor hacia lo pequeño y hacia los pequeños.
En Nazaret enseña María a Jesús, y en Nazaret el hermano Carlos es enseñado por Jesús.
Nosotros estamos llamados a vivir como Jesús, no a aparentar que vivimos como Jesús, convirtiendo en sólo virtual el sentido de Dios (cómo lo experimentamos, cómo lo adoramos, cómo lo amamos, cómo lo transmitimos) Es nuestra vida la que tiene que evangelizar, no nuestras palabras. La palabra adoctrina; la vida convence. Dejarnos enseñar en Nazaret, dejarnos trabajar, dejarnos crecer.
Nada de esto es posible si no vamos por la vida, por nuestras reuniones, por nuestras visitas, por nuestras celebraciones con una actitud contemplativa. Nos podemos convertir en ejecutores de una liturgia sin corazón, mantenedores fieles de una tradición y olvidar a quien nos llamó, a quien nos enamoró, a quien anunciamos.
Ser contemplativos en el día a día de nuestro trabajo y dedicación pastoral no nos evade de la realidad. “Debéis estar impregnados del Evangelio de Jesús hasta el punto de ser capaces, con toda independencia, de afirmar frente a las potencias y a las ideologías de este mundo los valores que son verdaderamente indispensables para garantizar la trascendencia y los derechos esenciales de la persona humana. No podéis callar a lo hombres lo que Cristo les diría si él pudiese expresarse por vuestra boca y testimoniar por vuestras actitudes. Para eso os ha escogido y llamado”[2]. Necesitamos volver a Nazaret como la gran intuición del hermano Carlos: volver al evangelio, allí donde nace la esperanza de Dios depositada en María. Una esperanza de Dios que verá su luz en Belén.
Nazaret es hablar poco de uno mismo y más de Dios con nuestra vida, con nuestras cosas, con nuestras casas, con nuestras pertenencias, con nuestros proyectos.“Toda nuestra vida, por muda que sea, la vida de Nazaret, la vida del desierto, tanto como la vida pública, deben ser una predicación del evangelio sobre los tejados; toda nuestra persona debe respirar Jesús, todos nuestros actos, toda nuestra vida debe gritar que nosotros somos de Jesús, deben presentar la imagen de la vida evangélica; todo nuestro ser debe ser una predicación viva, un reflejo de Jesús, un perfume de Jesús, que hace ver a Jesús, que brilla como una imagen de Jesús…”[3] Para el hermano Carlos es Jesús el centro de su vida y nos invita a ello desde la contemplación. Él habla de tres maneras de contemplar a Dios: en los momentos y la vida de Jesús, en la Sagrada Eucaristía y en los misterios de su vida[4], cuando no encontramos los porqués y sí muchos para qué. Sus intuiciones han dado a la Iglesia de Jesús un medio de encontrarse con él, con el propio Dios, en medio del silencio y tantas veces entre los ruidos de nuestro Nazaret cotidiano. Intuiciones que nos ayudan a ser testigos de Dios sin hacer proselitismos, sin forzar situaciones, sin usar los sentimientos de la gente y, sobre todo, sin hacer ruido en beneficio de nuestro ego.
Nazaret no es nunca una huida o esconderse de la realidad. Nazaret es dar la cara por Jesús y por los últimos. “Como puede resultar un contrasentido “vida oculta”, se puede también comprender mal la expresión “predicar el evangelio en silencio”. En sus mismas cartas donde el hermano Carlos emplea estas expresiones él habla de relaciones de amistad, de contactos. ¿Hay entonces que callarse? Sobre esta cuestión dice Antoine Chatelard que hay que responder a la vez sí y no. No, pues Nazaret es el lugar de la comunicación, de la escucha, del compartir y de la amistad, el lugar donde la Palabra se transmite en las conversaciones ordinarias con los hombres. Sí, pues Nazaret es el silencio, porque Nazaret es gritar la buena nueva desde los tejados, callándose, sin predicar, amando”[5]. Como sacerdotes de la Fraternidad tenemos todo un reto si no hemos hecho un camino, tanto en el plano espiritual como en el psicológico, del cual estemos convencidos que conduce a un encuentro auténtico con el Señor, en la contemplación y en la adoración, y en nuestras entregas y servicios al Pueblo de Dios y a la sociedad. Nuestro ministerio sacerdotal no es una forma monástica ni conventual: somos hombres en medio del mundo. Cuando Nazaret nos convence, deja de ser una idea, algo virtual o un anexo, y nos hace crecer con nuestros vecinos, pared con pared, nuestras comunidades, nuestros hermanos de fraternidad. Nazaret nunca puede ser estático en nuestras vidas, pues sería sinónimo de instalación o acomodación. Jesús, dado por María, es en Nazaret vecino, cohabita, convive, está junto a su gente, es ciudadano. No trata sólo con ellos, está con ellos. Y esta actitud le hará estar luego siempre con los últimos; le hará mirar sin juzgar, mirar para ayudar y ser útil, escuchando a los hombres y mujeres y escuchando a su Padre.
Nazaret nos ayuda a convivir sin juzgar, a vivir en contemplación con nuestros espacios personales y los espacios de los demás: su corazón, sus ilusiones, su vida. El espíritu Nazaret, pues, nos insta a revisar la vida contemplándola, para amar la vida propia y la de los demás como el gran regalo amoroso de Dios, cuando experimentamos la gratuidad. Sólo estamos en Nazaret cuando lo desidealizamos y aceptamos a Jesús por vecino o compañero de nuestro hogar, de nuestras horas y de nuestro futuro, como copiloto de nuestro vehículo o acompañante en nuestras visitas o nuestras reuniones.
NAZARET: LUGAR PARA LA FAMILIA Y EL COMPARTIR. NAZARET, LA PUERTA DEL DESIERTO DE JESÚS
“Una vez que cumplieron todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía, se desarrollaba y se hacía cada día más sabio; y la gracia de Dios estaba con él”[6].
Nazaret es el lugar de crecimiento de Jesús, de desarrollo personal, de ganar en sabiduría, de presencia y experiencia de Dios, de aceptar su gracia. Todo esto lo irá viviendo Jesús hasta su paso por el desierto.
En nuestra actitud como sacerdotes de la Fraternidad, cuando nos sentimos de pleno en Nazaret, descubrimos que Dios está entre los hombres, tanto la gente que nos rodea, como nuestros propios hermanos de Fraternidad, como en el acontecimiento o situación en las cuales los hombres y mujeres actúan construyendo el Reino o mostrándonos dónde está la verdad y la justicia.
No es difícil situarnos en Nazaret como creyentes, como ciudadanos o seres humanos. La prueba está cuando nos descubrimos fuera de Nazaret, con el corazón en otro lado o las ideas no muy claras. Nuestras faltas de fe, esperanza o de caridad nos alejan de ese espíritu que el hermano Carlos quería dar a su vida cuando descubrió que Jesús le había salvado, que nació y murió por él, que le amó hasta el extremo y lo hizo para sí el gran amor de su vida. Esta amistad con Jesús le lleva a vivir la caridad como un valor del compartir, de generar una familia desde sus intuiciones, de sentir a sus vecinos como sus hermanos. ¿Qué habría pasado en el hermano Carlos si él tuviera a otros hermanos junto a él y con ellos hiciera comunidad? Desde aquí, tal es nuestro caso, nosotros participamos de lleno en la vida de los demás, y los demás en la nuestra. “Hay un obstáculo constante en nuestra caridad fraterna, obstáculo que se encuentra en cada momento en nosotros mismos y que conocéis bien: nuestra terquedad congénita y casi inexplicable a juzgarlo todo y entenderlo desde nuestro punto de vista y en función de nuestro temperamento y prejuicios; la estrechez constantemente renovada de nuestros juicios, y la vista mezquina de las cosas”[7].La realidad es que no hemos sido llamados a formar una familia de padres e hijos, sino a dar sentido a nuestra entrega de amor a través de la convivencia, el servicio y, como sacerdotes de la Fraternidad, compartir la vida en la revisión y el amor fraterno, estemos cerca o lejos los unos de los otros. A veces, por no crear conflicto, por huir de él o esquivarlo, ni ayudamos ni nos ayudamos a madurar ¿Nos dejamos situar en Nazaret por los demás? ¿Aceptamos que alguien “nos ponga en nuestro sitio”?
“A través de lo que vive la gente y le presenta la vida, Carlos de Foucauld va aprendiendo lo que Dios quiere de él. Nazaret no es para él un molde cerrado; es un camino abierto donde avanza con su Maestro, siempre atento a lo que el Señor le va pidiendo. Así, progresivamente, y a través de su vida, nos explicita su intuición nazarena. Allí, en las calles e Nazaret, percibe cómo, al adoptar la condición social de los insignificantes, Jesús nos revela el rostro del Padre: un Dios fraternal, hermano de los últimos”[8]. Por eso el hermano Carlos es un auténtico anunciador, sin adoctrinar; un auténtico hermano universal que respeta a cada miembro de su círculo de amistades, que está, como Jesús, con los últimos, los que él consideraba en su tiempo y espacio como los más desfavorecidos (lejos de Occidente, en un país pobre, colonizado, etc.) Para nosotros, ¿quiénes son los últimos? ¿Cómo nos enseñan a estar en Nazaret? Nuestro actuar y estar con los últimos, ¿se reduce a un consultorio o un dispensario donde los demás vienen a buscar ayuda, o es donde nosotros encontramos la ayuda para caminar los caminos que no hemos elegido, las situaciones que no hemos creado, los tiempos que no hemos programado?
Nazaret nos enseña a ser familia, a hacer familia, a tener en común con las personas algo más que un idioma, una ideología o unas características sociales. Nazaret nos invita a bajar de nuestro escaño para ser parte de la mesa de los pobres. “Seamos tan pequeños como Jesús. Jesús nos dice que le sigamos, sigámosle, compartamos su vida, sus trabajos, sus ocupaciones, sus humillaciones, su pobreza, su abajamiento”[9].
“En la vida pública de Jesús, existe también este aspecto de misterio, de secreto, de no-visibilidad, de rechazo a lo espectacular, que no puede ser desdeñado. En toda su vida, hasta su muerte, sigue siendo Jesús de Nazaret. El hermano Carlos ha dado valor a este aspecto insistiendo sobre la oscuridad, el incógnito del Verbo Encarnado, que durante los treinta años de Nazaret fue a los ojos de todos uno de tantos. Lo oculto de su vida era su relación única con el Padre, su ser divino, es decir, lo esencial. A pesar de las apariencias, Carlos de Foucauld siguió siendo fiel a esta intuición hasta su muerte, en todos los lugares y actividades, en el alejamiento o la cercanía a los hombres”[10].
De Nazaret sale Jesús para el desierto. Todos conocemos bien el sentido bíblico del mismo y la situación de Jesús ante él. De Nazaret sale buscando y con deseo de escuchar al Padre. No explica sus razones ni intenta convencer a nadie. Ni siquiera después, en la vida pública, hará una invitación al mismo a sus discípulos. Pero sí les animará a hablar al Padre en lo escondido, a orar para no caer en la tentación, a no dormirse, a escuchar su voz como las ovejas escuchan la de su pastor. Curiosamente, en el hermano Carlos se da una situación semejante. “Nazaret sigue siendo el motivo que le ha introducido a entrar en la Trapa y, más tarde, a salir de ella. Para ser conforme a Jesús de Nazaret, abraza el sacerdocio; y por el mismo motivo abandona su amada Palestina para marchar al desierto del Sáhara”[11].
¿Sabemos salir de lo establecido –mi parroquia, mi diócesis, mis organigramas- para encontrarnos ante lo desconocido –el desierto donde me encuentro solo, el miedo a enfrentarme conmigo mismo, a reconocer cómo soy-? ¿Adónde van las llamadas al desierto que recibimos, dónde terminan? ¿En el archivo de nuestra memoria, en un bonito día de excursión, en una autocomplacencia? ¿En la aceptación de qué es hoy la voluntad del Padre sobre nosotros al escucharle en el silencio del corazón?
Carlos de Foucauld, como Jesús, no huye al desierto: sigue la voz de su corazón e intenta que esté en armonía con la voz de Dios. No esquiva los vaivenes de su vida: es consciente de sus limitaciones, de su pasado, y del gran amor que Jesús es para él. Acabo con esta reflexión de Willigis Jáger: “¿Qué ocurre cuando alguien se adentra honestamente en el desierto? Jesús estaba entre los animales, nos dice la Escritura en el relato de los cuarenta días del desierto de Jesús. Quien entra en el desierto no encontrará ninguna puesta del sol romántica. Se enfrentará a sus propias bestias. Se encontrará consigo mismo. Se encontrará con todos los problemas sin resolver, con su sombra; dicho en la terminología cristiana, con los demonios y el diablo. Y no se trata de rechazarlo todo y resistirse, sino mirarlo cara a cara, tal como nos lo muestra Jesús en su estancia en el desierto, cuando fue tentado. El desierto, la soledad, nos obliga a mirarnos y aceptarnos. Ni siquiera debemos echar al demonio; es nuestro hermano y quiere ser tratado como tal. El demonio tampoco es el montón de basura donde echar nuestra porquería”[12]. Por eso es bueno ser conscientes de que no debemos culpar a nadie de nuestras situaciones, que Nazaret está donde hay vida, donde nos movemos, donde nos abandonamos, donde reímos y donde lloramos, donde trabajamos y donde descansamos. Si creemos en el espíritu de Nazaret, seguro que nos llamará el desierto, aunque éste nos asuste. Tenemos pleno derecho a ello, a dudar, a guardar las distancias, a ser confortados desde la misericordia de Dios y a abandonarnos en él.
¿Qué “comodidades” e “incomodidades” experimentamos en Nazaret? ¿Y en el desierto? ¿Nos sentimos vivos en ellos? ¿Nazaret es “para un momento”, sólo a ratos?
Para Orar y Revisar
1. ¿Tratamos de vivir Nazaret o sólo es una referencia ocasional en nuestros encuentros de fraternidad? ¿Creo y valoro en mi vida esa clave de identidad en la espiritualidad del hermano Carlos?
2. ¿Salimos de nuestro yo para escuchar al “ángel” que nos saca de nuestras lecturas, de nuestra televisión, de nuestro descanso, de nuestro tiempo libre y que nos anuncia con sus problemas o impertinencias que Dios nos está llamando?
3. ¿Olemos a Jesús u olemos a incienso, a populismo, a cultivo de imagen, a ortodoxia para no ser señalados?
4. ¿Cómo nos rodeamos de comodidades? ¿Nos dejamos arropar por Dios, por los demás, como en la casa de Nazaret?
5. ¿Cómo miramos a nuestros hermanos sacerdotes? ¿Nos creemos más pobres, más simpáticos, más progresistas, más fieles, mejores pastores u oradores, intelectualmente más sólidos, más simpáticos o con mejor don de gentes? ¿Hacemos juicios internos?
Tienes que atravesar el desierto y quedarte allí para recibir la gracia de Dios; es allí donde nos vaciamos, que nos extraemos todo lo que no es de Dios y que vaciamos por completo esta casita de nuestra alma para dejar todo el espacio para Dios solo. Los judíos pasaron por el desierto, Moisés vivió allí antes de recibir su misión, São Paulo y São João Chrysostom se prepararon en el desierto […].
Es un tiempo de gracia, es un período que debe atravesar toda alma que quiera dar fruto. Necesita este silencio, este retraimiento, este olvido de todo lo creado, en medio del cual Dios establece su reino y forma en él el espíritu interior: la vida íntima con Dios, la conversación del alma con Dios en la fe, la esperanza y la fe. caridad. Más tarde, el alma dará fruto exactamente mientras el hombre interior se haya formado en ella (Ef 3, 16) […].
No se da lo que no se tiene y es en la soledad, en esta vida solo y solo con Dios, en este profundo retiro del alma que se olvida de todo para vivir exclusivamente en unión con Dios, que Dios se entrega íntegramente a quien así se entrega a Él. Entrégate por completo a Él […] y Él se entregará por completo a ti. […]. Ver San Pablo, San Benito, San Patricio, San Gregório Magno y tantos otros, ¡cuánto tiempo de recogimiento y silencio! Subí más alto: mira a San Juan Bautista, mira a Nuestro Señor. Nuestro Señor no tenía necesidad de eso, pero quería darnos un ejemplo. (Charles de Foucauld, carta al padre Jerónimo, 19 de mayo de 1898).
Charles de Foucauld relata su meditación: “Quiero atravesar la tierra de manera oscura como un viajero de noche. Viviendo en pobreza, abyección, sufrimiento, soledad, abandono por estar en la vida con mi Maestro, mi Hermano, mi Esposo, mi Dios, que vivió así toda su vida y me da este ejemplo desde el nacimiento«. (Meditaciones sobre el Evangelio).
En la época que vivimos, donde el poder, la gloria terrenal, la fama se buscan locamente, llega como signo de contradicción decirnos que aún es posible vivir esta fantástica experiencia del desierto interior, de vivir en el mundo, pero no para el mundo, sino por el buen Dios. Escuchando la Palabra de Dios, la Eucaristía y renunciando a los ruidos externos y burlándose de los demonios sonoros y visuales. Por la gracia de Dios y el poder del Espíritu Santo, podemos experimentar varios tipos de desierto por el bien de nuestra madurez cristiana. El paso por el desierto es una actitud inconmensurable, es una experiencia con un Dios abismal que marca para siempre nuestra alma en profunda comunión con Él.
Charles de Foucauld nos transmite un testimonio auténtico de la búsqueda de Dios de manera radical, de fe, pobreza, humildad y amor por la salvación de las almas. Es un maestro de la espiritualidad cristiana, su espiritualidad de Nazaret es un clásico en la Historia de la Iglesia y responde a las exigencias del vacío y la ansiedad del ser humano posmoderno. Es impactante en la búsqueda radical del Absoluto.
Intervención de Jean Louis Cathala, sacerdote de la diócesis de Albi, durante el encuentro regional de fraternidades del 4 y 5 de diciembre de 2010 en la abadía de En Calcat
Vivir más la Encarnación
Jesús de Nazaret, que murió bajo el poder de Poncio Pilato, el Dios único, incognoscible y todopoderoso – el Dios de Israel – se ha convertido verdaderamente en uno de nosotros; Nuestro hermano ; el pequeño de Belén. Es la fe más tradicional de la Iglesia. Pero es tan necesario que esta confesión de nuestros labios, que a veces nos parece casi increíble, se convierta en carne de nuestra vida. Y allí, por supuesto, el camino es muy largo; pero Charles de Foucauld se unió a nosotros en el camino; su testimonio y sus palabras nos ayudan a ver lo bueno que es esto para todos, en todas partes. De noviembre de 1888 a febrero de 1889, por invitación del padre Huvelin, el joven converso hizo una peregrinación a Tierra Santa. Fue allí donde descubrió la existencia humilde y oscura del «obrero divino»: «A este Jesús que vivió en una pequeña aldea durante treinta años, contempla» este Dios que caminaba entre los hombres «. Lo encuentra en la fuente, con Maria; lo ve mientras observa a los artesanos trabajar. «(A. Chatelard, El camino a Tamanrasset, Karthala 2002, 42-43).
Entonces, es bien sabido, Carlos dio una importancia central a lo que se llama «la vida oculta» de Nazaret: no una existencia humana que acecha desde lejos, sino una presencia divina invisible; real pero discretoa. Y lo más destacado de esta vida es realmente la originalidad de su camino, de su mirada en Cristo, de su mirada en los demás. La Encarnación está eminentemente expresada en el Prólogo del Evangelio de Juan 1, 14). Pero Nazaret no es un simple prólogo de lo que esperamos: Liberación para todos y en todas partes. En Nazaret, el de Jesús, el del hermano Carlos, pero también el nuestro, ya está dada, ya entregada la Redención: este amor que culmina el día del Viernes Santo. El Mesías resucitado todavía está de alguna manera en Nazaret; nos precede hasta su regreso. Y ahí es donde me habla, en una vida humana a veces áspera y sencilla. Y aquí es donde lo encontramos sin verlo, que muchas veces no lo parece. Por supuesto, Jesús también dejó su aldea, por acciones mayores, por palabras fuertes; morir de amor; era necesario según las Escrituras. Pero para nosotros, hoy, debemos quedarnos en Nazaret para sumergirnos una y otra vez en la fuente, en primer lugar, de la infinita ternura – de la infinita solidaridad – de Dios hacia el mundo. Es bueno que intentemos unirnos a él, amarlo, esperarlo, donde se ha unido a nosotros, amado, esperado. Si compartimos la vida de personas con poco poder y poca consideración; si estamos trabajando con ellos y no solo para ellos; si buscamos a Cristo en Nazaret, es posible que no sintamos mucho su presencia; Es posible que no estemos a menudo llenos de pensamientos muy espirituales, o incluso muy presentables; pero seremos, un poco más, a imitación de Cristo. Esta imitación de Jesús, querido por nuestro Carlos, vivida en una fe que es ante todo decisión de confianza; esta imitación, sólo Dios sabe cómo, es portadora de salvación y vida para nosotros y para aquellos con quienes estamos después. Por mi parte, estoy convencido de eso, aunque, francamente, no siempre estoy en la corrección e interpretación de lo que vivo en el trabajo, en el sindicato, en mi barrio; con toda esta gente frágil que se me da.
Pero aún más que hablar de nuestros destinos individuales, es bueno intentar comprender qué puede significar esta intuición del primado de la Encarnación en la escala de nuestra sociedad y nuestro mundo que ya no son los del padre de la Encarnación. Foucauld. Aquí voy a decir las cosas un poco «barco», pero está claro que la época de nazaret no es la época del rendimiento, ídolo de nuestro sistema económico. Y nuestra globalización, aunque tenga aspectos positivos, tiene fundamentalmente las consecuencias de desestabilizar los equilibrios locales, antes formas más respetuosas y humanas de vivir el comercio. También me gusta pensar que Jesús, antes de actuar y hablar, se tomó el tiempo, el de la Encarnación; hora de mirar los campos de su Galilea; tiempo especialmente para escuchar las alegrías y llantos de su pueblo. No sé ustedes, pero casi siempre tengo prisa y muy a menudo saludo a mis vecinos desde lejos; Tiendo a decidir demasiado rápido o anticipar demasiado el futuro. Nazaret, el primado de la Encarnación, con el cansancio físico del trabajo que la acompaña, me ayuda a mantener los pies en la tierra hoy, a dejar las cosas como están, a dejar madurar. El Señor nos pide que no entremos en pánico ante nuestro mundo, que en realidad no parece estar salvado; este mundo, en Nazaret, sin parecerlo, ¡ya fue salvado por él! Pero también hay otro aspecto de esto más allá de la Encarnación; un fenómeno que se puede observar en la suerte del hermano Carlos: después de su conversión, buscó una nueva forma de vida que era opuesta a lo que había sido su existencia como joven rico en St Cyr. Es el Carlos completamente «desencarnado», en el mismo nombre de la Encarnación, entre las Clarisas de Nazaret. Probablemente un ser humano muy santo, ¡pero un santo no muy humano! Y luego, poco a poco, y especialmente al final de su vida, parece que ha integrado -esta es también la encarnación en nuestra propia carne- lo mejor de todo lo que tenía. estado en profundidad antes de su conversión: soldado patriota, explorador-aventurero y trabajador incansable. Al pasar por el “hermano Marie-Alberic”, que era necesario, Carlos se había convertido de nuevo o más bien se había convertido en verdadero Charles de Foucauld. Esto me habla de la Encarnación; es una gran historia para todos y cada uno de nosotros. Por supuesto, debemos descentrarnos, nuestro pequeño egoísmo primitivo. A veces necesitamos desintegrar al anciano dentro de nosotros, pero con la condición de que integremos toda nuestra humanidad, nuestra identidad, nuestras cualidades y nuestras debilidades en un camino de confianza. ¡Solo hay pecado que debe ser destruido! Por eso, «todo Hijo que era», el Señor se tomó el tiempo de Nazaret. Creo que la Hermanita Magdeleine les dijo a sus hermanitas algo como esto: «Sean primero humanos, luego cristianos, y luego monjas …» Esto es parte del «camino a Nazaret», para usar la frase. Fórmula de Chatelard. En un momento en el que está de moda el “desarrollo personal”, un desarrollo sin alteridad, la vida del Padre de Foucauld nos ofrece un auténtico camino de autonomía y libertad relacional, un camino paradójico de autorrealización que pasa por una experiencia de una alteridad trascendente y benevolente, que nos permite combinar el extremo de la conversión con el extremo de la integración y el respeto por lo que somos y queremos llegar a ser. La abyección querida por nuestro Carlos, la abyección a imitación de Jesús de Nazaret, no es la aniquilación del yo, sino la aniquilación de lo que Huvelin en algún lugar llama «la propia voluntad»; ¡es la garantía del verdadero cumplimiento en Cristo
Vivir más lejos la misión
Está escrito en la contraportada del Cristo de Charles de Foucauld de Maurice Bouvier (Desclée, 2004): «El padre … exploró una nueva forma de dar testimonio de su fe ante el mundo y de ser misionero. «¡Una frase como esa me interesa y me da ganas de profundizar más!
Evidentemente, las cosas están íntimamente ligadas; el significado de la Encarnación induce un cierto matiz al anuncio del Evangelio. Si Nazaret es un lugar importante de Revelación del rostro de Dios en la gran Historia y en nuestras historias, el significado de la misión no puede dejar de estar imbuido de él. Cito al hermano Charles: “Dios, para salvarnos, vino a nosotros, se mezcló con nosotros, vivió con nosotros, en el contacto más familiar y cercano, desde la Anunciación hasta la Ascensión. Para la salvación de las almas, Él sigue viniendo a nosotros, para mezclarse con nosotros, para vivir con nosotros, en el contacto más cercano, todos los días y en todo momento en la Sagrada Eucaristía. Entonces, (lo subrayo) debemos, para trabajar por la salvación de las almas, acudir a ellas, relacionarnos con ellas, vivir con ellas en contacto familiar y cercano. Debemos hacerlo por todas las almas por cuya conversión Dios quiere que trabajemos en particular, y especialmente por los infieles. »(JL Vázquez Borau, Consejos evangélicos o Directorio de Carlos de Foucauld, BAC, Madrid 2005, 86-87)) Usted ve lo que esto significa para nuestra Iglesia y para la misión. La pregunta fundamental que está en el punto de partida de la misión en la escuela del Padre de Foucauld es: ¿Cuál es la cualidad evangélica de mi presencia real entre las personas?
Ya conoces el camino de nuestro hermano: después de su propia experiencia monástica, fueron los años con las Clarisas de Nazaret, luego la ordenación sacerdotal y la salida para Argelia, con el gran y muy generoso deseo de traer allí la presencia del Santísimo Sacramento y convertir al mayor número posible de musulmanes. Pero en Béni Abbès, poco a poco, y especialmente en Tamanrasset, desmanteló tanto su recinto como un cierto paternalismo religioso propio del espíritu de su época. Y así reinterpretó su espiritualidad de la familia Nazaret en una forma de vivir la misión revolucionaria de la época. Quería ser «pre-misionero», pero era plenamente misionero; con una autenticidad que no deja de desafiarnos: en el ambiente tuareg, sus relaciones eran cotidianas, casi familiares. Ya sabes: ha hecho un trabajo absolutamente considerable en el idioma y la cultura de sus amigos. Sin embargo, en su opinión, todo este trabajo estaba al servicio del encuentro y la amistad. Desde el comienzo de su etapa argelina, su objetivo pastoral no era construir «obras», como decíamos y hacíamos en su momento, sino más bien, sencillamente, hacer presente a Jesús en el Santísimo Sacramento. Es el apostolado del bien; un apostolado ante todo relacional y contemplativo. Esto es lo que escribe Charles, todavía en el Directorio: “Hacemos el bien no en la medida de lo que decimos y hacemos, sino en la medida de lo que somos … (Dios mío ¡Que estas palabras hablen a nuestro corazón contemporáneo!) en la medida en que Jesús vive en nosotros. «(Ibid. 83) Esta misión es inseparable del deseo de encontrarse con los demás y convertirse, no en su benefactor, sino en su hermano, lo más igual posible. Reconozco que a menudo hay algo de ilusorio en esto; pero la dirección es clara. Y sin hacer del padre de Foucauld un teórico del diálogo interreligioso, parece que con él, mucho antes del Vaticano II y Pablo VI, el diálogo es ya como «un nuevo nombre para la misión». “Un diálogo que no es inicialmente intelectual, sino que surge de la experiencia del trabajo y la vida compartidos. ¿Cuántos prejuicios sobre otras religiones, por ejemplo, no nos han caído gracias a Nazaret?
Pero con respecto a la relación del hermano Charles con el mundo, debemos tener cuidado de considerar toda su vida sin apegarnos a una u otra oración que él pueda haber escrito en nombre del absoluto de Dios. Maurice Bouvier también cita un extracto del Reglamento y del Directorio que en modo alguno sugiere el famoso En el corazón de las masasde René Voillaume. : «¿De qué serviría haber dejado nuestra patria, si nos preocupara lo que allí está pasando? Haremos todo lo posible por mantener una barrera infranqueable entre la hermandad y el mundo, para que allí se olvide todo lo creado, salvo en la medida en que nuestro Amado mismo nos ordene recordarlo. es decir, ejercitar la beneficencia espiritual y materialmente hacia sus “hijos” y sus “imágenes” frente a él (…) De lo que precede se desprende que tenemos estrictamente prohibido tener parte en los asuntos políticos y mundanos, ya que se nos prohíbe tener el más mínimo conocimiento de ellos, decir una sola palabra, tener un solo pensamiento en ellos. »(P. 188-191, citado por Bouvier, p. 29) ¡Maldita sea! Asombroso, ¿no? Y sin embargo, mirando todo el arco iris de la vida del Padre de Foucauld, entendemos que la misión en su espíritu se nutre de una inserción consecuente, humilde y benévola, ¡en medio del mundo! De la misma forma, a pesar del gran deseo de convertir a los demás que el padre llevaba en él en el momento de su ordenación, podemos ver claramente que el último Carlos, el de Tamanrasset, está verdaderamente en las antípodas de la conquista y el proselitismo. Para él, y casi a su pesar, la misión se convierte en presencia. Presencia libre, desamparada, fraterna. Presencia expuesta y frágil, como la del niño en el pesebre, como la del hombre de la cruz. El Señor que convirtió a la Hermanita Magdeleine y quien es la fuente de su impulso misionero, burlándose de todas las fronteras, es un pequeño bebé ofrecido con el brazo extendido por María de Belén y Nazaret. La fuerza paradójica de nuestro apostolado debe buscarse, pues, en la pobreza de medios, mediante encuentros sencillos y verdaderos donde no tengamos miedo de exponer nuestras debilidades. Fácil de decir, ¿no? Esta misión, sin parecerlo, llega hasta lo más lejano, a una vulnerabilidad donde ya no está del todo claro quién es el dador y quién es el destinatario. Misión donde el compartir diario es portador del don de Dios, don que levanta a quien pretendía elevar a los demás. Este es el significado del poquito de leche de cabra pobre recolectada en tiempos de escasez por los amigos tuareg del hermano Carlos. ¡El aspersor está regado! Estoy seguro de que todos y cada uno de nosotros podría testificar que en su Nazaret recibe mucho más de lo que cree que está ofreciendo. ¡El verdadero protagonista de la misión y el crecimiento de la fe es el Espíritu Santo y nadie más! De hecho, la vida del padre de Foucauld nos anima a ir más allá en el encuentro de aquellos que no comparten nuestras convicciones y nuestra fe y a intentar construir con ellos un mundo mejor, sin sucumbir a las sirenas, tan fuertes hoy. ‘hui, de la retirada de la identidad religiosa. Porque en verdad, aquel que podemos llamar seguimiento de Jesús, el Hermano universal, nos empuja cada vez más hacia el mar abierto. Nos pide que seamos personas con raíces profundas en algún lugar, pero también abiertas al mundo entero. Nos invita a vivir a nuestro turno como hermanos y hermanas universales, convencidos de que todos los seres humanos, creados a imagen de Dios, están llamados a salvarse convirtiéndose misteriosamente en miembros de una sola familia, de la misma. cuerpo. Sin duda, hemos tenido la dulce experiencia de ello: si compartimos en profundidad la vida diaria de alguien, sea cual sea su raza, religión o creencias; si compartimos nuestras alegrías y nuestras pruebas, realmente nos convertimos en hermanos y hermanas. Y luego, ya no podemos ser tomados, como somos, con la misma esperanza: liberación de todo mal; paz y felicidad eternas; el Reino de Dios.
En lo que respecta a nuestro Charles, como sabemos, eso hasta el final de la misión no tuvo éxito. Casi no convirtió a nadie; murió en una noticia. ¡Y sin embargo, vemos los frutos de todos los colores que crecieron después! Todos vemos a estas personas, creyentes o no, que están conmovidas por la autenticidad de su vida. Desde su soledad en el desierto, nos pide a gritos que aguantemos cuando estamos desanimados. No deja de susurrarnos la palabra de su Amado Hermano y Señor: “Buscad el Reino de Dios, y el resto se os dará por añadidura. »(Lucas, 12, 31)
JL Cathala – En Calcat – 05.12.10Diócesis de Toulouse – La Iglesia Católica en Haute Garonne