Los corazones de los hombres de nuestro tiempo están lenta y astutamente asfixiados por una ausencia universal: la del bien. Conocer a una persona verdaderamente buena produce un auténtico fenómeno de oxigenación del corazón en otras personas.
Madeleine Delbrêl, Nosotros, los demás habitantes de la calle (libros de la vida/colección Seuil, 1995)
imagen: Richard Hooker, Bishopsgate, City de Londres / Inglaterra (asset1.itsnicethat.com)
MIGUEL ÁNGEL MESA ECLESALIA, La bondad va siempre de la mano del cuidado, porque toda atención realizada con afabilidad ayuda a sanar la herida y desprende las hojas resecas y dañinas de la soledad. La bondad anhela la comprensión, el entendimiento, invita a tender puentes de acercamiento, a recorrer sin descanso sendas de diálogo y entendimiento. La bondad predispone al encuentro, a la intimidad, a la confidencia, a contemplar con serenidad juntos todo lo vivido y lo que aún nos reserva la vida por celebrar. La bondad nos abre a la realidad del otro, nos descentra de nuestro narcisismo, nos hace pensar más en el nosotros, en lo colectivo, en la comunidad. La bondad destierra la oscuridad, abre grietas de verdad y luz ante tanta mentira, fake news, bulos, engaños y rumores falsos, para crear espacios de sinceridad y claridad. La bondad evita cualquier tipo de daño, emplea la no-violencia para solucionar los conflictos, abandona la violencia y genera paz y armonía, justicia y acuerdos duraderos. La bondad nos ayuda a liberarnos de la ambición y la codicia, nos aleja del egoísmo y nos abre las puertas de la solidaridad, la ternura y el desprendimiento. La Bondad y la Vida laten al unísono en esta Tierra que habitamos, en la que nacemos, crecemos y vivimos hasta el último suspiro. Y ese pálpito resuena en todo el Universo. La bondad afirma que la única revolución solo puede ser la de la esplendidez, la generosidad y la confraternidad. La bondad está reñida con la opacidad, la sombra, la bruma, pues solo alcanza su máxima expresión en la transparencia del misterio de la Vida. La bondad que derrochamos, de alguna forma, sin saber nosotros y nosotras cómo, sostiene y transforma el mundo en un lugar más habitable, sororal y fraterno.
Hoy se acepta en términos generales que las personas son básicamente egoístas y que la solidaridad es, o una debilidad o un lujo, o simplemente una forma refinada de egoísmo. Pero la realidad es que dependemos del otro no solo para sobrevivir, sino para el hecho mismo de ser. El yo sin apegos solidarios, o está enfermo, o es una ficción. Hoy necesitar de los otros se percibe como una debilidad. Solo a los niños, a los enfermos y a los ancianos se les permite depender de otros; para todos los demás, la suficiencia y la autonomía son virtudes cardinales. Pero todos somos criaturas dependientes, hasta la médula.
Durante casi toda la historia de la humanidad, las personas se han considerado buenas por naturaleza y con la conciencia de que nos pertenezemos los unos a los otros. Pero hoy en día nos hemos forjado una imagen de la naturaleza humana en la que apenas hay generosidad natural. Los humanos nos hemos enemistado profundamente entre nosotros, con motivos muy egoístas y nuestras simpatías son modos de protegernos.Ya Thomas Hobbes en su libro Leviatán (1651), que es el libro del nuevo individualismo,desdeña la bondad cristiana por ser psicológicamente absurda. Para este autor, las personas son animales egoístas que solo se preocupan de su propio bienestar. Máquinas que solo se mueven por el interés personal y que tienen un continuo desdeo de acumular poder tras poder, que solo cesa con la muerte.La existencia humana es una guerra de todos contra todos. La conducta bondadosa se observa con recelo; las manifestaciones públicas de bondad se desdeñan por moralistas y sentimentales. La bondad, es decir, la capacidad de tolerar la vulnerabilidad de los demás y por tanto la de uno mismo, se considera un signo de flaqueza. Se sospecha que la bondad es una forma superior de egoísmo. Si creemos que los humanos son básicamente competitivos, se considera a la bondad como una virtud para perdedores. Nos cuesta mucho pensar que la bondad nos produce felicidad.
David Hume, Adam Smith y Jean-Jacques Rousseau, frente a Hobbes, fueron defensores de la bondad. Para ellos, ser bondadoso es el modelo supremo de la felicidad humana. En su Tratado de la naturaleza humana (1739-1740) Hume comparaba la transmisión de sentimientos entre personas con la vibración de las cuerdas del violín: en cada una resonaban los sufrimientos y alegrías ajenos como si fueran suyos. Los egoístas psicológicos afirmaban que el sentimiento común era una simple derivación del interés por uno mismo. Y Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales (1759) alegaba que «en cierto modo acabamos siendo la misma persona… tal es el origen de nuestros sentimientos comunes». Rousseau en sus Confesiones (1782-1789) se describió como persona que sentía las cosas con tanta intensidad quera sensible a la indiferencia o la crueldad. Para este autor la sociedad corrompe. El ser humano entra en el mundo lleno de inocencia y buenas intenciones, y la sociedad lo corrompe y transforma en un ser egoísta.
Ya mucho antes de la llegada del postmodernismoy como si de una premonición de futuro se tratase, el hombre bueno que fue Alfonso Carlos Comín, nos daba este testimonio: «Yo creo que la mayor aportación que se puede hacer es la de los valores trascendentes. La mayoría de los problemas de hoy parten del hecho de que la escala de valores está puesta al revés. Y esto en todos los ambientes. Porque incluso en los movimientos de liberación se valora mucho el progreso del pueblo, la justicia, todos estos valores. Pero si penetras un poco en el interior de estos movimientos y de algunos dirigentes, ves la corrupción y los intereses inconfesables que hay en estas personas y debajo de muchos de estos movimientos, partidos, sindicatos etc.
Entonces, la mejor aportación que podríamos hacer nosotros en nombre de Jesús, aunque sea yendo contra corriente, es presentar la escala de valores de Jesús con la dimensión trascendente que tienen, completando así la visión del ser humano que se tiene en los movimientos citados. Una escala de valores que humaniza y que por tanto transforma, en la medida en que cada uno se va haciendo persona, nuestra sociedad con unas estructuras más justas.
Y esto siguiendo el criterio de que las personas no se dividen en ateos y creyentes. En realidad, se dividen entre las que creen en el ser humano, en la posibilidad de transformar la sociedad y construir una nueva sociedad y en las que no creen en el ser humano. Quien no cree en la persona, no puede creer en Dios» (Cristianismo y socialismo en libertad, Laia, Barcelona 1979, 161-163.
La única bienaventuranza de Jesús, del Sermón de la Montaña, que es común a Mateo y a Lucas es esta: «Dichosos los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los cielos. Felices vosotros cuando, por causa mía, os maldigan, os persigan y levanten toda clase de calumnias. Alegraos y mostraos contentos, pues vuestra recompensa es grande en el cielo. De esta misma manera trataron a los profetas que hubo antes de vosotros» (Mt 5, 1-16; Lc 6, 20-23). Ser perseguido por causa del bien no significa necesariamente tener que andar escondido, escapar del país, ser perseguido por los poderes públicos… La persecución es la contradicción que nos viene a causa de la justicia, a causa del Reino, a causa de Jesús. La persecución no es siempre algo físico, y habitualmente no es física. El martirio es algo extraordinario: Es la persecución llevada al extremo. Normalmente la persecución es más sutil, más psicológica. Son las contradicciones que nos vienen por actuar de una manera recta, y nos llegan, a veces, de personas y sectores que uno no esperaría…
Soren Kierkegaard, en Temor y Temblor (1843), describía de esta manera al testigo de la bondad: «Un testigo de la bondad es una persona cuya vida transcurre desde el comienzo hasta el fin ajena a todo lo que se denomina goce… Un testigo de la bondad es una persona que da testimonio de esa bondad desde un estado de pobreza, viviendo en la mediocridad y en la humillación; una persona a quien nadie aprecia en lo que vale, a quien se aborrece, a quien se desprecia, se insulta y escarnece…; y finalmente es crucificado, decapitado, quemado en la hoguera o asado en la parrilla, y su cadáver es abandonado por el verdugo sin darle sepultura- ¡así se entierra a un testigo de la bondad!- o sus cenizas arrojadas a los cuatro vientos…«.
Resulta que la presencia de una persona buena no deja indiferente, lo que pasa es que lo que para una persona es virtud, para otras es debilidad. Donde uno ve generosidad sin límites, otros condenan el exceso vituperando su inmoderación. La sensibilidad a flor de piel es tildada de enfermedad; la falta de ambición, de flaqueza; la sinceridad sin reservas, de necedad, cuando no de infantilismo. Así, personas que han sido consideradas modelos de perfección para edificación de un mundo imperfecto, pasan por excéntricos, inmaduros, casos clínicos. Se admite la bondad extrema si es en un momento dado, pero no si es permanente.
Me ha llamado poderosamente la atención la descripción que hace Jaime Vandor sobre la persona buena y que nosotros transcribimos aquí por su alto grado de percepción: «Entendemos por persona buena quien es capaz de convertir su generosidad en norma y pasión, bondadoso en grado sumo, sincero y veraz en todas las ocasiones, que se entrega y nada busca para sí. Demasiado noble para este mundo, paga por ello: es incomprendido, combatido, a veces escarnecido. Un tipo que, aunque poco frecuente, si existe, pero o pasa desapercibido, o es tenido por insensato, utópico, inepto para nada, equivalente a la frase popular que dice ‘de tan bueno es tonto’. Quien lo da todo es un excéntrico y, como mínimo, un problema para su familia. Sin embargo, pese a sus ‘extralimitaciones’, esta persona que comparte el sufrimiento del prójimo, aportando ayuda y consuelo, ha de constituir para nosotros un ideal hacia el cual tender» (Valores humanos: la cualidad esencial, El Ciervo, Barcelona 1997, nº 550.
Lanza del Vasto nos habla de la coherencia que debe de existir entre los fines buenos y los medios que utilizamos. No se pueden buscar fines buenos con medios malos, ni por supuesto fines malos con medios aparentemente buenos. Dice así: «La no violencia es lo contrario de la justificación de los malos medios para el buen fin; es el ajuste de los medios al fin; ya que si el fin es justo los medios también deben serlo. Gandhienseña que medios y fines están unidos como la simiente al árbol. Y que la malicia que los medios introducen en la empresa, se encontrará necesariamente en el fin. Lo que explica la decepción que sigue a todas las victorias y liberaciones obtenidas mediante la violencia, aun cuando la causa fuera buena y los combatientes heroicos y sinceros. No, las buenas causas ni justifican los malos medios; al contrario: los malos medios arruinan las mejores causas. Hay que distinguir eficacia instrumental de eficacia final. La ciencia se presta a cualquier aplicación; la conciencia no. La inteligencia se presta a cualquier aplicación; la sabiduría no. El poder puede cualquier cosa; el dominio de sí, no. El dinero se presta para todo uso, pero la honestidad, no. El coraje se entrega a cualquier causa, pero la caridad, no. La fuerza puede servir para cualquier fin; pero la no violencia o fuerza de la justicia sólo puede servir a la justicia«(Umbral de la vida interior, Sígueme, Salamanca 1989, 1619).
Para poder avanzar por el camino de la no violencia, por el camino de la confianza y de la comprensión, hay que dejar que brote en nosotros la fuente de la paz interior. Como dice el Roger Schutz, prior e la comunidad de Taizé (Francia), «la paz del corazón permite mantenerse en pie, arriesgarse por los demás, reemprender el camino cuando el fracaso, las pruebas, los desánimos pesan demasiado a nuestras espaldas humanas. Esta paz de las profundidades sostiene también una mirada poética sobre la creación y las criaturas. La paz del corazón es fuente de una alegría interior que a menudo se había como adormecido. Y he aquí que se despierta con magnífico asombro, un soplo poético, una sencillez de vida y, para quienes puedan comprenderlo, una visión mística del ser humano».
Retomando de nuevo las palabras de Comín me fijo especialmente en estas: «Cuando una persona buena nos habla de mansedumbre y del amor como único medio de hacer el bien, podemos no hacerla caso y creer que la organización y la militancia seguirán siendo el buen camino. Sin embargo, Carlos de Foucauld, leyendo el Evangelio, había comprendido que la fe y el amor verdadero utilizarán siempre los medios del carpintero de Nazaret. ¿No recordamos inmediatamente la figura de un hombre que, en medio de los más difíciles acontecimientos, comprendió que solo la mansedumbre y la caridad podían ser hoy, como siempre, el testimonio universal el cristiano? ¿No recordamos inmediatamente la figura y la voz inextingible de Juan XXIII…?» (El testimonio universal del cristiano, AUN, nº 54, 1964).
Recopilando, pues, la persona buena es el pobre de espíritu del evangelio de Jesús: Tolerante con todas las debilidades y afirma que quien carece de ternura y sólo posee justicia en última instancia es injusto. No juzga, no condena, pues sentar juicio es cerrar la puerta a toda apelación; es admitir que el mal existe y es definitivo. La piedad es el rasgo esencial de la persona buena y por ésta el mal queda destruido.
Los rasgos esenciales de la persona buena son dos: la no ambición y la no violencia. No ambición en cuanto a desinterés por los logros materiales o los halagos de la fama. Carencia de amor propio y vanidad. Ningún afán de notoriedad: no hace nada por sobresalir. La misma indiferencia ante las ventajas de una posición social. Y la no violencia: repudio absoluto de toda imposición por la fuerza, de todo fanatismo, cumplimiento absoluto del ‘no matarás’. Fuerza auténtica, aunque a veces debilidad aparente.
Pero hay otros rasgos que tampoco deben faltar: Calor humano. Carencia de prejuicios, independencia de pensamiento, amor a la verdad. Conciencia de responsabilidad, tendencia a la preocupación, al máximo esfuerzo. Afán de saber, valor de pensar las cosas hasta el fin. Convicción de la necesidad de la solidaridad humana.
Donde quiera que encontremos una persona de estas características, podremos decir con Iván Karamazov: ‘Me basta con que estés en algún sitio para no perderle el gusto a la vida». Menos mal que también existen hoy personas buenas y no son sólo personajes del pasado. Están ahí, de pie. Cada uno en su sitio, tan enraizadas en lo concreto como universales. Personas sencillas, apasionadas, libres, comprometidas, movidas por el Espíritu de Jesús de Nazaret.
Leyendo el pliego de Vida Nueva Sobre el centenario de la muerte de Charles de Foucauld (VN 3.014 Dic 2016) comparto algunos párrafos que he guardado y que me parecen que resumen la espiritualidad e este Hermano Universal. Creo que, como todos los hombres de Dios, se adelantó a su tiempo. Poco a poco, aún sin saberlo estamos entando en ese camino que el trazó.
José Manuel Caselles, cmf
El P. Huvelin (su director espiritual durante muchos años) había invitado especialmente a Foucauld a la evangelización por la bondad… «Mi apostolado debe ser el Apostolado de la Bondad. Viéndome se deben decir: «Si este hombre es bueno, su religión debe ser buena». Si me preguntan por qué soy dulce y bueno, debo decir: Porque soy el servidor de alguien más bueno que yo».
«Preparar el terreno en silencio por la bondad, se trata de una bondad sin «ideología», que es el punto más alto al que puede llegar el espíritu humano. Una bondad que crea la fraternidad, una bondad que puede existir evangelizando si no se reduce a una instrumentalización para conseguir conversiones, si no es una ideología disfrazada, pues la bondad, como la no violencia, pueden ser ideologías» (carta a su amigo Joseph Hours). Foucauld no va en pos del bien ni del triunfo de una causa: practica la bondad.
En el art. 28 de Directorio Foucauld repite una y otra vez que los hermanos y las hermanas tienen que ser «una predicación viva (…), un Evangelio vivo: Las personas alejadas de Jesús, y especialmente los infieles, deben, sin libros y sin palabras, conocer el Evangelio viéndoles vivir su vida». Su pasión por anunciar el Evangelio viéndoles vivir su vida, su pasión por anunciar el Evangelio, el querer «la salvación de las almas», no le hacen fanático; al contrario, es consciente de que los caminos de los corazones humanos son impenetrables, y de que se trata de respetarlos.
Carlos Eugenio de Foucauld (1858-1916), oficial, explorador y religioso. En Tamanrasset, ante su primera capilla. Tamanrasset, ALGERIA – v.1905.
¿Qué podemos retener hoy de la vida de Charles de Foucauld y su “apostolado de la bondad”? François Vayne, periodista y escritor, da testimonio de su relación personal con este ex soldado que se convirtió en explorador, luego ermitaño y artesano del diálogo islámico-cristiano. François Vayne, periodista y escritor Publicado el 30/05/2020 en La Vie.
Un poco antes de la fiesta de Pentecostés, nos enteramos de la próxima canonización del Beato Carlos de Foucauld, «confesor de la fe», tras el reconocimiento de un milagro obtenido por su intercesión. Al mismo tiempo que este anuncio, la Sala de Prensa de la Santa Sede dio a conocer que Pauline Jaricot podría ser beatificada. Estas dos grandes figuras católicas francesas, el oficial libertino que se convirtió en ermitaño silencioso en el Sahara y el fundador laico de la Obra Pontificia para la Propagación de la Fe, parecen a primera vista oponerse en su concepción de la misión. En realidad, se unen por su común deseo de llevar el Evangelio a partir de la espiritualidad del Corazón de Jesús, lejos de ciertos modelos clericales en boga en el siglo XIX. Los “Reparadores del Corazón incomprendido y despreciado de Jesús”, fundado por Pauline Jaricot, como la “Unión de Hermanos y Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús”, que Charles de Foucauld hubiera querido ver desarrollarse durante su vida, anunciaron la convocatoria santidad universal lanzada por el Concilio Vaticano II, este «nuevo Pentecostés» que devolvió a los fieles laicos su dignidad de bautizados responsables del testimonio del Evangelio en la vida cotidiana. Si en Pentecostés Jesús desaparece de nuestros ojos, ¿no es para que seamos su corazón y su rostro, su presencia en la sociedad, como pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo?
Esto es lo que el símbolo del Corazón y la Cruz de Jesús, lucido por el padre de Foucauld en su hábito religioso, quiso significar con anticipación. El beato y futuro santo da así su verdadero significado a este símbolo bordado a veces en banderas francesas para apoyar causas políticas nacionales. En lugar de ondear el Sagrado Corazón en estandartes, ¿no es más importante vestirse con él interna y espiritualmente? Esto es lo que aprendí durante mi juventud argelina, en la escuela del «hermano universal», pocos años después de los conciertos de trompeta para la Argelia francesa.
Su canonización consagrará este modelo evangélico que bien podría transformar el perfil de la Iglesia católica en los próximos años, como en la época de San Francisco. Nacido de un padre desconocido al final de la guerra de Argelia, estoy muy vinculado espiritualmente a Charles de Foucauld: él es mi guía y mi protector. Cuando todavía era un niño en Argel, mi madre me regaló una foto de él, en la parte posterior de la cual mi padre invisible, que se fue a Francia, había escrito estas palabras: «Él te protegerá y te amará por mí». Es aún más importante en mi vida que, habiendo crecido en la pequeña comunidad cristiana de Argel, después de la independencia, he escuchado a menudo el ejemplo del «hermano Charles» mencionado en relación con nuestras relaciones con nuestros amigos musulmanes. Para nosotros, él ya es santo desde hace mucho tiempo. Malentendidos de índole política, en relación con la colonización, parecían haber pospuesto sine die su canonización. La Santa Sede probablemente no quiso causar malentendidos con el gobierno argelino. El testimonio de los 19 benditos mártires de Argelia, que derramaron su sangre junto a muchos musulmanes víctimas de la violencia durante la década negra de la guerra civil, sin duda habrá arrojado luz sobre el mensaje fraterno de Charles de Foucauld que reivindicaron. todos cerca y lejos, mis amigos de Tibhirine en particular. Christian de Chergé firmó su célebre testamento el 1 de diciembre, aniversario de la muerte violenta de Charles de Foucauld.
Menos de diez años después de la serie de asesinatos de religiosos en Argelia, el hermano Carlos fue beatificado en Roma el 13 de noviembre de 2005. Esta celebración en la que tuve el placer de participar destacó un estilo profético de vida cristiana. desnudo, radiante, que hace de la religión un amor. Su canonización consagrará este modelo evangélico que bien podría transformar el perfil de la Iglesia católica en los próximos años, como en la época de San Francisco. El apostolado de la bondad, el abandono espiritual y la presencia discreta entre los pequeños, son los tres secretos, creo, de esta renovación eclesial «foucauldiana» que se ofrece, como oportunidad actual, a la institución clerical romana. Al contemplar, en mi adolescencia, los seis exvotos que dejó Charles de Foucauld en el santuario de Nuestra Señora de África, que domina la bahía de Argel, admiré las etapas de su vida misionera. «Mi apostolado debe ser el de la bondad», dijo el ex oficial de caballería entrenado en Saumur, que luchó con sables la rebelión de Sheikh Bouamana contra la presencia colonial, en el sur de Orán, con el futuro general Lapperine. El arma de Dios es, por tanto, su bondad, comprendió a partir de la lectura del Evangelio, habiendo dejado el ejército para convertirse en explorador de Marruecos, luego en trapense y finalmente en ermitaño en medio de los tuareg, artesano del diálogo islámico. -Cristiano. Tres años en Nazaret le habían familiarizado con la ternura de Jesús y quería «gritar el Evangelio de vida», tejiendo con cada uno relaciones de amistad, como lo hizo en particular en Tamanrasset con amenokal, Moussa. Ag Amastan, jefe de una confederación tuareg. Ya no pensaba en convertir, sino en amar. «Estoy seguro de que el buen Dios dará la bienvenida al cielo a los que fueron buenos y honestos sin ser católicos«, escribió sobre los musulmanes que lo rodearon, sin ningún motivo ulterior de proselitismo, precursor en este Concilio Vaticano II y su documento más famoso sobre libertad religiosa, Dignitatis Humanæ. «No se trataba de predicar, sino de ser a la manera de Cristo«, me explicó uno de sus discípulos, el padre René Voillaume, durante su última entrevista, que me concedió en abril de 1999 para el diario La Croix.
Estoy seguro de que el buen Dios dará la bienvenida al cielo a aquellos que fueron buenos y honestos sin ser católicos romanos. (Carlos de Foucauld)
Carlos de Foucauld puso su apostolado de bondad bajo el signo del Corazón de Jesús, recibiendo allí con amor filial su confianza en la paternidad divina, fuente inagotable de fraternidad universal. «Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos a que me consideren su hermano«, le escribió a su prima Marie de Bondy, practicando una espiritualidad de entrega a la voluntad del Padre Celestial, a imitación de Jesucristo. Esta espiritualidad se profundizó en su ermita de Assekrem, en el sur de Argelia, cuando fue salvado del hambre por los tuareg que le trajeron leche de oveja en 1908. Se ofreció como pobre a Dios en completa entrega de sí mismo. «Padre mío, me entrego a ti. Haz lo que quieras conmigo. Hagas lo que hagas conmigo, gracias. Estoy dispuesto a todo, acepto todo, siempre y cuando se haga tu voluntad en mí, en todas tus criaturas, no quiero nada más mi Dios pongo mi alma en tus manos, te la doy mi Dios .. . ”Con unos doce años, balbuceé por primera vez su Oración del Abandono aprendida de memoria, en medio de las dunas de arena. Fue en El-Goléa, con mi madre y algunos de sus amigos, frente a la tumba del hermano Carlos. Allí, un niño rubio perdido en la inmensidad sahariana, entendí que tenía un padre que me amaba desde toda la eternidad, recibí el corazón de un hijo en el Hijo para ser mi hermano para todos. En el desierto había escuchado al Señor decirme también: “Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado ”(Sal 2, 17).
Después de haber trabajado en Roma durante siete años, me gusta ir a rezar con las Hermanitas de Jesús, en Tre Fontane, frente al altar eucarístico del Padre de Foucauld, reservado con amor por ellas. Esta reliquia evoca el tercer secreto del hermano Carlos, después del Evangelio y del Sagrado Corazón: el Santo Rostro de Jesús. Símbolo del Verbo Encarnado, lo adoró internamente en el sacramento de la Eucaristía, don que Jesús hizo de sí mismo y que nos revela el amor infinito de su Padre por cada ser humano. Conmovido profundamente por estas palabras de Cristo puestas en relación, «Todo lo que le haces a uno de estos pequeños, es a mí a quien lo haces» y «Este es mi cuerpo, esta es mi sangre«, dijo. Buscó y amó a Jesús en los pequeños, en el fondo de esta Amazonía del norte de África que era para él la región bereber del Sahel. Al no poder celebrar la Misa durante meses, porque la regla exigía que el sacerdote tuviera un monaguillo, creía intensamente en el resplandor de la presencia eucarística que santifica misteriosamente a los que viven cerca.
La única partícula de nobleza que le importa a un cristiano, ¿no es la de la santidad diaria? ()Carlos de Foucauld) Carlos Eugène de Foucauld de Pontbriand se fue transfigurando gradualmente por la adoración, convirtiéndose en Carlos de Tamanrasset, otro Cristo, como Francisco de Asís, Bernadette de Lourdes, Ignace de Loyola o Thérèse de Lisieux … La partícula de la única nobleza que cuenta para cristiano, ¿no es el de la santidad diaria?
Murió a la edad de 58 años el 1 de diciembre de 1916, asesinado por rebeldes Senusitas de Libia, aliados con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, nos recuerda que la ofrenda de nuestra vida a Dios es la única forma de dar fruto, según la parábola del Evangelio, como el grano de trigo que cae en tierra. Además, puede ayudarnos a sentir la urgencia de un despojo de uno mismo, de una purificación del culto y de un retorno al Evangelio, para dar testimonio en silencio en el corazón de nuestros desiertos, en la sociedad secularizada. donde estamos inmersos. Su canonización será una promesa en este sentido para toda la Iglesia.
El acceso a Dios, que es lo importante en toda acción misionera, se puede realizar de muchas maneras. Citemos las tres más importantes: a) a través de la belleza de la realidad, descubriendo el orden y la armonía; b) a través del amor desinteresado por el hermano, trabajando por la justicia y la paz; y, c) a través de la amistad, que es distinta de la caridad, ya que ésta es indiscriminada y se abre a todos los seres humanos, y, en cambio, la amistad implica preferencia por una persona determinada. De todos modos la amistad incluye un componente universal ya que se ama a un ser humano como se quisiese amar a toda la especie humana. En la auténtica amistad no debe haber ni dominio ni dependencia, como la imagen original y perfecta de la esencia de Dios, que tenemos en la Trinidad. Es lo que dice Jesús: “Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17, 21). Así, toda amistad auténtica, presidida por el afecto, pero preservada de la dominación y de la dependencia, es una experiencia espiritual donde Dios se hace presente, ya que es Él quien posibilita la proximidad de dos seres humanos sin que peligre la autonomía de cada uno. En este sentido, la amistad sostiene la vivencia espiritual.
1. Carlos de Foucauld apóstol de la amistad
Carlos de Foucauld además de intentar durante toda su vida no hacer distinción de personas y ser “hermano universal”, vivió la experiencia de amistad también con aquellas personas a las que había sido enviado. Así, hay que señalar la especial relación que le unió con Moussa ag Amastane desde el primer momento de su encuentro en junio de 1905. Gracias a éste, Foucauld pudo instalarse en Tamanraset. Moussa es el único tuareg que ha expresado en diferentes cartas sus sentimientos sobre el marabú Carlos de Foucauld. En una de estas, enviada después de la muerte del hermano Carlos, a su hermana la Sra. de Blic, como se puede leer en el libro de R. BAZIN, Charles de Foucauld Explorateur du Maroc Ermite au Sahara, París 1921, 466, dice:
“Desde que me he enterado de la muerte de nuestro amigo Carlos, su hermano, mis ojos están cerrados, todo esta oscuro para mí y he llorado. He llorado mucho y estoy de duelo riguroso. Su muerte me ha dado mucha pena… Carlos, el marabú, no está muerto solamente para vosotros, ha muerto también para nosotros. Que Dios le de misericordia y nos podamos reunir en el paraíso”.
Carlos de Foucauld, el año 1910, en una carta al padre Laurain escribe:
“Algunas visitas sinceras entre las capas más diversas de esta población, algunos me tienen mucha confianza, y con otros, si bien no tengo comunicación íntima, si hay relaciones amistosas. Esto es significativo, dada la extensa distancia que existe entre esta nación y nosotros” (Lettre au père Laurain, 27.11.1910).
El hermano Carlos también conoce y tiene relación de amistad con otros tuareg, como le dice a su amigo Garnier en 1913 (Lettre à Garnier 23.02.1913, Archivos de la Postulación):
“He aquí, como mínimo, cuatro ‘amigos’ en los que puedo confiar del todo. ¿Cómo nos hemos hecho amigos?, de la misma manera que surge la amistad entre nosotros. No les he hecho ningún regalo, pero han comprendido que tienen en mí un amigo fiel, que me entregaba a ellos. Los que trato aquí como buenos y verdaderos amigos son: Ureg ag Uksem, jefe de los Dag-Ghali, su hermano Abahag Chikat ag Mohamed, un hombre de sesenta y seis años que no sale mucho, y el hijo de este último: Uksem ag Chikat (que yo llamo mi hijo). Hay otros con los que tengo simpatía, pero con estos puedo contar para muchas cosas. A estos cuatro les puedo pedir cualquier cosa, información o servicio y estoy seguro que harán todo lo posible por conseguirlo”.
2. Foucauld ya no habla de hermanos, sino de “amigos”
En 1904 trató de llegar a ser hermano de todas aquellas personas que no podían entender su deseo de fraternidad. Pasado el tiempo, su enfermedad de 1908 fue crucial para su “segunda conversión”, pues era incapaz de hacer nada y se pudo recuperar gracias a la ayuda de los tuareg (Cf. J. L. VÁZQUEZ BORAU, Beato carlos de Foucauld, Edibesa, Madrid 2010, págs 72-77). Así, poco a poco se fueron creando vínculos entre ellos, convirtiéndose algunos en amigos.
Según la opinión del hermano Antoine Chatelard, sucesor de Foucauld en Tamanrasset, Foucauld podía desear ser hermano de todos, pero no podía ser el amigo de todos, como lo expresa en una carta a su amigo Henry de Castries:
“Pasé todo el año 1912 en este poblado de Tamanrasset. Los tuareg son para mí, una compañía muy consoladora, no puedo dejar de decir lo buenos que son conmigo y como he encontrado también en ellos personas rectas. Uno o dos de ellos son amigos de verdad, una cosa tan extraña y preciosa en todas partes” (Lettres à Henry de Castries, Grasset, París 1938, 8. 01. 1913, 196)
Y el 18 de diciembre dice en una carta a su prima: «Mis vecinos tuareg siguen siendo muy buenos conmigo, y por parte de los familiares de Uksem, me muestran mucho afecto y una gran confianza” (Lettres à Mme de Bondy, DdB, París 1966, 225).
La amistad pide reciprocidad y tiene grados. Se van produciendo fuertes vínculos entre él y quienes lo acogieron. Al padre Voillard, en la carta del 12 de julio de 1912, que ya hemos citado anteriormente, le dice:
“La confianza que me conceden los tuareg del poblado es cada vez más grande. Las amistades se vuelven más íntimas, y las nuevas amistades que se forman, también lo son. Intento prestar el máximo servicio”. (CH. DE FOUCAULD, Correspondances sahariennes, París, Cerf 1998, 863).
El comandante Meynier pasa por Tamanrasset a principios de 1914 y confirma lo dicho:
“En este período, el Padre de Foucauld está unido en amistad real con dos o tres familias tuareg, cosa conocida por todos los funcionarios del Sahara central. ¿Sus relaciones con ellos eran como las que hubiera podido tener con cualquier familia distinguida de sus amigos de Francia? De hecho hemos visto, mediante la lectura de su cuaderno de notas, que su relación es muy familiar” (A. CHATELARD, És possible ser germà universal i amic? L’experiència de Charles de Foucauld, Conferencia en la Sala Casaldàliga, Barcelona 10. 06. 2010).
Ahora bien, tanto sus amigos musulmanes, como los ateos o agnósticos, como por ejemplo sus grandes amigos Gabriel Tourdes y Henry Laperrine, o sus amigos judíos y protestantes de Francia, que visitó con el joven Uksem, todos forman parte de la misma relación de hospitalidad y de amor fraternal. Todos estos hombres y mujeres, muchos amigos de juventud, amigos del Sahara, tanto tuareg como franceses, musulmanes o cristianos, creyentes o no, todos los que contaba entre sus amigos, ejercieron en él, una influencia que dio forma a la evolución de su pensamiento y a su comportamiento humano, así como su fe y sus prácticas religiosas. Gracias a ellos y sin que lo notase se dejó humanizar, como se dejó moldear y convertir. Remarcable reciprocidad para aquel que al inicio, sólo pensaba en dar y en convertir! Foucauld da testimonio en medio de la lucha, de la violencia y de la desconfianza, que otro tipo de relación es posible y que la debemos realizar en el respeto, la aceptación y el amor. Incluso superó, en términos de actitud y relación, sus propias posiciones teóricas sobre el Islam. Su relación con el Islam no es tanto el descubrimiento de otra religión, que ya la conocía, si no el encontrarse con hombres y mujeres concretos, donde deposita toda su energía por entender y hablar su lenguaje y poder comprender su cultura.
3. La presencia silenciosa del apóstol
En el verano de 1919 el padre Albert Peyriguère, una vez finalizada la I Guerra Mundial y restablecido de las heridas de guerra, se reincorpora al trabajo de profesor en el seminario, sin estar del todo recuperado. Físicamente debilitado y espiritualmente inquieto, se expresa de este modo en una carta del 23 de agosto de 1919 a un amigo del campo de concentración:
“He vuelto a mi trabajo del seminario, pero las fuerzas, aún no recuperadas de las sacudidas de la guerra, me han traicionado… Ruega encarecidamente a Dios por mí. Me parece, en algunos momentos, que el Señor me llama a pertenecerle más plenamente» (A. PEYRIGUERE, Los caminos de Dios, Nova Terra, Barcelona 1968, 50).
Peyriguère ya no es el mismo, la guerra le ha cambiado. Se siente atraído hacia una vida más profunda y por otro lado le asalta una fuerte ambición de conquista. Su salud le impone un largo período de descanso y como algunos de sus compañeros habían partido hacia África para ingresar en la congregación de los Padres Blancos, dirige su mirada hacia allí, en un intento de ser coherente con sus aspiraciones de apóstol y su salud:
«La guerra ha despertado en mi, mejor dicho, ha precisado ciertas aspiraciones hacia una vida más dura, más conquistadora; la verdadera vida del evangelizador que despojado de todo, va siempre avanzando a través de los grandes espacios, hablando del Buen Maestro a las pobres almas que no le conocen. Mi corazón ya no está en Europa, y todos mis sueños me llevan hacia esa inmensa África donde millones de pobres almas esperan al misionero. Si, si mi salud me lo permite, espero ingresar en los Padres Blancos; todos los demás ministerios ya no me dicen nada y me parecen demasiado ‘caseros'» (Ibid. 66).
Se pone a la búsqueda de un lugar para descansar y desempeñar algún pequeño ministerio, mientras se restablece su salud. Después de diversas consultas Mons. Lemaitre, arzobispo de Cartago, le acogerá en Túnez. De esta forma el padre. Peyriguère realiza la primera toma de contacto con el mundo del Islam. Tenía treinta y siete años cuando llegó a África, el mes de diciembre de 1920, justo cuatro años después de la muerte del hermano Carlos.
Es nombrado capellán del internado de Sillonville, al sur de la península de Capbon, donde permanecerá dos años en condiciones que le permiten descansar y reflexionar. Consciente de que está de paso y que debe partir ya definitivamente a realizar su apostolado entre los infieles, ingresa en los Padres Blancos. Y es aquí, en un ambiente de tranquilidad y de profunda reflexión, donde se va a realizar un encuentro que va a ser definitivo en la orientación de la vocación del padre Peyriguère.
Aparece en Francia, en aquel año 1921, el libro de René Bazin Charles de Foucauld, explorateur du Maroc, ermite du Sahara. No tardó en leerlo el padre Peyriguère, porque ya en su correspondencia sostenida con su amigo de guerra, se deja entrever cómo ha captado y le ha impresionado el mensaje del padre Foucauld. Aquello era lo que tanto tiempo le había tenido intranquilo, era la expresión de su vivencia interior:
«Me parece que el apostolado directo no le será posible por ahora. Pero tranquilícese, hay una manera de ser apóstol que está inmediatamente a su alcance y que puede ser fecunda. Lo quiera o no, sus ejemplos y sus palabras, tendrán una influencia directa a su alrededor, a corto o a largo plazo, no importa… Nada se pierde en el mundo moral y cuando los hombres tienen ante los ojos el espectáculo de un hogar verdaderamente cristiano, en donde, lejos de las pequeñeces, de las vulgaridades que a ellos les esclavizan, sientan arder de verdad la llama del ideal, no es posible que de una forma u otra no se sientan arrastrados hacia él… Serán el punto luminoso y ardiente, desde donde irradiará el ideal sobre las pobres almas del vecindario, tan hundidas en la materia, y estos no podrán dejar de sentirse impresionados de la misma manera que seria imposible encontrarse a pleno sol sin sentirse inundados de luz y de calor» (Ibid. 66).
De nuevo otro hecho, insalvable, desviará su camino; una grave disentería compromete definitivamente y sin remedio su deseo de ingresar en los Padres Blancos. Pero su espíritu se deja llevar, porque ante todo está su deseo es cumplir la voluntad de Dios, y se expresa de esta forma en una carta del 3 noviembre1921:
“De momento la cosa apenas marcha. He sido agraciado con una disentería que me tiene agarrado desde hace cuatro meses; me agota y adelgazo continuamente. Tal vez el severo régimen a que estoy sometido logrará dominarla del todo. Pida que sepa aceptar esta prueba, no tanto en si misma, sino porque me obliga a detenerme en relación al cumplimiento de mis sueños y me hace temer que tendré que renunciar a ellos. Que sepa aceptar siempre la voluntad de Dios… En cuanto al apostolado repítase a si mismo estas palabras de un sacerdote que me ha influido mucho en estos últimos tiempos: ‘Se puede hacer más apostolado por lo que se es, que por lo que se dice o por lo que se hace'»(máxima del padre Huvelin, citada por R. Bazin en su libro sobre Carlos de Foucauld) (Ibid. 78).
Y de qué manera tan delicada le hablará a su amigo, en una carta del 2 enero de 1922,y el padre Foucauld de su espiritualidad de Nazaret, que consiste fundamentalmente en ser “amigo de todos”:
«Ojala su hogar, en medio del árido desierto que es el mundo para el corazón del Maestro, sea aquel acogedor oasis en el que Jesús pueda poner el pie y encontrar un poco de reposo y un poco de amor; está tan olvidado en todas partes, Él, que es tan necesario a las almas. Ojala que su hogar sea también como el centro desde donde irradie mucha bondad para hacer que Jesús sea amado… Luego sea en su pueblo ‘mensajero de paz’, manténgase totalmente apartado de las querellas. Con una firmeza incansable sepa tomar partido por el bien y contra el mal… Ignore las divisiones y los partidismos para ser amigo de todos en la medida de lo posible, sin capitulación y sin debilidad» (Ibid. 81).
El padre Peyriguère, después de su periplo personal, se instala en El Kbab y sabe lo que quiere ser y para lo que ha sido llamado. Estas son sus palabras:
“El padre Foucauld alcanza toda su talla en la Iglesia de las misiones y ante el apostolado cristiano, por haber dicho y vivido el significado y la densidad mística, el significado y la densidad apostólica de las presencia silenciosa del apóstol, en realidad de todo cristiano, allá dondequiera que esté: he aquí el alma y la esencia del mensaje foucauldiano” (A. PEYRIGUERE, El tiempo de Nazaret, Nova Terra, Barcelona 1967, 87)
Ser apóstol en Nazaret es sumergirse plenamente en el misterio de la encarnación, tal como lo vivió Foucauld. Peyriguère se hace berebere para llevar el mensaje de salvación a sus hermanos bereberes. Es al mismo tiempo bucear en el misterio de la propia persona, para ir desposeyéndose de todo lo superfluo y encontrar, en lo más íntimo del ser, el misterio de la encarnación. Peyriguère siente la llamada misionera que nace de su misma esencia cristiana:
“Todo cristiano ha de ser misionero, todo cristiano ha de ser salvador con Jesús. Ser cristiano en su pensamiento es, para cada persona, saberse y aceptarse como responsable en su propia alma y en su propia vida de los destinos del misterio de la Encarnación, pero también saberse y aceptarse responsable del misterio de los demás y del mundo entero” (Ibid. 84-85).
El misterio de la Salvaci6n, a través del misterio de la Encarnación como fruto y consecuencia del misterio del Amor de Dios, es lo que querrá vivir el padre Peyriguère en su ermita de El Kbab. Para ello se hará berebere, será uno más, intentará identificarse hasta el último detalle, ropa, comida, lenguaje, para que, tal como él mismo dirá con un deje de intima satisfacción y de sencillez evangélica, que a través de él, este nuevo berebere, Cristo puede ser también berebere y también a través de él sus hermanos bereberes puedan descubrir a su hermano Jesús. Esta vocación de exploración y adelanto, esta vocación de encarnación profunda y total que llevará con verdadero tesón y fidelidad hasta las últimas consecuencias, y en la que quedan recogidas todas sus ansias de justicia y amor a los más pobres, de ternura y heroísmo, de tenacidad y humildad, de búsqueda en los grandes espacios del espíritu, parece hecha a su medida y no la abandonará jamás.
El padre Peyriguere, en su Testamento espiritual, escrito el l0 de febrero de 1959, pocos días antes de su muerte, se expresa así:
“El mensaje del padre Foucauld es de una riqueza muy densa y compleja. Más que una espiritualidad particular, es simplemente, nos atrevemos a decirlo, una visión del Misterio Cristiano… tal como se ha mostrado a los Padres de la Iglesia, ante todo un mundo al que había que convertir tal como debe ser propuesto a los hombres de Dios si queremos que nos escuchen. Muchos son los que vienen a beber de su fuente. Todos, por diferentes que sean unos de otros, deben tener el derecho de inspirarse en el padre Foucauld. Perdidos en la muchedumbre, aislados y viviendo este ideal cada uno en su estado de vida, tal vez alguno o alguna viviéndolo en común, a ellos nos dirigimos. Se adhieran o no abiertamente, en el anonimato o nominalmente, al padre Foucauld, el hecho es que están en su línea. Esta doctrina misionera del padre Foucauld no está simplemente destinada a los sacerdotes y religiosos. También los seglares pueden ser llamados a hacerla suya y a informar con ella su vida. ¡De qué manera, a cada instante, Foucauld nos recuerda que todo cristiano es responsable del destino del Misterio de la Encarnación, en si mismo, sin duda alguna, pero también en el mundo entero! Para él nuestra vocación cristiana se nos ha dado como una vocación de salvadores. El mismo ha llevado en sí la magnífica obsesión de integrar la preocupación misionera en el cristianismo tal como la ha vivido y propuesto que se viva. A pesar de que ciertas expresiones que parecen más bien dirigidas a los sacerdotes y religiosos, nuestro lenguaje se dirige a todos los seglares, estén donde estén y sea cual sea su estado de vida” (A: PEYRIGUER, El tiempo de Nazaret, o. c., 185-186).
4. Vivir una amistad desinteresada
Para René Voillaume, los seguidores de Foucauld, a través de su presencia silenciosa, manifiestan, por su manera de amar, ese respeto misterioso por la libertad de la inteligencia y del corazón que hallamos en Dios: esa paciencia incansable de la misericordia divina, que está humildemente sentada a la puerta del pecador o del incrédulo, y allí espera. Y “manifestar a alguien una amistad enteramente desinteresada, amándole por sí mismo, sin intentar convencerle o traerle a la fe, aunque, desde luego, sin ocultarle nuestra fe, puede ser a menudo la única manera de revelarle la plenitud del amor que reside en Dios”(Lettres aux Fraternités I, Cerf, Paris 1960, 337).
Y en otro pasaje Voillaume afirma:
“Siguiendo a Foucauld, sus seguidores deben dar testimonio, en medio del mundo, de una vida de intimidad con Jesús, para poder irradiar el Evangelio por medio de la vida. Carlos de Foucauld siempre asoció a la vida de Nazaret la intensa actividad redentora del Sagrado Corazón. El deseo impaciente del oscuro obrero de Nazaret de salvar, por la inmolación de sí mismo, debía desbordar en el silencio de sus relaciones con el Padre. Por eso, lo que debemos desear, primariamente y ante todo, es la total comunión con la vida del Sagrado Corazón, que es el fin mismo de nuestra vida y que exige, igualmente, los contactos con los hombres, para ser vivida en plenitud” (R. VOILLAUME, Lettres aux Fraternités I, Cerf, Paris 1960, 192).
5. La amistad en el proceso de la misión
Veamos ahora unas páginas extraídas de una biografía del obispo Pedro Casaldáliga donde la presencia silenciosa de una Fraternidad de Hermanitas de Jesús del padre Foucauld, entre los indios tapirapé, a treinta kilómetros de Santa Terezinha, del Mato Grosso (Brasil), que nos mostrará la importancia de la amistad en el proceso de la misión:
“Los tapirapé se han dedicado siempre a la caza, la pesca y a una agricultura muy rudimentaria, pero desde hace unos años la artesanía se ha convertido en una buena fuente de ingresos complementarios. La casa de un artesano se conoce rápidamente porque tiene en la puerta un par de loros desplumados, la imagen de estos, con más piel que plumas, es patética. Los tapirapé aprecian mucho estas aves porque utilizan las plumas que cada año renuevan por hacer las grandes mascares características de la tribu. Awaetekatoi me enseña algunas de sus obras: sencillas, rústicas y bien acabadas. Es un tipo poco hablador pero muy simpático y acogedor. Cuando le pregunto por Casaldáliga hace una profunda inspiración, se acaricia pausadamente el mentón puntiagudo y dice: ‘Dom Pedro tiene la misma palabra que los tapirapé. Nosotros lo consideramos tapirapé’. Le pregunto si creen en el mismo Dios y clavándome sus ojos pequeños, negros y vivos sentencia: ‘Su Dios y el Dios de los tapirapé son el mismo Dios’. La opinión de Awaetekatoi no sorprende a Casaldáliga: ‘Recuerdo que en una de las primeras visitas al poblado, hace muchos años, me presentaron un viejo pâxé, una clase de sacerdote-médico, el hombre de culto de la medicina tradicional. Cuando llegué el pâxé me bendijo, me cogió las manos y me sopló insistentemente para espantar a los malos espíritus que yo pudiera traer. Me sentí sacudido porque pensé que yo podría ser un extranjero e incluso un conquistador, un invasor, ¿verdad? noté que hablaba algo en aras de estos pueblos que habían sentido la presencia de unos invasores que traían malos espíritus para sus tierras y sus culturas’.
Todavía no he visto en todo el poblado un solo signo religioso que pueda reconocer. No hay ninguna iglesia, ni ninguna cruz, pero hace más de cuarenta años que se instaló una misión de las hermanitas de Foucauld, las que trabajaban con el padre Jentel y que forman parte del equipo de la prelatura de Casaldàliga. Actualmente viven aquí las hermanitas Odile y Genoveva, que todo el mundo conoce como ‘Veva’. Ella fue la primera religiosa que llegó al poblado y ha vivido de cerca todos los conflictos que han afectado los tapirapé. Como todos los pueblos indios, estos también tienen problemas de tierra, en este caso dificultades en lograr que el gobierno haga la demarcación del territorio donde siempre han vivido y especialmente que los grandes propietarios de la región la respeten. Veva y Odile viven en una cabaña más del poblado. En su interior descubro la primera señal de su condición religiosa: cuando entramos estaban rezando en una discreta capilla de poco más de dos metros cuadrados que tienen en un rincón. Nuestra llegada hace que dejen inmediatamente la oración. Las hermanitas de Foucauld son una fraternidad contemplativa, pero su estilo de vida les lleva a estar siempre al servicio de los demás; por lo tanto, aunque sea la hora de la oración, lo abandonan si entra alguien a la casa. Otra característica de estas religiosas es la firme convicción que no pueden ni quieren enseñar nada a nadie: la gente ha de aprender por ella misma, ellas sólo quieren compartir. Veva nos invita a comer arroz y pescado del lago Tapirapé. Es una mujer de setenta y cinco años que ha pasado más de la mitad de su vida entre estos indios y parece como si, del contacto, se le hubiera pegado incluso una cierto parecido físico. El sol de la región le ha dorado y arrugado la piel, tiene los cabellos cortos, lisos y plateados, una mirada bondadosa y unas manos grandes y endurecidas por el trabajo. ‘Nosotros queremos respetar y no imponer, me dice. Cuando llegamos a este poblado la situación era muy difícil, intentamos ayudarles, pero no nos limitamos a darles medicinas, sino que les hicimos ver que había una salida, que no estaba todo acabado’.
En Silo Félix me habían explicado la dramática historia de los tapirapé y como las hermanitas de Foucauld los salvaron; también me dijeron que ellas no me explicarían nunca lo que habían hecho. No pido a Veva que me explique la historia, pero insisto en saber cual es la filosofía de vida que las impulsó a hacer lo que hicieron. ‘Para dar confianza a los tapirapé, añade Veva, decidimos asumir la vida que hacían, porque entre ellos se había creado el sentimiento de que sus creencias estaban equivocadas y empezaban a despreciar su propia lengua y a pensar que su sistema de vida era malo. Entonces, nosotras, para hacerles ver que su vida sí que tenía un sentido, decidimos asumir todo el que hacían y todo el que tenían’. ‘Nosotros tenemos la gran suerte de la presencia de las hermanitas de Foucauld, dice Casaldáliga. Es una presencia misionera de testimonio y de plena encarnación. En aquella época todavía no se usaba la palabra inculturación entre los misioneros, porque la Iglesia asumió la necesidad de inculturación hace muy pocos años, mucho después de que lo hicieran las hermanitas’. Inculturación. Una palabra que ahora tiene mucho sentido pero que era extraña cuando las hermanitas de Foucauld llegaron al poblado tapirapé. La inculturación para aquellas dos monjas llegó en el momento en que decidieron no intentar convertir los indios al cristianismo, sino que más bien fueron ellas las que se convirtieron a la manera de vivir de los tapirapé. Lo hicieron simplemente como una respuesta a la realidad que veían y como una consecuencia lógica del estilo de vida que la orden las impone. No era habitual a la sazón encontrar misioneros que actuaran de aquella manera, y descubrir esta realidad impresionó profundamente a Casaldáliga, que ha aprendido mucho de estas dos monjas” (F. ESCRIBANO, Descalç sobre la terra vermella, Edicions 62, Barcelona 2001, 120-133).
6. Los métodos misioneros y la no-violencia de Jesús
Algunos meses antes de su muerte, Massignon escribía a un amigo sacerdote diciéndole «la gran deuda que tenía con Gandhi por haberle hecho comprender la no-violencia de Jesús». Massignon comprendió que los métodos misioneros, incluso los más modernos y sutiles, se oponen al método no-violento de Jesús, que proponía sin imponer y no utilizaba la acción psicológica. Se trata de reconocer al otro tal como es y de no tratar de imponerse. Esta no-violencia pide una extrema fuerza interior, pues se verifica en el hecho de considerar al otro como un ser responsable al que se le pueden asignar tareas. Massignon criticaba ferozmente los métodos proselitistas pues veía una violación y especialmente una violación de los más pobres, de los corazones de niño con los que uno fácilmente puede abusar.
La única bienaventuranza de Jesús, del Sermón de la Montaña, que es común a Mateo y a Lucas es esta:
“Dichosos los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los cielos. Felices vosotros cuando, por causa mía, os maldigan, os persigan y levanten toda clase de calumnias. Alegraos y mostraos contentos, pues vuestra recompensa es grande en el cielo. De esta misma manera trataron a los profetas que hubo antes de vosotros” (Mt 5, 1-16; Lc 6, 20-23)
Ser perseguido por causa del bien no significa necesariamente tener que andar escondido, escapar del país, ser perseguido por los poderes públicos, etc. La persecución es la contradicción que nos viene a causa de la justicia, a causa del Reino, a causa de Jesús. La persecución no es siempre algo físico, y habitualmente no es física. El martirio es algo extraordinario: Es la persecución llevada al extremo. Normalmente la persecución es más sutil, más psicológica. Son las contradicciones que nos vienen por actuar de una manera recta, y nos llegan, a veces, de personas y sectores que uno no esperaría.
7. Ser testigos de la bondad
Resulta que la presencia de una persona buena no deja indiferente, lo que pasa es que lo que para una persona es virtud, para otras es debilidad. Donde uno ve generosidad sin límites, otros condenan el exceso vituperando su inmoderación. La sensibilidad a flor de piel es tildada de enfermedad; la falta de ambición, de flaqueza; la sinceridad sin reservas, de necedad, cuando no de infantilismo. Así, personas que han sido consideradas modelos de perfección para edificación de un mundo imperfecto, pasan por excéntricos, inmaduros, casos clínicos. Se admite la bondad extrema si es en un momento dado, pero no si es permanente.
Soren Kierkegaard describía de esta manera al testigo de la bondad:
“Un testigo de la bondad es una persona cuya vida transcurre desde el comienzo hasta el fin ajena a todo lo que se denomina goce… Un testigo de la bondad es una persona que da testimonio de esa bondad desde un estado de pobreza, viviendo en la mediocridad y en la humillación; una persona a quien nadie aprecia en lo que vale, a quien se aborrece, a quien se desprecia, se insulta y escarnece…; y finalmente es crucificado, decapitado, quemado en la hoguera o asado en la parrilla, y su cadáver es abandonado por el verdugo sin darle sepultura- ¡así se entierra a un testigo de la bondad!- o sus cenizas arrojadas a los cuatro vientos…” (Cf. S. KIERKEGAARD, El concepto de angustia, Ediciones Orbis, Barcelona 1984).
8. Descripción de una persona buena
Me ha llamado poderosamente la atención la descripción que hace Jaime Vandor sobre la persona buena y que transmitimos aquí por su alto grado de percepción:
“Entendemos por persona buena quien es capaz de convertir su generosidad en norma y pasión, bondadoso en grado sumo, sincero y veraz en todas las ocasiones, que se entrega y nada busca para sí. Demasiado noble para este mundo, paga por ello: es incomprendido, combatido, a veces escarnecido. Un tipo que, aunque poco frecuente, si existe, pero o pasa desapercibido, o es tenido por insensato, utópico, inepto para nada, equivalente a la frase popular que dice ‘de tan bueno es tonto’. Quien lo da todo es un excéntrico y, como mínimo, un problema para su familia. Sin embargo, pese a sus ‘extralimitaciones’, esta persona que comparte el sufrimiento del prójimo, aportando ayuda y consuelo, ha de constituir para nosotros un ideal hacia el cual tender” (J. VIANDOR, Valores humanos: la cualidad esencial, El Ciervo, Barcelona 1997, nº 550).
Son aquellas mujeres y hombres que iluminan la existencia de las personas que las rodean. Gracias a ellas la vida es más alegre y esperanzada. Son personas-faro.
9. ¿Quiénes son las personas-faro?
1) Son personas cuyo objetivo en la vida no es el dinero, ni el poder, ni la gloria. Procuran no hacer daño, buscan, por el contrario, pasar haciendo el bien. Tienen los ojos y los oídos abiertos para detectar las necesidades de sus prójimos.
2) Han aprendido a dialogar, empezando por la escucha, que es su característica más visible. Y como saben escuchar, han aprendido a hablar con las palabras precisas y en las ocasiones oportunas. Y también a callar…
3) Son personas de paz que la irradian a su alrededor. No echan leña al fuego de las discordias. Son capaces de mediar en los conflictos, buscando cauces de diálogo en los enfrentamientos. No intentan imponer ninguna solución, sino que se prestan a ayudar a que la encuentren quienes están sumergidos en la discordia.
4) Han aprendido a no juzgar. Buscan en cada ser humano lo bueno que hay en ellos. Pueden enfrentarse a los abusadores, pero sin faltarles al respeto en su dignidad de personas. En su forma pacífica objetan, empleando la no violencia activa, sean cuales sean las consecuencias que les acarreen sus acciones. Son sujetos morales que tienen a su conciencia personal como regla inmediata de su conducta responsable.
5) Aportan su voz y su participación en la toma de decisiones de los grupos donde conviven. Son capaces, sin renunciar a sus convicciones básicas, de ceder en parte para llegar a acuerdos o consensos. Pero no tienen miedo, si lo ven necesario, a mantener su posición, aunque sea minoritaria, contra viento y marea. Defienden el derecho al disenso, tanto para ellos mismos, como para quienes discrepen de su postura.
6) Pueden tener muchos o pocos conocimientos y no valoran a las personas en función de los mismos. Pero todas estas personas-faro coinciden en haber alcanzado un nivel de sabiduría bastante considerable. Es un saber-sabor que nace de las experiencias de su vida, de las buenas y, sobre todo, de las dolorosas. Esa sabiduría les capacita para vivir el presente, sin refugiarse en el pasado, ni huir hacia el futuro. Saben distinguir entre las cosas esenciales de las accesorias, que muchas veces quitan el sueño al común de los mortales.
7) Estas personas-luz no son perfectas. Son humanas y, por tanto, limitadas. Es posible que descubramos en ellas incoherencias en el propósito básico de su vida. Sus detractores se aprovechan de ellas para descalificarlas. Cuando lo hacen, la sabiduría de esas personas sale a relucir. Son capaces de agradecer las críticas como medio para superarse. Y sonríen, pues son capaces de perdonarse a sí mismas y de seguir su camino, procurando no volver a caer. Aunque saben que, probablemente volverán a hacerlo.
8) Muchas de esas personas–faro pasan desapercibidas. Los medios de comunicación de masas las suelen ignorar, aunque esporádicamente pueden aparecer en algunas situaciones especiales. Su estilo de vida choca demasiado con esos falsos valores que nos inculca el pensamiento único. Claro que ellas prefieren pasar desapercibidas y tratan por todos los medios de conseguirlo. A veces, hasta las más próximas desconocen que viven al lado de alguna persona con esas características. Y sólo cuando fallecen o cuando desaparecen de nuestro entorno, es cuando nos damos cuenta del vacío que dejan en nuestra existencia. Una luz cálida se ha apagado, dejándonos más fríos y más solos… ¿Quiénes son esas personas? La Biblia los llama justos. La Iglesia los denomina santos. (Cf. P. ZABALA, Personas-faro, Acontecimiento 95, Madrid 20010/2, 15)