SAN CARLOS DE FOUCAULD 1º DE DICIEMBRE 2023 – «Predicar con la vida y la bondad»

El acceso a Dios, que es lo importante en toda acción misionera, se puede realizar de muchas maneras. Citemos las tres más importantes: a) a través de la belleza de la realidad, descubriendo el orden y la armonía; b) a través del amor desinteresado por el hermano, trabajando por la justicia y la paz; y, c) a través de la amistad, que es distinta de la caridad, ya que ésta es indiscriminada y se abre a todos los seres humanos, y, en cambio, la amistad implica preferencia por una persona determinada. De todos modos, la amistad incluye un componente universal ya que se ama a un ser humano como se quisiese amar a toda la especie humana. En la auténtica amistad no debe haber ni dominio ni dependencia, como la imagen original y perfecta de la esencia de Dios, que tenemos en la Trinidad. Es lo que dice Jesús: “Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17, 21). Así, toda amistad auténtica, presidida por el afecto, pero preservada de la dominación y de la dependencia, es una experiencia espiritual donde Dios se hace presente, ya que es Él quien posibilita la proximidad de dos seres humanos sin que peligre la autonomía de cada uno. En este sentido, la amistad sostiene la vivencia espiritual.

1. Carlos de Foucauld apóstol de la amistad

Carlos de Foucauld además de intentar durante toda su vida no hacer distinción de personas y ser “hermano universal”, vivió la experiencia de amistad también con aquellas personas a las que había sido enviado. Así, hay que señalar la especial relación que le unió con Moussa ag Amastane desde el primer momento de su encuentro en junio de 1905. Gracias a éste, Foucauld pudo instalarse en Tamanraset. Moussa es el único tuareg que ha expresado en diferentes cartas sus sentimientos sobre el marabú Carlos de Foucauld. En una de estas, enviada después de la muerte del hermano Carlos, a su hermana la Sra. de Blic, como se puede leer en el libro de R. BAZIN, Charles de Foucauld Explorateur du Maroc Ermite au Sahara, París 1921, 466, dice:

Desde que me he enterado de la muerte de nuestro amigo Carlos, su hermano, mis ojos están cerrados, todo esta oscuro para mí y he llorado. He llorado mucho y estoy de duelo riguroso. Su muerte me ha dado mucha pena… Carlos, el marabú, no está muerto solamente para vosotros, ha muerto también para nosotros. Que Dios le de misericordia y nos podamos reunir en el paraíso”.

Carlos de Foucauld, el año 1910, en una carta al padre Laurain escribe:

“Algunas visitas sinceras entre las capas más diversas de esta población, algunos me tienen mucha confianza, y con otros, si bien no tengo comunicación íntima, si hay relaciones amistosas. Esto es significativo, dada la extensa distancia que existe entre esta nación y nosotros” (Lettre au père Laurain, 27.11.1910).

              El hermano Carlos también conoce y tiene relación de amistad con otros tuareg, como le dice a su amigo Garnier en 1913 (Lettre à Garnier 23.02.1913, Archivos de la Postulación):

“He aquí, como mínimo, cuatro ‘amigos’ en los que puedo confiar del todo. ¿Cómo nos hemos hecho amigos?, de la misma manera que surge la amistad entre nosotros. No les he hecho ningún regalo, pero han comprendido que tienen en mí un amigo fiel, que me entregaba a ellos. Los que trato aquí como buenos y verdaderos amigos son: Ureg ag Uksem, jefe de los Dag-Ghali, su hermano Abahag Chikat ag Mohamed, un hombre de sesenta y seis años que no sale mucho, y el hijo de este último: Uksem ag Chikat (que yo llamo mi hijo). Hay otros con los que tengo simpatía, pero con estos puedo contar para muchas cosas. A estos cuatro les puedo pedir cualquier cosa, información o servicio y estoy seguro que harán todo lo posible por conseguirlo”.

2. Foucauld ya no habla de hermanos, sino de “amigos”

En 1904 trató de llegar a ser hermano de todas aquellas personas que no podían entender su deseo de fraternidad. Pasado el tiempo, su enfermedad de 1908 fue crucial para su “segunda conversión”, pues era incapaz de hacer nada y se pudo recuperar gracias a la ayuda de los tuareg (Cf. J. L. VÁZQUEZ BORAU, Beato carlos de Foucauld, Edibesa, Madrid 2010, págs 72-77). Así, poco a poco se fueron creando vínculos entre ellos, convirtiéndose algunos en amigos.

Según la opinión del hermano Antoine Chatelard, sucesor de Foucauld en Tamanrasset, Foucauld podía desear ser hermano de todos, pero no podía ser el amigo de todos, como lo expresa en una carta a su amigo Henry de Castries:

“Pasé todo el año 1912 en este poblado de Tamanrasset. Los tuareg son para mí, una compañía muy consoladora, no puedo dejar de decir lo buenos que son conmigo y como he encontrado también en ellos personas rectas. Uno o dos de ellos son amigos de verdad, una cosa tan extraña y preciosa en todas partes” (Lettres à Henry de Castries, Grasset, París 1938, 8. 01. 1913, 196)

Y el 18 de diciembre dice en una carta a su prima: «Mis vecinos tuareg siguen siendo muy buenos conmigo, y por parte de los familiares de Uksem, me muestran mucho afecto y una gran confianza” (Lettres à Mme de Bondy, DdB, París 1966, 225).

  La amistad pide reciprocidad y tiene grados. Se van produciendo fuertes vínculos entre él y quienes lo acogieron. Al padre Voillard, en la carta del 12 de julio de 1912, que ya hemos citado anteriormente, le dice:

“La confianza que me conceden los tuareg del poblado es cada vez más grande. Las amistades se vuelven más íntimas, y las nuevas amistades que se forman, también lo son. Intento prestar el máximo servicio”. (CH. DE FOUCAULD, Correspondances sahariennes, París, Cerf 1998, 863).

El comandante Meynier pasa por Tamanrasset a principios de 1914 y confirma lo dicho:

“En este período, el Padre de Foucauld está unido en amistad real con dos o tres familias tuareg, cosa conocida por todos los funcionarios del Sahara central. ¿Sus relaciones con ellos eran como las que hubiera podido tener con cualquier familia distinguida de sus amigos de Francia? De hecho hemos visto, mediante la lectura de su cuaderno de notas, que su relación es muy familiar” (A. CHATELARD, És possible ser germà universal i amic? L’experiència de Charles de Foucauld, Conferencia en la Sala Casaldàliga, Barcelona 10. 06. 2010).

Ahora bien, tanto sus amigos musulmanes, como los ateos o agnósticos, como por ejemplo sus grandes amigos Gabriel Tourdes y Henry Laperrine, o sus amigos judíos y protestantes de Francia, que visitó con el joven Uksem, todos forman parte de la misma relación de hospitalidad y de amor fraternal. Todos estos hombres y mujeres, muchos amigos de juventud, amigos del Sahara, tanto tuareg como franceses, musulmanes o cristianos, creyentes o no, todos los que contaba entre sus amigos, ejercieron en él, una influencia que dio forma a la evolución de su pensamiento y a su comportamiento humano, así como su fe y sus prácticas religiosas. Gracias a ellos y sin que lo notase se dejó humanizar, como se dejó moldear y convertir. Remarcable reciprocidad para aquel que al inicio, sólo pensaba en dar y en convertir! Foucauld da testimonio en medio de la lucha, de la violencia y de la desconfianza, que otro tipo de relación es posible y que la debemos realizar en el respeto, la aceptación y el amor. Incluso superó, en términos de actitud y relación, sus propias posiciones teóricas sobre el Islam. Su relación con el Islam no es tanto el descubrimiento de otra religión, que ya la conocía, si no el encontrarse con hombres y mujeres concretos, donde deposita toda su energía por entender y hablar su lenguaje y poder comprender su cultura.

3. La presencia silenciosa del apóstol

En el verano de 1919 el padre Albert Peyriguère, una vez finalizada la I Guerra Mundial y restablecido de las heridas de guerra, se reincorpora al trabajo de profesor en el seminario, sin estar del todo recuperado. Físicamente debilitado y espiritualmente inquieto, se expresa de este modo en una carta del 23 de agosto de 1919 a un amigo del campo de concentración:

“He vuelto a mi trabajo del seminario, pero las fuerzas, aún no recuperadas de las sacudidas de la guerra, me han traicionado… Ruega encarecidamente a Dios por mí. Me parece, en algunos momentos, que el Señor me llama a pertenecerle más plenamente» (A. PEYRIGUERE, Los caminos de Dios, Nova Terra, Barcelona 1968, 50).

Peyriguère ya no es el mismo, la guerra le ha cambiado. Se siente atraído hacia una vida más profunda y por otro lado le asalta una fuerte ambición de conquista. Su salud le impone un largo período de descanso y como algunos de sus compañeros habían partido hacia África para ingresar en la congregación de los Padres Blancos, dirige su mirada hacia allí, en un intento de ser coherente con sus aspiraciones de apóstol y su salud:

«La guerra ha despertado en mi, mejor dicho, ha precisado ciertas aspiraciones hacia una vida más dura, más conquistadora; la verdadera vida del evangelizador que despojado de todo, va siempre avanzando a través de los grandes espacios, hablando del Buen Maestro a las pobres almas que no le conocen. Mi corazón ya no está en Europa, y todos mis sueños me llevan hacia esa inmensa África donde millones de pobres almas esperan al misionero. Si, si mi salud me lo permite, espero ingresar en los Padres Blancos; todos los demás ministerios ya no me dicen nada y me parecen demasiado ‘caseros'» (Ibid. 66).

Se pone a la búsqueda de un lugar para descansar y desempeñar algún pequeño ministerio, mientras se restablece su salud. Después de diversas consultas Mons. Lemaitre, arzobispo de Cartago, le acogerá en Túnez. De esta forma el padre. Peyriguère realiza la primera toma de contacto con el mundo del Islam. Tenía treinta y siete años cuando llegó a África, el mes de diciembre de 1920, justo cuatro años después de la muerte del hermano Carlos.

Es nombrado capellán del internado de Sillonville, al sur de la península de Capbon, donde permanecerá dos años en condiciones que le permiten descansar y reflexionar. Consciente de que está de paso y que debe partir ya definitivamente a realizar su apostolado entre los infieles, ingresa en los Padres Blancos. Y es aquí, en un ambiente de tranquilidad y de profunda reflexión, donde se va a realizar un encuentro que va a ser definitivo en la orientación de la vocación del padre Peyriguère.

Aparece en Francia, en aquel año 1921, el libro de René Bazin Charles de Foucauld, explorateur du Maroc, ermite du Sahara. No tardó en leerlo el padre Peyriguère, porque ya en su correspondencia sostenida con su amigo de guerra, se deja entrever cómo ha captado y le ha impresionado el mensaje del padre Foucauld. Aquello era lo que tanto tiempo le había tenido intranquilo, era la expresión de su vivencia interior:

«Me parece que el apostolado directo no le será posible por ahora. Pero tranquilícese, hay una manera de ser apóstol que está inmediatamente a su alcance y que puede ser fecunda. Lo quiera o no, sus ejemplos y sus palabras, tendrán una influencia directa a su alrededor, a corto o a largo plazo, no importa… Nada se pierde en el mundo moral y cuando los hombres tienen ante los ojos el espectáculo de un hogar verdaderamente cristiano, en donde, lejos de las pequeñeces, de las vulgaridades que a ellos les esclavizan, sientan arder de verdad la llama del ideal, no es posible que de una forma u otra no se sientan arrastrados hacia él… Serán el punto luminoso y ardiente, desde donde irradiará el ideal sobre las pobres almas del vecindario, tan hundidas en la materia, y estos no podrán dejar de sentirse impresionados de la misma manera que seria imposible encontrarse a pleno sol sin sentirse inundados de luz y de calor» (Ibid. 66).

De nuevo otro hecho, insalvable, desviará su camino; una grave disentería compromete definitivamente y sin remedio su deseo de ingresar en los Padres Blancos. Pero su espíritu se deja llevar, porque ante todo está su deseo es cumplir la voluntad de Dios, y se expresa de esta forma en una carta del 3 noviembre1921:

“De momento la cosa apenas marcha. He sido agraciado con una disentería que me tiene agarrado desde hace cuatro meses; me agota y adelgazo continuamente. Tal vez el severo régimen a que estoy sometido logrará dominarla del todo. Pida que sepa aceptar esta prueba, no tanto en si misma, sino porque me obliga a detenerme en relación al cumplimiento de mis sueños y me hace temer que tendré que renunciar a ellos. Que sepa aceptar siempre la voluntad de Dios… En cuanto al apostolado repítase a si mismo estas palabras de un sacerdote que me ha influido mucho en estos últimos tiempos: ‘Se puede hacer más apostolado por lo que se es, que por lo que se dice o por lo que se hace'»(máxima del padre Huvelin, citada por R. Bazin en su libro sobre Carlos de Foucauld) (Ibid. 78).

Y de qué manera tan delicada le hablará a su amigo, en una carta del 2 enero de 1922,y el padre Foucauld de su espiritualidad de Nazaret, que consiste fundamentalmente en ser “amigo de todos”:

«Ojala su hogar, en medio del árido desierto que es el mundo para el corazón del Maestro, sea aquel acogedor oasis en el que Jesús pueda poner el pie y encontrar un poco de reposo y un poco de amor; está tan olvidado en todas partes, Él, que es tan necesario a las almas. Ojala que su hogar sea también como el centro desde donde irradie mucha bondad para hacer que Jesús sea amado… Luego sea en su pueblo ‘mensajero de paz’, manténgase totalmente apartado de las querellas. Con una firmeza incansable sepa tomar partido por el bien y contra el mal… Ignore las divisiones y los partidismos para ser amigo de todos en la medida de lo posible, sin capitulación y sin debilidad» (Ibid. 81).

El padre Peyriguère, después de su periplo personal, se instala en El Kbab y sabe lo que quiere ser y para lo que ha sido llamado. Estas son sus palabras:

“El padre Foucauld alcanza toda su talla en la Iglesia de las misiones y ante el apostolado cristiano, por haber dicho y vivido el significado y la densidad mística, el significado y la densidad apostólica de las presencia silenciosa del apóstol, en realidad de todo cristiano, allá dondequiera que esté: he aquí el alma y la esencia del mensaje foucauldiano” (A. PEYRIGUERE, El tiempo de Nazaret, Nova Terra, Barcelona 1967, 87)

Ser apóstol en Nazaret es sumergirse plenamente en el misterio de la encarnación, tal como lo vivió Foucauld. Peyriguère se hace berebere para llevar el mensaje de salvación a sus hermanos bereberes. Es al mismo tiempo bucear en el misterio de la propia persona, para ir desposeyéndose de todo lo superfluo y encontrar, en lo más íntimo del ser, el misterio de la encarnación. Peyriguère siente la llamada misionera que nace de su misma esencia cristiana:

“Todo cristiano ha de ser misionero, todo cristiano ha de ser salvador con Jesús. Ser cristiano en su pensamiento es, para cada persona, saberse y aceptarse como responsable en su propia alma y en su propia vida de los destinos del misterio de la Encarnación, pero también saberse y aceptarse responsable del misterio de los demás y del mundo entero” (Ibid. 84-85).

El misterio de la Salvaci6n, a través del misterio de la Encarnación como fruto y consecuencia del misterio del Amor de Dios, es lo que querrá vivir el padre Peyriguère en su ermita de El Kbab. Para ello se hará berebere, será uno más, intentará identificarse hasta el último detalle, ropa, comida, lenguaje, para que, tal como él mismo dirá con un deje de intima satisfacción y de sencillez evangélica, que a través de él, este nuevo berebere, Cristo puede ser también berebere y también a través de él sus hermanos bereberes puedan descubrir a su hermano Jesús. Esta vocación de exploración y adelanto, esta vocación de encarnación profunda y total que llevará con verdadero tesón y fidelidad hasta las últimas consecuencias, y en la que quedan recogidas todas sus ansias de justicia y amor a los más pobres, de ternura y heroísmo, de tenacidad y humildad, de búsqueda en los grandes espacios del espíritu, parece hecha a su medida y no la abandonará jamás.

El padre Peyriguere, en su Testamento espiritual, escrito el l0 de febrero de 1959, pocos días antes de su muerte, se expresa así:

“El mensaje del padre Foucauld es de una riqueza muy densa y compleja. Más que una espiritualidad particular, es simplemente, nos atrevemos a decirlo, una visión del Misterio Cristiano… tal como se ha mostrado a los Padres de la Iglesia, ante todo un mundo al que había que convertir tal como debe ser propuesto a los hombres de Dios si queremos que nos escuchen. Muchos son los que vienen a beber de su fuente. Todos, por diferentes que sean unos de otros, deben tener el derecho de inspirarse en el padre Foucauld. Perdidos en la muchedumbre, aislados y viviendo este ideal cada uno en su estado de vida, tal vez alguno o alguna viviéndolo en común, a ellos nos dirigimos. Se adhieran o no abiertamente, en el anonimato o nominalmente, al padre Foucauld, el hecho es que están en su línea. Esta doctrina misionera del padre Foucauld no está simplemente destinada a los sacerdotes y religiosos. También los seglares pueden ser llamados a hacerla suya y a informar con ella su vida. ¡De qué manera, a cada instante, Foucauld nos recuerda que todo cristiano es responsable del destino del Misterio de la Encarnación, en si mismo, sin duda alguna, pero también en el mundo entero! Para él nuestra vocación cristiana se nos ha dado como una vocación de salvadores. El mismo ha llevado en sí la magnífica obsesión de integrar la preocupación misionera en el cristianismo tal como la ha vivido y propuesto que se viva. A pesar de que ciertas expresiones que parecen más bien dirigidas a los sacerdotes y religiosos, nuestro lenguaje se dirige a todos los seglares, estén donde estén y sea cual sea su estado de vida” (A: PEYRIGUER, El tiempo de Nazaret, o. c., 185-186).

4. Vivir una amistad desinteresada

Para René Voillaume, los seguidores de Foucauld, a través de su presencia silenciosa, manifiestan, por su manera de amar, ese respeto misterioso por la libertad de la inteligencia y del corazón que hallamos en Dios: esa paciencia incansable de la misericordia divina, que está humildemente sentada a la puerta del pecador o del incrédulo, y allí espera. Y “manifestar a alguien una amistad enteramente desinteresada, amándole por sí mismo, sin intentar convencerle o traerle a la fe, aunque, desde luego, sin ocultarle nuestra fe, puede ser a menudo la única manera de revelarle la plenitud del amor que reside en Dios”(Lettres aux Fraternités I, Cerf, Paris 1960, 337).

Y en otro pasaje Voillaume afirma:

“Siguiendo a Foucauld, sus seguidores deben dar testimonio, en medio del mundo, de una vida de intimidad con Jesús, para poder irradiar el Evangelio por medio de la vida. Carlos de Foucauld siempre asoció a la vida de Nazaret la intensa actividad redentora del Sagrado Corazón. El deseo impaciente del oscuro obrero de Nazaret de salvar, por la inmolación de sí mismo, debía desbordar en el silencio de sus relaciones con el Padre. Por eso, lo que debemos desear, primariamente y ante todo, es la total comunión con la vida del Sagrado Corazón, que es el fin mismo de nuestra vida y que exige, igualmente, los contactos con los hombres, para ser vivida en plenitud” (R. VOILLAUME, Lettres aux Fraternités I, Cerf, Paris 1960, 192).

5. La amistad en el proceso de la misión

Veamos ahora unas páginas extraídas de una biografía del obispo Pedro Casaldáliga donde la presencia silenciosa de una Fraternidad de Hermanitas de Jesús del padre Foucauld, entre los indios tapirapé, a treinta kilómetros de Santa Terezinha, del Mato Grosso (Brasil), que nos mostrará la importancia de la amistad en el proceso de la misión:

“Los tapirapé se han dedicado siempre a la caza, la pesca y a una agricultura muy rudimentaria, pero desde hace unos años la artesanía se ha convertido en una buena fuente de ingresos complementarios. La casa de un artesano se conoce rápidamente porque tiene en la puerta un par de loros desplumados, la imagen de estos, con más piel que plumas, es patética. Los tapirapé aprecian mucho estas aves porque utilizan las plumas que cada año renuevan por hacer las grandes mascares características de la tribu. Awaetekatoi me enseña algunas de sus obras: sencillas, rústicas y bien acabadas. Es un tipo poco hablador pero muy simpático y acogedor. Cuando le pregunto por Casaldáliga hace una profunda inspiración, se acaricia pausadamente el mentón puntiagudo y dice: ‘Dom Pedro tiene la misma palabra que los tapirapé. Nosotros lo consideramos tapirapé’. Le pregunto si creen en el mismo Dios y clavándome sus ojos pequeños, negros y vivos sentencia: ‘Su Dios y el Dios de los tapirapé son el mismo Dios’. La opinión de Awaetekatoi no sorprende a Casaldáliga: ‘Recuerdo que en una de las primeras visitas al poblado, hace muchos años, me presentaron un viejo pâxé, una clase de sacerdote-médico, el hombre de culto de la medicina tradicional. Cuando llegué el pâxé me bendijo, me cogió las manos y me sopló insistentemente para espantar a los malos espíritus que yo pudiera traer. Me sentí sacudido porque pensé que yo podría ser un extranjero e incluso un conquistador, un invasor, ¿verdad? noté que hablaba algo en aras de estos pueblos que habían sentido la presencia de unos invasores que traían malos espíritus para sus tierras y sus culturas’.

  Todavía no he visto en todo el poblado un solo signo religioso que pueda reconocer. No hay ninguna iglesia, ni ninguna cruz, pero hace más de cuarenta años que se instaló una misión de las hermanitas de Foucauld, las que trabajaban con el padre Jentel y que forman parte del equipo de la prelatura de Casaldàliga. Actualmente viven aquí las hermanitas Odile y Genoveva, que todo el mundo conoce como ‘Veva’. Ella fue la primera religiosa que llegó al poblado y ha vivido de cerca todos los conflictos que han afectado los tapirapé. Como todos los pueblos indios, estos también tienen problemas de tierra, en este caso dificultades en lograr que el gobierno haga la demarcación del territorio donde siempre han vivido y especialmente que los grandes propietarios de la región la respeten. Veva y Odile viven en una cabaña más del poblado. En su interior descubro la primera señal de su condición religiosa: cuando entramos estaban rezando en una discreta capilla de poco más de dos metros cuadrados que tienen en un rincón. Nuestra llegada hace que dejen inmediatamente la oración. Las hermanitas de Foucauld son una fraternidad contemplativa, pero su estilo de vida les lleva a estar siempre al servicio de los demás; por lo tanto, aunque sea la hora de la oración, lo abandonan si entra alguien a la casa. Otra característica de estas religiosas es la firme convicción que no pueden ni quieren enseñar nada a nadie: la gente ha de aprender por ella misma, ellas sólo quieren compartir. Veva nos invita a comer arroz y pescado del lago Tapirapé. Es una mujer de setenta y cinco años que ha pasado más de la mitad de su vida entre estos indios y parece como si, del contacto, se le hubiera pegado incluso una cierto parecido físico. El sol de la región le ha dorado y arrugado la piel, tiene los cabellos cortos, lisos y plateados, una mirada bondadosa y unas manos grandes y endurecidas por el trabajo. ‘Nosotros queremos respetar y no imponer, me dice. Cuando llegamos a este poblado la situación era muy difícil, intentamos ayudarles, pero no nos limitamos a darles medicinas, sino que les hicimos ver que había una salida, que no estaba todo acabado’.

  En Silo Félix me habían explicado la dramática historia de los tapirapé y como las hermanitas de Foucauld los salvaron; también me dijeron que ellas no me explicarían nunca lo que habían hecho. No pido a Veva que me explique la historia, pero insisto en saber cual es la filosofía de vida que las impulsó a hacer lo que hicieron. ‘Para dar confianza a los tapirapé, añade Veva, decidimos asumir la vida que hacían, porque entre ellos se había creado el sentimiento de que sus creencias estaban equivocadas y empezaban a despreciar su propia lengua y a pensar que su sistema de vida era malo. Entonces, nosotras, para hacerles ver que su vida sí que tenía un sentido, decidimos asumir todo el que hacían y todo el que tenían’. ‘Nosotros tenemos la gran suerte de la presencia de las hermanitas de Foucauld, dice Casaldáliga. Es una presencia misionera de testimonio y de plena encarnación. En aquella época todavía no se usaba la palabra inculturación entre los misioneros, porque la Iglesia asumió la necesidad de inculturación hace muy pocos años, mucho después de que lo hicieran las hermanitas’. Inculturación. Una palabra que ahora tiene mucho sentido pero que era extraña cuando las hermanitas de Foucauld llegaron al poblado tapirapé. La inculturación para aquellas dos monjas llegó en el momento en que decidieron no intentar convertir los indios al cristianismo, sino que más bien fueron ellas las que se convirtieron a la manera de vivir de los tapirapé. Lo hicieron simplemente como una respuesta a la realidad que veían y como una consecuencia lógica del estilo de vida que la orden las impone. No era habitual a la sazón encontrar misioneros que actuaran de aquella manera, y descubrir esta realidad impresionó profundamente a Casaldáliga, que ha aprendido mucho de estas dos monjas” (F. ESCRIBANO, Descalç sobre la terra vermella, Edicions 62, Barcelona 2001, 120-133).

6. Los métodos misioneros y la no-violencia de Jesús

Algunos meses antes de su muerte, Massignon escribía a un amigo sacerdote diciéndole «la gran deuda que tenía con Gandhi por haberle hecho comprender la no-violencia de Jesús». Massignon comprendió que los métodos misioneros, incluso los más modernos y sutiles, se oponen al método no-violento de Jesús, que proponía sin imponer y no utilizaba la acción psicológica. Se trata de reconocer al otro tal como es y de no tratar de imponerse. Esta no-violencia pide una extrema fuerza interior, pues se verifica en el hecho de considerar al otro como un ser responsable al que se le pueden asignar tareas. Massignon criticaba ferozmente los métodos proselitistas pues veía una violación y especialmente una violación de los más pobres, de los corazones de niño con los que uno fácilmente puede abusar.

La única bienaventuranza de Jesús, del Sermón de la Montaña, que es común a Mateo y a Lucas es esta:

“Dichosos los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los cielos. Felices vosotros cuando, por causa mía, os maldigan, os persigan y levanten toda clase de calumnias. Alegraos y mostraos contentos, pues vuestra recompensa es grande en el cielo. De esta misma manera trataron a los profetas que hubo antes de vosotros” (Mt 5, 1-16; Lc 6, 20-23)

Ser perseguido por causa del bien no significa necesariamente tener que andar escondido, escapar del país, ser perseguido por los poderes públicos, etc. La persecución es la contradicción que nos viene a causa de la justicia, a causa del Reino, a causa de Jesús. La persecución no es siempre algo físico, y habitualmente no es física. El martirio es algo extraordinario: Es la persecución llevada al extremo. Normalmente la persecución es más sutil, más psicológica. Son las contradicciones que nos vienen por actuar de una manera recta, y nos llegan, a veces, de personas y sectores que uno no esperaría.

7. Ser testigos de la bondad

Resulta que la presencia de una persona buena no deja indiferente, lo que pasa es que lo que para una persona es virtud, para otras es debilidad. Donde uno ve generosidad sin límites, otros condenan el exceso vituperando su inmoderación. La sensibilidad a flor de piel es tildada de enfermedad; la falta de ambición, de flaqueza; la sinceridad sin reservas, de necedad, cuando no de infantilismo. Así, personas que han sido consideradas modelos de perfección para edificación de un mundo imperfecto, pasan por excéntricos, inmaduros, casos clínicos. Se admite la bondad extrema si es en un momento dado, pero no si es permanente.

Soren Kierkegaard describía de esta manera al testigo de la bondad:

“Un testigo de la bondad es una persona cuya vida transcurre desde el comienzo hasta el fin ajena a todo lo que se denomina goce… Un testigo de la bondad es una persona que da testimonio de esa bondad desde un estado de pobreza, viviendo en la mediocridad y en la humillación; una persona a quien nadie aprecia en lo que vale, a quien se aborrece, a quien se desprecia, se insulta y escarnece…; y finalmente es crucificado, decapitado, quemado en la hoguera o asado en la parrilla, y su cadáver es abandonado por el verdugo sin darle sepultura- ¡así se entierra a un testigo de la bondad!- o sus cenizas arrojadas a los cuatro vientos…” (Cf. S. KIERKEGAARD, El concepto de angustia, Ediciones Orbis, Barcelona 1984).

8. Descripción de una persona buena

Me ha llamado poderosamente la atención la descripción que hace Jaime Vandor sobre la persona buena y que transmitimos aquí por su alto grado de percepción:

“Entendemos por persona buena quien es capaz de convertir su generosidad en norma y pasión, bondadoso en grado sumo, sincero y veraz en todas las ocasiones, que se entrega y nada busca para sí. Demasiado noble para este mundo, paga por ello: es incomprendido, combatido, a veces escarnecido. Un tipo que, aunque poco frecuente, si existe, pero o pasa desapercibido, o es tenido por insensato, utópico, inepto para nada, equivalente a la frase popular que dice ‘de tan bueno es tonto’. Quien lo da todo es un excéntrico y, como mínimo, un problema para su familia. Sin embargo, pese a sus ‘extralimitaciones’, esta persona que comparte el sufrimiento del prójimo, aportando ayuda y consuelo, ha de constituir para nosotros un ideal hacia el cual tender” (J. VIANDOR, Valores humanos: la cualidad esencial, El Ciervo, Barcelona 1997, nº 550).

Son aquellas mujeres y hombres que iluminan la existencia de las personas que las rodean. Gracias a ellas la vida es más alegre y esperanzada. Son personas-faro.

9. ¿Quiénes son las personas-faro?

1) Son personas cuyo objetivo en la vida no es el dinero, ni el poder, ni la gloria. Procuran no hacer daño, buscan, por el contrario, pasar haciendo el bien. Tienen los ojos y los oídos abiertos para detectar las necesidades de sus prójimos.

2) Han aprendido a dialogar, empezando por la escucha, que es su característica más visible. Y como saben escuchar, han aprendido a hablar con las palabras precisas y en las ocasiones oportunas. Y también a callar…

3) Son personas de paz que la irradian a su alrededor. No echan leña al fuego de las discordias. Son capaces de mediar en los conflictos, buscando cauces de diálogo en los enfrentamientos. No intentan imponer ninguna solución, sino que se prestan a ayudar a que la encuentren quienes están sumergidos en la discordia.

4) Han aprendido a no juzgar. Buscan en cada ser humano lo bueno que hay en ellos. Pueden enfrentarse a los abusadores, pero sin faltarles al respeto en su dignidad de personas. En su forma pacífica objetan, empleando la no violencia activa, sean cuales sean las consecuencias que les acarreen sus acciones. Son sujetos morales que tienen a su conciencia personal como regla inmediata de su conducta responsable.

5) Aportan su voz y su participación en la toma de decisiones de los grupos donde conviven. Son capaces, sin renunciar a sus convicciones básicas, de ceder en parte para llegar a acuerdos o consensos. Pero no tienen miedo, si lo ven necesario, a mantener su posición, aunque sea minoritaria, contra viento y marea. Defienden el derecho al disenso, tanto para ellos mismos, como para quienes discrepen de su postura.

6) Pueden tener muchos o pocos conocimientos y no valoran a las personas en función de los mismos. Pero todas estas personas-faro coinciden en haber alcanzado un nivel de sabiduría bastante considerable. Es un saber-sabor que nace de las experiencias de su vida, de las buenas y, sobre todo, de las dolorosas. Esa sabiduría les capacita para vivir el presente, sin refugiarse en el pasado, ni huir hacia el futuro. Saben distinguir entre las cosas esenciales de las accesorias, que muchas veces quitan el sueño al común de los mortales.

7) Estas personas-luz no son perfectas. Son humanas y, por tanto, limitadas. Es posible que descubramos en ellas incoherencias en el propósito básico de su vida. Sus detractores se aprovechan de ellas para descalificarlas. Cuando lo hacen, la sabiduría de esas personas sale a relucir. Son capaces de agradecer las críticas como medio para superarse. Y sonríen, pues son capaces de perdonarse a sí mismas y de seguir su camino, procurando no volver a caer. Aunque saben que, probablemente volverán a hacerlo.

8) Muchas de esas personas–faro pasan desapercibidas. Los medios de comunicación de masas las suelen ignorar, aunque esporádicamente pueden aparecer en algunas situaciones especiales. Su estilo de vida choca demasiado con esos falsos valores que nos inculca el pensamiento único. Claro que ellas prefieren pasar desapercibidas y tratan por todos los medios de conseguirlo. A veces, hasta las más próximas desconocen que viven al lado de alguna persona con esas características. Y sólo cuando fallecen o cuando desaparecen de nuestro entorno, es cuando nos damos cuenta del vacío que dejan en nuestra existencia. Una luz cálida se ha apagado, dejándonos más fríos y más solos… ¿Quiénes son esas personas? La Biblia los llama justos. La Iglesia los denomina santos. (Cf. P. ZABALA, Personas-faro, Acontecimiento 95, Madrid 20010/2, 15)

JLVB

CARLOS DE FOUCAULD, UN MENSAJE PARA HOY

 INTERCULTURALIDAD Y DIÁLOGO INTERRELIGIOSO

Si queremos entrever como se situó Carlos de Foucauld en su misión hacia los más abandonados, será bueno comentar el artículo XXVIII de los Consejos Evangélicos o Directorio1, escritos en su plenitud de vida, para ver todo el tesoro que él nos ofrece, entresacándolo del lenguaje teológico de su época. Titula así este artículo: “Medios generales en particular para la conversión de las almas alejadas de Jesús, y especialmente de los infieles que pertenecen a las colonias de la madre patria”.2

1. ¿Qué entiende Carlos de Foucauld por la palabra infieles?

No es la primera vez que utiliza este término. En 1890 había dejado la Trapa de Notre-Dame des Neiges (Francia) por una modesta Trapa, fundada por este mismo monasterio, en Akbés (Siria). Esta Trapa estaba situada en medio de una población musulmana; los cristianos, armenios en su mayoría, que había alrededor de Akbés, eran pocos; entonces se da cuenta de la situación de “estas misiones tan aisladas de Oriente”, como le dice al padre Huvelin el 22 de septiembre de 1893; queriendo establecer en ellas pequeñas comunidades, “pequeños hogares de vida fervorosa y laboriosa” y “verlos extenderse especialmente en los países infieles, musulmanes u otros”.

              En junio de 1896 escribe una regla para esos “Nazaret”, como él les llama, y que quiere fundar: “Nos estableceremos especialmente en las ciudades (…) en los pequeños pueblos como Nazaret, en los barrios, en las ciudades de los países infieles”.

              En abril de 1900, cuando se entera de que el posible Monte de las Bienaventuranzas está en venta, elabora un proyecto para rescatarlo de los infieles3 con la finalidad de “establecerse como ermitaño-sacerdote”. Desea vivir, como escribe en Akbés en 1893 y lo repite el 7 de mayo siempre al padre Huvelin,” el misterio de la Visitación: es decir, santificar a los pueblos infieles de estos países de misión, llevando en medio de ellos, en silencio, sin predicar, a Jesús en el Santo sacramento y la práctica de las virtudes evangélicas”.

          Si se encuentra en Akbés o en Nazaret en medio de poblaciones musulmanas y si piensa en 1899 instalarse como ermitaño en medio de ellas, hay que notar que desde 1893 su perspectiva no se limita a estas: establece un proyecto de pequeñas comunidades “en los países musulmanes infieles y otros”.

              Conocemos el horizonte que se marcó cuando hizo el retiro preparatorio al subdiaconado en Notre Dame des Neiges, en diciembre de 1900: “El África subsahariana donde hay tantas almas sin evangelizar y donde monjes y ermitaños harían tanto bien”. Y cuando se introduce en el desierto le dice al padre Caron el 8 de abril de 1905, “el Sahara es siete u ocho veces más grande que Francia y más poblado que lo que se creía anteriormente”. Así comprende que un gran número de seres humanos están abandonados: nadie les ha presentado a Jesús y a su Evangelio. Este vacío le sobrecoge.

              En marzo de 1901, durante su retiro de diaconado, no llama a los futuros miembros de la congregación que espera fundar “Ermitaños”, sino “Hermanitos” del sagrado Corazón de Jesús. Escribe al padre Caron el 8 de abril de 1905 diciéndole que en sus retiros de preparación al diaconado y al sacerdocio se ha convencido que hay que “llevar la vida de Nazaret” “entre las ovejas más necesitadas”; la población del Sahara le parecía de esta categoría: “Ningún pueblo me parece tan abandonado como éste”. Abandonado: esta palabra es significativa; hay, según él, pueblos infieles, que lo son porque no han sido tenidos en cuenta, se les ha dejado solos y disminuidos, sin ninguna ayuda y sostén, abandonados.

Así su elección, su destino es dictado por este primer punto de referencia: los “infieles”, los abandonados. Se remarcará que son los más abandonados los que le atraen y hacia los que quiere ir en primer lugar: los más alejados de Dios, no por su falta, sino porque han sido abandonados.

Retomando la clasificación que hacía de los diferentes “infieles”, se ve claramente que para él están los infieles de Francia, Europa, de América, los infieles que se encuentran en países cristianos; son los no-bautizados, los ateos; es verdad que están alejados del Evangelio, pero no están abandonados: alrededor de estos, en su familia o vecindad hay cristianos, sacerdotes o laicos que pueden ayudarles, como le ocurrió al mismo Foucauld cuando era agnóstico y se convirtió gracias a la bondad y la acción silenciosa de María de Bondy y el encuentro con el padre Huvelin. Por otro lado, están los infieles que no tienen a su alrededor vecinos o signos cristianos; están sin presencia cristiana. Es a estos a los que hay que ir. Además, algunos de estos infieles están en contacto con naciones cristianas a través de la colonización; estas naciones tienen una doble responsabilidad: ayudar al desarrollo de los países colonizados y, en tanto que cristianos, llevarles el Evangelio. Sobre esto Foucauld hace frecuentemente la comparación con la situación de los padres cristianos que tienen que educar a sus hijos en el crecimiento humano y en la fe. El mismo Foucauld, huérfano de padre y madre, a la edad de cinco años conoció la situación de abandono, por eso su corazón se dirige a los que humanamente y espiritualmente conocen la misma situación. Así, para él ”infieles” no indica rechazo hacia los que no tienen nuestra fe, sino todo lo contrario, una palabra que manifiesta el deseo de ir al encuentro de aquellos de los que nadie se ocupa, que han sido abandonados.

Finalmente, veamos la única distinción que Foucauld hace: junto a los “países infieles” que tienen lazos con los países católicos, hay algunos que dependen de países no católicos, pero si cristianos, como las colonias británicas o alemanas. Y otros todavía que son países independientes, como el Japón, por el que, según consta en sus meditaciones de 1916, reza de un modo especial. Estos países son también abandonados y no los podemos olvidar.

Pero vuelve sin cesar sobre la responsabilidad especial que tienen las naciones católicas en relación a los países que han colonizado. Constata como las religiones no cristianas son resistentes y habla frecuentemente de las “dificultades” que se pueden encontrar en la evangelización de todos estos seres profundamente religiosos: “La conversión de los infieles es a menudo difícil”4. Y es entonces cuando subraya que el trabajo pedirá mucho tiempo: “Pasarán quizás siglos entre los primeros golpes de pico y la cosecha”, escribe al superior de los Padres Blancos, Mons. Levinhac el 1º de febrero de 1908.

Foucauld distingue bien la diferencia entre “cristianos”, “infieles” e “incrédulos”. Recordemos lo que le dijo al Dr. Dautheville cuando estuvo unos días en Tamanrasset en 1908: “Tu eres protestante. Teissère es incrédulo. Los tuaregs son musulmanes. Estoy persuadido de que Dios nos recibirá a todos si lo merecemos”. Teissère es un “incrédulo”, un ateo; Dautheville es un “cristiano”; los tuaregs son “infieles”, es decir personas religiosas que tienen otra confesión diferente a la fe cristiana. Foucauld, a finales de 1913, precisa bien que no son infieles “los no bautizados de Europa, los ateos de Europa o de América”. El quiere limitar su misión a los infieles, en concreto a los infieles de las colonias francesas. Pero piensa también en los “infieles” y en los “ateos” que se encuentran en Francia. Treinta años antes del libro del padre Godin, Francia, ¿país de misión? escribe: “Hay que ser misionero en Francia como se es en país infiel y esto tiene que ser obra de todos, eclesiásticos y laicos, hombres y mujeres”. Y en una carta enviada a Joseph Hours el 8 de septiembre de 1913, expone para las misiones de Francia con los infieles y ateos los mismos métodos que ha preconizado para los países infieles de ultramar: la amistad, la confianza, “la simplicidad, la moderación en nuestra vida”5.

Su elección quiso ser limitada. Lo que podemos decir es que Foucauld tomó tal como era la situación de la colonización, pensando que este fenómeno nada más tenía un tiempo y como ya se había producido, por el momento había que asumirlo sacando el máximo provecho espiritual posible. Y, humanamente hablando, ¿qué más podía hacer en 1916 encontrándose en lo más profundo del Sahara, que estar a la escucha del futuro de su región, de vivir de un modo humilde y afectuoso, en amistad con todos y al servicio de todos? Además, deseando que hombres y mujeres de toda condición viniesen a instalarse como él en esta colonia y viviesen en la misma actitud de bondad y en la misma fraternidad con los tuaregs, intentando vivir el Evangelio en su existencia cotidiana. Así, el artículo IV de los estatutos de la cofradía de 1916, lo titula “Prácticas”, donde resume la perspectiva foucouldiana, “Amor fraterno a todos los hombres”. “Mostrar con la vida lo que es el Evangelio, ser bueno, hacer ver en si la bondad de Jesús; establecer afectuosas relaciones con todos los que nos rodean”. Y más en particular, en el apartado del “Amor fraterno con los infieles de las colonias francesas”, es allí donde habla de enviar a estos países un número suficiente de “sacerdotes, religiosos y cristianos fervorosos destinados a ser misioneros laicos al estilo de Priscila y Aquila”.

2. ¿Qué medios utiliza Foucauld para la evangelización?

“Los principales medios recomendados a los hermanos y hermanas para la conversión de las almas, y particularmente para las de los infieles de las colonias de su patria son: 1º el santo sacrificio de la misa; 2º la presencia de la sagrada eucaristía; 3º la santificación personal; 4º la oración; 5º la penitencia; 6º el buen ejemplo; 7º la bondad; 8º el establecimiento de relaciones de amistad con las personas, con el constante deseo de hacer el bien a sus almas; 9º la ayuda prestada a los sacerdotes, religiosos y religiosas que trabajan por la salvación de las almas fuera del lugar en que se está, y particularmente de los que entre ellos trabajan en la conversión de los infieles de las colonias de la madre patria”6.

Cuando Foucauld habla que quizá tendrán que pasar siglos, como queriendo indicar “largo tiempo”, para que brote la fe cristiana, hay que recordar lo que le expuso a J. Hours sobre “los medios a emplear para la evangelización” en su carta del 25 de noviembre de 1911: “Lo primero preparar el terreno en silencio por la bondad”. Los términos “preparar el terreno” y la “bondad” están en dialéctica: la bondad es silenciosa y el silencio es una paciencia que manifiesta la bondad, es decir, la voluntad de respectar al otro, de no intervenir con violencia contra su voluntad. Se trata de una bondad sin “ideología”, que es el punto más alto al que puede llegar el espíritu humano. Una bondad que crea la fraternidad, una bondad que puede existir evangelizando si no se reduce a una instrumentalización para conseguir conversiones, si no es una ideología disfrazada, pues la bondad como la no-violencia pueden ser ideologías. E. Levinas afirma: “La pequeña bondad que va del ser humano a su prójimo se pierde y se deforma cuando se convierte en doctrina, tratado de política, Partido, Estado, e incluso Iglesia”7. Foucauld no va tras el bien ni el triunfo de una causa, practica la bondad. Esta bondad de la que habla Foucauld marcó mucho a su amigo y discípulo Luis Massignon, que en un artículo titulado “Las delicadas invenciones surgidas de la ingeniosa bondad de Foucauld” nos habla de su “delicadeza inexpresable: Él no pedía, no reclamaba nada, vigilaba, esperaba la hora de la gracia, evitando herir a ninguna alma, no molestar a nadie, aunque sea ligeramente. Recuerdo el gesto rápido, afectuoso y discreto, con el que levantó, delante de mí, a un joven musulmán que había resbalado, una imagen de piedad de un buen sacerdote acostumbrado a la bondad”8.

          El padre Huvelin le había invitado especialmente a esta evangelización por la bondad. Veamos lo que dice en su carnet, que escribió en Tamanrasset en una página que lleva por título: “Lo que me ha dicho el padre Huvelin en mi viaje a Francia en 1909”, donde dice esto: “Mi apostolado debe ser el apostolado de la bondad. Viéndome se deben decir: ‘Si este hombre es bueno, su religión debe ser buena’. Si se me pregunta porqué soy dulce y bueno, debo decir: ‘Porque soy el servidor de alguien más bueno que yo. ¡Si supieses como es de bueno mi Maestro JESÚS!’ Quisiera ser tan bueno que se pueda decir: Si así es el servidor, ¿cómo debe ser el Maestro?”. Palabras que Foucauld entendía bien pues el padre Huvelin y su prima María de Bondy habían actuado con la misma bondad silenciosa con él antes de su conversión: podía dar testimonio de que había sido esta mediación la que le había conducido a Dios.

          Se puede decir que la bondad no es patrimonio de los cristianos o de los creyentes, que otros, que no tienen convicciones religiosas la viven y dan testimonio de este “punto más alto” del “espíritu humano” y que por tanto no es una prueba. Si, e incluso también el martirio, que Pascal veía una prueba casi decisiva, no es exclusivo de los cristianos: otros van por otras causas. Nosotros decimos simplemente que Foucauld ha propuesto a los discípulos de Jesús, y con más insistencia a los miembros de su familia espiritual, vivir la Misión antes que nada siendo buenos, una bondad cotidiana y simple. Y esto previo a toda predicación y enseñanza catequética, con una paciencia estrictamente respetuosa por el camino del otro. A finales de 1911, cuando Foucauld invitó a Massignon a pasar con él algunos meses en el Sahara, y sabiendo que este joven era un recién y ardoroso convertido, le da este programa de actuación: “Harás amistad con la población, no les hablarás del dogma, pero te dejarás querer por ellos y serás el amigo de todos”.

3. ¿Fue Foucauld un misionero?

A partir de 1908 ya de una manera muy clara Foucauld se ve a sí mismo misionero. No era un monje “escondido” en tierra de misión. La palabra “escondido” Foucauld, no lo utiliza nunca. Él es un misionero. Y si hay una real novedad en él, no lo es por “una nueva especie de monje”, sino por una nueva especie de misionero, o misionero de una especie rara. En una carta suya del 29 de julio de 1916 a René Bazín, dice: “Los misioneros aislados como yo…”. Es decir, él se define netamente como misionero. Por el momento es un caso aparte, cosa que lamenta: “Los misioneros aislados como yo son muy raros”; y lo repite otra vez un poco más adelante en su carta: “Hay pocos misioneros aislados haciendo el trabajo de desbrozadores”.

              En su respuesta a Bazin, Foucauld describe al misionero normal, (piensa por ejemplo en los Padres Blancos), aquel que forma parte de un grupo de varios sacerdotes y que se dedica a las “obras de ayuda y educación”, realizando un “ministerio parroquial”, llegando a afirmar con rotundidad: “Esta vida no es la mía”. Él es “un misionero aislado”, señalando que su “soledad se encuentra en medio de poblaciones muy diseminadas”. Que cambio tan grande se ha producido en Foucauld! Antes Foucauld quería crear “fraternidades” aisladas del mundo, perdidas en la contemplación, a semejanza de María y José en Nazaret alrededor de Jesús. Hoy es un misionero perdido en medio de un inmenso territorio, buscando sin cesar “estar en la más amplia relación” con “estas poblaciones tan desimanadas”; es un misionero aislado, que está solo para ir al encuentro de poblaciones “todavía alejadas de espíritu y de corazón” de Jesús. Él no se encierra con Jesús, sale fuera, como el buen pastor, aquel que de entrada va a buscar a las ovejas “más abandonadas”, o como aquel que se pone a la búsqueda de los más excluidos para invitarles al banquete. Se trata de poner en marcha “relaciones de amistad”: actuar de tal manera que en el Sahara, cristianos y musulmanes lleguen a ser amigos, esta es la finalidad que deben perseguir los “misioneros aislados” empleando solamente “la bondad, el amor y la prudencia”.

              Este trabajo de amistad las autoridades francesas no lo pueden prohibir. Pero paradoxalmente algunos fieles católicos le critican por este aspecto: ¿cómo es posible que Foucauld no predique directamente y enseñe la fe? ¿no esconde su bandera en el bolsillo? Y, ¿cuál es la razón de que tarde en predicar la buena nueva del Evangelio? Otros fieles, a la inversa, ponen el acento sobre lo que ellos llaman el ocultamiento de Foucauld, hasta el punto de desconocer su perspectiva misionera integral, perspectiva a largo plazo, pero no por eso menos pura y vigorosa. Esto pone de relieve la dificultad de captar a Foucauld en la tensión que pone entre un horizonte quizá lejano de irrupción de la fe cristiana y el surgimiento de Iglesia, y un hinc et nunc consagrado a la gratuidad de las relaciones de verdadera amistad, en estricta igualdad fraterna.

              Foucauld vive esta tensión en la vida de cada día; es esta tensión lo que hace de él, estrictamente, un misionero; él es fundamentalmente un misionero, en sus búsquedas de contacto, relación y amistad. No llamemos a esta tarea “pre-misión”; para él, la relación de amistad que hay que crear es el amor, es el Reinado de Jesús ya presente; es la Misión, la espera de la lejana conversión final, el Reino que tiene que venir. Para él los tuaregs están ya trabajados en su corazón por el Espíritu Santo y ya tienen una manera de dialogar con El, en su libertad; las relaciones de amistad, respetuosas con la libertad del otro, manifiestan y hacen ya vivir las relaciones de amistad análogas que se viven con el espíritu.

              Si hay alguna novedad que Foucauld, movido por el espíritu, ha promovido en la Iglesia, es su concepción de “misioneros aislados”: sacerdotes y laicos esparcidos por todas partes, nómadas, en movimiento, en visitación, en diáspora en un mundo refractario a la fe cristiana, y que se esfuerzan en crear “relaciones de amistad”, actuando de tal manera que establezcan el contacto, el diálogo, la amistad entre cristianos y aquellos que tienen otras convicciones, sobretodo las convicciones más alejadas de la fe cristiana.

              Para Foucauld hay necesidad y urgencia de ver surgir este género de misioneros. Todo bautizado puede llegar a ser un misionero de este tipo. Todo cristiano lo puede ser en su condición humana común, en su familia, barrio, trabajo: Nazaret continúa siendo para él, más que nunca, la referencia para esta tarea de “misionero aislado”: Jesús vivió en Nazaret, en la “Galilea de los paganos”, y no en la santa Jerusalén, mezclado con la población de su pueblo en un intercambio constante y una amistad cotidiana con ella. En los estatutos de 1909, Foucauld escribe que Jesús “vivió en medio del mundo. Lo que Él ha querido, lo que ha escogido para Él, es de ser llamado ‘el hijo del carpintero, el carpintero hijo de María’” (art. IX). Cuando Jesús volvió más tarde a su propio pueblo, a Nazaret, no fue entendido por su predicación. El “misionero aislado” se encuentra solo en medio de un pueblo que ignora la relación de Dios y del hombre tal y como Cristo la trae; sabe que por el momento no puede hablar claramente y ser escuchado, expresarse en una predicación “abierta” y ser escuchado; sabe que su rol de” apostolado”, su misión propia se realiza en la amistad y la bondad. Sabe que Jesús ya en Nazaret es completamente “misionero” de su Padre; que anuncia ya la Buena Nueva; que incluso este primer trabajo misionero es indispensable para la predicación anunciadora del Evangelio (Francisco de Asís, nómada, hacía este anuncio por montañas y valles). Foucauld pide que cada cristiano, allí donde se encuentre, anuncie el Evangelio en y por su condición cotidiana. Hace falta pues, en relación a esto, abandonar las imágenes de un Foucauld que toma Nazaret como exaltando la sola esfera privada de la pura relación con Dios; como lo dijo bien claramente el Dr. Dautheville que vivió seis meses con él en Tamanrasset en 1908, Foucauld estaba “muy interesado por los acontecimientos humanos”, implicándose en los asuntos saharianos, la política, y la vida “diseminada” de los tuaregs. Nazaret es lo opuesto a una religión de repliegue o una doctrina de evasión.                                       

Mientras tanto, Laperrine hace publicar, en octubre 1913, en la Revue de l’École de cavalerie de Saumur, un artículo sobre Foucauld titulado «Las etapas de la conversión de un Houzard»9, Laperrine habla de su bondad, pero sin omitir su firmeza: «Daría una imagen falsa de su carácter si no puntualizo. Su indulgencia tiene límites cuando se trata de gente deshonesta, de gente que abusa por la fuerza de los débiles. Entonces surge su indignación».

Ver la carta de Foucauld a Massignon diciéndole que sería sacerdote en secreto.


1  J. L. VÁZQUEZ BORAU, Consejos Evangélicos o Directorio de Carlos de Foucauld, BAC, Madrid 2005

2  Para la presente reflexión y comentario nos apoyamos básicamente en la opinión, que compartimos, de J F SIX, El testamento de Carlos de Foucauld, Editorial San Pablo, Madrid 2005

3  Carta al padre Huvelin del 26 de abril de 1900

4  A Mons. Caron el 11 de marzo de 1909

5  A Joseph Hours el 24 de julio de 1914

6  Consejos evangélicos, o .c., 82

7  E. LEVINAS, Entre nous. Essai sur le penser à l’autre, Gasset 1991, 242.

8  Vie espirituelle, febrero 1922, 43.

    9 Hussard o en argot houzard, cf. Trésor de la langue franÇaise, Nancy, CNRS.

JLVB