Cercanía con quien pasa a mi lado

Todos los mandamientos de Jesús se resumen en uno solo: en el de amar a Dios y al prójimo, en el que ver y amar a Jesús.

El amor no es mero sentimentalismo sino que se traduce en vida concreta, en el servicio a los hermanos, especialmente, a los que tenemos al lado, empezando por las pequeñas cosas, por los servicios más humildes.

Dice Charles de Foucauld: “Cuando se ama a alguien, se está realmente en él, se está en él con el amor, se vive en él con el amor, ya no se vive en sí, uno está ‘desapegado’ de sí, ‘fuera’ de sí”.

Y por este amor se abre paso en nosotros su luz, la luz de Jesús, según su promesa: “A quien me ama… me manifestaré”. El amor es fuente de luz: amando se comprende más a Dios que es amor.

Y esto hace que amemos aún más y profundicemos en la relación con los prójimos.

Esta luz, este conocimiento amoroso de Dios es, por tanto, el sello, la prueba del verdadero amor. Es una luz cálida que nos estimula a caminar por la senda de la vida de una manera cada vez más segura y eficaz. Aunque las sombras de la existencia nos hagan incierto el camino, esta Palabra del Evangelio nos recordará que la luz se enciende con el amor y que basta un gesto concreto de amor, por pequeño que sea (una oración, una sonrisa, una palabra) para darnos ese rayo que nos permite ir adelante).

Chiara Lubich, fragmentos del Comentario a la Palabra de vida de mayo de 1999.

«Sentir dolor por los demás»

El hombre de esta fotografía no es un pobre, ni un mendigo, ni un vagabundo. Este hombre es León Tolstoi: uno de los gigantes de la literatura rusa, todo el mundo conoce su nombre, pocos conocen la extraordinaria historia que se esconde tras esta fotografía:

A los cincuenta años, Tolstoi cayó en una depresión. Su tristeza aumentaba día a día, sin razón alguna. Tolstoi era conde, uno de los hombres más ricos de su país, famoso en todo el mundo. Sin embargo, era infeliz. «El dinero no era nada, el poder no era nada. Se veía a muchos que tenían lo uno y lo otro y eran infelices. Incluso la salud no importaba mucho; había gente enferma llena de ganas de vivir y gente sana que se marchitaba angustiada por el miedo a sufrir».

Un día, en la avenida Afanasevsky, vio a un huérfano y, conmovido por la compasión, se lo llevó a su casa. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió bien. Se olvidó de sí mismo, de sus problemas, de su tristeza. A partir de ese momento, Tolstoi renunció a sus ropas de caballero, a sus lujos y privilegios y comenzó a llevar una vida sencilla, regalando lo que poseía a los necesitados.

“No me hables de religión, de caridad, de amor”, solía decir, “sino muéstrame la religión en tus acciones”. Tolstoi fue también el primer teórico de la no violencia, predicó la fraternidad entre los pueblos y sus ideas inspiraron a otra gran figura del siglo XX, Mahatma Gandhi. Hasta el día de su muerte siguió ayudando a los demás, por eso muchos decían que estaba loco. En un mundo donde sólo cuenta el tener, poseer cosas e incluso personas, donde todos quieren tomar pero nadie sabe dar, Tolstoi parecía un loco.

Un día, un viejo amigo suyo, que, a diferencia de Tolstoi, vivía en la comodidad y el lujo, le dijo: «¿Qué sentido tiene hacer todo esto? ¿Qué te importan los demás? Deberías pensar en ti mismo». A lo que Tolstoi respondió: «Si sientes dolor, estás vivo, pero si sientes el dolor de los demás, eres humano».

EL AMOR, NÚCLEO DE TODA RELIGIÓN (Willigis Jäger)

«En el koan 45 del Mumonkan dice el maestro Tozan: «Incluso Shakyamuni y Maitreya sirven a ése. Dime: ¿Quién es ése?». Todos servimos al Uno. La poesía que acompaña el caso dice: «No tires con el arco de otro; no cabalgues en el caballo de otro; no hables de las faltas de otros; no trates de averiguar los asuntos de otros».

Todos tiramos siempre el único arco y siempre cabalgamos el único caballo. Solamente existe un arco, solamente existe un caballo, solamente hay una vida que nos une a todos. Y si hablamos de las faltas de los demás, hablamos sobre nosotros mismos. Existe únicamente el Uno al que servir.

Podríamos citar muchas palabras del Nuevo Testamento que apuntan en la misma dirección: «Lo que le habéis hecho a alguno de mis hermanos, me lo habéis hecho a mí». —«Ama a tu prójimo como a ti mismo». —«Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os calumnien. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo no se lo reclames» (Lc 6,29).

Esto es un idealismo erróneo, nos dice el sentido común. Pensad tan sólo en los campos de concentración, en Bosnia, en Chechenia, en el terror del 11 de septiembre 2001, en la guerra de Irak, en el Sudán. Según la concepción general, un orden social no se puede basar en semejante ética. Los malvados se aprovecharían y nos dominarían. Un estado social no podría funcionar de esta forma.

El amor del que se trata aquí no tiene nada que ver con la moral. No conoce el «debes» y el «tienes que». Porque la persona que experimenta la vida en las cosas y en sí misma, ya no dañará a los demás. Tendrá una postura de veneración ante todo lo viviente. El moralista levantará tal vez el dedo y dirá: «Debéis volveros así». No tenemos que volvernos así, somos así. Thomas Merton lo expresó una vez de esta manera: «De repente sentí como si viese la belleza secreta del corazón, la profundidad donde no alcanza ni el pecado ni la codicia, la criatura tal como es a los ojos de Dios. ¡Ojalá pudieran (las criaturas) tan sólo verse como son realmente! Si pudiéramos vernos mutuamente de esta forma, no habría motivo para la guerra, el odio, la crueldad… Creo que el gran problema consistiría entonces en que tendríamos que postrarnos para veneramos mutuamente».

Esto suena muy elevado; como si hubiera en nosotros algo muy especial, algo muy diferente que debiéramos venerar. Quizás una religión puede expresarse así cuando cree que una determinada persona es especialmente venerable, que representa algo muy especial y destacado. Pero en el fondo esto vale para todo y para todos, porque ¡todo es santo! No nos podemos volver santos, porque todo es santo en el fondo».

Willigis Jäger
«La vida no termina nunca»

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Mi vocación es el Amor

“¡Oh, Jesús, amor mío, mi vida…!, ¿cómo hermanar estos contrastes? ¿Cómo convertir en realidad los deseos de mi pobrecita alma? Sí, a pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar a las almas como los profetas y como los doctores. Tengo vocación de apóstol… Quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar tu cruz gloriosa en suelo infiel. Pero Amado mío, una sola misión no sería suficiente para mí. Quisiera anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo, y hasta en las islas más remotas… Quisiera ser misionero no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y seguirlo siendo hasta la consumación de los siglos… (…)
La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto de diferentes miembros, no podía faltarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!”

Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897)
carmelita descalza, doctora de la Iglesia
Manuscrito “B”, IX, Manuscrito dedicado a sor María del Sagrado Corazón, 1896 (Manuscritos Autobiográficos), Adapt. sc©evangelizo.org

«Hay un corazón que late»

Hay un corazón que late, Que palpita en el Sagrario, El corazón solitario, Que se alimenta de amor. Es un corazón paciente, Es un corazón amigo, El que habita en el olvido, El corazón de tu Dios. Es un corazón que espera, Un corazón que perdona, Que te conoce y que toma, De tu vida lo peor. Que comenzó esta tarea Una tarde en el Calvario, Y que ahora desde el Sagrario Tan sólo quiere tu amor. Decidle a todos que vengan A la fuente de la vida. Que hay una historia escondida Dentro de este corazón. Decidles que hay esperanza, Que todo tiene un sentido. Que Jesucristo está vivo, Decidles que existe Dios. Es el corazón que llora En la casa de Betania. El corazón que acompaña A los dos de Emaús. Es el corazón que al joven Rico amó con la mirada. El que a Pedro perdonaba Después de la negación. Es el corazón en lucha Del huerto de los Olivos, Que amando a sus enemigos Hizo creer al ladrón. Es el corazón que salva Por su Fe a quien se le acerca. Que mostró su herida abierta Al apóstol que dudó. Decidle a todos que vengan A la fuente de la vida. Que hay una historia escondida Dentro de este corazón. Decidles que hay esperanza, Que todo tiene un sentido. Que Jesucristo está vivo, Decidles que existe Dios. Que Jesucristo está vivo, Decidles que existe Dios.

Coro FASTA Madrid Imágenes: cathopic.com

El amor razón de la existencia

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«Cuando desaparezcan el cielo y la tierra, o sea el Cosmos, sólo quedará el Puro Amor, Voluntad Creadora y nosotros absorbidos en Él.

Los que hemos amado al Amor, haciendo el bien, Alineados en la Voluntad del Sumo bien, permaneceremos amando al Amor, en el Amor y esta es la Contemplación pura».

               Reflexión de Mt 5, 17-19 – (Hno. Pablo (CEHCF)