«Un relámpago en medio de la noche» – DOMINGO I DE ADVIENTO, por Manuel Pozo Oller

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La Iglesia presenta a la comunidad de seguidores de Jesús la propuesta de intensificar en el tiempo litúrgico de Adviento la vida espiritual como preparación al misterio de la Natividad de nuestro Señor.

Para comprender este texto difícil y enigmático que la liturgia nos presenta en el Domingo I de Adviento del recién estrenado Ciclo litúrgico C invito a mis lectores a recordar la contemplación de la Encarnación que propone san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales para el Primer Domingo donde exhorta al ejercitante «a contemplar el ancho mundo nuestro, con sus luces y sombras, sus anhelos y desesperanzas, sus zonas de vida y sombras de muerte con el convencimiento de que este mundo concreto que nos ha tocado vivir necesita “redención/liberación” y, en consecuencia, necesita la llegada del salvador/libertador».

En nuestro mundo, igual que el mundo de ayer y siempre, hay mucha “gente angustiada”, porque para ellos la vida no es disfrute, sino carga pesada, porque la esperanza está herida. Muchos, y las razones son diversas, han perdido el sentido de la vida y en su horizonte solo divisan un muro infranqueable. Bien vale al comienzo de este tiempo litúrgico hacer un chequeo de nuestra esperanza para constatar en quién o en qué se fundamenta nuestra vida y nuestra acción.

El texto evangélico de este I Domingo de Adviento, tomado del evangelio de san Lucas 21,25-28.34-36, recoge dos fragmentos del discurso escatológico donde se muestra, como es propio de estos textos, la preocupación por el destino final de la humanidad y del universo. Hagamos el esfuerzo de situarnos en el espacio y el tiempo para acercarnos a la verdad del relato en un contexto de destrucción de Jerusalén con la toma y saqueo de su templo por las legiones romanas al mando de Tito. Este acontecimiento terrible para el pueblo judío es, para el parecer de san Lucas, un signo de la ruina final y universal, ya profetizada por Jesús. El pueblo de Israel, que vine y sufre estos acontecimientos, no se da por vencido ante las dificultades, sino que en sus muchas desgracias añora y sueña con la llegada del Mesías libertador tal y como la tradición anunciaba “en gloria y majestad”.

San Lucas, que es de la segunda generación de cristianos, y ha visto correr el tiempo sin la llegada del esperado mesías/libertador, intenta trasmitir a sus lectores que entre el tiempo de la ruina de Jerusalén y el juicio final no hay fecha de recapitulación final. En consecuencia, aquí y ahora, es el momento de la esperanza. No es tiempo de lamentos, sino de testimonios.

Para el discípulo de Cristo la esperanza es Jesús. Él nos invita a trabajar con alegría y confianza en la construcción del reinado de Dios, aquí y ahora, mientras esperamos el encuentro definitivo con Dios. Nada de caras tristes ante los acontecimientos de la vida porque son signos y llamadas para abrir los ojos y confiar en quién no nos abandona: “cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación” (v. 28). Mientras llega el libertador el discípulo de Jesús está llamado a recorrer con confianza, gozo y alegría el tiempo de la historia. Allí donde parezca que humanamente acaba todo … podemos afirmar que todo empieza.

Nos queda la pregunta, ¿Qué hacer ante tanto desastre, tanta violencia, tanto desamor? El evangelista, con un sentido muy práctico, nos invitar a ejercitar la virtud de la vigilancia, a abrir los ojos para mirar la realidad (vv. 29-38). Las palabras de Jesús culminan a modo de advertencia: “estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre” (vv. 29-33).

Evocando a san Carlos de Foucauld, en su memoria litúrgica eclipsada por la liturgia dominical, pedimos a Dios los dones de la vigilancia y la confianza : «Tú no nos dejarás en la oscuridad cuando necesitamos de la luz. Podremos estar en la oscuridad, a veces por largo tiempo y en forma dolorosa, pero en esa situación es cuando Tú nos vas conduciendo de la mano, sin que nos demos cuenta y cuando realmente necesitemos de la luz la tendremos. Será como un relámpago en medio de la noche que nos permite entrever como vas conduciendo la historia».

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

«En medio del desierto» – ADVIENTO

«Los grandes movimientos religiosos han nacido casi siempre en el desierto… En el desierto no es posible lo superfluo. En el silencio solo se escuchan las preguntas esenciales. En la soledad solo sobrevive quien se alimenta de lo interior»

«En el cuarto evangelio, el Bautista queda reducido a lo esencial. No es el Mesías, ni Elías vuelto a la vida, ni el Profeta esperado. Es «la voz que grita en el desierto». No tiene poder político, no posee título religioso alguno»

«El presentimiento del Bautista se puede resumir así: «Hay algo más grande, más digno y esperanzador que lo que estamos viviendo. Nuestra vida ha de cambiar de raíz»»

«En medio del desierto de la vida moderna podemos encontrarnos con personas que irradian sabiduría y dignidad, pues no viven de lo superfluo… Ellos nos invitan, como el Bautista, a dejarnos «bautizar», a sumergirnos en una vida diferente»

José Antonio Pagola

Los grandes movimientos religiosos han nacido casi siempre en el desierto. Son los hombres y las mujeres del silencio y la soledad los que, al ver la luz, pueden convertirse en maestros y guías de la humanidad. En el desierto no es posible lo superfluo. En el silencio solo se escuchan las preguntas esenciales. En la soledad solo sobrevive quien se alimenta de lo interior.

En el cuarto evangelio, el Bautista queda reducido a lo esencial. No es el Mesías, ni Elías vuelto a la vida, ni el Profeta esperado. Es «la voz que grita en el desierto». No tiene poder político, no posee título religioso alguno. No habla desde el templo o la sinagoga. Su voz no nace de la estrategia política ni de los intereses religiosos. Viene de lo que escucha el ser humano cuando ahonda en lo esencial.

El presentimiento del Bautista se puede resumir así: «Hay algo más grande, más digno y esperanzador que lo que estamos viviendo. Nuestra vida ha de cambiar de raíz». No basta frecuentar la sinagoga sábado tras sábado, de nada sirve leer rutinariamente los textos sagrados, es inútil ofrecer regularmente los sacrificios prescritos por la Ley. No da vida cualquier religión. Hay que abrirse al Misterio del Dios vivo.

«Hay algo más grande, más digno y esperanzador que lo que estamos viviendo. Nuestra vida ha de cambiar de raíz»

En la sociedad de la abundancia y del progreso se está haciendo cada vez más difícil escuchar una voz que venga del desierto. Lo que se oye es la publicidad de lo superfluo, la divulgación de lo trivial, la palabrería de políticos prisioneros de su estrategia, y hasta discursos religiosos interesados.

Alguien podría pensar que ya no es posible conocer a testigos que nos hablen desde el silencio y la verdad de Dios. No es así. En medio del desierto de la vida moderna podemos encontrarnos con personas que irradian sabiduría y dignidad, pues no viven de lo superfluo. Gente sencilla, entrañablemente humana. No pronuncian muchas palabras. Es su vida la que habla.

«En medio del desierto de la vida moderna podemos encontrarnos con personas que irradian sabiduría y dignidad, pues no viven de lo superfluo»

Ellos nos invitan, como el Bautista, a dejarnos «bautizar», a sumergirnos en una vida diferente, recibir un nuevo nombre, «renacer» para no sentirnos producto de esta sociedad ni hijos del ambiente, sino hijos e hijas queridos de Dios.