
Desde el 11 de agosto de 1905 hasta el 1 de diciembre de 1916, Charles de Foucauld vivió casi ininterrumpidamente entre los tuaregs de Ahaggar. El destino excepcional de este santo-cristiano vuelto a la fe tras una juventud disipada, su vida de ermitaño en la aridez del Sahara y luego su trágica muerte en plena guerra de los Senusitas le convirtieron en una figura familiar, al menos para el lector francés. Pero si no parecía fuera de lugar evocar a este singular personaje en el coloquio de antropólogos donde se comunicó el presente texto, es también porque ha elaborado durante estos once años una impresionante obra lingüística, que sigue siendo hoy autorizada. Los biógrafos (que fueron hagiógrafos durante mucho tiempo) han descuidado casi todos lo que han llamado la «obra profana» de Foucauld, olvidando que, durante toda su estancia en Tamanrasset, su trabajo científico representó la mayor parte de su tiempo de espera. En los últimos años, varios autores han roto este silencio, renovando al mismo tiempo la visión que de él podíamos tener. Si el personaje parece más complejo, menos conforme al icono sagrado aún hoy popularizado por la hagiografía, el lugar que podría ocupar la obra científica en su recorrido personal es, para estos autores, objeto de un vivo debate: ¿Fue Foucauld un erudito a pesar de todo? ¿de sí mismo? erudito, aunque monje? sabio porque misionero? La presente comunicación pretendía ser una contribución a un debate cuyo interés va más allá del mero Foucauld, aunque sólo sea por el papel que desempeñó en los estudios bereberes y en la historia de la colonización. El autor habla aquí del científico, pero también tuvo que dar cabida a los tormentos del monje, así como a las relaciones del hombre con los tuaregs.
DOMINIQUE CASAJUS
