NAZARET: UNA MIRADA SOBRE LA HERENCIA DE CARLOS DE FOUCAULD

P. Marc Hayet.

General de los Hermanitos de Jesús (Anderlecht-Bélgica)

Hay figuras de las que todos tenemos algo. Son bastantes las familias consagradas que miran a Carlos de Foucauld buscando una manera de vivir. En él hay hondas intuiciones evangélicas que pueden iluminar el vivir y el hacer de muchos consagrados/as de estos tiempos. Al siglo y medio de su nacimiento miramos con él a Nazaret.

15 de Septiembre 1858, Carlos de Foucauld nace en Estrasburgo ¡150 años ya! Estudiante al que todo interesa y agnóstico. Oficial conocido a la vez como un libertino vividor y como intrépido combatiente. Valiente explorador del Marruecos, entonces prohibido a los extranjeros. El contacto con la fe de los musulmanes le provoca plantearse, de nuevo, la cuestión de Dios, convertido gracias a la ayuda discreta de una prima creyente. Monje trapista primero, luego ermitaño en Nazaret, sacerdote en el Sahara Argelino para terminar, acaba su vida en medio de los Touaregs estudiando la lengua, la poesía y las costumbres con un rigor científico que incluso hoy son considerados como obras de referencia. Asesinado el 1 de Diciembre de 1916, en un momento de pánico, cuando intentaban tomarlo como rehén. Lejanos daños colaterales de la guerra que destroza Europa. Parecido personaje, francés de otro siglo, ¿tendría algo que decirnos? ¿Sería la luz que guió su vida capaz de iluminarnos a nosotros? Releamos su herencia.
“Quien quiera que ama quiere imitar: es el secreto de mi vida: he perdido mi corazón por este Jesús de Nazaret crucificado hace mil novecientos años y he buscado durante toda mi vida imitarlo hasta donde mi debilidad me ha permitido”.
En esta pequeña frase escrita a un amigo, tenemos sin duda la definición más hermosa que Carlos de Foucauld haya dado de sí mismo y de su búsqueda. Su historia, después de su conversión, es ante todo una historia de “corazón” dado y perdido, la historia de una amistad real, honda, fuerte con Alguien vivo y próximo1. Respuesta a un rostro que le ha seducido: JESÚS DE NAZARET y cuya fascinación moviliza todas sus energías. Este rostro lo ha descubierto y su seguimiento “entrevisto”, nos dice “caminando por las calles de Nazaret”, durante un viaje a Tierra Santa realizado casi inmediatamente después de su conversión. No cesará nunca descifrar los rasgos de este rostro en cada una de las etapas de su vida. Más allá de las imágenes ingenuas e infantiles que utiliza, a veces, una Sagrada Familia viviendo en una especie de perpetuo retiro, va a descubrir la riqueza del misterio que encierra y logrará ir discerniendo una manera de vida: “la vida de Nazaret puede vivirse en cualquier lugar: vívela en el lugar que sea más útil para el prójimo”.

Carlos expresará este entusiasmo inicial, haciendo oponer términos aparentemente irreconciliables: ‘Dios’ y ‘obrero en Nazaret’ (“La Trapa me hacía subir de posición (…) por eso la he dejado y he abrazado aquí la existencia humilde y oscura del divino obrero de Nazaret’). Efectivamente, Nazaret ha sido para él la revelación del misterio de Dios y su manera de actuar.

NAZARET LUGAR DE LA REVELACIÓN DEL MISTERIO DE DIOS

A menudo decimos, con palabras impregnadas de piedad, que en Nazaret Dios ha ocultado su divinidad. Pero es precisamente lo contrario: ¡Es en Nazaret donde Dios ha revelado su auténtico rostro de Dios! Cuando Él ha querido decimos quién es verdaderamente, asume el rostro de un hombre simple de Nazaret, de esa aldea desconocida en la Biblia, en una región de la periferia, alejada del Templo y de los centros religiosos, lejos de Judea y de los círculos del poder, “encrucijada de las naciones paganas” y contaminada por ellas. Como queriéndonos decir “¡Todos los grandes discursos de todas la religiones y de todas las teologías me han presentado como e! “Altísimo”, “el Otro”, “el Absoluto” “el Separado” y, sin duda, son ciertos a condición de que seamos capaces de vaciarlos de su sentido habitual! Y estaríais más cerca de captar mi realidad -que ningún término es capaz de traducir- si me llamarais el “Bajísimo”, el ” Totalmente cercano”, el “Comprometido”, el “Servido?”‘. Jesús lo afirmará con claridad: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy, pero soy un maestro y un señor que os lava los pies y si queréis ser de los míos, deberéis vosotros, también, hacer lo mismo” (Jn 13, l3s).

Los “evangelios de la infancia” con su estilo particular, no nos dicen otra cosa: el Hijo del Altísimo, el Mesías-rey que deberá sentarse en el trono de David, aquel que será llamado Hijo de Dios, que será grande, es el muchacho primogénito de una joven, prometida aun carpintero de Nazaret; nacerá lejos de la ciudad de sus ancestros, será motivo de sobresalto para el Rey y con él Jerusalén entera, accesible únicamente a los excluidos del país ya los extranjeros.

Y cuando tome conciencia de su misión que no será otra que ocuparse de los asuntos de su Padre, de estar en Su casa, descubrirá, para extrañeza de su familia, que estar en la casa de su Padre es descender con ellos a Nazaret y que ser el Hijo del Altísimo es seguir sometido a su autoridad (Lc 2,49-51).

Solo podremos exclamar: “A ti el Reino, el Poder y la Gloria” si no olvidamos que su realeza está proclamada en un cartel clavado a una cruz y que es reconocida por un condenado a muerte, majestad de un Nazareno (Jn 19, 19) que da su vida cuando parece que la pierde que su poder es el de un amigo que mendiga amor renovado de aquel que le ha traicionado (Jn 21, 1 5s) y que esta traición ha sido precisamente: “No tengo nada que ver con ese Nazareno” (Mt 26, 11s).

También en Nazaret la manera de actuar Dios adquiere una nueva luz. Ya no será Aquel que salva desde fuera con “mano poderosa y brazo extendido”. Y aunque será siempre Aquel que “guarda mis lágrimas en su odre” (Sal 56, 9) lo hará llorando con nosotros: “cargó con nuestras debilidades” (Mt 8, 17), “como nosotros, ha sido probado en todo”, “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Heb 4, 15 y 2, 11) nos dice la Escritura. No deberíamos olvidar ha sido en la vida concreta de Nazaret donde este compartir con nosotros se ha ido realizando.

¿Qué sabemos del Nazaret de Jesús? Los evangelios son muy discretos, pero lo poco que nos dicen puede ser muy significativo y ningún caso incluido por casualidad. La ofrenda de María y de José con ocasión de la presentación de Jesús es la propia de las familias modestas (Lev 12,6-8), aunque el Levítico proponga la ofrenda para familias más pobres (Lev 5,11). Tanto Nazaret como Galilea son lugares insignificantes en la historia de la salvación y por lo tanto profundamente despreciados: “¿de Nazaret puede salir algo bueno?” pregunta Natanael (Jn 1,46); “estudia y verás que de Galilea no salen profetas” dirían los Fariseos (Jn 7,52).

Para los grupos religiosos, los círculos de poder, los doctores y los instruidos, Jesús es un hombre sencillo, de baja extracción, un hombre marginal. Y la opinión sobre aquellos que le siguen no es mejor: “esa maldita gente que no conoce la ley!” (Jn 7,49). Expuesto sin protección, para los notables simple peón de un ajedrez político: “no entendéis nada, ¿no veis que es mejor que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación?”. Jesús asume, hasta el final, esta situación de hombre de pueblo ordinario y… le lleva hasta la muerte. El evangelio insiste en decirnos que en esta vida hay una revelación del rostro de Dios y de su manera de hacer: “¿crees que no puedo pedirle al Padre que me envíe enseguida más de doce legiones de ángeles? Pero entonces, ¿cómo se cumplirá lo escrito, que esto tiene que suceder?” (Mt 26, 53ss; cf Jn 11,41ss).

Impresiona pensar que todo lo que Jesús nos ha dicho sobre Dios y sobre el hombre y la relación de entrambos ha sido pensada y sentida por alguien sin importancia aparente, insignificante socialmente, uno más de ese montón de gente despreciada por los expertos y los importantes. ¡Misteriosa actitud de Dios que asume, no solamente la humanidad en general, sino esta humanidad concreta, sin duda porque la juzga más capaz de expresar correctamente quién es Él y qué es lo que quiere!

Cuando Jesús comience a enseñar y a curar, la gente de Nazaret se quedará completamente extrañada, incluso escandalizada: “¿de dónde saca éste su saber y sus milagros? ¿No es el hijo del carpintero?” (Mt 13,58). También la gente de Jerusalén se sorprenderá y preguntará: “¿cómo tiene tal cultura si no tiene instrucción?” (Jn 7, 15). Estos interrogantes tienen una respuesta muy esclarecedora en los evangelios:
“se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de saber; y la gracia de Dios le acompañaba” (Lc 2, 39ss; Lc 2, 51ss). En dos momentos, después de dos escenas que se desarrollan en el Templo, se nos presenta Nazaret como lugar de crecimiento de gracia y escuela de sabiduría2.

NAZARET, LUGAR DE FORMACIÓN Y DE CRECIMIENTO

La escuela de Jesús es la de la gente sencilla y la de la vida ordinaria, en ese medio se forma y crece: a través de sus relaciones familiares, en el pueblo, en el trabajo, observando la vida, la gente y la naturaleza, escuchando… Simplemente leyendo el evangelio podemos descubrir el tipo de personalidad que Nazaret ha ido forjando en Él y podemos, siempre, descubrir nuevos aspectos. ¿Por qué no detenernos en algunos? La liturgia familiar, la oración en la sinagoga, van formando su oración. Además, Jesús desarrolla una relación muy íntima y muy especial con Dios al que llamará Abba, papá. Y podemos ver cómo Jesús alimenta esta relación dedicando tiempos para rezar a su Padre: se levanta temprano (Mc 1, 35) o se queda tarde la noche (Mt 14,23); se aísla y lo buscan (Jn 6, 24). Es una relación siempre alerta y que surge y se despierta en cada acontecimiento y en cada encuentro (Mt 11, 25ss; Jn 11, 41) y que es acogida de una forma discreta en el secreto del corazón porque ha aprendido que “el Padre ve en lo secreto” (Mt 6, 4. 6.18).

Sin duda porque ha hecho la experiencia de la mirada de desprecio con que se mira a la gente sencilla y simple, subraya, siempre, el valor de los pequeños: “es voluntad de vuestro Padre del cielo que no se pierda ni uno de esos pequeños” (Mt 18, 14). Ni soporta todo lo que excluye a causa del origen y de la situación social:
se acerca a los leprosos y los toca, contagiándose de su impureza (Mc 1, 40-45); se deja tocar por una mujer de mala reputación (Lc 36ss); incluso se atreve a declarar “magnífica” la fe de los paganos (Le 7,9; Mc 7, 24-30).

Ha aprendido a mirar los acontecimientos todos los días como pequeños mensajes que hablan del Padre; tiene sobre las cosas y acontecimientos una especie de mirada contemplativa que le hace ir al fondo de su sentido: “mirad las flores del campo y los pájaros del cielo y pensad en vuestro Padre que vela sobre todos vosotros” (Mt 6, 25ss) “mirad el grano que crece sin que se sepa cómo y acordaos que el Reino crece, también, poco a poco aunque lo percibamos” (Mc 4, 27); “mirad esa mujer que barre toda la casa para encontrar la moneda. Pues así es como vuestro Padre busca a todos aquellos que se pierden” (Lc 15, 8s); “mirad cómo la lluvia cae sobre justos e injustos (Mt 5, 45), ved cómo el trigo y la mala hierba crecen al mismo tiempo (Mt 13, 24 ss) y entended que el Padre, que es el único que puede decir quién es malo o bueno, ofrece siempre una oportunidad para volverse hacia Él”.

Es sobre todo a la gente a la que mira con esta mirada que va más allá de las apariencias y que mira el corazón. Sí, sabe demasiado bien que hay de falso (de desprecio) en las ideas preconcebidas que tenemos sobre la gente. Él ha experimentado la generosidad espontánea de la gente que no tiene nada y quiere hacemos ver la verdadera grandeza, la dignidad de todos aquellos que encuentra: hace notar la discreta ofrenda de la viuda que ha dado todo lo que tenía (Mc 12, 41ss); invita a Simón a abrir los ojos: ¿ves esta mujer?: si ama de esta manera -esta que tú desprecias- ¡es porque ha sido perdonada! (Lc 7, 44);y a cada uno pone en frente de su conciencia cuando están dispuestos a lapidar a la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8, 1ss).

Siempre se le ve dispuesto a aprender e interrogarse cuando encuentra rectitud y fe, vengan de donde vengan: de extranjeros como el Centurión (Lc 7, 1-1O) y la Cananea (Mt 15, 21- 28) (que se expresan, como Él, en un lenguaje lleno de imágenes) o de su madre (Jn 2, 1-11); cf. Lc 2, 48-52) o del escriba de Mc 12, 34: “no estás lejos del Reino de Dios”.

Es verdad que muestra una extraordinaria sensibilidad a las desgracias de la gente y en particular de los pobres. A menudo el evangelio nos dice que está conmovido, incluso profundamente afectado: mirando a la gente, ovejas sin pastor (Mt 9, 36); ante la viuda que lleva a enterrar su hijo (Lc 7, 11ss); frente a toda clase de enfermos, de aquellos que se acercan a él y de aquellos que él va a su encuentro (Jn 5,6). Esta compasión le da fuerza y coraje ante las situaciones en que todo el mundo dimite, como con los poseídos gadarenos de Mt 8,28.

Sí, en Nazaret fue guardando todos los proverbios e historias y sabe hablar con las palabras sencillas de los campesinos. Observó la vida de la gente y de los “grandes”: el juez injusto (Lc 18, 2ss), el rico inconsciente de todo lo que le rodea (Lc 16, 19ss), el administrador corrupto (Lc 16, 1ss), el sacerdote y el levita prisioneros en su mundo (Lc 10, 31)… Aprendió el sentido común de la gente sencilla que no entiende una ley cuando no está al servicio de la vida: “quién me puede hacer creer que si su hijo o su buey cae en un pozo el sábado, no va a sacarlo porque es sábado” (Lc 14, 5; Jn 7, 23). “Dios dice: Honra a tu padre ya tu madre, pero vosotros decís que el dice a su padre o a su rnadre: “los bienes con que podría ayudarte los ofrezco al templo” ya no está obligado a sustentar a su padre. ¡Hipócritas! habéis invalidado el mandamiento de Dios” (Mt 15, 1-5).Como la gente sencilla capta bien lo que suena a falso, tiene olfato para ello y lo que reprocha con más insistencia es, precisamente, la hipocresía: espeta a los fariseos amigos del dinero: “vosotros sois los que os la dais de intachables ante la gente, pero Dios os conoce por dentro y ese encumbrarse entre los hombres le repugna a Dios”(Lc 16, 15).

Con esta actitud no se consigue únicamente amigos ¡claro!, pero lo asume: y se dice de él que es un borracho, que no piensa más que en comer, que frecuenta únicamente gente poco recomendable (Lc 5, 30; 7, 34; 15, 2). El evangelio, a menudo, nos dice que producía mucho ‘rechinar de dientes’ mientras los sencillos lucían sonrisas de gozo (Lc 13, 17; cf. Lc 4, 11, 53; Mt 15, 31).

En el inicio del evangelio de Juan nos encontramos con la pregunta: ¿De Nazaret, puede salir algo bueno? (Jn 1, 46); al final, en el letrero clavado en la cruz, Pilatos ironiza: “Jesús el Nazareno, el Rey de los Judíos” (Jn 19, 19). Todo parece dar la razón a los escépticos. Sin embargo, bajo la apariencia de un jardinero, María reconocerá la voz de su Maestro; de incógnito al borde del lago el discípulo bien amado reconocerá al Señor. No, no es una revancha ni el final de un paréntesis que pondría las cosas en su sitio: el Maestro y Señor no aparece con los rasgos, recuperados, de un gran señor; sigue siendo Jesús de Nazaret y tendremos que reconocerle en sus rasgos ordinarios: “buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (…) os precede en Galilea, allí lo veréis” (Mc 16, 6ss).

En el fondo es el camino recorrido por Carlos de Foucauld: seducido por Jesús de Nazaret piensa, al comienzo, que para vivir con su “amado hermano y Señor” -como él lo llama- hay que cortar con el mundo y vivir detrás de la clausura de un monasterio. Pero poco a poco irá descubriendo que para encontrar su rostro le hacía falta ir, precisamente, allí donde Jesús fue: Nazaret. Sí, porque el mismo terreno abonado y el mismo Espíritu que animaba a Jesús (Espíritu que nos ha sido prometido y dado…) pueden de nuevo producir frutos de conocimiento y salvación.

Tesoro enterrado en el campo… Su descubrimiento produce en nosotros un gran respeto (como Moisés que se descalza ante la zarza ardiendo…) y un deseo de meternos, nosotros también, en la escuela de los pequeños e insignificantes para estar en condiciones de percibir, de recibir la clave de su sabiduría: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y haberlo revelado a los pequeños.(…) Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y a aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11, 25ss). El Hijo es “el humilde y pobre obrero de Nazaret” retomando la expresión de Carlos de Foucauld.

Claro que si queremos el tesoro, fuente de gozo, hay que venderlo todo para comprarlo. Para Carlos, comprar el campo significará ir “a los más alejados” con una divisa: “ver en todo humano un hermano”.

NAZARET, UNA MANERA DE ESTAI EL MUNDO: COMO HERMANO

Cierto que admiramos y citamos a menudo la frase que escribió poco después de su llegada a Argelia: “Quiero acostumbrar a todos los habitantes, cristianos, musulmanes, judíos, idólatras, a ver en mi un hermano… un hermano universal”. Pero de hecho esta bella fórmula nos indica, sobre todo, el camino que nos queda por recorrer.

Para establecer una relación de verdadera fraternidad no es suficiente, aunque sea una disposición necesaria “hacerse del país” –como él mismo lo decía- siendo abordable, “pequeño” de manera que el otro pueda atreverse a pedirme cualquier cosa… Que el otro pueda verme como un hermano no será suficiente si yo no cambio mi mirada sobre él. Como persona humana e hijo de Dios, en él (ella) el Espíritu también trabaja, y como toda persona buscara responder y buscar lo que está bien, con las capacidades de las que disponga, todos los de su fidelidad, titubeante como la mía, puedo aprender y, gracias a él, creceré si acepto meterme en su escuela; entonces y sólo entonces caminaremos verdaderamente juntos… como hermanos3.

Carlos necesitará tiempo para entender el sentido de la verdadera reciprocidad y ser salvado por los Touaregs cuando estaba enfermo será un momento decisivo para su vida.

Él, que pensaba haber venido para traer el “divino banquete, no a los hermanos, ni a parientes ni a los vecinos ricos, sino a los más cojos, los más ciegos, los más pobres, a las almas más abandonadas y que no tienen sacerdotes”, se deja simplemente acoger en la mesa de aquellos que no tienen necesidad de su servicio sacerdotal pero están felices de poder cumplir con su deber de hospitalidad. Al final, con enorme sencillez, dirá: “¿Cómo expresar lo buenos que han sido conmigo, las almas rectas que he encontrado entre ellos? ¡Uno o dos son verdaderos amigos, cosa tan rara y tan preciosa en cualquier sitio!”.

Ir hacia el otro simplemente porque está ‘lejos’ y manifestarle así que su vida es valiosa, no avanzar más rápido que su paso, no intentar proponer valores antes de haber descubierto los del otro, será el aprendizaje que la relación con Jesús de Nazaret hará hacer a Carlos. Unos meses antes de su muerte, cuando trabajaba para organizar una asociación de cristianos de todo tipo, escribía: “Me considero más incapaz que la inmensa mayoría de sacerdotes para ir dando los pasos que serían necesarios, no he aprendido mas que a rezar solo, a callarme, a vivir con libros, a lo más a charlar familiarmente y personalmente con los pobres”. De esta oración en soledad y de estas charlas con los pobres, nacerá la apertura del corazón, la capacidad de acercarse al otro y comprenderlo desde su propio interior.

Carlos de Foucauld no ha sido un pionero del diálogo Islam-Cristianismo, pero ha caminado con sus vecinos que eran musulmanes intentando comprenderles y poco a poco quererles. Por eso se atreverá a escribir consideraciones poco habituales en su época: “La verdades que pueden subsistir en medio de los errores son un bien y siguen siendo capaces de producir grandes y verdaderos bienes, es lo que pasa con el Islam”.

Se había convertido gracias a la acogida incondicional, calurosa y sin grandes palabras de su prima. Redescubre con sus vecinos que la tarea del apóstol es amar respetando la respuesta libre que cada persona podrá dar a la inspiración del Espíritu y respetando sus ritmos: “Todo cristiano -escribía- tiene que ser apóstol: no es un consejo, es un mandamiento, el mandamiento de la caridad. Ser apóstol, ¿con qué medios? Los mejores, los más adecuados a las personas a las que nos dirigimos: pero con todos aquellos que están en relación con él y sin excepción: con la bondad, la ternura, la afección fraterna, el ejemplo de la virtud, con la humildad y la dulzura siempre atractivas y tan cristianas; con algunos sin mencionar nunca una palabra sobre Dios ni sobre la religión, espera paciente como Dios espera pacientemente, siendo bueno como Dios es bueno, amando, siendo un tierno hermano y rezando; con otros hablando de Dios en la medida en que puedan entenderlo; y en el momento que deseen buscar la verdad profundizando el estudio de la religión, poniéndoles en contacto con sacerdote bien seleccionado y capaz de ayudarles… Sobre todo viendo en todo humano un hermano”.

En varias cartas de los últimos años de su vida habla de sí mismo como de un “monje-misionero”. Es interesante esta expresión: en momento en que así se definía no tiene nada de monje, salvo el corazón de la vida monástica: una vida unificada en un amor único y unificador por Jesús de Nazaret, su “Bien amado hermano y Señor”; tampoco hay nada misionero (“¡monje-misionero, no misionero escribió un día) salvo el corazón de la vida misionera: el deseo de reencontrar en el corazón de toda persona, encendida por el mismo Espíritu, las brasas del mismo fuego que a él abrasó. Será suficiente para Carlos estar allí, sencillamente, los ojos y el corazón abiertos.

“Sois la sal de la tierra. Y si la sal se pone sosa, ¿con qué se salará?” (Mt 5, 13). La sal tiene su misterio: si falta es una pena (y si hay en exceso no hay quien se la coma); hace falta el punto justo para realzar el gusto de los alimentos ya no nos acordamos de la sal. En el mundo, las personas y en las cosas hay gusto y es Dios quien lo ha puesto. La tarea de los cristianos es estar ahí para que este intercambio misterioso se produzca y que el gusto divino del mundo pueda expresarse. ¿Podríamos hablar mejor de Nazaret?

Traducido por José Piedad

(1) No hay que equivocarse. Se trata de una amistad vivida en la fe oscura y no en el puro sentimiento. En la época en la que escribía las meditaciones más conocidas, más místicas y más ardientemente amorosas, anotaba: “Todo me resulta penoso, todo, todo, incluso decirle a Jesús que le amo… Tengo que aferrarme a la vida de fe. Sí por lo menos sintiera que Jesús me ama… Pero no me lo dice nunca”, y el mismo día de su muerte escribía: “Sentimos que sufrimos pero no siempre sentimos que amamos y es un sufrimiento añadido. Pero sabemos que quisiéramos amar, y querer amar es amar”.

(2) Es tanto más llamativo que los textos de Lucas hagan referencia a la historia del joven Samuel (Lc 2, 52, que retorna 1 Sm 2, 26). Pero para Samuel el lugar (y el texto lo precisa varias veces) de crecimiento en el servicio de Dios será el Templo (1 Sm 2, 11. 18. 21. 26; 1 Sm 3). Es significativo y ciertamente intencionado que Lucas recoja la misma expresión para mejor subrayar la diferencia radical y la novedad de la situación de Jesús.

(3) “Vosotros sois hermanos por que tenéis un único Padre” es lo que decimos a menudo y es verdad, ¡claro! Pero no es lo que dice el evangelio: “No os hagáis llamar maestros, porque no tenéis mas que un maestro y todos vosotros sois hermanos. No llaméis a nadie Padre en la tierra, ya que no tenéis más que uno, el Padre celestial” (Mt 23, 8ss). Es significativo que la referencia a ‘hermano’ no esté en relación al Padre, sino en relación al maestro. Como queriendo señalar una de nuestras grandes tentaciones, la de querer siempre enseñar a los otros sin desear aprender de ellos… Somos hermanos si caminamos juntos, compartiendo nuestras luces: es, a la vez, la espera y la realización de la Alianza nueva prometida: “Al dar mis leyes las escribiré en su razón y en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Un hombre no tendrá que instruir a su conciudadano ni el otro a su hermano diciéndoles: “Reconoce al Señor”, porque todos me conocerám desde el pequeño al grande” (Hb 8, 10ss citando a Jr 31, 33ss).

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