Entrevista a Paco Ostos, misionero en el Congo durante 52 años
El granadino Paco Ostos lleva más de medio siglo en la frontera más viva de la Iglesia: África. Allí ha visto levantarse a un pueblo que sufre, pero cree. Una promesa juvenil fue suficiente para cambiar su historia… y la de miles de personas

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Tenía 15 años cuando Paco Ostos (1949), natural de Granada, escuchó por la radio una noticia que le cambió la vida: seis misioneros y cuatro religiosas habían sido asesinados en el Congo por los rebeldes simbas. Él, postrado en la cama por una lesión deportiva, no conocía aún su futuro. «Señor, si tú lo deseas, un día yo reemplazaré a uno de esos misioneros», murmuró entonces sin imaginar que esa promesa marcaría su vocación de vida.
Años después, tras una sólida formación entre Sevilla, Madrid, Estrasburgo y Suiza, entró en los Misioneros de África (Padres Blancos) una congregación que trabaja pequeñas comunidades de tres miembros para anunciar el Evangelio. Ordenado sacerdote en 1977, llegó finalmente al Congo. Allí lo esperaba una misión que llevaba más de una década cerrada: la misma de Aba, donde aquellos mártires habían derramado su sangre. En ese momento se acordó de lo que le dijo al Señor aquel 27 de noviembre.
Desde entonces han pasado más de cincuenta años. Medio siglo en el corazón de África: evangelizando, construyendo escuelas, hospitales y orfanatos y levantando una universidad donde ya se forman ingenieros, médicos veterinarios, economistas y maestros. Paco Ostos ha visto crecer a la Iglesia donde más florece hoy: en un Continente que sufre y espera, pero cree. Y donde él sin pretenderlo cumplió la palabra que de adolescente hizo a Dios.
–Lleva más de medio siglo entregado a la misión en África. ¿Dónde y cuándo empezó ese camino?
–Mi vocación comenzó cuando tenía 15 años. Estaba estudiando el bachillerato y haciendo deporte. Tuve una caída que me obligó a estar en cama durante un mes por una fisura de peroné, que entonces no se podía tratar de otra forma. Un 27 de noviembre escuché en Radio Nacional una noticia: habían matado a seis Padres Blancos en la misión de Aba, al noreste del Congo Belga, cerca de la frontera con Sudán.
Yo tenía 15 años y dije: «Señor, si tú quieres, un día yo reemplazaré a uno de estos mártires». Luego lo olvidé. Yo cumplía religiosamente, pero no mucho más. Cuando terminé el bachiller, el párroco me fue orientando porque yo quería hacer algo grande en la vida para ayudar a los demás. Y me fui acercando a los Padres Blancos, a quienes ni siquiera conocía. Poco a poco fui progresando y diez años después me ordenaron sacerdote.
Me preguntaron a qué país africano quería ir y había que indicar tres destinos por orden de preferencia. Yo puse en primer lugar el Congo (entonces llamado Zaire). Y cuando llegué, el provincial me comunicó que habían decidido reabrir una misión cerrada desde 1964, cuando asesinaron a los seis misioneros que trabajaban allí. Así que me nombraron para Aba. Fíjese: reemplazaba a uno de aquellos mártires a los que yo había dicho de niño: «Si tú quieres…». Llegué en 1973 y, desde entonces, aquí estoy. Solo estuve fuera de 2014 a 2018.

Durante once años, de 2003 a 2014, fui nombrado por el obispo como ecónomo general de la diócesis de Mahagi-Nioka. Cuando nombró a un sacerdote diocesano para sustituirme, pensé que lo mejor era alejarme para dejarle trabajar libremente. Los Misioneros de África me propusieron ir como administrador de la obra de los Padres Blancos en México. Allí estuve hasta 2018.
Ese año me pidieron volver al Congo, pero ya no para la diócesis, sino para el grupo de los Padres Blancos de la provincia. Estuve tres años y, al terminar el mandato, me nombraron provincial de Ituri, y en eso estoy ahora, ya terminando mi último año, porque son dos mandatos de tres años.
África lidera las estadísticas
–Evangelizar en un territorio tan amplio y distinto de Europa debe ser todo un reto…
–La formación ya nos prepara para esto. Estudié un año de sociología en el Instituto Social León XIII, en Madrid; luego el noviciado en Friburgo, en Suiza; y la teología en la Universidad Estrasburgo. Nos formaban para trabajar con otras religiones, otros pueblos y mentalidades. Vivíamos en un ambiente internacional, lo cual ayuda a adaptarte.
Lo que más me gustó de los Padres Blancos es que siempre trabajamos en comunidad, no individualmente, y en comunidades internacionales, interculturales e interraciales. Esto me ayudó a no querer transportar mi cultura religiosa andaluza a otros pueblos, sino quedarme con lo esencial de la fe: el Evangelio de Jesucristo, teniéndolo que vivir en una estructura cultural diferente, sin llevarle lo mío propio que es valido para mi pero no necesariamente para los demás. Eso me ayudó siempre.
–De hecho, el Evangelio ha arraigado profundamente: según las estadísticas más recientes, África es el Continente donde más crecen el número de bautizados, vocaciones, práctica religiosa…
–El africano es esencialmente religioso. En Europa hemos perdido esa noción, quizá por el orgullo de creer que controlamos la vida. Aquí saben que el único que puede sacarles del sufrimiento es Dios.
También han visto que los misioneros no hemos venido a imponer nada, sino a servir y a acompañar, respetándolos. Mientras los líderes políticos muchas veces no respetan a su propio pueblo, la Iglesia se ha convertido para muchos en un oasis de paz donde saben que son escuchados y valorados.

Han descubierto que Cristo les ha traído algo más que su propia religión, que con frecuencia les infundía miedo ante castigos y espíritus. Lo han acogido libremente, sin imposiciones, y por eso la fe ha crecido auténticamente. De ahí que los seminarios estén llenos.
En Europa, en cambio, predomina el individualismo. Aquí siendo un pueblo necesitado se ayudan unos a otros, como antiguamente en España, donde las familias numerosas se sostenían mutuamente. Hoy en Europa cada uno va más a lo suyo. En África saben que solo se puede salir adelante juntos y confiando en Dios.
Una fe que libera del miedo
–Impresiona esa confianza, sobre todo en un pueblo que sigue viviendo la persecución y violencia por su fe…
–Los cristianos africanos han recibido un bautismo que es más que un barniz superficial. Es una fe profunda, una confianza en Dios que les libera de los miedos. Tenemos varios ejemplos en el Congo: la beata Marie-Clémentine Anuarite Nengapeta, el laico carmelita beato Isidoro Bakanja o santa Josephine Bakhita y otros hoy día que son auténticos testigos de Jesús. Cuando se tiene esa fe, al que profesa otras creencias no se le tiene miedo.
Yo llegué pensando que venía a evangelizar África y ahora son ellos los que están evangelizando Europa. Esperemos que con su testimonio, Europa recupere la conciencia de que la vida no es solo tener y dominar, sino que es ante todo compartir, fraternizar, respetar y ser solidarios, y no ir cada cual a lo suyo pisoteando a quienes se interponen en sus ambiciones egoístas.
Europa tiene que cambiar de óptica: será menos envidiosa e inhumana cuando aprenda a convivir compartiendo y recuperando la alegría de ser personas. Entonces no nos quejaríamos tanto de lo mucho que tenemos, sino que viviríamos con un espíritu agradecido.
–Háblenos de los numerosos proyectos que han ido surgiendo allí: el orfanato, la universidad… y, entre tanto, colegios, ambulatorios y tantas otras obras repartidas por toda la diócesis.
–Aquí trabajamos con comunidades de base. Los proyectos no vienen de nosotros, sino de ellos: un puente para que los niños puedan ir a la escuela, una captación de agua limpia, ampliar una escuela, un centro de maternidad, un dispensario… Ellos reflexionan sobre como vivir con mas dignidad como consecuencia de su bautismo. Nosotros les acompañamos. Pedimos ayudas a organismos como Manos Unidas, Ayuda a la Iglesia Necesitada, Cáritas, Obras Misionales Pontificias… Siempre con una contribución local mínima del 25%. Ellos se implican.
Por contactos y también gracias a la generosidad del pueblo español, y también el Fondo Nueva Evangelización de la Conferencia Episcopal Española, todos los proyectos se han realizado: escuelas, internados, hospitales, centros de salud, orfanatos… Además tenemos la Universidad del Lago Alberto. Gracias al contacto con la Universidad Politécnica de Madrid y otros organismos, ya han salido promociones de Ingeniería Agrónoma, Ingeniería Civil, Medicina Veterinaria, Economía, Derecho y Ciencias de la Educación. Los proyectos funcionan porque ellos mismos los gestionan, con comisiones locales. Unos salen mejor, otros peor, pero la mayoría funciona muy bien.
–¿Planes de volver a España?
–Por el momento solo tengo 76 años y buena salud. Lo que hago en el Congo no es un castigo sino todo lo contrario. Ser un misionero al servicio de Dios y de la Iglesia es un honor que no merezco, pero mientras Dios me aguante y otros hermanos me soporten aquí estamos.
